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Su venganza sólo sería completa... ¡cuando ella llevara su diamante! Jens Nilson, un empresario hecho a sí mismo, había pasado la última década tratando de ajustar las cuentas con la mujer que lo dejó plantado y con el padre de ella, que estuvo a punto de destruirle. ¿La mejor manera de hacerlo? Exigir a Maja Hagen que se case con él y dejarla plantada en el altar. Después de que Maja huyera, se construyó una nueva vida lejos de la tiranía de su padre. No dejaría que Jens pusiera eso en peligro, ¡aunque eso significara aceptar su proposición! Pero su deseo reavivado ya estaba amenazando con incinerar todas sus defensas contra él...
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Seitenzahl: 203
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2024 Joss Wood
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Diamantes de hielo, n.º 215 - septiembre 2024
Título original: The Tycoon’s Diamond Demand
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788410740464
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Imposible», pensó Jens Nilsen tras leer el asunto del correo electrónico en su pantalla.
¿Que Håkon Hagen había muerto? ¿Justo el día antes de que se confirmaba la adquisición hostil de su empresa?
¿Qué?
¿Cómo?
Jens leyó una y otra vez el correo de su abogado, intentando comprender la devastadora noticia. Según sus informaciones, Håkon había sido llevado de urgencia al hospital por un presunto ataque al corazón, pero había llegado muerto.
En la oficina de su casa en Bergen, Jens se recostó en su silla y colocó los pies en el borde de su escritorio, con los ojos en la pantalla pero la mente en otro lugar. Había invertido años de trabajo, doce para ser precisos, y miles de millones de dólares, para adquirir Hagen International con el único propósito de ver a Håkon retorcerse cuando le dijera que ahora era el dueño de la compañía que había estado en manos de los Hagen durante generaciones.
Doce años… Doce años desperdiciados.
Bajó los pies de la mesa, se levantó y comenzó a caminar por la habitación.
Cuando conoció a ese hombre por primera vez, Jens era un joven capitán de pesca que se dedicaba a supervisar la flota de tres barcos arrastreros de su tía que faenaban en los salvajes mares del Ártico. Tenía un trabajo que amaba, una chica que lo volvía loco, una buena vida…
Hasta que la hija de Håkon lo dejó.
Habría superado que Maja lo dejara y el vídeo de ruptura que le envió, o al menos lo habría intentado, pero Håkon había hecho eso imposible. La decisión del padre de Maja de castigarlo por atreverse a tener un romance con su hija había avivado su enemistad de más de una década.
La campaña de acoso del padre no solo había encendido la ira de Jens, sino también su ambición. Y no dejó de luchar hasta que consiguió tanto poder –financiero, político y económico–, tanto dinero y tanta influencia como Hagen. Todo lo que necesitaba, la joya en su corona de venganza, era ver la cara de su enemigo cuando le informara de que también había adquirido su empresa.
Pero eso ya no iba a suceder.
Si Jens pudiera cambiar su imperio basado en la navegación, el gas y la pesca comercial, sus miles de millones, solo para ver la reacción de Håkon al saber que Jens era el dueño de Hagen International, lo haría sin vacilar. Todo lo que había hecho durante años había sido pensando en ese momento. En el de ver su cara enrojecer cuando le dijera que tenía su futuro en sus manos, tal como Håkon una vez tuvo el suyo.
¿Qué se suponía que debía hacer ahora? La venganza era el combustible que lo impulsaba. Hagen International era solo una empresa, no tenía sentimientos y no le importaba quién la poseyera o la controlara. El único vínculo que quedaba con la empresa, con la famosa familia noruega, era su hija…
Maja. La chica que había pisoteado su corazón y huido de Bergen, justo unas horas antes de su boda. La persona por la que una vez habría movido montañas. Ella le había prometido que estaría en el juzgado, que se había preparado para soportar la ira de su padre por querer estar con él. Por primera vez en su vida, se había sentido amado y valorado, emocionado por su futuro, listo para confiar, listo para amar. Había sido tan estúpido que había creído que esa vez no sería abandonado.
¿En qué estaría pensando al confiarle su corazón y sus sueños? Desde muy joven había aprendido que, si la gente podía traicionarte, lo haría.
Y la necesidad de venganza no moría con la muerte, no desaparecía porque Håkon estuviera fuera de su alcance. Maja seguía viva, en algún lugar…, así que aún tenía un blanco al que apuntar.
Jens se acercó a su escritorio, tomó su teléfono y marcó un número. Cuando su abogado respondió, le ordenó:
–Encuentra a Maja Hagen. No sé dónde está, ni qué está haciendo, pero quiero que la encuentres. Hoy.
