Déjame quererte - Corinne Michaels - E-Book

Déjame quererte E-Book

Corinne Michaels

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Beschreibung

Su mayor error fue enamorarse de su marido Años atrás, Blakely y Emmett se casaron por conveniencia para que no los obligaran a separarse. Cuando la amistad se convirtió en algo más, Blakely tuvo miedo y se alejó de Emmett sin mirar atrás. Él le envió los papeles del divorcio hace dos años, pero ella los quemó. Ahora la vida de Emmett corre peligro y Blakely podría tener la clave para salvarlo. ¿Cuántas veces puede romperse un corazón y seguir latiendo?   Una novela fascinante de la autora best seller del New York Times

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Déjame quererte

Corinne Michaels

Traducción de Sonia Tanco

Contenido

Portada

Página de créditos

Sobre este libro

Nota de la autora

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Epílogo

Escena extra

Agradecimientos

Sobre la autora

Página de créditos

Déjame quererte

V.1: Septiembre, 2024

Título original: Give Me Love

© Corinne Michaels, 2022

© de la traducción, Sonia Tanco Salazar, 2024

© de esta edición, Futurbox Project S. L., 2024

Los derechos morales de la autora han sido reconocidos.

Todos los derechos reservados, incluido el derecho de reproducción total o parcial.

Diseño de cubierta: Sommer Stein, Perfect Pear Creative

Corrección: Gemma Benavent, Sofía Tros de Ilarduya

Publicado por Chic Editorial

C/ Roger de Flor n.º 49, escalera B, entresuelo, despacho 10

08013, Barcelona

[email protected]

www.chiceditorial.com

ISBN: 978-84-19702-20-3

THEMA: FRD

Conversión a ebook: Taller de los Libros

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

Déjame quererte

Su mayor error fue enamorarse de su marido

Años atrás, Blakely y Emmett se casaron por conveniencia para que no los obligaran a separarse.

Cuando la amistad se convirtió en algo más, Blakely tuvo miedo y se alejó de Emmett sin mirar atrás.

Él le envió los papeles del divorcio hace dos años, pero ella los quemó.

Ahora la vida de Emmett corre peligro y Blakely podría tener la clave para salvarlo.

¿Cuántas veces puede romperse un corazón y seguir latiendo?

Una novela fascinante de la autora best seller del New York Times

«Sexy. Reconfortante. Adictivo. Michaels está en plena forma.»

K. Bromberg, autora best seller

A los influencers de manualidades de Instagram que proponen proyectos que sacan de quicio a mi marido y a mí me permiten procrastinar cuando debería estar escribiendo. Me muero de ganas de que publiquéis más ideas que no podré llevar a cabo, pero que pasaré horas viendo.

Nota de la autora

Queridos lectores:
Mi objetivo es escribir historias de amor preciosas que os conquisten el corazón y tengan un impacto duradero en vosotros. Sin embargo, quiero que os sintáis cómodos. Por eso, si queréis estar al tanto de las posibles advertencias de contenido, podéis acceder al enlace de más abajo y abrir el menú desplegable llamado «Content Warning». Si no lo necesitáis, podéis continuar y espero que os guste este libro repleto de pedacitos de mi corazón.
https://corinnemichaels.com/books/give-me-love/

Capítulo uno

Emmett

No está pasando.

No es posible que Blakely Bennett esté en Rose Canyon, en el banquete de boda de Brielle y Spencer. Debería estar en Washington D. C., no en Oregón.

Solo es un sueño… O una pesadilla, según el motivo de su visita.

—Genial —gruño mientras observo cómo la mujer que siempre me ronda los pensamientos recorre la sala como si fuera la dueña del lugar.

—¿Quién es? —le pregunta Brielle a Spencer.

Un problema y un montón de cosas que he intentado olvidar. Me paso los dedos por el pelo.

—Joder.

—Ehhh, ¿Emmett? —Spencer me aprieta el hombro—. ¿Es…?

—Sí.

Brie resopla.

—¿Te importa ponerme al tanto?

—Es Blakely Bennett. Estaba en las Fuerzas Armadas con Emmett.

—Ah, ¿sí? ¿Son amigos? —pregunta Brie, pero no consigo apartar la mirada de Blakely. No puedo dejar de darle vueltas a qué narices hace esta mujer aquí.

Hice lo que me pidió.

No he sido irreflexivo.

Su pelo sedoso castaño oscuro se mece con cada paso que da. Veo cómo me observan esos ojos marrones cálidos con motitas amarillas.

—Supongo que sí. Ella era su superior y el médico de su unidad.

Me vuelvo hacia él porque necesito un segundo para recobrar el control. Observarla es como mirar fijamente al sol. Duele, y te sigue afectando mucho después de haber apartado la vista.

—No, teníamos el mismo rango —le aclaro. Los dos nos alistamos a la vez y no era mi superior.

—Ni caso, era su jefa —le comenta Spencer en voz baja.

Después le daré una paliza por haber dicho eso.

Entonces llega hasta nosotros. La tengo justo delante, y juro por Dios que me cuesta respirar. Es tan preciosa, tan todo, que aún pienso que no soy lo bastante bueno para estar en su presencia. Nunca lo he sido.

Sigo queriendo postrarme a sus pies y eso me cabrea.

—Hola, Maxwell. —Siento como si esa voz dulce y suave de ángel me envolviera.

Pero sé de sobra que Blake no tiene nada de angelical. Sería capaz de asesinarte mientras duermes, por eso nunca debería haber confiado en ella.

—Bennett —le respondo en tono cortante.

Blake desvía la mirada hacia Spencer sin dejar de sonreír en ningún momento.

—Ya me parecía que eras tú, Cross. Se te ve bien y muy feliz.

Se dan un abrazo y aprieto la mandíbula para evitar decir una estupidez. Spencer está casado y Blake no le interesa lo más mínimo. Y a mí tampoco. Para nada. Es… Blakely.

Spencer se separa de ella, pero sigue sujetándola por los brazos.

—Porque lo estoy. Me alegro de verte, Blake.

—Y yo a ti, ¿me ha parecido oír que estáis celebrando tu boda? —continúa hablando con él como si yo no estuviera.

—Has oído bien. —Spencer asiente—. Esta es mi mujer, Brielle.

Blakely se coloca el pelo detrás de la oreja y después le da la mano a Brielle.

—Un placer. Conocí a tu marido en unas maniobras militares que hicimos juntos. Espero que seáis muy felices.

—Gracias.

Ya basta de cháchara. Blakely no ha cruzado el país sin llamarme antes por nada. Necesita algo y quiero saber qué es exactamente.

—¿Qué haces aquí, Blakely? —le pregunto.

Blake ladea la cabeza y bate las pestañas largas y oscuras.

—He venido a verte, querido.

Lo dudo mucho. Deduzco que ha recibido los papeles del divorcio y que todo esto no es más que una especie de estratagema para enfadarme.

—Te envié los papeles hace meses.

Hace un gesto con la mano.

—No he venido por eso, he venido por otro asunto.

Spencer se aclara la garganta.

—¿Qué papeles?

—Los del divorcio. —Blakely se encoge de hombros.

En lugar de ponerme a gritar como me apetece hacer ahora mismo, gruño y me paso una mano por el rostro.

—Por el amor de Dios.

