Cautivado por la princesa - Sandra Hyatt - E-Book

Cautivado por la princesa E-Book

SANDRA HYATT

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Beschreibung

Deseaba desatar la pasión que lo consumía Con un compromiso de conveniencia la princesa Rebecca Marconi haría callar a su padre, que la presionaba para que aceptara un matrimonio concertado. Logan Buchanan necesitaba su influencia real para asegurar unos importante contratos en el país de Rebecca. Por eso acordaron limitarse a unas cuantas muestras públicas de afecto perfectamente preparadas, pero Logan no hacía más que pensar en compartir escenarios privados, apasionados y sexys con su prometida fingida… y pronto consiguió que la princesa le entregara las llaves de su castillo.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2011 Sandra Hyatt.

Todos los derechos reservados.

CAUTIVADO POR LA PRINCESA, N.º 1813 - octubre 2011

Título original: Falling for the Princess

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicado en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios.

Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-006-6

Editor responsable: Luis Pugni

Epub: Publidisa

Inhalt

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Epílogo

Promoción

Capítulo Uno

–Lo estás afrontando mal.

La voz, profunda y ronca, rompió la tranquilidad de la luminosa mañana de otoño.

Parecía la voz de Logan Buchanan.

Pero no podía ser. No podía estar allí.

Rebecca Marconi apretó los dedos sobre el asa de la taza y miró cautelosamente hacia atrás. En la terraza del café de la playa sólo había otra persona, un hombre de cabello oscuro que, en ese momento, se quitó las gafas de sol y bajó el periódico que leía.

Era él, Logan Buchanan. La última persona del mundo a quien quería ver.

–¿Adónde me tengo que ir para librarme de ti? –preguntó ella, sacudiendo la cabeza con incredulidad.

Los ojos de Logan, de color chocolate, brillaron con humor.

–A los confines de la Tierra, princesa.

–Pensé que estaba en ellos.

Rebecca llevaba dos semanas de viaje. Primero había estado en Europa, después en el norte de América y al final, tras un vuelo de doce horas y un viaje en coche de cuatro, terminó en un lugar remoto de una península remota de Nueva Zelanda.

–¿Cómo me has encontrado?

Él arqueó las cejas.

–¿Cómo no te iba a encontrar? No has sido precisamente discreta.

A decir verdad, Rebecca lo había intentado. Sólo había asistido a dos actos sociales durante el viaje; uno en Nueva York y otro, en San Francisco. Eran reuniones de amigos que no tenían el menor interés por salir en la prensa, pero Rebecca no había calculado que los amigos de los amigos podían ser caso aparte.

–Ah, claro. Ha sido por la fiesta de Sophie, ¿verdad?

–Por supuesto.

Rebecca lamentó su suerte. Se había marchado de vacaciones en secreto, con la esperanza de encontrar una solución al problema que se le había presentado; una solución aceptable para ella y para su padre, el jefe de estado del pequeño principado europeo de San Philippe. Como era poco conocida fuera del país, imaginó que podría disfrutar de un poco de intimidad y anonimato.

–De todas formas, volveré a casa dentro de unos días.

Antes de marcharse de vacaciones, Rebeca había rechazado dos peticiones inesperadas de Logan para que se reuniera con él. Estaba ocupada y no tenía tiempo, pero tampoco encontraba un motivo para reunirse con un hombre que se mostraba abiertamente crítico con la monarquía y con las costumbres de San Philippe.

Con un hombre que siempre la incomodaba.

–Yo no tengo tanto tiempo –dijo él.

–Pero no estamos hablando de ti, sino de mí.

–Como siempre.

Ella lo miró con intensidad.

–Eso ha sido bastante grosero. Incluso viniendo de ti, Logan.

Logan había llegado a San Philippe unos meses antes. Su hermano, Rafe, lo presentó en sociedad; y en poco tiempo, se volvió famoso entre los hombres y las mujeres. Entre las mujeres, por su atractivo y porque su carácter desenfadado contrastaba vivamente con la rigidez de la corte; entre los hombres, por su éxito en los negocios y por su habilidad como jugador de polo, que ya les había hecho ganar tres partidos.

