Años robados - Jill Monroe - E-Book

Años robados E-Book

Jill Monroe

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Beschreibung

Cuando Jessie Huell, investigadora privada, apareció como invitada en un popular programa de Atlanta, se encontró de forma inesperada con Cole Crawford, el chico del que había estado enamorada en el instituto y que resultó ser el atractivo productor del programa y uno de los ganadores del premio multimillonario de la lotería... además de un gran problema para ella. Desde ese momento, Jessie se convirtió en la portavoz oficial de todas las personas que estaban teniendo una aventura amorosa. Cole y ella estaban haciendo cosas muy ardientes y excitantes en los mismos lugares que había jurado evitar. Si no tenía cuidado, el asunto se volvería serio y acabaría teniendo que buscar los trapos sucios de Cole Crawford... ¡porque ese hombre era demasiado bueno para ser verdad!

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 2009 Jill Monroe

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Años robados, Elit nº 436 - diciembre 2024

Título original: Tall, Dark and Filthy Rich

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788410741607

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

—¿Alguna vez has pensado que tal vez éste no sea el trabajo que de verdad te gusta? —preguntó con aburrimiento Dana, periodista del Atlanta Daily News, mientras se metía una bolita de chocolate en la boca.

—No. ¿Por qué? —respondió Jessica Huell encogiéndose de hombros. Ella era una de las personas a las que la periodista estaba entrevistando para su artículo «Los profesionales más interesantes de Atlanta»—. Espera, agáchate —dijo, empujando la cabeza de Dana bajo el salpicadero del coche.

Las dos se encogieron hacia el suelo del coche de Jessie, lleno de las bolsas de comida rápida que habían comido esa noche.

Jessie escuchó con atención. Habían bajado un poco las ventanas para que les entrara aire y para oír mejor. A las dos de la mañana, esa calle residencial de Atlanta estaba tranquila. Pudo oír sin problema el sonido de unos tacones sobre la acera, la puerta de un coche abrirse y cerrarse y un motor encenderse.

Después de contar hasta diez, asomó la cabeza. El coche azul. ¡Bingo! Lo vio alejarse y girar a la izquierda. Contó diez segundos más y después, lentamente, lo siguió.

Dana se sentó y se frotó los músculos del cuello.

—Ya no me parece que eso de ser investigadora privada sea tan genial.

Bien. Jessie agarraba el volante con satisfacción. Ser investigador a veces podía ser peligroso y excitante, pero la gente que decidía dedicarse a ello atraída por esas cualidades, acababa decepcionada al ver que no todo era así. Su trabajo entrañaba dificultad, noches muy largas y pocas horas de sueño. Y aburrimiento. Mucho aburrimiento.

—Bueno, me alegro de que esto se haya acabado —dijo Dana mientras buscaba algo en su bolso—. No sé cuánto más podría aguantar metida en este coche.

—Bueno, aún no hemos acabado.

La reportera dejó de aplicarse el brillo de labios.

—¿Por qué? Ya tienes la foto de él con la mujer.

Jessie se alejó un poco más del coche al que estaba siguiendo. Incluso en una ciudad grande como Atlanta, que un coche fuera tras otro resultaría sospechoso después de las dos de la mañana.

—Una fotografía sólo cuenta parte de la historia. No sabemos quién es la mujer ni qué relación tiene con el señor Roberts.

—Lo ha abrazado y después se ha quedado en su casa tres horas. No creo que sea la doncella. No con esos zapatos.

A Jessie le encantaron esos zapatos de aguja y eso que ella no era muy aficionada a los zapatos. En su trabajo unos zapatos tan sofisticados no servían de mucho, a pesar de la imagen tan cinematográfica de su profesión.

Sonriendo, Jessie no apartaba la mirada del sedán que llevaba delante. Estaban recorriendo calles laterales y pronto llegarían a una zona residencial. Rezó por que el coche la llevara hasta una casa unifamiliar en lugar de a un bloque de apartamentos. Esos eran los peores. Demasiado esfuerzo para nada.

¡Sí! La propietaria de esos fabulosos zapatos de aguja estaba deteniéndose frente a una casa. Jessie se detuvo con la esperanza de poder ver a la mujer entrar antes de pasar por delante de ella.

Después, fue avanzando lentamente, intentando pasar lo más desapercibida posible, como si fuera alguien del barrio. Y ése siempre había sido su fuerte: nunca había destacado sobre los demás y, a diferencia de la periodista que llevaba al lado, jamás se había aplicado brillo de labios en el coche.

