Libre para huir - Linda Conrad - E-Book

Libre para huir E-Book

Linda Conrad

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Beschreibung

Lo realmente peligroso era pasar tanto tiempo juntos El ranchero y experto en seguridad Cinco Gentry ya había tenido emociones suficientes para el resto de su vida. Ahora solo quería dirigir su rancho y estar con su familia sin mayores complicaciones... Pero entonces llegó Meredith Powell, oficial de las fuerzas aéreas estadounidenses, y lo cambió todo. Tenía que quedarse en el rancho para velar por su propia seguridad, pero no hacía más que enfrentarse a Cinco, hasta que el peligro los empujó a un apasionado encuentro. Pero, ¿podría él satisfacer el ansia de aventuras de aquella mujer una vez que pasara el peligro?

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Seitenzahl: 138

Veröffentlichungsjahr: 2017

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Linda Lucas Sankpill

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Libre para huir, n.º 1248 - noviembre 2017

Título original: The Gentrys: Cinco

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-496-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Ganadero de Texas y esposa perdidos en el mar

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Si te ha gustado este libro…

Ganadero de Texas y esposa perdidos en el mar

 

El servicio de guardacostas de Dry Tortugas confirmó anoche haber abandonado la búsqueda de T.A. Gentry IV y su esposa, Kay, propietarios del rancho Gentry en el estado de Castillo. Ambos desaparecieron en el mar hace cinco días.

Según el portavoz de los guardacostas, la pareja estaba de vacaciones en el yate de un amigo cuando se desató una fuerte tormenta. No se ha encontrado a ningún superviviente ni restos de la embarcación a pesar de la intensa operación de búsqueda. Según el propietario, el yate no estaba equipado con el sistema de señales EPIRB y los servicios de rescate confirman no haber recibido llamadas de socorro.

El matrimonio Gentry deja tres hijos: T. A. Gentry, de diecinueve años, Callon Aaron, de diecisiete y Abigail Josephine, de doce.

El funeral se celebrará en la capilla de Gentry Wells el día veintiuno de este mes.

Capítulo Uno

 

Cinco Gentry apagó su móvil, preguntándose si habría hecho bien o lo estaría esperando alguna otra catástrofe.

Eran las seis de la mañana y su amigo y socio, Kyle Sullivan, había llamado desde San Angelo para pedirle un favor. Un cliente necesitaba protección en su rancho. Era un antiguo compañero suyo del ejército llamado Frosty y, aparentemente, estaba metido en un buen lío.

Pero eso era lo suyo: seguridad y protección. Un nuevo cliente para la empresa de seguridad era una buena noticia, ya que su vida últimamente era un desastre.

A causa de la frustrante conversación que mantuvo la noche anterior con sus hermanos, Cinco se encontró de nuevo ante las tumbas vacías de sus padres cuando el sol empezaba a asomar por las colinas de Texas.

Maldiciendo en voz baja, aplastó unos hierbajos con el pie y miró las dos tumbas que jamás habían podido darle una respuesta.

Lo que habría dado por preguntarle a sus padres un par de cosas. Como, por ejemplo, qué había sido de ellos esa noche tantos años atrás, durante la tormenta, o qué demonios podía hacer con sus rebeldes hermanos.

Las lápidas de T.A. Gentry y su esposa, Kay Hempstead Gentry, colocadas allí solo como recuerdo, se habían estado riendo de Cinco durante doce años. En lugar de respuestas, el eco de las colinas de Texas le recordaba que nunca sabría la verdad.

A un lado del cementerio la luna se escondía en el horizonte magnificando las sombras de los árboles y el suelo cubierto de rocío. Al otro, el sol asomaba por encima de una colina tiñendo el paisaje de rojo, pero Cinco no se daba cuenta.

Desde la desaparición de sus padres él se encargaba de dirigir el rancho y de controlar a sus hermanos. Pero abandonaría su papel como cabeza de familia si pudiera devolvérselo a su padre. El padre que le enseñó que un hombre tenía la obligación de ser todo lo que pudiera ser. El mismo padre cuya muerte le robó la posibilidad de hacer realidad sus sueños, obligándolo a volver a casa.

