Boda con el magnate griego - Pasión cruel - El jeque seductor - Helen Bianchin - E-Book

Boda con el magnate griego - Pasión cruel - El jeque seductor E-Book

Helen Bianchin

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Beschreibung

Ómnibus Bianca 436 Boda con el magnate griego Helen Bianchin Ella quería ser independiente… él quería una buena esposa. Loukas Andreou era un hombre de gran éxito en los negocios y, según las malas lenguas, también en la cama. Era el hombre con quien Alesha Karsouli debía casarse según una cláusula del testamento de su padre. De mala gana, Alesha accedió a firmar el contrato matrimonial, siempre y cuando su unión se limitara al aspecto social de sus vidas, no al privado. Pero pronto se dio cuenta de que había sido muy ingenua… Loukas necesitaba una esposa que se mostrara cariñosa en público. Sin embargo, según él, la única forma de conferir autenticidad a su relación en situaciones sociales era intimar en privado… Pasión cruel Janette Kenny Para reconocer la paternidad del niño, antes tiene que descubrir los secretos que ella esconde. El implacable y peligroso magnate hotelero André Gauthier ha llevado a Kira hasta la paradisíaca isla caribeña que es su refugio. Su intención no sólo es hacerle el amor con una pasión despiadada… ¡también quiere vengarse! Está convencido de que Kira le ha traicionado con su peor enemigo. ¡Una sola caricia es suficiente para que Kira desee desesperadamente perderse de nuevo entre las sábanas de André! Pero antes tiene que decirle que está embarazada de él... El jeque seductor Kim Lawrence ¿Podría ser que deseara que el seductor príncipe se la llevara a la cama? Comprometida contra su voluntad con el famoso príncipe Karim, la candorosa Eva cuenta con un plan para dejarle plantado. Lo convencerá de que es una mujer moderna y con experiencia en el terreno sexual, lo que la convertirá inmediatamente en una candidata poco adecuada para ser su esposa. Sin embargo acaba casándose con él. Por si esto fuera poco, su esposo está produciendo en ella un efecto inesperado…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 436 - octubre 2022

 

© 2010 Helen Bianchin

Boda con el magnate griego

Título original: The Andreou Marriage Arrangement

 

© 2009 Janette Kenny

Pasión cruel

Título original: Pirate Tycoon, Forbidden Baby

 

© 2009 Kim Lawrence

El jeque seductor

Título original: The Sheikh’s Impatient Virgin

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2010

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-030-4

Índice

 

Créditos

Índice

Boda con el magnate griego

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Pasión cruel

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

El jeque seductor

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ALESHA permaneció sentada en silencio mientras el abogado le leía el testamento de su padre.

Estaba perpleja.

¿Qué había inducido a Dimitri Karsouli a vender el veinticinco por ciento de las acciones de Karsouli Corporation a Loukas Andreou?

Y peor aún, a regalarle otro veinticinco por ciento, lo que se traducía en varios cientos de millones de dólares en el mercado actual, a condición de su «matrimonio».

Se quedó casi sin respiración al darse cuenta de que su padre, más o menos, le había comprado un marido. Era incomprensible.

No obstante, entendió perfectamente el razonamiento de su padre.

Un año atrás, su breve y desastroso matrimonio de con Seth Armitage había acabado en divorcio al descubrir que el objetivo de Seth al casarse con ella había sido acceder a la fortuna de su padre. Eso la había dejado destrozada y había enfurecido a su padre.

Dimitri, obviamente por devoción hacia ella, había amañado lo que a él le había parecido lo más seguro para su hija: un matrimonio con un hombre de su total confianza. Loukas Andreou, un hombre íntegro, astuto para los negocios, el omnipotente cerebro de la rama de Atenas de Andreou Corporation, cuyos intereses financieros incluían transporte marítimo y activos complementarios por todo el mundo. Su padre, Constantine, había sido íntimo amigo de Dimitri y socio en los negocios.

Loukas tenía treinta y tantos años y era atractivo, si a una le gustaban los hombres con facciones de guerreros, altos, anchos de hombros y todo ángulos. Loukas tenía unos preciosos ojos negros y una boca llena de promesas. Su aspecto sofisticado no lograba ocultar su innata personalidad despiadada.

La dejó destrozada el hecho de que su padre le hubiera dejado a ella en herencia el otro cincuenta por ciento de Karsouli Corporation «a condición» de que se casara con Loukas Andreou en el espacio de un mes tras su fallecimiento, asegurando así que la empresa quedara en manos de la familia en su totalidad.

–Un tribunal declararía inválida la estipulación del matrimonio –dijo Alesha.

El abogado la miró pensativamente.

–Aunque un tribunal se mostraría comprensivo con usted en relación a esa cláusula, su padre lo ha dejado todo muy claro. Yo le aconsejé que lo pensara bien, pero su padre se mostró inflexible respecto a la cláusula.

Alesha contuvo una maldición.

Dimitri siempre había sabido lo que Karsouli Corporation significaba para ella, que había realizado estudios universitarios para asegurarse de que tenía los conocimientos necesarios; y también había sido consciente de lo mucho que le enorgullecía haber llegado a un puesto de autoridad desde abajo.

Se había dado por entendido que la única hija de Dimitri asumiría el mando de la empresa a la muerte de él.

Y así había sido, en cierta forma, pero con condiciones. Condiciones destinadas a proteger Karsouli Corporation… y a ella también, según decía su testamento.

Ese último intento de forzarla a un contrato matrimonial que no quería había sido un acto de pura manipulación, y casi le odiaba por ello.

Como alternativa, podía dejar la empresa, ignorar la cláusula matrimonial y buscar trabajo en otra compañía.

Sin embargo, ella era una Karsouli.

Su abuelo paterno, nacido en Atenas y de familia humilde, presentó una idea a la persona adecuada en el momento apropiado y fundó la primera oficina de Karsouli Corporation en Atenas. Dimitri, su hijo único, había seguido los pasos de su padre y había expandido el negocio a escala internacional.

Dimitri se había casado y se había trasladado a Sidney, donde había nacido su única hija, Alesha, el orgullo de su padre; sobre todo, cuando demostró haber heredado la misma sagacidad para los negocios.

Alesha se había educado en excelentes colegios privados, se había licenciado con sobresalientes en la universidad y había entrado a trabajar en la empresa en un puesto de poca categoría. Sus ascensos habían sido debidos al trabajo y la dedicación.

La única insensatez cometida había sido casarse precipitadamente, y en contra de la voluntad de su padre, con un hombre que a las pocas horas de la boda había desvelado sus verdaderas intenciones.

Unos tiempos difíciles. En la misma época de su divorcio, su madre falleció debido a un cáncer.

La negativa de ella a considerar el matrimonio como algo posible en su futuro había llegado a ser un elemento de perpetua discusión con su padre. Ahora, debido a esa cláusula en el testamento, Dimitri la obligaba a casarse con un hombre que contaba con su aprobación; un hombre de descendencia griega; un hombre a quien podía confiarle las riendas de Karsouli Corporation y a su hija.

–Esta… estratagema, ¿cuenta con la aprobación de Loukas Andreou?

–Tengo entendido que ha dado su consentimiento –respondió el abogado.

–Es increíble –dijo Alesha con ardor–. Imposible. No quiero casarme con nadie.

Loukas Andreou había visitado a sus padres las veces que había ido a Sidney. Ella había cenado en su compañía y también le había visto durante sus visitas a Grecia con sus padres. Una mezcla de negocio y placer, había pensado por entonces.

Ahora no estaba tan segura.

Loukas Andreou. Ese hombre era una auténtica fuerza de la naturaleza en el mundo de los negocios… y en la cama, según los rumores.

Provenía de familia adinerada. Su bisabuelo había hecho una fortuna en el negocio del transporte marítimo. Una fortuna que las siguientes generaciones habían expandido.