La primera gran exposición de Maja Hagen, y su primera visita a Noruega en doce años, estaba yendo bastante bien… si ignoraba el irritante asunto de la muerte de su padre.
Era tan típico de él eclipsar su primer logro profesional. Y si sus pensamientos eran tan fríos era porque Håkon Hagen había sido un padre severo. Controlador, dominante y bastante narcisista. Incluso diría que había sido tiránico, con una profunda necesidad de mantener firmes a todos los que estaban a su alrededor.
¿Lamentaba que estuviera muerto? Desearía poder decir que sí, pero había perdido a su padre hacía mucho tiempo. Si es que alguna vez realmente había tenido uno. Había tenido a un hombre que le proporcionaba una casa donde vivir, ropa elegante y juguetes, y también un nombre reconocible. El amor, el afecto y el apoyo incondicional habían brillado por su ausencia.
Tal vez si hubiera sido el hijo que él tanto había anhelado, podría haber experimentado algo de afecto de su parte. Pero ella solo era un recordatorio de la incapacidad de su madre, ya fallecida, de darle el hijo varón que continuara con el apellido familiar.
Tras la muerte de su madre, y durante la mayoría de su infancia, vivió con un hombre frío y duro que consideraba su presencia en su vida una molestia.
Ahora él estaba muerto, y ella se sentía… En realidad no sentía nada.
Había visto en Internet fotografías de su madrastra –Håkon se había casado con su amante después de que Maja dejara Noruega– en el entierro. El servicio fúnebre había sido estrictamente por invitación, pero, a pesar de que Håkon Hagen tenía pocos amigos cercanos, muchas personas habían acudido a despedirse de uno de los empresarios más influyentes de Europa. A pesar de que su abogado tenía sus datos de contacto en caso de emergencia, y le había informado de la muerte de su padre, no había recibido una invitación para asistir.
No habían tenido contacto durante más de una década. Ya le había dicho todo lo que necesitaba decirle a su padre hacía doce años y estaba contenta de poder evitar a la prensa que rondaba fuera de la iglesia y el cementerio.
Debería concentrarse en su noche de inauguración. Quería escuchar los comentarios de los invitados sobre su obra, observar sus reacciones y obtener sus opiniones honestas y sin filtros. Porque M. J. Slater nunca concedía entrevistas ni asistía a las inauguraciones de sus exposiciones. Era solo otra peculiaridad de la escurridiza y cada vez más famosa fotógrafa.
Maja, vestida con el uniforme de camarera compuesto por una camiseta blanca y pantalones negros, tomó una bandeja de copas de champán y se adentró en la galería principal del centro de arte situado en Rasmus Meyers. Se movió hacia un lado de la sala y observó las reacciones a sus enormes imágenes colgadas en las paredes. Esa sección del famoso centro de arte de Bergen estaba dedicada a los artistas emergentes, un espacio para exhibir el trabajo de los talentos en ascenso. Maja tragó saliva y se balanceó sobre sus talones. Después de años de lucha, haciendo retratos y reportajes de bodas, empezaba a ganar reconocimiento como una fotógrafa «interesante» y «provocadora». Lo mejor de todo era que su arte era suyo, completamente desconectado de su pasado y del nombre de su familia. Nadie sabía que M. J. Slater era Maja Hagen, la única hija del empresario más poderoso e influyente de Noruega.
¿Qué pensarían si lo supieran? ¿Les gustaría más su trabajo, o lo juzgarían con más severidad?
M. J. Slater era una artista desconocida que no tenía que soportar todo el lastre familiar. Que entre el de su padre y el de Jens Nilson sumaba bastante peso.
No, no iba a pensar en Jens. No ahora. No mientras estuviera en Noruega. Volver ya era bastante difícil sin tener que lidiar con los recuerdos.
Maja volvió a desviar sus pensamientos hacia su padre. Se preguntaba quién heredaría Hagen International, el imperio que su bisabuelo comenzó en los años veinte. ¿Quién heredaría sus casas, su arte, sus miles de millones? ¿Su madrastra? Tenía claro que ella no sería la beneficiaria. Cuando se había marchado, había renunciado a su nombre, su país y cualquier acceso al dinero familiar.
No se arrepentía de su decisión. Estaba triunfando o fracasando por sus propios méritos, alejada de las críticas de su padre y de la influencia de su apellido. Se había liberado de su control y ahora vivía la vida según sus propias reglas.
Maja observó a un joven, vestido de pies a cabeza con ropa de diseñador, detenerse frente a su fotografía más grande. Inclinó la cabeza hacia un lado y frunció el ceño, claramente perturbado por la provocativa imagen de un niño de la calle, harapiento y sucio, inclinándose para recoger un caro y enorme ramo de flores.
