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Las investigaciones que Alfonso Reyes hizo acerca de la literatura en lengua española fueron provechosas para esclarecer cuestiones relacionadas con autores y temas clásicos de nuestra lengua en España e Hispanoamérica. La presente serie, fruto de investigaciones posteriores fue preparada en el lapso que corresponde de 1917 a 1943. En conjunto son trabajos que se fueron haciendo al lado de las obras de creación del gran escritor. Las obras de Calderón de la Barca, de Juan Ruiz de Alarcón o de san Juan de la Cruz, además de múltiples personajes mayores y menores de las letras hispánicas, son aquí considerados de acuerdo con las últimas conclusiones de la crítica y, muchas veces, con el propósito de descubrir —contra afirmaciones más o menos extendidas entre los estudiosos— aquellos aspectos que ayudan a plantear los problemas desde nuevos puntos de vista.
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ALFONSO REYES
(Monterrey, 1889-Ciudad de México, 1959) fue un eminente polígrafo mexicano que cultivó, entre otros géneros, el ensayo, la crítica literaria, la narrativa y la poesía. Hacia la primera década del siglo XX fundó con otros escritores y artistas el Ateneo de la Juventud. Fue presidente de La Casa de España en México, fundador de El Colegio Nacional y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. En 1945 recibió el Premio Nacional de Literatura. De su autoría, el FCE ha publicado en libro electrónico Aquellos días, La experiencia literaria, Historia de un siglo y Las mesas de plomo, entre otros.
LENGUA Y ESTUDIOS LITERARIOS
CAPÍTULOS DE LA LITERATURA ESPAÑOLASEGUNDA SERIE
Primera edición en Obras completas VI, 1957 Primera edición de Obras completas VI en libro electrónico, 2016 Primera edición en libro electrónico, 2018
Diseño de portada: Neri Saraí Ugalde
D. R. © 2018, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México
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ISBN 978-607-16-5730-5 (ePub))ISBN 978-607-16-5728-2 (ePub, Obra completa)
Hecho en México - Made in Mexico
Prólogo
Un tema de La vida es sueñoLa Garza Montesina (Retrato imaginario)Ejercicios de historia literaria españolaLos autos sacramentales en España y AméricaInfluencia del ciclo artúrico en la literatura castellanaUn precursor teórico de la aviación en el siglo XVIISi el hombre puede artificiosamente volar, porA. de Fuente la PeñaTercer centenario de AlarcónUrna de AlarcónSan Juan de la CruzGaldósApéndices
LA PRIMERA serie de estos Capítulos de Literatura Española apareció en 1939, en las ediciones de La Casa de España en México, hoy recogidas y continuadas por El Colegio de México. Los años que he tardado en reunir esta segunda serie miden la enormidad de labores y deberes que me esperaban a mi regreso al país, después de varios lustros de ausencia.
Sobre el carácter mezclado de estas páginas, ajustadas unas al rigor filológico, otras “escritas en el tono de voz” que conviene a los públicos generales, y algunas tocadas de imaginación; o sobre la imposibilidad de poner al día tal o cual especie, salvo los leves retoques evidentes, ofrezco las mismas disculpas que ya di en el prólogo de la primera serie y que, a juzgar por los comentarios, fueron aceptas a la crítica.
Agradezco la libertad de juntar aquí estos trabajos a todas las revistas y publicaciones de donde los he entresacado.
A. R.México, 1944.
A la puerta de la torre que le sirve de cárcel, Segismundo recita el conocido monólogo: “Apurar, cielos, pretendo”. Mucho se ha pensado en torno a la cautivadora escena de Calderón: “Parece un grabado de Durero”, escribe Azorín; y en las increpaciones de Segismundo cree oír Unamuno la genuina voz de la raza.1
Krenkel advierte la semejanza de este monólogo con el del Barlán y Josafá de Lope de Vega, e insiste sobre el paralelismo que hay entre él y otros pasajes de las obras de Calderón.2 Buchanan aporta al problema abundantes materiales y recopila además algunos trozos que, aunque posteriores al monólogo, forman con éste un verdadero ciclo literario.3 Monteverdi —que se alarga sobre las fuentes de La vida es sueño en general—, aunque nada nuevo propone sobre este monólogo, fija así las conclusiones de Buchanan: “Entre los pasajes anteriores a La vida es sueño que pone Buchanan, sólo el del Barlán y Josafá y los de Lo que ha de ser de Lope de Vega —y, a lo sumo, el gracioso soneto de Guillén de Castro ‘Apenas tiene pluma el avecilla’…— pueden relacionarse directamente con el monólogo de Segismundo. Y ofrecen ocasionales semejanzas con este tema algunos pasajes de otros dramas calderonianos, citados también por Buchanan”.4 Menéndez Pelayo había recordado vagamente que, según lo advierte el traductor Fernández Vinjoy, el pensamiento filosófico de los “monólogos” en La vida es sueño parece proceder de Filón Hebreo, La vida del político.5 Buchanan, que no pudo consultar esta fuente, la creyó relativa al monólogo estudiado; pero por el análisis que de los trozos de la traducción latina de Filón hace Monteverdi, veo que éstos no atañen a dicho monólogo, sino al que comienza “Es verdad, pues reprimamos”, y, en todo caso, al concepto de la vanidad de la vida y, con menos probabilidad, a la fábula que da asunto a la tragedia calderoniana.6 Northup señala las semejanzas entre La vida es sueño y Los yerros de naturaleza, de Calderón y Antonio Coello.7 Farinelli, además de las varias observaciones recogidas en las notas de este artículo, señala alguna derivación extranjera del tema. Pero, dado el carácter de su obra, sólo ha tocado de paso nuestro asunto: “Di proposito —escribe— accenno a qualche derivazione, e non mi sbizzarrisco elencando le fonti così dete…”8
Resulta de las anteriores investigaciones que el tema aparece en varias obras de Calderón, sin que se pueda fijar cronológicamente la primera forma en que se produce; que, además, para la época de Calderón “un simile confronto era divenuto un luogo comun” (Monteverdi). Que aunque no haya que buscarlo en Filón Hebreo, el motivo del soliloquio “risale ad una antichità rispettabile” (Farinelli). Que hasta donde se infiere por los trabajos anteriores, “Lope de Vega was probably the first to transplant the conceit to Spanish soil” (Buchanan). Por todo lo cual este estudio no debe plantearse como una simple averiguación de fuentes, sino como la historia de un tema que se desenvuelve en la literatura, plegándose al criterio de cada época. Por lo demás, conviene referirse constantemente al monólogo de Segismundo, que representa la culminación del tema.
Las siguientes observaciones tienen por objeto corregir y ampliar el cuadro anterior, no sin limitar antes nuestro campo. Hay en el monólogo de Segismundo dos ideas centrales. Concéntrase la primera en la frase “el delito mayor / del hombre es haber nacido”, y la segunda en el estribillo “Y teniendo yo más alma / tengo menos libertad”. La primer idea —compendio del pesimismo práctico— es, por lo menos, tan antigua como la fábula de Sileno y Midas, y recuerda las lamentaciones de Job. La segunda —inferioridad del hombre entre los demás seres naturales, ya en cuanto a su suerte en general o ya en cuanto a su libertad— es, acaso, tan antigua como los orígenes mismos de la fábula zoológica. Ya asegura el Eclesiastés que la humanidad no tiene preeminencia sobre los brutos. Homero exclamaba que el hombre es la más triste de las bestias del campo; y la oda anacreóntica —bien que en ella la conclusión sea inversa— compara a la mujer, armada de su sola belleza, con el toro, el caballo, el león, el pez, el ave y el hombre. Y adviértase que en los ejemplos que nos da la literatura ni se trata siempre del género humano, sino de tal o cual persona, ni siempre de la libertad metafísica, sino de la corporal; pero el poeta procura elevarse, simbólicamente, hasta esas especies filosóficas. La primera idea de este monólogo fácilmente se transforma, a poco que el espíritu cristiano la rectifique, en el tema del desengaño, que inspira el segundo monólogo de Segismundo: “Es verdad, pues reprimamos”. Buscar sus manifestaciones en España sería, mucho más que una investigación literaria, emprender un examen filosófico de toda nuestra tradición escrita y oral, y acaso de toda una fase del pensamiento europeo, glosando, una vez más, las coplas de Manrique. No lo intentaré. Me limito, pues, dentro de la literatura española, a estudiar la segunda idea: la comparación entre los objetos naturales y el hombre, cualquiera que sea el concepto de esa comparación, puesto que en la trama y mecanismo de ésta consiste la unidad del tema: la mente literaria, en efecto, no procede sólo por asociaciones ideológicas, sino también por simples asociaciones verbales.
Comenzaré por el teatro, donde, por lo visto, el tema se había desarrollado abundantemente en el siglo XVII. La conjetura de Buchanan sobre la prioridad de Lope de Vega no puede mantenerse, ya se trate de las letras españolas en general, o ya particulamente del teatro. Pero acaso fue Lope de Vega quien, dentro del teatro, dio al tema verdadera popularidad. En las anteriores notas he recogido los datos que sobre este punto proporciona la erudición, procurando incorporar al estudio algunos que andaban dispersos. A ellos puedo añadir los siguientes:
Francisco de Rojas en su comedia de Progne y Filomena. Habla ‘Filomena’:
El aire, el ave y el cristal sonoro,
todos hallan venganza, y yo la ignoro:
Aquel monte, que primero
sufrió al año ofensas mil,
ya le desagravia abril
de las injurias de enero;
del ave el curso ligero
halló su consorte igual,
y el fugitivo cristal
halló el centro a su corriente;
pero mi mal solamente
se descuenta con mi mal,
Clicie, que al sol enamora,
si con ingrato arrebol
suele marchitarla el sol,
la reverdece la aurora;
nube que el reflejo dora,
aunque vierta su cristal,
la entrega nuevo caudal
aquel vapor diligente;
pero mi mal solamente
se descuente con mi mal.
Reina la rosa divina
del clavel y de la flor,
para manos de rigor
conserva arqueros de espina;
yedra allí, al riesgo vecina,
no encuentra consorte igual,
y con amor natural
la abraza el olmo prudente;
pero mi mal solamente
se descuenta con mi mal.9
Del mismo Francisco de Rojas, Los bandos de Verona, donde dice ‘Julia’ a su padre:
Señor, si el cielo me deja
obrar con el albedrío,
imita a Dios, y no quieras
hacer lo que Dios no hizo.
La nube arbitria en los vientos,
y el aire diáfano y limpio
se mancha con sombras negras;
flor hay que cierra el capillo
a la noche, y a la aurora
sale a lograr el rocío;
hurón de plata, el cristal
roza la peña a su arbitrio,
y, aunque por frágil arena
brotará al prado florido,
eligieron sus audiencias
la dificultad del risco;
el ave manda en el viento,
y aunque él se oponga atrevido,
o le vence con las alas
o le corta con el pico;
fiera elige de su especie
la otra fiera; blanco armiño
—símbolo de la pureza—,
o no vive o vive limpio;
la palma cuaja en el prado
—gigante vegetativo—,
a la vista del consorte,
el embrión amarillo.10
Pero donde verdaderamente conviene fijarse es en el teatro anterior a Lope de Vega, que hasta hoy no ha sido explorado en lo que compete a nuestro tema. Éste se esboza vagamente: unas veces se precisa y otras se diluye. No creo haber sorprendido todas sus apariciones. Las que cito a continuación las agruparé según las fases principales del teatro en el siglo XVI: 1) Al comenzar el siglo, Juan del Encina y la abundante producción popular que de él deriva en églogas, farsas, representaciones y autos. 2) Después, menos copiosa, pero más cercana al tipo definitivo de la comedia, la corriente derivada de Torres Naharro y La Celestina, y del recuerdo de los modelos italianos. 3) La imitación “formal” de La Celestina, que se manifiesta en el empleo de la prosa, produce algunas obras irrepresentables, que caen, sin embargo, dentro de la historia del teatro. 4) El esfuerzo de los humanistas por resucitar la tragedia clásica (Villalobos, Pérez de Oliva, Simón Abril, Díaz Tanco, Bermúdez). 5) En la segunda mitad del siglo, Lope de Rueda y la imposición de los modelos italianos. 6) Al finalizar el siglo, Cueva, Virués y Rey de Artieda ensayan el drama romántico, nacional, que contiene ya la materia prima de la “Comedia”.11
Como manifestación previa debe considerarse la de Rodrigo Coto en el Diálogo del Amor y el Viejo. Aparece allí la idea del amor universal en estos términos:
En el aire mis espuelas
fieren a todas las aues,
y en los muy hondos concaues
las reptillias pequeñuelas:
toda bestia de la tierra
y pescado de la mar
so mi gran poder s’encierra,
sin poderse de mi guerra
con sus fuerças amparar.
Algún ave, que librar
se quiso de mi conquista,
solamente con la vista
le di premia d’engendrar:
mi poder tan absoluto
que por todo cabo siembra,
mira cómo lo secuto:
árbol hay que no da fruto,
do no nasce macho y hembra.
Pues que ves que mi poder
tan luengamente s’estiende,
do ninguno se defiende
no te pienses defender…12
Aquí, como se ve, la “valoración natural” del hombre consiste en declararlo semejante a los animales por lo que respecta al amor, sin que aparezca aún el problema de su superioridad o inferioridad general.
El carácter dramático de este diálogo, dice Menéndez Pelayo, “se acentúa más en otras imitaciones posteriores”. La del códice de la Biblioteca Nacional de Nápoles, estudiada por Miola, contiene también la misma idea en el pasaje que comienza: “Las aves libres del cielo”, donde se describen los efectos del amor en los peces, los animales, el unicornio, las plantas y los hombres.13 Sobre esta idea del amor universal, que aparece en los versos de Examinarse de rey, de Mira de Mescua, citados por Buchanan (p. 245), advierte Farinelli (II, p. 412, n. 24) que conviene referirse al Aminta del Tasso “che lasciò più traccia anche nell’ opera drammatica calderoniana”. Y, en efecto, al comenzar el siglo XVII, Juan de Jáuregui traducía así los versos del Tasso:
Mira allí aquel palomo
con qué dulces arrullos y caricias
besa a su compañera;
oye aquel ruiseñor de ramo en ramo
cómo salta cantando: “Yo amo, yo amo”.
Pues la culebra, si es que no lo sabes,
deja el veneno, y corre
fervorosa al amante.
Siente de amor el tigre;
ama el bravo león. Tú sola, fiera,
más que las fieras todas,
le niegas en tu pecho acogimiento.
Mas ¿qué digo león, serpiente y tigre,
que tienen sentimiento?
También aman los árboles y plantas.
Y cuenta los amores de la vid, el abeto, el pino, el fresno, el sauce, la encina: “Y si tuvieras tú de amor sentido, / bien sus mudos suspiros entendieras”.14
Entrando ya en el siglo XVI, y comenzando por el primer grupo dramático, nos encontramos con que, a pesar de ser la definición del amor y sus efectos uno de los motivos obligados en el teatro de Juan del Encina, no se da en él la comparación del hombre y los demás seres bajo este respecto. Encontramos en cambio, y conviene de una vez discernirla —porque constituye un tema aparte—, la increpación del hombre a la naturaleza, pidiéndole que participe de su duelo. En Emerson, el hombre dolorido exclama: “Hemos venido a perturbar el optimismo de la naturaleza”. Y esta necesidad de comunicar al cielo y a la tierra nuestros duelos y placeres —que es una de las raíces psicológicas de la égloga concebida a la manera de Garcilaso— se da con gran frecuencia en la primera fase dramática del siglo XVI, y suele interceptar también nuestro tema del valor natural del hombre. Hay, pues, que conformarse con seguir las apariciones momentáneas del concepto estudiado, por entre el conjunto de ideas extrañas que lo envuelven.
Así en Juan del Encina, égloga de Fileno y Zambardo (Teatro completo, ed. Acad., 1893, p. 191): “¡Oh montes, oh valles, oh sierras, oh llanos… / oíd mis dolores, si son soberanos”, grita ‘Zambardo’. Más adelante increpa a la mujer, a ‘Cefira’, cruel sobre todas: “La sierpe y el tigre, el oso, el león… / Por curso de tiempo conoscen las voces / de quien los gobierna, y humildes le son. / Mas ésta, do nunca moró compasión… / Ni me oye, ni muestra sentir mi pasión”. Y en la égloga de Plácida y Vitoriano (p. 266): “Por las ásperas montañas / y los bosques más sombríos / mostrar quiero mis entrañas / a las fieras alimañas, / y a las fuentes y a los ríos; / que, aunque crudos, / aunque sin razón y mudos, / sentirán los males míos”. En la misma pieza dice ‘Suplicio’, tratando de consolar al amante con el ejemplo de la mutabilidad de la naturaleza: “Un león muy fuerte y bravo / por maña y arte se aplaca… / un muy atorado clavo, / con otro clavo se saca… / y lo que tiñe la mora / ya madura y con color, / la verde lo descolora; / y el amor de una señora / se quita con nuevo amor”. Y siguen ejemplos tomados de la leyenda clásica (pp. 272-73). Adviértase que todos estos pasajes pertenecen a la última manera de Juan del Encina.
En Lucas Fernández encontramos también aquel anhelo de comunicar y comparar con la naturaleza los afectos humanos. En cierta farsa o casicomedia que recuerda el principio de la Ardamisa de Negueruela (Églogas y Farsas, ed. Acad., 1867, p. 67), dice la ‘Doncella’: “Los graznidos de las aves, / con los gritos que daré, / gozaré / por cantos dulces, suaves; / de los osos sus bramidos / serán ya mi melodía… / Y en señal de mi gran luto, / los verdes sotos y prados / y cerrados / ternán su frescor corruto”. Y en la Farsa de Prabos del Carrascal (p. 97) dice el ‘Soldado’: “La luna llena y crescida / ¿no l’has visto ser menguada? / La nieve fría y helada / ¿no l’has visto derretida?, / ¿Y al hervor con su hervor / descrecer? / ¿Y al toro bravo en melena? / ¿Y a lo verde seco ser? / Ansí, a mi ver, / podrá ser gloria tu pena”. A lo que contesta ‘Prabos’ con la célebre máxima: “La verga nueba del robre / muy fácilmente es torcida; / mas desqu’es viga crescida / no hay fuerza que la desdobre”.
En las piezas de asunto bíblico, fácil es comprender que nuestro tema apunta cada vez que se trata de los dones que Adán recibió del Creador. Este pequeño ciclo representa, por decirlo así, un estado más puro del concepto, más próximo al paradigma calderoniano, aun cuando, por lo general, exprese la tesis contraria a la de Segismundo, es decir, la superioridad natural del hombre. Sin embargo, cuando el objeto de la pieza es describir la caída del hombre, se deja entender que, después del pecado original, el hombre ha quedado en cierto estado de postración ante la naturaleza. He aquí algunos ejemplos:
En La prevaricación de nuestro padre Adán (Colección de Autos, Farsas y Coloquios del siglo XVI de L. Rouanet, 1901, II, pp. 168 y ss.), dice ‘Adán’:
O muger, quanto devemos
[a] aquella suma Bondad!
Ynposible es le paguemos,
si sienpre nos desvelemos,
su gran liberalidad.
Mira con quánto cuydado
procuró darnos rreposo:
de nada nos a formado,
y púsonos en poblado
de güerto tan deleytoso.
Hizo el cielo tan dottado
de estrellas y de planetas,
pues el ayre, tan poblado
de aveçicas, y abitado,
a nuestro querer subjetas.
Los pescados en el mar
y las fieras en la tierra
hizo, por nos sustentar;
púsolo a nuestro mandar,
que nada nos haze guerra.
Los çielos dan movimiento[s]
sólo por nos conservar;
las estrellas, ynfluymientos,
y también los elementos
nos sirven sin descansar.
El fuego nos tienpla el frío,
el ayre defiende el fuego,
el agua con su rroçío
a la sed quita su brío,
la tierra nos da sosiego.
Mira, pues, el alegría
del sol, también de la luna:
cómo el sol alunbra el día,
la luna, la noche unbría;
todos nos sirven a una.
Y cosas más prinçipales,
si las queremos notar:
cómo nos hizo ynmortales,
con sentidos rracionales;
mercedes de no olvidar.
Este plácido optimismo, anterior a la Culpa, tiene su reverso en la envidia de ‘Lucifer’, que dice:
Muy grande agravio rreçibo:
¡que me haga Dios captivo
y dé al honbre libertad!;
Él hecho de puro lodo,
y él criado en el vil suelo,
¿me a de esceder en todo?,
y yo, hecho de otro modo
dentro del eterno cielo;
Yo, de profunda grandeça,
de profundo entendimiento,
mi memoria y sobtileza
es sobre naturaleça:
pues ¿qué fue mi abatimiento?
Ver mi astuçia y mi rrazón
me causa gran desconsuelo;
¡ver mi alta creaçión
y ver la baja naçión
del honbre subir al çielo!
Yo, de virtudes dotado
sobre todas las criaturas;
yo, el más alto y sublimado,
¿e de ser sobrepujado
destas terrestres figuras?
De mis potençias rreniego
del modo que en mí an quedado…
Yo, por sólo un pensamiento,
del çielo ynpíreo fui hechado,
sin aver más miramiento.
¿Y un pobre honbre, anbriento,
piensa rreynar en mi estado?…
Yo, en el domingo criado,
día de toda alegría,
antes qu’el honbre formado,
y él en viernes fue acabado,
¿tiene tanta fantasía?
Repárese en las interrogaciones que vuelven de cuando en cuando, como en el monólogo de Segismundo. Adviértase cómo la actitud de Lucifer ante el hombre es la misma de Segismundo ante los demás seres naturales o, más propiamente, la misma del hombre en el auto sacramental de La vida es sueño. Este auto, por su carácter, se relaciona mejor que el drama de igual nombre con los autos viejos de que ahora tratamos. Y así, el orgullo luciferino del antiguo teatro religioso está representado por el orgullo natural del teatro clásico.15 En cuanto a las mercedes que de Dios ha recibido el hombre y que se complace en mostrar a su compañera, más tarde —cometida la culpa— se convierten en otros tantos cargos contra él. Así, volviendo al auto de la Prevaricación de Adán, el Coro 1o dice (p. 183): “Diole ser y movimiento / Dios por su grande bondad, / no por su meresçimientto, / ¡y a tenido atrevimiento de hazer tan gran maldad!”, y el Coro 2o: “Diole memoria y saber / voluntad y entendimiento, / y razón para escojer / conforme al propio querer, / y escojió su perdimiento. // Dióle todo lo crïado, / dióle abrigo y conpañía…”16
El mismo sentido de recriminación tienen los pasajes siguientes:
En La justicia divina contra el pecado de Adán (Rouanet, II, p. 187), dice la ‘Justicia’:
Después qu’el çielo crïaste
y todo el mundo y planetas,
de nada al honbre formaste,
y aun a las fieras mandaste
le fuesen sienpre subjetas.
Dístele una provisión
de tu boca muy patente:
que toda la creación
le rrendiese subjeçión
desde el Oriente a Poniente.
Las aves que tú as crïado,
hasta los peçes del mar,
todo se lo as entregado;
quisiste fuese llamado
como él lo quiso nonbrar.
Ya que su naturaleza
de puro lodo formaste,
le pusiste en gran pureça,
y los attos de flaqueza
a la rrazón subjetaste.
Por tu sçiencia divinal
le diste tal rretitud
que aunqu’el propio natural
quiera apeteçer el mal,
rrazón le traiga a virtud.
Otro don más singular
le dejaste, y señorío:
porque no pueda quejar
que no se pudo salvar,
le diste libre alvedrío.
Lo propio acontece en La residencia del Hombre (Rouanet, II, p. 332), donde dice la ‘Justicia’:
Ya ves que a su semejança
formó Dios el pecador,
y más le hizo señor
de su bienaventurança,
heredero y poseedor:
Diole sentidos, potençias:
y diole libre alvedrío,
y diole tal poderío
que goze sus preminençias:
¡mira tú qué señorío!
Y para mayor favor
le dio, porque no pecase,
para que le aconpañase,
un ángel por guardador…
En la farsa sacramental del mismo nombre y asunto, forma abreviada de la anterior, que aparece en el primer volumen de la colección de Rouanet, el pasaje transcrito está representado por aquél (p. 153) en que dice la ‘Conciencia’: “Diole Dios libre alvedrío”, etcétera.
Con diverso motivo asoma el tema en otras piezas semejantes. En el auto de La visitación de Sant Antonio a Sant Pablo (Rouanet, III, p. 264), San Antonio se encuentra con el sátiro y, habiendo recibido los dátiles que éste le da para su alimento, exclama: “Graçias te doy, Soberano, / que tanto animal criaste, / y con poderosa mano / lo aplicaste y subjetaste / todo para el honbre humano”. Y en la farsa del Sacramento del entendimiento del niño (Rouanet, III, p. 433), dice el ‘Entendimiento’:
… toda cosa es sojuzgada;
Digo, todo lo mundano,
y aun las aves çelestiales,
bravas fieras, animales,
son subjetas a la mano
de los honbres rraçionales.
Luego el honbre es el señor?…
Mas ¿qué digo?, el más potente
acabó míseramente
sin saber quándo. Es herror,
que otro ay más preminente.
Signos, estrellas, sol, luna,
elementos, conposturas
de los çielos, son hechuras
de otra cosa, y ésta es una
de quien todo son criaturas…
Asimismo, suele nuestro tema andar mezclado con el tópico de la controversia sobre la mujer y su posición con respecto al hombre. En la Comedia Tibalda, de Perálvarez de Ayllón, continuada por Luis Hurtado de Toledo (ed. Bonilla, Biblioteca Hispánica, 1903, p. 52), Preteo, tratando de disuadir a Tibaldo de sus amores, dice mal de las mujeres, como lo haría cualquier descendiente del Sempronio de La Celestina. Tibaldo, como el moribundo de La cárcel de amor, emprende entonces el elogio de la mujer, causa de su tormento, comenzando sus razones por la Creación y el pecado original; y cuando compara la mujer con el hombre, la idea calderoniana está a punto de aparecer: “Si myras el águila, ave rreal / que sobre las aves ha preminençia, / henbra es la prima por gran exçelençia: / el macho no puede llamarse caudal; / qualquiera virtud, por don espeçial, / en las mugeres nasçe y se sienbra, / y en los basariscos ninguno no ay henbra, / por ser, como son, ponçoña mortal”. Y luego viene la consabida galería de mujeres ilustres, que se van contraponiendo a los grandes hombres.
Más claramente se ve esta intercepción de ambos temas en la Farsa del matrimonio, de Diego Sánchez de Badajoz (Recopilación en metro, Libros de Antaño, Madrid, 1886, II, p. 13), donde el ‘Fraile’, al atribuir sus respectivos papeles al hombre y la mujer, dice: “Mandóles señorear / sobre las aves del cielo, / y de las bestias del suelo / y los peces de la mar”.
Y en la farsa de Santa Susaña, del mismo (Recopilación…, 1886, II, pp. 134-139), el recuento de las mercedes tiene toda la placidez de aquellos primeros días del Paraíso, y se transforma en una revista encantadora, virgiliana por la belleza y por el tono, de las riquezas de la huerta del hombre. Dice el ‘Ortelano’:
Críanos Dios con su mano,
para nuestras servidumbres,
tantas frutas y legumbres
en invierno y en verano
guindas, cerezas, manzanas,
ciruelas de mil tenores,
ceremeñas y albocores,
moras y peras galanas,
y las albérchigas sanas,
priscos y malacatones,
y duraznos a montones,
y membrillos y granadas,
sofeifas, nueces, nogones,
y las almendras sabrosas,
y castañas y otras cosas
que se guardan en montones,
uvas de cien mil naciones,
higos de estraños nacíos,
los tempranos y tardíos,
naranjas, limas, limones,
toronjas, cidras hermosas,
codornos, peruetanitos,
niésperas.
PASTOR.—
Con sus coxquitos,
en fin, también son sabrosas.
ORTELANO.—
Aceitunas provechosas
de comer y her aceite;
pues froles para deleite,
de cien mil formas graciosas…
El ‘Pastor’ dice a esto con justo asombro: “Es para espantar las gentes / ver nacer tantos primores, / tantas formas y sabores, / frutas, yerbas diferentes”. Pero no basta tanta abundancia, sino que el ‘Ortelano’ quiere todavía abrumarnos describiendo las armonías naturales. “En verano bien frías, / en yvierno calientes” manaban las aguas en el florecido prado de Berceo, y así nacen para nosotros las frutas:
Y an nacen si paras mientes,
para nuestras gollorías,
en el verano las frías
y en invierno las calientes.
PASTOR.—
¿Es posible? Tal regalo
parece contra Natura.
ORTELANO.—
Crió Dios toda criatura
para el hombre, aunquél es malo;
y ansí nos lo cría y dalo
al tiempo ques menester…
De invierno, principio y cabo,
nace el rábano y el nabo,
cardo, puerro y acinoria,
y an las verzas…
y los ajos y cebollas…
Y en los hervientes estíos,
cuando el calor es sin tino,
nace el cohombro y pepino,
badeas, melones fríos,
yerbas de diversos bríos,
muy frías para ensaladas,
y las lechugas nombradas,
y otras de diez mil natíos.
Pues para salsas y olor
ay otras yerbas cien mil,
la presta y el perejil,
culantro que da sabor,
mil albahacas de amor
y yerbas para prestar…
PASTOR.—
Debe ser la propia vida
que hu dada a los humanos,
mantenerse por sus manos
de vestidos y comida.
Y aquí aparece otra noción, la de que hay que merecer tantos bienes con el propio esfuerzo.17 Dice el ‘Ortelano’:
… El hombre que Dios crió
para el trabajo nació,
y el ave para volar…
¡Oh, qué llenos y abundosos
de frutales soberanos
son vuestros cuerpos humanos,
si no los dejáis ociosos!
Frutos hace muy preciosos
de virtudes la bondad;
empero la ociosidad,
zarzales muy espinosos.18
Otras veces, en Sánchez de Badajoz, que muestra tan particular viveza ideológica, el tema aparece considerado bajo otro aspecto bastante cercano al de Calderón; aunque —como vamos viendo que casi siempre sucede en este teatro embrionario— más bien es una réplica contra las ideas de Segismundo. Así, en la Farsa de los Doctores (Recopilación…, 1886, II, pp. 54-55), dice el ‘Pastor’:
Ora, ¿no huera mejor
andar los hombres en cueros,
con sus hatos verdaderos,
cual los dio nuestro Señor?
Si bien miráis arredor
y notáis aquesta cuenta,
todo animal se contenta
con su pielle y su color.
Sólo el hombre, más hacino
que todos los animales,
sayales sobre sayales,
y aon no guaresce el mezquino.
Yo no sé tomalle el tino,
que desnudo nace y muere,
y en la vida siempre quiere
más cobijas que un palmino.
Desque el hombre hu engañado,
de la mujer abatido,
luego procuró el vestido,
que desnudo hu criado.
Parece que abergoñado
de ver cuán mal enpreó
el cuerpo que Dios le dio,
procuró ser cobijado.
Veis aquí, por esta vía
cubrió el hombre en fin, en fin,
su carne por ser rüin.
Si allase, por vida mía,
que mejor cuerpo tenía
de antes, y mejor pelleja
que la lana de la obeja
que ora tray por fantasía,
¡o, qué pasatiempo huera
andar todos en pellejas,
ver las mozas y las viejas
desnudas todo de huera!
Maldito el engaño hubiera
cuando el hombre se casara,
que ora engañan con la cara
y el cuerpo de otra manera.
¿Vistes tan grosera cosa
ni desbarate tamaño?
¡Tapar de color extraño
nuestra carne tan preciosa!
Sí, que tez es más hermosa
la de los cuerpos humanos,
que de babas de gusanos
o de la lana roñosa.
Pero en fin, en fin, acierta;
que nuestra pelleja viva,
desque a muerte hu cautiva,
cúbrese de cosa muerta.
Por muchas partes aparecen en Sánchez de Badajoz las apreciaciones sobre el valor de la vida humana. Así en la Farsa moral que figura en el primer tomo de su Recopilación (Libros de Antaño, 1882, p. 273), dice ‘Job’:
Homo natus de muliere,
que vive tan corta vida,
tan penosa y combatida,
decid: ¿para qué la quiere?
¿Quién hay que no desespere
cuando a la fortuna mira
tantos tiros con que tira,
tantos golpes con que hiere?
Desde el nacer al morir, etc.
Y aquí las increpaciones contra la vida y la invocación a la muerte, de que también está lleno el teatro del siglo XVI. En la Farsa del colmenero (Recopilación…, 1882, I, p. 309) advierto una curiosa trasposición del motivo de los sufrimientos del hombre. Dice el ‘Labrador’:
Bien podéis, señor, creer
que pasa cien mil tormentos,
nieves, yelos, aguas, vientos,
desde el nacer al coger.
Písanlo los animales
mil veces después que nace,
y parte dello se pace
y sufre infinitos males…
Más adelante (p. 315) el ‘Fraile’ aconseja al ‘Pastor’ que imite la vida de las abejas, y la describe con una admiración minuciosa que hace ya pensar en Luis de Granada.
Pero no todo había de ser aproximaciones más o menos vagas como las anteriores, donde el tema aparece entre nociones bíblicas, invocaciones a la muerte, increpaciones contra la vida, que probablemente lo desvirtúan. Más puro, y acaso derivado de su verdadera fuente clásica (que más adelante encontraremos), nos lo ofrece Fernán López de Yanguas, de quien con razón aseguraba Juan de Valdés que muestra bien ser latino. En su Farsa del mundo y moral (Teatro español del siglo XVI, publ. por U. Cronan, Sociedad de Biblófilos Madrileños, I, 1913, pp. 419 y ss.), dice el ‘Apetito’:
Ninguno no nasce tan bien fortunado,
por bien que Fortuna le trayga en su rueda,
que en algunos tiempos no gima, o no pueda
su poco o poquillo caer de su estado.
Por esso mil vezes y más he pensado
con nusco mostrarse madrastra Natura,
pues todas las cosas que engendra procura,
y nunca del hombre le toca cuydado.
Bien puedo a la clara prouar mi intención,
puesto que en nada despunte de agudo,
que al hombre en nasciendo lo dexa desnudo;
ni nace con capa ni con çamarrón.
Si nasce vn cabrito, ratón o león,
vn llovo, vna liebre, vn tigre, vn camello,
luego Natura los cubre de vello
y contra Fortuna les da defensión.
A vna águila, garça, perdiz o paloma,
y a todas las aues bolantes, en suma,
luego las cubre, quien digo, de pluma,
y muy a su cargo las tiene y las toma;
y porque el inuierno ni el sol no carcoma
los árboles verdes con yelos o llamas,
dioles cortezas, y a peces escamas
con que se defiendan de fuegos y broma.
Con solos los hombres se muestra profana,
lo qual yo lo puedo muy claro prouar:
luego en nasciendo los muestra a llorar,
y desta dolencia muy tarde los sana.
Ninguno no come si bien no lo gana,
puesto que sea chapado garçón.
Yo hallo que tiene Natura razón,
pues no le contenta la gente haragana.
No sé qué me escoja, yo estoy reperplexo.
Sobreste negocio, con todo mi acuerdo,
ni sé si me gano, ni sé si me pierdo:
biuir con el Mundo o en yrme más lexo.
¿Qué haré si me toma? Mas ¿qué si le dexo?
¿Adónde yrá el buey que dexe de arar?
MUNDO.—
¿No acabas, mancebo?
APETITO.—
No puedo acabar,
ques larga la tela que texo y destexo.
Por vía de iniciación, he procurado detenerme en algunos temas ajenos, que aparecen mezclados con el que venimos rastreando, para que el lector aprecie por sí mismo el conjunto o sistema ideológico en que dicho tema se presenta. Más sintéticamente podré proceder en adelante. Estudiaré las demás fases del teatro anterior a Lope, así como otros campos de la literatura española.
Entretanto, basta lo anterior para convencerse de que en el monólogo de Calderón hay circunstancias que faltan en el de Lope y que se encuentran ya en López de Yanguas, por ejemplo. Tales son las referencias a la piel, la pluma, la escama, el pelo de los animales. Anterior a Lope desde luego, el tema llegaba al poeta de Segismundo a través de una elaboración más amplia y complicada de lo que se había juzgado. No se podría ya repetir, con Menéndez Pelayo,19 que el monólogo de Calderón está “calcado” en el de Lope. Finalmente, salvo en el caso de López de Yanguas, se advierte que la valoración natural del hombre (Adán y Eva en la mayoría de los casos) sólo se produce de un modo episódico o secundario: en la inmensa cuna de la naturaleza —como en un paisaje de primitivo— se pierden las dos figurillas desnudas. Falta aún que un sentimiento más fuerte de la vida, fecundando el tema en el sentido del optimismo o del pesimismo, haga adelantar a primer término la figura humana.
L’homme n’est qu’un roseau, le plus faiblede la nature; mais c’est un roseau pensant.
PASCAL
Hasta aquí procuré reseñar brevemente los anteriores trabajos sobre la materia, y destacar las conclusiones a que se había llegado. Añadí además algunos datos que permiten rectificar y ensanchar esas conclusiones, particularmente en lo que se refiere al desarrollo del tema dentro del teatro español anterior a Lope.
Y pasemos ahora —sin pretender agotar los datos— a la segunda fase del teatro “quinientista”.
Comienza esta segunda fase con Torres Naharro, y en él y en otros autores de su grupo puede encontrarse desde luego la idea de la simpatía entre el hombre y la naturaleza, con una frecuencia que sería ocioso puntualizar. Pero al lado de esto aparece también nuestro tema. Véase la Jacinta, de Torres Naharro (III, 97):
Los cielos altos, süaves,
fuego y ayre tan gentil,
la tierra gruesa cevil,
mar y ríos con sus naves,
ligeras cosas y graves,
las bestias y los pescados,
y las yervas y las aves,
hasta los cantos pesados,
cualesquier elementados,
tanto el bueno cuanto el ruin,
procuran siempre aquel fin
para que fueron criados.
Sólo el hombre peccador
huye del mando divino,
buscando siempre camino
de perdurable dolor;
sólo el hombre sin amor
rompe la santa ordenanza,
sabiendo qu’el Hacedor
lo hizo a su semejanza.
Donde, como se ve, toda la culpa de la postración humana recae sobre el hombre mismo.
Micael de Carvajal —familiarizado tal vez con la antigüedad, y que en la carta al marqués de Astorga impresa al frente de la Josefina