El consorcio Andreou era propietario de dos islas griegas, propiedades diversas, residencias en las ciudades europeas más importantes, y luego estaban el yate, el avión Lear, los coches caros, las mujeres…

Los medios de comunicación seguían todos los pasos que daba Loukas, adornando el más mínimo detalle siempre que podían.

Alto, de buena figura, cabello oscuro y atractivos rasgos viriles… la ponía nerviosa. Era como si Loukas viera en ella más de lo que ella quería que nadie viera.

–¿Cuándo se enteró Loukas del contenido del testamento de mi padre?

–Eso es algo que tendrá que preguntarle a él.

¡Y lo haría, a la primera oportunidad que se le presentara!

–Tiene dos alternativas –le dijo el abogado–. Accede a casarse o no. Le aconsejo que no tome una decisión hasta no hablar con Loukas Andreou.

Alesha se puso en pie, indicando que la reunión había concluido. El abogado la acompañó hasta la recepción y apretó la tecla del ascensor.

Alesha apretó los dientes durante el descenso en el ascensor para evitar ponerse a gritar. ¿Por qué le había hecho eso su padre?

Aunque sabía por qué lo había hecho.

¿Acaso el matrimonio de Dimitri no había resultado en una satisfactoria unión que había beneficiado a las dos familias?

¿Amor? Si había amor, bien; si no, afecto y familia eran suficientes.

Sorprendentemente, el matrimonio de sus padres había sido bueno. ¿Había sido un matrimonio apasionado? Quizás. Lo innegable era que habían compartido un gran afecto.

Ella, por su parte, había querido una gran pasión. Había creído encontrarla con Seth Armitage, pero pronto descubrió que él sólo había jugado con ella y que su matrimonio había sido un engaño.

Dimitri, en vez de echárselo en cara, se había mostrado comprensivo y la había apoyado en todo. Sin embargo, no podía evitar que le doliera que su padre, a sus espaldas, hubiera estado tramando una estrategia para cimentar el futuro de la empresa y el de ella. Y con la complicidad de Loukas Andreou, de eso no le cabía la menor duda.

Empezaba a anochecer en Sidney. Su piso estaba en un antiguo edificio restaurado en el elegante barrio de Double Bay, cerca del puerto. El edificio contaba con cuatro pisos de dos dormitorios en los que lo moderno y lo antiguo se combinaban a la perfección.

Alesha había decorado su casa con mobiliario antiguo, grandes y cómodos sofás, lámparas exclusivas y alfombras orientales.

Aquella había sido su casa durante los últimos dos años. Su casa, exclusivamente suya, pensó mientras entraba en el garaje con el coche. Ella era independiente, y no había salido con ningún hombre desde que dejó a su marido. Tenía unos cuantos amigos y valoraba su amistad. Y su vida había sido tranquila y cómoda hasta la muerte de su padre una semana atrás.

Pero ahora era como si el mundo hubiera dado una vuelta completa.

¿Casarse con Loukas Andreou?

De ocurrir, ella pondría las condiciones.

Entró en su casa, dejó el bolso y el ordenador, se quitó los zapatos de tacón y caminó descalza hasta la cocina, donde se sirvió agua del frigorífico.

Se daría una ducha, se prepararía algo para cenar y luego desarrollaría su estrategia.

Se quitó el traje de chaqueta y el resto de la ropa y caminó desnuda hasta el cuarto de baño del dormitorio mientras pensaba en las condiciones que iba a imponer: matrimonio sólo en papel, habitaciones separadas, vidas separadas.

Alesha abrió el grifo de la ducha y se enjabonó.

–¡Maldita sea! –exclamó bajo el chorro de agua con desacostumbrada ira. ¡No quería un marido!

Las contadas ocasiones en las que había visto a Louka él se había mostrado atento, su conversación era interesante y era culto, inteligente y decidido.

Y atractivo.

Alesha cerró los ojos y volvió a abrirlos despacio.

¿Por qué había pensado eso?

«Vamos, admítelo», pensó.

Con enfado, Alesha cerró el grifo de la ducha, agarró una toalla y se envolvió con ella.

Después de su fracaso matrimonial, se había jurado a sí misma no volver a fiarse de un hombre.

Con decisión, apartó de sí esos pensamientos y eligió lo que iba a hacer aquella noche: tomaría una cena ligera, trabajaría unas horas con el ordenador, vería las noticias por televisión y… a la cama.

Era un buen plan, a pesar de ser un plan rutinario, pensó mientras se recogía el cabello en un moño. Después, se puso la ropa interior, unos pantalones vaqueros y una camiseta.

La luz del contestador automático parpadeaba cuando entró en la cocina, por lo que agarró un papel, un bolígrafo y presionó la tecla de escucha.

–Alesha, soy Loukas Andreou –era una voz ronca y profunda, con un ligero acento que la hacía aún más atractiva. Respiró profundamente mientras anotaba el número de teléfono que la voz estaba recitando–. Llámame.

Alesha sonrió y alzó los ojos al techo. Louka no quería perder el tiempo.

Hizo la llamada. Cuanto antes solucionara aquello, mejor.

Él contestó la llamada al tercer timbrazo.

–Andreou.

–Soy Alesha –le informó ella.

–¿Has cenado?

–Estaba a punto de hacerlo –le llevaría apenas unos minutos preparar una ensalada–. ¿Por qué?

–Paso a recogerte en diez minutos.

¿Quién demonios se creía que era?

–Si es una invitación a cenar, lo correcto es preguntar, no ordenar –dijo ella en tono suave.

–Lo tendré en cuenta. Diez minutos.

Louka cortó la comunicación y la dejó echando humo y tentada de llamarle otra vez para mandarle al infierno.

Pero una mujer con control de sí misma no actuaba así. Ni tampoco actuaba así una mujer decidida a enfocar el encuentro con sentido común.

Tenía que cambiarse de ropa, por lo que sustituyó los vaqueros y la camiseta por unos pantalones de corte de sastre y una blusa. Se pintó los labios, se peinó, agarró una chaqueta moderna y se calzó unos zapatos de tacón.

El interfono sonó cuando ella estaba agarrando el bolso.

–Ahora mismo bajo –dijo Alesha por el aparato.

La altura y anchura de los hombros de Louka la intimidaron, sus marcados rasgos faciales eran fascinantes. Los pantalones de sastre negros, la camisa blanca con el botón del cuello desabrochado, y la chaqueta de cuero negra le conferían un aspecto de descuido sofisticado; engañoso, dado su poder en el mundo de los negocios.

–Hola, Loukas –dijo ella en tono formal mientras los ojos negros de él se paseaban por su cuerpo.

–¿Nos ponemos en marcha? –dijo Loukas a su vez, indicándole el Aston Martin negro aparcado delante del edificio.

Alesha trató de ocultar su nerviosismo mientras él ponía en marcha el coche.

Una cena durante la cual ella expondría su punto de vista, negociaría y, con suerte, resolverían las condiciones establecidas por Dimitri en su testamento para satisfacción mutua.

En poco tiempo Loukas llevó el Aston Martin a la entrada del hotel Ritz-Carlton y le dio al empleado las llaves del coche para que lo aparcara.

Buena elección, pensó Alesha, que había cenado en aquel restaurante en varias ocasiones.

Sin embargo, una vez en el vestíbulo, Loukas le indicó el ascensor.

–Charlaremos más cómodamente en mi suite.

Su sentido común protestó ante la idea de estar con él a solas.

–Preferiría cenar en el restaurante.

–¿Y correr el riesgo del escrutinio público? –dijo él en tono bajo–. ¿Y que pueda oírnos hablando de asuntos personales algún fotógrafo?

El hecho de que Loukas tuviera razón no le fue de gran ayuda. Pronto correrían los rumores, en el momento en que se notara la prolongada estancia de Loukas Andreou en Sidney; sobre todo, una vez que se conocieran sus intereses en Karsouli Corporation.

Alesha se vio obligada a condescender, a pesar de su reticencia, y siguió a Loukas.

