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Bianca 3049 Primero, la prueba de embarazo Después, el matrimonio… Aunque fue algo completamente alejado de su personalidad, la siempre responsable Addison Fields pasó una noche apasionada y salvaje con el magnate Jude Fisher. Ocho semanas después, el corazón se le aceleró de una forma muy poco profesional, porque, aparte de sus deberes como ejecutiva de su empresa, la habían seleccionado para trabajar con Jude. ¡Y tenía que decirle que se había quedado embarazada! A causa de un error juvenil que había aparecido publicado en la prensa sensacionalista, Jude solo pudo heredar el grupo empresarial de su familia con la condición de no verse envuelto en ningún escándalo nunca más. Así pues… ¡su hijo tenía que ser legítimo! Y añadir complicaciones al contrato que había firmado legalmente con Addi no sería sensato. Sin embargo, cada vez que veía la pasión ardiendo en sus ojos, la sensatez era lo último en lo que él pensaba…
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Seitenzahl: 201
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2023 Joss Wood
© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Amor sin confianza, n.º 3049 - noviembre 2023
Título original: The Baby Behind Their Marriage Merger
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788411804615
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Si te ha gustado este libro…
ADDI Fields estaba en el balcón que recorría, al completo, la fachada del salón de baile del Hotel Vane. Se alisó la tela de raso del vestido mientras notaba la caricia de la brisa fresca en la espalda desnuda. El vestido, de un azul marino intenso, flotaba sobre su cuerpo larguirucho. Tenía cuello halter y parecía recatado por la parte delantera, pero la parte de atrás era cualquier cosa menos modesta, ya que el escote le rozaba la parte superior del trasero. Había tenido que pensar mucho en la ropa interior que se ponía.
Tomó una copa de champán ofrecida por un camarero y pensó en el premio que le habían entregado un poco antes, aquella misma noche. Una de las propiedades que formaban parte de la cartera que ella gestionaba para la división hotelera de Thorpe Industries había sido seleccionada como mejor pequeño alojamiento del año y, comprensiblemente, estaba encantada. Dado que corría el rumor de que Thorpe Industries estaba a la venta, no sabía cuánto tiempo podría seguir disfrutando de los elogios que acompañaban a aquel reconocimiento.
Addi observó, a través de las puertas de la terraza, el concurrido salón de baile. Estaba repleto de representantes del sector de la hostelería: hombres y mujeres que poseían los hoteles, los alojamientos y las ofertas de ocio más espectaculares del continente. Ella estaba allí únicamente porque Thorpe Industries se encontraba en un estado de incertidumbre: Cole Thorpe había recibido hacía poco tiempo el regalo de la compañía por parte de su hermano, y la división hotelera no estaba en su lista de prioridades. Ella había pedido permiso para representar a Industrias Thorpe en aquel evento al darse cuenta de que era una gran oportunidad para crear contactos profesionales. Tal vez alguno de los presentes podría darle trabajo si se quedaba en el paro cuando Cole Thorpe vendiera la empresa.
Su nuevo jefe llegaría al país a las pocas semanas, y Lex, su hermanastra y mejor amiga, iba a ser su chófer por Ciudad del Cabo a tiempo parcial. A lo mejor Lex le oía hablar de sus planes mientras lo llevaba de un sitio a otro, algo que a ella le daría cierta ventaja.
Ojalá.
Por otro lado, no estaba dispuesta a perder la oportunidad de pasar dos noches en uno de los mejores hoteles del país y de disfrutar de la comida de un cinco estrellas. Era una pena no tener el tiempo ni el dinero para visitar el galardonado spa del hotel.
Normalmente, sus días consistían en salir temprano de casa para evitar el tráfico infernal de Ciudad del Cabo, trabajar diez horas seguidas y volver a casa con el recibimiento de sus ruidosas hermanastras, tan llenas de energía. Después de que las más pequeñas se fueran a la cama, Lex y ella disfrutaban de una copa de vino acurrucadas cada una en un extremo de su viejo sofá.
