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Hace tres años, la familia de Tanner Scott se mudó de California a Utah, lo que lo llevó a volver a entrar al armario. Ahora, en el último curso y sin obstáculos entre él y la libertad universitaria, Tanner planea llegar al verano como sea y salir de Utah. Pero entonces, su mejor amiga, Autumn, lo desafía a apuntarse al prestigioso Seminario de Provo, donde los mejores estudiantes trabajan para escribir un libro en un semestre. Escribir un libro en cuatro meses parece sencillo. Cuatro meses es una eternidad. Resulta que Tanner tiene razón solo en parte: cuatro meses es mucho tiempo. Después de todo, solo le lleva un segundo fijarse en Sebastian Brother, el prodigio mormón que vendió su propia novela el año anterior y que ahora es el mentor de la clase. Y Tanner tarda menos de un mes en enamorarse completamente de él.
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Hace tres años, la familia de Tanner Scott se mudó de California a Utah, lo que lo llevó a volver a entrar al armario. Ahora, en el último curso y sin obstáculos entre él y la libertad universitaria, Tanner planea llegar al verano como sea y salir de Utah.
Pero entonces, su mejor amiga, Autumn, lo desafía a apuntarse al prestigioso Seminario de Provo, donde los mejores estudiantes trabajan para escribir un libro en un semestre. Escribir un libro en cuatro meses parece sencillo. Cuatro meses es una eternidad.
Resulta que Tanner tiene razón solo en parte: cuatro meses es mucho tiempo. Después de todo, solo le lleva un segundo fijarse en Sebastian Brother, el prodigio mormón que vendió su propia novela el año anterior y que ahora es el mentor de la clase. Y Tanner tarda menos de un mes en enamorarse completamente de él.
Christina Hobbs y Lauren Billings son un dúo de autoras y mejores amigas que escriben desde hace años bajo el nombre de Christina Lauren. Juntas han publicado más de diecisiete novelas superventas y han sido traducidas a más de treinta idiomas.
A Matty, porque este libro no existiría de no ser por ti.
Y a todos los adolescentes que alguna vez necesitaron escucharlo: eres perfecto tal como eres.
Y el amor es amor es amor es amor es amor es amor es amor es amor; no pueden matarlo ni hacerlo a un lado.
LIN-MANUEL MIRANDA
El final de nuestras últimas vacaciones de invierno parece el inicio de una vuelta olímpica. Llevamos siete semestres en la carrera de la secundaria y nos queda el final; simbólico, si alguien me pregunta. Me encantaría celebrarlo como un chico normal: solo y perdido en la madriguera de YouTube. Por desgracia, nada de eso va a ocurrir.
Desde el otro extremo de la cama, Autumn me mira fijamente, a la espera de una explicación.
Todavía no he terminado mi horario, las clases empiezan en dos días y todas las asignaturas buenas se llenan rápido.
«Tan típico de ti, Tanner».
No es que se equivoque, sí es típico de mí. Pero no es mi culpa que en esta relación ella sea la hormiga y yo, la cigarra. Siempre ha sido así.
—Todo está bien.
—Todo está bien —repite y baja el lápiz—. Deberías estampar eso en una camiseta.
Ella es mi ancla, mi lugar seguro, lo mejor de lo mejor; solo que cuando se trata del instituto, es increíblemente controladora. Antes de responder, ruedo por la cama para mirar al techo. En su cumpleaños de segundo año (poco después de que me mudase aquí y ella me acogiese bajo su ala), le regalé un póster de un gato saltando hacia una caja repleta de bolas de lana, que sigue ahí. Es un gatito adorable, pero creo que, para tercer año, la dulzura inocente fue consumida por la excentricidad inherente de la imagen. Entonces, pegué cuatro post-its sobre la frase motivacional original «¡ZAMBÚLLETE, GATITO!» y escribí lo que creí que el creador quiso decir: «¡NO SEAS COBARDE!». Ella debió estar de acuerdo con la edición porque siguen ahí.
—¿Por qué te preocupa? —replico al girar la cabeza para mirarla—. Es mi horario.
—No estoypreocupada —sentencia mientras mastica un puñado de galletas—. Pero sabes lo rápido que se llenan las asignaturas y no quiero que termines en Química Orgánica con Hoye, porque manda el doble de deberes y eso afectaría a mi vida social.
Es una verdad a medias. Tener a Hoye en Química sí reduciría su vida social (yo soy el que tiene coche, por lo que suelo ser su chófer), pero lo que odia en realidad es que deje las cosas para último momento y luego consiga lo que quiero de todas formas. Ambos somos buenos estudiantes a nuestro modo; estamos entre los mejores de la clase y sacamos buenas notas en los exámenes de nivel. Sin embargo, mientras que Autumn es como un perro con un hueso, yo soy como un gato tomando el sol. Si tengo los deberes a mano y hacen algo interesante, estaré encantado de prestarles atención.
—Claro, tu vida social es nuestra prioridad. —Me revuelvo y sacudo una hilera de migajas que se me han pegado al antebrazo y han dejado su marca; puntos rojos diminutos en la piel, como los que dejaría la gravilla. Le vendría bien dedicar un poco de su obsesión a la limpieza de su cuarto—. Autumn, santo cielo, eres una cerda. Mira esta cama.
Responde metiéndose otro puñado de Ritz en la boca, que deja otro rastro de migajas sobre sus sábanas de Wonder Woman. Tiene el cabello pelirrojo recogido sin descuido sobre la cabeza y lleva puesto el mismo pijama de Scooby Doo que tiene desde los catorce años. Todavía le vale… a duras penas.
—Si alguna vez traes a Eric aquí, se quedará horrorizado.
Eric es uno de nuestros amigos, uno de los pocos compañeros no mormones de nuestro instituto. Creo que, en realidad,sí es mormón, al menos sus padres lo son. Son lo que la mayoría describiría como «Jack Mormon» o mormones a medias. Beben (alcohol y cafeína), pero participan bastante en la iglesia. «Lo mejor de los dos mundos», dice él; aunque es evidente que los otros estudiantes devotos de los Santos de los Últimos Días (o SUD) del instituto Provo no están de acuerdo. En los círculos sociales, ser Jack es lo mismo que no ser mormón en absoluto. Como yo.
Vuelan algunas migajas secas de galleta cuando mi amiga tose, con repulsión fingida.
—No quiero a Eric cerca de mi cama.
Pero aquí estoy yo, recostado con ella. Que su madre me deje entrar en la habitación es prueba de lo mucho que confía en mí. Aunque quizás se deba a que la señora Green intuye que nada ocurrirá entre nosotros.
Pasamos por eso una vez, durante las vacaciones de invierno del segundo año. Yo llevaba solo cinco meses en Provo, y la química ambos había sido inmediata (alimentada por la cantidad de clases en común y por la comodidad que compartíamos al ser desertores para nuestros compañeros mormones). Por desgracia, la química que yo sentía terminó cuando llegamos a la parte física. Por alguna clase de milagro, superamos la incomodidad posterior en la relación, y no estoy dispuesto a arriesgarme otra vez.