«Adelante, tranquila», se dijo a sí misma mientras Loukas abría la puerta de su suite y le cedía el paso. Loukas siempre había contado con la confianza de Dimitri; de lo contrario, Dimitri jamás habría hecho un testamento semejante.

¿O sí?

¿Cómo podía estar segura?

Ahora que sus padres habían muerto, se había vuelto muy selectiva a la hora de elegir en quien confiar. Ni siquiera Lacey, su amiga de la infancia, conocía todos los detalles de su matrimonio. Algunos episodios eran demasiado personales…

–Relájate, no voy a insinuarme –dijo Loukas en tono burlón.

Alesha lo miró directamente a los ojos.

–Si lo hicieras, sabría cómo responder.

Loukas se quitó la chaqueta y la tiró encima de la cama de matrimonio, después se quitó los gemelos de la camisa y se subió las mangas, descubriendo unos musculosos brazos salpicados de vello negro.

–¿No quieres quitarte la chaqueta?

–Estoy bien, gracias.

–Siéntate, por favor –Loukas le indicó un cómodo sillón–. ¿Qué te apetece beber?

–¿Te importaría que dejáramos de andarnos con rodeos y tratáramos directamente del asunto por el que estamos aquí?

Loukas se la quedó mirando unos segundos.

–Sí, por supuesto –dijo él con deliberada indolencia–. Cenaremos después.

–Las condiciones del testamento de mi padre son absurdas.

Él no fingió malinterpretar sus palabras.

–¿Te refieres a la cláusula del matrimonio?

–¿Estás de acuerdo con ello? –los ojos de Alesha se agrandaron–. ¿Qué clase de hombre eres?

–Un hombre que prefiere un matrimonio con honestos cimientos.

La mirada que ella le lanzó debería haberle hecho encogerse; sin embargo, no causó efecto alguno en Loukas.

–Por favor, no nos olvidemos de la cuestión principal.

–¿Karsouli Corporation?

Alesha se permitió una amarga sonrisa.

–La última carta de Dimitri.

Loukas le lanzó una reflexiva mirada.

–Quizás.

Al instante, Alesha se puso tensa.

–¿Qué quieres decir?

–Dimitri cometió algunos errores financieros en los últimos meses.

La perplejidad de ella era auténtica y no pudo enmascararla.

–No te creo.

–El estado de la economía global no le ayudó ni tampoco su mala salud.

¿Mala salud?

–Mi padre ha muerto a causa de un accidente automovilístico.

–Tu padre corría el riesgo de un ataque cardíaco y necesitaba someterse a una operación de trasplante de corazón. Se negó a operarse e hizo un trato conmigo para salvar la empresa… y a ti.

«No». Fue un silencioso grito mientras la sangre se le helaba en las venas.

–Karsouli necesitaba una buena inyección de dinero con el fin de continuar siendo solvente.

–¿Cuánto? –preguntó ella casi ahogándose.

–Quinientos millones de dólares.

¿Tanto?

La venta del veinticinco por ciento de las acciones sumaba ese dinero. El regalo de Dimitri en su testamento, a condición del matrimonio, era un plus añadido.

Karsouli Corporation sobreviviría y se expandiría con Loukas Andreou al mando. Ella sería socia y directora.

Pero para eso tenía que acceder a casarse con Loukas Andreou.

Dos ventajas y un inconveniente.

Alesha respiró profundamente para calmarse, pero no provocó el efecto deseado.

–Tendría que verificar lo que has dicho.

–Por supuesto. Tengo copias certificadas de los documentos relevantes para que las examines.

Alesha no podía esperar menos de él. A pesar de contar con la ventaja que le había dado el éxito de su padre en los negocios, Loukas era un hombre decidido a forjar su propio destino, tanto profesional como personalmente.

Alesha aceptó los papeles que él le dio y se tomó su tiempo para leerlos.

Por fin, no tuvo más remedio que enfrentarse a lo inevitable.

Alesha dejó los papeles encima de la mesa y luego miró a Loukas.

–¿Por qué aceptaste las condiciones de Dimitri?

Loukas alzó una ceja.

–¿La verdad? Su condición coincidía con la promesa que yo le había hecho a mi padre de casarme y tener un heredero.

–¡Qué noble eso de sacrificarte por lealtad a la familia! ¿No era ninguna de las mujeres con las que sales digna de tal privilegio?

La expresión de Loukas mostró cinismo.

–No.

–¿Y si decidiera recurrir el testamento?

–De hacerlo, vendería las acciones y tú te encontrarías en una difícil situación financiera.

Y perdería de ese modo todo lo que su padre había logrado. Lo que más le importaba en la vida.

Sintió ira, resentimiento y dolor. Tantas emociones… Y no pudo controlarlas.

Alesha se puso en pie y se volvió hacia la puerta.

–Vete al infierno.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

TE sugiero que reflexiones antes de salir por esa puerta –le advirtió Loukas con peligrosa suavidad–. O el infierno al que me has enviado será el tuyo.

La amenaza era clara y, en cierto modo, la calmó.

Si se marchaba perdería lo que consideraba lo más importante en su vida.

¿Podía fiarse de Loukas? Y si no se fiaba de él… ¿de quién?

Al menos, Loukas tenía intereses personales en Karsouli Corporation, poseía la habilidad y el conocimiento para compartir con ella la dirección de la empresa, y contaba con recursos económicos…

Sin embargo, ella no estaba dispuesta a ceder fácilmente.

Alesha cerró los ojos unos instantes; después, volvió a abrirlos, respiró profundamente y se volvió de cara a él.

Loukas tenía una fuerza innata y proyectaba un poder que le convertía en un valioso aliado y un temible adversario.

¿Pero un marido? ¿Un amante?

A su memoria acudió el sufrimiento que había padecido con Seth y se estremeció durante un instante.

«No, no pienses en eso».

No todos los hombres tenían las mismas tendencias sádicas.

Sin embargo, ¿cómo podía estar segura?

Seth había representado el papel de novio cariñoso y de amante esposo a la perfección… hasta que ella se negó a ceder a sus exigencias.

De repente, todo le pareció sórdido. Una nube de dolor cruzó sus rasgos… y a Loukas aquello no le pasó desapercibido.

–Si no estuviera la cláusula matrimonial, estaría encantada.

–Pero existe.

–Desgraciadamente.

–Alesha, ¿sí o no? –la expresión de él era ilegible, sus ojos oscuros fijos en ella.

Tenía que contestar afirmativamente; de lo contrario, perdería Karsouli Corporation.

–No me queda más remedio que acceder; eso sí, con ciertas condiciones.

–Adelante, expón tus condiciones.

–Quiero mantener mi puesto en la empresa.

Loukas asintió con la cabeza.

–Naturalmente.

–Habitaciones separadas en donde sea que vayamos a vivir.

Los ojos de Loukas se achicaron.

–¿Por qué?

–Porque prefiero que sea así –contestó ella mirándole fijamente a los ojos.

–¿Debido a qué?

–Necesito mi propio espacio.

Loukas se la quedó mirando en silencio durante interminables segundos.

–La misma habitación, camas separadas –Loukas hizo una pausa–. Hasta que te sientas lo suficientemente cómoda para compartir la cama conmigo.

–No es justo que tú impongas tu voluntad.

–Agradéceme que haya accedido a una de tus condiciones.

Alesha, con creciente temor, se preguntó si no se había vuelto loca al decidir aliarse con un hombre como ése.

–Así que, según tú, debería arrodillarme delante de ti y expresarte mi infinita gratitud, ¿no es eso?

Loukas sonrió irónicamente.

–¿Por salvar Karsouli Corporation?

–Exactamente –respondió ella con un cinismo que a Loukas no le engañó.

Fuerza y cierta fragilidad, pensó Loukas. Una interesante mezcla.

Loukas agarró la carta con el menú, la abrió y se la pasó a Alesha.

–Elije lo que quieras cenar y llamaré para pedir que nos suban la comida.

¿Comida? No podía probar bocado.

–No tengo hambre.

Alesha sólo quería marcharse de allí, alejarse de ese hombre que tenía el destino de ella en sus manos.