Hasta Rebecca se había sentido atraída por él durante una temporada.

Justo entonces, Logan se levantó. Ella se dijo que, en cuanto lo perdiera de vista, subiría a la habitación del hotel, recogería su equipaje y se marcharía de allí. Pero en esta ocasión sería más discreta.

Logan se acercó a su mesa, dejó su café y se sentó a su lado. A Rebecca le pareció demasiado grande para la silla de hierro forjado; su cuerpo, largo y de hombros anchos, apenas cabía. Y cuando estiró las piernas por debajo de la mesa, la rozó.

Rebecca apartó los pies a toda prisa y alcanzó su taza como si ésta le pudiera servir de escudo. Se preguntó qué habría ocurrido si no hubiera apartado los pies, si hubiera admitido su contacto. Se preguntó qué pasaría si, en lugar de apartar la vista como siempre, le devolviera una de sus miradas fijas con la misma intensidad.

Sin embargo, no lo sabría nunca. Aunque estuviera en Nueva Zelanda, ella era quien era, un miembro de una familia real. Una persona condenada a calcular cuidadosamente sus actos y sus palabras.

Por fortuna, nadie podía adivinar sus sueños y sus pensamientos, que quedaban fuera del protocolo. Por desgracia, ni ella misma podía controlar sus sueños y sus pensamientos.

–Supongo que, si te pido que te vayas, no me harás caso.

–Supones bien; pero si quieres, prueba a darme una orden real. Adelante, te desafío.

–Ya sé lo que piensas de mí y de la realeza, Logan.

Al principio, a Rebecca también le había parecido que la sinceridad de Logan era muy refrescante; pero no tardó en cambiar de opinión, porque sus puntos de vista le hicieron cuestionarse su futuro, su papel en el gobierno del país y hasta a sí misma.

–¿Y bien? ¿Por qué me has seguido? –continuó.

–Tenía negocios en Nueva Zelanda. Nuestro encuentro no es más que una feliz coincidencia, teniendo en cuenta que no quisiste verme en San Philippe.

–No pretenderás que crea que esto es una coincidencia y que verdaderamente has venido por negocios.

–¿Por qué no? Las coincidencias son muy habituales. Y yo tengo intereses en todo el mundo –afirmó.

–En Europa y en Estados Unidos, pero no aquí.

–Vaya, no sabía que estuvieras tan bien informada sobre mis actividades...

–No lo estoy –dijo, sintiéndose atrapada en sus propias palabras–. Simplemente, escucho a los demás cuando hablan. Lo contrario sería una grosería.

Logan sonrió.

–Por supuesto.

–No finjas estar de acuerdo conmigo cuando no lo estás –contraatacó ella–. Tu sinceridad es lo único que espero siempre de ti. Una sinceridad brutal, por cierto.

–¿Ahora quién es grosero?

–Oh, lo siento. ¿He herido tus sentimientos? –ironizó.

Él echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada. Rebecca se preguntó si era la primera vez que oía una carcajada de Logan y llegó a la conclusión de que lo era. Porque jamás habría olvidado la profundidad cálida de aquel sonido, tan opuesto a lo que normalmente se podía esperar de un hombre de negocios.

Sonrió sin poder evitarlo y, durante unos segundos, quedaron unidos por la complicidad. Fue tan agradable que Rebecca se sintió menos sola.

–Dime qué quieres, Logan. Intentaré ayudarte.

Él la miró fijamente.

–Te quiero a ti.

La sonrisa de Rebecca desapareció al instante. No supo cómo interpretar sus palabras, pero era la primera vez que un hombre se las dedicaba y habría preferido oírlas en boca de otro y en circunstancias diferentes.

Le pareció increíble que un hombre como él, desenfadado y abierto, quisiera algo de una mujer como ella, cuya existencia estaba sometida a las esclavitudes de la imagen pública y de su pertenencia a una familia real.