—¿Estás casado? —me pregunta Brielle casi a gritos.

Una horda de cotillas se vuelve a mirarme. Genial, ahora no dejarán de hablar del tema. Miro a Spencer y Brielle.

—Sí, Blakely Bennett es mi mujer. Ahora, si nos disculpáis, tengo que hablar con ella fuera.

La tomo de la mano y tiro de ella hacia la enorme puerta de cristal. A mi mujer no parece importarle y se despide con la mano de todos los invitados que nos miran.

—Creo que nos volveremos a ver muy pronto.

Y una mierda. La voy a arrastrar a un avión y mandarla derechita a casa en cuanto pueda. Siempre que está cerca de mí, las cosas me van mal. Me olvido de quién soy y me convierto en el hombre que necesita, pero al que nunca deseará.

O en el que deseará, pero con el que no querrá nada serio.

Tuve que poner distancia entre los dos y, al parecer, no calculé bien cuánta la mantendría alejada de mí.

Cuando llegamos al porche, el aire frío me ayuda a aclarar la mente confusa.

—Suéltalo ya —le espeto un poco más brusco de lo que pretendía.

—Sé amable, Emmett, normalmente no eres tan capullo.

—Y tú no has venido porque me echaras de menos.

—Tienes razón, no he venido por eso, pero te echo de menos. —Sonríe—. ¿Cómo estás? He oído que eres el sheriff de este pueblecito.

Cierro los ojos un segundo y suspiro.

—Sí. Bueno, técnicamente soy sheriff del condado, pero me han destinado aquí.

—Vale, y ¿cómo estás?

—Estupendamente —miento.

—Me alegro.

—¿Qué haces aquí, Blakely? —le pregunto con los dientes apretados—. Ya te envié los papeles del divorcio, estoy listo para acabar con este proceso, y todavía no me has devuelto las copias firmadas. ¿Para qué otra cosa vendrías, si no es para conseguir lo que los dos queremos?

—Como ya te he dicho antes, no he venido por el divorcio, y tampoco te dije que quisiera divorciarme de ti.

No, nunca lo dijo, pero me dejó clarísimo que no quería estar conmigo cuando se fue aquella noche. Resoplo con fuerza por la nariz.

—Me estás matando.

—No, he venido para asegurarme de que no lo haga otra persona.

Esta mujer me confunde.

—Vale…

—Ya me lo agradecerás después.

—O podrías contarme ahora quién crees que va a matarme.

Nadie, no son más que mentiras.

—Lo haré, pero antes, ¿no vas a preguntarme qué tal estoy? —dice Blakely para cambiar de tema.

—No hasta que respondas a mi primera pregunta.

Se encoge de hombros y se dirige a la barandilla.

—Es un sitio precioso, tal y como lo describiste. Muy pintoresco, y todos son muy simpáticos. Me han ayudado a encontrarte en cuestión de minutos.

A veces la gente del pueblo está fatal de la cabeza. No se dan cuenta del peligro ni tienen idea del daño que puede causar algo tan simple como compartir la ubicación de una persona, pero ella y yo sí. Tantos años de adiestramiento militar nos han vuelto cautos con todo y con todo el mundo.

—Me alegro mucho de que mi descripción estuviera a la altura —replico, porque no me apetece hablar de tonterías con ella—. ¿Bennett?

—Dime, cielo.

—¿En serio?

—No nos hemos visto en dos años y medio. Te he echado de menos. ¿Podemos ponernos un poco al día? Te prometo que después te explicaré por qué he venido y cuánto tiempo voy a quedarme en tu casa, lo que permitirás, porque no hay hoteles cerca.

—No.

—¿No a qué?

Levanto la cabeza hacia el cielo y rezo para pedir una intervención divina.

—No a todo. —Un gruñido grave brota de lo más profundo de mi pecho. Nadie me pone tan histérico como ella, y lo peor es que lo único que quiero ahora mismo es estrecharla entre mis brazos y besarla hasta que se derrita.

Sonríe.

—Echaba de menos ese gruñido.

Y yo echo de menos controlar mis emociones, y no lo consigo cuando estoy con ella.

—Estoy a punto de perder la paciencia.

—Pues sé amable y pregúntame a qué me dedico. Quién sabe, a lo mejor te respondo.

Esta mujer puede ser muchas cosas, pero no manipuladora. Siempre nos hemos apreciado lo suficiente para ser honestos con el otro. Cuando diriges un equipo de soldados, tienes que ser capaz de confiar en las personas que te cubren las espaldas. Blakely y yo formamos un equipo al instante. Yo me ocupaba de la logística y ella era nuestro médico de combate. Ella cuidaba de los soldados y yo me aseguraba de que ella estuviera a salvo.

O por lo menos lo intenté.

Nos casamos por las razones equivocadas, o a lo mejor en aquel momento eran las correctas. Los dos estábamos solteros, queríamos algo de dinero extra y, sobre todo, que no la destinaran a otra unidad.

No fue más que papeleo… Por lo menos, hasta que empecé a enamorarme de ella.

¿Cómo evitarlo?

Es perfecta, excepto porque se niega a querer a otras personas.

Esa parte no es tan perfecta.

—¿Qué se trae entre manos mi preciosa esposa? —Me paro delante de ella e intento evitar que se me note la frustración en el tono de voz.

—¡Qué bien que me lo preguntes! —Me apoya una mano en el pecho y una corriente muy familiar me recorre todo el cuerpo. Su mirada se encuentra con la mía y, cuando oigo que se le entrecorta la respiración, sé que ella también la ha sentido. Da un paso atrás y sacude la cabeza—. Dirijo una empresa de investigación privada en D. C.

Eso sí que me sorprende.

—¿De verdad? ¿Cuándo has dejado el ejército?

—Cuando te dieron de baja, acepté un trabajo de oficina con el FBI. Iba a dirigir un programa de formación médica con ellos, pero acabé en la unidad especial de personas desaparecidas. Cuando abandoné el ejército, decidí quedarme en D. C., dejar el FBI (demasiado papeleo) y montar mi propia empresa, ya que disfruto la parte de la investigación.

—¿Que hiciste qué?

—No es para tanto, lo dejé hace dos meses.

—¿Por qué?

—Porque ya estaba harta de ser propiedad del Gobierno. La política y el drama…, todo es ridículo. He conseguido un par de clientes hace poco y he conseguido usar mis contactos del Buró para obtener información.

—¿De forma ilegal?

Resopla.

—Por favor, no estoy legalmente obligada a seguir las mismas normas que alguien que trabaja para el FBI.

—Vale, así que ahora eres investigadora privada, pero ¿para qué has venido?

Blakely se apoya en la barandilla y cruza las largas piernas por los tobillos.

—He pensado mucho en ti, Emmett.

La confesión me deja pasmado. No es que no nos lleváramos bien, ni que nuestra amistad flaqueara en algún momento, no hasta que se largó aquella noche. No hasta que me di cuenta de que no podía estar con ella porque iba a enamorarme todavía más de mi mujer.

—Yo también he pensado en ti. —La confesión se me escapa sin pensar. Blakely se separa de la barandilla de un empujón y se acerca más a mí.

—¿Y por qué no me has llamado?

—Tú también podrías haberme llamado, cariño.

Ella sonríe.

