Cambiar de mentalidad - BARBARA OAKLEY - E-Book

Cambiar de mentalidad E-Book

Barbara Oakley

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Beschreibung

En una época en la que se nos pide constantemente que nos reinventemos para adaptarnos a las nuevas tecnologías, Cambiar de mentalidad nos muestra cómo podemos descubrir talentos de los que no éramos conscientes, sin que importe cuál es nuestra edad o cuáles son nuestros antecedentes. Frecuentemente se nos dice que "sigamos nuestras pasiones", pero en este libro, la Dra. Barbara Oakley nos muestra cómo podemos ampliarlas. Recurriendo a los últimos conocimientos neurocientíficos, Barbara nos guía más allá de las ideas de "aptitud" y "capacidad", que nos aportan una fugaz visión sobre quiénes somos ahora, pero que apenas abordan la cuestión de lo que podemos llegar a ser. Incluso características aparentemente negativas como una mala memoria pueden estar asociadas a determinadas ventajas ocultas, como una mayor creatividad. Poniendo de ejemplo a personas de todo el mundo que han superado sus limitaciones iniciales, la Dra. Oakley nos muestra cómo podemos transformar lo que percibimos como una debilidad (el síndrome del impostor y el envejecimiento) en fortalezas. Nuestros mayores escollos pueden ser nuestros propios prejuicios, pero con una percepción mental adecuada podemos acceder a nuestro potencial oculto y generar nuevas oportunidades.

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Barbara Oakley

Cambiar de mentalidad

Supera los obstáculos para el aprendizaje

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Colección Psicología

Cambiar de mentalidad

Barbara Oakley

1.ª edición en versión digital: julio de 2018

Título original: Mindshift

Traducción: David N. M. George

Corrección: M.ª Jesús Rodríguez

Corrección: Juan Bejarano

Diseño de cubierta: Enrique Iborra

© 2017, Barbara Oakley

Edición publicada por acuerdo con TarcherPerigee, sello editorial

de Penguin Publishing Group, división de Penguin Random House, LLC.

© 2018, Ediciones Obelisco, S.L.

(Reservados los derechos para la presente edición)

Edita: Ediciones Obelisco S.L.

Collita, 23-25. Pol. Ind. Molí de la Bastida

08191 Rubí - Barcelona - España

Tel. 93 309 85 25 - Fax 93 309 85 23

E-mail: [email protected]

ISBN EPUB: 978-84-9111-386-7

Maquetación ebook: leerendigital.com

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada, trasmitida o utilizada en manera alguna por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o electrográfico, sin el previo consentimiento por escrito del editor.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Índice

 

Portada

Cambiar de mentalidad

Créditos

Contenido

Capítulo 1. Transformado

Capítulo 2. Aprender no consiste sólo en estudiar

Capítulo 3. Culturas cambiantes. La revolución de los datos

Capítulo 4. Tu pasado «inútil» puede ser una ventaja. Colándote por puertas traseras hacia una nueva carrera profesional

Capítulo 5. Reescribiendo las normas. El aprendizaje no tradicional

Capítulo 6. Singapur. Una nación preparada para el futuro

Capítulo 7. Nivelando el terreno de juego educativo

Capítulo 8. Evitando la rutina en las carreras profesionales y los callejones sin salida

Capítulo 9. Los sueños desbaratados dan lugar a nuevos sueños

Capítulo 10. Convirtiendo una crisis de los cuarenta en una oportunidad a los cuarenta

Capítulo 11. El valor de los cursos online masivos en abierto y el aprendizaje en la red

Capítulo 12. La creación de cursos online masivos en abierto. Una visión desde las trincheras

Capítulo 13. Cambio de mentalidad y más

Agradecimientos

Créditos de ilustraciones y fotografías

Capítulo 1

Transformado

La carrera de Graham Keir estaba avanzando a toda máquina, imparable como un tren bala. No estaba, simplemente, siguiendo su pasión, sino que ésta estaba dirigiendo su vida. O por lo menos eso creía.

Ya en la escuela primaria, Graham estaba obsesionado con la música. Era un muchacho alegre, y tocaba el violín desde los cuatro años. Luego expandió hábilmente su repertorio empezando a tocar la guitarra a los ocho años. En la escuela secundaria, el misterioso mundo del jazz le atrajo, y empezó a practicar su nuevo ritmo de estilo improvisado a casi cada instante del que disponía.

El cambio en la carrera profesional de Graham Keir de la música que adoraba a las matemáticas y las ciencias que detestaba supusieron un trauma incluso para él. En la actualidad no podría ser más feliz.

Graham vivía en las afueras de Filadelfia, que antaño había sido el hogar de grandes estrellas del jazz como Billie Holiday, John Coltrane, Ethel Waters y Dizzy Gillespie. Por las tardes se escabullía del espacioso patio de la vieja casa victoriana de su familia, que era contiguo a una estación ferroviaria, y se subía al tren R5 de la Agencia del Transporte Público del sudeste de Pensilvania. Al bajarse y pisar las sucias calles de Filadelfia entraba en el mundo mágico de los clubes de jazz y de las jam sessions en vivo. Escuchando jazz cobraba vida.

Con el tiempo, Graham tomó el tren para ir a dos de los mejores conservatorios: la Eastman School of Music y la Juilliard School, y acabó apareciendo en la revista DownBeat como mejor solista a nivel de instituto.

Esto no quiere decir que Graham fuera un éxito en todas las facetas de su vida, sino más bien todo lo contrario. Prácticamente cualquier cosa que no tuviera que ver con la música la despachaba sin rodeos. Las matemáticas le suponían una frustración: daba tumbos con el álgebra y la geometría, y nunca tocaba el cálculo ni la estadística. Sus notas en ciencias en el instituto eran pésimas. Después de su examen final de química, llegó a casa y quemó todos sus apuntes y deberes en la chimenea, emocionado por haber aprobado. La noche antes del examen de selectividad, mientras otros estudiantes destinados a ir a la universidad estaban despiertos y nerviosos repasando pruebas y cursos avanzados de historia, Graham, alardeando de su mediocridad académica, se fue a un concierto de jazz.

Graham sabía que quería ser músico, y eso era todo. Incluso el simple hecho de pensar en las matemáticas y las ciencias le ponía nervioso.

Pero luego sucedió algo. No fue un accidente ni una muerte en la familia, ni un cambio repentino en su suerte. Fue algo mucho menos dramático, lo que hizo que el cambio fuera todavía más profundo.

Cambio de mentalidad

Durante décadas, me ha fascinado la gente que cambia su trayectoria profesional: una hazaña que suele darse entre los adinerados, que disponen de unas grandes redes sociales de seguridad. Pese a ello, e incluso con un gran apoyo, un cambio importante en la carrera profesional puede ser algo tan peligroso como saltar de un tren que circula a toda velocidad a otro. También me interesa la gente que decide, por la razón que sea, aprender lo inesperado o lo difícil: el experto en lenguas románicas que supera sus carencias en matemáticas; el mal deportista que da con la forma de sobresalir académicamente en el competitivo Singapur; el tetrapléjico que pasa a estudiar un posgrado en informática y se convierte en profesor ayudante online. En una época en la que el ritmo de los cambios aumenta cada vez más, me he convencido de que los cambios dramáticos en las trayectorias profesionales y las actitudes propias del estudio durante toda la vida (tanto dentro como fuera del entorno universitario) son una fuerza creativa vital. Pese a ello, el poder de esa fuerza suele pasar desapercibido para la sociedad.

