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De repente se veían atrapados en una danza prohibida... Cuando la columnista Lainie Gardner se encontró bailando en los brazos de su guardaespaldas, Sloan Abbott, pensó que la suya era una relación imposible: él, un capitán de los rangers; ella, una celebridad que escribía en un periódico. En circunstancias normales, sus caminos nunca se habrían cruzado. Pero cuando Lainie se vio amenazada de muerte, fue Sloan quien la protegió con su cuerpo y quien ahora le provocaba peligrosos sentimientos. Su lado profesional la prevenía contra una aventura que no podía llegar a ninguna parte. Pero su lado femenino no quería escuchar.
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Seitenzahl: 164
Veröffentlichungsjahr: 2016
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2004 Linda Lucas Sankpill
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Baile lento, n.º 1320 - agosto 2016
Título original: Slow Dancing with a Texan
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2004
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-8737-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Pelirroja, osada y obstinada.
Con un suspiro, el ranger texano Sloan Abbott miró la hora en el reloj y se encaminó hacia el vestíbulo acristalado donde la insensata mujer se exponía a la vista de todos, desafiando el peligro.
No estaba previsto que él se reuniera con Lainie Gardner hasta media hora más tarde, en su oficina del duodécimo piso del edificio del periódico Houston News.
Había tenido serias reservas antes de aceptar aquella misión. Convertirse en guardaespaldas no era algo a lo que estuviera habituado. Pero sí sabía a ciencia cierta que una víctima de acoso debía cumplir las órdenes recibidas. Su propia vida dependía de ello.
Sloan se había pasado todo el día inspeccionando cada centímetro del edificio y de la zona circundante. Sabía cómo funcionaban los ascensores, cómo se conectaban los pasillos y por dónde discurrían los circuitos de aire acondicionado. Nadie podría haber hecho mejor el trabajo de controlar la seguridad de las instalaciones.
También había estado bastante tiempo estudiando el dossier sobre la señorita Gardner que el capitán le había entregado, y lo más curioso era que se había sentido fascinado por determinados detalles de la vida de esa mujer.
Sloan ya había llegado a la conclusión de que merecía la pena posponer el viaje particular que tenía previsto y para el que había pedido un permiso especial a los rangers de Texas. La protección de una preciosa columnista le parecía mucho mejor plan que disponerse a descubrir penosas historias sobre su pasado.
Pero… ¿qué era lo que había decidido hacer la mujer de rostro conocido por todos en vez de quedarse en la seguridad de su despacho hasta que él llegara? Nada menos que salir del ascensor y exponerse a la vista pública y a plena luz del día en el vestíbulo acristalado del edificio.
No había tenido dificultades para reconocerla desde la acera de enfrente. Por supuesto, había estudiado sus fotos, pero la imagen de su rostro aparecía diariamente al frente de la columna que escribía sobre consejos sentimentales. Además, era imposible confundir esa exuberante melena pelirroja.
Incluso irritado como estaba por su descuido, no pudo evitar que una sonrisa asomara a sus labios mientras cruzaba la calle. Las fotografías no le hacían justicia. Tenía un cuerpo compacto, pero redondeado en los lugares precisos. Aun vestida como estaba, Sloan imaginó que se sostenía sobre dos piernas muy largas. Y él sentía debilidad por las piernas de las mujeres.
Cambió de humor automáticamente en cuanto la vio detenerse junto a otra mujer e iniciar una desenvuelta conversación. Había recibido instrucciones de quedarse en su despacho hasta que él llegara para escoltarla hasta su casa. Estaba en peligro y había sido amenazada de muerte. ¿Qué demonios se suponía que estaba haciendo?
Oyó los disparos justo en el mismo momento en que la pared acristalada saltaba en mil añicos. Alguien gritó. Pero Sloan no perdió el tiempo preguntándose de dónde habían procedido los tiros.
Saltó por encima de los vidrios rotos, hizo caso omiso del ambiente de histeria y se acercó al lugar donde las dos mujeres yacían sobre el suelo. Ambas boca abajo sobre el suelo de mármol y llenas de sangre por todas partes.
