Arrebato de amor - Sandra Hyatt - E-Book

Arrebato de amor E-Book

SANDRA HYATT

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Beschreibung

¿Se atrevería a romper el protocolo? El príncipe Adam Marconi debía buscar a la esposa perfecta y no tenía tiempo para flirtear con una plebeya, pero Danielle St. Claire, amiga de la infancia y conductora ocasional, hizo que se planteara un cambio de planes. ¿Por qué no iba a poder divertirse un poco antes de sentar la cabeza? Lo que comenzó siendo una aventura de repente se volvió algo serio. El príncipe Adam se encontró en una encrucijada: despedirse de la mujer que le abrasaba el corazón y el cuerpo, o desafiar todas las normas y causar el escándalo del siglo.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Sandra Hyatt. Todos los derechos reservados.

ARREBATO DE AMOR, N.º 1872 - agosto 2012

Título original: Lessons in Seduction

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0740-2

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo Uno

«Mantén la calma y sigue adelante». Danni St. Claire había visto el eslogan en alguna parte y, en esos momentos, le pareció adecuado. Flexionó los dedos enguantados y después volvió a estirarlos antes de agarrar el volante.

Los pasajeros que llevaba detrás del cristal no le prestarían atención, casi nunca lo hacían. En especial, si se limitaba a hacer su trabajo y lo hacía bien. En aquella ocasión consistía en llevar a Adam Marconi, heredero al trono del principado europeo de San Philippe, y a la mujer con la que había salido esa noche, a sus respectivos destinos.

Sin incidentes.

Y, lo que era más importante, sin que Adam se diese cuenta de que era ella la que iba al volante. Cosa factible, sobre todo, si mantenía la boca cerrada. A veces le costaba trabajo hacerlo, pero esa noche iba a conseguirlo. Al fin y al cabo, no tenía ningún motivo para hablar. Solo tenía que conducir y no llamar la atención. Tenía que ser invisible. Como una sombra. En un semáforo se caló la gorra de su padre un poco más.

En palacio le habían dicho que era un trabajo «de naturaleza muy delicada». Y ella había sabido que su padre, aunque no quisiese admitirlo, habría preferido que no lo hiciese Wrightson, hombre al que consideraba su rival en la lucha por conseguir el puesto de conductor jefe. Ella todavía tenía autorización para conducir, de cuando había trabajado allí mientras estaba en la universidad. No había visto a Adam desde entonces.

Aunque tampoco había sabido que esa noche tendría que llevarlo a él. Cuando había interceptado la llamada, había pensado que solo tendría que recoger a la mujer, bella, elegante e inteligente, con la que este iba a salir y llevarla al restaurante, pero después había resultado que tenía que llevarlos a ambos a casa. A posteriori, era evidente, si no, no le habrían dicho que se trataba de un tema tan delicado.

Le rugió el estómago. No había tenido tiempo para cenar y su padre nunca llevaba comida en la guantera. En el frigorífico de la parte trasera debía de haber todo tipo de manjares, pero no podía pedir que le pasasen algo. No era oportuno en ningún momento. Mucho menos esa noche. Tendría que conformarse con los caramelos de menta que tenía en el bolsillo.

En el siguiente semáforo miró por el espejo retrovisor y puso los ojos en blanco. Si en palacio habían pensado que se trataba de un trabajo delicado porque se iban a hacer travesuras en el asiento de atrás, estaban equivocados. Adam y la mujer estaban charlando. Ambos parecían muy serios, como si estuviesen resolviendo todos los problemas del mundo. Tal vez lo estuvieran haciendo. Tal vez eso era lo que hacían los príncipes y las mujeres inteligentes cuando salían juntos. Y era una suerte que hubiese alguien que no estuviese obsesionado con la cena.

