Apuesta de una noche - Katherine Garbera - E-Book

Apuesta de una noche E-Book

Katherine Garbera

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Beschreibung

¿Conseguiría una apuesta de fin de semana domar el corazón de la Bestia? Indy Belmont se había propuesto revitalizar el pueblo de Gilbert Corners. Para conseguir publicidad, desafió al célebre chef Conrad Gilbert, también conocido como la Bestia, a un concurso de cocina en su famoso programa de televisión. Él se negaba a regresar a su pueblo natal, hasta que conoció a su bella contrincante. Aceptaría con una condición: si ella perdía, le debería una noche de pasión… Pero esa noche se convirtió en un tórrido fin de semana e Indy tenía que convencer a Conrad de que olvidara la maldición que atormentaba su pasado. Para ello solo debía jugárselo todo...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Katherine Garbera

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Apuesta de una noche, n.º 2185 - julio 2024

Título original: One Night Wager

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788410740266

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Conrad Gilbert no se parecía a ninguna bestia que ella hubiera visto o imaginado. Las mangas de su chaqueta blanca de chef estaban subidas hasta los codos, revelando unos antebrazos musculosos cubiertos por unos tatuajes que parecían enredaderas. Cuando levantó la cabeza para hablar a la cámara, Indy Belmont se estremeció. Aquel hombre tenía algo que le despertó un escalofrío de deseo. Tal vez había pasado demasiado tiempo desde la última vez que tuvo una cita. No era capaz de escuchar una sola palabra, pero tampoco podía dejar de mirar esa boca masculina, excitante como un pecado.

Quería besarlo. Quería sentir esos fuertes brazos rodeándola, quería escucharlo diciendo su nombre con esa voz ronca y profunda que le recordaba una larga y calurosa noche de verano.

–¿Entonces, qué piensas?

Lilith Montgomery, directora de la Cámara de Comercio de Gilbert Corners, pulsó el botón de pausa, dejando el rostro de Conrad Gilbert congelado en la pantalla.

–¿Qué?

Debería concentrarse en la conversación, pensó. Había ido a Gilbert Corners por invitación del ayuntamiento. Su programa de televisión, Reformando el pueblo, había despegado durante la última temporada en Lansdowne y Gilbert Corners era su próximo proyecto.

–¿Qué te parece la Bestia?

–Es muy intenso, ¿no?

–Desde luego –dijo Jeff Hamilton, uno de los concejales–. ¿Crees que lograrás que vuelva al pueblo y rompa la maldición?

Indy sonrió. Trabajaban en la misma cadena y conseguir que Conrad fuese a Gilbert Corners debería ser fácil. Además, ella no era mala en la cocina.

–Puedo traerlo aquí. ¿Pero qué es eso de una maldición?

Lilith sacudió la cabeza.

–Es algo muy triste. La empresa Gilbert cerró su fábrica en Gilbert Corners y el fin de semana siguiente los tres herederos sufrieron un terrible accidente de coche. Un chico murió y otros dos estuvieron al borde de la muerte. Después de eso, el pueblo empezó a marchitarse.

–¿Cuándo ocurrió todo eso? –preguntó Indy.

–Hace diez años.

Más o menos en la época de la recesión económica, cuando las pequeñas empresas no podían mantenerse a flote en sitios pequeños como aquel y los universitarios se iban para no volver. Indy sospechaba que ése era el problema, pero la leyenda de una maldición sería un buen gancho publicitario.

–Puedo hacerlo –anunció. Aunque aún no tenía un plan, había aprendido que la única forma de hacer que las cosas sucedieran era creer en uno mismo–. ¿Seguro que lo que necesitáis es que él venga aquí para hacer un desafío gastronómico?

Se había mudado a Gilbert Corners dieciocho meses antes, cuando compró una vieja librería y una casa victoriana medio en ruinas junto a la plaza principal. Había hecho algo similar en su pueblo natal cuando terminó la carrera. Había comenzado como youtuber, reformando la casa que había heredado para tratar de entender a la mujer en la que se había convertido. Los espectadores respondieron y contaba con un gran número de seguidores cuando le llegó la oferta de hacer su propio programa de televisión en el canal Hogar. Pero había conseguido devolver Lansdowne a su antigua gloria y necesitaba un nuevo proyecto. Especialmente desde que su pareja, el hombre al que había querido desde siempre, se había enamorado de otra mujer y la había dejado para casarse con ella.

Revitalizar Gilbert Corners, romper una maldición y superar su pasado parecía una enorme tarea y sabía que tendría mucho trabajo por delante, pero estaba dispuesta a hacerlo.