—Tú me debías una llamada primero, y ya sabes por qué.

Porque, en dos años y medio, solo respondí con un correo electrónico de una línea a los muchísimos que ella me envió, y luego le pedí el divorcio.

—Tendría que haberte avisado de que te enviaba los papeles.

—Habría estado bien.

—Ni siquiera lo pensé, porque básicamente éramos compañeros de piso con ventajas económicas.

Blakely se acerca más a mí y el pelo oscuro le brilla bajo la luz cada vez más tenue del sol.

—Pero aun así me dolió, Emmett. No me dejaste una nota ni un mensaje. No me respondiste en años y ¿cuántos correos te envié? No supe nada hasta que se presentó un tipo y me entregó los papeles. Ni siquiera hemos hablado de todo lo que nos condujo a eso.

Me siento como un capullo, pero tuve que hacerlo. Los dos vivíamos en un pasado que se construyó sobre mentiras. Tengo que ser libre para continuar con mi vida y pasar página. Porque, cuando me di cuenta de que me estaba enamorando de ella…, de que quería estar casado con ella en todos los sentidos de la palabra, me recordó por qué no era posible.

—Pensaba que no habías venido por eso.

Se encoge de hombros.

—No, pero tú eres la guinda del pastel de este viaje. Estoy aquí porque te has metido en un buen lío, colega, y como soy una mujer tan cariñosa y complaciente, he venido a sacarte de él antes de que acabes muerto.

Capítulo dos

Emmett

Dos años y medio antes

—¿Necesita algo más, sargento primero? —pregunta la enfermera mientras me tapa con otra manta. Sargento primero, todavía no me he acostumbrado a oírlo. Me ascendieron hace dos días, por fin he superado en rango a mi mujer y, en lugar de celebrarlo con una fiesta, estoy en Alemania, recuperándome de una herida de bala.

—Estaría bien tener algo de información sobre mi unidad.

—¿A qué se refiere, señor?

—¿Puedes averiguar si ha habido más heridos?

Pensaba que a estas alturas se sabría algo. Esboza una sonrisa triste.

—Veré qué puedo hacer.

Asiento, aunque sé de sobra que no conseguirá nada.

Echo un vistazo a la fría habitación y no soporto la idea de estar aquí en lugar de en el terreno con mis hombres.

Hace tres días me dispararon y enviaron aquí. Y, desde entonces, estoy preocupado y sin parar de pensar qué le habrá pasado a la unidad. No sé si están a salvo, ni siquiera quién ha sobrevivido.

A Murphy lo arrinconaron conmigo y Hunt se fue a buscar una posición desde la que pudiera revelarle nuestra ubicación al equipo de evacuación.

Estoy casi seguro de que Dunegan no ha sobrevivido. Tenía una herida muy profunda y… Dios, tengo que averiguarlo. El único punto positivo es que trasladaron a Blakely a otra unidad hace tres semanas porque, si hubiera estado con nosotros, no sé si ahora mismo sería capaz de respirar. Ya habría perdido la cabeza y salido de la cama para ir en su busca.

Llaman a la puerta y el cirujano entra en la habitación.

—Sargento Maxwell, ¿cómo se encuentra hoy?

—Estoy bien, y estaré mucho mejor si me da información de mi equipo.

—Ojalá pudiera decirle algo, pero no es posible.

—Capitán, si fueran sus hombres, su equipo de doctores y enfermeros, ¿cómo se sentiría?

—No digo que no empatice con usted, pero no puedo romper las reglas por mucho que quiera.

Nadie me va a contar nada. No hasta que no llegue el coronel O’Brien. Pensé que ya estaría aquí cuando me despertara de la operación, que ha durado cuatro horas, pero no.

—¿Sabe cuándo llegará el coronel O’Brien?

—Ha venido al hospital hoy, así que supongo que pasará a verlo en algún momento.

Resoplo.

—Solo quiero saber si mis hombres han conseguido salir y si hay bajas. Como líder, debo encargarme de llamar a las familias.

El capitán Hulse me apoya la mano en el hombro.

—Lo entiendo. Si lo veo, le recordaré que pase a visitarlo.

Emito un suspiro largo y vuelvo a apoyar la cabeza en la almohada.

—Gracias.

—Deje que eche un vistazo a la herida.

Asiento y levanta la manta para quitarme las vendas y dejar el muslo al descubierto. La bala atravesó el músculo posterior y lo destrozó todo a su paso. Confían en que podré volver a utilizar la pierna, pero será una recuperación muy difícil. Aunque a mí no me importa. No me da miedo esforzarme y demostrar que soy capaz de superarlo.

—Tiene el aspecto esperado. El contorno de la herida está un poco rojo, así que me gustaría tenerlo en observación. Cuanto antes se ponga en pie, mejor, por lo que hoy empezaremos con algunos ejercicios sencillos y veremos…

—¿Dónde está? —Oigo que alguien grita en el pasillo—. ¿Dónde narices está mi marido?

Conozco esa voz. Me vuelvo hacia el médico, que se ha girado hacia la puerta abierta.

—Señora, por favor, cálmese.

Decirle eso es un error.

—No me llame señora, soy la sargento Bennett y busco al sargento Maxwell. Le han disparado. He venido… ¿Dónde narices está?

—Aquí no hay ningún sargento Maxwell, señora.

—¡Ay, madre! ¡Ay, madre! ¿Está…? ¿Ha muerto? ¡No! Me dijeron que lo habían traído aquí. He venido. He venido tan pronto como…

—¡Blake! —grito.

—¿Emmett?

El capitán Hulse desvía la mirada hacia mí.

—Supongo que es su mujer.

—¿Podría salvar a la pobre enfermera de mi mujer? Hay posibilidades de que pierda la cabeza si nadie la ayuda.

Se echa a reír y se dirige a la puerta.

—El sargento primero Maxwell está aquí.

Oigo un suspiro profundo. Después aparta al doctor a un lado y su mirada aterrada se encuentra con la mía.

—Emmett. —No es más que un susurro.

—Estoy bien.

Sacude la cabeza y se acerca a mí.

—Estoy aquí. He… Me sacaron y me dijeron que te habían herido. Nadie me explicaba nada…

Las lágrimas le resbalan por las mejillas y me obligo a incorporarme un poco e inclinarme hacia ella.

—Estoy bien, Blake. Estoy bien.

—No lo sabía.

—Lo siento.

—No lo sabía. Solo me dijeron que te habían disparado y que había que operarte. —Me sujeta el rostro entre las manos—. Tendría que haber estado allí contigo.

—No, ni de broma.

Apoya la frente en la mía y sus lágrimas me mojan el rostro.

—Así habría sabido cómo estabas. No sabía y… ¡Un momento! ¿Eres sargento primero?

Sonrío.

—Sí, es muy reciente. Después te lo explicaré todo, pero deja de hablar durante un segundo, si puedes. —Le acaricio las mejillas delicadamente con los pulgares.

—Estaba aterrada, Emmett. —Hace dos años, abrazó a Dylan mientras moría. Durante más de ocho años de guerra ha tenido que abrazar a miles de hombres a los que había intentado salvar, aunque supiera que era imposible. A Blakely le cuesta abrirse a los demás, porque nunca sabe si tendrá que salvarles la vida al día siguiente.