La mayoría de las tardes hablaban de sus finanzas, y Lex le decía que las niñas necesitaban dinero para una excursión escolar, o zapatos nuevos para el colegio, o que un inodoro goteaba, o que hacía falta limpiar los canalones. Ella ganaba un buen sueldo pero, con tres hermanastras que mantener, el dinero nunca daba para mucho. Y nunca había podido darse el lujo de gastárselo en sí misma. Había comenzado a trabajar a tiempo parcial a los catorce años y, al principio, le entregaba la mayor parte de su salario a Joelle, su irresponsable madre. Después, el dinero que ganara se lo daba a la tía Kate para ayudarla con los gastos de manutención de Lex y de ella.
Apoyó el premio en la balaustrada e inclinó la cabeza hacia arriba para mirar el cielo. Se preguntó cuándo podría irse, a qué hora nadie enarcaría una ceja al verla salir del salón de baile, suponiendo, claro, que alguien se diera cuenta de que lo hacía. Era un pececillo en un tanque lleno de tiburones. Se sentía fuera de lugar, incómoda, pero, a cambio de tener la oportunidad de hacer contactos y ser vista por posibles empleadores, valía la pena sufrir cualquier incomodidad.
Con aquel vestido ceñido y escotado por la espalda, se sentía expuesta y un poco desnuda. Prefería con diferencia su estilo masculino: camisas blancas, faldas de tubo hasta la rodilla y calzado sensato. Tenía el pelo rubio y brillante y llevaba un peinado muy corto y moderno, pero solo porque le ahorraba tiempo al arreglarse por las mañanas y, siendo rubia natural, no requería más que un retoque cada cuatro o cinco meses. No tenía tiempo ni dinero para gastar en su apariencia.
Aunque sabía que debería estar socializando en el salón de baile, no contaba con las energías necesarias. Aquella jornada había sido muy larga y había culminado con una charla de Jude Fisher, propietario de Fisher International. Él, y su abuelo antes que él, Bartholomew Fisher, eran leyendas en el sector, propietarios de algunos de los más antiguos y mejores establecimientos de África. Su hotel de las Seychelles estaba considerado uno de los mejores del mundo, y el hotel de safaris adyacente a la reserva de caza de Etosha, en Namibia, tenía una lista de espera de cuatro años. Cuatro años.
Addi se había sentado en la parte de atrás de la sala con el bloc de notas en el regazo y había escuchado atentamente su charla sobre cómo los hoteles podían ser más ecológicos. Al igual que ella, tenía pasión por la sostenibilidad, y la sala de conferencias había estado muy concurrida. Ella no había escrito nada en su cuaderno, ni había asimilado nada… Simplemente, se había quedado mirándolo fijamente
Por lo general, ella no se distraía con facilidad, pero, debido al carisma de Fisher, a su masculinidad y al modo en que se había hecho con el mando de la sala, se había perdido el saludo y la introducción. Al contrario que la mayoría de los conferenciantes, no iba vestido con un traje de diseño, sino con unos pantalones de pinzas azul marino, un cinturón de cuero y una camisa blanca. Llevaba desabotonado el cuello y las mangas enrolladas, de manera que se le veían los antebrazos musculosos.
Bajo su ropa informal se adivinaba un cuerpo diseñado para hacer llorar a los ángeles. Era alto; medía aproximadamente un metro noventa centímetros. Tenía los hombros anchos, y se le notaba la silueta de un tatuaje en el pectoral derecho a través de la camisa de algodón. También parecía que tenía otro en el bíceps izquierdo. Tenía las venas protuberantes en las manos y en los antebrazos, señal de que se tomaba en serio el ejercicio físico. Además, su rostro era increíblemente sexy, su boca, sensual. Tenía el pelo rizado y corto, y una barba negra le salpicaba las mejillas y la mandíbula. Su nariz era alargada y un poco torcida, como si se la hubiera roto alguna vez y no se hubiera molestado en arreglársela.
