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Esta colección de relatos para niños, publicados por primera vez en un solo volumen, nos revela la faceta más entrañable, divertida e imaginativa de la obra de Clarice Lispector. Con un estilo fresco y directo, que interpela al lector para hacerlo partícipe de sus historias, transforma experiencias cotidianas, algunas autobiográficas, en cuentos llenos de magia y grandes dosis de humor. Con ilustraciones de la reconocida artista Mariana Valente, nieta de la autora.
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Seitenzahl: 98
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Edición en formato digital: octubre de 2021
Títulos originales: A mulher que matou os peixes (1966), O mistério do coelho pensante (1967), A vida intima de Laura (1974), Quase de verdade (1978), Como nasceram as estrelas (1987)
© Paulo Gurgel Valente, 2021
© De las ilustraciones de cubierta e interior, Mariana Valente
© De la traducción, Mercedes Pineda
Diseño gráfico: Gloria Gauger
© Ediciones Siruela, S. A., 2021
Todos los derechos reservados.
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Ediciones Siruela, S. A.
c/ Almagro 25, ppal. dcha.
www.siruela.com
ISBN: 978-84-18859-57-1
Conversión a formato digital: María Belloso
Prólogo de PAULO GURGEL VALENTE
Casi de verdadCuentos para niños
La mujer que mató a los peces
El misterio del conejo pensante
La vida íntima de Laura
Casi de verdad
Cómo nacieron las estrellas Doce leyendas brasileñas
Autora
Para hablar de la obra infantil de Clarice Lispector, nada mejor que empezar leyendo sus propias palabras. He aquí un extracto de la entrevista que concedió al periodista Julio Lerner en la cadena de televisión brasileña TV Cultura de São Paulo, en febrero de 1977:
¿Cómo describiría a la Clarice Lispector dedicada a la literatura infantil?
Comenzó cuando mi hijo tenía seis años, seis o cinco años, y me ordenó que escribiera un cuento para él. Y lo escribí. Después lo guardé y ya no le volví a prestar atención. Hasta que me pidieron un libro infantil. Y dije que no tenía nada. Me había olvidado por completo de aquel libro. Para mí era poca literatura, no quería publicar aquello. Era para mi hijo. Entonces, me acordé: «Bueno, sí que tengo algo, sí». Y se publicó. Se publicaron tres libros de literatura infantil, y ahora estoy escribiendo el cuarto.
¿Es más difícil para usted dirigirse al adulto o al niño?
Cuando me dirijo al niño, es fácil porque soy muy maternal. Cuando me dirijo al adulto, en realidad me estoy dirigiendo a lo más secreto de mí misma.
¿El adulto es siempre solitario?
El adulto es triste y solitario.
¿Y el niño?
El niño tiene la fantasía en libertad.
En el prefacio de «El misterio del conejo pensante», Clarice explica cómo comenzó a escribir libros para niños, como yo entonces, protagonista del cuento. Así lo recuerdo: al ver a mi madre trabajar en el salón de casa, con su máquina de escribir en el regazo y ocupada con las tareas domésticas, le dije en tono de ultimátum y con el aire tiránico propio de los más pequeños: «Escribes para tantas personas…, ¿por qué no escribes para mí?».
Entonces vivíamos en Washington DC, Estados Unidos, mi padre era diplomático en la Embajada de Brasil. Yo había nacido allí, y en casa hablábamos casi más en inglés que en portugués. Por eso el texto surgió en inglés, supongo que fue mi madre la que hizo la versión en portugués. Fue una estancia larga, desde que nací hasta que regresamos a Brasil pasamos allí seis años.
Todavía hoy mucha gente me pregunta por el secreto de la huida de los conejos, que sigue siendo un misterio para imaginar y debatir en familia, algo de lo que fui testigo infinidad de veces.
Era una casa inolvidable, no solo por ser la casa de mi infancia, sino porque estaba llena de animales: como mi amigo fraternal Jack Valente —en Estados Unidos los animales llevan el apellido familiar, una simpática tradición—, un escarabajo encantador, patitos y polluelos y demás. Mi infancia en aquella casa estuvo repleta de animales que, como sucedió en su propia infancia, también inspiraron a Clarice.