De modo que su trabajo era mantener el rancho Gentry y cuidar de Cal y Abby. Aunque ninguno de ellos entendía que lo suyo no era el rancho sino la seguridad. Ese era su mundo, la seguridad cibernética o personal, y la empresa que dirigía con Kyle se había convertido en un éxito.

Si pudiera convencer a sus hermanos de que él sabía lo que era mejor para ellos…

 

 

Una hora más tarde, con la cafetera encendida, la cocina caliente y los platos en el fregadero, Cinco empezaba a preguntarse si debería haberle dado más indicaciones a Kyle para llegar al rancho. Su socio no había ido por allí en varios años y podría haberse perdido.

Nervioso, tomó el sombrero y las llaves de la furgoneta y salió de la cocina. Solo había una carretera que llevaba al rancho y seguramente los encontraría por el camino.

Pero cuando salió al porche vio una nube de humo y, poco después, un Jaguar de color verde oscuro se detenía frente a la casa. Ver un Jaguar en Texas era tan raro como ver a un vaquero montando un elefante.

El rancho de los Gentry era uno de los más modernos del estado, pero no sabía qué impresión le haría a un chico de ciudad como ese tal Frosty. Cinco intentaba distinguir su silueta en medio de la nube de polvo que había levantado el coche, pero solo pudo ver a Kyle abriendo la puerta y al pasajero de espaldas, intentando sacar algo del asiento.

Llevaba unos pantalones de color caqui… pero no era un hombre. No podía ser un hombre porque tenía el trasero más redondo y más bonito que había visto en su vida. ¿Qué demonios…?

Cuando se acercó, la dueña del trasero estaba estirándose. Era una chica muy alta, de piel clara, con unas gafas de aviador que tapaban parcialmente su rostro.

¿Ella era Frosty Powell? ¿Una mujer? No podía ser. No podía quedarse en el rancho.

Kyle se acercó entonces y le dio una palmadita en la espalda.

–Me alegro de verte, Gentry.

Cinco seguía mirando a la joven, que llevaba una cazadora de aviador. Alta, de al menos un metro setenta y cinco, la joven se quitó las gafas para observar la casa y las instalaciones que había alrededor antes de volverse para mirarlo de arriba abajo.

Y absurdamente, Cinco tuvo que resistir el impulso de limpiarse las botas en los vaqueros.

Nunca había visto una mujer como aquella. Parecía la reina virgen. Era rubia, con el pelo sujeto en una trenza que caía sobre el hombre izquierdo, rozando sus pechos, y unos ojos azules llenos de energía que, en aquel momento, estaban brillantes de irritación. Su aspecto dejaba claro que sabía cuidar de sí misma.

–Frosty, te presento a Cinco Gentry. Cinco, esta es mi antigua…

–¿Frosty Powell? –lo interrumpió él.

–Capitán Meredith Powell, de las fuerzas aéreas americanas –dijo la joven, estrechando su mano–. Encantada de conocerlo, señor Gentry. Y olvide lo de Frosty. Kyle y yo nos conocemos hace tanto tiempo que a veces olvida mi verdadero nombre.

Cinco estrechó su mano, pero estaba boquiabierto. La voz de la tal Frosty era suave, musical, llena de connotaciones secretas. Cuando pronunció su nombre lo envolvió una oleada de deseo sorprendente. Y eso no le gustaba en absoluto.

Apretaba su mano con fuerza, casi como un hombre. Desde luego, la capitán Meredith Powell sabía lo que quería.

No se parecía a ninguna otra mujer que hubiera conocido. Entonces recordó al amor de su vida, Ellen, la mujer a la que quiso amar y cuidar para siempre. Morena, de pelo largo, los vestidos sencillos y femeninos eran más su estilo. La rubia alta que tenía frente a él no se parecía en absoluto.

Cinco tosió un par de veces para quitarse el polvo de la garganta.

–Bueno, vamos a tomar un café.

–Espera, voy a sacar la maleta de Frosty –sonrió Kyle.