Sin embargo, eran sus ojos los que habían captado por completo su atención. Eran del color verde oscuro de un bosque y estaban rodeados por unas pestañas puntiagudas.
Su voz era grave, profunda, cálida como un chocolate en un día frío de invierno. Llevaba pulseras de cuero y un reloj de muñeca, y se notaba que estaba completamente a gusto hablando en público.
Cuando consiguió desviar la atención de su cuerpo y de su cara y comenzó a escuchar lo que decía, rápidamente se dio cuenta de que Fisher sabía lo que estaba haciendo. Lógicamente, se imaginaba que, siendo el consejero delegado de uno de los grupos hoteleros más importantes del mundo, tenía que conocer el sector a la perfección, pero no esperaba que entrase de lleno en las complejidades de la sostenibilidad y las opciones ecológicas para la industria del ocio. Tampoco esperaba que fuera tan consciente del impacto que tenía su negocio en el medio ambiente. Hablaba con seguridad y con conocimiento de causa y, de vez en cuando, daba una pincelada de sentido del humor. Todo el mundo, hombres y mujeres, habían comido de su mano durante su intervención de noventa minutos.
Por suerte, habían grabado la charla, porque ella no había asimilado tanto como debiera. Él había expuesto algunas ideas brillantes, de bajo presupuesto y efectivas, pero ella no recordaba ninguna.
–Hace una noche preciosa.
Ella se giró y vio que un hombre separaba el hombro de la pared y salía de entre las sombras. Se le aceleró el corazón y agarró con fuerza la copa, mientras notaba que se le quedaba la garganta seca. Hablando del rey de Roma…
Dios santo, qué bien olía.
No reconocía su colonia, pero le recordaba a la brisa marina, o al hecho de nadar en una cala de aguas azules, rodeada de acantilados, fresca y maravillosa.
«Deja de mirarlo y piensa, Fields. Estás delante de uno de los hombres más influyentes del sector y, dado que cabe la posibilidad de que te quedes sin trabajo muy pronto, lo mejor es que causes una buena impresión».
Sin embargo, lo último que tenía en mente era hablar de trabajo. Y parecía que él, tampoco.
De hecho, la estaba mirando con interés.
Con mucho interés…
Vaya. ¿Qué estaba ocurriendo? Ella era fría y quisquillosa, alta y delgaducha, y no era del tipo que podría atraer a los dobles de David Gandy en un evento social. A decir verdad, no frecuentaba bailes, fiestas, discotecas ni bares, así que ya no tenía ni idea de si era el tipo de alguien.
Eso era lo que había sucedido cuando, a los veintiséis años, después de una vida llena de decepciones, había tenido que enfrentarse a un cambio radical: no solo había quedado a cargo de dos hermanastras, sino que, además, su prometido había roto la promesa de quererla en lo bueno y en lo malo y no había permanecido a su lado.
–Soy Jude Fisher.
Sí, ya sabía quién era.
–Estabas en mi presentación de esta tarde –añadió él, mientras se acercaba.
¿De veras se había fijado? Ella se había sentado al fondo de la sala, detrás de un hombre muy alto y de una mujer con mucho pelo. Tragó saliva y asintió.
–Sí –dijo–. Me ha parecido interesante.
Él hizo una mueca y el humor hizo brillar sus ojos.
–¿Interesante en el sentido de «bueno», o interesante en el sentido de «aburrido»?
Ella arqueó una ceja.
–No lo tomaba por alguien que se permite la falsa modestia, señor Fisher.
Él sonrió al oír su seca contestación.
–Vaya, así aprenderé a no buscar cumplidos.
–La sala estaba llena de gente y todo el mundo estaba atento a lo que decía. Además, después lo asaltaron –dijo ella, tratando de contener la sonrisa.