Ella parece darse cuenta de nuestra cercanía en el mismo momento que yo, porque se endereza y se baja la camiseta del pijama. Yo me siento y apoyo la espalda sobre el cabecero: una posición segura.
—¿Qué tienes a primera hora?
—Literatura Moderna con Polo —responde leyendo su horario.
—Yo también. —Le robo una galleta, que logro comer sin derramar migajas (como un humano civilizado). Tras analizar mi hoja con el dedo índice, me siento bastante bien con el resultado—. Creo que mi horario no está nada mal. Solo me falta algo para la cuarta hora.
—Podrías añadir el Seminario —sugiere entre aplausos alegres.
Sus ojos son como faros que destellan en la habitación oscura; ha querido inscribirse desde el primer año de secundaria. ElSeminario (no bromeo, cuando el instituto lo menciona en anuncios o boletines lo hace con mayúsculas), es tan pretencioso que resulta irreal. ESCRIBE UN LIBRO EN UN SEMESTRE, anuncia el catálogo con orgullo, como si solo en esa clase fuera posible. Como si ninguna persona promedio pudiera reunir suficientes palabras en cuatro meses. Cuatro meses son toda una vida.
Para apuntarse, los estudiantes deben haber completado al menos un curso avanzado de Lengua y tener al menos un tres con setenta y cinco de promedio en las notas del año anterior. Aunque eso incluya a diecisiete alumnos tan solo en nuestro curso, el profesor solo acepta a catorce.
Hace dos años, The New York Times escribió un artículo en el que lo describió como «un curso ambiciosamente brillante, dirigido sabiamente y con dedicación por el profesor, récord de ventas, Tim Fujita». Me sé la cita exacta porque imprimieron el artículo y lo enmarcaron en la oficina principal. Me quejo con frecuencia por el abuso criminal de adverbios terminados en «mente», algo que Autumn dice que me vuelve ruin. El año pasado, un chico del último año llamado Sebastian Brother hizo el Seminario, y una editorial importante compró su manuscrito. Ni siquiera sé quién es, pero he escuchado su historia cientos de veces:«¡Es hijo de un obispo! ¡Escribió una novela de fantasía! Según dicen, es increíble». El señor Fujita se la mandó a su agente, que se la envió a alguien en Nueva York, donde hubo una especie de guerra para publicarla y luego, pum, Sebastian ingresó a la Universidad Brigham Young y, al parecer, está postergando su misión para hacer una gira con el libro y convertirse en el próximo Tolkien. O en L. Ron Hubbard. Aunque supongo que a algunos mormones les molestaría la comparación; no les gusta que los metan en la misma bolsa que a cultos como la Cienciología. Pero claro, a los cienciólogos tampoco.
Sea como sea, ahora (además del equipo de fútbol de Brigham y de la multitud de mormones), cuando alguien menciona Provo, de lo único que se habla es del Seminario.
—¿Tú has entrado? —pregunto, aunque no me sorprende. Esa clase lo es todo para Autumn y, además de cumplir con los requerimientos reales, ha estado devorando novelas sin parar, con esperanzas de poder escribir la suya. Cuando asiente, su sonrisa se extiende como un mar radiante—. ¡Genial!
—Tú también podrías hacerlo si hablas con el señor Fujita. Tienes las notas necesarias y eres buen escritor. Además, él adora a tus padres.
—Mmm, no. —Espero recibir cartas de aceptación a la universidad en cualquier lugar, menos aquí (mi madre me suplicó que solo enviara solicitudes fuera del estado), y la decisión de entrar en cualquiera de ellas estará condicionada por mis calificaciones del último semestre. Por muy fácil que lo considere, no es momento de tomar riesgos.
—¿Porque así tendrías que terminar algo? —pregunta mientras se muerde una uña.
—He terminado con tu madre hace un rato. Creo que sabes a lo que me refiero.
Me castiga tirándome del vello de la pierna, por lo que suelto un grito demasiado femenino.
—Tanner —advierte y se sienta en la cama—. Hablo en serio. Sería bueno para ti. Creo que deberías apuntarte a la clase conmigo.
—Lo dices como si quisiera hacerlo.
—Es elSeminario, idiota. Todos quieren apuntarse —sentencia fulminándome con la mirada.
¿Veis lo que quiero decir? Tiene el curso en un pedestal, y es algo tan de frikis que me preocupa un poco la futura Autumn, cuando salga al mundo a enfrentar sus batallas intelectuales de chica al estilo Hermione.
—Está bien —concedo con mi mejor sonrisa.
—¿Te preocupa que no se te ocurra nada original? Podría ayudarte —ofrece.
—Oye, me mudé aquí cuando tenía quince años (creo que ambos coincidimos en que es el peor momento para mudarse de Palo Alto, California, a Provo, Utah), con aparato y sin amigos. Tengo historias propias.
Sin mencionar que soy un chico queer mitad judío en una ciudad mormona y cishetera.
Aunque ni siquiera a ella le menciono esa parte. A los trece años, en Palo Alto, no fue gran cosa descubrir que la idea de besar a chicos me atraía tanto como la de besar a chicas. Sin embargo, aquí sería algo escandaloso. Ella es mi mejor amiga, es verdad, pero no quiero arriesgarme a contárselo y descubrir que solo es progresista en la teoría, no cuando un chico queer está en su cuarto.
—Todos llevamos aparato, y tú me tenías a mí. —Vuelve a desplomarse en la cama—. Además, todos odian tener quince años, Tanner. Viene con emergencias menstruales, erecciones en la piscina, acné, angustia e inseguridad social. Te aseguro que diez de los quince estudiantes de la clase escribirán sobre los pesares de la secundaria por falta de fuentes de inspiración más profundas.
Un vistazo rápido a los recuerdos de mi pasado me provoca una sensación inquietante y me pone a la defensiva, como si, tal vez, ella tuviera razón. Quizás no podría pensar en nada interesante y profundo, y la ficción debe surgir de algo profundo. Tengo padres que me apoyan (quizás al extremo), una familia numerosa, loca pero increíble, una hermana que no está mal, aunque es emo, coche propio. No he pasado por muchos traumas.
Así que ignoro la sensación pellizcándole la pantorrilla.
—¿Y qué te hace tan profunda a ti?
Es una broma, claro, Autumn tiene mucho sobre lo que puede escribir. Su padre murió en Afganistán cuando ella tenía nueve años. Luego su madre, enfadada y con el corazón roto, cortó los lazos con la iglesia SUD, algo que en esta ciudad es una deserción terrible. Más del noventa por ciento de los habitantes son parte de los Santos de los Últimos Días, y ser cualquier otra cosa te deja fuera del círculo social de inmediato. Y a eso hay que sumar el hecho de que solo con el salario de la señora Green, ella y Autumn apenas se las apañan.
—Entiendo por qué no quieres hacerlo —afirma y me mira sin emoción—. Es mucho trabajo y tú eres perezoso.
Autumn me obligó a apuntarme a esa clase estúpida y ahora, mientras conduzco al instituto el lunes después de las vacaciones de invierno, está crispada y ofuscada porque le he contado que me han aceptado.
