Cautiva y prohibida - Lynn Raye Harris - E-Book
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Cautiva y prohibida E-Book

Lynn Raye Harris

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Beschreibung

Ella sentía especial predilección por lo prohibido… La noticia de que Veronica St. Germaine, la popular y frívola diva del mundo del corazón, se había regenerado y estaba dispuesta a convertirse en soberana de un principado del Mediterráneo había revolucionado a todos los medios de comunicación. El cargo exigía que el guardaespaldas Rajesh Vala la protegiese a toda costa. Pero Veronica no había sido nunca muy amiga de aceptar órdenes de nadie. Él había decidido llevarla a su casa de la playa para que estuviera más segura, pero ella se sentía prisionera allí. Ambos habían comprendido desde el primer momento que la atracción mutua que había surgido entre ellos podría ser un problema…

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Lynn Raye Harris. Todos los derechos reservados.

CAUTIVA Y PROHIBIDA, N.º 2150 - abril 2012

Título original: Captive but Forbidden

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0027-4

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

Londres, finales de noviembre

LA PRESIDENTA de Aliz se había refugiado en el servicio de señoras del hotel.

Veronica St. Germaine se miró al espejo y frunció el ceño. Debía volver con los demás, pero estaba cansada de sonreír, de saludar a la gente y de hablar de cosas insulsas. No se sentía a gusto en aquel lugar. Pero tenía un trabajo que hacer. Debía hacerlo por Aliz. Los ciudadanos la necesitaban y ella no podía defraudarlos. Habían depositado en ella toda su confianza y no podía presentarse con las manos vacías.

Tenía que recobrar la calma y volver al salón con su mejor sonrisa.

No sabía lo que le había llevado a esconderse en aquel cuarto de baño. Tal vez las miradas de deseo de muchos de los hombres de la fiesta, todos vestidos de rigurosa etiqueta, con sus esmóquines negros y sus inmaculadas camisas blancas. O quizá la sensación que tenía de sentirse perseguida por algunos de ellos. Era lo que más odiaba de todo.

Le vinieron a la memoria algunos recuerdos amargos que hubiera preferido olvidar. Hasta los dieciocho años, había llevado una vida muy austera y disciplinada y no había tenido siquiera un amigo.

Suspiró profundamente y sacó el lápiz de labios para arreglarse un poco antes de volver a la fiesta.

Se había pasado las últimas dos semanas viajando, en busca de inversores para su país. No había sido tarea fácil. Aliz tenía unas costas y unas playas maravillosas, pero estaba sumido en un estado de depresión económica lamentable como consecuencia de la mala gestión de sus gobernantes. Era lógico que los inversores quisieran garantías para su dinero.

Ella estaba precisamente allí esa noche para persuadirles de que Aliz era una gran oportunidad, una apuesta segura.

Lo cierto era que todo había resultado más difícil de lo que ella se había imaginado. A veces, no se sentía con la preparación necesaria para desempeñar aquel trabajo. Paul Durand, un viejo amigo de su padre, había sido el responsable de todo. Él la había convencido de que era la única persona capaz de devolver a su país el esplendor pasado.

Sonrió al recordarlo. ¿Quién era ella para ser la presidenta una nación? Sí, gozaba de una cierta fama en Aliz, pero su reputación en general dejaba mucho que desear. Había cometido muchos errores en la vida. Quizá por ello le atraía la idea de poder hacer al fin algo útil. Aliz la necesitaba y ella, después de todo, ya no era la chica alocada que se había escapado de casa de sus padres hacía diez años. En aquella época era muy testaruda y arrogante, aunque bastante ingenua, a pesar de todo. Había decidido verse libre del control de su padre y llevar una vida alegre y disoluta. Había tenido todos los amantes que había querido.

Sintió ahora un dolor agudo en el pecho. Su última relación no había acabado demasiado bien y sabía que ella había sido la culpable de aquel fracaso sentimental.

Había aprendido con los años a volverse insensible, pero sabía también que el dolor se presentaba de las formas más insospechadas. A veces, por la noche, sentía como si un escorpión le clavara el aguijón en el pecho.

Se pasó el dorso de la mano por los ojos. Tenía que olvidar aquellos recuerdos.

Las luces hicieron un amago de apagarse. Había estado nevando copiosamente las últimas horas. Quizá se fuese la electricidad en cualquier momento.

