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Taylor Adamson tiene ante sí al hombre con el que va a tener que compartir la custodia de su sobrino, que se ha quedado huérfano. Se trata, nada más y nada menos, que del arrogante Dante d'Alessandri. Al principio, Dante está encantado con que Taylor cuide del niño, pero pronto se da cuenta de que aquella belleza puede desempeñar un papel mucho más placentero… en su cama. ¿Hasta dónde será capaz de aguantar Taylor para estar junto a su sobrino?
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Seitenzahl: 175
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2009 Helen Bianchin
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Amor en Florencia, n.º 1956 junio 2021
Título original: The Italian’s Ruthless Marriage Command
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-988-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
TENGO que ir a la guardería?
Taylor abrazó al pequeño de pelo oscuro con cariño y sintió sus bracitos alrededor del cuello. Aquel gesto hizo que se prometiera a sí misma protegerlo a toda costa.
A la edad de tres años y medio, el mundo de su sobrino había estallado en pedazos al perder a sus padres en un accidente de coche.
Ben d’Alessandri había formado parte de su vida desde que su hermana Casey le había dicho que estaba embarazada. Juntas habían montado la habitación del bebé, habían elegido la pintura de las paredes y la ropita. Taylor había acompañado a su hermana durante el parto y había compartido con su marido, Leon, y con ella la llegada de su hijo al mundo.
Al haberse quedado huérfanas siendo adolescentes, las dos hermanas habían crecido muy unidas, apoyándose la una en la otra para todo. Casey había estudiado Derecho y Taylor había conseguido que le publicaran su primer libro un año antes de que naciera Ben.
–¿Por qué no puedo ir contigo a ver al tío Dante?
Al oír el nombre del hermano de Leon, Taylor sintió que el estómago le daba un vuelco.
–No te preocupes, lo vas a ver en breve –le aseguró.
–¿Prometido?
–Sí.
No había más remedio.
–¿Hoy?
–Creo que sí, pero no olvides que acaba de llegar de Italia, que está muy lejos, y que tiene una reunión de negocios.
–Contigo.
–Así es.
–Sobre mí.
–Por supuesto –se rió Taylor–. Tú eres la persona más importante del Universo, no lo olvides, y tu tía está dispuesta a vérselas con dragones si es preciso para protegerte –bromeó besando a su sobrino en el cuello.
–¿Y el tío Dante también?
Taylor se imaginó a Dante ataviado cual héroe de cuentos infantiles. No resultaba difícil, pues se trataba de un hombre increíblemente fuerte, alto y ancho de espaldas. Claro que lo que más le había llamado la atención a ella cuando lo había conocido en la pedida de mano de su hermana habían sido sus ojos oscuros, de lo más peligrosos.
En cuanto lo había visto, Taylor había sentido una gran atracción que había hecho que se quedara en blanco, sin poder articular palabra. Aquel hombre le hacía pensar en lo prohibido. Seguro que le resultaría de lo más fácil encandilar a cualquier mujer.
A ella incluida.
Por eso, precisamente, Taylor se había guardado de él durante toda la velada y estaba segura de que el beso que le había robado cuando se habían despedido no había sido un accidente.
–¿El tío Dante también? –insistió Ben sacándola de sus recuerdos.
–Sí, el tío Dante mataría con su espalda a todos los monstruos.
–¿Tiene una espada de verdad? –le preguntó el pequeño con los ojos como platos.
–No –contestó Taylor poniéndose en pie con el niño en brazos–. Bueno, hay que ir a la guardería a jugar con tus amigos. Te lo vas a pasar fenomenal, ya lo verás.
Taylor se colgó el bolso del hombro y salieron del pequeño apartamento de dos habitaciones, bajaron en ascensor al garaje, donde le esperaba su Lexus y se dirigieron a la guardería. Aunque el pequeño estuvo pensativo durante todo el trayecto, en cuanto vio a dos amigos suyos a la entrada de la guardería, corrió hacia ellos y sonrió.