–Es la única forma de traerlo aquí –respondió Lilith–. ¿Crees que puedes hacerlo?

Indy, que nunca se daba por vencida, estaba segura.

–Ningún problema.

Salió del ayuntamiento y cruzó el parque donde las malas hierbas habían ahogado lo que una vez fueron hermosos parterres. El pie de la estatua que honraba a los fundadores de Gilbert Corners estaba cubierto de pintadas. Gilbert Corners estaba cerca de Boston, pero definitivamente había visto días mejores.

Indy entró a su librería, Los Tesoros de Indy, y saludó a Kym, la estudiante de secundaria que la ayudaba por las tardes antes de entrar en su despacho en la parte trasera.

Conrad Gilbert, célebre chef conocido como la Bestia. Indy abrió su página web. Su pelo era espeso, oscuro y rizado, y sus ojos eran de un azul helado. Tenía una cicatriz larga e irregular en la mejilla izquierda que terminaba en el labio superior y llevaba una chaqueta blanca de chef. Por el cuello de la chaqueta asomaba un tatuaje y tenía los brazos cruzados sobre el pecho, en un gesto arrogante.

¿Quién se atreve a desafiar a la Bestia en su guarida?

Indy buscó la casilla del desafío gastronómico. Al parecer, Conrad Gilbert iba a la ciudad de su contrincante y se enfrentaban cara a cara, preparando un famoso plato local o regional.

–¡Sí!

–¿Sí qué? ¿Vas a retar a la Bestia? Me lo han dicho en el ayuntamiento.

Indy levantó la mirada cuando Nola Weston, su mejor amiga y otra de las razones por la que estaba en Gilbert Corners, entró en su despacho. Habían sido compañeras de habitación en la universidad y Nola, carpintera autodidacta nacida en aquel pueblo, enseguida se unió a su equipo.

–En realidad no es un monstruo y, al parecer, sería bueno que un Gilbert volviese al pueblo.

–¿Por qué no llamas a Dash? Viene todas las semanas para visitar a su hermana en la residencia. Claro que no pasa por el pueblo, solo va a visitar a Rory.

–Conrad tiene un programa de televisión que llamará la atención sobre Gilbert Corners. Además, Lilith pensó que sería el más fácil de los dos.

–¿La Bestia más fácil? Es un tipo muy arrogante. No sé si querrá venir.

–Claro que vendrá –afirmó Indy.

Estaba convencida. Los cocineros aficionados que lo desafiaban se llevaban un premio de 350.000 dólares si lograban vencerlo. Ese dinero y la promoción en televisión contribuirían en gran medida a revitalizar Gilbert Corners, de modo que introdujo sus datos, usando una receta de su abuela que había preparado varias veces para su equipo y por la que había recibido excelentes críticas.

Dos días después, su contacto en la cadena le dijo que su solicitud para que Gilbert Corners apareciese en La guarida de la Bestia había sido aceptada.

Indy se recostó en el sillón de cuero que había sido de su abuelo y comenzó a hacer planes. Planes de verdad. Tendrían que adecentar el parque y limpiar las pintadas de la estatua, pero estaba emocionada y se dijo a sí misma que no tenía nada que ver con conocer a la Bestia en persona.

 

 

–No.

Conrad Gilbert no soportaba tonterías y no estaba acostumbrado a repetirse, de modo que dejó la botella de aceite de oliva y se volvió para mirar a Ophelia Burnetti, productora ejecutiva de su programa gastronómico.

–No puedes negarte. Les dije que habías aceptado.

–Claro que puedo negarme.

–Conrad, Gilbert Corners está cerca de Boston y necesitamos un nuevo desafío porque el vídeo del Derby de Kentucky es inutilizable.

–No es inutilizable.

–¡El cocinero sufrió un ataque de histeria y te tiró una botella a la cara! Además, Gilbert Corners es un sitio ideal.

Conrad la fulminó con la mirada. Había prometido no volver allí nunca, salvo para visitar a su prima Rory en la residencia, y no iba a saltarse esa promesa. Odiaba aquel sitio.

–Si voy, llegaré cuando empecemos a cocinar y me iré tan pronto como terminemos de grabar.

–Muy bien. Solo necesito cuarenta minutos de metraje.

Ophelia se fue unos minutos después, pero los pensamientos de Conrad ya no estaban en el plato que había intentado crear sino en el maldito Gilbert Corners. No tenía recuerdos felices del pueblo que llevaba el nombre de su familia. Su abuelo había sido un tutor frío y exigente que había criado a Conrad y a sus primos cuando sus padres murieron en un accidente de avión. Él tenía diez años entonces.

