Un pequeño desliz - Joss Wood - E-Book

Un pequeño desliz E-Book

Joss Wood

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Beschreibung

Miniserie Deseo 220 Se suponía que esta vez tenía que evitar la tentación. A Sadie Slade no le interesaban las relaciones amorosas. Ya había sufrido bastante durante su matrimonio con un hombre que la maltrataba verbalmente y su posterior divorcio. No quería arriesgarse a tener que volver a pasar por lo mismo. Pero Carrick Murphy, el apuesto director de la casa de subastas que la había contratado para investigar la autenticidad de un cuadro, irrumpió en su vida cambiándolo todo. Tras una inesperada noche de pasión juntos, ella no podía dejar de fantasear con repetir, complicando así su relación laboral. Y por si eso fuera poco, Sadie no tardó en descubrir que no solo estaba enamorada de él, sino que también esperaba un hijo suyo.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2020 Joss Wood

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un pequeño desliz, n.º 220 - enero 2024

Título original: One Little Indiscretion

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411806541

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Epílogo

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Prólogo

 

 

 

 

 

1. Escalar montañas. (Gracias, mal de altura).

2. Matrimonio. (No. Una vez fue más que suficiente).

3. Montar en un toro mecánico, como hizo durante las vacaciones de primavera. (Cuatro tequilas y ser zarandeada como una muñeca de trapo le valieron el apodo de «Pukey» durante meses).

4. Ah, y desear a Carrick Murphy. (Ese fue el mayor no-no de todos.)

 

Sadie Slade añadió la traqueotomía de urgencia a su lista mental de cosas que nunca volvería a hacer y se tocó el pequeño vendaje de gasa del cuello. Nunca había estado tan asustada.

De vuelta en su apartamento tras pasar la noche en el hospital, Sadie respiró hondo un par de veces e hizo balance. Los médicos le habían asegurado que la falta temporal de oxígeno cuando se había atragantado en el cóctel de Murphy la noche anterior no había comprometido sus facultades mentales. Pero quiso hacer un repaso de los hechos de todos modos.

Tenía veintinueve años, un doctorado en Historia del Arte y su propia empresa de tasación de obras de arte y rastreo de procedencias. Su mejor amigo era un príncipe árabe que había conocido en la universidad. Otra buena amiga, Beth, era también su asistente virtual y directora comercial. Sadie estaba en Boston para rastrear la procedencia de lo que podría ser un cuadro perdido de Winslow Homer para la empresa Murphy International.

Y desde que había aceptado el trabajo, no había dejado de lidiar con la molesta atracción que sentía por su sexy director general, Carrick Murphy. Un hombre con cuerpo de escándalo y cara perfecta, pero que tenía una pésima reputación.

¿Por qué no podía desear a un hombre que tuviera éxito y fuera honorable, alguien a quien pudiera respetar? Por una vez en su vida quería enamorarse de alguien que no fuera un embustero.

Pero aparte del inconveniente de imaginarse a Murphy desnudo todo el tiempo, se encontraba bastante bien.

Sadie se echó hacia atrás en la silla y se cubrió los ojos con el antebrazo. La noche anterior, antes de que llegara la ambulancia, había mantenido la mirada fija en el rostro de Carrick. Tenía unos ojos verdes increíbles. De mandíbula fuerte y boca sexy, con la nariz un poco torcida (apenas perceptible, probablemente se la había roto en algún momento), y un cuerpo capaz de hacer llorar a los ángeles.

Alto y musculoso. E inteligente.

Todo apuntaba a que era un hombre maravilloso… Excepto por el hecho de que era la misma clase de hombre que su exmarido. O eso le había informado Beth, que era la excuñada de Carrick.

Sadie trataba de evitar a ese tipo de hombres desde que se había divorciado del mujeriego obsesionado con el trabajo con el que había estado casada. Así que cuando Murphy International se puso en contacto con ella para investigar la autenticidad de lo que podría ser un cuadro perdido de Winslow Homer, se planteó rechazar el encargo.