A Taylor le daba mucha pena dejarlo en la guardería, pero era necesario que siguiera con su rutina después de la trágica pérdida de sus padres.
Taylor había hecho todo lo que había podido para acompañarlo y hacerle sentir toda la seguridad que había podido durante las semanas que habían seguido a la pérdida. Lo había abrazado y lo había dejado llorar durante horas.
Mientras conducía por la ciudad, pensó que lo último que se le había pasado por la cabeza cuando su hermana y su marido les habían pedido a Dante y a ella que fueran los padrinos de Ben por si algún día les pasaba algo era que aquel momento fuera a llegar.
Taylor se preguntó cómo iban a hacer Dante y ella para mantener la custodia compartida del pequeño cuando cada uno vivía en una punta del mundo. Se había pasado varias noches pensando en una solución, pero no había hallado ninguna, lo que la tenía muy nerviosa.
Tenía la terrible sensación de que Dante la iba a presionar, pues Ben era el heredero de la familia. Pero Taylor estaba decidida a permanecer a su lado. ¡Si a Dante se le ocurría intentar quitarle a Ben, tendría que hacerlo por encima de su cadáver!
Dante d’Alessandri salió de su avión privado, les dio las gracias a la azafata y al piloto y abandonó la terminal en dirección al Mercedes negro que lo estaba esperando. Una vez allí, saludó al conductor y se metió en el asiento trasero, donde descansó la cabeza hacia atrás, sobre el cuero suave como la mantequilla.
A los pocos minutos, el Mercedes salía del aeropuerto de Sidney. Dante estaba cansado. Habían sido unas semanas terribles. Había tenido que lidiar con la muerte de su hermano y de su cuñada, acompañar a su madre, viuda, desde Florencia a Sidney para el entierro y, luego, volver a llevarla a Italia personalmente.
Los dos hermanos siempre habían estado muy unidos y, obedeciendo los deseos de su padre, se habían hecho cargo de las empresas d’Alessandri, quedándose Dante en las oficinas centrales de Italia y yéndose Leon a la de Sidney.
A partir de entonces, al no poder verse en persona, habían estado en contacto frecuentemente a través del teléfono y del correo electrónico.
Ahora Dante se veía de nuevo en Australia para hacerse cargo de los asuntos de Leon, sobre todo de la custodia de su hijo, que, gracias a Dios, no había ido en el coche con sus padres en el momento del accidente.
Dante había prometido cuidar de aquel niño si ocurría algo y lo iba a hacer. Tras el nacimiento del pequeño, había accedido junto con la hermana de Casey, Taylor, a ser tutor legal y padrino del pequeño.
Dante recordó a su cuñada, una mujer alta y delgada de pelo rubio oscuro a la que había conocido en la pedida de su hermano, con la que había acudido a la boda de Leon, con la que había vuelto a coincidir en el bautizo de Ben y a la que había consolado durante el entierro de sus respectivos hermanos.
Dante recordó cómo la había visto llorar durante el funeral. Al principio, había intentado controlarse, pero no había podido y había terminado dando rienda suelta a su dolor.
Taylor se había hecho cargo de Ben inmediatamente después del accidente, desde el primer momento, por lo que Dante le estaba inmensamente agradecido, pues él había tenido que estar junto a su madre.
Al llegar frente a un edificio muy alto, Dante se bajó del coche, entró en el vestíbulo y tomó el ascensor que lo llevó hasta el despacho de los abogados de Leon. Una vez allí, dio su nombre y apellido y una secretaria lo llevó hasta una sala de juntas, en la que unos cuantos abogados le dieron la bienvenida.
–Hola, Taylor –saludó a su cuñada, que se había puesto en pie para recibirlo.
A continuación, le estrechó la mano y le dio un beso en la mejilla. Taylor se estremeció y Dante se quedó un tanto perplejo.
Aunque era alta, llevaba botas de tacón, pantalones negros ajustados y una chaqueta de punto azul marino con un cinturón ancho de cuero en las caderas.
