Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
Hazel Bradford sabe que es muy intensa. Tiene un ejército de mascotas, fascinación por lo absurdo y una falta de filtro que le hace decir lo que no debe en el peor momento posible. Solo quiere pasárselo bien, pero es una lástima que la mayoría de los hombres no estén a la altura. Ellos se lo pierden. Josh Im la conoce desde la universidad, y su apacible moderación resultó ser totalmente incompatible con su energía. Desde la noche en que se conocieron (cuando ella le vomitó en los zapatos) hasta cuando le envió un correo electrónico ininteligible por culpa de los calmantes, siempre la ha considerado más un espectáculo que una amiga. Pero ahora, diez años más tarde, después de que una novia infiel haya puesto su vida patas arriba, salir con Hazel es un soplo de aire fresco. Aunque no es que Josh y Hazel salgan juntos. Al menos, no entre ellos. Solo se organizan citas a ciegas dobles, cada una peor quque la anterior, lo que significa que no hay nada entre ellos, ¿verdad?
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 330
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Solo amigos. Solo amigos. Solo amigos.
Si se lo repiten lo suficiente, quizás se lo crean.
Hazel Bradford sabe que es muy intensa. Tiene un ejército de mascotas, fascinación por lo absurdo y una falta de filtro que le hace decir lo que no debe en el peor momento posible. Solo quiere pasárselo bien, pero es una lástima que la mayoría de los hombres no estén a la altura. Ellos se lo pierden.
Josh Im la conoce desde la universidad, y su apacible moderación resultó ser totalmente incompatible con su energía. Desde la noche en que se conocieron (cuando ella le vomitó en los zapatos) hasta cuando le envió un correo electrónico ininteligible por culpa de los calmantes, siempre la ha considerado más un espectáculo que una amiga.
Pero ahora, diez años más tarde, después de que una novia infiel haya puesto su vida patas arriba, salir con Hazel es un soplo de aire fresco. Aunque no es que Josh y Hazel salgan juntos. Al menos, no entre ellos. Solo se organizan citas a ciegas dobles, cada una peor que la anterior, lo que significa que no hay nada entre ellos, ¿verdad?
«Christina Lauren retrata con humor el mundo de las citas modernas».
—US WEEKLY
CHRISTINA HOBBS
Y LAUREN BILLINGS
Son un dúo de autoras y mejores amigas que escriben desde hace años bajo el nombre de Christina Lauren. Juntas han publicado más de diecisiete novelas superventas y han sido traducidas a más de treinta idiomas.
A Jen Lum, Katie y David Lee
Antes de empezar, hay algunas cosas que debes saber sobre mí:
Estoy sin blanca y soy vaga, una combinación pésima.No puedo dejar de sentirme incómoda en las fiestas, por lo que, probablemente, intente relajarme con alcohol y acabe sin camiseta.Tienden a gustarme más los animales que las personas.Por supuesto, digo o hago lo peor posible en momentos delicados.
En resumen, soy la mejor haciendo el ridículo.
En principio, eso debería explicar por qué logré no salir con Josh Im: nunca me consideró una posible candidata. Para empezar, la primera vez que nos vimos, yo tenía dieciocho años, él veinte, y le vomité en los zapatos.
Para sorpresa de ninguno de los presentes (y prueba cabal del punto número dos de la lista anterior), no recuerdo nada de esa noche, pero, creedme, Josh sí. Según dicen, derribé una mesa plegable llena de bebidas apenas unos minutos después de haber llegado a mi primera fiesta universitaria, luego me retiré con mis compañeros al rincón de la vergüenza, donde ahogué el bochorno en lo que quedaba de alcohol barato.
Cuando Josh cuenta la historia, se asegura de mencionar que, antes de vomitar, lo quise conquistar balbuceando: «Eres el chico más guapo que he visto en la vida y sería un honor tener sexo contigo esta noche».
Después, me quité el sabor amargo de su silencio bochornoso con un chupito fatídico de triple sec de los abdominales de Tony Bialy. Y, cinco minutos más tarde, estaba vomitando por todas partes, incluido Josh.
Y eso no acabó allí. Un año después, yo estaba en segundo curso, y Josh, en el último. Para entonces, había aprendido a no beber chupitos de triple sec y que, si hay un calcetín en el pomo de la puerta, significa que tu compañero de dormitorio tiene compañía, así que no debes entrar. Por desgracia, Josh desconocía el idioma del calcetín, y yo desconocía que compartía habitación con Mike Stedermeier, mediocampista estrella y el chico con el que yo estaba acostándome en ese momento. En ese preciso momento. Es decir que, la segunda vez que vi a Josh Im fue cuando entró a su dormitorio y me encontró desnuda, inclinada sobre su sofá, recibiendo a su amigo a cuatro.
Pero tengo que decir que el mejor ejemplo es una pequeña historia a la que nos gusta llamar «El incidente del correo».
Durante el semestre de primavera de mi segundo año, Josh fue mi profesor adjunto de Anatomía. Hasta ese momento, sabía que era atractivo, pero no tenía ni idea de que era increíble. Estaba haciendo horas extra en el despacho para ayudar a los que íbamos muy atrasados. Nos compartió sus antiguos apuntes y dio clases de repaso en cafeterías antes de los exámenes. Era listo, divertido y relajado, de un modo que yo ya sabía que nunca podría llegar a ser.