La mansión Gilbert nunca había sido un hogar y echaba tanto de menos la casa en la que había vivido con sus padres, donde había sido tan querido. Sus muertes lo habían marcado para siempre. Su abuelo tuvo que hacerse cargo de ellos, pero no le interesaban los niños y los envió a un internado.

Conrad tomó el móvil y llamó a su primo.

–Con, ¿cómo te va? –preguntó Dash.

–Tengo que ir a Gilbert Corners.

–¿Tienes que ir? Pensé que nadie se atrevía a decirte lo que debes hacer.

–Yo también, pero Ophelia no me tiene miedo y necesitamos un nuevo episodio para el programa. ¿Por qué me invitaría nadie a volver a ese maldito pueblo?

–Ni idea. Todos piensan que estamos gafados.

–Exactamente. Bueno, pues voy a aplastar a mi contrincante y luego saldré disparado de allí. ¿Quieres venir conmigo?

–No, voy a la residencia de Gilbert Corners una vez a la semana y eso es más que suficiente para mí.

–¿Cómo está Rory?

Conrad se frotó la cara. La cicatriz era un recordatorio constante del pasado, pero había aprendido a vivir con él. Gran parte de lo que había sido se perdió esa noche, pero la verdad era que tuvo más suerte que Dash y Rory.

A menudo pensaba que el accidente había desvelado su verdadera personalidad. Su abuelo había querido que se hiciese una operación de cirugía estética, pero él se negó. Estaba cansado de seguirle el juego al viejo. La cicatriz lo había marcado y no se arrepentía de nada.

–Está igual y su médico se jubila, así que debo ir a Gilbert Corners para hablar con la junta de la residencia. ¿Cuándo irás tú?

–Te diré la fecha cuando la sepa.

Después de cortar la comunicación se puso a trabajar, pero la idea de volver a Gilbert Corners lo ponía de mal humor. Daba igual que su abuelo hubiera muerto ocho años antes; siempre asociaría ese pueblo con el anciano.

Poco después, Ophelia le envió la información sobre su rival, Rosalinda Belmont. Conrad la buscó en internet y descubrió que se había mudado recientemente al pueblo y que tenía un programa de televisión, Hogar, dulce hogar, en la misma cadena que su programa de cocina.

Abrió el vídeo promocional del programa y vio a una chica de pelo oscuro y rostro ovalado. Llevaba gafas y estaba frente a lo que parecía una librería, Los Tesoros de Indy.

Miró sus grandes ojos castaños y sintió que algo se agitaba en su interior. En parte atracción sexual, en parte curiosidad, en parte algo que no podía definir. Daba igual, solo quería saber por qué lo había desafiado y por qué quería que fuese a Gilbert Corners. Tal vez lo mejor sería indagar un poco, pensó.

 

 

–Alguien estuvo preguntando por ti ayer –dijo Nola cuando Indy pasó por su cafetería, Java Juice, a la mañana siguiente–. Y eso no me gusta.

–Quizá alguien me ha dejado una fortuna sin que yo lo sepa –bromeó ella.

–Ya te gustaría. Pero en serio, ¿quién estará buscándote?

–No tengo ni idea.

No le preocupaba que alguien preguntase por ella porque no tenía nada que ocultar.

Las mesas de la cafetería estaban ocupadas por los clientes habituales: Simone, que estaba trabajando en su tesis doctoral; Pete, que estaba planeando la próxima aventura para su grupo de Dragones y Mazmorras, y las jóvenes madres en la parte de atrás, disfrutando de una conversación de adultos mientras los niños jugaban junto a ellas.

Nola preparó el pedido habitual de Indy, un café americano grande con leche descremada.

–¿Te importa si pongo una nota en el tablón de anuncios pidiendo ayuda para limpiar el parque? Quiero dejarlo en mejores condiciones antes del desafío. Debería hacerlo el ayuntamiento pero…

–El ayuntamiento tiene que reparar carreteras y financiar otras necesidades de la comunidad.

Indy se dio la vuelta y vio a Jeff Hamilton, el concejal.

–Lo sé, pero tenemos que adecentar el pueblo.

–El parque está en la lista, pero hay muchas cosas por hacer –dijo Jeff–. Ya sabes que mi mujer tiene un invernadero, así que puedo pedirle algunas plantas. ¿Has encontrado un patrocinador?