Con una sutil mirada hacia el número que había delante de la casa, siguió su camino.

—Esto ha sido mucho más divertido. Hemos estado a punto de que nos descubran —dijo Dana casi sin aliento.

—No hemos estado a punto de que nos descubran —le dijo Jessie secamente. No le gustaba que exagerara la situación y que luego la plasmara en su artículo haciéndola quedar como una mujer poco profesional.

—No tienes por qué enfadarte. Quería decir que ha sido lo más emocionante que nos ha pasado desde que la rubia ha aparecido, cuando aún creía que esta noche sería interesante —le guiñó un ojo—. ¿Y ahora qué?

Jessie era una mujer que se basaba en hechos, las conjeturas no formaban parte de su mundo, pero en las solitarias horas que seguían a la medianoche, el «Juego de la Especulación» era lo único que la mantenía despierta. Lo único que le generaba algo de interés. Tal vez Dana tuviera razón y tenía que buscarse otro empleo.

No. Amaba su trabajo. Decirle a una mujer la verdad, como por ejemplo, que el hombre con el que estaba a punto de casarse era un cretino, siempre era algo bueno. Ojalá alguien le hubiera abierto los ojos a ella antes de que su prometido se mostrara como el canalla que era en realidad.

Miró a su compañera, cuyo portátil iluminaba el asiento delantero.

—Ahora es cuando empiezo a especular sobre adónde irá.

—¿Qué quieres decir? Acabamos de verla entrar en su casa —dijo Dana, sin molestarse en levantar la vista del teclado.

—No, me refiero a qué querrá hacer con ese microchip robado que él le ha dado antes.

Dana dejó de escribir y la miró.

—Microchip… Creí que sólo era un tipo que no pasa los jueves por la noche con su novia.

Jessie puso su mejor expresión burlona.

—Oh, no. Puede parecer un contable que trabaja horas extra para comprar un anillo de compromiso, pero en realidad ha escapado de una tierra muy lejana y los agentes secretos de su país lo han encontrado.

—Del país de la Invención, ¿tal vez? —preguntó Dana sugiriendo con sus gestos que ella también podía participar en el Juego de la Especulación.

—Exacto. Y ahora esa mujer lo está acechando, pero él no revelará sus secretos.

—Sabía que había algo sospechoso en esos zapatos de aguja. Son unos auténticos zapatos de espía. Pero él le ha dado un chip falso, lo sé —se rió—. ¿Así que te inventas historias así toda la noche?

—Hace que sea un poco más divertido.

—Eso sin duda. La verdad es que esperaba que alguien furioso por que hubieras descubierto su aventura clandestina fuera detrás de ti con una pistola. Eso habría hecho que este caso fuera más interesante.

—Pues siento haberte decepcionado.

—Pero lo pensé antes de conocerte. Ahora ya no quiero que nadie te apunte con una pistola, prefiero que tu trabajo siga siendo aburrido —le dijo con una sonrisa.

Jessie detuvo el coche en el aparcamiento de una cafetería.

—Entonces te va a encantar esta parte. Estás a punto de presenciar el emocionante momento de introducir la dirección en la base de datos.

—¿Y qué tiene eso de emocionante?

—¿No he mencionado lo de los gofres?

 

 

Cole Crawford buscó la caja de antiácidos por su escritorio y se tragó unas cuantas pastillas sin agua.

—Te pillé —dijo Nicole Reavis al asomar la cabeza por la puerta.

—Sí, está empezando a ser uno de esos días.

—¿En serio? ¿Quieres decir que las cosas no le van bien al hombre que tiene un don especial para saber lo que sienten y piensan las mujeres? —preguntó con una fingida mirada inocente.

Últimamente las mujeres de la cadena se habían acostumbrado a citar las palabras que Dana Roberts había escrito en su artículo del Atlanta Daily News y que contenía otras como: «un soltero sensible que entiende las necesidades de una mujer fuera del dormitorio y que sabe lo que esa mujer está pensando antes de que ni siquiera ella lo sepa».

Lamentaba haber aceptado hacer la entrevista. ¿Los profesionales más interesantes de Atlanta? Jamás volvería a hacerlo. De ahora en adelante dejaría que toda la atención se centrara en Eve Best, la estrella de Entre nosotras que él había descubierto tiempo atrás.

Nicole agitó un recorte de periódico delante de su cara.