–Me di cuenta de que tú te marchaste en cuanto terminé la charla.
–No necesitaba que me aclararan nada –respondió Addi.
La ecología era una verdadera pasión para ella, pero no tenía la valentía necesaria para decirle que había aumentado la eficiencia energética, había reducido los residuos y había hecho que instalaran sistemas de reciclado en todos los establecimientos que estaban bajo su control.
Jude señaló su vestido.
–Estás muy guapa.
No necesitaba añadir que su aspecto era muy distinto al de aquella tarde. Durante la conferencia, ella llevaba su uniforme de Thorpe Industries: camisa blanca, falda negra, chaqueta verde claro y zapatos de tacón bajo. El uniforme no era sexy ni estiloso, pero era gratis, y no tenía que gastar dinero en ropa para ir a trabajar. Eso era de agradecer.
–Gracias –dijo Addi, y captó el calor que desprendían sus ojos.
Llevaba tanto tiempo alejada de aquel tipo de juego que no sabía si él estaba interesado de verdad o si eran imaginaciones suyas.
A su vez, señaló su traje y enarcó las cejas.
–Ese traje también es bonito. ¿Diseñador?
Jude extendió los brazos y se encogió de hombros.
–No tengo ni idea –dijo–. ¿Tiene alguna importancia?
–Para mí, no. Aunque es atrevido lo de no llevar corbata ni pajarita, cuando todos los demás llevan esmoquin.
–Se me olvidó meter la corbata en la maleta –dijo él, encogiéndose de hombros–. ¿Qué van a hacer? ¿Echarme?
No, por supuesto que no. En realidad, los organizadores debían de estar muy agradecidos por el hecho de que hubiera asistido a la cena y a la ceremonia de entrega de premios, porque su presencia era todo un golpe de efecto.
–¿Siempre hace lo que quiere? –le preguntó ella, con curiosidad y, también, con envidia.
–¿De qué sirve hacer lo contrario?
Eso podía decirlo él, que nunca habría tenido que complacer a nadie salvo a sí mismo. No tenía ni idea de lo que significaba verse obligado a aceptar una situación sobre la que no se tenía el control.
–¿Tú, no?
–¿No, qué?
–¿No haces siempre lo que quieres, cuando quieres?
Estuvo a punto de echarse a reír. No, no podía. Ella trabajaba, contaba hasta la última moneda, trabajaba más, tomaba una copa de vino con su hermana y trabajaba. ¿No lo había mencionado ya?
Antes de que pudiera responder, él le pasó un dedo por el brazo, y aquel roce provocó una descarga eléctrica que recorrió todo su cuerpo. Lo miró a los ojos y, al ver el deseo reflejado en ellos, ya no tuvo duda de que se sentía atraído por ella. El calor invadió su cuerpo y se le puso el vello de punta. Aquello era muy extraño, y se sentía muy insegura. Era casi como si estuviera viendo una película cuya protagonista era ella misma.
Sin embargo, aquella noche no quería ser la Addi de costumbre, tan responsable y trabajadora que nunca tenía tiempo para divertirse. Quería ser la mujer que le correspondía a aquel vestido, segura de sí misma, sofisticada y estilosa. Aquella noche quería ser el tipo de mujer con la que saldría Jude Fisher.
–Todo lo que puedo –respondió, por fin.
No era mentira. Si hubiera podido vivir sola, y fuera un poco egoísta, lo habría hecho así. Pero en aquel momento no tenía ni la economía ni las emociones necesarias para ser egocéntrica.
Miró la mano de Jude, que descansaba sobre la balaustrada de la terraza. Se preguntó cómo sería sentir las caricias de aquellas manos grandes en la piel desnuda. De repente, todo su cuerpo reaccionó con una avalancha de deseo duro y caliente. Hacía tanto tiempo que no notaba algo así, que casi no lo reconoció.
Él le miró los labios y, después, la cara.