Nos había encandilado a todos, pero para mí fue algo más profundo; Josh Im se convirtió en la imagen de la perfección. Quería ser su amiga.
Resulta que me habían sacado las muelas del juicio. Antes de la intervención estaba convencida de que sería algo sencillo: quitar algunos dientes, tomar ibuprofeno, fin. Pero mis dientes estaban incrustados, así que tuvieron que anestesiarme para poder sacarlos. Desperté en casa una hora más tarde, sudando por los analgésicos, con huecos dolorosos en la boca, las mejillas llenas de bolas de algodón y el recuerdo intrusivo de que debía entregar un trabajo en dos días.
Tras ignorar el consejo de mi madre de esperar a estar sobria, redacté el siguiente correo, que Josh procedió a imprimir, enmarcar y colgar en su baño.
Quedido Josh:
En clase dijistes que si te enviábamos nuestros trabajos les echarías un vistazo. Quería enviarte el mío y lo había anotado en el calendario para no olvidarme. Pero pasó que me sacaron una muela del juicio, todas en realidad. Me esforcé mucho en esta clase y apenas conseguí un aprobado (¡Aaah!). Eres mucho muy listo y sé que si me alludas me irá mejor. Puedes darme unos días extra???? No me siento muy bien con estas pastillas y sé que no puedes hacer excepciones con todos por favor si haces esto por mí todos mis deseos serán por ti a partir de ahora.
Te quiero.
Hazel Bradford (Hazel, no Haley como me dijistes está bien no estés vergonzado avergonzado triste)
Deliberadamente, también imprimió y colgó su respuesta enmarcada debajo.
Hazel, no Haley:
Puedo hacer la excepción. Y no te preocupes, no me avergüenza. No es como si te hubiera vomitado en los zapatos o me hubiera revolcado desnudo en tu sofá.
Josh
En ese preciso momento, supe que Josh y yo estábamos destinados a ser mejores amigos y que nunca podría liarla tratando de acostarme con él.
Por desgracia, se graduó y la posibilidad de acostarme con él dejó de ser un problema, porque pasó casi una década hasta que volví a verlo. Pensaréis que durante ese tiempo dejé de ser un completo desastre o que él olvidó todo eso del incidente Hazel no Haley Bradford.
Bueno, pues os equivocáis.
Siete años después
Para cualquiera que me conociese en la universidad sería terrible descubrir que me he convertido en maestra de primaria, responsable de educar a niños con los ojos bien abiertos y mentes como esponjas. Pero, la verdad, creo que soy muy buena en lo que hago. Para empezar, no tengo miedo de hacer el ridículo. En segundo lugar, creo que hay algo en la mente de los niños de ocho años que concuerda conmigo a nivel espiritual.
El tercer año de primaria es mi punto débil; los niños de ocho años son un subidón.
Tras dos años de prácticas en quinto curso, me sentía estancada y agobiada. Tras un año con niños de tres y cuatro años, supe que no tenía la tolerancia necesaria para seguir enseñándoles a usar el baño. Pero el tercer año fue el equilibrio perfecto entre chistes de flatulencias, abrazos de niños que piensan que soy la persona más lista del mundo y tener la autoridad suficiente para conseguir la atención de todos con una simple palmada.
Por desgracia, hoy es el último día de clase. Mientras descuelgo de las paredes los múltiples pósteres inspiradores, calendarios, gráficos de pegatinas y obras maestras del dibujo, me percato de que también es el último día que veré a esta clase de tercero en particular, y se me forma un nudo en el estómago de la pena.
—Tienes la postura de Hazel Triste.
Me giro, sorprendida de encontrar a Emily Goldrich detrás de mí; no solo es mi mejor amiga, sino que también es maestra (aunque no aquí en Merion), y parece recién salida de la ducha porque sus vacaciones de verano comenzaron una semana antes que las mías. Además, sostiene lo que espero que sea una bolsa llena de comida tailandesa; tengo tanta hambre que podría comerme la horquilla en forma de manzana de su cabello. En contraste, mi cabeza parece una fregona sucia, cubierta por los restos de purpurina descolorida que Lucy Nguyen decidió que sería una buena sorpresa para el último día.
—Estoy un poco triste. —Señalo las tres paredes ya vacías de la clase—. Aunque también es catártico en cierto modo.
Emily y yo nos conocimos hace unos nueve meses en un foro de política en línea, en el que era evidente que ninguna de las dos tenía hijos por la cantidad de tiempo que dedicábamos a quejarnos allí. Hasta que nos conocimos para quejarnos en persona delante de una taza de café y nos hicimos amigas al instante. O, para ser más precisa, yo decidí que ella era increíble y la invité a un café una y otra vez hasta que accedió. En palabras de Emily: cuando conozco a alguien a quien adoro, me convierto en un pulpo que le envuelve el corazón cada vez más fuerte con los tentáculos, hasta que no puede negar que también me quiere.