Y, una vez más, agradezco que no estuviera con nosotros hace unos días. Me alegro de que fuera otro médico el que tratase el disparo y no ella.

Vuelve a sorber por la nariz y después se yergue.

—¿Qué ha sido del equipo?

—No lo sé.

—¿Qué ha pasado?

Le relato casi todo lo que recuerdo. Cómo entramos en el pueblo en el que se suponía que estaba el objetivo. La información despertaba sospechas, pero era lo único que teníamos. Decidimos, en equipo, entrar pero con cautela. En cuanto salimos del convoy, sentí que algo no cuadraba. Todo estaba muy tranquilo, muy tenso, pero suelo sentirme así cuando vamos a un lugar de ese estilo.

Debería haber confiado en mi instinto.

En cuanto llegamos al centro, se desató el infierno. Nos llovían balas desde todas partes y no había ningún sitio donde esconderse.

—Dispararon a Dunegan. Yo estaba con él y, bueno… Intenté que lo ayudaran a él primero —le explico—. Creo que les dieron a otros. No lo sé. Fue un desastre, estábamos condenados desde el principio.

Blakely entrelaza los dedos con los míos.

—Si hubiera estado allí…

—Podrías haber muerto, Blake. No empieces a decirme que tendrías que haber estado allí. De haber sido así, habría muerto miles de veces para intentar llegar hasta ti. ¿Lo entiendes?

Habría sido incapaz de concentrarme si ella hubiera estado con nosotros. Habría luchado y seguramente me habrían matado intentando protegerla, a mí y a todo el equipo.

—¿Y la herida?

—Han conseguido reparar la mayoría de los daños. No pensé que fuera tan grave, y sigo sin creerlo. Tendría que haberme quedado allí, haber luchado con ellos hasta que hubiéramos podido volver a la base militar y después ir al hospital.

—No sabía que ahora eras médico.

Me encojo de hombros.

—Es lo que me han dicho.

—Hablaré yo con el médico.

Claro que sí. Blakely me habrá trazado un plan de rehabilitación completo antes de largarse, sin duda.

—¿Hasta cuándo puedes quedarte? —le pregunto.

Tiene que haber estado desconsolada para que permitieran dejar a su unidad y llegar tan rápido. Imagino el escándalo que habrá armado. Ambos sabemos que no le van a conceder más de una semana, no cuando la necesitan allí.

Blake se inclina hacia mí y me apoya una mano en la mejilla.

—Hasta que me alejen de ti a rastras.

Capítulo tres

Blakely

—¿Necesitas otro cojín? —le pregunto a Emmett mientras lo acomodo en el sofá.

—Estoy bien, Bennett.

No está bien. Para nada, pero no tengo el valor de contarle todo lo que sé. Que casi pierde la pierna hace unos días. Que la infección que el doctor creía que había mejorado no lo ha hecho. O, seguramente, la pérdida de músculo le impida volver a ser ranger.

No está bien.

Pero está vivo.

—Vale. —Lo arropo con la manta y le doy un beso en la frente.

Las últimas dos semanas han sido muy difíciles para él. Ha tenido que depender de mí y también le han informado de que ha perdido dos hombres en la emboscada. No ha vuelto a ser él mismo, y lo entiendo.

¿Cuántas veces habré lidiado con algo así? Saber que no era lo bastante buena o lo bastante rápida para salvar a un soldado. He visto a muchas personas morir en mis brazos mientras intentaba salvarlas con todas mis fuerzas, pero no podía.

La mente me transporta de inmediato a Zabul, hace dos años, cuando pasé de la felicidad a la completa desesperación al ver cómo mataban a mi hermano delante de mí.

—Emmett… —empiezo, porque quiero explicarle lo que me dijo el coronel. Se me ha acabado el tiempo. Me iré dentro de poco. Mi unidad vuelve al combate, y debo incorporarme. Me necesitan más de lo que yo necesito estar aquí—. Ya sabes que…

—Lo sé, lo sé todo.

No creo que lo sepa. Me siento al borde del sofá y se mueve a un lado para hacerme sitio.

—Ah, ¿sí?

—Sí, sé que tengo más daños en la pierna de los que pensaban. Sé que perdí a dos hombres. Sé que les fallé como líder. Y sé que tengo que hacer penitencia por ello.

No es lo que quiero decirle, pero eso va a tener que esperar. Necesita más consuelo que otra cosa.

—Entonces, ¿crees que yo también debo hacer penitencia?

Me ha dicho lo contrario cientos de veces. Cuando la culpa amenazaba con desbordarme, era Emmett quien me aseguraba que no cabía la culpabilidad. Que había hecho todo lo posible. Que había salvado a cientos de personas y que dejara de contar las derrotas y empezara a centrarme en las victorias.

Aunque, por supuesto, es algo que nunca va a ocurrir. Mi trabajo consiste en salvar a la gente. Hago todo lo que puedo para asegurarme de que vuelven a casa, y fracasar me mata.

—Tú no has guiado a nadie hasta su muerte.

—Y tú tampoco.

Sacude la cabeza.

—Pues no consigo creérmelo.

Y yo lo entiendo mejor que nadie.

—Me gustaría poder decirte que con el tiempo se vuelve más fácil.

—A mí también me gustaría, pero nosotros no nos mentimos.

Sonrío.

—No.

Por eso nuestro acuerdo funciona tan bien. Emmett no es solo mi mejor amigo, sino que los dos sabemos exactamente qué somos y seguiremos siendo.

Solo eso.

Mi padre nos abandonó cuando Dylan y yo éramos bebés, perdí a mi hermano en la guerra y mi madre murió menos de un mes después. Desde entonces, he tenido que encontrar la forma de vivir conmigo misma, con los fracasos y el dolor, y no desmoronarme. Sabía que si me enfrentaba a una pérdida más, no sería capaz de mantener intactos los pedazos rotos de mi alma.

—¿Cuándo te vas? —pregunta.

Mañana.

—Pronto.

Por algún motivo, no quiero admitirlo. No quiero pensar en irme. Quiero quedarme aquí con él, y lo contrario me aterra.

Estas últimas dos semanas nos hemos llevado mejor de lo normal. Nos hemos comportado más como marido y mujer que como amigos. Emmett y yo siempre hemos tenido buena relación, pero ayudarlo a limpiarse la herida, ducharse, vestirse y cuidar de él, en general, me ha parecido más íntimo que otras veces.

Tengo que irme y poner distancia entre nosotros como sea.

—Supongo que ya me habrás organizado la vida.

—Pues sí.

La risa grave que se le escapa me llena el corazón.

—Nadie organiza y ve las cosas como tú.

—Me lo voy a tomar como un cumplido.

—Lo es, es lo que te hace tan buena en tu trabajo. Lo ves todo como un puzle, y nadie encaja las piezas tan rápido como tú.

El elogio hace que me ruborice.

—¿Intentas que me enamore de ti? —le pregunto en broma.

—¿Funciona?

—No. —Me río.

—Estoy perdiendo facultades. Es culpa de los medicamentos.

—Entonces te lo perdono.

—Todo esto me ha hecho pensar en la vida, ¿sabes? —Me mira con los ojos repletos de emoción—. En lo estúpido que soy, en que he vivido una media vida. La gente como tú y yo no vive vidas normal. No podemos tener lo que queremos.