Se miró en el espejo de nuevo y se secó las lágrimas. Luego se pasó una mano por el vestido para alisarlo. Era hora de volver con los demás antes de que se fuese la luz del todo y se quedase sola a oscuras en aquel cuarto de baño.

Soltó un grito ahogado al ver que alguien entraba por la puerta.

Había colocado a un guardaespaldas a la entrada para impedir el acceso.

El intruso era un hombre de negro, muy elegantemente vestido.

Ella se giró furiosa. Aquello era el colmo. Ni siquiera podía tener un momento intimidad. ¿Y el guardaespaldas, dónde estaba?

–¿Quién es usted? –preguntó ella muy altiva pero con el corazón latiéndole a toda velocidad.

El hombre era un tipo alto y llevaba un esmoquin que parecía hecho a su medida. Era moreno y tenía el pelo largo y algo rizado. Lucía un espléndido bronceado en la piel.

Lo había visto antes en la barra, charlando con su viejo amigo Brady Thompson. Eso la tranquilizó un poco. Si conocía a Brady…

–Soy Rajesh Vala.

Rajesh cerró la puerta tras de sí y se metió las manos en los bolsillos del pantalón, quedando los dos encerrados en aquel exiguo espacio. Los espejos de las paredes daban la ilusión óptica de que había más de un hombre con ella. Tragó saliva y trató de controlarse.

Él no dijo nada. Parecía estar esperando a que fuera ella la que hablase. Pero no podía. Estaba atemorizada. Aquel hombre era muy atractivo, con su estatura, su piel tostada y sus ojos dorados como la miel.

–¿Qué le ha hecho a mi guardaespaldas?

–Su personal de seguridad deja mucho que desear, señora presidenta –dijo él con un gesto despectivo–. Cualquier delincuente de poca monta podría haberse acercado a usted.

–¿Cómo se atreve a criticar la profesionalidad de mi equipo de seguridad?

Él se acercó un par de pasos hacia ella y sacó las manos de los bolsillos como si fuera un ave de presa dispuesta a clavar las garras en su víctima. Ella retrocedió instintivamente hasta sentir en la espalda el contacto de la mesita donde había dejado el bolso un instante antes.

–No se asuste. No pienso hacerle daño –replicó él con una sonrisa burlona.

–Entonces apártese y déjeme salir.

Sí, demasiado apuesto, pensó ella. Y, tal vez, demasiado peligroso.

–Me temo que aún no puedo complacer sus deseos, señora presidenta.

–¿Perdón? –exclamó Veronica con la mayor frialdad de la que fue capaz, en un intento de demostrar su autoridad–. Me temo que no me ha entendido. Usted no es quién para poner en tela de juicio mis órdenes. Se lo repito de nuevo, ¿qué le ha hecho a mi guardaespaldas?

Si le ha hecho algo…

Miró al hombre. Parecía un tigre dispuesto a saltar sobre un cervatillo.

–¿Es ese hombre acaso algo especial para usted? –dijo Rajesh, inclinando la cabeza hacia ella.

Veronica agarró el bolso con ambas manos y se lo apretó contra el pecho a modo de escudo.

–Trabaja para mí y yo siempre me preocupo por la gente que está a mi servicio.

–Ya veo. Es admirable por su parte, señora presidenta, pero creo que debería preocuparse más por sí misma.

Veronica solo había tomado una botella de agua con gas, pero se sentía tan aturdida como si hubiera estado bebiendo alcohol toda la noche.

–¿Perdón?

–Usted se pasa el tiempo pidiendo perdón. Me sorprende. Pensé que tenía más carácter.

–Me temo que estoy en desventaja con usted, señor Vala. Por lo que veo, sabe muchas cosas de mí, mientras que yo lo único que sé de usted es que estuvo charlando con Brady Thompson.

–Vaya, veo que estuvo fijándose en mí.

–Me gustaría que dejara de tratarme como una niña y me dijera de una vez lo que quiere.

Rajesh Vala se echó a reír. Era un hombre muy atractivo y sexy.

–Muy bien, Veronica. No me extraña que saliera elegida. Da una imagen de autoridad y competencia muy convincentes. Aunque no sea todo más que fachada.

Ella se sintió ofendida al oír esas palabras, pero decidió no entrar en discusiones. Después de todo, ¿qué podía esperar? Con su conducta del pasado, poca gente podría tomarla en serio.

