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Le pidió ayuda para recordar, pero ahora tan solo querría olvidar En un segundo, la vida de Brielle desapareció. Su pasado, sus recuerdos, su futuro. Despertó en la cama de un hospital cuatro días después de que alguien la atacara y disparara a su hermano mayor, Isaac. Brielle no recuerda los últimos tres años y Spencer, el mejor amigo de su hermano y de quien siempre estuvo enamorada, es el único dispuesto a ayudarla. Juntos se sumergen en el pasado. Spencer no tarda en verla como algo más que la hermana pequeña de su amigo, y a Brielle cada vez le importa menos recuperar la memoria. Hasta que Brielle encuentra un anillo de compromiso en su propio apartamento. Pero tal vez, ahora, ya no quiera recordar. Una novela cargada de emoción de la autora best seller del New York Times
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Portada
Página de créditos
Sobre este libro
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Epílogo
Escena extra
Agradecimientos
Sobre la autora
V.1: Abril, 2024
Título original: Help Me Remember
© Corinne Michaels, 2022
© de la traducción, Sonia Tanco Salazar, 2024
© de esta edición, Futurbox Project S. L., 2024
Los derechos morales de la autora han sido reconocidos.
Todos los derechos reservados, incluido el derecho de reproducción total o parcial.
Diseño de cubierta: Sommer Stein, Perfect Pear Creative
Corrección: Isabel Mestre, Sofía Tros de Ilarduya
Publicado por Chic Editorial
C/ Roger de Flor n.º 49, escalera B, entresuelo, despacho 10
08013, Barcelona
www.chiceditorial.com
ISBN: 978-84-19702-18-0
THEMA: FRD
Conversión a ebook: Taller de los Libros
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.
En un segundo, la vida de Brielle desapareció. Su pasado, sus recuerdos, su futuro. Despertó en la cama de un hospital cuatro días después de que alguien la atacara y disparara a su hermano mayor, Isaac.
Brielle no recuerda los últimos tres años y Spencer, el mejor amigo de su hermano y de quien siempre estuvo enamorada, es el único dispuesto a ayudarla.
Juntos se sumergen en el pasado. Spencer no tarda en verla como algo más que la hermana pequeña de su amigo, y a Brielle cada vez le importa menos recuperar la memoria. Hasta que Brielle encuentra un anillo de compromiso en su propio apartamento. Pero tal vez, ahora, ya no quiera recordar.
Una novela cargada de emoción de la autora best seller del New York Times
«Cada libro de Corinne Michaels es mejor que el anterior. Me rompe el corazón en un millón de pedacitos y después me lo recompone mágicamente.»
Vi Keeland, autora best seller
A Sommer Stein: gracias por no haberme despedido… todavía.
Abro los ojos poco a poco y luego los cierro de golpe por la luz cegadora. Me duele tanto la cabeza que me cuesta respirar.
¿Qué narices ha pasado?
Noto una ligera presión en un brazo y, a continuación, la voz suave de mi madre rompe el silencio.
—Brielle, cariño, no pasa nada. Abre los ojos, mi niña.
Inhalo un par de veces antes de intentarlo de nuevo. Esta vez estoy preparada para la claridad y para las paredes blancas esterilizadas que reflejan la luz del sol. Oigo que alguien se mueve a la carrera y, entonces, bajan las persianas, lo que crea sombras que hacen que me resulte un poco más fácil abrir los párpados.
—¿Dónde…? —intento hablar, pero tengo la garganta en carne viva. Siento que he tragado mil cuchillos y que no he bebido agua en años.
Mamá está a mi lado y mi cuñada, Addison, se encuentra junto a ella. Giro la cabeza para ver quién hay al otro lado, pero resulta ser un error enorme, porque una nueva oleada de dolor me golpea el cráneo. Me llevo las manos a la cabeza para intentar aligerar la presión, pero no mengua con tanta facilidad.
Alguien que intuyo debe de ser el médico ordena que traigan la medicación antes de bajar el tono de voz a un susurro.
—Brielle, soy Holden. Te daremos algo para el dolor de cabeza.
¿Holden? ¿Qué hace aquí el mejor amigo de mi hermano? No lo entiendo. Se marchó de Rose Canyon hace mucho tiempo y solo vuelve una vez al año.
—¿Sabes dónde estás? —vuelve a hablar.
Deduzco que en el hospital, a juzgar por las máquinas y la cama en la que estoy tumbada, así que asiento.
—¿Qué… qué ha pasado? —Me atraganto con las palabras.
No se oye nada excepto unos pitidos detrás de mí. Intento mantener los ojos abiertos, como si hacerlo pudiera ayudarme a descubrir por qué estoy aquí. Cuando por fin me hacen caso, miro cara a cara a los tres mejores amigos de mi hermano. Holden, que lleva una bata blanca, está en el centro. A su lado se encuentra Spencer Cross, el hombre alto, moreno y pecaminoso con el que he soñado desde que tenía trece años, pero al que nunca tendré. Y detrás de él, Emmett Maxwell, que… se incorporó al ejército y debería estar destinado… ¿Qué narices pasa?
¿Por qué lleva uniforme de policía? ¿Qué hace aquí? Isaac no para de hablar de los correos que le envía cada semana porque, por supuesto, Emmett tuvo que unirse a las Fuerzas Especiales. No podía servir sin más y volver a casa. No, tenía que hacerse el héroe, lo cual no me sorprende para nada.
—¿Sabes por qué estás en el hospital? —me pregunta Holden.
Sacudo la cabeza, aunque me arrepiento de inmediato. Él me sonríe con suavidad y luego me pregunta:
—¿Sabes cuál es tu nombre completo?
—Brielle Angelina Davis.
—¿Qué día naciste?
—El 7 de octubre.
—¿Y a qué instituto fuiste?
Resoplo.
—Pues al mismo que todos. Al Rose Canyon.
Emmett da un paso al frente y me fijo en que está más corpulento de lo que recordaba: tiene el pecho ancho y el uniforme le queda tan apretado en los brazos que las costuras parecen a punto de descoserse. Esboza una sonrisa encantadora y le apoya una mano a Holden en el hombro.
—Brielle, ¿estarías dispuesta a responder a unas preguntas? Sé que seguramente te duela todo y estés cansada, pero es importante.
¿Responder a unas preguntas? ¿No es acaso lo que he hecho hasta ahora?
Noto que me aprietan la mano con más fuerza y recuerdo que mi madre está aquí, así que me giro hacia ella poco a poco. Tiene las ojeras muy marcadas bajo los ojos marrones y le caen lágrimas por las mejillas. Addy está justo al lado, y también tiene aspecto de no haber dormido en una semana. Echo otro vistazo a mi alrededor y me pregunto dónde narices está mi hermano. Isaac me explicará qué ocurre; siempre es sincero conmigo.
—¿Isaac? —lo llamo, porque a lo mejor está en el pasillo.
Addison se lleva una mano a la boca y aparta la mirada. Mi madre me estrecha la mano con más fuerza y después alarga la otra hacia Addy.
—¿Qué pasa con Isaac? —me pregunta Holden, que vuelve a llamar mi atención.
—¿Dónde está?
Emmett interviene entonces.
—¿Qué recuerdas de la última vez que estuviste con él?
—No… No… —Echo un vistazo a mi alrededor, todavía sin entender por qué estoy en el hospital ni qué demonios pasa—. Ayudadme, no…
—Tranquila, Brie —añade Holden con rapidez—. Estás a salvo, solo cuéntanos qué recuerdas.