Los demás cuentos infantiles de Clarice son autobiográficos, excepto (imagino…) los extraterrestres de Júpiter en «La vida íntima de Laura», fruto de la ficción. Es más, hay otro relato, «Miss Algrave», que se recoge en el libro El vía crucis del cuerpo, donde aparece un personaje de Saturno…
También soy el protagonista de «La mujer que mató a los peces». Esta vez me fui de viaje y dejé a mis peces dorados en el acuario de casa, y mi madre se olvidó de darles de comer, probablemente ocupada en cosas más serias. En este cuento, autobiográfico, relata sus vivencias con un cachorro en Italia. Igual que en otras crónicas suyas sobre monos, sobre la esperanza —un insecto brasileño—, todo es real, casi una descripción periodística.
En «Casi de verdad», la historia es sobre Ulisses, el perro callejero que acompañó a mi madre hasta el final de su vida, muy alegre y cariñoso. Ulisses incluso participó en una entrevista que Clarice concedió a un importante semanario, con fotografía y todo.
Yo mismo intervine de manera especial en «Cómo nacieron las estrellas. Doce leyendas brasileñas». A Clarice la contrataron para escribir estas leyendas —en realidad, para reescribirlas con su propio estilo, ya que son historias tradicionales de Brasil— para un calendario de una fábrica de juguetes en Brasil. Pasados los años, me di cuenta de que estas leyendas eran muy sensibles y particulares, así que acordé con la editorial en transformar el texto en un libro infantil. Acerté como «editor», pues este libro es muy querido tanto por niños como por adultos.
Los textos infantiles de Clarice son por tanto muy personales, autobiográficos y familiares, y justamente por ello son tan apreciados para leer en familia por padres, abuelos y tíos, antes incluso de que los niños aprendan a leer, a lo que ayudan las ilustraciones que los acompañan. Y así, más adelante, cuando ya sepan leer, podrán llegar a disfrutar mejor de su obra para adultos.
PAULO GURGEL VALENTE
septiembre de 2021
Para Nicole y Cássio.
Para João, Mark y Giancarlo.
Para Karin, Letícia, Mônica, Zilda y Azalia.
Y, sobre todo, para la
Campaña Nacional del Niño.
La mujer que mató a los peces, desgraciadamente, soy yo. Pero os juro que fue sin querer. Encima yo, que no tengo valor para matar nada vivo… Incluso dejo de matar alguna cucaracha que otra.
Doy mi palabra de honor de que soy una persona de confianza y tengo buen corazón: no dejo que ningún niño ni ningún animal sufran cerca de mí.
Pues mira por dónde maté a dos pececillos rojos que no le hacen daño a nadie y que no son ambiciosos: lo único que quieren es vivir.
Las personas también quieren vivir, pero por suerte también quieren aprovechar su vida para hacer algo bueno.
Todavía no tengo el valor para contar ahora mismo cómo sucedió todo. Pero prometo que al final de este libro lo contaré, y vosotros, que vais a leer esta triste historia, me perdonaréis o no.
Os preguntaréis: ¿por qué solo al final del libro?
Y yo respondo:
—Porque al principio y a la mitad os voy a contar algunas historias de animales que he tenido, tan solo para que veáis que únicamente he podido matar a los pececillos sin querer.
Tengo la esperanza de que, al final del libro, ya me conozcáis mejor y me deis el perdón que os pido por la muerte de los «coloraditos», en casa llamábamos a los peces «coloraditos».
Voy a contar antes unas cosas muy importantes para que no os pongáis tristes por mi crimen. Si tuviese la culpa os lo confesaría, porque no les miento ni a los niños ni a las niñas. Solo le miento a veces a cierto tipo de personas mayores porque es la única manera. Hay personas mayores que son tan aburridas, ¿no creéis? No comprenden el alma de un niño. Un niño nunca es aburrido.