Expulso el aire por la nariz y me obligo a sonreírle.

—No, ni siquiera podemos tener perro.

La mirada de Emmett se encuentra con la mía.

—¿Qué?

—Un perro. Nunca podremos tener mascotas. Ni cosas normales, porque nuestras vidas no son corrientes. Nunca disfrutaremos de un hogar con una cerca de madera, niños y un perro. No podemos desear nada fuera del ejército porque no nos corresponde.

Ambos hemos aprendido que querer no está hecho para nosotros. Cuando entregamos el corazón, corremos el riesgo de perderlo todo o de hacer sufrir a otra persona. Mantener las distancias con los demás sirve para proteger a todo el mundo.

Se remueve y vuelve a clavar la mirada en el techo.

—Y me dices que soy incapaz de hacer que alguien se enamore de mí.

Me río y me pongo en pie para ir a buscar la libreta con su horario para la próxima semana.

—Bueno, el amor es para los imbéciles.

—¿Qué es eso? —pregunta Emmett.

—La Biblia de tu vida. Contiene todo lo que vas a necesitar, incluida una lista de números de emergencia: por si necesitas asistencia médica, la información de contacto del doctor, la dirección del centro de fisioterapia, y los días y las fechas que tienes visita. El soldado Montgomery vendrá cuarenta minutos antes de cada cita para asegurarse de que llegas a tiempo y te traerá de vuelta a casa después. Si necesitas cualquier cosa, él también puede conseguírtela. Y lo he organizado todo para que dos enfermeros se turnen para limpiarte la herida cada día.

Emmett posa la mano sobre la mía.

—Blake, para.

—¿Qué? —Lo miro con confusión.

—No quiero pasar el tiempo que nos queda juntos repasando mis horarios o cualquier otra cosa. Ya lo leeré… Te lo prometo.

—¿Y qué quieres hacer, entonces?

—Solo… Quiero que te tumbes aquí conmigo. Estoy destrozado.

Oír eso me desgarra a mí también. Aparto el cuaderno y hago lo que me pide: me tumbo de lado para estar cara a cara con él. En los ojos azules le brilla una tristeza que sé que él ha visto muchas veces en los míos.

—No es culpa tuya —afirmo, y le acaricio la mandíbula con los dedos—. No es culpa tuya —repito varias veces.

Cierra los ojos y apoya la cabeza junto a la mía. Siento su dolor como si fuera mío. Sigo acariciándole el rostro y subo los dedos hacia su pelo. Emmett me rodea la cintura con el brazo y me atrae hacia él hasta que no hay espacio entre nuestros cuerpos.

—Blake… —Se le quiebra la voz—. Te necesito.

—Estoy aquí —le aseguro.

Se remueve y frota la nariz contra la mía. Sé que debería pararlo, pero yo también lo deseo. Quiero besarlo, tocarlo y sentir el poder que emana de él de todas las formas posibles. Puede que sea mi mejor amigo, pero es más que eso. Estamos casados y… no… deberíamos, pero no consigo pronunciar las palabras en voz alta.

—Te necesito —me susurra contra los labios.

El corazón me late a mil por hora, en una lucha constante entre lo correcto y lo que deseo.

—Yo también te necesito.

Y la confesión es como el último aliento antes de que me robe la necesidad de respirar.

Los labios de Emmett se posan sobre los míos en un instante y sus brazos fuertes me rodean y sujetan contra él mientras me besa profundamente. Nuestras lenguas se deslizan entre sí, desesperadas por obtener más. Y las caricias suaves se vuelven bruscas y necesitadas.

Desliza la mano hacia abajo, me agarra el trasero y me levanta la pierna contra su costado. Gimo en su boca y no quiero que el beso acabe nunca.

Cuando me pasa los dedos por el vientre, me estremezco. Emmett nos mueve y desliza la mano hasta uno de mis pechos.

Ha pasado mucho tiempo. Años desde que alguien me tocó. Años desde que otras manos que no sean las mías me han dado placer. Nada se compara con esto, con él.

—Eres perfecta —comenta mientras me rodea el pezón con el dedo—. Cabe en mi mano como si estuviéramos hechos para estar así.

Dejo caer la cabeza hacia atrás y entonces lleva los labios hasta mi cuello. El calor de su boca me enciende por todas partes mientras sigue masajeándome los pechos.

—Emmett —le digo, deseosa de que me dé más y de que pare al mismo tiempo.

No deberíamos hacerlo. Sé que está sufriendo y ese también es mi estado natural. Es mi mejor amigo y nos vamos a arrepentir.

—Tengo que probarte, Blake. Por favor, solo un poco.

Sí, puedo permitírselo una vez. Solo una. No tiene nada de malo, ¿no? Solo lo ayudo a olvidar el dolor, y él hace que me sienta bien.

—Solo un poco —le doy permiso.

Me levanta la camiseta y el sujetador deportivo y me los saca por la cabeza. Me quedo frente a él con el pecho desnudo y el gruñido que se le escapa por la garganta me excita todavía más. Emmett me mueve como si no estuviera herido para encontrar mi pezón con los labios. Me pasa la lengua por la punta antes de metérselo en la boca y succionar.

Podría correrme solo con eso. Me siento de maravilla y quiero más. Lo agarro por la nuca y lo sostengo mientras se mueve de un pecho al otro, lamiendo, chupando y besando.

Lo quiero dentro de mí. Necesito que me ayude con mi dolor tanto como él necesita mi ayuda.

La idea me tensa, porque nunca lo había pensado. Claro que he querido que me bese alguna vez. ¿Y quién no? Emmett está buenísimo, vivimos juntos y he tenido que ayudarlo a ducharse. Le he visto el pene y he pasado unas cuantas noches imaginándome algo así, pero esto… Es una locura.

Es una línea que no deberíamos cruzar.

—Emmett, deberíamos parar —consigo decirle, aunque no sé cómo.

—¿Tú crees? —me pregunta, y vuelve a llevarse el pecho a la boca.

Sí. No. Madre mía, qué bien sienta esto.

—Creo…

—¿Mmm? —Su boca no me suelta y la vibración me llega hasta los dedos de los pies. Sí, no deberíamos parar.

No solo porque no quiera hacerlo, sino porque los dos somos adultos. Sabemos que no significa nada. No cambia el hecho de que solo estamos casados sobre el papel y no de verdad. Es Emmett y sabe lo que siento. No habrá ningún tipo de confusión.

Es sexo.

Estamos tan rotos que necesitamos algo para aliviar el dolor.

No pasa nada.

No tiene nada que ver con que casi perdiera la cabeza al saber que lo habían herido. O con que llorara cuando se lo llevaron para operarlo. No tiene nada que ver con que el corazón me duela de forma constante cuando pienso en él.

No. No es nada de eso.

Le atraigo el rostro hacia el mío.

—Tenemos que ir con cuidado.

—Iré con cuidado, pero si quieres parar, es el momento de que me lo digas, Blakely. Te deseo y quiero perderme de todas las formas posibles. Quiero que grites mi nombre y que nos olvidemos de todas las tonterías que sentimos ahora mismo. Quiero enterrarme en tu interior y no volver a salir. ¿Quieres lo mismo, o quieres levantarte e irte?