Sacudo la cabeza, porque no entiendo por qué me pregunta eso, y el gesto me provoca otra punzada de dolor. Cierro los ojos con fuerza, hasta que el dolor me permite hablar.
—No, no lo sé. ¿Qué hago aquí? ¿Qué pasa? ¿Dónde está Isaac? ¿Por qué todos lloráis? ¿Qué me pasa?
Holden me sostiene la mirada y se acerca más a mí.
—No te pasa nada, pero necesito que respires hondo, ¿vale? —Exagera el gesto: inhala con profundidad, contiene el aire durante un segundo y después exhala lentamente. Tras varios intentos, consigo imitarlo, pero el pánico sigue ahí, y me desgarra por dentro. Se vuelve hacia Emmett—. No está preparada para esto, ¿por qué no nos dais unos minutos para que la examine y se oriente? Tiene que descansar.
Mi madre se pone en pie, pero se niega a soltarme la mano.
—No la dejaré sola.
—Señora Davis, tengo que examinarla, y lo mejor sería que pudiera hacerlo sin distracciones.
Si así obtendré respuestas, haré lo que sea. Pero, conociendo a mi madre, no se irá sin pelear.
—Mamá, no pasa nada. Solo… necesito un minuto. —Esbozo una sonrisa frágil, pero ella asiente y me suelta la mano.
Cuando Spencer, Emmett, Addison y mi madre se van, entra una enfermera; ella y Holden se acercan a la cama, cada uno por un lado.
Holden se inclina sobre mí y me pasa una luz por los ojos antes de sentarse en el borde de la cama.
—Sé que despertarse así puede resultar confuso y abrumador, así que solo quiero comprobar tus constantes vitales y hablar, ¿de acuerdo?
Me señalo la garganta y la enfermera me ofrece un vaso con una pajita.
—Empieza con sorbos pequeñitos. Tienes el estómago vacío, y queremos ir con cuidado.
Me trago el líquido, que está frío como el hielo, y dejo que me calme un poco el dolor. Quiero seguir bebiendo para que la sensación no se acabe nunca, pero me aparta el vaso demasiado rápido.
A continuación, Holden me enseña unas fotografías de tres objetos distintos.
—En unos minutos, te haré unas cuantas preguntas sobre estos objetos y tendrás que acordarte de ellos y responderme. ¿Necesitas que te los enseñe otra vez?
Son la foto de una taza, una llave y un pájaro. No hace falta ser un genio para acordarse.
—No es necesario.
—De acuerdo. ¿Puedes levantar las manos y empujar con fuerza contra las mías? —Hago lo que me pide y, cuando parece satisfecho, pasa a otra serie de pequeñas pruebas. Después me toma el pulso y recita unos números de un tirón. Cuando lo hace, siento que la mente me va a toda velocidad, pero estoy demasiado cansada para centrarme en esos pensamientos.
Holden se dirige a la enfermera:
—A la paciente han empezado a salirle cardenales en la cara, así que tendremos que hacerle más fotos antes de darle el alta. Y también me gustaría que le hicieran otra resonancia, solo para comprobar si la inflamación de ambas lesiones ha disminuido.
—¿Los cardenales son muy feos? —le pregunto.
—No están tan mal. Desaparecerán en una o dos semanas.
Asiento.
—Vale, ¿y es muy grave la herida de la cabeza?
—Sabremos más después de las pruebas y de la segunda resonancia. Ya hablaremos de los resultados luego, ¿de acuerdo?
—¿Puedes explicarme qué hago aquí o qué pasa?
—Como he dicho, hablaremos de los resultados después del examen.
Me hacen un montón de preguntas mientras yo sigo con la cabeza embotada. Aún espero que mi hermano entre por la puerta y le diga a Holden por dónde puede meterse las evaluaciones médicas.
Cuando acabo de responderlas todas, deja a un lado la tableta.
—¿Qué objeto había en la primera fotografía que te he enseñado?
Respiro hondo y entonces mi mente se queda en blanco.
—Eh…, era una… —Inclino la cabeza hacia atrás e intento pensar. Lo sé—. ¡Una taza! —exclamo en tono triunfal.
—Muy bien. ¿Recuerdas la segunda imagen?
—Sí, una llave.
Sonríe, y la enfermera asiente.
—Excelente, Brielle. Y, finalmente, ¿recuerdas la última imagen?
Sí. Esa la… sé. Intento recordar el momento en que me ha enseñado las fotos, pero mis pensamientos son confusos y lentos.
—Sí que me acuerdo, pero estoy muy cansada.
Me apoya una mano en el brazo.
—Lo estás haciendo muy bien.
Pues a mí no me lo parece.
—¿Por qué no me cuentas lo último que recuerdas?
Bajo la mirada a mis manos y le doy vueltas al anillo que me regaló mi padre mientras trato de pensar. Empiezo con la infancia, y recuerdo fiestas, cumpleaños y vacaciones. Mi hermano y yo siempre hacíamos travesuras, pero el pobre Isaac era el único que se metía en líos. Mi padre no era capaz de castigarme, y yo me aprovechaba de lo lindo.
Recuerdo la graduación del instituto, el vestido de color lavanda que llevaba debajo de la toga, y que mi padre falleció dos días después.
Del funeral no recuerdo más que un borrón de lágrimas y tristeza, pero me acuerdo claramente de que Isaac fue el apoyo de mi madre cuando se derrumbó.
Después recuerdo haber conocido a Henry. Yo estaba en segundo, e íbamos juntos a la clase de matemáticas. Dios, era muy mono y divertido. Al final de nuestra primera cita, me besó en la puerta de la residencia de estudiantes, y juro que una hora después aún sentía un cosquilleo en los labios.
Fue mágico.
Más citas. Más recuerdos de cómo nos enamoramos y de cuando nos graduamos con los demás. Estábamos entusiasmados mientras abríamos las cartas de admisión al mismo posgrado en Oregón. Recuerdo el apartamento al que nos mudamos, listos para empezar nuestras vidas mientras nos embarcábamos en nuestras profesiones. Dos años y otra graduación más tarde, no estábamos tan entusiasmados, porque ya no éramos unos críos de instituto, y nos veíamos obligados a tomar decisiones de adultos.
Como cuando decidí volver a Rose Canyon mientras Henry se quedaba en Portland y empezaba a trabajar en el negocio familiar con el objetivo de tomar las riendas a la larga. Eso fue hace unos meses.
Cuando aparto los ojos del anillo, veo que Holden me mira y espera que responda.
—Me gradué del posgrado hará unos seis meses. He estado viviendo con Addison e Isaac mientras buscaba trabajo.
Holden anota algo en la libreta.
—Muy bien, ¿algo más?
—Yo… Sé que Isaac y Addy se casaron. Volví a casa para la boda. Henry y yo estábamos… —Hago una pausa, pues me cuesta pensar en lo que nos ha pasado. No sé si lo que creo es cierto, pero me parece que sí—. Nos peleamos. Fue una estupidez, porque cada dos por tres me pedía que me mudara a Portland, a pesar de que sabía de sobra que yo no quería. ¡Ah! Y conseguí el empleo para el que había hecho una entrevista y me voy a mudar de casa de mi hermano. —Abro los ojos como platos cuando recuerdo que acabo de conseguir un trabajo aquí. En Rose Canyon.
—¿A qué te dedicas?
—Soy asistenta social y trabajo en un nuevo centro juvenil. Empecé hace unas semanas. —Sonrío, porque siento que por fin puedo respirar un poco. Me he acordado.
Aunque Holden no comparte mi entusiasmo.
—Pareces emocionada.
—Sí, lo estoy. Es un buen sitio y… Jenna trabaja allí…
Toma nota de esto último.