Siento el calor de su mirada en la mejilla al girar en Boulevard Bulldog.
—¿Fujita ha firmado tu tarjeta sin más? ¿Así de fácil?
—Auddy, es una locura que te molestes por esto. Lo sabes, ¿verdad?
—Y… ¿qué? —Ignora la pregunta retórica y desvía la vista al frente—. ¿Lo harás?
—Sí, ¿por qué no? —Entro al aparcamiento para estudiantes en busca de un sitio cercano a la puerta, pero llegamos tarde, por supuesto, y no hay ningún lugar adecuado, así que aparco detrás del edificio.
—Tanner, ¿sabes lo que es?
—Vengo a este instituto, ¿cómo podría no saber lo que es elSeminario?
Me dedica una mirada ofuscada porque la he contestado en el tono burlón que odia.
—Tendrás que escribir un libro. Un libro entero.
Cuando pierdo la paciencia, mi reacción es suave, como era predecible: abro la puerta con un poco más de brusquedad de la habitual.
—¿Qué demonios, Auddy? Tú me dijiste que me apuntara.
—Sí, pero no deberías haberlo hecho si no quieres.
—Entonces, ¿por qué me llamaste perezoso? —Recurro a mi mejor sonrisa otra vez, la que sé que le gusta. Y sé que no debería hacerlo, pero bueno, cada uno usa las herramientas de las que dispone.
—Eres tan afortunado y ni siquiera lo sabes. —Ella suelta el gruñido salvaje que creo que a mí me gusta. Pero la ignoro y busco mi mochila en el maletero. Es demasiado confusa—. Entiendes lo que quiero decir, ¿no? Es demasiado fácil para ti —continúa al seguirme—. Yo me tuve que apuntar, hacer una entrevista con él y hasta denigrarme. Mientras que tú entraste a la oficina y saliste con la tarjeta firmada.
—Así fue. Entré a su oficina, charlé con él un rato, le hablé de mis padres, y luego firmó mi tarjeta. —Recibo silencio en respuesta y, al girar la cabeza, descubro que camina en otra dirección, hacia la entrada lateral—. ¡Te veré en el almuerzo, mejor amiga! —exclamo, y ella me enseña el dedo corazón.
El calor en el pasillo es el paraíso, pero hay demasiado ruido y el suelo está resbaladizo por la nieve sucia arrastrada por las botas. Avanzo por el pasillo hasta mi taquilla, ubicada entre el de Sasha Sanderson y la de Jack Thorne, dos de los estudiantes más atractivos y simpáticos del instituto Provo.
En términos sociales, la situación es variada. Aún después de dos años y medio, siento que soy el chico nuevo, probablemente porque la mayoría de los estudiantes asisten al mismo sitio desde preescolar y viven a poca distancia; eso implica que están en la misma congregación y se ven en miles de actividades de la iglesia. Yo, en cambio, tengo a Auddy, a Eric y a algunos amigos que son mormones, pero relajados, así que no nos vuelven demasiado locos y a sus padres no les preocupa que los corrompamos. Durante mi primer año de secundaria en Palo Alto, tuve una especie de relación con otro chico, tenía todo un grupo de amigos a los que conocía de toda la vida y que ni siquiera parpadearon cuando me vieron de la mano con Gabe. Desearía haber apreciado más la libertad en ese entonces.
Las chicas de aquí tontean conmigo, claro, pero la mayoría son religiosas y nunca, ni en un millón de años, podrían salir conmigo. Los padres esperan que sus hijos se casen en su templo y eso no puede ocurrir con alguien como yo, que no soy miembro de la congregación. A menos que me convierta, lo que… nunca sucederá. Os pongo a Sasha como ejemplo; siento que hay algo entre nosotros, ella coquetea y se acerca mucho, pero Autumn insiste en que no llegaría a ningún lado. A mayor escala, lo mismo aplica a mis posibilidades con los chicos, sean o no mormones; no puedo probar esas aguas en Provo. Me gusta Jack Thorne desde segundo año, pero está fuera de los límites por tres razones importantes: 1) es hombre, 2) es mormón, 3) está en Provo.
Esta mañana antes de ofuscarse, sin razón, Auddy me dio una hoja de pegatinas brillantes de dinosaurios, que guardé sin hacer preguntas. Ella acostumbra a darme cosas que me servirán en algún momento indeterminado, y yo aprendí a aceptarlo. Descubro el propósito de las pegatinas al abrir mi taquilla: soy un desastre para recordar mis horarios de clases A y B (el instituto alterna el cronograma y cambia los días de clases). Cada semestre tengo que pegar el horario vigente en mi taquilla y, en cada oportunidad, no tengo celo cuando llega el momento.
—Eres un genio —comenta Sasha, que se acerca por detrás para ver mejor—. Y Dios, eres adorable. ¡Son dinosaurios! ¿Qué tienes, ocho años, Tanner?
—Me los ha dado Autumn.
Su reacción está implícita en el silencio, en su falta de respuesta. ¿Estáis juntos o no? Todos se preguntan si Autumn y yo tenemos algo en secreto. Como de costumbre, dejo la pregunta sin responder. Las sospechas me benefician. Sin querer, Autumn ha sido mi coartada hasta ahora.
—Bonitas botas —comento. Tienen un largo sugerente, apenas sobre la rodilla. Me pregunto a quién querrá llamarle más la atención, a sus compañeros de clase o a sus padres en casa. Al pasar con mis libros, le doy un dinosaurio y un beso en la mejilla.
A pesar de que el instituto Provo no es religioso para nada, a veces parece que lo fuera. Y si hay algo acerca de los mormones que se aprende enseguida es que se enfocan en las cosas positivas. Sentimientos, acciones, felicidad, alegría, alegría. Por lo tanto, Literatura Moderna con la señora Polo comienza con un golpe inesperado y definitivamente infeliz: el primer libro que leeremos es La campana de cristal.
Percibo un murmullo ligero en el aula, al tiempo que los estudiantes giran en sus lugares para lanzarse miradas furtivas, con una sintonía tan dramática que sus esfuerzos por disimular son en vano. La señora Polo (de cabello alborotado, falda floreada, anillos en los pulgares y todo el combo), hace caso omiso a la conmoción. De hecho, creo que la disfruta. Se mece sobre los talones mientras espera que sigamos leyendo el programa y veamos qué más nos tiene preparado.
La biblia envenenada, de Barbara Kingsolver; La noche, de Elie Wiesel. La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera. El castillo de cristal, de Jeannette Walls. Y así continúa, hasta Sula, de Toni Morrison, e incluso las falsas memorias de James Goddamn Frey. Tal vez el más impactante sea El fuego y la palabra, de Sinclair Lewis, una novela que trata sobre fanatismo religioso y un escalofriante predicador evangelista. Es bastante alevoso. La señora Polo tiene agallas y, por mi parte, me agrada que sacudan sus cimientos por una vez.
A mi lado, Autumn, que sigue en su guerra de silencio, está rígida y con los ojos desorbitados. Ha leído casi todos los libros de la lista, y si la conozco bien, sé lo que está pensando: «¿Estoy a tiempo de cambiarme a Shakespeare con el señor Geiser?».