Comprobó en cuestión de segundos que ambas seguían vivas y que Lainie no había perdido el conocimiento. La arrastró sin que ella opusiera resistencia hasta colocarla fuera de la línea de tiro. No tenía tiempo para comprobar la gravedad de sus heridas; lo fundamental era prevenir un nuevo ataque.
La segunda tanda de disparos alcanzó a varias personas que huían hacia la calle.
–¡Llamen a la policía! –gritó Sloan.
Pero Sloan sabía que una vez desaparecida Lainie, el tiroteo cesaría, puesto que era ella el objetivo de los criminales.
Había sido una verdadera suerte que él hubiera inspeccionado el edificio con antelación. Sloan tomó a Lainie en brazos, empujó la puerta de servicio y salió al aparcamiento trasero. Luego la depositó con premura en el suelo y se arrodilló junto a ella para tomarle el pulso y examinar las heridas. Ella abrió los ojos de repente y mostró una mirada en estado de shock, pero no dolorida.
Aliviado, Sloan inspeccionó los alrededores y decidió que todo estaba tranquilo, aunque sabía que en la brillante tarde de sol, Lainie no pasaría desapercibida. Tendrían que correr hasta su camioneta, así que la levantó y la tomó de la cintura para emprender la huida.
–Mi… mi hermana, ayúdela, por favor.
–¡Silencio! –susurró él–. Ya habrá personal sanitario atendiendo a los heridos. Tenemos que irnos. Estás en peligro.
Emprendieron la carrera sorteando medio agachados los coches.
–¡Espera! –gritó Lainie–. No puedo…
Él no la hizo caso, pero se alegró de que su voz sonara firme. No parecía tener heridas de gravedad. En realidad era posible que no hubiera recibido ni un solo balazo. Más tarde lo comprobaría, en aquel momento no había tiempo. Hasta entonces se habían movido furtivamente, pero Sloan se decidió de pronto por la velocidad, había que llegar a la camioneta lo antes posible. Al cabo de unos metros, se sacó las llaves del bolsillo y accionó el botón electrónico de apertura de las puertas, reconociendo de inmediato los pitidos de su camioneta y dándose cuenta de que acababa de cometer un error. Pero ya era demasiado tarde para lamentarlo.
Sloan la echó sobre el asiento del pasajero y cerró de un portazo antes de correr hacia su puesto al frente del volante. Consiguió poner el coche en marcha y salir a toda velocidad mientras oía una ráfaga de balazos que cruzaba el trozo de asfalto que acababan de abandonar.
–Estate agachada –le advirtió él.
–Tengo que volver –dijo ella levantando la cabeza–. Mi hermana… y todos los demás… Necesitan ayuda. Tengo que ayudarlos.
–La policía se ocupará de todo. Mantente agachada.
Lainie se dio un golpe en la cabeza contra el salpicadero mientras se dejaba caer al suelo al tiempo que la camioneta giraba violentamente a la salida del aparcamiento.
Después de tomar una amplia bocanada de aire, ella se dignó a echar una mirada al vaquero que acababa de hacerse con las riendas de su vida. Lo primero que vio fueron unas inmaculadas botas de cuero y un sombrero texano de color blanco. Se preguntó durante un instante si estaría siendo objeto de un secuestro, pero antes de que ese pensamiento llegara a calar en su cerebro, la camioneta giró ciento ochenta grados sobre dos ruedas.
Unos segundos más tarde, él sonrió y retomó una conducción más segura. Fue en ese momento cuando ella se dio cuenta de la placa que llevaba ese hombre sobre la solapa izquierda. Su madre le había dicho que el capitán Chet Johnson iba a enviar a una persona de su confianza esa tarde para que la protegiera. ¿Cómo se llamaba? Ah, sí. Sargento Sloan Abbott, de los rangers de Texas.
–Nos sigue una furgoneta negra –dijo él con los ojos fijos en el espejo retrovisor.
–¿Nos siguen? ¿Por qué?
Él le lanzó una breve mirada oscura.
–No sé si te has dado cuenta, pero acaban de tirotearte hace unos minutos.