—¿Puedes contarme algo más? ¿Sobre tus compañeros de trabajo o sobre los niños que has conocido?
Arrugo el ceño.
—No mucho. Quiero decir, es algo muy reciente y aún estoy conociendo a todo el mundo. —Incluso mientras las pronuncio, las palabras no parecen del todo ciertas.
—Ser la nueva es complicado. —Holden sonríe—. ¿Y sobre el motivo por el que estás en el hospital? ¿Recuerdas algo o a alguien que debería estar aquí con tu familia?
Repaso las personas que estaban aquí cuando me he despertado. Es evidente que no espera que le diga el nombre de mi hermano, ya que es probable que siga en el colegio. Así que me paso una mano por la cara antes de preguntarle:
—¿Henry?
—¿Qué pasa con Henry?
Se me acelera el corazón y me inclino hacia delante, confusa, porque me duelen todos y cada uno de los músculos del cuerpo, a pesar de que Holden solo ha mencionado que tengo una herida en la cabeza.
—Debería estar aquí, pero no está. ¿Está bien? ¿Lo ha llamado alguien?
—Por lo que sé, está bien, y seguro que tu madre lo ha llamado.
Gracias a Dios que se encuentra bien y no en una habitación junto a la mía.
—Debería llegar pronto. Estoy segura de que vendrá. A lo mejor se le han complicado las cosas en el trabajo.
—¿A qué te refieres?
Suspiro.
—Henry… Si no está aquí, lo estará luego. Eso es todo. Estamos resolviendo algunos asuntos. —O, por lo menos, estábamos intentando resolverlos. Las cosas han sido muy complicadas entre nosotros durante los últimos meses. Él no quiere mudarse a Rose Canyon y yo no quiero vivir en la ciudad. Adoro el pueblo, y me gustaría estar cerca de mi hermano y mi cuñada. Addy quiere tener hijos, y yo seré la mejor tía que haya existido jamás.
—Brielle, ¿por qué estás en el hospital?
Cierro los ojos e intento superar el vacío de mi mente. No hay nada.
Solo una niebla muy espesa que me impide recordar.
Estoy perdida. No veo nada.
El corazón me late desbocado e intento con todas mis fuerzas ver algo, pero todo está oscuro y una presión me comprime el pecho.
El pánico amenaza con desbordarme.
Abro los párpados de inmediato y le lanzo una mirada desesperada al mejor amigo de mi hermano mientras intento inhalar.
Madre mía. Me pasa algo muy malo.
—Respira hondo, inhala por la nariz y exhala por la boca —me pide. Intenta tranquilizarme con su voz calmada, pero no lo consigue.
—¿Qué… qué es lo que no sé? ¿Por qué estoy aquí?
Holden aprieta la mandíbula, como si intentara contenerse para no decirme algo. Los pitidos que suenan a mi espalda se intensifican.
—¿He tenido un accidente?
—No ha sido un accidente, pero sí te ha pasado algo. Necesito que te calmes, Brielle. Concéntrate en mi voz y en respirar.
Un nuevo miedo me golpea el estómago. Si no ha sido un accidente, entonces, ¿qué? No consigo relajarme. No puedo contener el intenso pánico que siento, que aumenta por momentos.
—¿Qué ha pasado?
—Brie, para —me pide Holden—. Si no te relajas, tendremos que darte un calmante.
—No, no, porque… No recuerdo por qué estoy aquí. —Y eso me deja con más preguntas y posibilidades. Si no ha sido un accidente, alguien me ha hecho esto. Alguien me ha hecho daño. Solo quiero saber quién y por qué. Empiezo a temblar, y sé que las lágrimas que he visto en el rostro de mi madre y de mi cuñada son la respuesta a una pregunta que no quiero formular. Addy me quiere, sé que lo hace, pero su reacción cuando… cuando he pronunciado el nombre de mi hermano…
Las máquinas que me monitorizan empiezan a pitar todavía más rápido. Holden me está hablando, pero el ruido de mi respiración agitada y el tronar de mi pulso en mis oídos amortiguan sus palabras.
Isaac.
He pronunciado su nombre y Addy se ha desmoronado.
Algo va muy muy mal.
Ay, Dios.
No puedo. Tengo que saberlo. Miro de nuevo a Holden, y el corazón me martillea con fuerza en el pecho mientras me obligo a pronunciar una sola palabra.
—¿Isaac?
—Brielle… —Holden me agarra por los brazos y me mira—. Intenta centrarte en mí y respira despacio. No pasa nada.
Sí que pasa. No recuerdo por qué estoy aquí. No sé qué ha pasado y, cuanto más intento recordarlo, más frenéticos se vuelven los pitidos. La vista se me nubla un poco y Holden le grita algo a la enfermera.
Estoy tan sumida en la espiral de pensamientos que me embargan y tan desesperada por llenarme de aire los pulmones, que se niegan a funcionar, que no consigo prestar atención a lo que grita.
Después, un minuto más tarde, la tranquilidad me inunda las venas y cierro los ojos para caer en un sueño profundo.
* * *
Estoy en una especie de trance extraño. Oigo voces cerca de mí, como si las tuviera justo al lado, pero, por más que lo intento, no consigo recobrar la conciencia.
—¿Qué le decimos? —pregunta Addison.
—Nada —responde mi madre—. Han dejado muy claro que no debemos influir en ninguno de sus recuerdos. Debemos tener paciencia y dejar que los recupere por sí sola.
—Se quedará desolada.
—Sí, pero estaremos a su lado.
—No sé cómo podremos hacerlo.
Alguien me aparta el pelo de la cara y, después, mi madre comenta:
—Yo tampoco; parece una pesadilla que solo empeora. Espero con ansia que abra los ojos y recupere todos sus recuerdos, y, al mismo tiempo, casi deseo que no los recupere nunca.
Una de las dos respira hondo.
—¿Y si no lo hace? —pregunta Addison—. ¿Le mentimos sin más? ¿Tenemos que ocultárselo todo?
Mamá se sorbe la nariz; imagino que está llorando.
—Es horrible, pero no podemos hacer otra cosa. La fiscal insistió en que tenemos que hacerlo así o no habrá caso. Ahora mismo no tienen nada.
¿Un caso de qué? ¿Qué ocurre?
—¿Ha dicho Holden cuándo se despertará?
—Hace unas horas que le ha quitado la medicación, así que depende de su cuerpo decidir cuándo está listo para despertar —responde mamá—. Espero que sea pronto.
—Yo también. Tengo que volver a casa con Elodie. Jenna lleva ahí todo el día, y le he prometido que llegaría antes de la cena.
—Por supuesto, querida. ¿Puedes esperar unos minutos más?
¿Quién es Elodie?
Lucho contra las cadenas que me mantienen en este estado de media conciencia porque quiero preguntarles de qué hablan.
—Unos diez minutos más —comenta Addy con un suspiro—. También tengo que reunirme con los de la funeraria.
¿La funeraria? ¿Quién ha muerto?
Lucho con más fuerza y exijo a mis párpados que hagan lo que les pido, porque tengo que despertarme. No sé cuánto tiempo tardo en hacerlo, pero, al final, consigo que mi cuerpo coopere lo bastante para mover los dedos.
—¿Brie? —me llama mi madre.
Alguien, seguramente ella, me sujeta las manos, y yo se las aprieto, y deseo que entienda que intento despertarme.
Pasa un rato antes de que logre abrir los ojos, y entonces veo a mi madre, que me observa con lágrimas en los ojos. Addison sigue a su lado, y me obsequia con una sonrisa leve.