–¿Qué quieres de verdad? –insistió, fingiendo desdén.

–Ya te lo he dicho.

–¿Que me quieres a mí? Lo dudo mucho. Querrás lo que yo puedo hacer por ti, que es bien distinto.

–¿Y si estuvieras equivocada? ¿Y si te quisiera realmente a ti? –preguntó él con tono de curiosidad.

Ella decidió poner punto y final a aquella situación tan dudosa. Sus palabras, su voz ronca y las posibilidades que parecían encerrar le hacían daño.

–No me hagas perder el tiempo, Logan.

–Como si tuvieras mucho que hacer...

Rebecca se levantó.

–Muy bien; si no te marchas tú, me voy yo.

Dejó la revista que había estado leyendo y el chocolate que apenas había probado y se alejó por la playa, hacia el promontorio rocoso del final de la bahía. El océano Pacífico estaba a un lado y, al otro, una hilera de casas lujosas tras las que se extendía un bosque.

Logan tardó tanto tiempo en alcanzarla que Rebecca casi empezaba a creer que se lo había quitado de encima. Pero no se llevó ninguna sorpresa cuando vio su sombra poco antes de que llegara a su altura.

–Toma. Casi no has tocado tu bebida...

Logan le dio un vaso que contenía chocolate caliente.

–Gracias.

–Chocolate caliente... tenía la impresión de que prefieres el café.

–Y lo prefiero; pero si lo tomo a estas horas, luego no puedo dormir.

–¿Te cuesta conciliar el sueño?

–Logan, no voy a hablar contigo sobre asuntos tan personales como ése. De hecho, no quiero hablar contigo de nada. Será mejor que te vayas.

–Ordénamelo.

Ella respiró hondo y dijo:

–Está bien. Te ordeno, en nombre del príncipe soberano, que te vayas.

Logan rompió a reír de tal manera que hasta ella sonrió. Era la primera vez que daba una orden en nombre de su padre. Y teniendo en cuenta la reacción de Logan, se alegró de no haberlo hecho antes.

–Qué casualidad. Resulta que estoy aquí, precisamente, por tu padre.

Rebecca ya se lo había imaginado para entonces. Le parecía extraño que Logan estuviera empeñado en hablar con ella desde que el monarca había hecho el anuncio público que tanto la preocupaba.

–Estoy segura de que encontraré una solución. En algún momento.

–Lo cual me lleva a lo que dije al principio... lo estás afrontando mal, princesa. Pero tengo una idea que te podría ser útil.

–Guárdatela. No siento ningún deseo de conocer tus ideas sobre mi vida privada.

En ese momento, pasaron por delante de la entrada del hotel de Rebecca, que se alzaba en la falda de una colina. Ella echó un vistazo al pequeño edificio, lleno de balcones. Era un sitio agradable y tranquilo que no se parecía nada a la clase de establecimientos donde se solía alojar.

–¿No quieres oír mi consejo? –preguntó él.

–Sospecho que el lobo hablaba tan amigablemente como tú cuando le dijo a Caperucita Roja que tomara el sendero del bosque –declaró con sarcasmo–. Y seguro que su sonrisa también era como la tuya.

Siguieron caminando con el sol a la espalda y las olas rompiendo a su lado. Era agradable, y se parecía mucho a uno de los sueños de Rebecca. Pero en su sueño, paseaba con un hombre que la quería a ella, no que quisiera algo de ella.

Quince minutos después, llegaron al final de la bahía. Junto al principio del sendero del bosque, un viejo cartel anunciaba veinte minutos de marcha hasta el mirador. Rebecca empezó a andar y Logan la siguió.

A pesar de que avanzaban a la sombra de los árboles, a Rebecca le caían gotas de sudor por la espalda y entre los pechos cuando llegaron a lo más alto. Desde el mirador, se tenía una vista perfecta de la bahía y de las colinas de tierra adentro.