–No hemos terminado.

–Sí, hemos terminado.

–Vamos a cenar juntos, vamos a organizar los detalles de la boda y luego te llevaré a tu casa.

Alesha ladeó la cabeza ligeramente.

–Entiendo. Siéntate, mantén la boca cerrada y asiente a todo lo que yo diga, ¿no?

–Dudo mucho que lo de mantener la boca cerrada y asentir a todo lo que yo diga formen parte de tu carácter.

–Eres muy perceptivo –dijo ella con voz engañosamente dulce.

Loukas le dio la carta con el menú.

–Elije o lo haré yo por ti.

Alesha se decidió por un plato ligero; después, trató de pensar en otra cosa mientras él agarraba el auricular del teléfono.

Una tarea difícil, teniendo en cuenta que todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo eran conscientes de la presencia de él y de la creciente tensión en la estancia.

Loukas era un sofisticado estratega, un gran conocedor de las maniobras de los humanos con la habilidad de descubrir cualquier estratagema.

¿Existía alguien que hubiera puesto a prueba su control y hubiese logrado salir ileso?

«Qué pregunta tan estúpida». ¿Para qué hacerla? Loukas Andreou era único, indomable e implacable.

¿Pero y la esencia del hombre… como amigo, como amante, como marido? ¿Era capaz de afecto y cariño?

¿O la convertiría en una esposa florero, situación suavizada por el estilo de vida envidiable y los caros regalos?

La cuestión era si compensaba un matrimonio que no quería, con un hombre que anteponía sus intereses financieros a todo, para no perder Karsouli.

«Vamos, sobreponte a la situación», se ordenó a sí misma en silencio. «Creías que habías encontrado al amor de tu vida y desgraciadamente descubriste que no había sido más que un sueño».

Al menos, los sentimientos no le enturbiarían la razón respecto a su matrimonio con Loukas. Ese matrimonio sólo era una cuestión de negocios, ni más ni menos.

Les llevaron la cena, exquisitamente presentada; sin embargo, Alesha apenas pudo apreciarla mientras se llevaba pequeñas porciones a la boca con mecánica precisión.

–Ya tengo los papeles para la licencia matrimonial –le informó Loukas mientras tomaban el café–. Falta tu firma. Podríamos casarnos el viernes.

–¿Este viernes?

–¿Algún problema con que sea el viernes?

«Bromeas, ¿no?»

–¿Por qué tanta prisa?

–¿Por qué retrasarlo?

¿Estaba preparada para casarse?

No. En realidad, no estaría preparada para casarse otra vez ni en una semana ni en un mes ni en un año.

No obstante, sabía que, si se negaba, Loukas no le daría una segunda oportunidad.

–Dame los papeles y un bolígrafo.

Alesha firmó con una sensación de fatalismo; después, agarró el bolso, se lo colgó al hombro y se dirigió hacia la puerta con paso decisivo.

–Tomaré un taxi.

Loukas se puso en pie, agarró la chaqueta, se la echó al hombro y llegó a la puerta antes que ella.

Loukas no le habló durante el corto trayecto a su casa y ella agarró la manija para abrir la puerta del coche en el momento en que él detuvo el vehículo delante de su casa.

Frías y educadas palabras nacidas de los buenos modales inculcados emergieron de sus labios:

–Gracias por traerme.

Alesha no esperó respuesta ni le lanzó una última mirada. Se dirigió a la puerta del edificio con rapidez, abrió y entró.

Sintió un gran alivio al encontrarse en su piso. Su hogar. Un sitio sólo suyo donde se sentía segura y a salvo.

Pero no por mucho tiempo. Demasiado pronto todo cambiaría. Todo.

Se quitó los zapatos de tacón y la chaqueta. No era tarde y estaba demasiado tensa para irse a la cama.

La televisión, una película o trabajar, ésas eran las opciones que tenía, pensó mientras se desnudaba y se ponía el pijama antes de quitarse el maquillaje. Después puso un DVD y, con el control remoto en la mano, se sentó en un cómodo sillón.

Era casi medianoche cuando acabó la película. Alesha apagó los aparatos y fue a acostarse… y, sorprendentemente, durmió de un tirón hasta que el despertador sonó a la mañana siguiente.

 

 

Continuar con su rutina la ayudaría a centrarse durante el día, por lo que Alesha se puso un chándal, unas zapatillas de deporte, se recogió el pelo, salió de casa y fue al gimnasio.

Una hora de gimnasia la ayudó a disminuir los niveles de estrés, y regresó con renovado vigor para darse una ducha, desayunar y vestirse para ir al trabajo.

Un traje de ejecutiva, pocas joyas, cabello recogido, maquillaje ligero, zapatos de tacón alto… y lista.

Ordenador portátil, cartera y bolso.

Unos minutos después, se sentó al volante de su BMW plateado, encendió el motor y se puso en marcha.

Había bastante tráfico a esas horas, por lo que eran casi las ocho cuando en el aparcamiento tomó el ascensor para subir a un alto piso del moderno edificio que albergaba Karsouli Corporation.

Su despacho tenía una extraordinaria vista del puerto, caras alfombras, brillantes cristaleras, mobiliario de oficina funcional y caras obras de arte colgando de las paredes.

A Dimitri le había gustado exhibir las adquisiciones que su éxito le había permitido comprar. Consultas con excelentes decoradores habían garantizado la falta de ostentación.

Alesha no quería que cambios. De hecho, había insistido en ello. Karsouli continuaría siendo Karsouli en honor a la memoria de su padre y a años de duro trabajo.

–Buenos días –su sonrisa fue cálida al pasar por la recepción y recorrer el amplio pasillo de camino a su despacho.

Repitió el saludo cuando su secretaria se levantó y se acercó a ella con la agenda para ese día en la mano.

–El señor Andreou quiere que vaya a verle inmediatamente. Va a haber una reunión de ejecutivos, presidida por el señor Andreou, a las diez en la sala de conferencias. Ya se ha avisado a todos los jefes de departamento. Lo he anotado todo en su agenda y he impreso una copia para que la lea.

Alesha agarró el papel, lo ojeó y sus ojos se agrandaron ligeramente.

Loukas no estaba perdiendo el tiempo.

–Gracias, Anne. Puede decirle al señor Andreou que me reuniré con él en diez minutos.

–Tengo entendido que quiere verla de inmediato.

–Diez minutos, Anne.

Alesha esperó hasta el último segundo de los diez minutos antes de entrar en el amplio despacho que Dimitri había ocupado tanto tiempo como ella podía recordar… y no pudo evitar una punzada de resentimiento al ver a Loukas sentado detrás del escritorio de su padre.

–¿Querías verme? –la educada sonrisa no le alcanzó los ojos.

Loukas se puso en pie y se acercó a la puerta para cerrarla. El movimiento la puso nerviosa.

Loukas le indicó un asiento de cuero.

–Siéntate –dijo Loukas antes de acercarse al escritorio y apoyarse en él con una cadera.

Alesha continuó de pie.

–Espero que esto no lleve mucho tiempo.

–¿Habrías preferido que te enviara un mensaje para decirte que esta tarde tengo que estar en Melbourne para una reunión de urgencia antes de tomar un avión a Adelaida y luego otro a la Costa de Oro?

–¿Necesitas mi opinión?

–¿Personal o profesional?

¿Una pregunta con trampa?

–Profesional, por supuesto.

Por supuesto. Loukas empequeñeció los ojos fijándose en el traje rojo, los zapatos de tacón, el cabello recogido… y las yemas de los dedos quisieron quitarle las horquillas que le sujetaban el pelo en un elegante moño.

El atuendo de Alesha era una declaración de principios, notó él en silencio. Y se preguntó por qué Alesha lo había creído necesario.

¿Porque se sentía amenazada por él? Quizá tuviera motivos, profesionalmente.

–El actual estado de Karsouli requiere rápida acción y es imperativo mantener reuniones con los tres directores de las tres oficinas en el extranjero. En persona, no por videoconferencia.