—Hola —me saluda Addy.
—¿Dónde está Isaac? —suelto las palabras, pues no sé cuánto tiempo conseguiré mantenerme despierta.
Le tiembla el labio, y después una lágrima le resbala por la mejilla. Addison sacude la cabeza.
—¿No te acuerdas?
Niego con la cabeza y mantengo los ojos abiertos por pura determinación.
—Quiero acordarme, pero no puedo. Necesito… verlo. Por favor… Cuéntamelo.
Incluso antes de que diga nada, siento la pérdida de mi hermano. Hay algo que le impide estar aquí conmigo; nunca se separaría de mi lado si yo lo necesitara.
—Se ha ido. —Se le quiebra la voz al pronunciar las palabras—. Ha muerto, y… Yo… —Se le escapa un sollozo—. No quería decírtelo.
No. No es posible. Mi hermano es el hombre más fuerte que conozco, puede sobrevivir a cualquier cosa. Sacudo la cabeza; me niego a creerlo.
—No, ¡no es cierto! Calla. Ve a buscarlo.
Mi madre me apoya una mano en la mejilla y me vuelvo hacia ella.
—Es cierto, cielo. Tu hermano estaba contigo cuando te ocurrió esto, y lo mataron.
—¡No! —le grito, e intento zafarme de la mano con la que me sujeta. No puede ser. Él no. Isaac no. Es… es mi mejor amigo.
Mienten. Tienen que mentir, porque mi hermano no puede haber muerto.
—Por favor —les suplico.
—Lo siento mucho —llora Addison, y deja caer la cabeza sobre la cama—. Sé cuánto lo quieres, y él te quería mucho, Brielle.
Me duele tanto el corazón que desearía no haber despertado. Me gustaría quedarme en la nada, donde me sentía libre y en paz, y no existía la tristeza aplastante que me oprime el pecho con tanta fuerza que me da la sensación de que se me partirán las costillas.
—Sé que tienes mucho que procesar —añade mamá al momento—. Casi te perdemos a ti también, Brielle, y… —Posa los ojos marrones sobre Addison, y esta se aclara la garganta.
—Has estado inconsciente desde que ocurrió.
—¿Cuánto tiempo llevo así? —le pregunto con rapidez. Estoy muy confusa.
Addy me seca una lágrima de la mejilla antes de susurrar:
—Han pasado casi cuatro días.
—Contadme qué ha pasado. Por favor. No consigo…
—Shhh —me acalla mi madre—. Tranquila, Brielle. Ojalá pudiéramos contarte lo que ha pasado, pero no podemos. Lo siento muchísimo.
—¿Por qué no podéis contármelo? ¡Decídmelo! —le grito. Decido enfadarme, porque es mejor que dejarme llevar por el dolor.
Addison se encoge antes de ponerse firme y explicarme:
—Los médicos y los abogados creen que lo mejor es que dejemos que recuperes la memoria por ti misma. Y, para ser sincera, nosotras tampoco sabemos qué ocurrió. —Aparta la mirada y mamá interviene.
—Solo nos han contado que estabas con él. Quieren que recuperes la memoria por tu cuenta porque eres la única testigo. Solo tú sabes quién te ha hecho esto, y a la policía y a la fiscal del distrito les preocupa que el abogado de la defensa utilice la pérdida de memoria para desestimar tu testimonio.
—¿Te refieres a la memoria que no tengo? ¿Al testimonio que no puedo dar para que encuentren a la persona que ha hecho esto? —La emoción se agarra a mi garganta y solo consigo susurrar—: Contadme qué ha pasado.
Las lágrimas me caen por las mejillas como la lluvia mientras trato de aceptar que mi hermano ha muerto, que nadie puede contarme qué está pasando y que me han robado una cantidad de tiempo desconocida de mis recuerdos.
Me quedé dormida durante por lo menos una hora, destrozada y agotada de tanto llorar. Cuando desperté, Holden y mamá pasaron dos horas intentando refrescarme la memoria en vano. Después de otra ronda de llantos, le dije a mi madre que quería hablar con la fiscal y descubrir qué narices ocurría.
Y acaban de informarme de que ya ha llegado y entrará en cualquier momento.
Me comen los nervios, pero los contengo.
Llaman a la puerta, pero, en lugar de entrar Cora, la fiscal del distrito, lo hacen Emmett y Spencer. Quiero presionarlos y exigirles que me cuenten lo que saben, pero sé que no lo harán, y no podría soportar otra sesión de «hacer que Brielle recuerde algo».
—No sé nada, y no pienso hacerlo otra vez —les aviso con una voz distante.
—No hemos venido para eso —responde Emmett.
—Ah, ¿no?
—No.
—¿Y para qué habéis venido? —les pregunto.
Spencer se encoge de hombros.
—Porque nos caes bien, y tu hermano querría que viniéramos.
Aparto la mirada al oír eso. De pequeños, Isaac me dejaba unirme a ellos, y yo era la hermana pequeña molesta a la que todos torturaban, pero también a la que protegían. Me cruzo de brazos. Odio que estos chicos, que siempre han sido como mis hermanos, me visiten sin la persona a la que más quiero ver: mi hermano.
—La fiscal llegará pronto, así que deberíais iros.
Emmett tira de la silla para acercarse más a la cama.
—Nos quedaremos, porque te vendrá bien tener amigos cerca.
—Me vendría bien tener a mi hermano cerca.
Lo echo muchísimo de menos. Si estuviera aquí, me lo contaría todo. No le importaría el estúpido plan para ayudarme a recuperar la memoria; nunca me dejaría sufrir así.
Emmett exhala por la nariz.
—Nos vendría bien a todos; Isaac era el mejor de todos nosotros.
—Ni que lo digas. —Me limpio una lágrima descarriada que se me ha escapado.
—No le gustaría verte así —comenta Emmett—. Verte sufrir.
Tiene razón. Isaac encontraría una solución; siempre lo hacía.
—Brie —interviene Spencer—, todos nos preocupamos por ti. Nos importas, ¿vale? Queremos estar aquí para apoyarte como lo habría hecho Isaac, porque te queremos.
Clava su mirada verde en la mía, lo que hace que el corazón me dé un vuelco.
Dios, la niña estúpida de mi interior quiere buscar otro sentido a sus palabras. He ansiado que Spencer Cross dijera algo así desde que tenía trece años, pero mi mente sabe que no debo hacerme ilusiones.
No obstante, incluso ahora, cuando parece el fantasma del chico del que me enamoré, es deslumbrante. Tiene la barbilla cubierta por una barba que le oculta la fuerte mandíbula que se esconde debajo. Aunque su aspecto es el mismo, el cuerpo le ha cambiado. Es ancho, fuerte, y la forma en que se le pega la camiseta sugiere que esconde unos buenos músculos debajo. Pero sus ojos son del mismo color esmeralda que podría pintar en sueños.
Aparto a un lado esa parte estúpida de mí, porque tengo un novio que me quiere.
No puedo hacerlo otra vez. No puedo meterme de nuevo en este pozo del que es imposible salir.
Vuelven a llamar a la puerta y entran Cora y Holden.
—Hola, Brielle —me saluda Cora, la hermana de Jenna, con una sonrisa en los labios.
Cora es la fiscal del distrito, y es tres años mayor que yo. Jugábamos en el mismo equipo de sóftbol en el instituto y siempre me ha dado un miedo terrible.
No es que me haya hecho nada, tan solo es una de esas mujeres que rebosa poder, y eso hace que parezca intimidante.