–Aún no. Estoy hablando con uno de los patrocinadores de mi programa, pero Conrad Gilbert vendrá el uno de mayo y cuando gane tendremos una buena cantidad de dinero para invertir.

–¿Cómo lo convenciste para que viniese? –preguntó Jeff.

–Me comuniqué con su programa y lo reté a un desafío gastronómico en Gilbert Corners, como habíamos acordado.

–¿Crees que puedes ganarle a la Bestia?

–Claro que sí.

Quería que todo el mundo viera lo bonito que era Gilbert Corners. El pueblo tenía mucho potencial y el desafío sería la mejor forma de promocionarlo.

Poco después, abrió la librería y sonrió, contenta. Le encantaba el olor de los libros y hablar de sus títulos favoritos con los clientes. Por casualidad, habló con una mujer que había conocido a Conrad Gilbert y descubrió que antes del accidente lo consideraban devastadoramente guapo, consentido y arrogante. Según ella, actuaba como si todo el mundo en Gilbert Corners estuviese por debajo de él. Interesante, pensó Indy.

No había pensado que el primero de mayo llegaría tan rápido, pero reunió sus ingredientes y se dirigió a la mansión Gilbert, cruzando el pintoresco puente de piedra sobre el río.

Estaba nerviosa y, mientras arrastraba sus cosas hasta la carpa que le indicaron, sintió que alguien la observaba. Era un hombre alto, con unos hombros que prácticamente ocupaban todo el espacio y llevaba una chaqueta de cuero. Indy contuvo el aliento al reconocerlo: la Bestia.

–Es un placer conocerlo, señor Gilbert –lo saludó, después de atusarse un poco el pelo.

–Hola, Rosalinda.

Ella esbozó una sonrisa.

–Nadie me llama Rosalinda, solo Indy. Indy Belmont, señor Gilbert.

–Llámame Conrad.

No dijo nada más. Se quedó en silencio, mirándola de un modo que la ponía nerviosa.

–¿Ocurre algo?

–¿Por qué me has desafiado? –preguntó él.

–No sé si estás al tanto, pero la gente del pueblo cree que hay una maldición que involucra a tu familia y que esa maldición está matando lentamente Gilbert Corners. Yo tengo un programa de televisión…

–Conozco tu programa.

–Ah, ¿lo has visto alguna vez?

Era aún más atractivo en persona. La cicatriz le daba un aspecto peligroso y sexy, pero nada amenazador. También era más alto de lo que esperaba en comparación con su metro sesenta. De hecho, le sacaba más de una cabeza.

Tenía una personalidad tan apabullante que el aire parecía crepitar a su alrededor. Indy sintió un escalofrío. Parecía un hombre que, sencillamente, tomaba lo que quería. Un hombre a quien nadie podía negarle nada. La observaba con tal atención que empezó a ser consciente de su cuerpo, de su feminidad. No se sentía amenazada ni insegura, solo… contemplada. Como nadie la había contemplado en mucho tiempo.

–¿Quieres tomar un café antes de que empecemos a filmar? –preguntó, subiéndose las gafas por el puente de la nariz.

–Cuéntame lo que sabes sobre esa maldición –dijo él, con tono seco.

Indy torció el gesto.

–¿Te funciona eso de hacerte el antipático? –le espetó.

Tenía que hablarle de ese modo porque él seguiría presionando a menos que lo pusiera en su sitio.

–Prefiero pensar que soy una persona seria más que un tipo antipático.

–Supongo que eso depende de quién te mire –replicó ella antes de darse la vuelta.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

En persona, Rosalinda Belmont era más interesante de lo que había esperado. El vídeo no había capturado su vitalidad. Tenía el pelo largo y rizado, que llevaba recogido en una coleta alta, y una figura voluptuosa destacada por los ceñidos tejanos.

Y todavía estaba molesto por la forma en que lo había despedido.

–Ella es muy guapa y el pueblo es precioso. Recuérdame por qué lo odias –dijo su sous-chef, Rita, interrumpiendo sus pensamientos.

Conrad ignoró la pregunta porque no era asunto suyo y le indicó que terminase la preparación que estaba haciendo.

Odiaba Gilbert Corners porque le recordaba quién había sido. Cómo había despreciado a la gente del pueblo porque no estaban a su altura. No le gustaba mezclarse con ellos, algo que su abuelo había reforzado.

El accidente había cambiado todo eso, pero estar de regreso allí despertaba al hombre que había sido. Y eso no le gustaba.