A algunas personas les encantaba su trabajo, otros recorrían la galería frunciendo el ceño. Fotografiaba a los incomprendidos y aislados, a los marginados, a personas que se encontraban fuera mirando hacia dentro, y a individuos que no encajaban del todo. Algunos odiaban sus vidas, otros se deleitaban en la libertad de no ser aceptados. La mayoría solo intentaba seguir adelante, aceptando la mano que la vida les había dado, jugando sus cartas lo mejor que podían, ya fuera en un gueto de Mumbai o en una mansión de lujo en Dubái.
Uno podía, como sabía Maja, ser tan infeliz siendo rico como siendo pobre. ¿Ponía distancia entre ella y sus sujetos porque le gustaba el concepto de estar aparte, porque se negaba a relacionarse con las personas más allá de cierto nivel de intimidad? Tal vez. Probablemente.
Otro joven se acercó para mirar la enorme imagen.
–¿Quién es el artista?
–M. J. Slater –respondió el primer desconocido–. Nunca había oído hablar de él antes, pero Daveed Dyson me dijo que es alguien a quien hay que seguirle la pista.
Daveed Dyson, el célebre crítico de arte, ¿hablaba de ella? Vaya. Pero ¿por qué todos asumían siempre que M. J. Slater era un hombre?
–¿Dónde vive?
–No tengo ni idea. No hay información sobre él.
Escocia era su hogar ahora, Edimburgo su ciudad. Era ciudadana del Reino Unido por su madre. Noruega guardaba demasiados malos recuerdos, demasiado arrepentimiento intenso, culpa y dolor, como para quedarse.
La última vez que estuvo en su ciudad natal era tan joven. Tan ingenua. Inicialmente convencida de que el amor triunfaría, que tenía una oportunidad contra el poder financiero y la influencia. No fue así. El amor se marchitó ante la riqueza y el poder acumulados durante generaciones, cuando se enfrentó a alguien tan despiadado y controlador como su padre.
Alguien tocó su hombro y Maja se giró para mirar a su frustrado gerente de negocios, Halston. Le entregó una copa de champán e ignoró su ceño fruncido. Él preferiría que ella estuviera vestida con algún vestido elegante, socializando y hablando de su arte con los invitados. No le gustaba mucho su necesidad de permanecer en el anonimato.
–¿Y bien? ¿Están gustando? ¿Las odian? –preguntó Maja, sintiéndose un poco insegura. Durante la mayor parte de su vida, su padre le había hecho sentir que no era suficiente, y aún necesitaba sentirse validada. ¿Alguna vez lo superaría? Esperaba que sí.
–Por eso vine a buscarte –le dijo Halston, haciendo parecer que estaba dando una instrucción a una camarera–. Está siendo un gran éxito. Una persona ha comprado cuatro de tus piezas más grandes esta noche.
Ella puso una mano en su corazón, aliviada.
–Genial. Pero solo podremos afirmar que la exposición fue un éxito cuando los críticos de arte publiquen sus reseñas dentro de una semana.
–El curador va a anunciar su identidad. Al parecer, es alguien importante. Vine a advertirte para que no te tome por sorpresa, por si quieres seguir oculta.
Halston se alejó y ella colocó su bandeja sobre una mesa. Luego se colocó detrás de un enorme arreglo floral para estar menos visible.
La atmósfera en la sala cambió de repente y la multitud frente a ella se movió para dejar paso. Alguien tocó un micrófono y pidió la atención de los presentes. Pero Maja solo tenía ojos para el hombre que estaba junto al curador de la galería.
Jens…
Había algunos vestigios del joven que había conocido y amado en el rostro del hombre que estaba al otro lado de la sala. Tan guapo como hacía años. Con su piel aceitunada y los ojos azul marino, casi negros, aunque parecía un poco más delgado. Su cabello, marrón oscuro, se veía tan espeso como siempre, tal vez un poco más corto para mantener los rizos bajo control. Siempre había sido un hombre grande, musculoso –trabajar en un barco de pesca no era para los débiles o enclenques–, pero ahora le parecía más alto, más poderoso.
Pero el cambio más grande estaba en su actitud, en su postura, en la inclinación sarcástica de su barbilla.
Buscó en su rostro, pero no pudo encontrar nada del joven que amaba hacerla reír, cuyos ojos se iluminaban con afecto, cuya boca se torcía con diversión. Aquella era una versión más dura, más resistente, más fría del Jens que había conocido…
Tan devastadoramente atractivo, mil veces más peligroso.