No obstante, pensaba que si habían quedado para salir juntos era para conocerse, no para solucionar los problemas del mundo ni hablar de temas tan serios. Danni suspiró. ¿Qué sabía ella de protocolo? La vida de Adam era distinta a la suya. Siempre lo había sido. Ya de adolescente había parecido tener el peso del mundo entero sobre sus hombros. Siempre se había tomado en serio sus responsabilidades y obligaciones. Demasiado en serio, pensaba ella.

Lo que no sabía era que Adam estaba buscando a la esposa adecuada.

Y que una de las posibles candidatas estaba sentada con él en el asiento trasero.

Con treinta y un años, tanto su padre como el país, según los medios, esperaban que Adam hiciese lo correcto. Y eso significaba que debía casarse y tener herederos, preferiblemente varones, para continuar con la línea sucesoria de los Marconi.

Si alguien le hubiese preguntado su opinión a Danni, esta les habría dicho que, a su parecer, lo que el príncipe necesitaba era cambiar un poco las cosas, no casarse.

Siempre había pensado que estaba tan centrado en su papel que no veía lo que tenía delante. Y eso impedía también que las personas lo conociesen tal y como era en realidad.

Para Adam, encontrar a la mujer adecuada significaba tener citas, cenas románticas como la que acababa de terminar en el exclusivo restaurante que había en la parte más nueva de la ciudad…

Quizás, en vez de darle vueltas al tema de Adam, debería estar tomando notas acerca de cómo debía comportarse una mujer de verdad en una cita. Volvió a mirar por el espejo. Había que sentarse muy recta, con las manos bien cuidadas en el regazo, había que sonreír y reír educadamente, parpadear de vez en cuando y ladear un poco la cabeza para exponer un cuello pálido y esbelto.

¿A quién pretendía engañar? Ella nunca parpadeaba así ni llevaba la manicura hecha, ya que, trabajando en la industria de las carreras automovilísticas, era una pérdida de tiempo y dinero.

En ocasiones, deseaba que sus compañeros no la tratasen como a un hombre más, pero en el fondo sabía que no podía ser como un clon de la Barbie. Qué tontería, si hasta la Barbie tenía más personalidad que la mujer del asiento de atrás. ¿Por qué no sacaban la Barbie Piloto de Fórmula 1? Aunque nunca había oído hablar de una Barbie Bocazas ni de una Barbie Metepatas. Danni intentó frenarse. Estaba descargando todas sus inseguridades con una mujer a la que ni siquiera conocía.

Levantó la vista, decidida a pensar mejor de la pareja que había en el asiento de atrás. No podía ser. Sí, volvió a mirar y confirmó que Adam había sacado el ordenador y que tanto él como la mujer señalaban algo que había en la pantalla.

–Qué manera de conquistar a una mujer, Adam –murmuró.

Era imposible que él la oyera, porque el cristal estaba levantado y el intercomunicador, apagado, pero Adam levantó la vista y sus miradas se cruzaron un instante en el espejo. Danni se mordió la lengua. Con fuerza. Por suerte, Adam no pareció reconocerla y volvió a bajar la vista.

Menos mal, porque se suponía que no debía conducir para él.

Se lo había prohibido. No era una prohibición oficial, pero le había dicho que no quería que lo llevase más y todo el mundo en palacio sabía que cuando Adam decía algo, no hacía falta un documento oficial.

Aunque, sinceramente, ninguna persona sensata la habría culpado del incidente del café. No había podido evitar el bache. Suspiró. En realidad no necesitaba el trabajo, tenía su carrera y formaba parte del equipo que estaba organizando el Grand Prix en San Philippe.

No obstante, se recordó que su padre sí que necesitaba el trabajo. Y no solo por el dinero, sino para sentir que era alguien en la vida. No le faltaba mucho para jubilarse y había empezado a tener miedo de que lo sustituyesen en el trabajo que le daba sentido a su existencia. El trabajo que habían tenido su padre y el padre de este anteriormente.