–Prefiero hacer oídos sordos a sus insinuaciones. Pero ¿me puede decir de una vez por todas a qué venido aquí, señor Vala?

Ella creyó ver un brillo especial en sus ojos y un rictus sensual en sus labios. Se imaginó por un instante lo que podría sentir en sus brazos. Pero llevaba más de un año sin tener la menor relación con un hombre y no se sentía preparada.

–Solo trataba de comprobar la profesionalidad de su servicio de seguridad. Y ya he visto que deja mucho que desear –contestó él, apoyándose con indolencia contra la pared y cruzándose de brazos.

En apariencia, era una pose informal y relajada, pero tuvo la impresión de que estaba tenso, dispuesto a saltar sobre ella, sin previo aviso, a la primera ocasión que se le presentase.

Como un escorpión en la noche.

–¿Y mi guardaespaldas? –volvió a preguntar ella.

–Supongo que seguirá en su paraíso particular. Todo dependerá del aguante que tenga.

Veronica sintió que se ruborizaba intensamente. Desvió la mirada. No podía creer que le afectasen tanto unas simples insinuaciones. Ella era Veronica St. Germaine, una mujer famosa que marcaba tendencia en la sociedad. Había asistido en cierta ocasión a una fiesta en Saint-Tropez con un vestido tan vaporoso y escotado que casi parecía que había ido desnuda.

Ahora, en cambio, se sentía intimidada por la presencia de un desconocido.

–Ese hombre se distrae con mucha facilidad –añadió Rajesh–. Y, por lo que parece, no ha podido resistirse a los encantos de una dulce irlandesa que le sonrió al salir.

–Es usted despreciable.

–No. A mí me gusta hacer bien las cosas y terminar siempre lo que empiezo.

Veronica estaba desconcertada. No estaba segura de si estaban hablando de seguridad o de sexo. Hacía mucho que no había coqueteado con un hombre.

–No me puedo creer que Brady apruebe sus métodos –dijo ella con tono frío y distante, tratando de encauzar la conversación por caminos menos espinosos.

–Tiene razón, no siempre los aprueba. Pero lo que sí sabe es que soy el mejor.

Ella sintió un calor intenso por todo el cuerpo y una cierta debilidad en las piernas. Se sentó en el taburete que había junto al tocador y se puso las manos en el regazo.

–¿El mejor, señor Vala?

Una idea sibilina pasó por su mente. Esa misma mañana, Brady le había dicho que la encontraba muy tensa y estresada. ¿Habría tenido la osadía de contratar los servicios de un gigoló para relajarla? ¿De un playboy profesional sin duda mucho más avezado que su guardaespaldas? No, eso era ridículo. Brady era mucho más sensato que todo eso.

–Soy asesor de seguridad –replicó él, mirándola fijamente.

¿Se pensaría él acaso que iba a dar ahora una palmadita en el taburete para invitarle a sentarse con ella y dar luego rienda suelta a sus instintos?

Quizá en otro tiempo hubiera sido así, pero había cambiado mucho desde entonces. Era otra mujer. Tenía que serlo. Era la presidenta electa de su país.

–No me siento con humor para nada, señor Vala –dijo ella haciendo un esfuerzo para incorporarse del taburete– . Pero le agradezco sus buenas intenciones.

Ahora, si me hace el favor de echarse a un lado, me gustaría volver al salón con los demás.

–Me parece que no ha comprendido bien lo que le he dicho –replicó él avanzando un paso hacia ella.

–Sí, claro que sí. No sé lo que Brady y usted habrán estado hablando, pero no me siento tan desesperada como para eso. ¡Qué estupidez! ¡Cada vez que lo pienso!

Rajesh estaba tan cerca que de levantar el brazo le tocaría con los dedos la solapa del esmoquin. Se sentía embriagada por su perfume. Nítido y picante, como la lluvia y las especias orientales. Como una sofocante y sensual noche en la India.

La luz se apagó durante unos segundos antes de volver de nuevo. El tigre seguía impasible, sin moverse del sitio, con los ojos clavados en los suyos. Ella se sentía atrapada, pero paradójicamente, también segura.

–Volverá a haber más cortes de electricidad. Creo que deberíamos ir a su habitación. Es el lugar más seguro.

–¿El lugar más seguro? ¿Para qué?

–Para usted, por supuesto, señora presidenta.