Lainie se acordó del estrépito que había causado la pared de cristal del vestíbulo al romperse mientras ella bromeaba con su hermana. Ambas habían caído al suelo de inmediato por la onda expansiva. Pero Suzy… ¿estaría herida su hermana?
–Por favor –gritó por encima del ruido del motor–. Tenemos que volver para asegurarnos de que todo el mundo está bien.
–La policía y las ambulancias ya estarán allí –musitó él–. Ellos son los profesionales, nosotros no haríamos sino estorbar –añadió haciendo girar la camioneta en un cambio de sentido.
Lainie se vio por primera vez la ropa ensangrentada.
–¿Estás herida? –preguntó el sargento.
–No lo sé…, creo que no –pero se sentía tan entumecida por la postura que no hubiera podido jurarlo.
–La furgoneta negra tiene las ventanas laterales oscurecidas, pero puedo ver al menos a tres hombres por el parabrisas delantero. Voy a librarme de ellos. Después de la siguiente manzana, giraremos violentamente para entrar en la autopista. ¿Estás preparada, Lainie?
Ella asintió sabiendo que no tenía más remedio que estarlo.
–Tú eres Sloan Abbott, ¿no?
Él asintió, pero no se molestó en hablar. Las ruedas de la camioneta chirriaron su protesta al girar bruscamente a la derecha antes de acelerar por lo que parecía una cuesta, seguramente la rampa de acceso a la autopista que él había anunciado, aunque Lainie no sabía de cuál se trataba. El edificio del periódico estaba cerca de al menos seis carreteras interestatales diferentes, pero como no podía mirar por la ventana, tampoco podía orientarse.
Sloan estiró el brazo de repente y la tironeó de la blusa.
–Ya puede levantarse, señorita Gardner.
Lainie gruñó, pero hizo exactamente lo que él le había indicado. Se sentó, se abrochó el cinturón de seguridad y se agarró a la puerta. Iban a toda velocidad y el paisaje exterior era borroso. Ella miró a Sloan mientras éste seguía su temeraria carrera cruzándose de un carril a otro constantemente. Tenía una mandíbula fuerte y firme y sus ojos estaban clavados en la carretera. Sin duda, era un hombre guapo con el que le hubiera gustado flirtear en otros tiempos. Su aspecto era fuerte y ligeramente peligroso. Justo lo que se esperaba de un defensor de la ley. Lo vio echar una nueva mirada al retrovisor y acelerar de improviso. La furgoneta negra seguía detrás de ellos y sólo les separaban tres o cuatro coches.
¿Estaba todo ese asunto relacionado con las cartas de amenaza que había recibido?, se preguntó Lainie. Ella no se las había tomado en serio, había pensado que eran simples bromas de mal gusto, no una realidad. La policía de Houston tampoco les había dado demasiada importancia. Pero después del tiroteo y de la persecución, ya no quedaba duda de que el asunto iba en serio. Silenciosamente dio las gracias a su madre por haberse puesto en contacto con el capitán Chet Johnson. Al menos él sí se había tomado en serio la amenaza, tanto como para buscarle un guardaespaldas que estaba de permiso. La mera idea de llevar guardaespaldas le había parecido una ridiculez al principio. De hecho, había amonestado a su madre por preocuparse en exceso. Pero pronto tendría que disculparse ante ella.
–Agárrate –dijo Sloan–, vamos a quitárnoslos de encima.
Él pisó el acelerador y se lanzó hacia la izquierda para tomar la siguiente salida de la autopista. Con un par de hábiles maniobras, cruzó por un puente y entró en la misma autopista que acababan de dejar, pero en sentido contrario.
Lainie estaba segura de que la furgoneta ya no les seguía. Reconoció el paisaje y supo que habían hecho unos kilómetros en dirección a Louisiana. Pero en ese momento iban de regreso hacia el centro de la ciudad.
–¿Adónde vamos? –preguntó.
Haciéndole caso omiso, él se metió la mano en el bolsillo y sacó un teléfono móvil. Marcó un número y la miró con los ojos entornados mientras empezaba a hablar. Ella se dio cuenta de que mencionaba su nombre y que comentaba algo sobre la policía de Houston. Adivinó que debía estar hablando con su jefe, el capitán Johnson. Lainie también deseaba hablar con él.