Las personas que cambian de trayectoria profesional o que empiezan a aprender algo nuevo a una edad madura parecen diletantes: principiantes que nunca tendrán la posibilidad de alcanzar a sus nuevos compañeros. De forma muy parecida a los magos que creen que carecen de habilidades para la magia, suelen no ser conscientes de su poder.

Al igual que Graham, yo sentía un apasionado desprecio por las matemáticas y las ciencias, y me fue mal en ellas desde una tierna edad; pero, al contrario que Graham, no mostré ningún talento ni habilidad especial a una edad temprana. Era una perezosa. Mi padre era militar, así que nos mudábamos mucho, y frecuentemente acabábamos en los márgenes rurales de zonas residenciales periféricas. El terreno en las afueras era barato en aquel entonces, lo que significaba que podíamos tener animales: animales grandes. Cada una de mis jornadas escolares acababa dejando los libros a un lado, montando mi caballo a pelo y saliendo a dar un paseo. ¿Por qué iba a preocuparme de estudiar o de una carrera profesional a lo largo de toda mi vida cuando podía galopar bajo el sol de la tarde?

En nuestro hogar se usaba, de forma monolítica, la lengua inglesa, y fracasé en mi clase de lengua española en séptimo de primaria. Mi sabio padre escuchó mis lamentos y acabó diciéndome:

—¿Has pensado alguna vez en que el verdadero problema quizás no sea el profesor, sino que puede que lo seas tú?

Después de volver a mudarnos, se demostró, sorprendentemente, que mi padre estaba equivocado. El nuevo profesor de idiomas del instituto me inspiró, haciendo que me preguntara cómo sería pensar en distintas lenguas. Me di cuenta de que me gustaba aprender idiomas, así que empecé a estudiar francés y alemán. Los profesores motivadores importan. No sólo te hacen sentir bien con respecto a las materias, sino que te hacen sentirte bien contigo mismo.

Mi padre me urgió a obtener un grado profesional basado en las matemáticas y las ciencias. Quería que sus hijos fueran capaces de desenvolverse en el mundo. Pero seguí convencida de que las matemáticas y las ciencias se encontraban fuera de mi manual de estrategia. Después de todo, había suspendido esas asignaturas en la escuela primaria, la secundaria y el instituto. En lugar de ello, yo quería estudiar un idioma. En esa época los préstamos para estudios universitarios no eran fáciles de conseguir, así que evité ir a la universidad enrolándome en el ejército, donde podía obtener un salario por estudiar un idioma, y así lo hice: aprendí ruso.

Y contra toda lógica (y a pesar de mis primeros planes), hoy soy profesora de ingeniería, y estoy firmemente asentada en el mundo de las matemáticas y las ciencias. Y junto con Terrence (Terry) Sejnowski, el profesor que ocupa la cátedra Francis Crick en el Salk Institute, doy clases en el curso online más popular del mundo («Aprendiendo a aprender») para Coursera/la Universidad de California en San Diego. Este curso es un curso online masivo en abierto (COMA), y contaba con un millón de alumnos de más de doscientos países sólo en el primer año de su existencia. Para cuando estés leyendo este libro, estaremos acelerando y superando con creces la marca de los dos millones de alumnos. Una participación y un impacto educativo como éste son algo que carece de precedentes: está claro que la gente tiene hambre de conocimientos, cambios y crecimiento. La lista de los empleos que he desempeñado a lo largo de mi vida es, cuanto menos, ecléctica: camarera, señora de la limpieza, tutora, escritora, esposa, ama de casa, oficial en el ejército de Estados Unidos, traductora de ruso en arrastreros soviéticos en el Mar de Bering y radioperadora en la Estación del Polo Sur. Descubrí, más o menos accidentalmente, que disponía de más poder en mi interior para aprender y cambiar del que nunca hubiera soñado. Lo que aprendía en un oficio frecuentemente me permitía tener éxito de forma creativa en la siguiente fase de mi vida; y por lo general se trataba de información aparentemente inútil de una profesión anterior que se convirtió en una potente base para la siguiente.

Ahora, mientras veo a miles de alumnos de todo el mundo despertándose a su potencial de aprender y cambiar, me doy cuenta de que ha llegado el momento para algo nuevo. Necesitamos un manifiesto sobre la importancia de los cambios de mentalidad para dar lugar a sociedades dinámicas y creativas, y para ayudar a la gente a vivir a su potencial máximo.

Un «cambio de mentalidad» es una transformación profunda en la vida que se da gracias al aprendizaje. De eso trata este libro.

Un «cambio de mentalidad» es una transformación profunda en la vida que se da gracias al aprendizaje. De eso trata este libro. Veremos cómo la gente que se transforma a sí misma (y que trae consigo conocimientos que anteriormente parecían obsoletos o superfluos) ha permitido que nuestro mundo crezca de formas fantásticamente creativas y edificantes.

Veremos también cómo todos podemos ser inspirados por sus ejemplos (y por lo que sabemos de la ciencia sobre el aprendizaje y el cambio) para aprender, crecer y alcanzar todo nuestro potencial.

Descubriendo tu potencial oculto

La gente sufre cambios inesperados en su trayectoria profesional durante todo el tiempo. Una mañana estás sentado frente a tu escritorio, te dedicas al trabajo propio de la jornada, y ves a tu jefe, flanqueado por unos guardias de seguridad, listo para acompañarte fuera del edificio. Inesperadamente, te han despedido, después de dos décadas de experiencia duramente ganada y de conseguir dominar los sistemas de la compañía: unos sistemas, de los que, al igual que tú, están prescindiendo.

O… puede que trabajes para un patán y que, de repente, surja una jubilosa oportunidad de escapar de la mazmorra, si es que estás dispuesto a aprender algo nuevo y que te suponga un reto.

Puede que no sientas que tienes una oportunidad. Quizás seas el niño obediente que siempre siguió los consejos de sus padres, así que tal vez te sientas atrapado en el lujo de tu salario alto, con la cara aplastada contra la ventana del anhelo por la carrera profesional que no escogiste.

Puede que avanzaras a duras penas por una carrera profesional en un lugar en el que era difícil encontrar buenos trabajos. Ni siquiera soñarías con el hecho de arriesgarte a un cambio de trayectoria profesional, y más ahora que tienes hijos que serán quienes pagarán el precio si la fastidias.

O… puede que tu madre falleciera la noche antes de un examen crítico, y que fueras uno de entre la multitud de estudiantes que no lograron superar el corte en un sistema educativo que parece diseñado a propósito para eliminar a la mayor cantidad posible de gente. Así pues, estás atrapado en un puesto de trabajo con un sueldo bajo.

O… puede que te graduaras con tu nuevo y flamante título por el que te esforzaste como un titán porque estabas decidido a seguir tu pasión (después de todo, eso es lo que tus amigos te dijeron que hicieras). Y luego, súbitamente, te diste cuenta de que tus padres tenían razón: el salario es bajo, el trabajo es incluso peor, y para rematarlo, te encuentras con una barrera en forma de la carga que supone la deuda por la financiación de tus estudios que tienes que devolver.

O… puede que te encante tu trabajo, pero que simplemente sientas que hay algo más ahí fuera.

¿Y ahora qué?

Las distintas situaciones sociales y personales nos colocan diversos obstáculos (algunos insuperables) para aprender nuevas habilidades y cambiar de trayectoria profesional. Pero las buenas noticias son que, a nivel mundial, estamos desplazándonos hacia una nueva era en la que la formación y las perspectivas que antaño estaban al alcance sólo de unos pocos afortunados están volviéndose disponibles para muchos, y con unos costes personales y económicos menores que nunca. Con esto no se pretende decir que un cambio de mentalidad resulte fácil: no suele serlo, pero las barreras se han reducido en muchos casos y para mucha gente.