Y solo porque sentía rechazo por los hombres ricos, arrogantes y atractivos que creían que podían hacer lo que quisieran, cuando quisieran, sin pensar en a quién hacían daño.

Pero las emociones no pagaban las facturas, y su cerebro empresarial insistía en que era una oferta que no podía rechazar. Murphy International era una de las tres casas de subastas más importantes del mundo, con clientes ricos y consolidados. La empresa gozaba de poder y respeto en el mundo del arte, y sería un gran impulso para su carrera si aceptaba el trabajo.

Así que había dejado París para trasladarse de manera temporal a Boston, su ciudad natal. Y, tal y como se había temido, ir a trabajar a Murphy International y ver a Carrick Murphy todos los días, era pura tortura.

Porque, cuando estaba en compañía de Carrick, olvidaba su pasado, olvidaba que él era el tipo de hombre que trataba de evitar y que había sido un esposo miserable para una mujer que consideraba su amiga. En cambio, disfrutaba de su mente aguda, su ingenio mordaz y su magnífico aspecto.

Cuando estaba sola, fantaseaba con él desnudo o lo castigaba por ser un imbécil mujeriego y desgraciado.

Pasar de la lujuria al desdén y viceversa era agotador. Pero por mucho que deseara poder culpar de todo su agotamiento a su atracción por Murphy, había sido el hecho de estar a punto de morir lo que había sacado a la superficie una marea de emociones encontradas.

Gratitud, miedo, soledad, vulnerabilidad…

Sadie se hundió más en el sofá y cerró los ojos. Una forma de evitar enfrentarse a sí misma, y a esas molestas emociones que normalmente ignoraba, era sumirse en el sueño.

 

 

Después de que Carrick aporreara la puerta de su apartamento durante un par de minutos, Sadie abrió por fin, con un aspecto aturdido que la hacía todavía más sexy.

Había estado durmiendo. Tenía una marca de cojín en la mejilla y los ojos empañados. Debería sentirse mal por haberla despertado, había pasado veinticuatro horas infernales, pero estaba tan agradecido de poder verla de pie, de oír su respiración, de mirar sus bonitos ojos azules.

Ver el terror en ellos la noche anterior le había dado un susto de muerte.

Carrick dio un paso atrás y se quedó mirándola con una mano apoyada en el marco de la puerta. Su relación con ella era tan solo laboral, pero, por primera vez en dieciocho horas, su corazón dejó de dar vueltas y se calmó al comprobar que estaba bien.

No tenía la menor idea de por qué le afectaba tanto esa mujer a la que apenas conocía. Tenía que ser porque estaba trabajando para Murphy y él se sentía responsable de ella en cierta manera. Esa era la única razón que se le ocurría, porque no tenían ningún otro tipo de conexión emocional.

Porque él no conectaba con nadie, ni de manera emocional ni de ningún otro tipo.

Al menos, no durante mucho tiempo. Y nunca más volvería a cometer el mismo error.

–Hola –murmuró Sadie–. ¿Carrick? Umm… ¿Qué haces aquí?

–Solo quería saber cómo estabas –dijo tratando de sonar despreocupado, pero no lo consiguió–. Pareces… –Carrick se esforzaba en encontrar la palabra correcta.

Iba vestida con un jersey rojo de hombros caídos, unos leggings negros y unos calcetines también negros muy mullidos. Llevaba la cara desmaquillada y el pelo recogido en una coleta algo despeinada. Un pequeño vendaje le cubría el corte de la garganta.

Nunca había visto a una mujer tan hermosa. Y, Dios, estaba viva…

Sadie dio un paso atrás para permitirle entrar en el apartamento.

–Lo siento, soy un desastre. No esperaba compañía. Pasa.

¿Por qué las mujeres pensaban que ser un desastre era malo?

Al cerrar la puerta, Sadie se dio cuenta de que él llevaba un enorme ramo de flores.

–¿Son para mí?

–Sí. Claro que sí. Toma –dijo él mientras le tendía el ramo y la cara de Sadie desaparecía de su vista entre tanta flor. En ese momento, Carrick empezó a angustiarse, necesitaba ver su rostro, seguir mirándola.