–Vamos dentro, chaval –insistió Cinco, tomándolo del brazo–. Y después, tú y yo tenemos que hablar.

 

 

Cuando Meredith entró en la casa se sintió como Alicia en el país de las maravillas. Durante su carrera en el ejército había estado destinada en muchos países y pasó meses en bases del tercer mundo. Pero aquello… era como si alguien la hubiera metido en el decorado de una película del Oeste.

Con Cinco Gentry en el papel de vaquero.

Kyle no le había contado que aquella zona de Texas era tan… auténtica. Y Cinco, con ese nombre tan raro, tampoco era lo que había esperado. Con sus pantalones vaqueros y el sombrero negro echado hacia atrás, era la viva imagen de un protagonista de película del Oeste.

Tenía los ojos de color castaño claro, pero cuanto más los miraba más oscuros e inteligentes le parecían. Y esa era una de las razones por las que no podía quedarse en aquel rancho.

–Dame tu chaqueta –dijo él, cuando estaba guardando las gafas en el bolsillo.

La colocó junto a la de Kyle en un perchero de madera bajo el que había un montón de botas, colocadas como centinelas.

–Gracias.

–Vamos a la cocina. Creo que el café ya estará hecho.

–Muy bien –intentó sonreír Meredith.

Por fuera, el sitio le había parecido raro, con varios edificios de diferentes alturas. Y por dentro, era más raro todavía. Los muebles de la cocina parecían hechos a mano y los electrodomésticos eran de acero, nuevos y limpísimos.

Una de las paredes estaba enteramente ocupada por una chimenea de piedra, con un hueco en el que cabía un hombre de dos metros. Al otro lado de la habitación, un ventanal enorme que iba desde la encimera hasta el techo, con tiestos que bloqueaban parcialmente la vista. La moderna cocina, en aquel sitio perdido de la mano de Dios, parecía una de esas que salían en las revistas de decoración.

–Bonito rancho, ¿verdad? –preguntó Kyle.

Cuando Meredith levantó la cabeza, vio que había halógenos en las antiguas vigas de madera. Esa mezcla de modernidad y clasicismo al más puro estilo del Oeste le parecía incongruente.

–Es… interesante. Pero da igual. No necesito quedarme aquí.

–No vamos a discutir otra vez, Powell. La decisión ya está tomada.

–¿Qué pasa? –preguntó Cinco entonces–. ¿Cuál es el problema?

–No hay ningún problema. Frosty cree que puede seguir viviendo como si no pasara nada, cuando hay un psicópata buscándola por todo el país. Nada más que eso.

–No pienso seguir viviendo como si no pasara nada –replicó Meredith–. Además, iba a cambiar de vida de todas formas.

Kyle y ella habían discutido el asunto tantas veces durante los últimos días que estaba harta. Pero quizá podría convencer al inteligente vaquero, pensó.

–Mira, Cinco, el día que ese loco disparó al general en los escalones del Capitolio, delante de mí, era mi último día en el ejército. Ya me había retirado oficialmente porque acababa de aceptar un puesto de piloto en las compañía aérea Transcon Air. Pero ahora los federales han perdido al psicópata y la empresa solo ha aceptado conservar mi puesto durante unas semanas –le explicó, suspirando–. Así que dime, ¿cómo va a saber el loco de Richard Rourke dónde me encuentro si estoy volando de un lado a otro?

–Rourke está loco, pero no es idiota –replicó Kyle–. El FBI cree que tiene contactos con varios grupos terroristas y esos grupos tienen acceso a todo tipo de información confidencial. ¿Cómo vas a evitar que te encuentren? Seguro que hasta has dado tu número de la seguridad social a la compañía.

Meredith abrió la boca para protestar, pero Kyle la interrumpió con un gesto.

–Cinco, ¿tú crees que una mujer como ella podría esconderse en Washington sin que alguien la viera?

Cinco la miró sin decir nada. Pero esa mirada hizo que Meredith se pusiera nerviosa, algo que no le ocurría a menudo.

–Espera un momento, Kyle. ¿Quién te crees que eres para…?