No obstante, la forma en que me mira ahora mismo no me da miedo, más bien me entristece. La guerrera que me ordenaba que hiciera bien mi trabajo como receptora mientras ella lanzaba ha desaparecido, y no ha quedado más que pena y empatía en ella… No me gusta.
Mi madre y Addison son las siguientes en entrar. Tras darme un breve abrazo cada una, se sitúan junto a las ventanas.
—Hola, Cora.
Ella sonríe.
—Tienes buen aspecto, me alegro.
Holden se acerca más a mí.
—¿Has notado algún cambio en la última hora?
—No, nada desde la última vez en que has pasado.
Holden echa un vistazo alrededor.
—Quería darte algo de tiempo, y esperaba que las visitas te ayudaran a estimular la memoria antes de centrarnos de verdad en lo que no recuerdas. ¿Lo último de lo que te acuerdas aún es lo mismo que me describiste?
—Sí, y tengo que saber cómo de grave es la lesión.
—Por supuesto. ¿Te gustaría que lo habláramos a solas?
Echo un vistazo a Emmett y a Spencer y sacudo la cabeza.
—No, pueden quedarse.
—Sé que todo esto es increíblemente frustrante para ti, Brielle —comenta Cora—. Me gustaría explicarte por qué hemos optado por este enfoque. Por el momento, no sabemos quién es el responsable de la muerte de tu hermano y de la agresión que sufriste. El equipo de emergencias recibió una llamada sobre un tiroteo y el primer agente que llegó a la escena te encontró allí, inconsciente. Por supuesto, esperábamos que, una vez que despertaras, pudieras identificar al agresor, pero los problemas de memoria complican las cosas.
Asiento mientras escucho a la primera persona que me da algo de información.
—Vale, ¿y qué se ha descubierto hasta ahora?
—Mi trabajo como fiscal se basa en dar argumentos sólidos, sin que haya duda razonable, que demuestren la culpabilidad en el caso que llevo. Y todos —Desvía la mirada hacia Emmett— estamos trabajando sin descanso para construir un caso en el que tu testimonio tal vez no sea necesario. Así que, llegados a este punto, lo mejor para el caso es que te neguemos algo de información.
—¿Y qué más da si no recuerdo nada?
Suspira hondo.
—Me baso en lo que yo haría para generar dudas durante el juicio si fuese la abogada de la defensa. Sería muy fácil demostrar que un testigo clave con un lapsus de memoria enorme puede dar un testimonio poco fiable o sesgado. Lo que sugiero, Brielle, es que te ocultemos aspectos de tu vida actual y veamos si puedes recuperar la memoria sin que lo que te cuenten otras personas influya en tus recuerdos.
El corazón me martillea en el pecho y me escuecen los ojos por las lágrimas.
—Así que ¿quieres que todo el mundo me mienta?
—Mentirte no. Sé que lo que te pido es muy difícil y, créeme, no lo he decidido a la ligera. Tenemos que mantener tus recuerdos intactos. Así que, si te parece bien, me gustaría ponerte en contacto con un psicólogo especializado en casos como el tuyo y que también actúa como testigo experto cuando lo necesitamos. Tienes mucho que procesar, y entiendo tu reticencia, pero, una vez más, debo proteger el caso, lo que a su vez supone protegerte a ti.
Spencer se acerca a la cama.
—¿Hasta cuándo tendremos que hacerlo?
Cora se encoge de hombros.
—Hasta que recupere la memoria o hasta que arrestemos y procesemos al culpable sin su testimonio.
—¿Y si no quiere testificar? —replica él.
Abro los ojos como platos al oírlo, y entonces Cora se vuelve hacia mí.
—Es decisión tuya, por supuesto. No tienes que hacerlo, pero que expliques tu versión del incidente sería la mejor opción para conseguir una condena.
Inclino la cabeza hacia atrás y me vuelvo hacia Spencer, que me observa con la mirada llena de empatía y tristeza. Era el que más unido estaba a Isaac; eran más hermanos que amigos. Debe de estar sufriendo tanto como yo.
—Haré lo necesario para que se haga justicia por la muerte de mi hermano.
—De acuerdo, entonces.
Spencer esboza una sonrisa leve, pero la pierde en cuanto se vuelve hacia Cora.
—Lo único que queremos es mantenerla a salvo.
—Si el asesino piensa que Brielle no recuerda nada, eso puede jugar a nuestro favor —interviene Emmett.
—Es posible que ya se haya largado —añade Spencer, con la mirada todavía clavada en la mía.
—¿Y qué más da? Mató a Isaac, y no tenemos ni idea de quién es —comento yo, desolada. Me vuelvo hacia Cora, de modo que pongo fin al momento—. Vale, pues no me digáis nada. Quiero que quienquiera que me haya hecho esto y haya matado a Isaac pague por ello.
Me da unos golpecitos en el hombro.
—Por favor, si recuerdas algo, dínoslo. Mientras tanto, la policía está haciendo todo lo que puede.
Tras esas palabras, Cora se marcha. Vuelvo a centrar la atención en el grupo.
—¿Cuándo es el funeral? —les pregunto.
—En dos días —responde Holden—. Creo que para entonces ya te habremos dado el alta. Aparte de la pérdida de memoria, te estás recuperando bien.
—Ya, ya me ha quedado claro.
—Pasará, Brie. De verdad que lo creo. —Emmett me coge de una mano.
—Ahora mismo nada en mi vida tiene sentido. ¿Entiendes cómo me siento? Eres el sheriff de Rose Canyon y, sin embargo, lo último que recuerdo de ti es habernos despedido en el aeropuerto antes de que te destinaran. —Levanto la mirada hacia el techo porque odio esta situación—. ¿Podéis decirme por lo menos qué día es?
Spencer me responde.
Cierro los ojos y me centro en la fecha. Recuerdo el día en que me gradué del posgrado y…, madre mía, han pasado casi tres años.
Se me acelera la respiración y los miro.
—Pero…
—Lo sé —dice Holden en un tono comprensivo—. Sé que es mucho tiempo.
—Estoy destrozada —confieso—. Me siento como si estuviera rota.
—No lo estás —responde Spencer con rapidez.
Ojalá lo creyera.
—Bueno, pues, cuando vea el cadáver de mi hermano en un ataúd, sí que estaré rota, sobre todo porque no recuerdo una mierda de lo que pasó. ¡Podría haberlo salvado! ¡Y no puedo arreglarlo!
Me echo a llorar, y Emmett me aprieta la mano.
—Tu hermano nunca te culparía.
—Pero ¡yo sí que me culpo!
Da igual lo que hubiera hecho Isaac; está muerto, y yo estaba con él cuando lo mataron. Y tengo todas las respuestas guardadas en el cerebro. Vi al culpable. Estuve allí, y no lo recuerdo. Puede que hasta sepa por qué ocurrió. El responsable podría ser cualquiera de las personas que forman parte de mi vida y, por mucho que escarbe en el agujero negro de mi cerebro, no encuentro nada. Tengo un millón de preguntas. ¿Por qué me dejaron con vida? ¿Por qué no me mataron a mí también? Nada tiene sentido. Me vuelvo hacia Holden.
—¿Cuánto tiempo estaré así? ¿Cuándo recuperaré la memoria?
—Ojalá pudiera darte una respuesta definitiva, pero, con el tipo de lesión cerebral que has sufrido, lo mejor que podemos hacer es esperar. Creo que recuperarás la memoria, pero tienes que darte tiempo para reponerte físicamente.
—¿Cómo lo sabes? —le pregunto.