¿Por qué?

No era propio de él y no lo entendía. Felizmente divorciado desde hacía mucho tiempo, seguía el ritmo de su propio tambor, no tenía tiempo para involucrarse con nadie ni dejarse llevar por emociones complicadas. Se negaba a tener que dar explicaciones, tanto a sí mismo como a los demás.

Amaba y protegía a sus hermanos y era leal a los pocos amigos íntimos que tenía. Pero Sadie Slade no era ni de su familia ni su amiga. Entonces, ¿por qué reaccionaba así?

–¿Querías hablar conmigo? –preguntó Sadie.

Hablar estaba sobrevalorado; podía transmitir su opinión de otras maneras. Le quitó el ramo de los brazos y lo dejó caer al suelo. Dudó un momento, esperando a que ella protestara. Al ver que no lo hacía, le tapó la boca con la suya, bebiendo su calor, su sabor…, su maldita vitalidad.

Carrick la movió hacia atrás hasta que la espalda de Sadie tocó la pared y él apoyó sus manos en el frío yeso sobre la cabeza de ella. No quiso tocarla más que con la boca. Porque si sus manos tocaban su piel, entonces estaría perdido y no pararía hasta tenerla desnuda, jadeando y gritando su nombre.

Sin embargo, ella no tuvo ningún problema en usar las manos. Carrick sintió cómo le sacaba la camisa de los pantalones y sus manos le acariciaban la piel desnuda por encima del cinturón rozándole la espalda. Cada músculo de su cuerpo se contrajo y se preguntó dónde había ido a parar todo el oxígeno de la habitación.

Pero no importaba, porque Sadie lo estaba besando. Y lo hacía con mucho entusiasmo.

La lengua de ella se introdujo en su boca mientras le rodeaba la cintura con los brazos, diciéndole en silencio que deseaba hacerlo tanto como él. Incapaz de mantener las manos quietas ni un segundo más, dejó que se deslizaran sobre la piel desnuda que dejaba al descubierto el jersey oversize de ella y se maravilló de su suavidad. ¿Sería así de suave en todas partes?

–Tócame, Carrick –murmuró Sadie. Su respiración entrecortada por los besos fue todo el estímulo que necesitaba. Le subió el jersey para poder acceder mejor a su embriagadora piel. No llevaba sujetador, gracias a Dios. Él bajó la cabeza para besarle el cuello y le dijo todo lo que quería hacer con ella.

Los gemidos de excitación de Sadie lo animaron a hacer eso y mucho más.

Cuando ella llevó una de las manos de Carrick a su pecho, él gimió al instante al sentir el tenso pezón en sus dedos. Necesitado de probarla, le subió el jersey por la cabeza y se quedó contemplado con mirada ardiente sus maravillosos pechos. Firmes y erguidos, con unos bonitos pezones rosados que pedían a gritos…

–No puedo esperar más. –Carrick agachó la cabeza y rozó el pezón con la lengua antes de metérselo en la boca para succionarlo. Luego pasó al otro pecho y, después de prestarle la misma atención, levantó la cabeza y hundió los dedos en el pelo de Sadie–. Quiero llevarte a la cama.

–Lo sé –dijo ella.

Él se inclinó para apoyar su frente contra la de ella.

–Eso no es un sí, Sadie.

Entonces, Sadie lo agarró de una mano y lo condujo por el pasillo hasta su dormitorio. Una vez allí, se bajó los pantalones por las caderas, arrastrando consigo su ropa interior. Se quitó los calcetines y se quedó desnuda ante él.

–Hazme el amor, Carrick. Me haces sentir tan…

–¿Caliente? ¿Excitada?

–Viva –susurró Sadie–. Ahora mismo, necesito tanto sentirme viva…

Él podía dárselo. Y así lo hizo.

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Carrick Murphy oyó el chasquido de la cerradura de la puerta del baño y giró la cabeza para enterrar la cara en la almohada de Sadie, que olía a gloria.

Demonios.