Se gira hacia mí con los ojos entornados y también me lee la mente. Cuando vuelve a resoplar, no puedo contener la risa que se me escapa.
También he leído casi todos los libros. Autumn insistió en que lo hiciera.
Me reclino en la silla, entrelazo los dedos detrás de la nuca y le ofrezco otra sonrisa inocente.
Pan comido. Me espera un semestre muy fácil.
Para cuando llega la cuarta hora, Autumn tiembla de los nervios. Está emocionada por el Seminario, pero sigue molesta porque yo he podido apuntarme. Voy detrás de ella por el pasillo e intento que no me vea sonreír cuando me evita para dirigirse a un lugar de la clase donde solo queda un asiento disponible.
—Por aquí, Auddy —la llamo desde la última fila, señalando una silla vacía junto a la que pienso ocupar.
Sus opciones son sentarse junto a mí o parecer misteriosamente petulante, así que elige arrastrar los pies hasta mí de mala gana.
—Eres un fastidio.
—Te quiero, pero solo un poco. —Con eso, logro hacerla reír.
—No me lo estropees.
Y ahí está. Podría arruinarlo comportándome como un idiota con algo que ha deseado con todo corazón. ¿Cree que querría hacerlo?
Por mi comportamiento, es probable que sí.
—No lo haré —aseguro y deslizo mi goma de borrar en su escritorio, la que me regaló para Navidad hace dos años, con la imagen anticuada de He-Man. El lado que solía ser blanco ahora es una mancha gris, y el He-Man actual apenas tiene rostro y le queda solo una pierna.
La nariz pecosa de mi amiga se arruga cuando me frunce el ceño con poca convicción. Estoy perdonado.
El señor Fujita llega con una pila de libros inestable en los brazos. Los deposita sin gracia sobre el escritorio en el centro del semicírculo de mesas e ignora el revoltijo que crean al caer. Un ejemplar de Apocalipsis, de Stephen King, cae con fuerza al suelo, donde aterriza abierto boca abajo. También lo ignora. De reojo, veo cómo Autumn se endereza en su silla, y sé que le preocupa mucho que las páginas del libro descomunal se arruguen cada vez más bajo su propio peso si permanece allí olvidado.
—¡Buenos días! —canturrea el profesor antes de mirar el reloj de pared—. ¡Uy! Buenas tardes. Soy Tim Fujita, pero todos me llaman Fujita.
Siempre me ha gustado el hombre, pero la forma en que ha dicho su propio apodo hace que me guste alrededor de un siete por ciento menos.
Murmuramos en respuesta, en voz baja porque estamos intimidados o cansados después del almuerzo, y él nos mira uno a uno con una sonrisa. Yo también miro alrededor para ver quiénes son nuestros compañeros: Josh, Dustin, Amanda, Julie, Clive, Dave Burrito, Sabine, Dave Futbolista, Asher, Kylie, McKenna, James y Levi.
Todos ellos son religiosos. Tienen el cabello bien peinado, mangas cubriendo los brazos y buena postura. Al fondo, Autumn y yo somos como un par de árboles desgarbados que hacen sombra a un jardín frondoso y bien cuidado.
En mi turno, Fujita me guiña un ojo; cree que mi madre es una superheroína. A mi lado, Autumn resopla por la nariz con disimulo. Gracias a mi madre (genio de la informática) y a mi padre (cirujano cardiovascular renombrado que, según la prensa, le salvó la vida al gobernador de Utah), he tenido un trato especial por parte de los profesores desde el día en que llegué. Que Fujita me aceptara en el Seminario es otro claro ejemplo de esa ventaja.
—Bienvenidos a todos —anuncia. Luego extiende los brazos y echa otro vistazo alrededor—. ¿Dónde está?
Ante nuestro silencio desconcertado, Fujita recorre la clase otra vez y nos mira esperando respuestas.
—¿Quién? —pregunta Dustin por fin desde su lugar habitual en la primera fila.
El profesor observa su reloj como si quisiera confirmar que está en el lugar correcto.
—Esperaba que fuera una sorpresa y creo que lo será, aunque me temo que llegará tarde —comenta, a lo que respondemos con un silencio expectante, mientras que él alza las cejas hasta el cielo—. Este curso tendremos a un asistente especial. —Imagino el suspense que quiere generar, solo que sus pausas dramáticas provocan un clima confuso e incómodo—. ¡Os encantará saber que Sebastian Brother será vuestro tutor!
Estalla un coro de ruidos emocionados entre los otros catorce alumnos; un héroe mormón vendrá a pasar tiempo con nosotros. Incluso Autumn se ha llevado las manos a la boca. Para ella, Santo de los Últimos Días o no, Sebastian es una celebridad local.
Fujita se mece sobre los talones, con las manos unidas.
—Seb tiene una agenda muy ocupada, por supuesto. —Resoplo por dentro—. Pero ambos creemos que esta experiencia será positiva para vosotros. Creo que él os inspirará. Hizo este mismo curso y ahora, con tan solo diecinueve años, se encamina a una carrera literaria prestigiosa. —Emocionado, agrega con seguridad—: He leído su novela, por supuesto. Es deslumbrante. ¡Deslumbrante!
—¿Habrá oído hablar de Christopher Paolini? —le susurro a Autumn.
Ella me dice que cierre la boca con una mirada fulminante.
A continuación, Fujita coge una pila de papeles de una carpeta vieja y empieza a repartirlos.
—Supongo que podemos saltarnos la parte de por qué estáis aquí. Es para escribir un libro, ¿no? —Casi todos asienten con entusiasmo—. Y lo haréis. Es cierto que cuatro meses no es mucho tiempo, pero lo lograréis. Descubriréis cómo hacerlo. Para eso estoy yo aquí. Iremos a toda marcha —continúa mientras recorre el aula—. Tengo una lista de lecturas sugeridas, una variedad de recursos sobre cómo comenzar y qué clases de procesos de escritura existen, pero la verdad es que la única forma de escribir un libro es escribiendo. Sea como sea que lo hagáis, es vuestro proceso personal.
Le echo un vistazo al plan de estudios y el horario de escritura sugerido que ha dejado sobre mi mesa y siento cómo se me acalora la frente y un cosquilleo de pánico asciende por mi cuello.
Tengo una semana para que se me ocurra una idea.
Una semana.
Al sentir la atención de Autumn fija en mí, giro y le sonrío con facilidad. Pero, al parecer, no será tan fácil como esperaba; la sonrisa de ella flaquea y desaparece.
—Puedes hacerlo —me dice por lo bajo. Puede ver a través de mí.
Si me piden que identifique una función trigonométrica, lo haré. Si me dan un kit de modelado molecular, crearé el compuesto orgánico más bonito que se haya visto. Pero ¿pedirme que escriba algo que salga de mis entrañas y lo comparta con el mundo? Es un delirio. No me fascina trabajar, pero creo que me gusta menos hacer un trabajo pésimo. Nunca he intentado ser creativo, algo de lo que acabo de darme cuenta aquí sentado.