–¿Cómo te llamas? –le preguntó, con la voz más grave que antes.
–Addi –susurró ella.
–Addi –repitió él, sin apartar la mirada de su rostro.
Entonces, le acarició con el pulgar la piel del interior de la muñeca, y ella volvió a sentirse como si la hubieran enchufado a una subestación eléctrica. Aquella era una locura, de las mejores clases de locura, sí, pero una locura.
Jude giró la cabeza y tomó dos copas de champán de la bandeja de un camarero que se había acercado sin que ella se diese cuenta. Le entregó una de las copas, y sus dedos se rozaron. Addi bebió un poco y suspiró cuando el champán le calmó la lengua y la garganta secas. Se giró para admirar el jardín del hotel, inhaló la fragancia de los fynbos, que llegaba desde Table Mountain, y de las rosas que crecían en la rosaleda que había bajo ellos. Hacía una noche muy cálida, bochornosa, y parecía que estaba llena de promesas. La luna llena se asomaba por detrás de una fina nube. Estaban a finales de verano y, a medida que pasaran los días, las noches perderían aquel calor.
Addi inclinó la cabeza hacia atrás y miró el cielo nocturno. Ojalá pudiera identificar las constelaciones. De pequeña, al mirar las estrellas, se sentía conectada con algo más grande y mejor, aunque no supiese qué era… Y, de adulta, cuando se sentía inquieta, aún miraba el cielo. Aquella noche no le estaba sirviendo mucho, no obstante. La presencia del hombre que estaba a su lado le resultaba abrumadora.
Su brazo rozó el de ella cuando él señaló hacia arriba.
–Se ve la Cruz del Sur –le dijo.
No, la Cruz del Sur estaba a su derecha, y más baja. Addi pensó en quedarse callada, pero no era de las que se hacían la tonta.
–Está desviado más de treinta grados –le dijo.
Pensó que Jude Fisher iba a hacer un mohín, porque a los hombres no solía gustarles que los corrigieran, pero él sonrió, y ella vio aparecer a un lado de su boca aquel famoso hoyuelo doble. Tenía una sonrisa amplia y los dientes, perfectos y blancos.
–Vaya, demonios, llevo más de veinte años diciéndoles a las chicas que esa era la Estrella del Sur.
Addi sonrió. Le gustaba que fuera capaz de reírse de sí mismo.
–De ahora en adelante, si yo fuera usted, dejaría a un lado el truco de seducción mediante la astronomía, señor Fisher.
–Me alegro de haberme enterado –respondió él, y suspiró–. Vaya, era todo lo que tenía. Nunca voy a volver a salir con nadie.
Ella se echó a reír y puso los ojos en blanco.
–Sí, está sentenciado –bromeó. Sin duda, aquel hombre no tenía ni el más mínimo problema a la hora de conseguir que una mujer saliera con él.
Aunque, en realidad, nunca había visto ningún titular ni ninguna noticia sobre la vida personal de Jude Fisher. No había historias sobre sus relaciones con bailarinas, deportistas o famosas. Como había señalado recientemente un periodista, o tenía habilidades de ninja para ocultar su vida privada a ojos de los demás, o era un monje.
Y ella, teniéndolo delante en aquel momento, sabía que no era ningún monje.
–¿Hace esto muy a menudo? –le preguntó–. Me refiero a lo de acercarse a mujeres desconocidas en los balcones de los hoteles.
–No, eres la primera –dijo él–. Trato de ser discreto en mis asuntos románticos. Creo que lo que yo haga en mi tiempo libre es asunto mío y de nadie más.
Sí, cierto.
Él apoyó los codos en la balaustrada y entrelazó los dedos. Después, continuó en un tono serio.
–Y lo que escriben son exageraciones. No sé cómo, pero los medios de comunicación siempre se equivocan, o hacen una montaña de un grano de arena.
Claramente, no le gustaban los periodistas.