Alesha no le dio la satisfacción de decirle que estaba de acuerdo con él.

–¿Cuándo volverás?

–El jueves por la tarde.

–Espero que me mantengas informada. ¿Es eso todo?

Loukas arqueó una ceja.

–Nos queda ultimar los detalles de la boda.

Alesha sintió un nudo en el estómago y le costó un gran esfuerzo mantener la calma.

–Comunícame por e-mail el lugar y la hora.

–Wolseley Road, Point Piper –le dio el número–. El viernes a las cuatro de la tarde.

Alesha arrugó el ceño.

–Esa dirección es de una residencia –situada en una de las zonas más caras de Sidney.

–Mi casa, que están acabando de decorar.

Con dinero se podía conseguir casi todo. Eso explicaba por qué Loukas estaba alojado en un hotel temporalmente.

–También está la cuestión de los asuntos jurídicos de nuestro matrimonio –le informó Loukas–. Tenemos una cita hoy a las tres y media de la tarde para el papeleo.

Con el fin de asegurarse de que todo estuviera bien atado antes de marcharse a Melbourne, advirtió ella.

–Bien.

–¿No tienes nada que decir por tu parte?

–En este momento, no –Alesha logró esbozar una sorprendentemente dulce sonrisa.

Entonces, Alesha se volvió hacia la puerta, pero sólo para descubrir que él se le había adelantado. Intentó ignorar su proximidad, el olor de la colonia, la sensualidad de ese hombre…

Loukas Andreou era un hombre único, un hombre que escapaba a todo intento de clasificación.

¿En qué lugar la dejaba eso?

Por el momento, tenía que conformarse con que fuera en cualquier parte menos en ese despacho.

–A las diez en la sala de conferencias –le recordó Loukas suavemente mientras ella salía por la puerta.

Una reunión que él dirigió con la clase de implacable estrategia que no dejaba lugar a dudas de que su propuesta de reestructuración de Karsouli sería inmediata y extensa.

A Alesha le costó un gran esfuerzo contener su resentimiento y mostrar una actitud neutral cuando lo que realmente deseaba era rechazar a gritos el autoritarismo de Loukas.

Lo consiguió hasta que Loukas dio por terminada la reunión y los demás ejecutivos abandonaron la sala. Entonces, Alesha cerró la puerta y se acercó a Loukas, que estaba metiendo sus papeles en la cartera.

–¿Cómo te atreves a iniciar cambios sin consultar antes conmigo? –preguntó ella furiosa–. Mi padre…

–Tu padre se dejó llevar por sus emociones y no te mantuvo informada sobre la situación real de la empresa.

–Tú no puedes echar…

–Dimitri anotaba detalles sobre la efectividad de cada empleado en sus expedientes personales –Loukas le dio un dispositivo de memoria–. Léelos durante mi ausencia junto con mis recomendaciones y hablaremos de ello cuando regrese.

–¿Y si no estoy de acuerdo contigo?

–Hablaremos de ello.

–¿Lo haremos? –inquirió Alesha en tono sarcástico–. ¿Es necesario que te dé las gracias por hacerme un hueco en tu muy apretada agenda?

El teléfono móvil de Loukas sonó y él miró la procedencia de la llamada.

–Tengo que contestar a esta llamada. A las tres y media en mi despacho, Alesha.

Alesha se sintió tentada de tirarle algo a la cabeza y le sostuvo la mirada intencionadamente. Vio en los ojos de Loukas que él se había dado cuenta de sus intenciones y también vio en sus ojos la silenciosa promesa de la venganza.

La atmósfera se hizo tensa, una fuerza tan sobrecogedora que ella casi se olvidó de respirar.

Entonces, él respondió a la llamada, despidiéndola de esa manera.

Alesha se marchó cerrando la puerta suavemente a sus espaldas, aunque le habría encantado dar un portazo. Necesitaba desfogarse y lo haría… tan pronto como volviera a encontrarse a solas con él.

¡Estaba deseando que llegaran las tres y media de la tarde!

Capítulo 3

 

 

 

 

 

ALESHA pasó el resto de la mañana trabajando y, a la hora del almuerzo, le pidió a su secretaria que hiciera que le enviaran un sándwich de pollo con ensalada a su despacho.

La puntualidad le parecía importante y se presentó en el despacho de Loukas a las tres y media en punto.

Él estaba de pie cerca del ventanal con vistas al puerto, estaba hablando por teléfono y, con un gesto, le indicó que se sentara.

Con el fin de llevarle la contraria, ella continuó de pie y logró captar en los ojos de Loukas un brillo de diversión mientras continuaba conversando en francés… con una mujer, a juzgar por el suave tono de voz que estaba empleando.

¿Una amante? ¿Pasada o presente? Desde luego, alguien con quien tenía una relación íntima.

Se dijo a sí misma que no le importaba y, de verdad, no le importaba. En ese caso, ¿cómo explicar el repentino calor que sentía en las venas y esa angustia?

¿Acaso envidiaba a esa mujer por ser objeto de la atención afectiva de él?

No. Ella no quería otro hombre en su vida.

Y menos ese hombre. Impresionante, demasiado poderoso, demasiado.

¿Por qué no llamar a las cosas por su nombre? Aquel griego exudaba un magnetismo sexual que rayaba en lo primitivo.

La promesa sensual estaba ahí, era casi algo tangible. Y durante unos instantes, se preguntó cómo sería sentir las caricias de esas manos, de esa boca… ser poseída por él.

Un cataclismo.

«¡Basta!», se dijo a sí misma en silenciosa amonestación. «Concéntrate en el aquí y ahora».

El despacho de Dimitri había sufrido algunas alteraciones: lo último de la tecnología electrónica había sustituido al ordenador de su padre, varios expedientes ocupaban una esquina de la mesa y también había un MP3. Todo ordenado, pero el lugar de trabajo de un hombre muy ocupado.

–¿Nos vamos?

Alesha lanzó a Loukas una engañosa fría mirada mientras él se metía el móvil en el bolsillo, agarraba la cartera, el portátil y la indicaba que saliera delante de él.

–Me reuniré contigo en la oficina del abogado –dijo ella mientras bajaban en el ascensor al aparcamiento.

–Iremos en mi coche.

–Sería más fácil que te siguiera en el mío.

Las puertas del ascensor se abrieron y Loukas le lanzó una mirada analítica al salir.

–¿Has decidido poner objeciones a todo lo que yo diga?

La atmósfera se cargó de una tensión que ella se negó a definir.

–Te pido disculpas –dijo Alesha con una dulce sonrisa–. Tengo la tendencia a olvidar que la mayoría de las mujeres existen sólo para complacerte.

–Pero tú no –respondió él con una nota de humor.

–No –logró decir ella en tono socarrón–. Sin embargo, en este caso, voy a ceder y tomaré un taxi para volver a la oficina.

Al llegar al Aston Martin, Loukas desbloqueó los cerrojos con el control remoto, metió la cartera y el portátil en el maletero y luego lo cerró.

–Yo mismo te traeré a la oficina antes de continuar hasta el aeropuerto.

–No te pilla de paso.

–Entra en el coche, Alesha –dijo Loukas con una suavidad que traicionaba el tono de advertencia.

Alesha se metió en el coche y esperó a que Loukas estuviera al volante antes de decirle con intencionada dulzura:

–¿Eres siempre tan arrogante?

Loukas encendió el motor.

–Cuando lo requiere la ocasión.

El trayecto les llevó quince minutos y otros cinco encontrar un lugar donde aparcar, justo delante de la oficina del abogado.

Alesha notó que Loukas la estaba observando detenidamente después de pulsar el botón del piso en el ascensor.

–¿Qué pasa? ¿Se me ha corrido el rímel? ¿Crees que llevo demasiado maquillaje?

–Estás perfecta –respondió él en el momento en el que se abrieron las puertas del ascensor y salieron al espacioso vestíbulo.