–Señoras y señores, demos la bienvenida a uno de los mecenas de nuestra institución, Jens Nilsen, el distinguido coleccionista de arte escandinavo, especialmente noruego. Esta tarde, en una exhibición privada, el señor Nilsen hizo una oferta y adquirió la serie Decay and Decoration de M. J. Slater, un total de cuatro imágenes, por una cantidad no revelada.
Maja no podía apartar los ojos de Jens. Era un campo de fuerza al que no podía resistirse. Lo observaba detenidamente, notando sus cambios, percibiendo lo que permanecía igual. Su presencia era un imán del que no podía desconectarse…
Contuvo la respiración cuando notó que los ojos de él escaneaban los rostros de la galería. La pasó por alto. Como le había dicho a Halston antes, nadie se fijaba en los camareros…
Pero ¿por qué había pedido una visita privada? ¿Había relacionado a M. J. Slater con ella? ¿Era esa la razón por la que había comprado su obra? No, eso no tenía sentido… Si supiera que la artista era la mujer que lo había rechazado a través de un vídeo, sería más probable que quemara su obra en lugar de comprarla.
Jens no tenía ni idea de que ella había actuado de esa manera para protegerlo de su padre. Nunca había querido que él fuera un daño colateral en su guerra familiar.
De repente, la cabeza de él se giró rápido y sus ojos se clavaron en los de ella. Maja dio un paso atrás, el calor de su mirada le clavaba los pies al suelo. Y mientras sus ojos la recorrían, quemándola, supo, sin lugar a dudas, que Jens sabía exactamente quién era ella.
Entonces, Maja decidió huir.
Sabía que no pasaría mucho tiempo antes de que él la encontrara en la pequeña y escondida zona de recepción del segundo piso. Maja se apartó de la ventana cuando oyó el suave clic de la puerta al abrirse. Soltó una maldición en voz baja, nunca esperó volver a verlo, él era parte de su pasado. Había pasado más de una década intentando superarlo, olvidarlo. Sin embargo, ahí estaba él, un metro noventa de inteligencia brutal, fuerza física y rabia contenida. ¿Cómo podía su efecto en ella seguir siendo tan fuerte, tan potente?
–Jens… –Ella tragó saliva, lamentando internamente el tono agudo de su voz–. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo me encontraste?
–Admito que eres una mujer difícil de rastrear, Maja –dijo él, cerrando la puerta y cruzándose de brazos.
–No sabía que me estabas buscando –respondió ella, ignorando su corazón palpitante. Le resultaba difícil respirar. Sentía cómo su pulso aumentaba y unos pequeños puntos aparecían ante sus ojos.
No, no iba a dejar que la emoción, y el pasado, el impacto de Jens, anularan su sentido común. Necesitaba recomponerse y pensar.
–¿Qué quieres? –preguntó ella.
–Quizás solo decirle hola a la mujer que pensé que se convertiría en mi esposa.
Maja tenía tantas preguntas. ¿Sabía que ella era M. J. Slater? ¿Por qué había comprado las fotografías? ¿Le preguntaría por qué estaba trabajando como camarera en el evento?
Él cruzó la habitación y tomó de la mesa de café un folleto que anunciaba la exposición. Maja, con un nudo en el estómago, se acercó a él. Inhaló una ráfaga de su colonia, algo amaderada y cítrica. Olía maravilloso, aunque una parte de ella deseaba que aún oliera a jabón y a mar.
–Después de enterarme de la muerte de Håkon, le pedí a mi abogado que te buscara –le informó él–. Pero no lo consiguió.
–¿Y justo has aparecido de casualidad en esta exposición?
–Llevo algunos años coleccionando arte. Los curadores a menudo se ponen en contacto conmigo. –Jens sonrió, pero Maja comenzó a temblar, aún sentía el impulso de salir corriendo por la puerta–. Me ofrecieron una invitación a una visita privada para ver la obra de M. J. Slater. En un principio la rechacé, pero como estaba un poco molesto porque no te encontraban, y porque necesitaba una distracción, al final decidí asistir. Entré una hora antes de que la galería abriera esta noche.
No parecía que él hubiera relacionado a Maja con la artista, gracias a Dios. Tal vez fuera una coincidencia de verdad, tal vez la había seguido fuera de la sala solo para saludarla. Pero ese no era el estilo de Jens. Él no hacía las cosas de manera simple, y la tensión en su cuerpo sugería que había algo más.
¿Qué quería? ¿Qué podría estar tramando?
Jens volteó el folleto y clavó un dedo en él. Maja tardó unos segundos en darse cuenta de que señalaba su pequeña pero llamativa firma.