—No lo sé seguro, pero ninguna de las pruebas que te hemos hecho indica que tengas daños neurológicos a largo plazo. El habla no se ha visto afectada, puedes andar, no presentas fallos en las habilidades motoras y tu memoria a largo plazo no parece haberse visto afectada. Por eso creo que la recuperarás. Tan solo puede que tardes un tiempo en hacerlo.
—¿Y pensáis que mantenerme desinformada es la mejor forma de actuar?
Planteo la pregunta a todos los ocupantes de la habitación, aunque miro directamente a mi madre, que asiente a pesar de que se le están acumulando las lágrimas en las pestañas.
Emmett es el primero en romper el silencio.
—No puedo ni imaginarme lo frustrante que debe de resultarte todo esto, pero Cora tiene razón. ¿Qué pasa si alteramos tus recuerdos?
La presión sanguínea se me dispara mientras lucho por asimilarlo todo. Es demasiado. Todo esto es demasiado para mí.
Holden se acerca a mí.
—Brielle, quiero que cierres los ojos y respires profunda y lentamente. Recuerda lo que te he dicho sobre recuperarte; tenemos que hacer todo lo posible por mantener la calma.
No hay forma de mantener la calma. No hay nada en esta situación que me permita estar calmada. Siento que pierdo la cabeza. Los miro a todos, incapaz de contener las emociones dentro.
—No sé si estoy casada o si tengo hijos. ¿Aún trabajo en el centro juvenil? ¿Aún salgo con Henry? Imagino que sí, ¿no? Estábamos… Lo último que… —Mi mente da vueltas a las preguntas como un tornado mientras miro a Spencer a los ojos y le pregunto—: ¿Quién soy ahora?
—Eres la misma chica que has sido siempre. Eres divertida, amable, cariñosa e inteligente. Eres valiente y, aunque todos sabemos que estás asustada, te repondrás.
Quiero echarme a llorar, porque es lo más bonito que me ha dicho nunca. Espero a que bromee sobre lo insufrible que soy, pero la broma no llega.
Emmett se aclara la garganta.
—¿Recuerdas algo más después de haber conseguido el trabajo?
Sacudo la cabeza.
—Lo único que veo son destellos diminutos, pero no logro formar recuerdos completos ni que tengan sentido.
—Nada de lo que recuerdes es diminuto —repone Holden con voz tranquilizadora—. Dinos qué ves. A lo mejor verbalizarlo te ayudará a recordar mejor.
Suspiro, porque no me gusta nada la idea, pero él es médico y sabe lo que hay que hacer.
—Recuerdo un olor a humo, pero no al humo de una fogata, sino más bien al de un puro o una pipa, o algo por el estilo. Casi siento su sabor. No sé cómo explicarlo, pero es como si lo hubiera tenido en la lengua. Yo no fumo, ¿no? Quiero decir, no he empezado a fumar puros de repente, ¿no?
Emmett se echa a reír.
—No que yo sepa.
Spencer niega con la cabeza.
—¿Como si hubieras fumado o comido algo con ese sabor?
Lo sopeso durante un segundo.
—No, es más como un resto, pero no era… No lo sé. No tiene sentido.
—Eso es bueno, Brie. Significa que no todo se ha perdido. —Holden apoya una mano en mi hombro.
—Sí, es un alivio que recuerde un sabor aleatorio a puro de algún momento de los últimos tres años.
—Es un alivio que sea un recuerdo que no relaciones con algo anterior y, por lo tanto, que sea de estos últimos tres años —replica.
Supongo. Ojalá recordara de dónde provenía el sabor. Me paso la lengua por la parte superior de la boca y me inclino hacia adelante.
—¡Un momento!
—¿Qué? —me pregunta Emmett.
—No noté el sabor en mi lengua, sino en la de otra persona. —Cierro los ojos, con la esperanza de avivar la chispa del recuerdo, y siento algo más. Calidez y deseo—. Besaba a alguien que había fumado.
Emmett se inclina hacia adelante.
—¿A quién?
Espero, y la inquietud y la emoción me invaden las venas. Si consigo recordar a quién besaba, habré recuperado un recuerdo. Rebusco en él, pero es extraño. Cierro los ojos para intentar concentrarme. No recuerdo una cara, tampoco sonidos, nada más que calor y el sabor. Levanto la mirada hacia los ojos de Holden y se me cae el alma a los pies.
—No lo sé. Supongo que a Henry.
La voz de Spencer me llena los oídos.
—Cierra otra vez los ojos, Brielle. Quiero que pienses de nuevo en ese beso. Quiero que lo rememores con todas tus fuerzas. El deseo, el calor, cómo te sentiste. Piensa en el sabor que notaste en la lengua. Y ahora piensa en tu cuerpo. ¿Era alto?
—No lo recuerdo a él.
—¿Tuviste que inclinar el cuello? —me pregunta Spencer.
Intento recordar el beso.
—Sí, tuve que ponerme de puntillas…
—Bien. ¿Recuerdas algo más?
Recuerdo la forma en que esos labios se posaron sobre los míos, seguros y coquetos.
—No, solo que fue un beso juguetón. —Y después el recuerdo desaparece. Abro los ojos de golpe y siento ganas de gritar—. Ha desaparecido. No consigo…
—No pasa nada —me asegura Emmett—. Sé que quieres recuperar la memoria, pero obligarte a recordar solo servirá para frustrarte. Tienes que dejar que la mente funcione a su ritmo.
Del dicho al hecho hay un trecho.
—Para ti es fácil pensar así, Em. Tengo miedo de lo que pasó. No tengo ni idea de si fue un robo que salió mal, de si alguien iba a por mí o si Isaac era el objetivo. ¿Qué pasa si el hombre o la mujer que lo mató viene a acabar el trabajo? Tengo que acordarme. Tengo que recuperar mi vida para sentirme de nuevo segura y saber que el culpable está entre rejas.
—Nadie te hará daño —interviene Spencer—. Hay policías al otro lado de la puerta, y se quedarán hasta que llegue el nuevo equipo de seguridad, que te protegerá en cuanto te den el alta. Nunca dejaríamos que te hicieran daño.
—¿Un equipo de seguridad?
Emmett asiente.
—Sí. Si pudiéramos, contrataríamos a todo el ejército estadounidense, pero todos son antiguos marines o agentes de operaciones especiales. Les confiaría mi vida, y nos ayudarán a proteger la tuya.
Me siento como si viviera en una realidad alternativa. A lo mejor esto no es más que un sueño. Quizá estoy en mi habitación, a punto de despertarme de esta pesadilla; pero no, no es un sueño. No hay forma de despertarse de este infierno. Me dejo caer otra vez sobre la almohada; me siento inútil.
—Ojalá pudiera recordar mi vida…
Holden sonríe.
—A lo mejor te serviría, pero quizá no. —Le suena el teléfono y responde con monosílabos antes de volverse hacia Emmett—. El otro paciente con el que querías hablar está despierto.
—De acuerdo.
—Volveré a ver cómo estás en un rato —explica Holden.
Asiento.
—Aquí estaré.
Todos se marchan, incluidas Addison y mi madre, y Spencer se acomoda en la silla en la que hasta hace nada estaba sentado Emmett. Parece exhausto, y el vello facial descuidado que le cubre el rostro es casi una barba completa.
—¿Qué? —inquiere.
Me pregunto qué le ha pasado para que parezca tan destrozado. Spencer siempre ha sido alguien lleno de energía, pero hoy parece un poco perdido.
—Tan solo… parece que acabas de volver de escribir una de esas historias emocionantes. —Algo que podría ser cierto. En general, después de una misión muy importante, no está precisamente deslumbrante. Ha vivido Dios sabe dónde y ha hecho Dios sabe qué y…, bueno, en momentos así es cuando siempre me ha parecido más sexy de lo habitual.