Al cabo de poco tiempo Alesha había firmado los documentos pertinentes respecto a las condiciones del testamento de Dimitri. Un contrato prematrimonial que cubría toda posible contingencia.

Ella ya había visto las copias. ¿Por qué entonces, de repente, se le había hecho tal nudo en el estómago?

Porque cada paso que daba la acercaba a un matrimonio que no deseaba y con un hombre en el que no le quedaba más remedio que confiar.

Loukas puso su firma en los mismos papeles y entonces el abogado declaró:

–Considero un honor ser uno de los testigos de su boda el viernes. De poder estar aquí, Dimitri se sentiría muy contento.

Alesha logró esbozar una débil sonrisa tras las palabras del abogado.

¿Y ella, acaso no contaba? ¿Acaso era un peón en un juego diabólico?

«Ni se te ocurra pensar eso. Ya está hecho».

Casi.

El siguiente paso… la boda.

Loukas esperó hasta entrar en el coche a la salida del despacho para preguntar mientras encendía el motor:

–¿Puedo dejar en tus manos la elección de un segundo testigo?

Sólo había una persona a la que se le ocurriría pedírselo: Lacey Pattison, su amiga de toda la vida, que irónicamente había sido la dama de honor principal de su primera boda.

–Sí.

Recorrieron en silencio las calles de la ciudad camino a las oficinas de la empresa Al llegar, Loukas paró el coche y dijo:

–Tienes el número de mi teléfono móvil, por si necesitas algo.

Ella le miró fijamente.

–¿Es aquí donde te deseo un buen viaje?

Loukas esbozó una sonrisa.

–Te llamaré el jueves por la tarde.

–Puede que esté en un striptease masculino, de despedida de soltera.

¡Como si fuera a hacer semejante cosa!

–En ese caso, pásatelo bien.

¿Eso era todo? ¿Nada de estallidos machistas?

Y al instante siguiente, Loukas se inclinó sobre ella y, apoderándose de su boca con la suya, le dio un lento beso que la dejó sin respiración.

Después, Loukas se enderezó y empequeñeció los ojos al ver la expresión de desorientación de ella, al notar la palidez de sus mejillas.

Con un rápido movimiento, Alesha se soltó el cinturón de seguridad, agarró el bolso, salió del coche y entró en el edificio sin una sola mirada atrás.

Al llegar al ascensor se permitió reflexionar.

Aún sentía la boca de él en sus labios y se los tocó con los dedos.

¿Qué había sido eso?

Nada la había preparado para aquella inesperada sensualidad… ni para su propia reacción.

 

 

La llamada a Lacey desembocó en una vertiginosa serie de preguntas, a las que tuvo que responder con sinceridad.

–Está bien –dijo Lacey con deliberada calma–, hemos hablado de quién, por qué, cuándo y dónde. He hecho las exclamaciones pertinentes. Ahora vamos a lo que importa: ¿qué te vas a poner?

–Debo tener algo que me valga en el armario.

–Mañana al mediodía nos vamos de compras.

–No, Lacey.

–Sí. En Double Bay –Lacey nombró un lugar–. Estaré allí a las tres.

–No acabo de trabajar hasta las cinco.

–Eres la jefa. Sal antes.

–Y tú eres imposible.

–Sí, ya lo sé. Por eso soy tu amiga. A las tres, Alesha. Y no te retrases, tenemos un montón de cosas que hacer.

Alesha abrió la boca para protestar, pero Lacey ya le había colgado el teléfono.

A la mañana siguiente, Alesha llegó pronto a la oficina, no tomó un descanso para almorzar y se reunió con Lacey a la hora acordada para comprar el vestido de boda.

–Primero un café doble con dos cucharaditas de azúcar –dijo Alesha antes de indicar una de las calles de Double Bay con exclusivas boutiques.

–No, querida. Primero el vestido y luego el café.

–Necesito tomar algo.

–Estás intentando retrasarlo. Vamos a comprar tu vestido de novia, necesitamos tiempo, necesitamos mirar.

–Vamos a una boutique –declaró Alesha con firmeza–, elijo un vestido, me lo pruebo, lo pago y nos marchamos.

La sonrisa de Lacey fue impía.

–Eso es lo que tú crees, ¿no?

Alesha alzó los ojos al cielo.

–Sabía que venir contigo iba a traerme todo tipo de problemas.

–Venga, vamos dentro –dijo Lacey delante de una pequeña boutique con un modelo en el escaparate.

La vendedora las saludó con refinada educación.

–Blanco, por supuesto –declaró Lacey.

–Marfil –le corrigió Alesha.

–De largo hasta los pies –dijo Lacey.

–A media pierna.

–Deslumbrante.

Alesha alzó los ojos al techo.

–Sencillo.

–Quizá pudiera ayudarlas si me dijeran cómo va a ser la ceremonia, el tipo de fiesta, el número de invitados… –sugirió la empleada.

–Una boda por lo civil en una casa privada con dos testigos.

–Ah. Entiendo –hizo un suave chasquido con los dedos mientras examinaba el delgado cuerpo de Alesha–. Creo que tengo algo adecuado.

El diseño estaba bien, pero no el color.

–Es un rosa pálido.

–Gracias, pero no.

La segunda boutique tenía el vestido perfecto. Chanel. Pero sólo lo tenían en negro. Alesha le prestó cierta consideración, pero Lacey dijo firmemente:

–No vas a casarte de negro.

–Eh, que la que se casa soy yo.

–Sí, tú. Pero que no se trate de una boda tradicional no significa que no se deba hacer bien. ¿De acuerdo?

Lacey tenía razón.

–Necesito un café –insistió Alesha.

–Pronto, te lo prometo. Venga, vamos.

Lacey la agarró del brazo y la llevó hasta el coche.

–Entra y conduce. Voy a llevarte a un sitio.

–Más te vale que sea bueno.

Y lo fue. Encontraron el vestido en una preciosa y pequeña boutique. Era un vestido ceñido de color marfil y champán de seda con un borde de fino encaje.

–Sandalias de tiras finas con tacones enormes –aconsejó Lacey–. El mínimo de joyas, sólo unos pendientes de brillantes. Quizá una pulsera.

Alesha se quitó el vestido, se lo dio a la vendedora. No parpadeó cuando le dijeron el precio. Dio su tarjeta de crédito y al cabo de unos minutos salieron de la tienda con el vestido envuelto.

–Sandalias de tiras –insistió Lacey–. Después vamos a tomar el café. ¿De acuerdo?

–Gracias –Alesha le dio un abrazo a su amiga–. No podría haber hecho esto sin ti.

Más tarde, mientras tomaban café, Lacey adoptó una seria expresión cuando dijo:

–Mereces ser feliz.

Alesha sonrió a modo de respuesta.

–Loukas es un buen hombre.

–¿Y eso cómo lo sabes? –preguntó Alesha.

–Lo he visto algunas veces, ¿o lo has olvidado? Me cae bien.

–¿Y eso debe convencerme? –preguntó Alesha antes de beber un sorbo de café.

–Y qué ojos… y qué boca… –Lacey lanzó un lascivo suspiro–. ¡Y qué todo!

Alesha sonrió traviesamente.

–Creo que necesitas meter comida en el cuerpo. Además, estoy en deuda contigo. Vamos a cenar, invito yo.

Lacey, encantada, lanzó una carcajada.

–¿Dónde?

–Donde tú quieras.

Lacey se permitió unos segundos para deliberar.

–Un italiano. Conozco un pequeño restaurante. Está al otro lado de la ciudad.

Alesha se puso en pie y pagó los cafés.

–Pues vamos.

Las siguientes horas fueron maravillosamente tranquilas. Disfrutaron la cena, tomaron vino, recordaron viejos tiempos y rieron.

La amistad era algo que Alesha valoraba enormemente y entró en su casa aquella noche con ánimos renovados.

La recurrente pesadilla ocurrió antes del amanecer y se despertó casi sin respiración y bañada en sudor.

Alesha encendió la lámpara de la mesilla de noche y el dormitorio se iluminó.