Emily trabaja en Riverview con niños de quinto (es una guerrera), así que cuando me contó que había una vacante allí para tercero, corrí a la oficina del distrito con mi solicitud en mano. El problema fue que estaba tan desesperada por conseguir un puesto en una de las mejores escuelas que, al bajar del coche y echar a correr por las escaleras hacia recursos humanos, me percaté de que, uno, no llevaba sostén, y dos, tenía puestas las pantuflas de Homer Simpson.
No importa. Me vestí de forma apropiada para la entrevista dos semanas después. ¿Y adivináis quién consiguió el trabajo?
¡Creo que yo!
(Bueno, no está confirmado, pero Emily está casada con el director, así que estoy bastante segura de que es para mí).
—¿Vendrás esta noche?
La pregunta de Em me arranca de la batalla física y mental que estoy librando contra una chincheta demasiado testaruda en la pared.
—¿Esta noche?
—Hoy.
—Dame más pistas —solicito mirándola con paciencia por encima del hombro.
—Mi casa.
—¿Más específicas? —He pasado muchas noches en su casa, jugando al dominó con ella y con Dave, y comiendo lo que Dave hubiera asado ese día.
Em suspira y se acerca al escritorio para sacar un martillo de mi caja de herramientas con estampado de dálmata para que pueda retirar la chincheta de la pared.
—La barbacoa.
—¡Cierto! —Empuño el martillo en señal de victoria, porque esa maldita chincheta ahora es mía y puedo destruirla (o reciclarla con responsabilidad)—. La fiesta del trabajo.
—No es oficialmente de trabajo, pero algunos de los mejores maestros estarán ahí. Quizás quieras conocerlos.
La observo con cierta inquietud, ya que todos recordamos el punto número dos de mi lista.
—¿Prometes controlar mi consumo de alcohol? —pregunto. Por alguna razón, eso la hace reír.
—Te llevarás bien con el equipo de Riverview —afirma y la anticipación me genera un cosquilleo.
***
Creo que Emily no estaba bromeando. Escucho la música desde la calle en cuanto bajo de Giuseppe, mi confiable Saturno del 2009. Suena una canción de uno de los cantantes españoles que le gustan a Dave, acompañada por el inconfundible choque de vasos, varias voces y la fantástica risa estruendosa de Dave. El olfato me dice que está haciendo carne asada, lo que implica que también ha preparado margaritas, y eso quiere decir que debo esforzarme por mantener mi camiseta en su lugar esta noche.
Deseadme suerte.
Suspiro profundamente para prepararme y echo un último vistazo a mi ropa. No es por vanidad, lo juro, sino porque la mayoría de las veces tengo algo desabotonado, un dobladillo metido en la ropa interior o alguna prenda del revés. Es algo que podría explicar, en parte, por qué los niños de tercero se sienten a gusto conmigo.
La casa de Emily y Dave es de estilo victoriano tardío, con una hiedra con voluntad propia que invade la pared lateral camino al patio trasero. Un camino de flores zigzagueante marca el sendero hasta la valla, así que lo sigo rumbo al origen de la música.
Emily se ha esforzado mucho para esta barbacoa, a la que ha llamado «¡Bienvenido, verano!». Ha colgado una guirnalda de lámparas de papel en el sendero e incluso ha puesto la coma donde toca. Las cenas en mi casa constan de platos de papel, vino en tetrabrik y yo corriendo como una loca a tres minutos de servir la cena porque he quemado la lasaña por insistir en que «NO NECESITO AYUDA, SENTAOS Y RELAJAOS».
Si hay alguien con quien no debería compararme es con Emily. La adoro, pero hace que los demás parezcamos plantas inertes. Cuida de su jardín, hace punto, lee al menos un libro por semana y tiene el don envidiable de comer como un camionero sin engordar ni un gramo. También tiene a Dave, que, además de ser mi nuevo jefe (cruzad los dedos), es progresista sin pretensiones y me hace sentir que es mejor feminista que yo. Mide más de dos metros (lo medí con espaguetis crudos una noche), y es tan atractivo que podría pasar por bombero. Apuesto a que tienen un sexo increíble.
Emily chilla mi nombre en cuanto me ve, con lo que el grupo de mis futuros amigos se gira para ver por qué ha gritado.
—¡Ven aquí!
Pero el aspecto del jardín trasero me distrae de inmediato. El césped tiene el tono verde que solo se ve en la costa del Pacífico y se extiende desde el sendero de piedras como una alfombra esmeralda. Los parterres están llenos de hostas que comienzan a desplegar las hojas, con un roble gigante en el centro, con lámparas de papel colgadas en las tupidas ramas que protegen a los invitados de los últimos rayos de sol.
Emily me invita a acercarme y, de camino, le sonrío a Dave. Cuando me ofrece la copa de margarita en cuestión, asiento y atravieso el pequeño grupo de personas (que quizás sean mis nuevos colegas) hacia el extremo opuesto del patio.
—Hazel, ven aquí —insiste Em—. Hablo en serio, la adorareis cuando la conozcáis —les dice a las dos mujeres que tiene a su lado.