–¿Por qué me cuenta todo esto? –le preguntó ella, con curiosidad.
–No lo sé –respondió él, y apuró la copa de champán–. Cuando tus ojos se cruzan con los míos, me siento como si necesitara decir la verdad.
–Tengo los ojos azules, muy corrientes –dijo Addi, algo desconcertada.
Sí, ella era rubia y tenía los ojos azules, pero no era nada especial. De hecho, a menudo deseaba tener el físico exótico de Lex. Su hermanastra era pelirroja y tenía la cara llena de pecas. La gente se la quedaba mirando porque era atractiva. Ella, en un día bueno, era solo mona. Al contrario que su madre, Joelle, no tenía el atractivo de Marylin Monroe.
–¿Corrientes? –preguntó él, con un resoplido–. Son del color del mar a medianoche, profundos, oscuros y misteriosos –dijo. Después, se le escapó una media carcajada y se pasó una mano por el pelo–. Dios mío, ahora parece que soy una tarjeta de felicitación.
Aunque sus palabras eran ligeras, su tono no lo fue. Addi se dio cuenta de que le sorprendía sentir aquella atracción por ella. Miró la mano en la que tenía la copa de champán y vio que le temblaban los dedos. Tenía los hombros tensos y un rubor en las mejillas.
La deseaba, pero estaba intentando disimularlo. Ella alzó la mano y le acarició la mejilla con las yemas de los dedos. Notó su barba incipiente. Pasó el pulgar por su labio inferior, sin dejar de mirarlo a los ojos.
Se los imaginó a los dos haciendo el amor en una enorme cama. Estaba segura de que haría que se sintiera una mujer fuerte y poderosa, de que la haría gritar de placer. No tenía por costumbre tener aventuras, pero sabía que necesitaba pasar aquella noche con Jude.
Necesitaba sentirse mujer, sentirse como ella misma, ser cualquier cosa menos la abejita trabajadora y siempre estresada, la hermana mayor y responsable, la que se pasaba las noches intentando estirar un presupuesto que no llegaba. Necesitaba sentir, estar cuerpo a cuerpo, boca a boca, y disfrutar de una conexión íntima y física. Todavía le quedaba una noche lejos de sus hermanas, y se arrepentiría si no aprovechaba la oportunidad de estar con aquel hombre…
Jude giró la cabeza, le besó la palma de la mano, y le tocó la piel con la lengua. Ella se puso tensa y cerró los ojos mientras notaba que la intensidad de aquel contacto le recorría todo el cuerpo, hasta los pies. Si era capaz de hacer que sintiera todo aquello con un beso tan ligero, ¿qué ocurriría si la besaba de verdad, si ella le concedía el acceso a todas las partes de su cuerpo?
Jude le sujetó la cabeza con la mano y la miró a los ojos mientras se inclinaba hacia delante para besarla. Ella esperaba un contacto duro y rápido, pero fue suave y lento. Le sujetó las muñecas mientras él la exploraba con los labios, dándole mordiscos suaves y deslizándose por su piel. Ella suspiró, y él introdujo la lengua por el pequeño resquicio. Cuando sus lenguas se encontraron, dos universos chocaron y se fundieron en uno. De repente, solo contaba con el aire que él pudiera darle, y su lengua era la que la alimentaba con besos calientes y oscuros.
El placer se apoderó de ella e hizo que suspirase. Él posó la mano en su espalda desnuda y le acarició la parte superior del trasero. La estrechó contra su cuerpo y ella notó su erección contra el vientre.
–Te deseo –le dijo él, entre besos ardientes, con una voz gutural–. Te deseé en cuanto te vi esta tarde. Te deseo ahora. Déjame llevarte a la cama.
Aquel era su momento. Era su noche. La noche en la que podía ser Addi, podía ser libre de su responsabilidad y de sí misma. Sentir, experimentar…
Se puso de puntillas y lo besó.
–Sí, por favor.
A