Así que no volvió a mirar por el espejo retrovisor para ver qué ocurría en el asiento de atrás. Se consoló con pensar que habían pasado cinco años desde la prohibición no oficial y que seguro que Adam, que tenía cosas más importantes en mente, se habría olvidado de ella. Y la habría perdonado. Así que condujo, sin tomar atajos, hasta el mejor hotel de San Philippe y se detuvo delante de la puerta.

–Espere aquí –le ordenó Adam con voz profunda.

Un botones del hotel abrió la puerta trasera y Adam y su elegante acompañante de piernas infinitas bajaron. Clara. Se llamaba Clara.

«Espere aquí» podía significar espere aquí treinta segundos, treinta minutos o incluso horas. No sería la primera vez. No sabía si era la primera, la segunda o la tercera vez que Adam salía con Clara. Tal vez esta lo invitase a subir. Tal vez le desharía el nudo de la corbata y le quitaría la chaqueta mientras se besaban en su habitación de hotel. Tal vez consiguiese que dejase de pensar y empezase a sentir, con los dedos enterrados en su pelo moreno, explorando su perfecto pecho bronceado. Vaya. Danni se frenó de inmediato.

Había crecido en palacio y, a pesar de llevarse cinco años con él, habían jugado juntos, con el resto de los niños que vivían allí. Había habido una época en la que casi lo había considerado un amigo. Un aliado y, en ocasiones, su protector. Así que no podía verlo como a un príncipe, aunque algún día fuese a ser coronado. Y no debía imaginárselo sin camisa. También sabía que no le habría costado ningún trabajo seguir dando rienda suelta a su imaginación.

Se escurrió en el asiento, puso la radio y se caló todavía más la gorra. Lo bueno de conducir para la familia real era que nadie te pedía que te quitases del medio.

Se sobresaltó al oír que se abría de nuevo la puerta trasera.

–Dios…

Minutos. Solo había tardado minutos. Danni apagó la radio mientras Adam volvía a subir al coche.

Imperturbable. No tenía ni un botón desabrochado, ni un pelo fuera de su sitio, ni siquiera una marca de carmín. No estaba ruborizado. Estaba tan serio como antes de bajar del coche.

¿Se habrían besado?

Danni sacudió la cabeza y quitó el coche de delante del hotel. No era asunto suyo. Le daba igual.

En circunstancias normales, con cualquier otro pasajero, le habría preguntado si había pasado una buena noche, pero Adam no era un pasajero cualquiera y, además, había echado la cabeza hacia atrás y tenía los ojos cerrados, así que era evidente que no quería conversación. Y ojalá siguiese así. En quince minutos estarían en palacio. Y ella sería libre. Lo habría conseguido. Sin incidentes. Su padre estaría de vuelta al día siguiente.

Por fin, un cuarto de hora después, volvió a flexionar los dedos mientras esperaba a que se abriesen las segundas puertas de palacio. Unos minutos más tarde se detenía suavemente delante de la puerta de entrada al ala de palacio en la que vivía Adam.

Dejó de sonreír al ver que el criado que debía estar allí para abrir la puerta del coche no aparecía. Y recordó, demasiado tarde, que había oído a su padre quejarse de que Adam había decidido acabar con aquella tradición en su residencia. A ella no le había parecido tan mal, hasta ese momento. No podía esperar que el propio Adam abriese la puerta, ya que estaba dormido.

No le quedaba otra opción, así que salió del coche, lo rodeó por la parte de atrás y después de mirar rápidamente a su alrededor, abrió la puerta y se echó a un lado. Tenía la esperanza de que Adam se hubiese despertado con el ruido, pero al ver que no salía, se tuvo que asomar dentro del coche.

El corazón le dio un vuelco al verlo todavía con los ojos cerrados, pero con el rostro y la boca por fin suavizados. Los labios sensuales, apetecibles. Se dio cuenta de que tenía unas pestañas increíbles, espesas y oscuras. Y olía divinamente. Danni deseó acercarse más, respirar más profundamente.