¿Adivináis qué? Mi primera conversación con las otras maestras de tercero de Riverside es sobre pechos y, esta vez, no he sido yo la que la ha iniciado. ¡Lo sé, yo tampoco lo hubiera dicho! Al parecer, Trin Beckman es la maestra con más antigüedad en tercero; cuando Emily señala sus pechos, coincido en que tiene una buena delantera. Ella parece pensar que se verían mejor en otra clase de sostén y comenta algo sobre tres lápices que no termino de entender. Por su parte, Allison Patel, mi otra colega, se lamenta de su copa A.
Emily señala su propia copa A y frunce el ceño hacia mi notoria copa C.
—Tú ganas.
—¿Y cuál es mi trofeo? ¿Una polla de bronce gigante? —pregunto. Las palabras se escapan antes de que pueda detenerlas. Podría jurar que mi boca y mi cerebro son hermanos que se odian y se hinchan a puñetazos en momentos vergonzosos como este. Ahora parece que mi cerebro me ha abandonado.
Emily está atónita, con la mandíbula a punto de desencajársele. Allison parece contemplar la situación con mucha seriedad. Pero todas nos sorprendemos cuando Trin se echa a reír.
—Tenías razón, será muy divertida.
Suelto el aire al sentir una pequeña descarga de orgullo por su comentario, sobre todo cuando me doy cuenta de que está bebiendo agua. A Trin no le hace gracia mi falta de filtro porque ya esté borracha con una de las margaritas mortales de Dave; le molan los bichos raros. Siento agitarse mis tentáculos de pulpo.
Una sombra se materializa a la derecha de Emily, pero me distrae el margarita que Dave coloca en mi mano en el momento perfecto.
—Bebe con calma, dinamita —advierte antes de desaparecer.
¡Mi nuevo jefe es el mejor!
—¿Qué hacéis por aquí? —pregunta una voz masculina desconocida.
—Hablábamos de que los pechos de Hazel son mejores que los de todas nosotras —responde Emily.
Levanto la vista de la copa para comprobar si conozco a la persona que ahora contempla mis tetas y… vaya.
Vaaaaaya.
Los ojos oscuros se abren de par en par y se alejan rápidamente. La marcada mandíbula se tensa. Mi estómago da un vuelco.
Es él. Josh.
El mismísimo Josh Im. La imagen de la perfección.
—Creo que me saltaré la charla sobre pechos —dice con una tos seca.
Si es que es posible, está mejor que en la universidad, bronceado, en forma y con las facciones bien esculpidas. Aunque retrocede horrorizado, mi cerebro aprovecha la oportunidad para vengarse de mi boca.
—Está bien, Josh ya me ha visto las tetas —digo como si nada. La fiesta se detiene. El aire se congela—. No es que quisiera verlas. —Mi mente hace un intento desesperado por arreglar esto—. Fue a la fuerza. —Unas campanas de viento resuenan tristemente a lo lejos. Las aves se detienen en pleno vuelo y caen en picado—. No lo obligué yo —aclaro y Emily gruñe con pesar—. Es que su compañero de cuarto me tenía…
—Hazel. —Josh apoya una mano en mi brazo—. Ya.
—Esperad. —Emily nos mira confundida—. ¿Os conocéis?
—De la universidad —responde él sin apartar la vista de mí.
—Días de gloria, ¿no? —le digo con mi mejor sonrisa.
—¿Salisteis juntos? —curiosea Trin mirándonos expectante.
—Santo Dios, jamás —responde Josh con el rostro pálido.
Mierda, me había olvidado lo mucho que me gustaba este hombre.
***
Ese pequeño embustero de Dave Goldrich, director de la escuela, espera hasta mi tercer margarita para decirme que el trabajo es mío. Estoy segura de que lo ha hecho para averiguar qué respuesta hilarante saldrá de mi boca, así que espero no decepcionarlo.
—¡Joder! ¿Me estás vacilando?
—No. —Ríe.
—¿Ya tengo un expediente enorme en recursos humanos?
—Oficialmente, no. —Se inclina desde su altura cercana a la Estación Espacial para darme un beso en la cabeza—. Pero tampoco haré favoritismos contigo. Separo el trabajo de la vida personal, y tú tendrás que hacer lo mismo.
—¿Soy tu favorita? —Capto lo que realmente me importa y le ofrezco una sonrisa con mis hoyuelos encantadores—. No se lo diré a Emily si tú no lo haces. —Él se ríe y finge querer retirar mi vaso, pero lo esquivo y me acerco para preguntar—: Respecto a Josh, ¿es ma…?
—Mi hermana no me dijo que te unirías al personal de Riverview. —Josh debe ser medio vampiro, porque juro que puede materializarse en espacios vacíos junto a cuerpos cálidos.
—¿Tu hermana? —Me paro en seco y sacudo el aire con la mano para despejar la confusión.
—Mi hermana —repite en tono pausado—. Emily Goldrich para ti, Im Yujin para nuestros padres.
De repente, todo tiene sentido. Nunca supe el nombre de soltera de Em ni se me ocurrió que su querido hermano mayor del que siempre habla es el mismísimo Josh sobre el que vomité hace muchos años. Vaya. Parece que esta es la versión adulta del hermano adolescente con los dientes cubiertos de hierros que vi en tantas fotografías. Bien hecho, pubertad.
—Emily, ¿tu nombre coreano es Yujin? —grito por encima de mi hombro.
—Y él es Jimin —responde.