Mi respiración no son más que jadeos cortos. Lo miro a los ojos azules y sé que ni de broma podría levantarme ahora mismo. Todo lo que quiere es justo lo que yo necesito.

—No vale arrepentirse —le digo.

—Nunca.

Lo beso para acallar a todas las partes de mí que gritan que estoy cometiendo un error y me permito sentir en lugar de pensar y recordar.

El ruido que siempre me acompaña se acalla y me centro únicamente en Emmett.

A pesar de que se mueve para bajarme los pantalones, sus labios no se separan de los míos. Emmett me abre las piernas e introduce un dedo entre nosotros. Cuando me roza el clítoris, casi pierdo el control. Estoy tan excitada, tan terriblemente desesperada porque vuelva a ocupar todos mis sentidos, que soy incapaz de contenerme.

—Estás muy mojada. Me deseas, eh, ¿Blakely?

—Sí.

—¿Quieres que te toque aquí?

Vuelve a hacerlo.

—Sí.

—Buena chica —me elogia, y vuelve a frotarme el clítoris—. ¿Puedes hacerme un favor?

Lo que sea.

—¿Qué?

—Quiero que te corras en mi lengua, pero tengo que quedarme de espaldas. Quiero que te sientes en mi cara y dejes que te haga gritar.

Sí, estoy perdida. Nunca he estado tan cachonda ni he tenido tanto miedo al mismo tiempo. No porque dude de su capacidad de conseguir exactamente lo que me pide, sino porque es Emmett. Mi Emmett. Mi mejor amigo y marido de conveniencia sexy.

Retira la mano.

—O paramos.

—¡No! —protesto, y sonríe.

Cabrón arrogante.

—Pues ven aquí y dame lo que quiero.

Hago lo que me pide, me levanto del sofá y me bajo los pantalones.

—Estoy desnuda.

—Gracias a Dios.

—Pero tú no.

Sonríe con suficiencia.

—Para eso necesito tu ayuda, preciosa.

Se me acelera el pulso al oír la expresión de cariño, pero lo empujo al fondo de mi mente mientras le quito la camiseta primero y después los pantalones.

—¿Emmett?

—¿Qué?

—¿Estás seguro? —insisto. La pregunta va cargada de significado. ¿Está seguro de esto, de la lesión, de lo que vamos a hacer?

Se quita los calzoncillos y deja al descubierto su pene increíble. Lo he visto tan a menudo durante las últimas dos semanas que no debería impresionarme, pero lo hace.

—¿Tú qué crees? —Lo miro fijamente, porque no estoy segura de cómo se los ha quitado sin gritar de dolor. Inhalo despacio y alarga el brazo para tomarme de la mano—. Estoy seguro, Blakely.

Me muevo hasta donde me pide y me sitúo como él quiere. Miro hacia atrás para asegurarme de que tiene la pierna en alto para protegerse la herida y me empuja las caderas hacia delante para que quede justo encima de él.

—Agárrate, y hagas lo que hagas, no te caigas.

Ay, Dios. Levanta la cabeza mientras me atrae hacia él y comienza. Me lame el clítoris con la lengua con varios niveles de presión. Ya estaba a punto de correrme, así que no necesito mucho para estar cerca del clímax. Me inclino hacia delante y utilizo el brazo del sofá para mantener el equilibrio. Él gime contra mí, lame con más fuerza y mueve la cabeza de un lado al otro. Y el bigote, que normalmente no tiene, me araña los muslos de forma deliciosa.

—Emmett… Estoy a punto —le advierto.

Mueve la lengua más rápido y con más fuerza mientras utiliza los dedos para mantenerme los labios abiertos y quiero desmoronarme. Quiero olvidarme de todo excepto de esto… De él.

Cierro los ojos y cada vez me cuesta más controlar la respiración.

—¡Joder! No puedo… —jadeo mientras me acerco al precipicio. Él no cede y no consigo contenerme.

Grito su nombre y se me pone el cuerpo rígido antes de soltarlo todo. Murmuro su nombre una y otra vez, pero aun así no se detiene y me extrae cada pizca de placer que puede. Incapaz de soportarlo más, me echo a un lado.

—Creo que nunca me había corrido tan fuerte —admito, mientras me esfuerzo por respirar.

—No hemos acabado.

—No.

Si solo vamos a hacerlo esta vez, lo quiero todo. Me levanto del sofá mientras mengua la última oleada de placer y le beso el pecho, los abdominales sólidos y la línea de vello que le baja del ombligo al pene.

—Blake, no tienes que…

—Quiero hacerlo.

Se lleva las manos a la parte posterior de la cabeza.

—Pues adelante.

No pierdo el tiempo con tonterías, me lo llevo hasta el fondo en un solo movimiento. Me entierra las manos en el pelo al momento. Lo doy todo, e intento recordar los trucos de cuando… tenía pareja. Por su reacción, parece que estoy haciendo algo bien.

—¡Joder! Blakely, para. Por favor, preciosa. No quiero acabar así.

Me aparto de él y me limpio la boca. Me siento bastante orgullosa de mí misma, pero también preocupada.

Desde el punto de vista médico, es una idea muy muy mala. A Emmett lo operaron por segunda vez hace menos de cinco días. Es lo último que deberíamos estar haciendo.

—La pierna —digo.

—No pasa nada.

Me muerdo el labio inferior.

—No sé si es buena idea.

—Me importa una mierda. Te deseo y nada me va a impedir hacer esto.

Es un hombre muy cabezota.

—Pues entonces… Tenemos que extremar precauciones.

—Sí a todo.

Pongo los ojos en blanco. La cama no es mucho más grande que el sofá. Estamos en una habitación de barracón en Alemania y no está pensada para dos personas. La mejor solución es el suelo.

—Vuelvo enseguida.

Unos segundos después, dejo caer la ropa de cama en el suelo y aparto la mesita de café a un lado. Cuando está todo preparado, lo ayudo a levantarse. Es un proceso lento y algo torpe, porque estamos desnudos, pero lo conseguimos.

Los dos nos movemos con dificultad hasta que él llega al suelo y me doy cuenta de que ha sido una idea muy estúpida, porque voy a tener que volver a levantarlo después. Aunque llegados a este punto ya no me importa. Se acomoda y se pone el preservativo.

Nos miramos durante un momento y expresamos muchas cosas en silencio, pero después me apoya la mano en la mejilla. Me siento a horcajadas sobre él y busco el coraje que me falta para dar el paso.

Me acaricia los labios con el pulgar.

—Vamos a perdernos en el otro, Blake, en lugar de en el dolor. Vamos a sentirnos bien por una vez.

Sus palabras rompen la magia. Me hundo en él y dejo que me llene todas las grietas del alma.

* * *

Emmett me acaricia la espalda de arriba abajo mientras estoy tumbada sobre su pecho.

Ahora que ya ha pasado, no sé muy bien cómo me siento. En cierto modo, estoy entumecida, pero también enfadada conmigo misma por haberlo permitido.

Ha sido egoísta por mi parte aprovecharme de él, consentir que me ayude a aliviar el dolor, porque ha vuelto todo de golpe. Me he acostado con Emmett y tengo que irme mañana, y esto solo le hará más daño.

—¿Te encuentras bien? —Su voz grave hace eco en el silencio.