–Adam –le dijo en voz baja.

Se habría sentido más cómoda llamándolo «señor » o «su alteza» porque de repente necesitaba tratarlo con distancia y formalidad para dejar de pensar cosas inadecuadas acerca del heredero al trono. Para dejar de desear tocar el pequeño bache que tenía en la nariz, pero Adam siempre había insistido en que el personal que había crecido con él en palacio lo llamase por su nombre.

Intentaba ser un príncipe moderno aunque Danni pensaba que tal vez hubiese sido más feliz y se hubiese sentido más cómodo si hubiese nacido un siglo o dos antes.

–Adam –le dijo, intentando hablar más alto sin éxito.

Tragó saliva. Lo único que tenía que hacer era despertarlo y que saliese del coche. Se acercó más a él y se preparó para volver a intentarlo. Le ordenó a su voz que fuese normal. Al fin y al cabo, era Adam. Lo conocía de toda la vida, aunque tuviese cinco años más que ella y un rango infinitamente superior al suyo.

Él abrió los ojos, la miró a los suyos y, por un segundo, su mirada se oscureció. A Danni se le secó la boca.

–¿Puedo ayudarte en algo? –le preguntó él en voz baja y sedosa, un tanto burlona, como si hubiese sabido que lo había estado mirando fijamente. Fascinada.

Desconcertada por lo que había creído ver en su mirada, Danni notó calor por todo el cuerpo.

–Sí. Puedes ayudarme despertándote y bajando de mi coche.

–¿De tu coche, Danielle? –preguntó él, arqueando una ceja.

–De tu coche, pero soy yo la que lo tiene que llevar al garaje –replicó ella.

Se maldijo. No debía replicarle al príncipe, por sorprendida que estuviese consigo misma. No era apropiado, pero a él pareció gustarle su respuesta, porque sonrió. Y, luego, demasiado pronto, volvió a ponerse serio.

Danni tragó saliva. Necesitaba dar marcha atrás. Lo antes posible.

–Hemos llegado a palacio. Espero que haya tenido una velada agradable –le dijo en tono educado al tiempo que retrocedía.

Adam la siguió fuera del coche.

–Muy agradable. Gracias.

–¿De verdad? –se le volvió a escapar.

Él frunció el ceño.

–¿Dudas de mí, Danielle?

Y ella notó como una brisa fría la envolvía.

Lo cierto era que sí, dudaba de él, pero no se lo podía decir y tampoco podía mentir.

–Tú sabrás.

–Eso es cierto.

Danni deseó que se alejase del coche y entrase en palacio. Que continuase salvando a la nación y al mundo.

Ella cerraría la puerta, guardaría el coche e iría a cenar algo. No habría repercusiones. Ni para ella ni para su padre.

Pero no se movió de allí. El silencio se rompió cuando a Danni le rugió el estómago.

–¿No has cenado?

–No pasa nada.

Volvió a hacerse el silencio. Un silencio incómodo. A ver si Adam se marchaba ya…

Siguió donde estaba. Mirándola.

–No sabía que estuvieses otra vez aquí. Te hacía en Estados Unidos.

–Estuve una época. Y después volví, pero esto es temporal. De hecho, solo ha sido esta noche. Me estoy quedando en casa de papá y le ha surgido algo.

Danni contuvo la respiración. ¿Se acordaría Adam de que la había vetado?

Él asintió y Danni volvió a respirar.

–¿Está bien?

–Sí. Un amigo suyo se ha puesto enfermo. Estará de vuelta mañana.

–Bien.

Adam se giró para entrar en palacio y justo cuando Danni ya pensaba que era libre, volvió a mirarla.

–¿Qué es lo que has dicho?

–Que estará de vuelta mañana.

–No, antes, mientras conducías.

Ella pensó que era imposible que la hubiese oído.

–No me acuerdo –dijo, sin poder evitar mentir.