—Ahora, la experiencia me dice que la mayoría de vosotros ya tenéis una idea en mente —dice Fujita para empeorar las cosas—. Durante las próximas semanas, Sebastian y yo os ayudaremos a moldearlas, a pulirlas. Y luego: ¡a zambullirse!
Ni siquiera puedo apreciar que haya usado la misma frase motivacional que el póster del gatito de Autumn, pues por primera vez en… bueno, quizás en la vida, siento que estoy hasta el cuello.
Autumn me devuelve la goma de He-Man a la mesa y aprovecha la oportunidad para apretarme la mano.
De repente, se abre la puerta lateral, y las sillas chirrían contra el suelo cuando todos nos giramos hacia ella. Aunque ya sabemos quién es, miramos de todas formas.
La primera y única vez que vi a Autumn borracha fue el verano pasado y también fue la única vez que admitió estar enamorada de mí. Creía que estábamos en la misma onda después de la aventura de hacía dos años, pero al parecer no era así. En algún momento después de beber cuatro limonadas Mike’s Hard y antes de que me despertara de una sacudida en el suelo de su casa y me suplicara con aliento a alcohol que olvidara todo lo que había dicho, divagó durante una hora sobre los sentimientos secretos que había tenido por mí durante los últimos años. Gracias a la confusión de mi propia borrachera y a su incoherencia alcohólica, recuerdo solo tres oraciones completas:
Tu rostro tiene sentido.
A veces tengo la extraña sensación de que no sería suficiente para ti.
Te quiero, pero solo un poco.
Por ser quienes somos, la única forma de superar la incomodidad posterior, fue bromear al respecto.
Te quiero, pero solo un poco, se convirtió en nuestro lema de mejores amigos. Autumn intentó explicarme algunas veces cómo es que mi rostro tiene sentido y, aunque nunca tuvo éxito (dijo algo sobre la simetría de mis facciones, que le resulta agradable a nivel instintivo), es mi incoherencia preferida para decirle cuando se está estresando por nada. Le digo: «Auddy, tranquila, tu rostro tiene sentido», y ella se muere de la risa. Nunca falla.
La segunda oración («A veces tengo la extraña sensación de que no sería suficiente para ti»), es demasiado fuerte para mí. Había estado reuniendo el valor para confesarme con ella, pero después de que dijera eso cambié de opinión. Las palabras de Auddy hicieron vibrar la cuerda desafinada dentro de mí, el conflicto intrínseco a ser bisexual. En un hombro está el diablito, que es la percepción ignorante que escucho, tanto dentro como fuera de la comunidad queer, acerca de que la bisexualidad es, en realidad, indecisión. De que para los bisexuales es imposible estar satisfechos con una sola persona, por eso usamos la etiqueta como excusa para no comprometernos. Luego, en el otro hombro, está el angelito (en el que me animan a creer los libros proqueer y los panfletos), el que me dice que no es así, que lo que significa es que estoy abierto a enamorarme de cualquiera. Me encantaría comprometerme con alguien, es solo que sus partes físicas específicas no son tan importantes como la persona en sí.
El problema es que dado que nunca me he enamorado ni he sentido ese deseo intenso por nadie, no sé qué será lo correcto para mí al final. Cuando Autumn mencionó que podía no ser suficiente para mí, lo dejé pasar y fingí no recordarlo. El problema es que sí lo recuerdo. La verdad es que la idea me obsesiona; mientras tanto, finjo que no espero con pesar a que llegue alguien que me deslumbre, alguien que me haga sentir una seguridad que no he sentido respecto a nada en la vida.
Entonces, cuando Sebastian Brother entra y me ve, y yo lo veo, tengo la sensación de estar cayéndome de la silla.
Estoy borracho.
Y ahora entiendo lo que Autumn quiso decir sobre los rostros.
Lo había visto antes en los pasillos, pero nunca le había prestado mucha atención: es uno de los chicos mormones perfectos, hijo de un obispo y, por lo que sé, devoto al extremo.
Y ahora parece que no puedo desviar la atención de él. Sebastian ya no es un niño. Noto su mentón definido, sus ojos almendrados caídos, sus mejillas coloradas y la forma en que su nuez sube y baja con ansiedad cada vez que traga saliva por el peso de nuestras miradas.
—Hola a todos. —Saluda mientras entra vacilante para estrechar la mano de Fujita. Los ojos de toda la clase lo siguen como miras láser.
—¿Qué os he dicho? —pregunta el profesor con una sonrisa radiante.
Sebastian tiene el cabello corto a los lados y largo por arriba, una sonrisa amplia, radiante y pura: es guapo. Pero hay algo más allá de eso, algo en la forma en que se mueve que me atrapa. Quizás sea la forma en que sus ojos no se detienen demasiado tiempo en nadie. Tal vez sea que siento que es cauteloso con nosotros.
En su recorrido visual desde el frente de la clase, sus ojos destellan al encontrarse con los míos; es una fracción de segundo que se repite, como un prisma que atrae la luz, cuando echa un segundo vistazo. Ese mínimo instante es suficiente para que descifre mi enamoramiento instantáneo. Mierda, lo reconoce demasiado rápido. Debe sucederle todo el tiempo (recibir una mirada de adoración desde el otro lado de una sala), pero para mí, sentir atracción a primera vista es algo completamente desconocido. Mis pulmones son animales salvajes que rasguñan la jaula dentro de mi pecho.
—Vaya, hombre, su sonrisa me derrite —balbucea Autumn junto a mí.
Sus palabras son un eco lejano de mis pensamientos: su sonrisa me aniquila. La sensación me inquieta, como un temblor dramático que me dice que necesito tenerlo o no estaré bien.
Autumn suelta un suspiro decepcionado, ajena a mi crisis interna.
—Lástima que sea mormón.
Es lunes por la tarde, no nos han mandado deberes y mi madre está en casa, así que lo ve como una señal para llevar a sus hijos de compras. Mi hermana Hailey está emocionada por la posibilidad de comprar más ropa fúnebre. Yo he accedido a acompañarlas, aunque de mala gana, más que nada porque si me quedaba solo con mis dispositivos, pasaría horas en el ordenador con múltiples pestañas del buscador abiertas con toda la información posible sobre Sebastian Brother.
Por suerte, Autumn nos acompaña. Mi madre parece tener el superpoder de encontrar la ropa más horrible para sus hijos, y Autumn resulta ser una buena mediadora. Por otro lado, estar con ellas tres también implica que cualquier investigación sobre Sebastian tendrá que ser encubierta. Autumn me miraría extrañada si me viera buscando fotos del atractivo asistente del profesor. Mi madre y Hailey saben que me gustan los chicos, pero a mi madre en particular no le gustaría mucho saber que estoy interesado en el hijo del obispo local.
La religión organizada no es muy apreciada en casa. Mi padre es judío, pero no pisa un templo desde hace años. Mi madre creció como Santa de los Últimos Días, al norte de aquí, en Salt Lake, pero se desvinculó de la iglesia a los diecinueve años, cuando su hermana menor, mi tía Emily, salió del armario y sus padresy la iglesia cortaron lazos con ella. Aunque yo no existía, claro, he escuchado historias y he visto cómo se le hincha la vena a madre cada vez que se habla de la estrechez de miras de la iglesia. Ella no quería alejarse de sus padres, pero como cualquier ser humano compasivo normal, no podía aceptar que excluyeran a alguien por una serie de reglas anticuadas escritas en un libro.