Durante el tiempo que había estado en Florencia, había estado en contacto con ella a través del correo electrónico para ver qué tal estaba su sobrino. Dante estaba convencido de que Taylor y su hermana habían estado muy unidas… aunque no se parecían en nada.
Casey era una mujer alegre y extrovertida a la que le gustaba reírse y cuyo mundo giraba en torno a su marido y a su hijo mientras que Taylor se escondía del mundo detrás de una máscara de reserva y prudencia que Dante encontraba de lo más intrigante.
Había visto desaparecer aquella máscara cuando su hermana le había dado el sí quiero a Leon en su boda, el día que había accedido a ser madrina de su sobrino y, más recientemente, en el entierro de Casey y de Leon.
Era evidente que Taylor hacía todo lo que podía por esconder su vulnerabilidad y aquello lo atraía. Sería maravilloso poder conocer a una mujer así, poder ir quitando las capas que recubrían su corazón y descubrir qué había dentro.
–Hola, Dante –le dijo ella con educación.
Dante tuvo la desagradable sensación de que le estaba leyendo el pensamiento, pero era imposible. Como presidente ejecutivo del grupo de empresas d’Alessandri tenía fama de ser un negociador frío y distante, requisito indispensable para abrirse camino en el mundo del mercado inmobiliario internacional, en el que se movían millones de dólares al año.
Desde luego, no habría llegado a ser quien era y a tener la fortuna que poseía sin saber guardarse muy mucho y aprendiendo a utilizar bien ciertas estrategias.
El abogado le indicó una cómoda butaca y Dante se sentó.
–Como saben, estamos aquí para tratar el tema de la custodia del hijo de Leon y de Casey –comentó abriendo un sobre–. Supongo que habrán pensado en ello.
–Ben está muy bien viviendo conmigo –contestó Taylor tranquilamente–. Trabajo desde casa, así que no tengo que contratar a nadie para que lo cuide. Estoy segura de que mi hermana hubiera querido que estuviera conmigo.
–Yo creo que Ben tendría que venirse a vivir conmigo, a Italia, donde será educado para hacerse cargo algún día de la empresa que fundó mi padre –intervino Dante–. Es un heredero d’Alessandri, el primero de su generación. No me cabe la menor duda de que Leon habría querido que su hijo siguiera los pasos familiares.
Taylor sintió que el corazón se le caía a los pies.
–No me parece una buena opción –comentó con voz cargada de preocupación–. Ben todavía no ha asumido la pérdida de sus padres, necesita vivir en un entorno que conozca y seguir una rutina regular. Tener que enfrentarse a un país que no conoce, a gente nueva y a un idioma que no comprende sería terrible para él. Mi hermana nunca tuvo intención de que su hijo viviera fuera de Sidney.
–Supongo que mi hermano jamás pensó que él y su mujer iban a morir tan jóvenes, pero el destino les tenía otra cosa deparada.
Taylor lo miró. Aquel hombre era letal. Más le valía no tener problemas con él. Sin embargo, lo había visto en otras ocasiones de mucho mejor humor, lo había visto siendo cariñoso con Casey, riéndose con su hermano y mostrándole todo su cariño a Ben.
Había habido un tiempo en el que se había sentido muy cómoda en su compañía e incluso había llegado a preguntarse si podría haber algo más entre ellos. Tal vez, así habría sido si un año después del nacimiento de Ben Taylor no hubiera sufrido una agresión que la había dejado asustada tanto física como emocionalmente y por culpa de lo cual evitaba cualquier relación con los hombres, especialmente con hombres tan vitales como Dante.
–Tú viajas mucho –insistió–. ¿Cómo vas a hacer para arroparlo por las noches y leerle un cuento? No vas a poder estar a su lado para que te cuente sus sueños y sus miedos, para abrazarlo cuando esté triste y para reírte con él cuando esté contento –le reprochó.
–Se me ocurre que Ben podría vivir unos meses contigo y unos meses conmigo –propuso Dante.
–Eso no le daría ninguna estabilidad –objetó Taylor–. Es sólo un niño, no puedes estar llevándolo y trayéndolo de un sitio para otro cada pocos meses.