–De acuerdo. Código veintisiete –dijo él antes de colgar.
–Espera, quería hablar con él –se quejó Lainie.
–Lo siento. El capitán me ha dicho que la policía de Houston quiere tomarnos declaración, pero van a tener que esperar hasta mañana. Ahora es demasiado arriesgado.
–Pero no le has preguntado cómo estaba mi hermana. Tengo que saber qué le ha pasado… qué les ha pasado a todos –dijo Lainie sintiéndose un poco fuera de control, algo a lo que no estaba acostumbrada.
–Lo importante en este momento es ponerte a salvo y mantenerte con vida. El tiroteo en el periódico cesó en cuanto tú desapareciste.
Ella trató de calmarse.
–Pero… ¿adónde vamos?
–Vamos a desaparecer. Buscaremos un sitio tranquilo que sea imposible de encontrar. De momento, pararemos en el motel más sórdido que hallemos para descansar y conocernos un poco mejor.
Sloan chasqueó la lengua al ver la expresión de horror que se había dibujado en el rostro de Lainie al oír hablar de un motel sórdido. Sus enormes ojos verdes estaban llenos de espanto. O bien le horrorizaba la idea de bajar tanto en la escala social de repente, o bien le atemorizaba la idea de que llegaran a conocerse mejor.
Pero él tenía otra imagen en la cabeza: la de ella tumbada sobre la cama, sudorosa, sin aliento y satisfecha después de haber sido amada… por él. Sin embargo, no era el momento de dejarse llevar por tales fantasías. Había que concentrarse en salvar la vida de Lainie. Al parecer el acosador había contratado a criminales profesionales. Y ese tipo de comportamiento no encajaba con la descripción habitual de un perturbado. La mayoría de los locos querían mantener una última conversación con sus víctimas antes de matarlas.
Sloan encontró lo que estaba buscando al lado de un vertedero de basura en la zona de Westheimer. El motel Trail tenía un aparcamiento cubierto por una arboleda, que permitiría que su camioneta resultara invisible.
Paró el motor y miró a Lainie. La imagen era terrible, toda su ropa estaba manchada de sangre y tenía el cabello lleno de pequeñas esquirlas de cristal. Se preguntó si no debería haberla llevado a un hospital en vez de a un lugar sucio y destartalado.
–No me has contestado aún, Lainie. ¿Estás herida?
–No, creo que no me alcanzó ninguna de las balas. Lo que no sé es de dónde ha salido toda esta sangre.
–Quédate aquí sentada mientras pido una habitación, y no te muevas. Luego nos ocuparemos de comprobar si tienes heridas.
–¿Vamos a quedarnos en este sitio?
–Sólo el tiempo necesario para preparar un plan –dijo él mientras se bajaba de la camioneta–. Y, ahora, estate quieta y espera a que regrese. Evita cualquier movimiento brusco hasta que te hayamos retirado las esquirlas de cristal del pelo, podrían metérsete en un ojo.
¿Esquirlas en los ojos?, se preguntó Lainie, súbitamente inundada por un pánico frenético. Tuvo miedo de ponerse a llorar y contuvo los temblores para evitar las esquirlas.
Pero no era el hecho de tener algún corte lo que más le aterrorizaba. No. Era la idea de que alguien quisiera verla muerta. Deseaba hablar con su hermana, Suzy siempre había sido capaz de calmarla. Pero ella podría estar en esos momentos en algún hospital debatiéndose entre la vida y la muerte. Ese pensamiento inconcebible la debilitó.
Se concentró en la idea de que iba a pasar la noche con ese agente de la ley, un hombre que parecía fuerte y capaz, en un motel venido a menos. Además, era guapo, se dijo sin poder comprender cómo algo tan irrelevante podía ocupar sus pensamientos.
Tenía que empezar a pensar con claridad. Ella era lo suficientemente inteligente como para burlar la persecución de cualquier agresor, lo único que tenía que hacer era concentrarse en el problema.
Los cierres de seguridad de la camioneta saltaron con un chasquido y Sloan abrió la puerta del pasajero.