Entonces, os preguntaréis por qué vivimos aquí, en el lugar con más Santos de los Últimos Días del mundo. Irónicamente, también es por mi madre. Hace dos años y medio, una empresa de software emergente, enorme y muy pudiente, la sobornó para que dejara Google, donde era la única ingeniera de software mujer y había arrasado con todos a su alrededor. NextTech le ofreció el puesto de directora ejecutiva, pero ella pidió el de directora de tecnología, que incluye un presupuesto casi ilimitado para desarrollo tecnológico. Ahora, su equipo está trabajando en un software de modelado holográfico en 3D para la NASA.
Para cualquier familia que apenas se las apaña con dos salarios de seis cifras en South Bay, la decisión hubiera sido muy fácil. ¿Un aumento de sueldo en un lugar donde el coste de vida sería mucho más bajo? Hecho. Sin embargo, dado el pasado de mi madre, la decisión fue agónica. Aún recuerdo las discusiones nocturnas de mis padres, cuando Hailey y yo debíamos estar durmiendo. Mi padre creía que no podía perderse la oportunidad, que dispararía su imaginación. Mi madre estaba de acuerdo, pero le preocupaba cómo nos afectaría a sus hijos.
En particular, le preocupaba cómo me afectaría a mí. Dos meses antes de que recibiera la oferta, yo había admitido que era bisexual. Bueno, decir «admitir» sería darme demasiado crédito. Para su proyecto de posgrado, mi madre diseñó un software indetectable que ayuda a los jefes a controlar lo que hacen sus empleados. Resultó ser tan fácil de usar y tener una interfaz tan atractiva, que crearon una versión comercial. Tendría que haber sumado dos más dos y deducido que mis padres también la usarían en la red de nuestra casa, antes de descubrir que podía ver pornografía en mi móvil.
Fue una conversación incómoda, pero al menos llegamos a un acuerdo: yo podía visitar ciertas páginas y ellos no controlarían mi actividad en línea, siempre y cuando no navegara en sitios que, según mi madre, «me darían ideas irrealistas acerca de cómo debe ser el sexo y cómo deberían verse los cuerpos».
Al final, mis padres abiertamente antimormones llevaron a su hija emo y a su hijo queer al mundo fantástico de los Santos de los Últimos Días. Para compensar la culpa que sentían por insistir en que me protegiera a mí mismo a toda costa (es decir: ten mucho cuidado con quién te sinceras), convirtieron la casa en una guarida de orgullo gay. Autumn y yo pasamos casi todo el tiempo en su casa, y Hailey odia a casi todo el mundo (ningún miembro de su aquelarre de odio viene a casa), así que recibo ensayos LGBTQ, panfletos de familias y amigos pro LGBTQ y camisetas con los colores del arcoíris en momentos aleatorios, acompañados por un beso y una mirada orgullosa. Mi madre suele dejarme pegatinas dentro de la funda de mi almohada, que suelo descubrir cuando una punta me pincha la mejilla por la noche.
¡NADA SERÍA LO MISMO SI NO EXISTIERAS!
EL VALOR ES SER TÚ MISMO EN UN MUNDO QUE TE DICE A DIARIO QUE SEAS ALGUIEN MÁS.
EL AMOR NO CONOCE BARRERAS.
¡NORMAL ES SOLO UN PROGRAMA DE LA LAVADORA!
Autumn encontró algunas durante estos años, pero les restó importancia murmurando, «San Francisco, amigo».
Mientras observo boquiabierto fotos de Sebastian a escondidas durante el viaje, es gracioso pensar en esas frases, pues lo imagino a él leyéndolas con su voz grave y gentil. A pesar de que apenas lo he escuchado decir tres oraciones hoy, el sonido sigue dando vueltas en mi mente como una abeja ebria de miel.
Hola a todos.
Ah, el libro saldrá en junio.
Estoy aquí para ayudar en lo que necesitéis, así que aprovechaos.
Por poco pierdo la cordura cuando dijo eso.
La búsqueda en internet no me dice nada que no supiera. La mayoría de los resultados para «Sebastian Brother» son de un asador en Omaha, artículos sobre el Seminario y anuncios del lanzamiento del libro de Sebastian.
Canto victoria al pasar a Google Imágenes: hay imágenes de él jugando al béisbol y al fútbol (sí, he descargado una), y algunas de sus entrevistas para periódicos locales. Aunque las respuestas a las preguntas no dicen mucho sobre él (parecen muy ensayadas), en la mayoría de las fotos usa corbata, ¿eso combinado con su cabello? Estoy listo para crear una carpeta de imágenes dedicada a Sebastian Brother.
De verdad, es el chico más atractivo que he visto en persona.
Facebook es un punto muerto. Su cuenta es privada (por supuesto), así que no solo no puedo ver sus fotos, sino que tampoco puedo ver su situación sentimental. No es que me importe o que me vaya a importar más que unos pocos días. Él es una cara bonita mormona. Este enamoramiento no llegará a nada interesante porque no lo permitiré; estamos en lados opuestos de una valla muy alta.
Cierro todas las pestañas del buscador antes de caer en el peor acoso virtual posible: la búsqueda inútil de su Snapchat o Instagram. La sola idea de encontrar un selfie de Sebastian somnoliento y sin camiseta crea un caos en mi sistema nervioso.
Ya en el centro comercial, Autumn y yo seguimos a mi madre en su recorrido por los pasillos de ropa masculina de Nordstrom. Yo soy una masa de aburrimiento a su disposición. Mi madre me lleva a una mesa de camisetas, sostiene algunas frente a mi pecho, le pide opinión a Autumn con los ojos entornados y ambas rechazan la mayoría de las opciones sin emitir palabra.
Mi hermana está en algún lado eligiendo sus propias cosas, con lo que nos da un agradable respiro de su necesidad constante de discutir con nosotros. Autumn y mi madre se llevan muy bien, y cuando están juntas puedo dejar de prestar atención a lo que todos dicen, pues se entretienen mutuamente.
Mi madre sostiene una camiseta espantosa con temática del oeste contra mi pecho. No puedo dejarlo pasar.
—No —advierto.
Ella me ignora y mira a Autumn para pedirle su opinión, pero mi amiga es del Equipo Tanner, así que frunce la nariz con disgusto.
—¿Qué tal tu horario este semestre? —le pregunta mi madre mientras devuelve la camiseta a su sitio.
—Me encanta —responde ella y le pasa una camisa de manga corta de RVCA. Yo le doy el visto bueno a escondidas—. Quizás tenga que cambiar Literatura Moderna por Shakespeare, y Cálculo seguramente sea mi perdición, pero por lo demás… está bien.
—Estoy segura de que Tanner estará encantado de ayudarte con Cálculo —asegura mi madre, y siento que Autumn pone los ojos en blanco hacia mí—. ¿Y el tuyo, cariño?