Se llevó una mano al rostro, casi esperando revivir la misma hinchazón, el mismo dolor…

Una silenciosa voz le dijo: «no te preocupes, estás bien. Estás aquí y sola».

Apartó la ropa de la cama, se levantó, fue a la cocina y se preparó un té. Después, se sentó en un sillón, encendió la televisión y eligió un canal en el que echaban una comedia. No se movió hasta que el amanecer gradualmente iluminó el cielo y éste pasó de azul oscuro a gris.

Entonces Alesha se dio una ducha y se vistió. Desayunó yogur, fruta y café. Después se maquilló, agarró su portátil, el bolso, las llaves y se fue al centro de la ciudad.

«Concéntrate en el trabajo», se dijo Alesha a sí misma mientras subía en el ascensor al alto piso que albergaba Karsouli Corporation.

Los siguientes días transcurrieron vertiginosamente y aquél, en particular, resultó sumamente ajetreado. Su secretaria se había puesto mala, el ordenador se le estropeó y costó tiempo arreglarlo. A consecuencia de ello, no almorzó y se mantuvo a base de cafés y agua, aunque logró tomar un plátano al mediodía.

A las cinco de la tarde sintió la tentación de dar el día por terminado e irse a casa, pero decidió quedarse trabajando una o dos horas más.

Estaba a punto de terminar cuando sonó su móvil y respondió la llamada automáticamente, sin mirar quién llamaba.

–Alesha.

La profunda voz con ligero acento era inconfundible.

–Hola.

–Estoy subiendo.

¡Estaba ahí, había vuelto! Loukas le había dicho que la llamaría, pero ella no había contado con verle. Tampoco había previsto el repentino hormigueo que sentía en todo el cuerpo.

Al cabo de unos minutos Loukas estaba allí, imponente.

–¿Trabajando todavía?

Loukas notó inmediatamente las ojeras de Alesha. Parecía agotada, casi frágil.

Alesha, intencionadamente, clavó los ojos en la pantalla del ordenador.

–¿Cómo es que has venido a la oficina?

–He venido a recoger unos archivos que no han sido grabados en el sistema.

¿Un punto negativo en el expediente de la última secretaria de Dimitri?

Su padre había exigido eficacia a sus empleados, pero no al nivel que Loukas exigía.

–¿Un día duro?

–Sí, pero ya casi he acabado.

–Bien. En ese caso, vamos a cenar comida china.

Alesha levantó la cabeza y entonces vio la bolsa que él acababa de dejar encima del escritorio.

–¿Has traído comida? –el estómago le dio un vuelco con anticipado placer.

–Hoy me he saltado el almuerzo –explicó Loukas, que había rechazado la comida del avión.

Loukas la oyó suspirar cuando ella apagó el ordenador. Con rápidos movimientos, abrió los estuches de cartón con la comida y le pasó unos palillos chinos.

–Come.

Y Alesha comió, con evidente placer.

–Gracias. Esto está mucho mejor que la ensalada y los huevos cocidos.

–¿No ha habido despedida de soltera?

–No, los del striptease se han puesto malos.

–¿Y no han podido sustituirles? –preguntó él con humor.

–Desgraciadamente, no.

La presencia de Loukas la ponía nerviosa. Ese hombre poseía una peligrosa química sexual mezclada con un primitivismo que prometía demasiado.

La llenaba de una curiosa tensión, turbación y expectación.

Lo que era una locura porque Loukas ni siquiera le caía bien.

«Deberías marcharte», se dijo a sí misma en silencio.

Con esa idea en la cabeza, Alesha agarró la chaqueta, el portátil y el bolso.

–Te dejo. Tienes trabajo.

Loukas se puso en pie.

–Te acompañaré hasta el coche.

–No es necesario.

Loukas se limitó a arquear una ceja y le indicó que le precediera.

–Yo considero que sí lo es.

Alesha fue a protestar. Sin embargo, al final decidió esbozar una sonrisa.

–Qué… amable.

Sus ojos se agrandaron cuando Loukas le pasó un dedo por la mejilla y el gesto la dejó sin respiración.

–Y duerme –Loukas bajó la mano y ella se quedó inmóvil unos momentos antes de ponerse en movimiento.

Por suerte, la puerta del ascensor se abrió al instante y pronto llegaron al aparcamiento. En cuestión de minutos, estaba sentada al volante recorriendo el trayecto a su casa.

Al entrar en su piso, lanzó un suspiro de alivio. Se dio una ducha, se puso el pijama, se preparó un té y se sentó en un sillón a ver la televisión durante un par de horas; después, se metió en la cama.

Adormilada pensó que el día siguiente era el día en que iba a casarse con Loukas.

Compartiría su casa y, al cabo de un tiempo, su cama.

¿Cuánto tiempo le permitiría Loukas dormir sola en una cama individual? ¿Unas cuantas noches, una semana…?

¿Tenía importancia?

Se dijo a sí misma que le daba igual. El sexo era sólo eso, sexo. En la oscuridad podría cerrar los ojos y esperar a que el acto llegara a su fin.

Capítulo 4

 

 

 

 

 

DOS bodas en el espacio de tres años, pensó Alesha mientras daba los últimos toques a su maquillaje.

Al contrario que la primera, su segunda boda iba a ser sumamente sencilla: en la casa del novio en Point Piper, una ceremonia civil con el abogado de Dimitri y Lacey como testigos.

En ese caso, ¿por qué estaba hecha un manojo de nervios?

–Estás guapísima –dijo Lacey con sinceridad.

–Gracias.

Lacey clavó los ojos en la pequeña bolsa de viaje a los pies de la cama.

–¿Es eso todo lo que te vas a llevar?

–Es suficiente para un fin de semana.

–Querida, vas a ir a vivir con Loukas –le recordó Lacey–. Definitivamente. Tienes que llevarte todas tus cosas.

–Empezaré a llevarme cosas mañana.

–¡Qué! –exclamó Lacey con escepticismo.

Discutir con Lacey era imposible, por lo que Alesha permitió a su amiga que abriera el armario y empezara a meter ropa en una maleta.

–Bueno, vámonos ya.

Pronto, se encontraron en medio del tráfico de la ciudad, Alesha en su coche y Lacey siguiéndola en el suyo.

La casa de Loukas estaba rodeada de un alto muro. Las puertas del muro se abrían a un camino curvo que conducía a la mansión de dos pisos. Una puerta de doble hoja de madera maciza permitía la entrada a la casa.

Alesha aparcó su coche detrás de un vehículo de tracción a cuatro ruedas y Lacey aparcó el suyo detrás del de ella. Tan pronto como apagó el motor, las puertas de la casa se abrieron y Loukas hizo su aparición. Un oscuro e inmaculado traje enfatizaba la anchura de sus hombros, su presencia era imponente.

Alesha no pudo controlar el cosquilleo que sintió en el estómago cuando Loukas le abrió la puerta del coche.

–Alesha…

Alesha se sintió presa de un súbito ataque de pánico bajo la oscura e intensa mirada de él. En cuestión de una hora como máximo sería la esposa de ese hombre. ¿Se transformaría Loukas en otra persona al cabo de unas horas… como lo había hecho Seth?

El miedo la hizo temblar, pero trató de disimular su temor sonriendo.

El ruido de un motor llamó su atención y, al volver la cabeza, vio un coche deslizándose hasta detenerse detrás del de Lacey.

–Bueno, ya estamos todos –dijo Alesha en tono ligero cuando Lacey se les acercó, seguida casi inmediatamente del abogado de Dimitri.

Loukas les condujo al amplio vestíbulo con suelos de mármol y de cuyo techo colgaba una exquisita araña.

Mesas de anticuario, sillas de madera tallada, apliques de pared y pinturas adornaban un vestíbulo cuyo elemento centrar era una escalera circular de mármol con barandilla de hierro forjado que subía a un mirador acristalado en el primer piso que se dividía en dos galerías igualmente adornadas con barandillas de hierro forjado.