Ella se sentó en el banco y él se apoyó en la barandilla, cautivado por el paisaje; tenía un aspecto tan descansado como si en lugar de ascender veinte minutos por un sendero de montaña, se hubiera dado un paseo de cinco. Poco después, se apartó de la barandilla y se sentó en el banco, donde estiró las piernas.

Rebecca se apartó enseguida.

–No has venido para disfrutar de las vistas, ¿verdad?

–No, pero ya que estoy aquí, puedo disfrutar de ellas.

Logan se levantó las gafas de sol y la miró. Rebecca sabía que la encontraba físicamente atractiva. Lo sabía porque él mismo se lo había confesado durante su primer encuentro, y con el mismo tono que había usado para afirmar que su papel como princesa era perfectamente inútil y carente de sentido.

Hasta ese momento, ella también se sentía atraída por él. Era algo y delgado, sonreía mucho y tenía unos ojos tan expresivos como profundos. Pero su opinión cambió en ese instante y no había variado durante ninguno de sus encuentros posteriores.

Por supuesto, Rebecca también era consciente de que Logan sabía lo que pensaba de él. Y no le importaba. Estaba harta de los hombres de su catadura, siempre empeñados en hacerse oír y raramente en escuchar.

–Está bien, me rindo. Si tienes algo que decir, dilo de una vez. Es la única forma de librarme de ti –declaró.

–Casi me siento decepcionado. Esperaba que te resistieras más, princesa.

–No te voy a conceder una pelea, Logan. Además, sólo he dicho que hables; no que vaya aceptar

tu consejo.

–No, claro que no.

–¿Y bien?

–¿Quieres cenar conmigo?

Ella lo miró en silencio.

–Te explicaré mi idea mientras cenamos. Conozco un restaurante encantador a poca distancia de aquí.

–¿Por qué no me lo dices ahora?

–Porque es una idea algo inusual. Si te lo digo ahora, te marcharías sin pensarlo con detenimiento; si te lo digo cuando acabemos de empezar a cenar, tengo alguna posibilidad de que la tomes en consideración.

Rebecca casi apreció la sinceridad de Logan.

–Bueno, dicen que el estómago es la mejor forma de conquistar el corazón de una persona –observó ella.

–No pretendo conquistar tu corazón, sino tus oídos y tu tiempo.

–Y cuando me hayas contado tu idea, te marcharás.

–Si es lo que quieres...

–Tienes mucha fe en tu capacidad de persuasión.

–Sí.

–Pero ni siquiera me conoces.

Logan se levantó.

–Te conozco lo suficiente. Pasaré a buscarte a las siete.

–No, dame el nombre del restaurante y nos veremos allí.

Rebecca no quería que conociera el lugar donde se alojaba; pero sobre todo, no quería depender de él para el transporte. Cuando oyera lo que tenía que decir, se marcharía. Sola.

Logan volvió a sonreír.

–Como desees, princesa.

Él extendió una mano. Ella la aceptó sin pensar y permitió que la ayudara a levantarse del banco.

El contacto de sus dedos, largos y fuertes, le provocó un escalofrío de placer.

Aquel hombre no se parecía a ninguno de los que había conocido.

Logan miró a la mujer que se había sentado frente a él.

Cuando la vio aquella tarde, en la terraza, casi no la reconoció. Con un vestido amarillo y su cabello rubio cayéndole sobre los hombros, parecía más joven y más relajada que nunca; tan joven y tan relajada que lamentó tener que manchar aquella mirada con un poso de incertidumbre y de sospecha.

Ahora llevaba el pelo recogido y se había puesto un vestido negro, de manga larga; su única concesión a la coquetería era que se ajustaba perfectamente a sus curvas. Y por si fuera poco sobrio, ella permanecía cruzada de brazos, en gesto defensivo.

Sin embargo, Logan necesitaba que se relajara; necesitaba tenerla de su lado.

Iba a ser un reto tan difícil como establecer su empresa en Europa, justo lo que pretendía.