Miro a Josh como si fuera otra persona. Las dos sílabas de su nombre son como una exhalación sensual, lo que podría chillar antes de un orgasmo, cuando las palabras me fallen.
—Es el nombre más sexy que he oído en mi vida.
Él palidece, como si temiera que le ofrezca tener sexo otra vez, y yo me echo a reír. Sé que debería avergonzarme de que la Hazel del pasado fuera tan inapropiada, pero no es que ahora sea mucho mejor, y arrepentirme no es lo mío de todas formas. Los dos sonreímos, divertidos y cómplices, con los ojos desorbitados como los de los dibujos animados.
De repente, su sonrisa se desvanece cuando, al parecer, recuerda que soy ridícula.
—Prometo no hacer insinuaciones sexuales en la fiesta de tu hermana —le aseguro en falsa voz baja.
—Gracias —balbucea incómodo.
—¿Hazel te hizo insinuaciones sexuales? —pregunta Dave.
Josh asiente con la cabeza, pero mantiene la vista fija en mí durante unos segundos más antes de mirar a su cuñado, mi nuevo jefe.
—Lo hizo.
—Lo hice —coincido—. En la universidad. Justo antes de vomitarle en los zapatos. Fue uno de mis momentos menos seductores.
—Y tuvo unos cuantos. —Josh baja la vista cuando su móvil vibra en su bolsillo. Lee el mensaje sin mostrar la más mínima expresión y vuelve a guardarlo.
Ha debido de pasar algo con las feromonas masculinas, porque Dave ha interpretado algo que yo no.
—¿Malas noticias? —pregunta con el ceño fruncido y en voz baja, como si Josh fuera de cristal.
Josh se limita a encogerse de hombros sin cambiar de expresión. Cuando se le hincha un músculo en el mentón, tengo que resistirme a presionarlo como si fuera a jugar al Simón dice.
—Tabitha no podrá venir este fin de semana.
Percibo cómo se abre mi propia boca.
—¿De verdad existe alguien que se llama Tabitha?
Los dos se giran hacia mí como si no comprendieran de qué estoy hablando.
Vamos.
—Es que —titubeo—, parece el nombre que le pondrías a alguien que esperas que sea muy, muy… malvado. Es el nombre de una bruja que vive en una cueva y sacrifica cachorros.
Dave se aclara la garganta y bebe un trago largo de su bebida. Josh me mira fijamente.
—Tabby es mi novia.
—¿Tabby?
—Hazel. —Dave ahoga una risa y apoya una mano en mi hombro—. Cállate.
—¿Esto va a mi expediente? —Levanto la vista hacia su rostro familiar, barbudo y tranquilo. Ahora está oscuro, enmarcado por una hilera de luces de exterior.
—La fiesta no cuenta —me asegura—. Pero eres una chiflada. Dale un respiro.
—Creo que el hecho de ser una chiflada explica, en parte, que sea tu favorita.
Dave casi se da por vencido, pero consigue darse la vuelta y alejarse antes de que pueda darme cuenta. Y ahora estoy sola con Josh Im, que me observa como si estudiara una bacteria infecciosa a través de un microscopio.
—Siempre pensé que te había conocido en… una etapa. —Eleva la ceja izquierda con elegancia—. Al parecer, eres así.
—Creo que tengo mucho por lo que disculparme, pero no puedo asegurar que no te exasperaré constantemente en el futuro, así que mejor esperaré hasta que seamos mayores.
—Puedo decir, sin ninguna duda, que nunca he conocido a nadie como tú —afirma con una media sonrisa.
—¿Una pésima candidata?
—Algo así.
Hazel Bradford. Vaya.
Casi todas las personas con las que fui a la universidad tienen una anécdota con Hazel Bradford. Claro que mi antiguo compañero Mike tiene muchas (la mayoría de índole sexual y salvaje), pero otras son más parecidas a las mías: Hazel Bradford corrió una maratón por el barro y fue a la clase de laboratorio sin bañarse para no llegar tarde. Hazel Bradford consiguió más de mil firmas para entrar en una competición para recaudar fondos comiendo perritos calientes, hasta que recordó, en medio del escenario y en televisión, que estaba intentando hacerse vegetariana. Hazel Bradford montó un mercadillo con ropa de su ex mientras él aún dormía en la fiesta en la que lo encontró desnudo con alguien más (casualmente, con otro chico de su banda). Y, mi historia preferida, Hazel Bradford haciendo una presentación oral sobre la anatomía y el funcionamiento del pene para la clase de Anatomía.
Nunca supe bien si era inconsciente o si no le importaba lo que pensaran los demás, pero, sin importar cuán caótica fuera, siempre lograba generar una atmósfera salvaje, inocente y sin intención. Y ahí está en carne y hueso, con su metro sesenta y cincuenta kilos, sus enormes ojos color café y el cabello recogido en un moño gigante, y no creo que haya cambiado en nada.
—¿Puedo llamarte Jimin? —pregunta.
—No.
—Deberías estar orgulloso de tu herencia, Josh —comenta confundida.
—Lo estoy —respondo conteniendo una sonrisa—. Pero acabas de pronunciar Jee-Min. —Me mira con el rostro blanco—. No es lo mismo —explico y repito—: Jimin.