De momento solo puedo decir que los peces murieron de hambre porque me olvidé de darles de comer. Después os lo cuento, pero en secreto: solo vosotros y yo lo sabremos.
Tengo la esperanza de que al final del libro me podáis perdonar.
Siempre me han gustado los animales. En mi infancia estuve rodeada de gatos. Tenía una gata que de vez en cuando paría una camada de gatos. Y yo no dejaba que se deshiciesen de ningún gatito.
El resultado es que era una casa muy alegre para mí, pero infernal para los mayores. Al final, como no aguantaban más a mis gatos, me escondieron a la gata con su última camada.
Y me puse tan triste que enfermé con mucha fiebre.
Entonces me dieron un gato de tela para que jugara con él.
Y no le hice ni caso, porque estaba acostumbrada a gatos vivos.
La fiebre solo me bajó mucho tiempo después.
Bueno, vamos a cambiar de tema.
Antes de empezar, quiero que sepáis que mi nombre es Clarice. Y vosotros ¿cómo os llamáis? Decidme bajito cuál es vuestro nombre, que mi corazón lo escucha.
Os pido que leáis esta historia hasta el final. Voy a contar algunas cosas: en mi casa hay animales naturales. Los animales naturales son aquellos a los que ni hemos invitado ni hemos comprado. Por ejemplo, nunca he invitado a una cucaracha a merendar conmigo.
En mi casa hay muchos animales naturales, menos ratones, gracias a Dios, porque me dan miedo y asco.
A casi todas las madres les dan miedo los ratones. A los padres no: incluso les gustan porque se divierten cazando y matando a esos animales que yo detesto. ¿Vosotros sentís lástima de los ratones?
Yo sí porque no son buenos animales para que los queramos y los acariciemos. ¿Vosotros acariciaríais a un ratón? Seguro que vosotros no tenéis miedo y para muchas cosas sois más valientes que yo.
Tengo un amigo que, cuando era niño, crio a un ratón blanco. Me dio tanto asco que solo le daré la mano a mi amigo cuando se me haya pasado el susto. Su ratón era en realidad una rata y se llamaba Maria de Fátima.
Maria de Fátima murió de una manera un poco horrible (digo «un poco horrible» porque en el fondo estoy muy contenta): un gato se la comió con la rapidez con la que nos comemos un sándwich.
Como iba diciendo, los animales naturales de mi casa no fueron invitados. Aparecieron así, de repente.
Por ejemplo: hay cucarachas. Y son cucarachas muy feas y muy viejas que no hacen bien a nadie. Al contrario, incluso me roen la ropa que tengo en el armario.
¿Sabéis que libré una guerra terrible contra las cucarachas y que quien ganó fui yo?
Hice lo siguiente: le di dinero a un hombre que solo hacía eso en la vida: matar cucarachas.
Ese hombre hace una cosa que se llama fumigación. Esparce un remedio por toda la casa. El remedio tiene un olor muy fuerte pero no hace daño a las personas, sino que deja aturulladas a las cucarachas hasta que mueren.
Pero parece que una cucaracha, antes de morir, les contó en voz baja a las otras cucarachas que mi casa es un peligro para su especie, y así la noticia se difunde por el mundo de las cucarachas y ya no vuelven a mi casa. Solo después de seis meses vuelven a tener valor para regresar, pero entonces llamo de nuevo al hombre del remedio, y ellas huyen otra vez.
La cucaracha es otro de los animales que me dan lástima. A nadie le gustan las cucarachas, y todos las quieren matar. A veces el padre del niño corre por toda la casa con una chancla en la mano, hasta que encuentra una y le pega con la chancla hasta que la mata. Me dan pena las cucarachas porque nadie quiere ser bueno con ellas. A ellas solo las quieren otras cucarachas. No tengo la culpa: ¿quién les ha dicho que vengan? Han venido sin que las hayan invitado. Yo solo invito a los animales que me gustan. Y, claro está, invito a personas mayores y pequeñas.