–Vamos al salón –dijo Loukas–. La ceremonia se va a celebrar ahí.

Alesha se movió automáticamente, tan consciente de la presencia de Loukas a su lado que apenas se fijó en los preciosos sofás y sillones y tampoco en los sorprendentemente altos techos.

Clavó los ojos en la pequeña mesa cubierta con un exquisito mantel de encaje en la que había una vela, un delicado ramo de orquídeas y una Biblia encuadernada en cuero.

Tras las presentaciones, la jueza de paz habló con el abogado y comenzó la ceremonia.

Loukas le capturó la mano y la mantuvo en la suya mientras Alesha oía las solemnes palabras e intercambiaban los votos y los anillos.

–Me produce un gran placer declararles marido y mujer –dijo la jueza con una agradable sonrisa.

Entonces, Loukas alzó ambas manos, tomó el rostro de su esposa en ellas y le cubrió los labios con los suyos.

¡Cielos! Debía de haber alguna explicación para el calor que sintió en lo más profundo de su cuerpo.

Cómo podía siquiera pensar en lo que sentiría si le invitaba a caricias más íntimas, a dejar que sus manos le recorrieran el cuerpo…

¿Se lo permitiría? Tras dejar a Seth, había cerrado su corazón y había jurado no volver a permitirse tener una relación sentimental con ningún otro hombre.

Alesha oyó la risa de Lacey en el momento en que se vio envuelta en un abrazo acompañado de las felicitaciones del abogado y de la jueza de paz; Loukas, que tenía la mano en su espalda, la soltó para abrir el champán.

Alesha aceptó una copa, sonrió con los brindis y logró tomarse un canapé entre los que presentó en una bandeja el ama de llaves de Loukas, Eloise.

La jueza de paz se marchó y la conversación fluyó durante un rato hasta que el abogado anunció su marcha y Lacey le imitó, no sin antes darle un beso a su amiga en la mejilla y decirle a Loukas:

–Cuídala.

–Ésa es mi intención.

Fueron juntos al vestíbulo donde se encontraba la puerta principal de la casa y Loukas la abrió.

–Conduce con cuidado.

–Siempre lo hago.

Cuando se quedaron solos, Alesha se sintió extremadamente consciente de la presencia del hombre a su lado mientras cerraba las puertas y activaba el dispositivo de seguridad.

La casa, la mansión, parecía increíblemente grande. Loukas le indicó la escalinata.

–Eloise habrá subido tus cosas al piso de arriba.

–¿Ahora es cuando viene la parte en que me enseñas la casa?

–¿Preferirías verla tú sola?

Alesha se acercó a la escalinata y comenzó a ascender, consciente de que él la seguía.

–Podría perderme.

–Es todo muy sencillo. Nuestras habitaciones y el despacho están situados a la izquierda, a la derecha están las habitaciones de invitados. El piso bajo cuenta con salones y comedores formales e informales, cuarto con juegos de ordenador, sala de cine, cocina y cuarto de lavar. En el sótano, hay un gimnasio, una sala de juegos y una piscina cubierta. Fuera hay una piscina al aire libre y un piso para el servicio encima de los garajes.

Llegaron a la galería y giraron a la izquierda.

–Es una casa muy grande para un hombre solo.

–Un hombre que acaba de hacerse con una esposa –le recordó él con voz suave.

Loukas abrió unas puertas de hoja doble, las de la espaciosa habitación de matrimonio con dos camas dobles.

Loukas había mantenido su promesa.

Alesha se dijo a sí misma que debería sentirse aliviada, y lo estaba. No obstante, compartir habitación implicaba una cierta intimidad que la hacía sentirse incómoda. El dormitorio tenía dos baños privados, dos vestidores y una pequeña estancia con dos cómodos sillones y lámparas.

Tuvo que admitir que era increíble. Una habitación lujosa con espectaculares vistas al puerto y a la ciudad. De noche, con la ciudad iluminada, pura magia.

Loukas se quitó la chaqueta y la corbata y se desabrochó el botón del cuello de la camisa.

Dudando de las intenciones de Loukas, Alesha contuvo la respiración. Él lo notó.

–Quizá quieras cambiarte y ponerte más cómoda.

Alesha le recordó a un animal atrapado, un animal que sabía lo que era el miedo y el dolor, y que tenía razones para desconfiar.

–Eloise ha deshecho tu equipaje –Loukas le indicó el vestidor de ella–. Mañana haremos el traslado del resto de tus cosas.

–Lo haré yo misma.

–No será necesario.

Ponerse algo más cómodo dependía de lo que Lacey le hubiera metido en la maleta, pensó Alesha mientras se acercaba al vestidor para examinar su limitado vestuario.

Nada de vaqueros, unos pantalones de sastre y una blusa de algodón.

Unos minutos más tarde, Alesha salió del vestidor y encontró a Loukas de pie delante del ventanal contemplando la vista panorámica. La camisa blanca acentuaba la impresionante anchura de sus hombros y las mangas remangadas le daban un aspecto informal.

Le vio volverse hacia ella y contuvo la respiración.

–¿Te parece que comamos algo?

Alesha no tenía hambre, aunque bebió un poco de un excelente vino y probó algo de los tres platos que le presentaron mientras mantenían una conversación superficial.

–¿Ves a mucho a Lacey?

Alesha no sabía si la pregunta de Loukas se debía a un verdadero interés o si sólo quería encauzar la conversación a temas más personales.

–Sí, la veo bastante –respondió ella en tono ligero–. Salimos a cenar por lo menos una vez a la semana, vamos al cine, de compras…

–Si no recuerdo mal, te gustaba jugar al tenis. ¿Sigues jugando?

–No tanto como antes –Alesha bebió un sorbo de vino–. ¿Y tú viajas tanto como antes?

–Últimamente, mi padre prefiere permanecer en Grecia –Loukas se encogió de hombros–. Nuestra empresa tiene oficinas en Londres, Milán y Nueva York, y yo suelo ir a visitarlas de vez en cuando, y también superviso nuestra oficina central en Atenas.

–Y ahora has añadido Sidney.

–¿Sigue preocupándote ese asunto? –preguntó Loukas arqueando las cejas.

–No me queda más remedio que aceptarlo.

–Sí, es un poco tarde para echarte atrás.

–¿Cómo están tus padres y tu hermana Lexi?

–Muy bien. Mi madre está muy ocupada con sus comités. Lexi diseña joyas y tiene un estudio en el barrio de Plaka.

–¿Y tu tía Daria?

Loukas no pudo evitar sonreír.

–Sigue tan suya como siempre.

De una franqueza que rayaba en la grosería, Alesha recordaba a Daria de una visita que había hecho con sus padres a Angelina y a Constantine Andreou.

–Bien, ya hemos dado cuenta de amigos y familia –logró decir Alesha en tono ligero–. ¿Pasamos a asuntos más personales? ¿El plan de reproducción, por ejemplo? ¿Eres consciente de que el sexo de un retoño lo deciden los espermatozoides? Te lo digo porque me niego a que me eches la culpa si se da el caso de que tengamos sólo hembras.

Alesha vio la débil sonrisa de él.

–¿Por qué iba a echarte la culpa? Al fin y al cabo, su madre sería todo un ejemplo de lo que una mujer puede conseguir.

–¿Un intento de ablandarme para el inevitable momento de la consumación? –Alesha era consciente de que había iniciado un sendero peligroso y se censuró a sí misma en silencio.

–¿Te molesta la química que hay entre ambos?

–¿Vas a decirme que la química es garantía de satisfacción en la cama?

«¿Qué demonios te pasa?», le gritó una voz en la cabeza. «¿Te has vuelto loca?»

–¿Que pienses así es culpa de tu ex?

Alesha se maldijo a sí misma por haber revelado tanto de sí misma.

–¿Esperas que conteste a esa pregunta?

Loukas guardó silencio unos instantes, durante los cuales a ella le resultó difícil mantenerle la mirada.

–Acabas de hacerlo.