—Ojalá fuera eso.
—Así que no acabas de llegar de destapar una historia de terror desconocida.
Se ríe.
—Si fuera el caso, estaría mucho mejor de lo que estoy ahora.
—Sé que no puedes contarme nada de mi vida, pero ¿puedes hablarme de la tuya?
Esboza una sonrisa leve.
—No hay mucho que contar.
—Lo dudo.
Spencer siempre ha sido testigo de cosas maravillosas y ha conocido a personas con vidas increíbles. Ha entrevistado a espías y a diplomáticos. Creo que en algún momento hasta destapó una célula terrorista.
Me encantaba que me explicara sus viajes, que me lo contara todo, bueno, excepto cuando me hablaba de las chicas a las que había conocido. Esa parte siempre quería saltármela.
Spencer suspira.
—Es cierto, hace mucho tiempo que no trabajo en nada.
—¿Por qué?
Se encoge de hombros.
—Un bloqueo de escritor, y, además, quería quedarme por aquí.
Arqueo las cejas al oír eso.
—¿Querías quedarte en Rose Canyon?
—¿A quién no le gustan este pueblo idílico y sus peculiaridades?
Se me escapa una carcajada.
—Ambos sabemos que mientes.
—Me quedé cuando Emmett volvió del servicio. Addy e Isaac se casaron, eso lo recuerdas.
—Pues sí. Estabas muy borracho en la boda.
—Tuve que dar el puto discurso.
Pongo los ojos en blanco.
—¡Eres escritor! Se supone que te gustan las palabras.
—Sobre el papel —responde con una sonrisa de suficiencia—. No me gusta hablar en público; estaba muy nervioso.
—Lo hiciste muy bien.
Baja la mirada a sus zapatos y luego me mira a los ojos.
—Era mi mejor amigo.
Spencer e Isaac tenían la relación más cercana del grupo. Spencer creció con los peores padres del mundo y siempre estaba en nuestra casa. Los dos lo hacían todo juntos y, por lo general, donde encontrabas a uno, también estaba el otro.
—Lo sé —le respondo en voz baja.
—No sé qué coño haré sin él. Addison y El… No lo sé…
Me doy cuenta del lapsus que ha cometido y lo miro fijamente a los ojos.
—¿Quién es Elodie?
Spencer se remueve y apoya los codos en las rodillas.
—¿Por qué me lo preguntas?
¿Aparte de por el hecho de que es evidente que no quiere que le pregunte por ella?
—Oí que Addison mencionaba ese nombre, pero no sé quién es.
—¿Quién crees que es?
—No lo sé. Hay un millón de posibilidades. Una nueva amiga, una compañera de trabajo o la chica que me corta el pelo. Pero, por la forma en que lo dijo, por la preocupación que había en su voz y el hecho de que Jenna estuviera con ella… No lo sé.
—No sé cuánto contarte —dice Spencer con sinceridad.
—¿Es alguna de las personas que he nombrado? —le pregunto.
—No.
De acuerdo.
—¿Es la amante de mi hermano?
Spencer bufa por la nariz.
—Como si Isaac hubiera sido capaz de mirar a otra mujer. No, pero forma parte de su vida. O formaba…
—Si tenemos en cuenta todo el tiempo que he olvidado, no puedo evitar preguntarme si es mi hija. ¿Estoy casada y tengo una cría?
Spencer sacude la cabeza.
—No es tu hija.
Suspiro con fuerza.
—Ay, menos mal. Entonces…, ¿es hija de Isaac y Addy?
Percibo el conflicto en su mirada.
—Así es.
—Gracias —le respondo de inmediato—. Gracias por no mentirme.
—Yo nunca te mentiría, Brielle. Nunca.
Entonces me gustaría que me lo contara todo.
—Pero no me contarás nada más, ¿a que no?
—Si pudiera…
—Ya —lo interrumpo.
La única esperanza que me queda es que algo haga detonar los recuerdos que he perdido. Que vea algo u oiga una voz que abra las compuertas. Quién sabe, quizá ocurrirá cuando vea a Isaac.
Por supuesto, nadie más me dará detalles.
—¿Spencer?
—¿Qué?
—Si no recordaras los últimos tres años de tu vida, ¿qué harías?
Me mira con simpatía.
—Volvería al principio y recorrería todo el camino para llegar hasta el final.
Apoyo la cabeza en la almohada y echo un vistazo por la ventana.
—Ojalá pudiera llegar a otro final que no incluyera perder a Isaac.
—¿Y qué pasa si justo ese momento te cambia la vida por completo?
—Pues a lo mejor debería hacerlo, porque parece que, de todos modos, mi cerebro no quiere recordar el resto…
Mi madre entra en la habitación, pero la sonrisa que esboza al verme no le llega a los ojos.
—Hola, Brie.
—Hola.
—Oh, qué flores tan bonitas. —Se dirige a la mesa, sobre la que hay un ramo gigantesco de rosas de color rosa.
—Lo son.
—¿Quién te las ha enviado?
Sonrío.
—Puedes leer la tarjeta —le respondo para darle permiso.
La lee de espaldas a mí y después la deja otra vez en su sitio.
—Ha sido muy dulce, supongo.
Resisto la tentación de gruñir.
—Sí. Es lo único que sé de él desde que desperté.
Mamá sonríe.
—Sí, bueno. He hablado con Holden hace solo unos minutos, me ha dicho que vas muy bien y que ¿podrás volver a casa mañana?
Vaya, veo que ha dado esa parte de la conversación por finalizada. No soporto que pronuncie las frases como preguntas cuando ya sabe la respuesta.
—Eso me ha dicho.
—¿Y a los dos os parece bien que vuelvas a tu apartamento? A mí no sé si me parece buena idea.
Si muestro aunque sea una pizca de preocupación, se mudará de nuevo aquí, y eso sería lo peor que podría pasar. Mi madre es maravillosa…, cuando está a seiscientos kilómetros de distancia. Nos parecemos demasiado para vivir cerca la una de la otra.
—Creo que volver a mi espacio y a mis cosas me vendrá muy bien. A lo mejor es lo que necesito para recordar mi vida.
—No sé yo. —Suspira profundamente.
—No depende de ti, mamá. Sé que lo dices con buena intención, pero puedo soportarlo.
—Ah, ¿sí? ¿De verdad puedes soportarlo, Brie? Tu hermano está muerto, y tú… Casi…
Se le quiebra la voz, y eso hace que a mí se me quiebre también el corazón.
—Lo siento.
Gira la cabeza y se seca los ojos antes de obligarse a sonreír de nuevo.
—No, no, estoy bien. Es solo que ha sido muy difícil. Eso es todo. Se supone que una madre debe ser capaz de ayudar a sus hijos, y yo no puedo solucionar nada de lo que ha ocurrido. No puedo ayudarte, y ahora Addison quiere irse…
—¿Irse? —le pregunto al momento—. ¿Qué quieres decir con eso?
Mamá me mira a los ojos.
—No debería haberlo dicho de ese modo. No es que quiera largarse y no volver jamás, es solo que quiere irse de aquí durante una temporada.
—No lo entiendo, adora el pueblo.
—Y adoraba que Isaac estuviera aquí con ella. No soporta estar aquí y ver cómo todo el mundo llora su pérdida. Todo lo que ve le recuerda a él, y cree que lo mejor para ella es tener algo de espacio…, por lo menos hasta que descubramos qué ocurrió.
Porque toda su historia de amor está en este pueblo.