Conrad estaba familiarizado con la instalación de la carpa, ya que siempre era la misma, adaptada a sus preferencias, pero vio que Indy estaba charlando con una chica de pelo rojo. Su cara le resultaba familiar, pensó. Tal vez la había conocido cuando vivía allí, pero no estaba interesado en preguntar. Quería terminar con el desafío y salir de allí lo antes posible.

Conrad empezó a afilar los cuchillos que pensaba usar durante el programa porque sabía que muchos cocineros novatos lo encontraban intimidante.

–Perdona si he sido antipática antes. Es que no me llevo bien con… bestias –dijo Indy, esbozando una sonrisa que le pareció extrañamente atractiva.

–Ningún problema. Tenías razón, estaba siendo un idiota. Y, normalmente, mis rivales se refieren a mí como Chef Gilbert, no como la Bestia.

Ella rio. Una risa como un tintineo que llamó la atención de varios miembros del equipo de producción. Algo que, por alguna razón, le molestó.

–¿Querías algo? –preguntó, con tono seco.

–¿Siempre eres así de brusco?

Él arqueó una ceja. Había algo inquietante en aquella chica. Inquietante y curiosamente excitante.

–Eso es un sí –Indy dejó escapar un suspiro.

–Gilbert Corners saca lo peor de mí. De hecho, me sorprendió que quisieras hacer aquí el desafío. ¿Por qué?

–Por la maldición.

Conrad torció el gesto.

–No creerás en la leyenda local de que si un Gilbert regresa, el pueblo volverá a florecer, ¿verdad?

–Bueno, no estoy segura. Y la publicidad por salir en tu programa nos vendrá muy bien. Esperaba que pudiéramos comer juntos después para discutir…

–Estaré aquí solo para la filmación y luego me iré. No hay nada que me interese en Gilbert Corners.

Ella inclinó a un lado la cabeza.

–¿Ni siquiera tu prima, la que está ingresada en la residencia?

Conrad dejó el cuchillo que estaba afilando para inclinarse hacia ella, usando su mayor estatura para intimidarla.

–¿Alguna cosa más?

Indy tragó saliva.

–No eres muy agradable, ¿verdad?

–No tengo por qué, soy la Bestia.

Ella lo pensó un momento.

–Te apuesto un fin de semana de trabajo en el pueblo a que puedo ganarte.

–¿Y qué ganaría yo?

–El agradecimiento de la gente de Gilbert Corners.

Conrad puso los ojos en blanco.

–¿Qué consigo yo si gano?

Indy se mordió los labios.

–¿Qué querrías a cambio?

Conrad la imaginó desnuda en su cama.

–A ti, durante un fin de semana romántico.

Indy se ruborizó hasta la raíz del pelo.

–¿A mí?

–Eso he dicho. O lo tomas o lo dejas.

No tenía la menor duda de que ella iba a echarse atrás y se dio la vuelta para revisar sus herramientas, pensando que ése era el final de la conversación, pero Indy puso una mano en su brazo.

–Muy bien, acepto la apuesta. El ganador tendrá un fin de semana. Tú conseguirías un pequeño romance, yo te tendría como voluntario trabajando en el pueblo. ¿Trato hecho?

Miró esos bonitos ojos marrones y se preguntó qué tenía de especial el pueblo para que ella estuviese dispuesta a pasar un fin de semana con un desconocido.

–¿Por qué es tan importante para ti Gilbert Corners?

–Porque es un pueblo precioso, pero está abandonado y olvidado. Deberíamos cuidar nuestro pasado y nuestra historia –respondió Indy.

Eso no respondía a su pregunta, aunque él estaba de acuerdo. De hecho, había abierto su primer restaurante en una antigua fábrica de costura en Brooklyn.

–Muy bonito, ¿pero qué hay en esto para ti?

–Tendrás que ganar la apuesta si quieres descubrirlo.

–Sabes que he conseguido tres estrellas Michelin a lo largo de mi carrera, ¿verdad?

Ella se cruzó de brazos, como diciendo: «¿y qué?».

–Solo quería dejar claro que no vas a ganar.

–Tal vez yo tenga un plato especial que derrotará a la Bestia –replicó Indy.

No, imposible. Él ganaría el desafío y la tendría en su cama durante un largo fin de semana.

Indy no esperaba que fuese tan abrumador en persona. Un fin de semana romántico con él… su tono había hecho que sintiera un escalofrío.

Sus ojos azules eran aún más brillantes de cerca y no podía dejar de mirarlo. Aquel hombre la ponía nerviosa, pero tenía un plan. Un buen plan.