Cuando la noche anterior había salido de su casa de Beacon Hill, su intención había sido comprobar cómo estaba la nueva investigadora de arte que Murphy había contratado. Porque, como se repitió a sí mismo durante el trayecto hasta su apartamento, solo la necesitaba a título profesional. Necesitaba sus conocimientos para autentificar un cuadro y poder incluir el posible Homer en la tan esperada subasta que tendría lugar en primavera. Le había llevado flores con intención de tener un gesto entre cliente y asesor, intentando convencerse a sí mismo de que su visita no tenía nada que ver con que Sadie fuera una mujer despampanante.

Soltando un resoplido de frustración, Carrick buscó su ropa. Lo menos que podía hacer para que la mañana fuera menos incómoda era estar vestido cuando Sadie decidiera salir del baño.

Carrick se vistió con los pantalones y, sin abotonarse la camisa, comenzó a ponerse los calcetines y luego los zapatos. Miró la puerta, deseando poder escabullirse. Pero Sadie no era una de esas mujeres a las que no volvía a ver tras una noche de sexo. No podía irse sin más. Tendría que seguir viéndose con ella, ya que le estaba pagando una cifra desorbitada por su labor en la autentificación de un cuadro. La necesitaba…

Pero solo a nivelprofesional.

Se había entrenado para no necesitar más a nadie.

Desde que se divorció de Tamlyn, siempre pensaba mucho con quién se acostaba y las posibles consecuencias que tendría. Temía que sus amantes luego fueran con el cuento a la prensa. Pero la necesidad irrefrenable de acostarse con Sadie había ahogado todos sus temores y consideraciones.

Se habían deseado mutuamente y su cerebro había dejado de pensar. Esperaba que ella no pensara que lo que había pasado entre ellos fuera el comienzo de algo especial… Que ella quisiera más de lo que él podía darle.

Porque eso no iba a pasar.

Había perdido a demasiadas mujeres a las que amaba y apreciaba: a su verdadera madre, su madrastra y su cuñada por la muerte, y a otra cuñada por el divorcio. Su propio divorcio lo dejó sin esperanzas, sin sueños y sin la ilusión de tener una familia, una pareja, una esposa con la que envejecer.

Cuanto más se acercaba alguien, más daño podía hacerle. Su ex era la prueba de ello.

Carrick se frotó la cara con las manos.

Sí, Tamlyn le había amargado la vida, así que no se molestó en volver a salir con nadie, se conformaba con aventuras de una sola noche, le daban menos problemas. Aunque el sexo con desconocidas nunca era tan bueno como cuando había una conexión emocional de pareja.

Sin embargo, el sexo con Sadie sí había sido estupendo.

Había olvidado que apenas la conocía, que era su primera vez. Hacer el amor con ella había sido tan natural como respirar; como si su cuerpo ya reconociera el suyo. No había habido momentos incómodos ni de indecisión. Y lo peor de todo era que Sadie había sido la mejor amante que había tenido nunca, mejor incluso que aquellos primeros y embriagadores días con Tamlyn.

Su noche de sexo con Sadie había superado todas sus expectativas y había dejado el listón muy alto para sus próximas aventuras de una noche.

Si es que volvía a tener otra…

Carrick se levantó y se dirigió a la cocina. Lo menos que podía hacer era preparar el café.

Cambió el filtro de la cafetera, echó un poco de café y llenó el depósito de agua. Después de darle al interruptor, volvió al salón y no pudo evitar agarrar la camiseta de ella para inhalar su aroma, que parecía haber sido diseñado para hacerle perder la cabeza.

–¿De verdad estás oliendo mi camiseta?

Mierda. Estaba arruinado. La única opción que tenía era pasar a la ofensiva.

–¿Qué es ese olor? –preguntó, tratando de parecer despreocupado y dejando caer la camiseta donde estaba–. No consigo identificarlo.

–Jazmín y azahar –respondió Sadie. Se había duchado y llevaba el pelo mojado. Vestía unos vaqueros desteñidos y un jersey holgado de color arándano.

–Recuérdame que te compre provisiones para diez años.

–Ojalá pudiera –dijo Sadie con una sonrisa un tanto apenada–, pero el perfumista que lo hace se niega a preparar grandes lotes y solo abre su tienda de Montparnasse cuando está de humor. Y no creas que eso pasa con mucha frecuencia.

Ella no perdía de vista su pecho desnudo. Carrick empezó a abrocharse la camisa, pero de repente bajó las manos. Era un hombre inteligente y se había dado cuenta del deseo en la mirada de Sadie y del rubor en sus mejillas.

«Tranquilízate, Sadie. Por el amor de Dios, resiste el impulso de tocar ese musculoso pecho. ¡Encuentra otra cosa que hacer con tus manos!».El desayuno. Podía encargarse de hacer el desayuno.

–Tengo entendido que tienes un apartamento en París –dijo Carrick, siguiéndola hasta la cocina y observando cómo sacaba cruasanes de la despensa y mantequilla y mermelada de la nevera.

–Sí, tengo una caja de cerillas en Montparnasse. Es un apartamento minúsculo, de una sola habitación. Aunque hay espacio suficiente para mi ropa, mis libros de consulta y para mí. –Sadie le miró de arriba abajo–. Tú parecerías Gulliver en Liliput allí dentro.

–¿Gulliver? ¿Lilliput? –Entonces cayó en la cuenta y le cambió la cara–. ¡Ah, vale! Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift.

–Lo siento, soy una empollona de los libros. Y una empollona del arte. Y de un montón de cosas inútiles también.

–Me gustan los empollones –dijo Carrick, mirándola como si fuera la empollona más sexy que hubiera visto nunca, pero Sadie pensó que tenía que haber sido fruto de su imaginación–. Mi hermano Finn es el rey de las referencias extrañas y triviales. Estoy acostumbrado a oír cosas raras e inútiles.

En cuanto el café estuvo listo, ambos se sentaron cada uno a un lado de la isla de la cocina a desayunar. No estaba siendo tan incómodo como él esperaba, aunque necesitaba decir algo, lo que fuera, para dejar claro que ambos pensaban lo mismo y que había sido sexo de una sola noche.

Pero Sadie estaba fuera de su zona de confort. Ella no tenía aventuras con hombres extraños. Nunca se acostaba con gente con la que trabajaba. Y menos aún con hombres (como su ex y, supuestamente, como Carrick Murphy) que trataban a las mujeres y el sexo como si fueran juguetes.

–Lo de esta noche ha sido un error –dijo Carrick a bocajarro, sacando a Sadie de sus pensamientos.

«¡Qué sorpresa! Ya estaba tardando…», pensó ella con cinismo mientras él se metía en la boca un trozo de cruasán untado con mermelada de fresa, masticaba y tragaba como si nada.

–He venido solo para ver cómo estabas. Es evidente que nos hemos dejado llevar un poco –dijo Carrick en ese tono calmado que solía usar y que ahora le ponía los pelos de punta–. Espero que no afecte a nuestra relación laboral.

¿Qué quería decir con eso? ¿Pensaba que el haber tenido sexo significaba comenzar una relación? Era una mujer moderna, capaz de separar el sexo de los sentimientos. No corría peligro de enamorarse de él tras una noche de sexo fantástico y alucinante. Había oído que él había dejado un rastro de corazones rotos por todo Boston, pero ella no era tan débil como para pasar por eso.

Ya no.

–Estoy segura de que no habrá ningún problema –afirmó Sadie con tono firme–. Siempre y cuando te quede claro que solo me basaré en las pruebas para hacer el informe sobre el Homer.

Carrick dejó el cruasán en el plato.

–¿Y por qué demonios crees que esperaría que amañaras los resultados del cuadro? El arte habla por sí mismo. Siempre lo ha hecho y siempre lo hará.

No había sido así con su ex. El límite de la moralidad de Dennis fluctuaba bastante y no había dudado en utilizar cualquier medio para influir en el resultado de un trato, o de una relación, en su beneficio propio.

Solo eran palabras, pero en cierto modo la respuesta de Carrick había sido un alivio para ella. Que fuese una persona íntegra le facilitaba el trabajo.

Pero volviendo a por qué estaba en su cocina a primera hora de la mañana de un lunes…

–Bueno, de ahora en adelante, sugiero que olvidemos lo que pasó anoche. Estuvo bien, muy bien…, pero tengo trabajo y repetir lo de anoche no creo que sea una buena idea.

–Sería demasiado complicado –añadió Sadie en tono alegre, deseando parecer despreocupada.

Carrick bebió un sorbo de café y apretó los dedos alrededor del asa de la taza.

–De acuerdo, si eso es lo que sientes.

¡No, no era así! ¡O sí, sí lo era…! ¡Arrgh! ¡No sabía qué sentir! Todo lo que sabía era que la última vez que se había metido en la cama con un hombre encantador, su vida había quedado destrozada. No podía permitir que eso volviera a ocurrir.

Sadie dejó el cruasán a un lado. Dios, deseaba que se marchara, que le diera algo de espacio. Necesitaba tiempo para asimilar que había estado a punto de perder la vida y que acababa de tener sexo con el tío bueno que estaba ahora en su cocina. Alargando la mano sobre la encimera, Carrick la agarró de una muñeca.

–Sadie, mírame.

Ella se revolvió el pelo húmedo y aspiró hondo antes de obedecer. Sus ojos se clavaron en los de él y tuvo que recordarse a sí misma que debía respirar.

La sonrisa de Carrick era amable, tanto como podía serlo la de un hombre duro.

–Gracias por una noche increíble. Espero que la hayas disfrutado tanto como yo.

Y así había sido para ella. La mejor noche de su vida.

–Debería irme. Por desgracia, mi empresa no funciona sola.

Sadie sabía que debería sentirse aliviada, o incluso feliz, al oír que él estaba a punto de irse, pero solo sintió decepción. Lo cual era estúpido, porque no hacía ni un par de minutos que había estado rogando por quedarse sola.

Carrick le soltó la muñeca y empezó a abrocharse los botones de la camisa. Ya en pie, terminó de colocarse la ropa y se metió el último trozo de cruasán en la boca. Caminó alrededor de la isla para acercarse a Sadie, se quedó mirándola y, cuando él bajó la cabeza apuntando hacia sus labios, ella contuvo la respiración. Al darse cuenta, él se estremeció.

–Me alegro mucho de que estés bien después de tu incidente de asfixia.

Gracias a la rápida reacción de su hermana Tanna, ella estaba en casa, sana y salva después de haber estado en el hospital. Y agotada después de una noche intensa de sexo.

Muy intensa.

Carrick le levantó la barbilla con un dedo para mirar la gasa estéril que tenía en el cuello.

–¿Te duele?

–El corte es pequeño y se curará rápido –dijo Sadie tras negar con la cabeza–. Aunque estoy considerando hacerme vegetariana.

Carrick sonrió con la boca torcida.

–Podría haberte ocurrido lo mismo con un trozo de zanahoria.

–Lo sé, pero creo que tendrá que pasar mucho tiempo hasta que me atreva a tragar otro trozo de carne de Kobe. O de cualquier otra carne…

–Te entiendo. –Carrick miró su reloj e hizo una mueca de dolor por la hora–. Lo siento, debo irme. Tengo una reunión a las nueve y todavía tengo que llegar a casa y ducharme.

–Podrías ducharte aquí –le propuso Sadie en voz baja–. Si eso te ahorra algo de tiempo.

Esperó a que se lo pensara, sabiendo que si le hacía la más mínima insinuación de que se uniera a él, le resultaría muy difícil mantenerse firme en su decisión de no tocarle nunca más.

–Gracias, pero no es necesario. Creo que será mejor que vaya directo a la oficina y me duche en el gimnasio de la empresa. Siempre tengo ropa limpia y cosas de aseo en el baño ejecutivo que comparto con mis hermanos, así que no habrá problema.

Sadie lo siguió por el pasillo mientras caminaba hacia la puerta de la entrada.

–Supongo que hoy no vendrás. Tal vez deberías descansar un poco y recuperarte.