–¿Otra copa de vino blanco, ma cherie?

–Yo no soy la cherie de nadie, Logan. Y mucho menos, tuya.

Rebecca estaba en su papel de mujer estricta y recatada. Logan sabía que tenía un montón de pretendientes, pero interpretaba tan bien su personaje que ninguno de ellos se había ganado su corazón.

–Supongo que eso significa que quieres otra copa...

Logan se la sirvió de todos modos.

Tenía que derribar sus barreras. Tenía que llegar al ser humano que llevaba dentro. Y al pensar en lo que llevaba dentro, se imaginó besándola y la imaginó apasionada y completamente desinhibida.

–¿Y bien? ¿Cuándo me vas a hablar de tu idea?

Logan, que todavía estaba con la desconcertante imagen en la cabeza, tardó unos segundos en responder.

–Cuando nos sirvan el primer plato.

–Ya hemos terminado con el aperitivo.

–Sí, pero aún no han servido el primer plato. Por cierto, ¿qué esperabas al huir de San Philippe? –preguntó para desviar su atención.

Los ojos grises de Rebecca se clavaron en él.

–Yo no he huido de nada. Simplemente me he tomado unas vacaciones. Unas vacaciones más que merecidas.

–Llámalo como quieras, pero has huido.

–No tengo que darte explicaciones.

–Sólo siento curiosidad por el rumor que ha llegado a mis oídos. Me gustaría saber si es cierto –declaró.

Rebecca mantuvo la calma, pero se puso algo más tensa y Logan supo que el rumor era cierto. Aunque ya lo había imaginado. Procedía de una fuente digna de toda confianza.

–No deberías hacer caso de rumores.

–A veces conviene pegar la oreja al suelo. Una información importante puede llegar a ser muy provechosa.

Un camarero les sirvió dos platos de langosta mientras otro cambiaba la botella de vino vacía por otra llena. El segundo le sirvió un poco a Logan y lo invitó a probarlo.

–Excelente –dijo.

Cuando las copas ya estaban llenas y los camareros se habían marchado, Logan alzó su vino a modo de brindis; pero Rebecca se mantuvo inmóvil.

–Bueno, si el rumor que he oído es cierto, dentro de poco serás la cherie de un hombre con quien no quieres estar. Y tengo una propuesta que hacer... Que seas mía.

Capítulo Dos

La expresión de Rebecca se volvió casi cómica. Se había quedado con la boca abierta, mirándolo con asombro, pero la cerró rápidamente y frunció el ceño.

–¿Qué has dicho? ¿Has insinuado que...? Logan asintió. –Es la solución perfecta. Ella echó la silla hacia atrás y se levantó. –Me voy –anunció–. Gracias por la cena. Logan también se levantó. Esperaba esa reac

ción y le apetecía alborotar las plumas perfectamente acicaladas de la princesa, que había reaccionado con su serenidad de costumbre.

Pero por algún motivo, se sintió culpable. –Quédate. Escucha lo que tengo que decir. –Ya he oído demasiado. Ella se giró y él la agarró de la muñeca. –Quédate –insistió. Rebecca miró la mano de Logan, pero no hizo

ningún intento por liberarse. Su pulso se había acelerado y un rubor leve bañaba sus mejillas.

–Logan, me estás haciendo perder el tiempo y estás perdiendo el tuyo –afirmó, casi con amabilidad.

–Quédate, por favor. ¿Qué puedes perder?

Ella lo miró, esperó un momento y respondió:

–¿Además de una noche encantadora?

Logan rió.

–Venga, quédate. La comida es excelente y las vistas, preciosas –alegó, haciendo un gesto hacia el mar–. Y si te marchas ahora, me vería obligado a seguirte... te advertí que sólo me marcharía cuando escucharas lo que tengo que decir.

–Pero no podía imaginar que ibas a decir estupideces.

–Te parecerá perfectamente razonable cuando lo sepas todo. Deja que me explique.