—¿Jeee-minnn? —pronuncia con una expresión dramática y seductora.
—No.
Entonces, se rinde, se endereza para beber un trago de su margarita y mira alrededor.
—¿Vives en Portland?
—Así es. —A la distancia, detrás de ella, veo cómo mi hermana se acerca a Dave, lo hace bajar a su nivel, le pregunta algo y, luego, ambos me miran. Estoy seguro de que acaba de preguntarle por Tabby.
Cuando Tabitha consiguió trabajo en Los Ángeles (el trabajo de sus sueños, escribiendo para una revista de moda), supe que habría fines de semana en los que alguno de los dos no podría viajar al sur (yo) o al norte (ella). De todas formas, me desmotiva que, de los cuatro fines de semana que le tocan a ella, cancele tres en el último minuto.
No es que se eche atrás, más bien tiene emergencias de trabajo de último momento.
Pero ¿qué clase de emergencias tienen en revistas de moda?
De verdad, no tengo ni idea. Pero da igual.
Hazel está hablando.
Vuelvo la atención hacia ella, justo cuando termina lo que sea que estuviera diciendo. Luego me mira expectante, con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Qué decías? —digo.
—Preguntaba si estabas bien —repite despacio después de aclararse la garganta.
Asiento con la cabeza y me llevo la botella de agua a la boca para intentar borrar la irritación que debe de haber visto en mi rostro.
—Estoy bien. Solo me estoy relajando. Ha sido una semana un poco larga. —Hago un repaso mental: he trabajado un promedio de once horas y treinta y cinco pacientes diarios para poder tener el fin de semana libre. Asistí a un reemplazo de rodilla y uno de cadera, atendí bursitis, torceduras, ligamentos desgarrados y una pelvis dislocada que me debilitó las manos incluso antes de empezar.
—Es que eres bastante monosilábico —responde, y yo la miro desde arriba—. Y estás bebiendo agua cuando Dave ha preparado margaritas.
—No se me da bien… —comento y señalo la multitud creciente con mi botella.
—¿La bebida?
—No…
—¿Unir palabras para formar frases y frases para tener una conversación?
—Socializar en grupos grandes —concluyo enseguida con una mueca.
Con eso, me gano una sonrisa, y observo cómo eleva los hombros hacia las orejas y su moño se sacude mientras se ríe con disimulo como en un dibujo animado. Siento una punzada de culpa al pensar en que, a pesar de ser ridícula, también es muy sensual.
—Eres tan rara —comento para detener la reacción que desciende desde mi corazón hasta mi entrepierna.
—Es verdad. Me paso todo el día rodeada de niños, ¿qué esperabas? —replica. Estoy a punto de recordarle que siempre ha sido igual, pero agrega—: ¿Cómo te ganas la vida?
—Soy fisioterapeuta. —Miro alrededor para ver si mi socio Zach ha aparecido, pero no veo su mata de pelo naranja por ninguna parte—. Mi compañero y yo abrimos un centro hace un año.
—Hablas de músculos todo el día —resopla celosa—, y trabajas con cosas agradables y profundas. Yo nunca tendré un trabajo de verdad.
—Bueno, a veces puedo decirle a algunas personas que se bajen los pantalones, pero no suele ser nadie a quien querría ver desnudo de la cintura para abajo.
—A veces me pregunto cómo sería el mundo si no se hubiera inventado la ropa —comenta pensativa.
—Jamás en la vida me he preguntado eso.
—Si estuviéramos desnudos todo el tiempo —continúa como si no hubiera dicho nada—. ¿Qué hubiera sido diferente?
—Probablemente no montaríamos a caballo —sugiero y bebo un trago de agua.
—O tendríamos callosidades en lugares extraños. —Se toca los labios con el dedo índice—. Los asientos de bicicleta serían diferentes.
—Es muy probable.
—Las mujeres nunca se hubieran depilado la vulva.
—Hazel, esa es una palabra horrible. —Un estremecimiento recorre todo mi cuerpo.
—¿Qué? No tenemos vello dentro de nuestras vaginas —sentencia. Yo contengo otro escalofrío y ella me observa con la mirada furiosa de una mujer desairada—. Además, nadie se estremece al escuchar «escroto».
—Sin duda, yo sí me estremezco por la palabra «escroto», también «gónadas».
—Góooooonadas —repite alargando la palabra—. Horrible.
La observo durante un instante de silencio: tiene los hombros descubiertos y un solo lunar en el izquierdo. Sus clavículas son definidas y sus brazos, torneados como si hiciera ejercicio. Tengo un breve recuerdo de haberla visto usando sandías como pesas.
—Siento que me emborrachas solo de escucharte —comento mirando su vaso—. Como si fuera por ósmosis.
—Creo que seremos mejores amigos —suelta y, ante mi silencio atónito, se acerca para alborotarme el pelo—. Yo vivo en Portland, tú también. Tú tienes novia y yo una extensa lista de series de Netflix atrasadas. Ambos odiamos la palabra «gónadas». Yo conozco y adoro a tu hermana. Ella me adora a mí. Es el mejor escenario para una amistad entre un chico y una chica. Ya me has visto en estados nada atractivos para una cita, así que es imposible que te asuste.