–¿Tú eres la testigo que puede identificar a Richard Rourke como el asesino del general VanDerring? –la interrumpió Cinco.

–Eso parece –suspiró ella.

–Todo el ejército está buscando a ese hombre y tú eres la única persona que puede identificarlo. Y no creo que Rourke sea tonto en absoluto.

–Querían incluirla en el plan de testigos protegidos –explicó Kyle–. Pero yo convencí al FBI de que conocía a un hombre que podría velar por su seguridad tan bien como ellos… pero con menos restricciones.

Cinco asintió, como si estuviera seguro de que su rancho era una fortaleza inexpugnable, y Meredith dejó escapar un largo suspiro. Solo tenía dos opciones: una prisión federal o aquel rancho. Estaba claro dónde iba a quedarse, aunque no le hacía ninguna gracia.

El vaquero sonrió entonces por primera vez, pero el hoyito que tenía en la mejilla izquierda no alivió su mal humor.

–Estarás mucho más segura y más contenta aquí, cariño –le dijo, con el acento más sureño que había oído nunca.

–Sí, claro.

Aunque no estaba tan claro. Seguramente habría estado mejor en una prisión federal que confinada en un rancho con el auténtico «llanero solitario» como guardián.

Capítulo Dos

 

–Al menos podrías haberme advertido de que Frosty era una mujer –murmuró Cinco. Kyle y él habían salido para sacar la bolsa de viaje del maletero mientras ella daba una vuelta por la propiedad.

–Es que a veces se me olvida que es una mujer… –replicó Kyle. Cinco se detuvo, con una ceja levantada–. No, en serio. Era la mejor piloto de las fuerzas aéreas americanas. Es dura, inteligente y puede salir de una pelea a puñetazos mejor que cualquier hombre.

–Pero es una mujer. Será muy incómodo protegerla aquí, en mi casa. ¿Por qué no me has traído a un hombre? Alguien a quien pudiera darle un puñetazo si se pone tonto.

–Dale una oportunidad, Gentry. No es una damisela y seguramente podría sacarte a patadas por encima de la cerca –sonrió Kyle.

–Y esa es otra. ¿Qué clase de nombre es Frosty?

–La mayoría de los pilotos tienen motes. Se los ganan durante el entrenamiento.

–¿Y por qué se ganó Meredith el de Frosty?

–No sé –contestó Kyle sacando una bolsa de viaje del maletero–. Bueno, supongo que lo de Frosty viene por el «no frost» de las neveras. Es una chica que no se asusta por nada, que se mantiene fría ante el peligro, como si tuviera hielo en las venas en lugar de sangre. Y una vez que un idiota intentó meterse con ella, Frosty lo dejó helado. Nadie volvió a atreverse después de eso.

–Ah, ya entiendo –suspiró Cinco.

–¿Qué te pasa, Gentry? Tú nunca pones pegas cuando alguien necesita tu ayuda.

Kyle lo conocía demasiado bien y estaba jugando sus cartas. En cuanto Cinco supo que era la testigo del asesinato del general VanDerring supo que no podría dejarla ir. Pero no le gustaba que su socio lo manipulase de esa forma.

El problema era qué iba a hacer con aquella amazona. Incluso apostaría a que sabía más de informática que él, aunque eso era difícil.

Irritado, se pasó una mano por la cara. Estaban empezando a ser las veinticuatro horas más difíciles de su vida, después de la noche doce años atrás en la que rezó para que la noticia sobre la muerte de sus padres no fuera cierta. Su hermano Cal lo había llamado para decir que había dejado embarazada a una de sus fans del circuito de carreras y que estaba dispuesto a casarse con ella. Y después llamó Abby para decir que había decidido no terminar el máster porque prefería volver al rancho para trabajar como capataz.

Y luego Frosty.

–¿Y qué se supone que debo hacer con una mujer aquí?

Kyle sonrió.

–¿Y yo qué sé? Ya te he dicho que yo no la veo como una mujer, yo la veo como un piloto… y no tengo ni idea de lo que puedes hacer con ella aquí, en la tierra de los vaqueros.

–Genial –murmuró Cinco, haciendo una mueca.