En la India había muchas cobras. Serpientes que hipnotizaban primero a sus víctimas antes de lanzarse sobre ellas. Tal vez aquel hombre tuviera más de cobra que de tigre… ¿Era eso por lo que sentía aquella languidez y aquel calor tan intenso? ¿Por lo que deseaba cerrar los ojos y apoyar la cabeza sobre su pecho?

Dio un paso atrás, tratando de calmarse. Aquello no tenía sentido.

–Estoy segura de que usted debe de ser muy bueno en su trabajo, pero yo tengo un deber que cumplir y no puedo perder el tiempo con jueguecitos amorosos en el cuarto de baño de un hotel. Le doy permiso para que le diga a Brady que me ha dejado satisfecha, así podrá usted cobrar sus honorarios y yo podré volver a mi habitación.

–Esto sí que tiene gracia –dijo Rajesh, soltando una carcajada–. No sé de qué me está hablando, pero le aseguro que no he venido aquí para su satisfacción.

Lejos de sentirse más tranquila, Veronica se sintió herida en su orgullo. Estaba demasiado acostumbrada a tener a todos los hombres a sus pies como para que viniera ahora aquel intruso a mostrase indiferente con ella.

–Desde que ha venido, lleva soltando insinuaciones y medias verdades. ¿Qué otra cosa podía esperar de mí?

Era una situación realmente embarazosa. Se había puesto en evidencia. Lo más probable era que estuviera casado y su esposa le estuviera esperando en casa con sus diez hijos. Aunque no llevaba anillo de boda.

Pero ella no era una mujer de esas que se derriten al contemplar una casa acogedora con una cerca de madera blanca, una cocina bien puesta y una retahíla de niños riendo y cantando.

Eso era algo que nunca le había llamado la atención. Hasta hacía poco. Hasta que había estado a punto de tener su propio bebé.

Un bebé. Aún seguía extrañándose al oír esa palabra. Cerró los ojos y tragó la bilis que le vino a la boca.

–¿Se encuentra bien? –le preguntó él.

–Sí, no se preocupe.

Las luces hicieron un nuevo guiño.

–Deberíamos ir a su habitación antes de que se corte la luz definitivamente.

–No vamos a ir a ninguna parte –dijo ella secamente.

–Me temo que no está en su mano el impedirlo.

¡Qué insolente! ¡Cómo se atrevía a hablarle de esa manera!

Sintió el impulso de dirigirse a la puerta y empujarle para poder salir, si fuera necesario.

Él, pareciendo adivinar sus intenciones, se adelantó. La agarró del brazo sujetándola con fuerza. Veronica lanzó un pequeño grito. Luego intentó darle una bofetada con la mano que tenía libre, pero él esquivó el golpe con facilidad y le agarró también el otro brazo.

Sin saber cómo, se vio con la espalda apretada contra su pecho. Con una mano le sujetaba las dos muñecas, por detrás de la espalda, mientras con la otra le apretaba con fuerza por la cadera atrayéndola hacia sí. Sintió la firmeza de su pecho musculoso, a la vez que notaba en la parte baja de la espalda la dureza cada vez más ostensible de su virilidad.

–Déjeme marchar –dijo ella, arqueando la espalda para eludir el contacto con su cuerpo.

–Estoy aquí para protegerla.

–¿Protegerme de quién? ¿De usted? –dijo ella sintiendo cada vez con más intensidad la fuerza de sus muslos.

Rajesh se apartó entonces unos centímetros de ella. Eso la desconcertó. ¿Habría dicho alguna inconveniencia?

–De usted misma –susurró él al oído–. Y de la incompetencia de su equipo de seguridad.

–Pues tiene una forma muy original de hacerlo –dijo ella tratando de serenarse–. Yo ya tengo protección, a pesar de lo que usted crea. Si ese hombre ha cometido una negligencia en su trabajo, será despedido inmediatamente y pondremos a otra persona en su puesto.

–Muy bien, Veronica. Me alegra ver que tiene carácter. Por un momento, llegué a pensar que fuera una mujer blanda y benevolente.

–Por favor, ¿me puede dejar pasar? –repitió ella una vez más.

–No estoy seguro –respondió él, acariciándole suavemente las caderas con la yemas de los dedos.

Fue apenas un leve contacto, pero ella se sintió como si estuviera desnuda en la cama con su amante. Cerró los ojos y tragó saliva.