–En Italia, estaría con su abuela, que lo adora, y con una niñera muy cualificada –insistió Dante con calma y paciencia, dándose cuenta de que Taylor estaba cada vez más agitada–. Podrías venir a verlo cuando quisieras, yo te pagaría el billete de avión a Florencia y podrías alojarte en mi casa. Así, podrías ver con tus propios ojos que está bien y te quedarías tranquila. Por supuesto, existe la opción de mandarlo a un internado muy bueno.
–No –contestó Taylor rápidamente–. ¿Es que acaso no cuenta que haya tenido contacto con Ben desde que ha nacido y que lo quiera como si fuera mi propio hijo? –se lamentó.
Dante se echó hacia atrás en la butaca.
–Si tanto lo quieres, supongo que estarás dispuesta a hacer lo que sea necesario para que sea feliz.
–Por supuesto –contestó Taylor sin dudar.
–Dado que ninguno de nosotros está dispuesto a que el otro tenga la custodia completa del niño, ¿qué se te ocurre?
Taylor había pensado mucho sobre aquello y no se le había ocurrido nada.
–Decidamos lo que decidamos tiene que ser lo mejor para Ben.
–En eso, estamos de acuerdo –contestó Dante girándose hacia uno de los abogados–. En el testamento se dice que la custodia tiene que ser compartida, ¿verdad?
–Sí.
–Igual y compartida no quiere decir lo mismo en Derecho, ¿verdad?
–No exactamente –contestó el abogado frunciendo el ceño.
–En ese caso, podríamos decir que estamos interpretando literalmente algo que no tendría por qué interpretarse así.
–¿Qué quieres decir? ¿Adónde quieres ir a parar? –le preguntó Taylor poniéndose nerviosa.
–Hemos hablado de las posibilidades que se nos han ocurrido y no nos hemos puesto de acuerdo, así que propongo que compartamos la custodia de Ben en la misma casa. Así, el niño tendrá los mejores cuidados y nosotros dos seremos una constante en su vida –contestó mirándola fijamente.
–Eso es completamente ridículo –contestó Taylor–. Mi casa es muy pequeña.
Dante sonrió encantado.
–Resulta que tengo una casa vacía en la bahía Watson. Se trata de un edificio de dos plantas en el que hay siete dormitorios. Está dividida en dos alas y hay dos despachos individuales, gimnasio y piscina cubierta. También cuenta con un apartamento separado para el servicio. No creo que nos resultará muy difícil compartir casa. Así, podrías ocuparte de Ben cuando me tenga que ir de viaje, que es lo que tú quieres, estar siempre con él. Las cosas cambiarían muy poco.
«¿Tú crees?», se preguntó Taylor boquiabierta.
–Si compartimos casa, Ben seguiría viviendo en Sidney y a tu cuidado durante el sesenta por ciento del tiempo con todas las ventajas económicas que yo le puedo proporcionar.
–La propuesta del señor d’Alessandri es increíblemente generosa –comentó el abogado.
¿Por qué tenía la sensación Taylor de que aquel hombre la estaba manipulando?
–Me lo tengo que pensar –comentó.
Dicho aquello, dio las gracias al abogado, se puso en pie y se dirigió hacia la puerta. Dante la siguió y la acompañó hasta el ascensor.
–Me gustaría ver a mi sobrino cuanto antes –le dijo.
–Está en la guardería –contestó Taylor.
–Y supongo que tendrás que ir a recogerlo a alguna hora.
–A las tres –contestó Taylor mientras se abrían las puertas del ascensor.
Cuando se vio en aquel pequeño cubículo en compañía de aquel hombre, sintió que la calma que había conseguido fingir hasta entonces la abandonaba por completo. Nunca se había sentido intimidada en presencia de Leon, pero con Dante era muy diferente.
Aquel hombre exudaba sensualidad.
Taylor se recordó que tenía muchos motivos para desconfiar de los hombres y sintió un escalofrío por la espalda.
–¿Has comido? –le preguntó Dante.
–¿Por qué me lo preguntas? –contestó Taylor sorprendida.
–Se me ocurre que sería una buena manera de hablar sobre ciertas cosas que tienen que ver con el bienestar de Ben.
–No sé si hacer eso mientras comemos me parece buena idea.
–¿Prefieres que lo hagamos en tu casa?
No, por supuesto que no.
–Hay unas cuantas cafeterías por aquí –contestó Taylor–. Nos podemos tomar un sándwich y un café.
Sin embargo, Dante la llevó a un restaurante e ignoró sus protestas mientras el maître los acomodaba.
–No me gusta nada…
–¿No tenerlo todo controlado? –se burló Dante.
–Parece que a ti se te da muy bien, sin embargo –le espetó Taylor.
Mientras el maître abría una botella de vino, Taylor se dio cuenta de que estaba a punto de explotar, así que se puso en pie para irse, pero Dante la agarró de la muñeca.
–Por favor, siéntate –le pidió.
–Dame una buena razón.
–Ben.
Taylor recordó la carita de su sobrino, tan triste y solemne. Estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para protegerlo, así que volvió a sentarse.
–No va a salir bien –comentó.
–¿La comida?
–Compartir la misma casa –contestó exasperada.
–Es la mejor opción para Ben.
Taylor no pudo contestar porque, en aquel momento, llegó el camarero para tomarles la comanda. No le había dado tiempo de mirar la carta, así que pidió una ensalada César.
–Empleas tácticas injustas –comentó una vez a solas.
–Si te hubiera propuesto compartir la casa desde el primer momento, me habrías dicho que no rotundamente.
–Efectivamente –contestó Taylor mirándolo a los ojos–. Pareces muy seguro de ti mismo. ¿Qué pasaría si me niego a compartir casa contigo? –lo desafió.
–Entonces, no me dejarías más opción que iniciar los trámites de adopción de Ben.
TAYLOR se quedó helada.
–No puedes hacer eso. Iría en contra del testamento de Leon y de Casey –le dijo con voz trémula.
–El abogado de Leon ha sido testigo de que te has negado a todas las soluciones que te he dado –le recordó Dante–. A menos que cambies de opinión, no me dejas más remedio que llevar este asunto a los tribunales.
Taylor prefirió mantener la boca cerrada. En aquellos momentos, lo único que quería era abofetear a aquel hombre, pero se tuvo que conformar con dirigirle una mirada asesina.
–Eso implicaría, por supuesto, mucho tiempo y mucho dinero –continuó Dante.
Taylor era propietaria de su casa y también tenía un coche. No tenía ninguna deuda y en el trabajo le iba muy bien, pero Dante d’Alessandri tenía mucho más dinero que ella.
–¿Quieres que Ben tenga que pasar por eso? –la presionó Dante–. ¿De qué nos serviría?
–A ti, evidentemente, te serviría para salirte con la tuya –contestó Taylor con amargura.
–Yo sólo quiero lo mejor para mi sobrino.
Taylor sabía que era cierto, pero la amenaza de adoptar a Ben la había sacado de sus casillas. En aquel momento, llegó el camarero y les sirvió la comida. Taylor ya no tenía apetito.
–No quiero compartir casa contigo –anunció.
Dante se quedó mirándola intensamente.
–¿A tu novio no le haría gracia?
–No tengo novio –contestó Taylor–. ¿Y tú? ¿A tu novia de turno no le molestaría que vivieras conmigo?
–No.
¿Simplemente no?
–Come –le indicó Dante dando buena cuenta de su plato.
La ensalada tenía una pinta deliciosa, pero Taylor tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para comérsela, no quiso pedir postre y prefirió un café solo con azúcar, exactamente igual que Dante. Cuando llegó la hora de pagar, abrió el bolso para abonar su parte, pero Dante se negó.
–Tenemos tiempo de sobra para que te enseñe la casa antes de tener que ir a buscar a Ben –comentó.
–No…
–Tenemos una hora y media –insistió Dante mientras salían del restaurante.