—Me temo que lo intentarás de todas formas —replico después de tragar rápidamente un sorbo de agua.
—Creo que tú crees que soy divertida —añade ajena a mis palabras.
—Divertida como un payaso.
—¡Pensaba que era la única persona en el mundo a la que le gustaban los payasos! —exclama mirándome emocionada.
—Bromeaba. —No puedo contener la risa—. Los payasos son aterradores. Ni siquiera puedo pasar cerca de la alcantarilla de mi calle.
—Bueno. —Enlaza su brazo con el mío y me lleva hacia el corazón de la fiesta. Cuando se acerca para susurrarme al oído, mi estómago da un vuelco como en la primera bajada de una montaña rusa—. A partir de aquí, solo podemos avanzar.
***
Hazel nos lleva hacia un par de hombres de pie cerca de la barbacoa; son John y Yuri, dos colegas de mi hermana, y, ahora, de ella. Su conversación se detiene cuando nos acercamos, y Hazel extiende una mano firme.
—Hola, soy Hazel. Él es Josh.
Los tres la miramos entretenidos; nos conocemos desde hace años.
—Nos conocemos —dice John con la cabeza inclinada hacia mí. Le estrecha la mano a Hazel, y yo observo cómo ella contempla sus rastas hasta los hombros, su bigote, su boina y la camiseta que dice «A LA CIENCIA NO LE IMPORTA LO QUE TÚ CREAS». Yo contengo la respiración, a la espera de lo que le dirá, pues como hombre blanco con rastas, John se lo ha puesto muy fácil, pero, en cambio, se gira hacia Yuri y le estrecha la mano con una sonrisa.
—John y Yuri trabajan con Em —le digo y señalo a John con la botella—. Como habrás visto, él enseña ciencias en los cursos más avanzados. Yuri enseña música y teatro. Hazel es la nueva maestra de tercero.
Ellos la felicitan y ella les da las gracias.
—¿Tercer año tiene música? —le pregunta a Yuri.
—Desde el parvulario hasta segundo solo tienen canto. En tercero comienzan con un instrumento de cuerda. Violín, viola o violonchelo.
—¿Y yo puedo aprender? —Eleva las cejas despacio—. ¿Es decir, quedarme en clase?
Los dos le sonríen con desconcierto, como si pensaran «¿Está hablando en serio?». Imagino que la mayoría de los maestros de primaria duermen, comen o lloran en sus horas libres.
—Siempre he querido ser la próxima Yo-Yo Ma. —Hazel hace un bailecito y finge tocar el violonchelo.
—Supongo… que sí —responde Yuri, dominado por el poder de la risa cómica de Hazel Bradford y por su sinceridad encantadora. Yo me giro para mirarla, preocupado por el problema en el que el hombre podría haberse metido, pero él no parece para nada preocupado al enfocarse en el pecho de ella.
—Yo-Yo Ma comenzó a dar conciertos cuando tenía cuatro años y medio —le digo.
—Entonces, será mejor que me dé prisa. No me decepciones, Yuri.
Él se ríe antes de preguntarle de dónde es. Mientras la escucho a medias (es hija única, oriunda de Eugene, criada por una madre artista y un padre ingeniero, estudió en Lewis & Clark), saco mi móvil para leer los últimos mensajes de Tabby, con unos cinco minutos de diferencia entre cada uno. Odio que saber que ha estado mirando el móvil me provoque una pizca de placer.
No te molestes conmigo.
Le dije a Trish que sería el último viernes que trabajaría hasta tan tarde.
¿Quieres que intente llegar mañana o sería una pérdida de tiempo?
No te enfades, Josh, lo siento.
Exhalo controladamente y escribo una respuesta.
Estoy en la fiesta de Em, acabo de leer tus mensajes. No estoy enfadado. Ven mañana si quieres, pero es decisión tuya. Sabes que siempre quiero verte.
***
—¿Ha dicho que seríais mejores amigos? —Mi hermana contempla una camiseta con el ceño fruncido antes de arrojarla de vuelta a su pila en Nordstrom Rack—. Yo soy su mejor amiga.
—Eso es lo que ha dicho. —Siento que la risa asciende por mi pecho, pero se detiene antes de salir cuando recuerdo cómo Hazel aceptó el cuarto margarita de Dave y me pidió que le metiera la camiseta dentro del pantalón—. Es como una droga.
—Ella me volvió rara. A ti también te pasará.
Creo que sé bien a lo que se refiere Em, pero al ver el efecto que ha tenido Hazel en ella (ahora es más divertida y tiene más confianza), no creo que esa rareza sea algo malo. Además, Hazel es muy diferente a Tabby y a Zach, a todos, en realidad y, aunque es el polo opuesto de mi novia y de mi mejor amigo, dos personas calladas y observadoras, creo que sería divertido tenerla cerca. Como tener una cerveza curiosa en la nevera que siempre te sorprende y te gusta encontrar allí.
¿Es una metáfora horrible? Le echo un vistazo a mi hermana y evalúo el daño que podría provocar con la percha que tiene en la mano.