—No es a mí a quien dispararon hace dos semanas.

—Mi pierna está perfectamente. Has tenido mucho cuidado.

Sí, y también he sido muy estúpida. Me incorporo para mirarlo a los ojos.

—Y ahora, ¿qué?

—Ahora nos casamos.

Río por la nariz.

—Muy gracioso.

—Lo sé. —A Emmett se le escapa un bostezo muy largo—. Estoy hecho polvo.

—Te has tomado la medicación para el dolor no hace mucho, así que me sorprende que hayas conseguido mantener los ojos abiertos.

Emmett abre un ojo.

—Como si fuera a quedarme dormido durante algo así.

—Quería decir que es normal que estés agotado.

—Y a los hombres les encanta dormir después del sexo.

—Eso también.

—Túmbate, Blake. Podemos acurrucarnos hasta que me quede dormido.

Y después tendré que irme…

Hago lo que me pide y espero que la cercanía suavice los filos en carne viva de mis emociones, que amenazan con hacerme pedazos.

—Te voy a echar de menos —confieso.

—Yo siempre te echo de menos cuando no estás.

—Somos mejores amigos.

Se echa a reír, pero me doy cuenta de que está perdiendo el conocimiento.

—Somos más que eso. Eres todo…

Se me para el corazón durante un segundo.

—¿Qué? —pregunto con suavidad.

—Te quiero —admite en un susurro—. Te quiero y quiero que te quedes conmigo…

No me muevo. Me acaban de saltar todas las alarmas.

No, no somos más. Somos amigos. Somos… amigos casados. Nada más. Otra cosa es imposible, es una mala idea. Una relación que vaya más allá atraería a la muerte. Es lo que les espera a todas las personas que quiero. Mi madre. Mi hermano. Mis amigos. ¿Cuántas putas banderas dobladas más me pueden entregar?

No. No hay nada más entre nosotros.

Siento pánico, el cuerpo me pide a gritos que salga de aquí a toda leche. Que no lo despierte antes de irme. Que no le dé un beso de despedida, porque quiere que me quede y eso no va a pasar. Ya conoce las reglas. No puede haber más que amistad.

Noto que se me cierra la garganta.

Salgo de debajo de la manta con cuidado para no despertarlo. Parece muy dulce cuando duerme y no se mueve mientras me visto.

Tengo el equipaje en el hotel y, de todas formas, me iré en unas horas. Es mejor para él que me marche ya.

Ya vestida, y con un montón de sentimientos hirviendo a fuego lento en mi interior, tomo la libreta, arranco una página y escribo una nota.

Esto es lo mejor para los dos.

Ha sido un error y tengo que volver con mi unidad.

Tienes el horario en la libreta. Te enviaré un correo pronto.

Y después, como la cobarde que soy, me largo.

Capítulo cuatro

Blakely

Presente

Repaso la última parte de nuestra conversación en mi cabeza e intento encontrar la forma de explicarle la situación sin revelar los verdaderos motivos por los que estoy aquí.

«Pensaba que no habías venido por eso».

«No, pero tú eres la guinda del pastel de este viaje. Estoy aquí porque te has metido en un buen lío, colega, y como soy una mujer tan cariñosa y complaciente, he venido a sacarte de él antes de que acabes muerto».

Le miento con facilidad. He venido por eso, claro, pero sobre todo he venido porque lo extraño.

Podría haber pedido que otra persona investigara la muerte de Bill, pero tras ver su nombre en el expediente nada pudo pararme.

Quería verlo, lo cual me aterró. Han pasado dos años y medio desde la última vez que estuvimos juntos. Desde el mensaje que me dejó tras abandonarlo. Tenía tanto miedo de sentir, estaba tan convencida de que me enamoraría y no habría marcha atrás, que me desquité con él. Le hice daño porque sabía que era la única manera de mantenernos a salvo. Tuve que hacer que me odiara y se alejara de mí.

No pensé que nunca me perdonaría.

Emmett siempre me había entendido. Sabía que yo era un desastre y juró que siempre volvería a por mí.

Sus ojos azules como dos zafiros se encuentran con los míos mientras el sol se pone a nuestro alrededor.

—¿En qué lío me he metido?

—A eso voy —le respondo para conseguir algo más de tiempo. Cuando estoy con él me siento perdida, y estoy intentando volver a orientarme.

—Blakely, los últimos tres meses han sido un puto infierno, así que si, tal vez, solo por una vez, pudieras no ser un grano en el culo, te lo agradecería.

«Y yo habría agradecido que el corazón no me hubiera dado un vuelco al verte».

Aunque ni de broma lo voy a admitir.

Doy un paso más, y estoy tan cerca que noto el calor que emana, huelo el profundo olor a almizcle que tanto he anhelado y veo la marca del hoyuelo de su mejilla derecha, que solo aparece cuando sonríe.

Se le crispa la mano y ese pequeño movimiento es como una victoria para mí. Él también la siente. La chispa tampoco se ha apagado para él, pero, por mucho que lo celebre, el miedo sigue a esa sensación muy de cerca.

—¿Qué ha pasado en los últimos tres meses?

Debería saberlo. Debería haber estado aquí con él y haberlo ayudado a superar el dolor que haya sentido, sea cual sea. Lo observo de cerca, veo las ojeras y las arrugas de preocupación del rostro, y no lo soporto. Me odio por ser débil.

Cierra los párpados y deja escapar un suspiro largo.

—Isaac ha muerto, Brielle perdió la memoria y yo no pude hacer una mierda para arreglarlo.

Se me forma un nudo en el estómago. Isaac era su mejor amigo. Era el pegamento del grupo, el que se aseguraba de que la amistad nunca flaqueara.

—Lo siento mucho. —Me vuelvo hacia él y le pongo la mano en el pecho—. Emmett… Habría venido. De haberlo sabido, habría estado aquí para apoyarte.

Y es verdad. Habría venido en un santiamén. Sea cual sea el estado de nuestra relación, no lo habría dudado. Por él, nunca.

—¿Y nos habrías salvado a todos? —pregunta con una sonrisa de suficiencia.

—Siempre te salvaba el culo.

Se ríe un poco y me pone la mano en el hombro.

—Creo que te olvidas de quién era el que salvaba al otro.

—A lo mejor necesitas que te refresque la memoria —lo desafío.

—A lo mejor nos salvamos el uno al otro.

—Yo sé que me salvaste… Por lo menos una vez.

La calidez de su mirada hace que se me acelere el pulso. Tengo la mano en su pecho y noto el tamborileo constante de su corazón, y él me apoya una de sus manos grandes en la espalda.

—¿Y eso es lo que haces ahora, Blake? ¿Has venido a salvarme solo para alejarme cuando tengas miedo?

Las palabras me hieren, tal y como él esperaba.

—Em…

—Era broma.

—Vale —le concedo la mentira—. Tengo información sobre Bill Waugh que creo que podría interesarte.

—Bill Waugh está muerto.

—Sí, pero sus secretos no.

Retrocede un paso, y perder su calor me provoca un escalofrío. Odio desearlo. Odio que sea el único hombre que me hace querer más. Durante todo este tiempo, no he necesitado a nadie más que a mí misma y me ha ido bien. He conocido la pérdida y el dolor. He sido testigo de primera mano de lo que te ocurre cuando amas a alguien. No quiero eso.