–La «M» de tu firma es inconfundible.
Metiendo la mano en su chaqueta, sacó una delgada cartera de cuero y la abrió. Maja lo observaba paralizada mientras él sacaba una pequeña nota descolorida y la abría para mostrársela.
Jens, te amo. No puedo esperar para casarme contigo.
M
Y ahí estaba su «M» inconfundible, la misma que usaba cuando firmaba sus trabajos. Hasta un niño de tres años podría decir que fueron escritas por la misma mano.
Él sabía que ella era M. J. Slater.
–Nunca pensé que guardarías esa nota… –dijo ella con nerviosismo.
–Si la hubiera tirado, no estaríamos aquí. –Los ojos fríos y furiosos de Jens se clavaron en los de ella, haciéndola temblar–. Lo guardo como recordatorio de lo ingenuo que fui.
Maja se mordió la mejilla. El pánico, caliente e incontrolable, hizo que se le erizara la piel.
Volver a Noruega había sido una mala idea.
Después de crecer con un padre que la odiaba, que intentaba controlar todo sobre ella, había querido liberarse. De su control, de su influencia y del apellido Hagen. Se había prometido abrirse camino en el mundo del arte, lejos de la esfera de influencia de su padre, y durante los últimos doce años había trabajado duro para lograr ese objetivo.
Había regresado a Bergen solo porque esa exposición era una oportunidad que no podía perderse, un trampolín hacia las grandes ligas, una manera de dar a conocer su nombre. Había preferido no exponerse al público porque no quería que nadie indagara en su pasado. Evitaba a los medios y rechazaba todas las entrevistas individuales, queriendo que sus fotografías hablaran por sí mismas.
Bajo el nombre de M. J. Slater se sentía protegida. Y ahora que empezaba a ser reconocida, mantener su anonimato era de suma importancia. Tenía que convencer a Jens de que mantuviera su identidad en secreto. Pero ¿cómo?
–¿Qué quieres? –preguntó ella de nuevo, frunciendo el ceño ante la ansiedad en su voz–. Si quieres una explicación de por qué te dejé plantado y por qué te envié ese vídeo, por qué desaparecí, puedo hacerlo. Sé que te lo debo.
Después de disculparse y explicarle por qué lo hizo, le pediría que guardara su secreto. Así podría seguir adelante y dejarlo en el pasado, donde él debía estar.
Luego volvería a su habitación de hotel, llamaría al servicio de habitaciones y pediría el cóctel más grande que existiera.
Pero Jens inclinó la cabeza hacia un lado, entrecerró los ojos y su sonrisa no asomaba calidez por ningún lado.
–No me interesan las explicaciones ni las disculpas, Maja.
Ella frunció el ceño, confundida.
–Entonces, ¿qué quieres de mí?
A juzgar por el pánico y la furia en los expresivos ojos de Maja –una mezcla de dorado, verde y marrón ahumado–, parecía que no quería que él, ni nadie, supiera que ella era M. J. Slater. Y eso le daba la ventaja que necesitaba. Era la oportunidad que había estado buscando, su camino hacia la venganza.
Jens pasó su mano por el cabello. Ella era la última Hagen que quedaba, la única persona a la que podía dirigir su venganza, pero, por primera vez en años, no sabía exactamente cómo iba a conseguir lo que necesitaba de ella. Desde que descubrió quién era hacía apenas unas horas, y por pura coincidencia, se había encontrado en desventaja, una posición con la que no se sentía cómodo. Él dictaba las reglas, establecía los términos y operaba desde una posición de fuerza. Había olvidado cómo se sentía al estar indeciso, fuera de control.
Le había dicho la verdad cuando mencionó que había ido a esa galería para distraerse, pero inmediatamente había sentido una conexión con su obra y, antes de saber quién era ella, había hecho una excelente oferta por sus cuatro imágenes más grandes y mejores.
Había cerrado el trato y estaba a punto de irse ya cuando se fijó en la firma en el paspartú de una de sus pocas imágenes enmarcadas. La había observado durante un tiempo, incapaz de creer lo que su mente insistía en que era verdad: que M. J. Slater era Maja.
Sus caros abogados y su equipo de investigación no habían podido rastrearla, y ahora sabía por qué. ¿Había cambiado su nombre legalmente o M. J. Slater era solo un seudónimo que usaba para su trabajo?
Podría preguntar, pero Maja ya no era la chica dulce y dócil que recordaba.
Aún llevaba su cabello rubio de la misma manera, largo, rizado y suelto, y mantenía la misma figura esbelta y larguirucha.