—Es mitad «caos exasperante» y mitad «color en un paisaje monocromático». —Em saca la camiseta de la percha para entregármela y yo la cuelgo de mi brazo. Como siempre, dejo que ella elija mi ropa—. No puedo creer que Tabby no haya venido, otra vez. —No morderé el anzuelo. Es la tercera vez que intenta tener una conversación sobre mi novia—. ¿No sabe que las relaciones llevan trabajo?
—Tiene que cumplir fechas de entrega, Em —le recuerdo mirándola de reojo.
—¿De verdad? —replica con voz aguda e irritada, mientras se pelea con un par de pantalones, que arroja sobre la pila que tiene delante—. La forma en que evita venir no parece como si… —Me preparo con una inhalación profunda, pero espero que no termine la frase—. ¿Te estuviera engañando? —concluye.
Lo ha hecho.
—Emily —digo con tranquilidad—. Cuando Dave trabaja mil horas en la escuela, y tú vienes a cenar a mi casa y te quejas de que llevas días sin verlo, ¿yo te digo «quizás esté con alguien más»?
—No, pero Dave no es un grandísimo idiota.
—¿Qué problema tienes con Tabby? —Se sobresalta ante el volumen de mi voz porque es bastante alto, lo que sé que es raro—. Siempre ha sido amable contigo.
—No es que seas demasiado para ella ni ella para ti —explica—, sino que estáis en círculos diferentes. Tenéis diferentes valores.
Es verdad que nuestros padres, que se mudaron de Seúl a los diecinueve años, recién casados, no son muy fanáticos de Tabitha, pero creo que no les gustaría mucho ninguna chica que no sea coreana. Por desgracia, no creo que Emily se refiera a eso, así que la miro desconcertado. Entonces, se gira por completo hacia mí y enumera las razones con los dedos.
—Tabby es la única persona que conozco que usa sábanas de seda y se pasa horas arreglándose para que parezca que acaba de salir de la cama. Mientras que tú adoras acampar y a veces todavía llevas los pantalones de chándal que te regalé para Navidad hace nueve años. —Niego con la cabeza, porque todavía no la sigo—. Ella piensa que Heathers es una buena guía de etiqueta social —continúa—. Se ríe con Romy and Michele’s High School Reunion cuando no tiene la más mínima ironía, pero fue capaz de ver cuatro películas de Christopher Guest completas sin que se le escapara ni una sola sonrisa. Y las veces en las que sí viene a verte se pasa la mitad del tiempo debatiendo sobre Who Wore It Better? en Instagram.
—Así que… —Parpadeo mientras intento unir los puntos—. ¿Tu problema es que piensas que es… superficial?
—No, no es lo que quiero decir. Si eso la hace feliz, bien. Lo que intento decir es que no tenéis mucho en común. Cuando os veo interactuar, solo hay silencio o «¿Me pasas las zanahorias de la encimera?». Ella está muy, muy metida en el mundo de la moda, en Hollywood y en las apariencias. —Se me queda mirando y, al tiempo que cambio la pila de ropa de un brazo al otro, entiendo el mensaje silencioso.
—Bueno, que a mí no me importe lo que llevo sirve de algo. Obviamente, dejo que las mujeres de mi vida elijan por mí.
Ahora entorna los ojos, y veo cómo cambia el hilo de la conversación con astucia.
—¿Qué hacéis cuando está aquí?
Repaso las imágenes de las últimas visitas de Tabby: sexo; caminar a la tienda de la esquina; Tabby no quiso ir a caminar ni a remar, yo no quise recorrer bares, así que nos quedamos con más sexo; cena en un restaurante cercano, seguida por más sexo.
Estoy seguro de que Emily no quiere que sea tan específico, pero, al parecer, no necesita que responda, porque sigue adelante.
—¿Y qué hacéis cuando tú la visitas?
Sexo; clubes nocturnos; restaurantes abarrotados; todos en sus móviles, escribiéndole a alguien que está en la misma habitación; más clubes; yo quejándome de los clubes; yo caminando solo al Gran Cañón para volver a su casa a tener más sexo.
—Da igual. Me estoy entrometiendo demasiado.
—Así es —afirmo y la guío hacia la caja; ya me he aburrido de ver ropa. Después pago, le doy las gracias a la cajera y nos vamos por el camino pavimentado del centro comercial al aire libre. Tenemos que esquivar a los vendedores que nos atosigan para ofrecernos muestras de cremas.
—Volvamos al tema del que estábamos hablando —comenta Emily con una sonrisa conciliadora.
—Creo que hablábamos de la barbacoa —concedo.
—Mejor dicho, hablábamos sobre Hazel —corrige mirándome de reojo, y la revelación me da una bofetada de frente. Me doy la vuelta y la detengo con una mano en el hombro.
—Ya tengo una novia.
—Soy consciente de eso —afirma arrugando el ceño.
—En caso de que intentes iniciar algo entre Hazel Bradford y yo, te aseguro, sin ninguna duda, que no somos compatibles.
—No intento nada —protesta—. Ella es divertida, y creo que necesitas más diversión.
—No estoy seguro de ser suficiente hombre como para manejar la diversión de Hazel —advierto con una mirada precavida.
—Supongo que solo hay una forma de averiguarlo. —Emily se cuelga una bolsa al hombro y me ofrece una sonrisa pícara.