—Parece que tu reportera favorita tiene una nueva víctima y esta «interesante profesional» podría ser una gran aparición en nuestro programa.

Uno de los trabajos de Nicole como productora de las historias que se trataban en el programa era devorar periódicos, revistas y páginas de internet en busca de esos temas tan calientes que los telespectadores adoraban.

Los últimos habían sido verdaderos éxitos y cada semana tenían más audiencia.

Unos meses atrás, varios compañeros de la cadena y él habían ganado el premio más alto de la lotería de Georgia. Los treinta y ocho millones de dólares habían generado una gran expectación entre la prensa, y por eso cuando Liza Skinner, una antigua compañera de la cadena, había filtrado a la prensa que tenía planeado reclamar parte del premio, en el programa se había armado un gran revuelo. Ante la amenaza de una demanda para retener el dinero del premio, los patrocinadores hacían cola para que sus productos aparecieran en el programa y cada vez había más telespectadores que veían Entre nosotras para no perder detalle de las últimas noticias sobre la controversia y que finalmente se enganchaban al programa porque era realmente bueno.

Ahora con abogados de por medio, el grupo había decidido no hablar con la prensa, pero cuando una de las ganadoras era Eve Best, la estrella de Entre nosotras, mantenerse callado no era fácil. Por suerte, el resto de los ganadores no estaban delante de la cámara. Jane Kurtz se encargaba del maquillaje, Nicole buscaba las historias y Zach Haas era operador de cámara.

Aún no podía creerse que Liza se creyera con derecho a recibir parte del premio. Sí, era cierto que había jugado a la lotería con ellos cuando trabajaba en la cadena, pero se había marchado de la ciudad sin dar ninguna explicación y el dinero que había aportado se había gastado antes de que les tocara el premio.

El error de todos había sido seguir jugando al mismo número que jugaban con ella.

Se sentía demasiado estresado y el bicarbonato se había convertido en su aliado. Con la mitad del equipo yéndose de viajes, mudándose y casándose, su trabajo se había multiplicado. Por suerte, las cosas se estaban calmando justo antes de que llegara noviembre, ese momento tan importante en que se medían los índices de audiencia. Eso siempre tenía prioridad sobre las relaciones personales.

Miró el artículo que Nicole le había dejado sobre la mesa.

—¿Un detective privado?

—Esta mujer prácticamente te garantiza que va a encontrar trapos sucios en cualquier cosa que tenga pene.

Eso le encantaba a la audiencia. La llamaría a pesar de estar traicionando a su género.

—Parece interesante. Ya sabes que no tienes que esperar a que le dé el visto bueno a tus ideas. Puedes llamar a quien quieras.

—Bueno, la verdad es que los dos habéis nacido en el mismo lugar y creí que tal vez la conocieras. Según el artículo, sólo es un poco menor que tú.

Él era del pequeño pueblo de Thrasher de la Georgia rural, y la mayoría de la gente se había quedado por allí tras graduarse, algunos trabajando en los negocios que aún prosperaban en la zona y otros en los pinares por los que Georgia era tan famosa.

Ojeó el artículo hasta encontrar un nombre: Jessie Huell.

Una sonrisa se marcó en sus labios. La dulce Jessie Huell. Una profesión extraña para alguien con un corazón tan noble como ella. Pero ya que su padre era jefe de policía, tal vez llevara la pasión por la investigación en la sangre.

Siempre se había preguntado qué habría sido de la bondadosa hija del policía después de haberla dejado. Probablemente ella no lo sabría jamás, pero una noche le había salvado la vida a él. ¿Pensaría en él alguna vez?

Lo dudaba.

—¿Tienes el número de su casa o sólo éste de la oficina?

—Sólo el del despacho. Pensé que querrías contactar tú con ella. Además, ya que tienes tanto tacto con las mujeres, supongo que la convencerás para venir enseguida.

Con una risa, Nicole salió de su despacho.

El hombre con un don especial para conocer las necesidades de las mujeres resopló. Pensar en ello hacía que le dieran ganas de salir a comprar herramientas. Una buena sierra de mano, por ejemplo, algo que requiriera únicamente de fuerza bruta.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Jessie salió de la cama y, gruñendo, se quitó el antifaz que usaba para dormir. Siempre le costaba despertarse cuando la gente ya llevaba varias horas trabajando.