–La esperan en el castillo, señora –dijo.
No pensaba permitirle andar hasta la habitación mal pintada de color verde pistacho, así que la tomó en brazos y la llevó hasta la puerta.
Ella no pudo evitar regocijarse en el contacto de sus cuerpos.
–Cierra los ojos –dijo él, después de soltarla.
–¿Para qué?
–Antes de nada debemos quitarte todas las pequeñas esquirlas de cristal que tienes en el pelo.
–Ah –exclamó ella, cerrando los ojos con cuidado.
Sloan abrió la caja de primeros auxilios que siempre llevaba en la camioneta y con una toallita de algodón empezó a retirar las esquirlas que ella tenía en la cara y el cuello, sin poder evitar maravillarse ante lo cremoso y suave de su piel. Se quedó fascinado durante un instante con las diminutas pecas que cubrían el puente de su nariz, pensando que esas imperfecciones sólo conseguían hacerla más atractiva a sus ojos.
Tratando de concentrarse en su trabajo, le pasó el algodón por las pestañas, pero la súbita necesidad de besarla le puso nervioso. Apenas recordaba cuál era la última vez que una mujer le había causado tanto efecto. Hacía meses que no se molestaba en concertar una cita amorosa, las mujeres habían dejado de ser una prioridad para él… hasta ese preciso momento.
Rechinó los dientes y continuó su trabajo. Cuando empezó a limpiarle el pelo se dio cuenta de que la sangre que lo manchaba se había secado. En cualquier caso, eso demostraba que, si había sangrado, la hemorragia ya se había detenido. Se calmó al saber que ella no necesitaba una cura de urgencia, pero al cabo de un instante se encontró deseando hundir sus dedos en la espesa melena pelirroja. No obstante, continuó con su trabajo.
–Lo he hecho lo mejor que he podido –dijo al fin–. ¿Necesitas ayuda para quitarte la ropa?
–¿Qué? –se alarmó ella abriendo los ojos de pronto.
Él tuvo que mantener una dura lucha interna para dejar de imaginársela desnuda.
–Tienes que quitarte la ropa para que comprobemos si tienes algún corte –dijo él con la mayor serenidad posible.
–Creo que puedo hacerlo sola, gracias –repuso ella con una sonrisa tensa–. Pero me gustaría hacer una llamada telefónica, si no te importa.
–Nada de llamadas –prohibió él acercándose al teléfono para arrancar el cable de la pared y guardárselo en un bolsillo.
–¡Eh! –gritó ella con una mirada asesina–. ¿Por qué haces eso?
–¿A quién tienes que llamar, Lainie? ¿A tu novio? –preguntó dándose cuenta de que el hecho de que ella tuviera novio no era asunto suyo.
–No, no tengo novio. Estoy demasiado ocupada como para pensar en esas cosas. Se trata de mi hermana –añadió agarrándole del brazo–. Tengo que enterarme de cómo está –dijo con tono alterado–. Acabo de darme cuenta de que si esta sangre no es mía… debe ser suya. No tenía que haberla dejado sola.
–Tú no la dejaste, fui yo quien te alejó de allí. Los disparos iban dirigidos a ti, no a ella. La única manera de detener el tiroteo era sacarte de allí –aseguró él sacándose de nuevo el teléfono móvil del bolsillo–. Date una ducha y mira a ver si tienes alguna herida que necesite puntos. Voy a salir afuera para hablar con el capitán otra vez, para que sepa que en estos momentos estás a salvo. Preguntaré por tu hermana.
En ese instante, sin saber muy bien por qué, Sloan sintió la necesidad de borrar del rostro de ella la congoja y la preocupación. Y creyó que obtendría buenos resultados provocándola.
–¿Se puede saber por qué diablos no te quedaste en tu despacho para esperarme, tal y como se te había pedido? Cualquiera con dos dedos de frente se habría dado cuenta de que no era conveniente que supieran que estabas en la oficina sabiendo que estabas amenazada de muerte.
La reprimenda pareció causar el efecto esperado en ella. En vez de miedo, se vio inundada por la furia. Entrecerró los ojos y puso los brazos en jarras.