—Añadí Biología después de la comida, así que ahora tengo sueño durante la última hora.
Mi madre tiene el cabello rubio y liso recogido en una cola de caballo y se ha cambiado la ropa del trabajo por vaqueros y un jersey. Vestida así parece más joven, y si Hailey cambiara su estilo de Miércoles Addams, las dos parecerían hermanas.
Como si me hubiera leído la mente, mi hermana aparece detrás de mí y deposita una pila enorme de ropa en los brazos de mi madre.
—No me ha gustado ningún pantalón, pero estas camisetas están bien. ¿Podemos ir a comer? Me muero de hambre.
Mi madre baja la vista al montón de ropa en sus brazos, y puedo ver cómo cuenta hasta diez por dentro. Desde que tengo memoria, nuestros padres nos han alentado a que seamos nosotros mismos. Cuando comencé a cuestionarme mi sexualidad, me dijeron que su amor por mí no dependía de dónde pusiera mi pene.
Bueno, no usaron esas palabras exactas, pero me gusta decirlo.
El año pasado, cuando Hailey decidió que quería empezar a vestirse como un cadáver, se mordieron la lengua y la animaron a que se expresara como quisiera. Aunque son unos santos en términos de paciencia, presiento que se les está agotando en este aspecto.
—Tres camisetas —advierte mi madre al devolverle todo—. Te dije tres camisetas y dos pantalones. Ya tienes una docena de camisetas negras. No necesitas una docena más. —Luego se gira hacia mí, con lo que frustra la protesta de Hailey—. Así que Biología te da sueño. ¿Qué más?
—Auddy debería quedarse en Literatura Moderna. Será un sobresaliente garantizado.
—Ah. El asistente del Seminario es superatractivo —agrega Autumn.
—¿Quién es? —Como por alguna clase de instinto protector, la mirada de mi madre se desliza hacia mí antes de volver a Auddy.
—Sebastian Brother —responde con una exhalación.
Mi hermana bufa detrás de nosotros, y nos giramos esperando lo inevitable.
—Su hermana Lizzy va a mi clase. Siempre está tan feliz.
—Qué horror, ¿no? —resoplo.
—Tanner —advierte mi madre.
—Cállate, Tanner. —Hailey empuja mi hombro.
—Hailey.
Autumn intenta liberar la tensión volviendo al tema.
—Sebastian hizo el Seminario el año pasado. Al parecer, su libro es muy bueno.
Mi madre me ofrece una camiseta con estampado de rombos, tan horrible que ni siquiera me molestaré en mirarla. Sin embargo, la lanza contra mi pecho y me dedica su expresión de madre.
—Ah, lo vendió, ¿no? —le pregunta a Autumn, que asiente con la cabeza.
—Espero que hagan una película y él sea el protagonista. Tiene el cabello sedoso y su sonrisa… Dios.
—Es un muñeco de mejillas rosadas —suelto antes de poder pensarlo mejor.
Mi madre se queda tiesa a mi lado, pero Auddy no parece percibir nada extraño en lo que he dicho.
—Sí que lo es.
—Este chico podría ser un problema. —Mi madre se ríe con rigidez y devuelve la camiseta al perchero. Aunque miraba a Autumn al decirlo, estoy seguro de que me hablaba a mí.
Para la clase del viernes, mi interés en los atributos notorios de Sebastian Brother no ha disminuido. Por primera vez desde que me mudé aquí, me cuesta disimular. Si me atrajera una asistente del profesor femenina, no sería gran cosa que alguien me pillara mirándola de vez en cuando, pero con él es diferente, y el esfuerzo que requiere parecer indiferente es agotador. Fujita y Sebastian hacen rondas mientras nosotros definimos ideas de la forma que nos funcione a cada uno (esquemas, oraciones inconexas, letras de canciones, dibujos), y yo tan solo estoy haciendo garabatos en una hoja en blanco para no seguir todos sus movimientos. A mi lado, Autumn parece escribir mil palabras por segundo en su portátil antes de detenerse a respirar, lo que me distrae e irrita. Tengo la sensación irracional de que, de algún modo, está succionando mi energía creativa. Pero cuando me levanto para tener más espacio en otro lado del aula, por poco me choco de frente con Sebastian.
Frente a frente, nos miramos uno al otro antes de retroceder al unísono.
—Lo siento —me disculpo.
—No, ha sido mi culpa. —Su tono de voz es bajo y tranquilo, con un ritmo hipnótico. Me pregunto si alguna vez dará sermones en la iglesia con esa voz o si dictará sentencias—. Fujita me ha dicho que debería trabajar contigo con más detenimiento —explica, y ahora veo que se acercaba para hablar conmigo. El color de sus mejillas adquiere un rubor acalorado—. Dijo que parecías, eh, un poco estancado en la etapa de la trama y que debía ayudarte con la tormenta de ideas.
El impulso defensivo y los nervios crean un remolino extraño en mis venas. ¿Apenas llevamos tres clases y ya voy retrasado? ¿Y me lo tiene que decir él? ¿Este fanático religioso al que no puedo sacarme de la cabeza? Se me escapa una risa, fuerte.
—No es necesario. Puedo ponerme al día el fin de semana, de verdad. No quiero que te molestes…
—No me molesta, Tanner. —Traga saliva y, por primera vez, noto lo larga y suave que parece su garganta.
Mi corazón está descontrolado. No quiero que me afecte de esta forma.
—Tengo que resolverlo por mí mismo —suelto y lo esquivo, mortificado.
Esperaba que fuera una fascinación fugaz, una noche de fantasías y nada más. Pero aun verlo caminar por la clase me moviliza y estar tan cerca de él casi me provoca un ataque de pánico. Tiene el control del espacio que habita, aunque no es porque sea un deportista imponente o un macho dominante, sino porque la luz parece iluminar sus facciones con un brillo diferente al de todos los demás.
Autumn se acerca unos minutos después y me apoya una mano en el hombro.
—¿Estás bien?
—Claro. —Por supuesto que no.
—No tienes que preocuparte porque los demás estén mucho más avanzados.
—Vaya, gracias, Auddy —me río con el foco de vuelta en la otra causa de estrés: la novela.
Ella resopla, deja caer la cabeza contra mi brazo y también se echa a reír.
—No he querido decirlo así. —Al mirar a un lado, veo a Sebastian justo antes de que aparte la vista de nosotros. Luego, Auddy se estira para darme un beso en la mejilla—. ¿Irás a la fiesta de Manny esta noche?
Celebrar los dieciocho jugando a combatir con armas láser, solo pasa en Utah, por Dios.
—No lo sé. —Me gusta Manny, pero para ser sincero, soy un ser humano, puedo soportar una cantidad limitada de noches de combate láser.
—Vamos, Tann. Eric estará ahí. Necesito con quien estar para hacer algo además de sentirme incómoda frente a él.
La secundaria es un pequeño nido incestuoso. A Autumn le gusta Eric, que siente algo por Rachel, la hermana de la chica que besé después del baile del año pasado, quien estoy seguro de que salió con el hermano de la mejor amiga de Hailey. Si cogemos a cualquiera en esta habitación, estará a seis personas de alguien con quien llegamos a la segunda base.