Volvió a producirse un amago de apagón. Pero esa vez la luz se fue de verdad, dejando a ambos sumidos en una negra oscuridad.

Capítulo 2

SE HIZO un silencio tenso e incómodo. Lo único que Veronica podía oír era el sonido rítmico y pausado de la respiración de Raj.

–¿Y ahora qué? –preguntó ella con voz temblorosa. Aquella situación era absurda. Se sentía intimidada por un desconocido. La verdad era que su vida nunca había sido un ejemplo de orden y disciplina.

–Esperaremos –respondió él, tratando de tranquilizarla con las yemas de los dedos.

–¿A qué? ¿No tiene una linterna o algo parecido? Para ser el mejor en su profesión, como usted dice, no le veo muy preparado.

–Se equivoca de nuevo, estoy preparado para cualquier contingencia –le susurró él al oído.

–Demuéstrelo –dijo ella con la voz más dura que pudo.

¿Qué le estaba pasando?, se preguntó ella. El hombre que tenía delante era sin duda muy atractivo, pero ella había conocido a hombres tan atractivos como él. Lo que no podía hacerle ver, por nada del mundo, era que estaba deseando subirse el vestido, sentarse en la encimera del cuarto de baño y abrirse de piernas para él.

Tal vez, Brady había pensado que ella era capaz de hacerlo. No podía culparle. Hacía alrededor de un año, había hecho algo parecido con un hombre tan atractivo y varonil como el tigre de esmoquin que tenía ahora delante.

–Creo que estoy empezando a comprenderla. Parece como si tratase de mantenerse alejada para no ser el centro de atención de todos. Cosa curiosa, teniendo en cuenta que ha sido elegida para desempeñar un cargo público de la máxima responsabilidad.

–Guárdese para usted sus habilidades psicoanalíticas, señor Vala.

–¿No cree que ya va siendo hora de que me llame Raj?

Veronica sintió el calor de su mano alrededor de sus muñecas y la calidez de su cuerpo sobre su espalda desnuda. A pesar de la oscuridad reinante pudo ver el brillo de sus ojos iluminando la estancia como luciérnagas en la noche.

–No veo la necesidad –replicó ella–. En cuanto vuelva la luz, me iré a mi habitación. No tengo la menor intención de volver a verle.

–Usted me necesita, Veronica. Lo crea o no.

–Yo no necesito a nadie –dijo ella muy segura de sí.

Había sido así a lo largo de toda su vida. Excepto en una ocasión.

Raj le soltó la muñeca y se puso a acariciarle la espalda lentamente con las yemas de los dedos, a lo largo de toda la zona que el generoso escote dejaba al descubierto.

–Señor Vala…

–Raj.

–Raj… –dijo ella, como una concesión, pensando que así podría verse libre de aquellas caricias tan peligrosas.

Ardía de deseo, pero no podía dejar que su verdadera naturaleza aflorara a la superficie si no quería resultar herida nuevamente. Sabía que la única forma de conseguirlo era reprimiendo sus sentimientos. Sus sentimientos de deseo y de soledad.

–No me parece su conducta demasiado profesional. ¿O es acaso ahora una práctica habitual entre los asesores de seguridad intentar seducir a sus clientes?

Las caricias de Raj cesaron como por encanto, después de sus palabras. Ella se arrepintió al instante de haberlas pronunciado. Hubiera querido seguir sintiendo sus caricias.

–Lo siento –dijo él, con cierta timidez, apartándose de ella.

Veronica se sintió como mareada al perder el contacto. Y estuvo a punto de caerse de no haber sido porque Raj acudió en su ayuda y la sentó en el taburete. Luego se volvió a apartar de ella. Veronica le buscó en la oscuridad, pero fue incapaz de ver nada. Tuvo un momento de pánico.

–No me dejes aquí –dijo ella, odiándose al instante por su muestra de debilidad.

–No me voy a ir –respondió él.

Su voz sonaba lejana. Oyó la puerta del cuarto de baño. Pensó que iba a abandonarla y a dejarla sola en medio de aquella negra oscuridad. Se sentía perdida.

Tan perdida como en aquella ocasión en que, con dieciséis años, su padre la encerró en el armario del hueco de la escalera como castigo por haber intentado marcharse de casa.

Se puso de pie, a ciegas… Pero se dio un golpe con el pie en una pata de la mesa. Trató de apoyarse en ella, pero solo consiguió doblarse una muñeca.