Isaac y Addison se enamoraron aquí cuando tenían dieciséis años. Ambos fueron a la universidad no muy lejos del pueblo, siguieron juntos durante todo ese tiempo, se casaron y volvieron a Rose Canyon a empezar el resto de sus vidas.
Isaac consiguió el trabajo de profesor y entrenador que siempre había querido y Addison trabajaba como bibliotecaria.
Todo el mundo los conoce. Todo el mundo los quiere. Sus vidas están aquí, y no concibo que Addison se vaya.
—¿Y adónde iría?
Mamá sacude la cabeza.
—Al este. Sigue en contacto con la prima de Emmett, Devney, que vive en Pensilvania. Supongo que tiene una propiedad en la que Addison puede quedarse durante un tiempo.
—Pero estará sola allí.
—Eso es lo que me preocupa.
Suspiro, y siento que el peso de la situación no deja de aumentar. Me duele el corazón por mi cuñada. Estará destrozada por que le hayan arrebatado el futuro que ella e Isaac estaban construyendo. El hogar, la felicidad y la familia con la que siempre había soñado ya no serán posibles. No necesito recordar los últimos tres años de mi vida para saber que eran felices.
Addy e Isaac eran el amor personificado.
Y ahora todo ha acabado, y yo haría lo que fuera para que ella no sufriera.
—¿Ha dicho durante cuánto tiempo se irá?
—No, nada, pero dudo que se quede lejos durante mucho tiempo. Rose Canyon es su hogar.
—Lo siento. Si pudiera… recordar lo que ocurrió, entonces podría solucionar esto un poco, y tal vez se sentiría cómoda quedándose aquí.
Mamá se acerca a mí a toda prisa.
—No, cariño. Aunque pudieras contarle todos los detalles, no conseguirías aliviar el dolor que siente. Nunca había visto a dos personas que fueran tan perfectas la una para la otra como ellos, y solo necesita algo de espacio para llorar la pérdida. Lo sé perfectamente.
Sí, sí que lo sabe. Ella quería a mi padre con locura.
—Ojalá ninguna de las dos conocierais ese dolor.
—A mí también me gustaría, pero el tiempo que pasé con tu padre compensa el dolor que he sentido desde que lo perdí.
Pienso en Henry mientras habla, y no soporto que el último recuerdo que tengo de él sea una pelea por vivir en diferentes ciudades. Su familia tiene una empresa de contabilidad en Portland y lo estaban preparando para que se hiciera cargo de ella. Y no nos poníamos de acuerdo sobre nuestro futuro.
A mí me gusta la vida en un pueblo pequeño, por eso acepté el trabajo aquí.
Me pregunto si somos de nuevo una pareja feliz o si aún discutimos todo el tiempo.
—¿A qué viene esa cara? —me pregunta mamá.
—A nada, es solo que no soporto que mi vida me parezca un puzle en el que no encaja ninguna de las piezas.
—Ya lo harán, Brie.
Ojalá yo estuviera tan convencida de eso como ella.
—¿Has hablado con Henry? —le pregunto.
—Pues sí.
—¿Y?
Mamá alarga una mano hacia el bolso y de repente parece muy centrada en rebuscar algo en él.
—Estaba muy preocupado cuando hablamos.
—Así que ¿seguimos juntos?
Se le cae el bolso al suelo.
—Maldita sea. —Se toma su tiempo para recoger todas las tonterías que lleva ahí dentro—. Lo siento, pues sí, hablamos. Estaba muy disgustado por lo que te ha pasado y me dijo que vendría en cuanto pudiera.
Eso no responde a mi pregunta, pero supongo que forma parte de mi nueva normalidad. Al final decido dejar el tema, porque es demasiado duro para mí.
—En breve me toca ir a caminar un poco, ¿quieres venir conmigo?
—Claro.
Mamá me ayuda a levantarme y me sujeta cuando me tambaleo ligeramente. Da igual lo despacio que me levante, siempre acabo mareándome. Holden dice que se me pasará, pero estoy deseando que llegue ese día cuanto antes.
—Ya estoy bien.
Arrastra el portasueros hasta mí y salimos de la habitación. Paseamos por toda la planta, y me muevo con más facilidad a medida que los músculos empiezan a acostumbrarse al esfuerzo. Tras haber pasado cuatro días inconsciente y dos en los que solo me he limitado a dar paseos cortos, es agradable levantarse y moverse. Lo hago unas cuantas veces al día, y siento que poco a poco recupero las fuerzas.
—Hola, señora Davis. —Holden sonríe y deja una carpeta en el mostrador de enfermería.
—Hola, Holden. No sé cómo nos las habríamos arreglado sin ti. Siempre supe que eras especial —responde mamá.
—No sé yo, pero me alegro de ver que Brielle se está recuperando. —Desvía la mirada hacia mí—. ¿Te lo estás tomando con calma?
—Sí.
—Bien. Queremos que vayas despacio y estés tranquila.
Pongo los ojos en blanco.
—Siempre has sido el más insufrible de los cuatro.
Holden sonríe de oreja a oreja.
—Bueno, por lo menos eso lo recuerdas.
—Sí, qué suerte. —Entonces me paro en seco—. ¿Cuándo has vuelto al pueblo? —Me observa mientras en mi mente empieza a formarse algo—. Te fuiste a California, así que ¿significa eso que te has mudado otra vez aquí?
No aparta la mirada de la mía.
—No, no he vuelto de forma permanente.
—Vale, ¿y qué pasó con el caso en el que trabajabas en Seattle?
Holden y mamá intercambian una mirada.
—¿A qué te refieres con Seattle?
—Eras asesor en un caso importante, ¿no?
Él asiente.
—Sí. De hecho, estuve allí hace unas semanas.
—¿Semanas? ¿Y habías estado allí antes?
Sacude la cabeza.
—No, era la primera vez que asesoraba en un caso en Seattle. Fue muy importante, porque era para un ensayo clínico.
—Me he acordado de algo reciente —digo, aunque más para mí misma.
—¿Has tenido más destellos o recuerdos?
Entrecierro los ojos mientras intento pensar; mamá y Holden me observan.
—No dejo de ver una… cosa. Una llave. No sé qué es. No entiendo por qué la veo ni qué significa.
—¿Es como la llave de la foto?
Sacudo la cabeza.
—No, es una llave de verdad. Una antigua de esas que están forjadas y tienen volutas elegantes.
—¿Recuerdas algún detalle interesante de ella? —me pregunta Holden para alentarme.
Me esfuerzo por no frustrarme, porque, una vez más, no sé mucho. Solo que mi mente no deja de conjurar imágenes de la llave.
—Tiene una cinta roja. No sé para qué sirve.
—Eso está muy bien, Brie —me anima—. ¿Algo más?
Sacudo la cabeza.
—¿Qué abre la llave?
Mi madre y Holden no dejan de intercambiar miradas.
—No tengo ni idea.
—Es la llave que te di cuando te pedí que te mudaras a Portland conmigo.
Reconocería esa voz en cualquier parte. Me giro, aliviada de que haya venido.
—¡Henry!
Me sonríe con recelo, pero al final se acerca a mí.
—Hola, Brie.
La respiración se me acompasa, y él se inclina para darme un beso en la mejilla. Siento que me invade la calidez y que recupero algo de normalidad.
—Me alegro de que hayas venido.
—No lo he sabido hasta esta mañana; me alegro muchísimo de que estés bien. —Me sostiene la mejilla con la mano y se vuelve hacia el público que tenemos justo detrás—. Señora Davis, Holden —los saluda.
Mamá se acerca a él y le da unas palmaditas en el pecho mientras le dice: