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He aquí el fascinante libro de un escritor sin obra, de un poeta boxeador, o de un boxeador poeta, que a los 31 años zarpó en un barco y nunca se lo volvió a ver. Las cartas de amor de un personaje mítico en una época también mítica. Las cartas de Arthur Cravan, «héroe del siglo XX», como lo llamara André Breton, a Mina Loy, poeta y pintora. Ambos apellidos, Cravan y Loy, eran seudónimos: los dos personajes quisieron inventar parte de sus vidas. Los dos vivieron en el París de las vanguardias, los dos mezclaron el gran arte con cierto desorden en el vivir, quizá porque, más allá de la creación artística, entendieron la modernidad como un nuevo arte de vivir. Las cartas de este volumen narran viajes y separaciones, fantasías y desencuentros. Cravan se muestra unas veces depresivo; otras, exultante de amor. Escribe sin parar a su amada, en ocasiones incluso tres cartas al día. Cartas completas, cartas interrumpidas, tarjetas postales… Hasta su misteriosa desaparición en el golfo de México.
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Seitenzahl: 48
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SERIE MENOR, 19
Arthur Cravan
CARTAS DE AMOR A MINA LOY
TRADUCCIÓN MANUEL ARRANZ
EDITORIAL PERIFÉRICA
PRIMERA EDICIÓN: febrero de 2012
PRIMERA EDICIÓN EN ESTA COLECCIÓN: septiembre de 2024
© de la traducción, Manuel Arranz, 2012
© de esta edición, Editorial Periférica, 2024. Cáceres
www.editorialperiferica.com
ISBN: 978-84-10171-17-6
La editora autoriza la reproducción de este libro, total o parcialmente, por cualquier medio, actual o futuro, siempre y cuando sea para uso personal y no con fines comerciales.
He aquí las fascinantes cartas de amor de un escritor sin obra, de un poeta boxeador, o de un boxeador poeta, que desapareció a los 31 años y nunca volvió a ser visto. Las cartas de un personaje mítico en una época también mítica. Las cartas de Arthur Cravan, héroe del sigloXX, como lo llamara André Breton, a Mina Loy, poeta y pintora.
Arthur Cravan fue el seudónimo elegido por Fabian Avenarius Lloyd para pasar a la posteridad, para convertirse en leyenda.
Nació en 1887 en Lausana (Suiza) y era sobrino de Oscar Wilde. Vivió, hasta instalarse en París en 1909, en Londres, Nueva York, California, Berlín, Birmingham, Múnich, Florencia y en el continente australiano. Ejerció muchas profesiones (peón, leñador, cochero, profesor de pugilismo…) y su obra literaria cabe en un bolsillo.
Fue boxeador (pasó por el club de Fernand Cuny, donde se formó), escritor y editor (de su revista Maintenant, de la que fue también único redactor). Amigo de Kees van Dongen y Robert Delaunay, debatió con Picasso, Duchamp y Picabia (quien lo retrató), y el poeta Blaise Cendrars dijo de él que era «el profeta del dadaísmo».
Mientras vivía en Francia se casó por primera vez; impartió conferencias delirantes y boxeó por media Europa.
Su figura, en todos los sentidos, estuvo muy presente en el París previo a la Pri-mera Guerra Mundial, de la que huyó, abandonando Francia, para refugiarse en Barcelona (donde sería profesor de boxeo) y, más adelante, embarcarse con destino a Nueva York, donde conocería a su segunda mujer, Mina Loy.
En 1918, después de recorrer primero todos los Estados Unidos, Canadá y (ya junto a Mina Loy) buena parte de Latinoamérica, Arthur Cravan desapareció, a bordo de una barca provista de vela, en algún lugar del golfo de México. Su cuerpo, de casi dos metros de altura, como le gustaba fanfarronear (en realidad medía 1,90), nunca fue encontrado.
A la vez documento y ficción, su vida se ha contado un sinfín de veces, incluso en España, donde su popularidad obedece fundamentalmente al ensayo que le dedicara Maria Lluïsa Borràs. El cartel de su combate con el excampeón del mundo de los pesos pesados Jack Johnson, en la Barcelona de 1916, decora hoy los hogares de muchos jóvenes mitómanos. Lo publicó, en edición facsímil, la siempre añorada revista Poesía.
Posteriormente, han sido numerosas las aproximaciones literarias y periodísticas a la vida y la obra de Cravan. Decenas de artículos en los últimos años han ido acrecentando su leyenda. Entre los más documentados y «definitivos», los de Pascual Gaviria en El Malpensante y Vicente Molina Foix en El País.
El propio Molina Foix ha señalado «el gran poder de seducción que una figura tan marginal, tan estrafalaria y tanto tiempo olvidada ha ejercido en los últimos treinta o cuarenta años dentro de España». «Fascinación sobre Eduardo Arroyo, que lo pintó y le siguió la pista dentro y fuera del ring; sobre la crítica y escritora de arte Maria Lluïsa Borràs, autora de una muy documentada biografía de Cravan y una exposición-homenaje en el Retiro madrileño en 1993; sobre los dos Enriques catalanes que vieron su sombra, el poeta de Sabadell Enric Casassas y el novelista de Barcelona Enrique Vila-Matas; sobre Gonzalo Armero, que dio cabida en el año 1992 a un excelente dosier sobre el autor en la revista Poesía; sobre el cineasta Isaki Lacuesta, autor del tan interesante falso documental de 2002 Cravan versus Cravan; sobre el poeta Antonio Martínez Sarrión, que le dedica un epígrafe muy agudo en su reciente libro Sueños que no compra el dinero. Y, dicho con una mezcla de modestia y orgullo, sobre el autor de estas páginas, que siendo un joven licenciado de viaje en París compró, leyó, subrayó y conservó hasta hoy un librito estrecho y largo publicado aquel mismo año, 1971, cuyo autor, Arthur Cravan, le era totalmente desconocido. Amante de los títulos bizarros y estricto no fumador, aquel joven licenciado en Filosofía se enamoró del que llevaba el librito: J’étais cigare [Yo era cigarro].»
ARTHUR CRAVAN
Gaviria: «Cravan no era muy querido entre sus colegas de las ligas boxísticas y los círculos literarios. La mayoría de los escritores lo miraban con desprecio, veían en él a un bufón desvergonzado, un vendedor de injurias que seguía al pie de la letra esa consigna de los alborotadores según la cual la gloria es un escándalo. Sir Arthur Cravan se definía como el poeta con los cabellos más cortos del mundo y aseguraba considerar el arte como un medio y no como un fin. En su particular ranking, los deportistas, los ladrones del Louvre y los locos estaban por encima de los artistas. Por su parte, los boxeadores lo veían como un señorito que se las daba de rudo. Muy blanco para estar en los cuadriláteros y muy elocuente y bien peinado. “Rellenar mis guantes de boxeo con rizos de mujer”, escribía Cravan en su revista para ganarse la animadversión de los pegadores. Se le acusaba de degradar el boxeo con sus pantomimas de poeta duro. Su primer título lo ganó gracias a la enfermedad de su rival, quien no pudo presentarse al ring