Pero no es que tengamos nada mejor que hacer.
El sonido de la música y de ritmos electrónicos atraviesa las puertas de cristal de Fat Cats. El aparcamiento está atestado. Si fuera cualquier otra ciudad, me sorprendería, pero no aquí un viernes por la noche. Minigolf, combate láser y bolos que brillan en la oscuridad son el entretenimiento más salvaje que se puede conseguir.
Autumn está a mi lado, con el perfil iluminado por la pantalla del móvil mientras se esfuerza por escribir y caminar por la acera al mismo tiempo. Cogida del brazo, la guio para rodear a un grupo de chicos que van con la vista pegada a sus propios teléfonos, y nos dirijo adentro con seguridad.
El año después de que nos mudamos aquí, hicimos un viaje familiar a Las Vegas en el Prius de mi padre para la boda de mi tía Emily con su novia, Shivani. Hailey y yo tuvimos los ojos desorbitados todo el fin de semana: paneles digitales, clubs de stripper, alcohol y piel desnuda… Adondequiera que miráramos, había un espectáculo.
Aquí, excepto por las diferencias obvias, como el tamaño y la clara falta de camareras con poca ropa sirviendo cócteles, el aire tiene la misma energía. Five Cats es como Las Vegas para adolescentes y abstemios. Clientes hipnotizados deslizan una ficha tras otra en máquinas titilantes, con esperanzas de ganar algo, lo que sea.
Identifico a algunos chicos de clase. Jack Thorne está jugando lo que estoy seguro de que es una partida emocionante de Skee-Ball, con una tira de tickets reptando entre sus pies. Dave Futbolista juega al pinball con Clive y, como era predecible, tiene un balón entre los pies. El cumpleañero, nuestro amigo Manny Lavea, está haciendo el tonto con algunos de sus hermanos cerca de unas mesas al fondo de la sala, pero, para disgusto de Autumn, Eric no está a la vista.
Antes de rendirme, analizo las siluetas frente a las pantallas gigantes suspendidas sobre las pistas de bolos (perdón, sobre el Corredor del Trueno).
—¿Estás escribiéndole? —le pregunto a Autumn, que sigue con la vista pegada al móvil.
—No.
—¿Entonces qué te tiene pegada al móvil esta noche? Apenas parpadeas.
—Estoy escribiendo algunas notas —me explica mientras me coge de la mano para llevarme hacia las mesas detrás del mostrador de canje de tickets—. Para el libro. Ideas que aparecen en mi mente o fragmentos de diálogos. Es un buen método para escribir. Fujita esperará que presentemos algo el lunes.
El estrés me revuelve el estómago, así que cambio de tema.
—Vamos, Auddy. Conseguiré algo para ti.
Gano un tigre gigante, que me da culpa saber que pronto se convertirá en una cosa deforme, y luego volvemos a la sala de la fiesta, justo cuando están sirviendo la comida. Una mujer ojerosa llamada Liz intenta poner algo de orden, pero se da por vencida y deja una bandeja de verduras y salsas en el centro de la mesa. La verdad es que hemos estado aquí tantas veces que Liz podría salir a fumar un paquete de tabaco entero y nosotros nos las arreglaríamos el resto de la noche.
Eric llega cuando la madre de Manny empieza a repartir platos de plástico y todo el grupo (alrededor de veinte), se divide en filas a ambos lados de las mesas largas. Sirven la horrible pizza con el Sprite de siempre, pero la madre también ha preparado algunas comidas, así que cojo algo de esa parte de la mesa. La familia de Manny es de Tonga, y cuando llegué aquí en segundo año desde el paraíso de la diversidad en South Bay, fue un alivio encontrar a alguien de piel morena entre un mar de rostros pálidos. Gracias a las misiones en Hawái y en otras islas del Pacífico, hay una cantidad sorprendente de polinesios en Utah. La familia de Manny no es la excepción, pero son de los religiosos que no se aíslan de los demás. Él es un chico corpulento, hilarante y sonríe casi todo el tiempo. Podría gustarme, si no fuera una clara pérdida de tiempo: es un ferviente heterosexual. Apostaría cada centavo a que no llegará virgen al matrimonio.
Me acerco a Autumn y abro la boca para molestarla porque solo tiene un palito de pan en el plato, pero las palabras se ahogan en mi garganta. Sebastian Brother está al otro lado de la sala, hablando con dos de los hermanos de Manny. Al verlo, mi pulso se descontrola.
No sabía que él estaría aquí.
Auddy nos lleva hasta un banco, donde se sienta a beber agua, distraída. Ahora que le presto atención, noto que se ha arreglado más de lo normal esta noche: se ha alisado el cabello, se ha puesto un brillo labial que parece pegajoso, y estoy casi seguro de que su falda es nueva.
—¿Por qué no comes?
Para demostrar que no estaba mirando a Eric, le hace una foto a la comida, comprueba el resultado, escribe algo y me enseña la pantalla. Es una imagen del palito sobre un plato blanco, con la palabra «comida» debajo.
Increíble.
—La pizza chorrea grasa y lo demás es raro —dice señalando mi plato—. La ensalada tiene pescado crudo.
Levanto la vista otra vez y miro con disimulo por encima de su hombro; Sebastian se ha movido a la mesa junto a la nuestra. Al ver la mochila a su lado, me obsesiona de inmediato pensar en dónde habrá estado. ¿En la universidad? ¿La biblioteca? ¿Vivirá en el campus o en casa con sus padres?
Sin embargo, vuelvo a centrarme en mi plato.
—Es el mismo ceviche que comiste en ese lugar de Park City. Te gustó.
—No recuerdo que me haya gustado —niega, pero me roba un bocado con el tenedor de todas formas—. Por cierto, ¿has visto quién está aquí?
Como si pudiera ignorarlo.
Eric y Autumn charlan un poco y, a pesar de que no escucho lo que dicen, noto los momentos de incomodidad; cualquiera podría notarlo. Ella se ríe demasiado fuerte, los silencios se extienden demasiado, interrumpidos cuando ambos vuelven a hablar al mismo tiempo. Quizás a él también le gusta; eso explicaría por qué los dos se comportan como niños pequeños. ¿Está mal que me alivie que a ella le guste Eric, aunque podría terminar mal y afectarnos a todos? Mi amistad con Autumn es lo más importante, y no quiero que queden residuos del romance entre nosotros. Si las cosas pudieran volver a la normalidad de forma definitiva, tal vez podría contárselo todo.
Quizás tendría con quién hablar sobre el dilema de Sebastian.
Al pensar en eso, la curiosidad felina de mi mente hace que mi atención vuelva a estar detrás de mí. Es como si la sola presencia de Sebastian vibrara. Quiero saber dónde está a cada instante y quiero que él note mi presencia.
El plan queda frustrado antes de iniciarse cuando Manny arrastra a un grupo de nosotros al campo de combate láser. De mala gana, los sigo a la sala de preparación para esperar instrucciones.