La disponibilidad de nuevas formas de aprendizaje (nuevas herramientas para un cambio de mentalidad) es tan abrumadora que la reacción casi siempre ha consistido en un «No, no y no. Los sistemas antiguos de desarrollo de la trayectoria profesional y de aprendizaje están bien. ¡Son los únicos que importan! Todas estas cosas nuevas son flor de un día». Pero, lentamente (y frecuentemente pasando desapercibida), la revolución del cambio de mentalidad crece. Estos cambios de mentalidad no sólo implican aprender nuevas habilidades o cambiar de carrera profesional, sino también cambiar de actitud, de vida personal y de relaciones personales. Un cambio de mentalidad puede ser una actividad complementaria o una ocupación a tiempo completo, o cualquier cosa intermedia.

Existen pruebas fehacientes de que nuestras habilidades para tener éxito en cualquier área dada no son inamovibles en absoluto. La «mentalidad del crecimiento», de Carol Dweck, investigadora de la Universidad de Stanford, se centra en torno a la idea de que una actitud positiva acerca de nuestra capacidad de cambiar puede ayudar a provocar ese cambio.[01] Como adultos, es difícil saber cómo se desarrolla esta actitud en la vida real. ¿Qué tipos de cambios puede la gente realmente llevar a cabo en sus intereses, conjuntos de habilidades y carreras profesionales? ¿Cuáles son las últimas sugerencias prácticas surgidas de las investigaciones? ¿Y qué papel desempeñan los nuevos métodos de aprendizaje en estos procesos?

En Cambiar de mentalidad, seguiremos a gente de todo el mundo que ha realizado unos cambios de trayectoria profesional extraordinarios y que han superado muchos retos propios del aprendizaje. Disponemos de ideas profundas procedentes de estos alumnos de escuelas de adultos que son valiosas, independientemente de desde o hacia qué carrera profesional quieras cambiar o lo que estés interesado en aprender. Veremos a personas que llevan a cabo cambios difíciles para pasar del mundo de las humanidades al de las ciencias, o del de la alta tecnología al de las bellas artes. Veremos cómo el superar la depresión comparte atributos con el empezar un nuevo negocio; cómo incluso los científicos más brillantes del mundo pueden verse forzados a reiniciar su carrera profesional; y cómo no ser tan inteligente puede resultar ser un activo cuando estás aprendiendo temas complicados.

Estudiaremos también la motivación de la gente y aprenderemos los trucos que usa para mantenerse en el buen camino durante el proceso, frecuentemente desconcertante, de un cambio importante. Conoceremos a algunos estudiantes adultos y veremos cómo, especialmente en esta era digital, se pueden enseñar trucos nuevos a un perro viejo (pista: los videojuegos pueden ser de utilidad). Veremos qué tiene que explicarnos la ciencia de las nuevas perspectivas que nos ofrecen los que cambian de trayectoria profesional y los estudiantes adultos, y aprenderemos ideas prácticas gracias a la neurociencia que nos permitirán comprender mejor cómo podemos seguir creciendo mentalmente incluso bastante después de haber alcanzado la madurez. Asimismo conoceremos a un nuevo grupo de estudiantes: los «superparticipantes en cursos online masivos en abierto» (o superMOOCers, como se les conoce en inglés), que usan el aprendizaje online para moldear su vida de formas inspiradoras.

El cambio de mentalidad es tan importante que hay naciones que están incluso diseñando sistemas para potenciar su crecimiento. Así pues, viajaremos a Singapur, uno de los países más innovadores de entre éstos, para aprender nuevas estrategias que pueden mejorar nuestra trayectoria profesional. Las ideas procedentes de esa pequeña isla asiática nos permitirán conocer nuevas formas innovadoras relativas al problema de la pasión frente a la practicidad por el que frecuentemente nos vemos afectados.

A lo largo de este libro viajaremos también por todo el mundo para compartir una divertida perspectiva de un iniciado sobre el aprendizaje, tal y como la veo yo desde mi posición elevada en la cima del curso más popular del mundo: un curso dedicado al aprendizaje. ¿Qué pasa cuando se mira a través de la lente de una cámara con millones de estudiantes al otro lado? Encontrarás abundantes consejos prácticos sobre cómo elegir las mejores formas de cambiar y crecer a través del aprendizaje tanto online como en cursos presenciales.

Pero no todo es simplemente alta tecnología: conceptos sencillos como la restructuración mental e incluso el aprovecharse de algunos aspectos de una «mala» actitud pueden hacer mucho por hacernos superar los obstáculos que la vida pone en nuestro camino. Los estudiantes no convencionales pueden aportarnos ideas inusuales para superar obstáculos aparentemente insuperables.

Este libro tiende a hacer hincapié en los cambios, de los conjuntos de habilidades artísticas a las matemáticas o las tecnológicas, en lugar de al revés. Esto se debe a que la gente no suele pensar que sea posible un cambio «de artístico a analítico». Y, nos guste o no, en la actualidad existe una mayor tendencia social hacia la tecnología. Pero, independientemente de aquello en lo que estés interesado, aquí encontrarás mucha inspiración: desde la conductora de autobuses que supera una depresión hasta el ingeniero eléctrico que se pasa a la carpintería, y hasta la joven dotada para las matemáticas que se queda muda en público que encuentra en su interior un talento para hablar frente a un auditorio.

Supera los obstáculos para el aprendizaje y descubre tu potencial oculto (el subtítulo de este libro) nos aporta un panorama general. Pero ese panorama es tu panorama. Tal y como verás, el alcance de tu capacidad de aprendizaje es mucho mayor del que nunca podrías haber imaginado.

Pese a ello, y por ahora, regresemos a la historia de Graham.

El cambio de Graham

En realidad, lo que provocó el cambio de la trayectoria profesional de Graham fue algo sencillo. Un día le invitaron a tocar la guitarra en un centro de oncología pediátrica local. Esperaba que su querida música levantara el ánimo a los niños. La breve visita se convirtió en otra visita, y luego en otra más. Se vio arrastrado hacia los valientes y jóvenes pacientes, algunas de cuyas historias le partieron el corazón. Le conmovieron tanto que acabó dando una serie de conciertos para pacientes aquejados de cáncer.

A medida que esto se fue desarrollando, empezó a descubrir algo sorprendente. Tocar música todo el día y cada día no le estaba llenando como persona. De algún modo, la idea de cuidar personalmente de los pacientes cuando eran más vulnerables empezó a tener más sentido para él que actuar para personas a las que quizás no volvería a hablar ni a ver nunca más.

De repente, sucedió algo. Algo extremadamente amedrentador: Graham decidió que se convertiría en médico.

Se sintió como un loco: no había nada en su pasado que indicara que pudiera tener éxito con las matemáticas y las ciencias. ¿Qué le hacía pensar que ahora sería capaz de hacerlo?

Al igual que muchos que se esfuerzan por reinventarse, decidió empezar despacio para adquirir las herramientas mentales que necesitaría. Se apuntó a unas clases de cálculo.

Pero no se zambulló directamente y de lleno en ello. Varios meses antes de que comenzaran las clases, adquirió un libro electrónico de precálculo que instaló en su iPhone, de modo que pudiera repasar los conceptos mientras viajaba hacia sus actuaciones o se desplazaba diariamente a la escuela. Al principio lo encontró descorazonador. Había, ya para empezar, muchos conceptos matemáticos básicos que había olvidado o asimilado de forma muy mediocre («¿Me estás diciendo que existen reglas para los exponentes?»). No pudo evitar pensar: «¡Oh, Dios mío! ¿Qué estoy haciendo? Me encuentro en la cima de la música, mi campo, y estoy a punto de empezar desde lo más bajo en medicina».

Sin embargo, era muy consciente de que uno de sus puntos fuertes (que había desarrollado a lo largo de años de práctica con la música) era la simple capacidad de persistir con las tareas difíciles. Si pudo practicar durante todas esas horas para entrar en la Juilliard School, no había razón alguna por la cual no pudiera adquirir estos nuevos conocimientos. Simplemente, le llevaría trabajo duro y concentración.

El hecho de saber que poseía estas fortalezas no disipó sus dudas, y no hizo variar el hecho de que sus estudios eran, frecuentemente, difíciles de verdad. La mayoría de la gente que se había apuntado al curso de cálculo eran estudiantes de cursos introductorios a la medicina y de ingeniería de la Universidad de Columbia que lo habían hecho en el instituto pero que, simplemente, querían mejorar su nota media en ciencias repitiéndolo. Graham se sentía como si estuviera en un kart compitiendo contra conductores experimentados de coches de carreras. Cuando le mencionó a su profesor que era músico, el docente no pudo imaginarse por qué Graham quería matricularse en su curso. Pero, al final, logró sacar una nota excelente. No estaba nada mal para el primer curso universitario de cálculo de alguien que aborrecía las matemáticas y las ciencias.

Parte de las dudas de Graham empezaron a desaparecer; pero sus propias frases nos transmiten la batalla a la que se enfrentaba continuamente:

Recuerdo perder horas de sueño después de casi cada examen, porque pensaba: «Si no saco un sobresaliente no entraré en la facultad de medicina. Acabo de lanzar por la borda mi carrera musical, y si esto no funciona, ¿qué me quedará?».

Y había recordatorios por doquier de aquello a lo que había renunciado. La noche de la Super Bowl estaba estudiando para un doble desafío consistente en exámenes de bioquímica y química orgánica el lunes siguiente. No estaba viendo la Super Bowl, pero sabía, en lo más profundo de mi mente, que uno de mis amigos estaba tocando el saxofón con Beyoncé en el espectáculo que se celebraba durante el descanso del partido. Tuve que dejar de fisgonear en Facebook, ya que todo lo que veía eran las cosas divertidas que estaban haciendo mis amigos: ya fuera estar de gira o unas actuaciones notorias. Había tomado mi decisión y necesitaba mantenerme firme.

Una de las partes más duras fue que había amigos y familiares bienintencionados que intentaban desalentarme. Sabían el éxito que había tenido en el mundo de la música, y no podían comprender por qué estaba haciendo aquello. Otros me recomendaron distintas carreras que quizá no fueran tan difíciles. Estos amigos plantaron las semillas de la duda en mi cabeza que hicieron que me resultara muy complejo superar los momentos más difíciles. Tenía que reafirmarme en por qué estaba llevando a cabo ese cambio recordando momentos concretos de claridad que me habían hecho tomar esa dirección. Al mismo tiempo, no le dije a la mayoría de mis amigos músicos lo que estaba haciendo. Quería que las cosas fueran ambiguas, ya que era importante conservar mis contactos en el mundo del jazz y que me contrataran para algunas actuaciones. Jugaba a ser dos personas distintas.

Al principio, limité mis actuaciones porque pensaba que necesitaba, realmente, aplicarme y ponerme a trabajar en mis estudios. Sin embargo, durante mi segundo semestre empecé a tocar mucho más. Obtuve las mismas notas medias que en el semestre anterior, pero estaba disfrutando mucho más de la vida porque disponía de una válvula de escape de mi rutina diaria. Actuar suponía mi forma de socializar, mi fuente de ingresos y mi válvula de escape, todo en una sola actividad.

Las clases de ciencias eran difíciles. Cuando empecé, tuve que superar el lógico rechazo que me provocaban las matemáticas y las ciencias. Una vez que me metí en harina, la materia resultó entretenida e interesante. De hecho, empecé a disfrutar del proceso de dibujar moléculas de química orgánica y resolver problemas de matemáticas. Me sonreía o reía cuando daba con una solución especialmente inteligente en un libro de texto.

Pese a ello, no estaba acostumbrado al nivel de precisión necesario en las clases de ciencias. Me convencía a mí mismo de que los exámenes eran injustos o de que realmente comprendía un concepto, pero que no sabía plasmarlo en la prueba. No obstante, me di cuenta, rápidamente, de que en clase había alguien que con toda seguridad estaba acertando las preguntas que yo fallaba. Desde luego que debían comprender mejor los conceptos que yo. No era culpa del profesor, sino mía.

Vi que no bastaba con comprender algo una vez. Tenía que practicar, igual que había hecho con la guitarra. Me reuní con profesores y les hice preguntas en clase. En el instituto, nunca buscaba clases de refuerzo, ya que me negaba a aceptar que estuviera experimentando dificultades con los conceptos. Pensaba que sólo los niños «lentos» asistían a las clases de refuerzo. Pese a ello, me di cuenta de que tenía que dejar mi orgullo a un lado. El objetivo consistía en sacar una buena nota en el examen, y no en parecer un genio todo el tiempo.

Tuve la suerte suficiente de haber leído Los desafíos de la memoria justo antes de empezar las clases. Utilicé diversas técnicas mnemotécnicas como los loci (lugares), el palacio de la memoria, o encomendar la información a la memoria. Sé que algunas personas tienen, por naturaleza, una buena memoria para los números y las ideas abstractas, pero yo no era una de ellas. Era importante que averiguara cuáles eran mis limitaciones desde un buen principio. Una vez que supiera con qué estaba trabajando, podría hacer lo que fuera necesario para superarlas.

Graham decidió asumir el resto de los requisitos de ciencias en un año y un verano. La primera clase fue su antigua némesis: la química.

—Lo creas o no –apuntó–, obtuve una nota de sobresaliente. Había conseguido un aprobado en la versión más sencilla que nos daban en el instituto, pero ahora que me había comprometido conmigo mismo a aprender los contenidos, me había convertido en un estudiante completamente distinto.

A medida que fue progresando, se encontró con sobresalientes en química orgánica, bioquímica y otras materias duras que nunca se hubiera visto estudiando diez años antes. Graham hizo el examen para conseguir el acceso a la facultad de medicina (MCAT, por sus siglas en inglés) una semana después de su último examen final. Ahora está en su tercer año de la carrera de medicina en la Universidad de Georgetown. Le conocí online después de que se apuntara al curso «Aprendiendo a aprender» para mejorar todavía más sus estudios en la facultad de medicina.

Los antecedentes de Graham en el mundo de la música han resultado ser de ayuda en su carrera médica, de formas tanto importantes como pequeñas. Por ejemplo, en la auscultación (la realización de diagnósticos por medio de la escucha de los sonidos del corazón), se encontró con que su oído bien preparado, que es sensible a pequeñísimas diferencias de timbre y cadencia, le permite captar esas diferencias más rápidamente que otras personas.

Sin embargo, son los beneficios generales producto de sus antecedentes en el mundo de la música los que han tenido el mayor impacto. Por supuesto, es esencial que los médicos tengan unos buenos conocimientos de la ciencia y la fisiología de la medicina; pero Graham ha comprobado que quizá sea igual de importante ser capaz de escuchar a los pacientes y mostrarse empático. Tocando en grupo con otros músicos, Graham aprendió a escuchar a los intérpretes que tenía a su alrededor y a no intentar imponer de inmediato sus propias ideas musicales. De forma parecida, vio que conceder a los pacientes un espacio para hablar y no interrumpirles de buenas a primeras puede dar lugar a un mejor diagnóstico, además de a establecer una mejor relación entre médico y paciente.

Más que eso, Graham ha descubierto que las características necesarias para actuar como músico son sorprendentemente parecidas a las necesarias para «actuar» durante los encuentros o los procedimientos con un paciente. Está llegando a valorar cómo sus años de práctica con la improvisación musical inundan su nueva vida en el mundo de la medicina. Graham comprueba que se enfrenta bien a las situaciones inesperadas o a las emergencias en las que debe usar su creciente experiencia de nuevas formas. El difícil cambio de la música a la medicina también le ha permitido sentirse más cómodo cuando se ve empujado fuera de su zona de confort.

Los médicos suelen decir a los estudiantes de medicina que en la facultad de medicina se deben memorizar tantas cosas que esto puede conducir, inadvertidamente, a que se generen unas expectativas de que la medicina sea una ciencia clara y simple. Sin embargo, en la práctica, la

medicina es mucho más mutable y suele basarse en la intuición y en el «arte» de la curación. Graham ya tiene la sensación de que su carrera médica le resultará algo mucho más natural que a muchos estudiantes de medicina debido al tiempo que ha pasado tocando música.

Pero hay más cosas. Graham me escribió:

En mi primer año en la facultad de medicina, seguí enfrentándome a dificultades mientras estudiaba. Una de las razones por las que empecé tu curso en Coursera (una página web que ofrece cursos universitarios gratuitos online) fue porque sabía que algo sobre mi forma de estudiar era ineficaz. Dedicaba muchas más horas que la mayoría de la gente, pero no estaba, necesariamente, aprendiendo las materias mejor. Tu curso me ayudó a darme cuenta de que es importante hacer que el estudio sea un proceso activo. Pasaba horas releyendo transparencias, pero la mitad del tiempo desconectaba y perdía la concentración. Ya estoy viendo mejoras gracias al uso de la técnica Pomodoro y evaluándome frecuentemente.

Y ahí lo tienes. Puedes conseguir grandes cambios en tu vida: tus pasiones «preprogramadas» o aquello en lo que piensas que eres bueno no tienen, en último término, por qué dictar quién eres o lo que haces. De forma similar, vale la pena apuntar que la gente no sólo quiere cambiar para dedicarse a la medicina. También hay médicos que han abandonado la medicina para dedicarse a campos completamente distintos. Por ejemplo, a pesar de su licenciatura en medicina por la Universidad de Harvard, Michael Crichton, el autor del superventas Jurassic Park y de la serie de televisión Urgencias, nunca se preocupó por colegiarse para así practicar la medicina. Y Sun Yat-sen, el padre fundador de la República de China, abandonó sus estudios de medicina en Hawái para implicarse en la revolución.

La técnica Pomodoro

La técnica Pomodoro es una técnica de concentración increíblemente sencilla y extremadamente poderosa desarrollada por Francesco Cirillo en la década de 1980. Pomodoro significa ‘tomate’ en italiano y los temporizadores que Cirillo recomendaba solían tener la forma de un tomate. Para llevar a cabo la técnica Pomodoro, todo lo que necesitas es desconectar todos los sonidos y vibraciones, que tienen la capacidad de distraerte, de tu teléfono móvil u ordenador, programar un temporizador para que suene al cabo de veinticinco minutos y luego concentrarte tanto como puedas en aquello en lo que estás trabajando durante esos veinticinco minutos. Cuando hayas terminado (y esto es igual de importante), permite que tu cerebro se relaje durante algunos minutos (navega por Internet, escucha una canción que te guste, charla con amigos: cualquier cosa que te permita distraerte tranquilamente).

Esta técnica es valiosa para lidiar con la procrastinación y para mantenerte en el buen camino, pese a que también incluye períodos de relajación que son igual de importantes para el aprendizaje.

Podrías decir: «Oye, espera un momento. Graham era, obviamente, un tipo muy inteligente, pero nunca se había esforzado antes con las matemáticas y las ciencias».

Pero, ¿cuántos de nosotros somos así con las materias, habilidades o áreas de experiencia especial de las que nunca nos hemos ocupado en serio?

¿Cuántos de nosotros, por la razón que sea, nos salimos del buen camino en nuestra vida? ¿Y cuántos de nosotros acabamos dando con formas de cambiar las cosas mediante el aprendizaje de nuevas habilidades y enfoques? ¿Cuántos otros parecen estar en el buen camino desde el punto de vista de su carrera profesional, pero tienen el anhelo de algo nuevo y a veces amedrentadoramente distinto?

Cambio de mentalidad clave

El valor de la mentalidad del principiante

Aprender algo nuevo significa, a veces, dar un paso atrás para regresar al nivel de principiante, pero puede suponer una experiencia emocionante.

Mucha gente normal y extraordinaria ha realizado cambios fantásticos en su vida manteniéndose abierta al aprendizaje. Verás cómo la experiencia anterior en campos muy distintos no tiene por qué suponer un encadenamiento a un pasado del que estás intentando escapar. En lugar de eso, puede servir como punto de partida para sendas de carreras profesionales creativas en tu presente y tu futuro. Tal y como descubriremos en los siguientes capítulos, la ciencia tiene mucho que decir sobre por qué escogemos los campos que elegimos, cómo podemos escabullirnos de las ataduras de la biología, y cómo podemos seguir aprendiendo de forma eficaz, incluso a medida que envejecemos.

Bienvenido a bordo del nuevo mundo del cambio de mentalidad.

¡Ahora prueba tú!

Amplíatu pasión

¿Te has limitado innecesariamente acatando el consejo común de que tienes que perseguir tu pasión? ¿Has hecho aquello en lo que eres bueno por naturaleza? ¿O te has puesto a prueba con algo que era realmente difícil para ti? Pregúntate: ¿Qué podrías hacer o ser si decidieras, en lugar de todo eso, ampliar tu pasión e intentaras conseguir algo que exigiera lo máximo de ti? ¿Qué habilidades y conocimientos podrías traerte contigo de tu pasado que pudieran servirte mientras te pones a prueba de verdad?

Lo que es sorprendentemente frecuente es que captar tus pensamientos y escribirlos en un papel puede ayudarte a descubrir lo que piensas de verdad y puede ayudarte a emprender acciones más eficaces. Toma una hoja de papel, o incluso mejor un cuaderno de notas que puedas usar junto con este libro, escribe un encabezado que diga «Amplía tu pasión», y luego describe tus respuestas a las preguntas anteriores, independientemente de si tus respuestas consisten en un par de frases o en varias páginas.

Incluiremos numerosos ejercicios activos breves como éste a lo largo de todo el libro: tal y como verás, estos ejercicios suponen formas destacables de ayudarte a sintetizar tu pensamiento y a aprender a un nivel muy profundo. Revisar tu cuaderno de notas o tus hojas de papel cuando llegues al final de este libro te proporcionará unas perspectivas generales inestimables sobre ti mismo, tu estilo de vida en cuanto al aprendizaje y los objetivos en tu vida.

[01] Dweck, 2006.

Capítulo 2

Aprender no consiste

sólo en estudiar

Todo empezó a cambiar cuando Claudia fue incapaz de orinar.

La vida antes de ese punto de inflexión basado en ser incapaz de orinar no había sido agradable. De hecho, había sido realmente dura. Allí se encontraba ella, sexagenaria, y apenas podía recordar cuándo se había sentido bien durante más de unas pocas semanas seguidas.

El problema era la depresión. Durante toda su vida había sufrido de un trastorno depresivo mayor. A pesar de eso, se enorgullecía de actuar «con normalidad» frente a los demás. Esto significaba que a veces pensaba: «Tengo que levantarme… tengo que levantarme de este sofá». Pero esto no era suficiente. Para llevarlo a cabo era necesario que se lo dijera en voz alta: «Puedo mover las piernas».

Pero luchando contra esa voz otra le decía: «¿Qué importa? No vale la pena».

Su depresión no estaba desencadenada por nada en concreto. Aunque los síntomas ya estaban ahí desde un buen principio, se la diagnosticaron por primera vez cuando se marchó a la universidad con dieciocho años. Esto no supuso sorpresa alguna. La depresión extendió sus tentáculos por su familia: su padre también había padecido una depresión grave, al igual que algunos de los hermanos de Claudia.

Estaba en sus genes. ¿Qué podía hacer ella?

Claudia generalmente era capaz de desempeñar su trabajo a tiempo parcial: trabajaba como conductora de autobús en la hora punta para la compañía de transportes metropolitanos del condado de King, en Seattle. También podía cocinar la comida y cuidar de su familia, a la que quería mucho. De vez en cuando, sus médicos le recetaban un nuevo fármaco. Éste podía funcionar durante algún tiempo, pero el resultado era siempre el mismo. Al cabo de algunos meses (un año como máximo) sus efectos desaparecían y la dejaban como antes: ausente.

Claudia vive en Seattle desde hace más de cincuenta años. Se considera una nativa de la exuberante y verde «Ciudad Esmeralda».

Sentía la necesidad de salirse de esa carrera de locos, pero luego recordaba que era una perdedora tan grande que ni siquiera se encontraba en esa carrera de locos. Experimentaba un tipo de dolor generalizado que siempre estaba presente. Pese a ello, sabía que no podía suicidarse. Su familia significaba mucho para ella. No podía ni quería hacerles daño. Paul, que era su terapeuta, decía que para ellos resultaría «devastador». En cualquier caso, criada, con una culpabilidad irónica, en la tradición católica, se dio cuenta de que su muerte no supondría sino un desastre que otras personas tendrían que arreglar. En su trabajo, Claudia conducía un autobús de doce metros o uno articulado de veintitrés metros. Conducir un autobús le iba bien, ya que la paga era decente y podía hacerlo incluso cuando estaba deprimida. Su trabajo estaba protegido por la Ley Estadounidense de Licencia Laboral por Razones Familiares y Médicas de 1993, y se incorporaba a conductores sustitutos en el sistema. Principalmente llevaba, por la mañana o por la tarde, a la gente que se desplazaba de su hogar a su trabajo o viceversa. Estos trabajadores eran una clientela muy distinta a la gente que cogía el autobús a mediodía o de madrugada. Los numerosos trabajadores útiles que leían o dormitaban en los días laborables no desencadenaban su depresión y, en cualquier caso, ella evitaba las rutas que sabía que implicaban problemas y a gente afligida.

Pese a ello, seguía viviendo en el límite. La mayor parte de la gente no se da cuenta de lo difícil que es ser un conductor de autobús en una gran área metropolitana. Los autobuses son grandes, anchos y pesados. Otros conductores (por no hablar de los ciclistas y los peatones) no suelen comprender que cuesta mucho más detener un autobús que un coche, así que se lanzan despreocupadamente y como una flecha hacia el peligro. Cada año se producen accidentes relacionados con los autobuses en todas las ciudades importantes. Los conductores de autobuses son considerados los responsables casi siempre, y suelen perder su empleo después de un accidente grave.

La mañana del accidente, Claudia apagó la alarma del despertador, se puso su uniforme, tomó un desayuno rápido con el café que había sobrado el día anterior y se encaminó a iniciar su jornada.

Fichó en su empleo, la consideraron apta para trabajar, se subió al autobús que le habían asignado y realizó una inspección de seguridad. Los conductores seguían la misma ruta, pero llevaban un autobús distinto cada día. Esa mañana, Claudia conduciría un autobús de doce metros de la línea 308.

Una vez en la ruta, resultaba fácil seguir el ritmo del trabajo. Parar, abrir la puerta, esperar a que los pasajeros subieran, cobrar los billetes… El autobús tiembla al avanzar. Echar un vistazo a los pasajeros mientras miras la carretera. Frenar, detenerse en la parada. Repetir.

Pronto el autobús se llenó, con los pasajeros que permanecían de pie en el pasillo. Claudia dirigió el autobús con mano experta hacia carril rápido de la autovía I-5. El tráfico era denso, y su autobús seguía el flujo del tráfico.

Se estaba acercando a la salida de Stewart Street, que lleva al centro de la ciudad, cuando sucedió: todo fue tan rápido que después Claudia apenas pudo comprender la secuencia.

De repente, el coche que se encontraba delante del autobús de Claudia derrapó hasta quedar parado. El conductor dirigió su vehículo hacia el borde del arcén de la autovía (una estrecha franja de asfalto). Claudia podría haber virado y haber evitado el coche por poco, excepto por una cosa.

Por alguna razón que Claudia nunca fue capaz de dilucidar, el conductor del coche que se había parado abrió su puerta, que ocupó parte del carril de tráfico en el que se encontraba Claudia, y empezó a salir del vehículo. Justo delante del autobús.

Claudia echó un rápido vistazo al retrovisor que tenía a su lado, viró hacia la izquierda y pisó el freno a fondo. Era como intentar hacer girar y detener a una ballena de veinte toneladas manteniendo el equilibrio encima de un carrito de la compra. De repente se encontró en el carril contiguo, en el que otro coche acababa de detenerse.

Se estrelló contra ese coche.

La rápida reacción de Claudia para reducir la velocidad del autobús significó que, sorprendentemente, ninguno de los pasajeros sufrió daños. Pero tras bajar del autobús para echar un vistazo al coche contra el que se había estrellado, se dio cuenta de que los efectos colaterales estaban por llegar.

Cientos de conductores y pasajeros estaban furiosos en los coches detenidos detrás del autobús de Claudia. Después de que la policía llegara, Claudia siguió, mecánicamente, los procedimientos necesarios que deben realizarse tras un accidente. Se supone que los conductores de autobuses deben conducir de forma defensiva, estar listos para enfrentarse a cualquier contingencia (incluso a eventualidades como que la gente frene en seco y salga de su coche en medio del tráfico), así que la multaron por no respetar la distancia de seguridad.

Fue como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago.

Claudia había estado gestionando su depresión, pero fue consciente de que este incidente la haría caer de la estrecha cornisa que se había creado, haciéndola descender hacia profundidades incluso más oscuras. La idea le resultaba insoportable.

Mientras tanto, uno de los supervisores de la compañía de autobuses se la llevó para someterla a un análisis de drogas. A pesar del hecho de que estaba «limpia» (como una patena), Claudia estaba tan estresada que, sencillamente, era incapaz de orinar en el vasito de plástico que le había entregado el técnico de laboratorio de la compañía encargada de hacer el análisis de drogas.

Después del tercer intento, el técnico del laboratorio anotó en el registro que Claudia «había rehusado proporcionar una muestra de orina». Aterrorizada, rogó que le dieran otra oportunidad. El técnico de laboratorio aceptó a regañadientes y Claudia regresó al cuarto de baño. Desesperada, apremió a su cuerpo para que se relajara.

«Hasta aquí hemos llegado –se dio cuenta–. Se me ha acabado el conducir autobuses. Ya me ocuparé de la multa en la jefatura de tráfico. Se acabó».

Con esas dos ideas en mente, la orina de Claudia empezó a fluir, llenando el vasito de plástico.

Así pues, Claudia evitó el embrollo legal de un análisis de drogas no superado. Cumplió con su promesa y dejó su trabajo. Pero abandonar su trabajo tenía su lado malo: significaba que carecía de un empleo.

Tan predecible como las mareas, apareció la depresión severa. Claudia ya tenía experiencia: se conocía y sabía exactamente qué le esperaba durante los siguientes meses. El pensamiento de pasar por tanto dolor sin ni siquiera un empleo que la distrajera era angustioso.

Se acabó. Aquélla era la derrota de Claudia.

Fue en este momento cuando fue consciente de que, si quería evitar el dolor, iba a tener que cambiar. No iba a tener, simplemente, que cambiar de medicamentos o empleo, ni el pequeño mundo en el que vivía. Ella iba a tener que transformar su cerebro, su cuerpo, sus hábitos y sus creencias.

Claudia estaba desesperada, y lo decía muy en serio. Se dijo a sí misma que no tenía más opción que arreglárselas por su cuenta, ya que la medicina y la terapia no lograban que su vida resultara soportable. Iba a experimentar con todo lo que pudiera: libros de autoayuda, profesores, coaches, neurociencia cognitiva y puro sentido común. Se dio cuenta de que estaba siendo melodramática, pero que iba a aprender a ponerse bien, a no ser que eso la matara, en un último gran esfuerzo desesperado por su vida. Debería pasar por un proceso de descubrimiento, experimentando consigo misma y manteniéndose firme en ello hasta que pudiera ver pequeñas señales de luz allá donde se suponía que se encontraba el final del túnel.

Alegre es el que hace cosas alegres

Alrededor de un mes antes de dejar su trabajo, Claudia participaba en una excursión a una cafetería que su terapeuta le había persuadido a hacer cuando se encontró con una vieja amiga que compartía mesa con otra mujer. La cafetería estaba bastante llena, así que pidió permiso para unirse a ellas, a lo que asintieron de inmediato. Sus compañeras de mesa acababan de asistir a su clase diaria de danza jazz en un local cercano, y tenían un «subidón» debido al ejercicio. A Claudia, el ejercicio le parecía tan divertido como clavarse un clavo en un pie, pero el comportamiento de las mujeres plantó una semilla.

El día después del accidente, en lugar de ir al trabajo, Claudia asistió a una clase de ejercicio. Para la católica responsable de un accidente de autobús, parecía como una penitencia adecuada inducida por la culpabilidad.

Para participar en esa clase, Claudia tuvo que pagar treinta y ocho dólares por todo el mes. Se prometió a sí misma que sacaría rendimiento a su dinero yendo a las clases todos y cada uno de los días en los que hubiera estado trabajando. Así pues, a medida que su primera clase se fue desarrollando, se mantuvo en la parte posterior de la sala, moviendo el esqueleto e inclinándose sin vigor, observando cómo los demás bailaban con un entusiasmo cargado de sudor. Después, el alegre profesor le preguntó a Claudia si le había gustado.

—En realidad no me muevo tan rápido –explicó Claudia; a lo que el instructor respondió:

—Simplemente intenta seguirle el ritmo a la clase –y se fue dando un brinco.

Pero el profesor la estaba controlando.

En la siguiente clase, empezaron a contonearse. Claudia no sabía cómo hacerlo: después de todo, las chicas católicas no se contonean… ¿o sí?

Claudia había entrado en un nuevo mundo. En la clase no sólo se contoneaban, sino que sacaban pecho y movían las caderas mientras un hombre cantaba con una voz sonora y vigorosa: «Dámelo todo, nena». Movían sus puños en el aire al ritmo de «No voy a dejar que nadie me hunda», y serpenteaban al ritmo de «Es un día claro, claro y soleado».

No pasó mucho antes de que Claudia decidiera que todo aquello le gustaba.

El ejercicio: una herramienta poderosa

(aunque no todopoderosa)

Claudia lo había intentado antes con el ejercicio para mantener la depresión a raya, y no había funcionado. ¿Qué le había hecho pensar antes que iba a funcionar y por qué iba a ser diferente esta vez?

Los neurocientíficos antes pensaban que uno nacía con todas las neuronas que se tendrían, y que luego, a medida que envejecía, las neuronas se iban muriendo gradualmente. Ahora, por supuesto, somos conscientes de que esto es del todo falso. Nacen neuronas nuevas cada día, especialmente en el hipocampo cerebral, un área vital para el aprendizaje y la memoria.

Charles Hillman, investigador del campo de la kinesiología, apunta:

—Hemos visto que el ejercicio aporta muchos beneficios a la cognición, especialmente a las funciones ejecutivas, incluyendo mejoras en la capacidad de atención, la memoria operativa y la capacidad multitarea.[02]

«El ejercicio es más potente que cualquier medicamento que pudiera recetar», le dijo a Claudia su psiquiatra. De hecho, el ejercicio parece servir como botón de reinicio universal para el cerebro. En parte, consigue esto estimulando la producción de una proteína, el FNDC (factor neurotrófico derivado del cerebro), que promueve el crecimiento de las células cerebrales preexistentes y las recién nacidas. Este efecto es tan potente que puede revertir el declive de la función cerebral en la población anciana. El neurocientífico Carl Cotman, que llevó a cabo el exitoso trabajo inicial en este campo en la Universidad de California en Irvine, ha comparado el FNDC con un fertilizante cerebral que «protege las neuronas de las lesiones y facilita el aprendizaje y la plasticidad sináptica».[03] El ejercicio también estimula la producción de neurotransmisores: mensajeros químicos que transmiten señales de una célula a otra y de una parte del cerebro a otra (¿recuerdas cuando Claudia encontraba tan difícil animarse a levantarse del sofá?). La simple mejora en el flujo de sangre como resultado del ejercicio también puede tener un efecto en las capacidades cognitivas además de en la función física.

A medida que las personas envejecemos, perdemos sinapsis (los puntos de conexión entre las neuronas) de forma natural. Es algo parecido a unas tuberías que se corroen, que van teniendo pérdidas de agua y que no logran que ésta llegue allí donde es necesario. El FNDC parece ralentizar y revertir ese efecto «corrosivo». Además de eso, el ejercicio mejora nuestra capacidad de generar recuerdos a largo plazo, aunque no estamos seguros de cómo sucede esto exactamente. Esto resulta ser un aspecto clave de la capacidad de aprender. Así pues, y en especial, para los cerebros que están envejeciendo, el ejercicio puede llevar a cabo la magia propia de un hada madrina agitando su varita.[04]

Pero es importante equilibrar este relato. Si el ejercicio fuera la única cosa necesaria para aprender mejor y pensar de forma más optimista, entonces los atletas olímpicos deberían ser, todos ellos, unos genios felices. Además, mucha gente que no puede hacer ejercicio como consecuencia de dolencias físicas puede seguir aprendiendo y razonando muy bien (a Stephen Hawking parece haberle ido muy bien). Para los ancianos, caminar a ritmo rápido durante setenta y cinco minutos semanales tiene el mismo efecto positivo sobre la cognición que caminar doscientos veinticinco minutos por semana[05] (el estado de forma mejora más con unos niveles de ejercicio altos). Así pues, ¿qué hacer con esto?

Parece que el ejercicio puede activar una cascada de neurotransmisores junto con numerosos cambios neurales más que pueden cambiar tu mente cuando intentas aprender algo nuevo o piensas de formas distintas. Lo que el ejercicio hace es preparar el terreno para potenciar otros cambios relacionados con cómo funciona tu mente. En otras palabras, puedes aprender de forma más eficaz si estás siguiendo un programa de ejercicio. Esto significa que, si te tomas en serio llevar a cabo un cambio mental en tu vida, puede resultar inestimable incluir el ejercicio en el cuadro.

El ejercicio era parte de lo que Claudia sabía que necesitaba para salir de su mentalidad depresiva. Pero sabía que necesitaba más.

Cambio de mentalidad clave

Ejercicio

El ejercicio supone una poderosa potenciación de cualquier cambio mental que quieras llevar a cabo en tu vida. El compromiso adquirido mediante el ejercicio tiene grandes beneficios para el aprendizaje y el estado de ánimo.

Un papel activo para modificar el cerebro

Claudia había pasado por la rutina de los episodios depresivos muchas veces. En esta ocasión, fue consciente de que, si de verdad quería salirse de ese patrón, tendría que profundizar mucho más de lo que lo había hecho hasta entonces. Todo cuanto había leído sobre el funcionamiento del cerebro y lo que había oído de boca de sus terapeutas le tocaba una fibra sensible. Necesitaba un cambio de mentalidad para reprogramar su cerebro de verdad. Paradójicamente, tenía que ser ella misma, pero también cambiar de forma fundamental. Para hacerlo, debía conseguir que su cambio de mentalidad fuera de suma importancia en su vida.

Una buena amiga de Claudia le dijo en una ocasión:

—Me han sucedido muchas cosas por las que hubiera podido deprimirme. He decidido no deprimirme por ellas. Y punto.

«Sí, muy bien –fue la reacción de Claudia–. Ojalá pudiera».

La idea de que la medicina, por sí sola, resuelve el problema y nos libra de la depresión es predominante entre los médicos y los enfermos deprimidos: después de todo, dar una píldora es algo tan condenadamente fácil. La misma Claudia había caído en esa trampa: en una ocasión había aparecido en un artículo sobre los efectos positivos de la medicación sobre la depresión después de que las píldoras la hubieran mantenido a flote durante casi un año. Pero poco después de la publicación del artículo, su mente cambió, y regresó, de nuevo, a su arraigada perspectiva con respecto a la vida.

Por lo tanto, el enfoque de Claudia para salir de su oscuro agujero se convirtió en algo con múltiples facetas y lleno de determinación. Al igual que el realizar cambios musculares, los cambios neurales exigirían un trabajo duro, y mucho.

 

Claudia Meadows parecía destinada a una vida a la sombra de la depresión, pero su papel activo para remodelar su forma de pensar cambió su destino.

Claudia llevó a cabo algunos experimentos, obligándose a salir y hacer otras cosas que sabía que la gente hacía para divertirse. «No eres tan distinta», se dijo. Su mente intentaba hacerle su antiguo numerito, previendo un resultado sombrío para cualquier cosa que hubiera planeado. Sin embargo, sabía que no siempre podía confiar en su mente, ya que a veces le decía cosas estúpidas. Empezó a llevar registros de su experimentación de una forma que le permitía automonitorizarse. Antes de hacer algo que se suponía que era divertido, se preguntaba: «En una escala del uno al diez, ¿cuán divertido creo que será?». Después se volvía a valorar a sí misma, y muchas veces se sorprendía de ver lo frecuentemente que el resultado superaba sus expectativas iniciales. Con el tiempo, empezó a averiguar lo que funcionaba en su caso, y repetía lo que funcionaba, tanto si le apetecía como si no.

Las percepciones de Claudia:

La diversión como camino espiritual

La vida está llena de paradojas. Por ejemplo: sé auténticamente tú, pero cambia. Y no sabes tanto como crees que sabes. Lee libros de autoayuda. Necesitas toda la ayuda que puedas conseguir.

• No confíes siempre en tu mente. A veces te dice que hagas cosas estúpidas. Encuentra consejeros de confianza y lleva a cabo cualquier decisión drástica siguiendo su criterio.

• Escoge y adquiere conscientemente hábitos saludables. Pasarte hilo dental por los dientes no requiere de fuerza de voluntad si es un hábito.

• Es mucho más fácil imitar una acción que iniciarla. Por lo tanto, busca consejo y sigue las indicaciones. Adáptala a tus propias circunstancias. Hasta que puedas liderar, sigue a la persona que tengas enfrente. Haz lo que haga.

• Prepara tu mochila, monedero o bolsa para el gimnasio la noche antes. Lo más probable es que te sientas mejor con respecto al ejercicio la noche antes que la mañana en que vayas a practicarlo.

• Pasa tanto tiempo fuera de casa y en plena naturaleza como puedas. La luz te hará bien, y te encontrarás con cosas maravillosas como plantas que respiran y rocas que están orgullosas de ser rocas.

• Aporta tanta luz al lugar en el que vives como sea posible. Abre las cortinas. Coloca espejos enfrente de las ventanas. Usa reflectores y vidrios de colores. Sé como un cuervo. Colecciona objetos brillantes.

• Sigue acudiendo a las clases de ejercicio físico. Al final tendrás un mejor aspecto y te sentirás bien.

• Rodéate de pequeñas cosas encantadoras que puedas permitirte y que hagan que tu entorno sea hermoso. El entorno cuenta.

• Haz listas. Te sentirás mejor si lo haces. Y es posible que incluso te sientas mejor si haces las cosas incluidas en la lista.

• Haz y cuelga carteles, notas autoadhesivas y fotografías de personas a las que quieras en tu pared, y caricaturas e imanes en tu nevera que te recuerden los buenos tiempos.

• Nunca sabes quién va a ser tu amigo, así que actúa de forma amigable con todo el mundo a no ser que exista alguna buena razón para no hacerlo. Apréndete los nombres de la gente.

• Deja de quejarte.

Claudia siguió tomando sus medicamentos, pero en el fondo se dio cuenta de que si no empezaba a dar pasos con respecto a la reconexión de sus pensamientos, su mente daría, poco a poco, con la forma de regresar a los viejos patrones. Reconectar su cerebro tenía que ser un proceso diario continuo.

Como era muy sensible, uno de sus detonantes era ver el sufrimiento de otras personas en los telediarios. Por lo tanto, y aunque le resultó difícil, se obligó a dejar de ver las noticias nocturnas y a dejar de oír la radio si un programa de entrevistas o debates o la música se veían interrumpidas por las noticias. Éstas, al fin y al cabo, consisten básicamente en malas noticias. Empezó a obtener información de cualquier noticia y asunto político necesarios a través de un amigo de confianza que comprendía su problema.

Sabía que sus sentimientos de dolor, tanto si se golpeaba un dedo del pie como si oía de los males de otra persona, surgían sólo debido a las percepciones de su cerebro. Con una sorprendente frecuencia, su dolor procedía de una historia de miedo que se contaba a sí misma sobre sucesos que estaba observando. En lugar de verse consumida por el dolor de otras personas, aprendió que tenía que trabajar para considerar el problema de la otra persona de una forma racional y a preguntarse si y cómo podía ayudar.

Tres años después del accidente de autobús, una Claudia enérgica de sesenta y seis años escribía:

Algunas cosas positivas me llegaron juntas después de dejar mi trabajo: menos estrés al no conducir el autobús, más tiempo para dormir y cuidarme, una oportunidad para entablar amistades íntimas, estimulación intelectual y, probablemente y lo más importante y difícil para mí, practicar ejercicio vigoroso cuatro veces por semana mediante la danza jazz, que incluye música alegre con letras positivas.