Lo único que deseo es ser increíble en mi trabajo y seguir con mi vida.

Pero la parte de mí que sabe que eso es mentira me recuerda que, si fuera cierto, habría firmado los papeles del divorcio en lugar de quemarlos.

—¿Y qué secretos has descubierto sobre un caso que ni siquiera conoces? —responde.

Suelto un suspiro exagerado.

—He trabajado en el caso de Bill Waugh antes de que tú supieras que existía. Por eso me alertaron cuando murió.

Se cruza de brazos.

—No recordaba que fueras tan exasperante.

—¿De verdad? Creo que me he vuelto así con los años.

—Bueno, suerte que no planeo lidiar contigo en el futuro.

Eso es cruel, pero sonrío para que no note que me ha dolido.

—Pues vas a tener que lidiar mucho conmigo en el presente, querido. Porque tu caso y el mío acaban de cruzarse.

—Mi caso se ha cerrado. Ese hombre está muerto.

—Puede ser, pero ¿por qué crees que a Bill le interesaba tanto no ser el centro de atención? ¿Por qué se suicidó? En los informes pusiste que amenazó a Spencer y a sus guardaespaldas. ¿Crees que esas amenazas murieron con él?

Emmett se acerca más a mí y me agarra por los hombros.

—¿Cómo sabes todo eso?

—He leído el expediente. Lo sé todo sobre Bill Waugh y lo que ocurrió aquí.

Bueno, no todo, pero es la mejor respuesta si quiero darle un efecto dramático.

—Por Dios, Bennett. Te juro que si le pasa algo a…

—He venido para asegurarme de que no ocurra. Porque Bill era sospechoso en otro de mis casos y que incluye a una fugitiva llamada Keeley. Me puse en contacto con mis amigos del FBI y les pedí que rastrearan el nombre.

Resopla.

—¿A santo de qué? El FBI no colabora solo porque una antigua empleada tenga una corazonada.

—Pues claro que no, solo lo hacen cuando tiene sentido. No pido favores por estupideces y son muy conscientes de ello. Investigo y se me da de maravilla.

Puede que no sea muy buena en las relaciones, pero sí en mi trabajo.

—Nunca lo he dudado.

—Entonces, confía en que no habría volado hasta aquí si no creyera que hay algo más detrás de todo este asunto.

—Pues cuéntame lo que sabes —me ordena.

Madre mía, me encanta que me dé órdenes. Emmett y yo siempre peleábamos por llevar la voz cantante y, de vez en cuando, dejaba que lo hiciera yo, pero me encantaba cuando no era así.

—Tienes problemas más grandes en este pueblo que un tipo que pegaba a su mujer e hijo. Waugh trabajaba con otra persona, y tengo una foto en la que se lo ve con un hombre sin identificar unos veinte minutos antes de encontrarse en la misma ubicación con mi desaparecida. Creo que esa persona también está implicada, sobre todo por la amenaza que hizo.

—Sigo creyendo que tienes una imaginación hiperactiva. Esto es Rose Canyon. El mayor delito que se había producido antes del asesinato de Isaac fue un robo en una tienda.

Sacudo la cabeza. Desearía poder retorcerle el cuello ahora mismo.

—Sí, porque los delincuentes solo actúan dentro de los límites de una ciudad. Estás mejor entrenado y eres demasiado listo para creer eso.

Desde fuera, el caso de Keeley se parece al de cualquier adolescente que ha huido de casa. Tenía problemas en el instituto, dejó el equipo de animadoras en el último curso y empezó a drogarse y a salir de fiesta. Todo el mundo decía que iba de mal en peor, pero su mejor amiga fue la única que declaró lo contrario.

Coincidió en que Keeley era un desastre, pero insistió en que su amiga había planeado volver a casa después de romper con su novio. Hablaban cada día, y ella quería dejar las drogas y volver a encaminar su vida. Entonces se acabaron las llamadas y supuestamente se esfumó.

Sus padres se aferraron a eso, pero la Policía investigó muy poco, si se puede llamar investigación a un informe incompleto de una sola página. Oyeron las palabras «drogas» y «alcohol» y llegaron a la conclusión de que se había escapado de casa, igual que otras chicas como ella.

Pero cuando los padres de Keeley me contrataron, comencé a indagar. Su amiga me contó todo sobre el tipo al que había conocido por internet. Cuando revisé sus mensajes privados en la aplicación de citas, me topé con Bill.

Después, descubrimos la dirección del punto de reunión, y obtuve unas cuantas fotos del propietario del sitio.

—Vale, entonces repetiré lo que hice en su día y volveré a investigarlo. Vete a casa y, si descubro algo, te avisaré.

Ya, como si fuera a permitir que hiciera algo así.

—Ni de broma. Te has cargado la investigación de asesinato y no permitiré que la cagues con mi caso.

La mirada de Emmett se vuelve de acero y sé que he tocado una fibra sensible. Después, recuerdo que era el caso de su mejor amigo y me gustaría poder retirar lo que he dicho.

—Vete a casa.

—Lo siento, Em. De verdad. No debería haber dicho eso, pero no puedo irme a casa. Soy leal al caso y tengo que seguir cualquier rastro que me guíe hasta quien tenga a Keeley, quien quiera que sea. Después te dejaré en paz.

Levanta la mirada al cielo.

—No puedes quedarte en el pueblo.

—¿Por qué?

—¿No tienes alojamiento? —me pregunta.

—Me quedaré en tu casa.

—No.

—¿Por qué no? Vivimos juntos durante años. Estamos casados, y…

—No estamos casados, Blake. Estamos en proceso de finalizar este absurdo matrimonio. Ya no estamos en el ejército. Ya no necesitamos fondos de vivienda ni tenemos que mantener una unidad militar unida. No hay motivos para seguir fingiendo.

No soporto esas palabras. Son ciertas, pero siempre nos había considerado mucho más que una transacción económica.

—También éramos amigos, ¿no?

—Pues claro que sí.

Me acerco a él. Quiero que seamos como antes y poder tomarlo de la mano, pero sé que no es posible. Perdí el derecho cuando lo abandoné.

—¿Y ya no lo somos?

—Siempre serás mi amiga, Blake, pero no puedes quedarte en mi casa.

Sin darme tiempo a responder, Brielle asoma la cabeza.

—No quiero entrometerme, pero la gente está muy interesada en vosotros y todo el mundo ha oído lo que has dicho. Así que te toca hacer control de daños, sheriff Maxwell.

—Siento haberte arruinado la fiesta. —Estaba tan ansiosa por volver a verlo que no podía esperar—. Buscaré dónde quedarme y podemos hablar después.

—¿Un sitio en el que quedarte? —me pregunta Brielle—. ¿Por qué no en casa de Emmett?

Emmett suspira.

—Porque no puede.

Brielle arquea una ceja.

—Vale, pues quédate en mi apartamento.

—¿Qué? —pregunto enseguida.

—Voy a mudarme a casa de Spencer e iba a alquilar el apartamento mientras decidimos si queremos venderlo o no. Es un buen sitio y está en el mismo rellano que el de Emmett.

Oh, es perfecto.

—Eres muy amable, gracias.

—Tampoco puede quedarse allí —replica Emmett con un gruñido.