Pero eso no fue lo que hizo que su corazón latiera con fuerza. Tenía la sensación de que iba a suceder algo, de que iba a acceder a hacer… algo. Tras frotarse los ojos, vio un sobre junto a su mesilla de noche con algo que ella misma había escrito.

Ah sí. Tenía el recuerdo de haber respondido una llamada de teléfono y de haber anotado algo rápidamente.

¿Cuántas veces se había dicho que no tenía que responder al teléfono después de haber pasado toda la noche despierta? Pero con la escasez de trabajo, ya no desconectaba el teléfono.

¿Quién se había atrevido a llamarla a las nueve de la mañana?, se preguntó antes de pensar que ésa era una hora normal para el resto de trabajadores.

Estiró los músculos. Los oscuros paneles que cubrían las ventanas aseguraban que la brillante luz de Atlanta no se colara en su dormitorio mientras intentaba dormir.

Eso también le había puesto difícil encontrar la lámpara hasta que había instalado ese dispositivo para encenderla con una palmada. Ahuecó la almohada, se la colocó detrás de la espalda, y apoyada contra el cabecero de la cama, respiró hondo.

Probablemente a las nueve de la mañana habría respondido que sí a cualquier cosa que le hubieran preguntado por teléfono con tal de poder seguir durmiendo. Ojeó las palabras que había garabateado y se preparó para descubrir a qué había accedido.

Bueno, no era demasiado malo. Una entrevista para Entre nosotras, el programa que solía ver por las tardes mientras desayunaba.

Si esa entrevista salía bien, podría resultar beneficiosa para su trabajo. Ese artículo suyo en el periódico ya le había dado una buena subida a sus ingresos. Unas cuantas semanas más como ésa y podría terminar de pagar el equipo de visión nocturna y la minicámara.

Unas mujeres compraban zapatos.

A otras les gustaban los bolsos.

Y ella no podía resistirse a los artilugios para espías; de hecho, ya le había echado el ojo a la cámara digital bolígrafo. Era un objeto ilegal en los cincuenta estados y su precio estaba por encima de los dos mil dólares, pero era todo lo que necesitaba para delatar a un hombre.

Se frotó la nuca. Pasar tanto tiempo sentada en el coche le destrozaba esa zona del cuerpo. Después vio el nombre que había escrito debajo de la hora a la que la habían citado para la entrevista previa al programa.

Cole Crawford.

En el momento de la llamada no lo había reconocido, pero ahora estaba totalmente segura. El pulso se le había acelerado y le sudaban las manos.

¡Vaya! Le extrañaba no haber escrito la «O» con forma de corazón, como hacía cuando tenía dieciséis años y no dejaba de escribir en su diario las palabras: «Jessie Crawford».

Lo que su cuerpo adormilado no había sentido esa mañana lo estaba sintiendo ahora. Tenía la boca seca y mariposas revoloteando en el estómago.

A lo mejor era bueno que Cole Crawford nunca la hubiera besado. Probablemente se habría desmayado allí mismo… aunque habría sido una desmayada feliz. Sin embargo, Cole Crawford nunca había intentado nada con ella. Ni una sola vez.

Después de dejar el sobre encima de la cama, entró corriendo en el baño y se echó agua fría en sus mejillas encendidas. No quería volver a ver a Cole. Él era su hombre ideal, lo había tenido en un pedestal antes de darse cuenta de que los hombres podían ser unos auténticos canallas. Había sido el chico de sus sueños. Guapo, inteligente, con los hombros anchos. ¿Por qué iba a arruinar su fantasía volviendo a verlo?

Seguro que ya no le veía igual. Tal vez esos hombros anchos que había visto en el instituto sólo lo habían sido porque era dos años mayor que ella. ¿Y si ahora tenía entrecejo? Una persona podía cambiar mucho en nueve años.

«¡Para!». ¿Por qué se estaba haciendo eso?

Jessie había aprendido hacía mucho tiempo que ni Papá Noel ni el Ratoncito Pérez existían, pero por alguna razón no quería perder la ilusión de que Cole Crawford existía y que era perfecto.

Casi todas las otras ilusiones que había tenido sobre la vida, como encontrar un alma gemela o el hecho de que existiera la fidelidad, se le habían derrumbado. ¿El destino no podía permitirle mantener esa fantasía al menos?

Tras una ducha rápida, entró en el dormitorio para examinar su armario, aunque no tenía mucho donde elegir porque nunca había necesitado demasiada ropa. Hasta que dejó la policía, Jessie había llevado su uniforme de la policía de Atlanta con orgullo y, cuando no estaba de servicio, había vestido ropa informal: vaqueros y camisetas.

Tal vez debería haberse gastado unos cuantos dólares en añadir alguna falda o una blusa en algún color que no fuera el negro. Pero, por otro lado, el negro era el único color aceptable para las operaciones de vigilancia.

Un momento… Allí al fondo. Sí, allí había algo que su madre le había enviado en un intento desesperado de convertirla en una señorita. Bien, era color lavanda. No un color que ella hubiera elegido, pero al menos la blusa era elegante y formal. La combinó con una falda negra recta, unas botas negras de tacón de aguja y con todo ello ya estuvo lista.

¿Qué pensaría Cole de ella?

Tras recogerse su larga melena lisa y rubia en una cola de caballo, ya estuvo preparada para enfrentarse a la aniquilación de la única ilusión que le quedaba en la vida y para descubrir que Cole Crawford era un hombre más, como el resto.

Y aunque no lo fuera, se recordaría que tenía que mantenerse alejada de él porque era un hombre casado y con hijos.

 

 

Cole salió de su despacho y fue hacia la sala de descanso del estudio. Jessie Huell ya debería estar en la sala de reuniones, pero quería comprarle un bote de Coca-Cola antes de verla. Se dio cuenta de que estaba sonriendo, que tenía ganas de volver a verla.

Tal vez podrían reírse con ese detalle. Cuando estudiaban, él solía comprarle un bote de refresco mientras ella le ayudaba con los ejercicios de latín.

Cole se ahorró varias regañinas de su padre gracias al talento de Jessie para conjugar el futuro perfecto. En aquel momento, había estado tan ocupado y cansado con los estudios y con su trabajo en el taller del señor Martin, que nunca se había detenido a pensar en el futuro ni a pensar en ella. Ahora, sin embargo, estaba deseando ver a Jessie, ver los cambios que el tiempo había hecho en ella. Seguro que ya no llevaba el pelo recogido en dos trenzas, pero sin duda su dulce sonrisa no se habría visto alterada.

Tras comprarle la Coca-cola, torció una esquina y se detuvo. Le entró calor. La mujer que tenía de espaldas a él mientras leía un póster de promoción de Entre nosotras tenía un trasero digno de admirar, tan perfectamente recogido por esa falda negra. Y esas piernas largas enfundadas en unas botas decían que era una mujer sexy, pero también una que podría darle una patada en el trasero a cualquier hombre que se comportara como un cretino.

Ésa era la clase de mujer que le gustaba a él. Un millón de fantasías carnales le llenaron la mente.

Se sentía bien. Era la primera vez en mucho tiempo que había reaccionado físicamente con tanta intensidad ante alguien. Pero, ¿quién sería esa mujer?

El frío que desprendía el bote de refresco lo devolvió a la realidad: tenía que ir a buscar a Jessie. Miró al fondo del pasillo, por si tal vez ella hubiera salido de la sala. Siempre había sido muy curiosa y ésa era una cualidad que la había metido en problemas en más de una ocasión… y que a él le había salvado una vez.

Al instante la mujer se volvió.

Tenía razón, siempre podría reconocer la sonrisa de Jessie. Era la misma, pero todo lo demás había cambiado. Había crecido en estatura, tenía unas piernas espectacularmente torneadas y sus pechos, voluminosos y redondos, atraerían la mirada de cualquier hombre. Y esa boca, sensual y carnosa, prometía cosas excitantes. La mujer que tenía delante nunca podría ser calificada como una mujer «dulce».

Jessie sonrió. Lo sabía. Sabía que lo había sorprendido y eso le gustaba.

—Hola, Cole. ¡Cuánto tiempo!

—La pequeña Jessie Huell —dijo él con una voz cargada de asombro.

Era preciosa.

—Ya no soy tan pequeña —respondió ella enarcando una ceja.

Fue hacia él lentamente y, con cada paso que dio, le recordó a Cole todo el tiempo que había pasado desde la última vez que se había sentido atraído por alguien. Un año y medio. Un año y medio desde que su mujer se había marchado.

—Te he comprado una Coca-Cola —el gesto ahora le pareció algo estúpido. Un hombre no podía llevarle un refresco a esa clase de mujer, tenía que llevarle joyas.

Una delicada sonrisa rozó los labios de Jessie.

—¿Como cuando estudiábamos latín?

Él asintió mientras se sentía embargado por su perfume.

—De oppresso liber —murmuró ella cuando rodeó la lata con sus dedos.

Esas palabras significaban: «Libre de opresión». En una ocasión la había tenido esperando más de cuarenta minutos antes de dar su clase de latín y ella había dado un grito ahogado al ver ese ojo que ya empezaba a ponerse morado. Ese día Cole no había tenido suerte y la mano de su padre había sido más rápida que él.

Pero Jessie no había dicho nada. Simplemente le había escrito esas palabras en su cuaderno y después, debajo, había añadido: «Algún día». Algún día… Ella no lo sabía, pero él siempre se había aferrado a esas palabras de ánimo porque algunas veces habían sido lo único que había tenido.

Juntos se habían tomado sus refrescos en silencio. El sol se había puesto y los grillos habían empezado a chirriar. Con un ojo cerrado por la hinchazón, Cole no había necesitado más que la silenciosa comprensión de Jessie.

Ese recuerdo le dijo lo peligrosa que sería la atracción que sentiría por Jessie porque él ya no podía permitirse el lujo de necesitar ni desear nada. Estaba volcado en sus dos hijas, que ya lo necesitaban demasiado a él.

Apartó la mano del refresco, se apartó del provocador aroma y cerró su mente al pasado. En ese momento lo mejor sería dejar las emociones de lado.

Jessie abrió la lata y dio un sorbo.

—Me he pasado a los refrescos light, pero de vez en cuando echo de menos el sabor de la Coca-cola con azúcar. Aunque seguro que esto es algo que te dicen continuamente las mujeres de la oficina y tu mujer.

—No estoy casado.

Ella lo miró.

Fue la primera vez que Jessie perdió la sonrisa.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

Cole Crawford no estaba casado.

Tenía que haberle hecho más caso a los e-mails de su madre donde le contaba las últimas noticias sobre la gente del pueblo donde había nacido. Eso habría evitado el temblor que sentía ahora.

Había sido su amor de juventud, pero él se había ido a la universidad, había conocido a otra chica y se había casado con ella. Jessie había arrinconado todo lo que sentía por él en una parte oculta de su mente y lo había encerrado con llave.

Ahora ese candado estaba abierto y la esperanza huía de las sombras. De pronto empezó a tener toda clase de increíbles fantasías y eso resultaba bastante más peligroso que el Juego de la Especulación porque prácticamente estaba rozando la exageración.

Cole la llevó hasta la sala de reuniones y le ofreció asiento.

Jessie intentó sonreír educadamente en lugar de mirarlo. Se suponía que él estaba en un remoto lugar, que era inalcanzable; se suponía que no estaba allí en Atlanta… y mucho menos, soltero.

Respiró hondo. Sí, estaba siendo ridícula. Era una mujer madura que había levantado un negocio y que estaba allí para hablar de ello.

—¿Querías hacerme algunas preguntas? —dijo, impresionada de que su voz sonara natural.

Él estrechó los ojos y se encogió de hombros.

—Es que aún estoy recuperándome después de haberte visto. Me esperaba verte con trenzas.

—Pues a mí me alegra no seguir llevando a mi edad el pelo al estilo de La casa de la pradera—respondió mientras lo veía girarse en la silla, enfrente de ella.

—Bueno, háblame de tu trabajo —dijo Cole antes echarle un último vistazo a sus piernas—. ¿Eres investigadora privada?

—Saco a relucir los trapos sucios de la gente.

—¿Y si no puedes encontrar ninguno?

—Todo el mundo tiene algo que ocultar.

Los ojos avellana de Cole la desafiaron.

—¿Crees que podrías encontrarme algún trapo sucio a mí? —le preguntó con una voz sensual.

Mientras que a muchas chicas les gustaban los chicos encantadores, a ella siempre le habían gustado los rebeldes sin causa. Sí, los chicos peligrosos. Y ése era Cole Crawford.

Había creado su agencia para proteger a mujeres como ella, a las que les gustaban los hombres que suponían algún tipo de riesgo. ¿Encontraría algún trapo sucio en ese hombre? Estaba segura de que sí.

—Apuesto a que podría encontrar algo en menos de treinta segundos —le dijo con una risa. Le gustaba la idea del desafío.

Los ojos de Cole se oscurecieron y pasaron de avellana a marrón. Jessie había olvidado lo bellos que eran esos ojos; unas veces verdosos, otras marrones, dependiendo de lo que estuvieran pensando.