–¿Se puede saber qué estás haciendo? –preguntó Raj.

Veronica buscó a tientas el taburete, respirando aliviada al tocarle.

–Pensé que me habías dejado.

–Ya te he dicho que estoy aquí para protegerte.

Un segundo después, el cuarto pareció iluminarse por una extraña luz.

–Vaya, veo que después de todo tenías prevista una iluminación de emergencia.

–Sí.

–¿Por qué no la usaste desde el principio?

–Porque primero necesitaba asegurarme de que no hubiera nadie afuera –dijo inclinándose hacia ella y tocándole la muñeca con gesto muy profesional–. Bueno, parece que no ha sido nada. Es solo un pequeño esguince.

Raj se incorporó y la luz que llevaba se apagó.

–¿Por qué tenemos que seguir aquí? ¿Por qué no usamos esa luz para ir a mi habitación?

–¡Vaya! Veo que por fin te avienes a razones –dijo él con una sonrisa burlona.

–Tú eres el que tiene la luz –replicó ella como si fuera la explicación más lógica del mundo.

Veronica sintió entonces un movimiento alrededor suyo. Un cuerpo pesado se sentó a su lado y luego la mano de Raj le acarició suavemente la muñeca. Aquel hombre debía de tener la visión nocturna de un gato.

–Esto es lo que vamos a hacer –dijo él–. Nos quedaremos aquí unos veinte minutos más mientras el hotel recupera la normalidad. Confiemos en que la luz vuelva en ese tiempo. Si no, iremos a tu habitación.

Odiaba que alguien le dijera lo que tenía que hacer, pero ella misma había propiciado esa situación con sus muestras de pánico.

–¿Te contrató Brady?

Raj soltó un gruñido difícil de interpretar.

–Hice algunos trabajos para él en el pasado, protegiendo a sus clientes más importantes.

Ella tuvo que ahogar un gemido de placer al sentir una caricia un poco más intensa en la piel.

–Aprecio tu profesionalidad, pero creo que Brady debería haberme puesto al corriente.

–Él se preocupa mucho por ti.

–Lo sé.

Brady era un verdadero amigo. Y había querido ser algo más que eso, pero ella no sentía lo mismo que él. A pesar de todo, mantenían una gran amistad. Brady era un buen tipo. El tipo de hombre con el que ella podría haber formado una familia. La vida le habría resultado mucho más fácil si se hubiera casado con él.

Raj seguía acariciándole la muñeca de forma suave y pausada. Era una delicia.

¿Por qué ella tenía que fijarse siempre en los hombres que menos le convenían? Hombres como el que le estaba acariciando en ese momento. Atractivos y sensuales pero incapaces de profundizar en el alma de una mujer.

Aunque ellos no tenían la culpa. Ella había levantado durante años un espeso muro para protegerse de sus sentimientos y era natural que a un hombre le costase ver a la verdadera Veronica que había bajo su apariencia frívola.

–¿Aún sigues confiando en tu equipo de seguridad, a pesar de lo que pasó esta noche?

Veronica sintió un escalofrío. Trató de pensar en otra cosa y recordó el anónimo que había recibido esa misma mañana: Zorra. Una simple palabra hecha con letras recortadas de un periódico. Tal vez, obra de un antiguo amante resentido o de un rival político.

Pero la pregunta que le venía ahora a la mente era cómo aquella carta podía haber traspasado todos los filtros de seguridad hasta llegar a la bandeja de su desayuno.

Había interrogado a su secretaria, al guardaespaldas de servicio, a la criada, al portero. Pero nadie parecía saber nada. Entonces, en un momento de debilidad, se lo había contado todo a Brady, de lo cual se arrepentía ahora, pues sin duda había sido él el que había contratado a Raj para mejorar su seguridad.

–Sí, confío plenamente en mi equipo –respondió ella sin saber qué decir.

Un simple anónimo o una pequeña negligencia de uno de sus hombres no podían poner en tela de juicio la competencia de todo el equipo.

–Entonces, con todo respeto, tengo que decirte que eres una ingenua o una estúpida.

–¿Cómo te atreves? –replicó ella muy indignada.

Raj pensó que quizá se había excedido en sus comentarios. Después de todo, él no era un ciudadano de Aliz y quizá le faltasen elementos de juicio para valorar la competencia de Veronica como presidenta de aquel país.