–Ha sido cuando he sacado el ordenador para enseñarle a Clara la distribución geográfica de la lava después de la erupción número 1.300 de la isla Ducal.

Danni no pudo evitar poner los ojos en blanco. Aquello era demasiado.

–Está bien –comentó, levantando las manos en señal de rendición–. He dicho que qué manera de conquistar a una mujer, Adam. ¿La distribución geográfica de la lava?

La expresión del rostro del príncipe se tornó fría.

Danni sabía que hacía mucho que había traspasado la línea de confianza que debía haber entre ambos, y su única esperanza era que Adam se diese cuenta de que tenía razón.

–Venga, antes no eras tan estirado.

Lo conocía desde niño y lo había visto convertirse en un hombre. Y había alcanzado a vislumbrar en él a un hombre completamente distinto cuando a Adam se le había olvidado quién era y había actuado con naturalidad.

Él arqueó las cejas, pero Danni no fue capaz de mantener la boca cerrada.

–¿Qué mujer quiere hablar de lava y de formaciones rocosas hoy en día?

Adam frunció el ceño.

–Clara tiene una beca Fulbright. Estudió Geología. Es un tema que le interesa.

–Es posible, pero no es nada romántico. ¿Dónde está la poesía, el romanticismo? Si ni siquiera la estabas mirando a los ojos, estabas mirando la pantalla. ¿La has besado al menos cuando la has acompañado a su habitación?

–No estoy seguro de que sea asunto tuyo, pero sí –le respondió él, estirándose todavía más.

Danni no se iba a dejar intimidar.

–Le has dado un buen beso, ¿no?

–¿Eres experta en besos y romances? ¿Qué me sugieres? ¿Qué le hable de las características del Bentley?

Danni retrocedió un paso, como si pudiese distanciarse del dolor de aquella pesadilla. Le gustaban los coches, no podía evitarlo. Ni siquiera quería evitarlo, aunque Adam, al que, por cierto, también le gustaban los coches, pensase que era un defecto en una mujer.

–No. No soy una experta, pero soy una mujer.

–¿Estás segura?

En esa ocasión, Danni ni siquiera intentó ocultar su vergüenza. Retrocedió un paso mucho mayor. Se le había acelerado el corazón y la boca se le había quedado abierta. La cerró.

El uniforme, formado por una chaqueta y unos pantalones oscuros, había sido adaptado para ella, la única conductora mujer. Era entallado, pero no precisamente femenino. No se pretendía que lo fuera. Y no se parecía en nada al vaporoso vestido rosa de Clara. Danni siempre había sido poco femenina y prefería la ropa práctica y cómoda, pero aun así tenía sentimientos y orgullo y Adam acababa de hacer mella en ambos. Adam, cuya opinión no debía importarle, pero, al parecer, le importaba.

Él puso gesto de sorpresa. De sorpresa y remordimiento. Alargó la mano hacia ella, pero luego la bajó.

–Danni, no quería decirte eso. Quiero decir, que sigo viéndote como una niña. Todavía me sorprende que tengas la edad necesaria para tener el carné de conducir.

Ella intentó aplacar el dolor, reemplazarlo por despecho.

–Me saqué el carné hace diez años. No eres mucho mayor que yo.

–Lo sé, pero a veces tengo esa sensación.

–Sí.

Siempre había sido así. Adam siempre había parecido mayor. Distante. Inalcanzable.

Él suspiró y cerró los ojos. Cuando los volvió a abrir, dijo:

–Estoy seguro de que eres toda una mujer, pero eso no te da derecho a darme consejos acerca de mis citas. He salido con bastantes mujeres.

–Seguro que sí –respondió ella en voz baja.

Con muchas. Todas bellas, inteligentes y sofisticadas, con las cualidades necesarias para convertirse en futuras princesas, pero, a pesar de dichas cualidades, raramente había salido dos veces con la misma mujer. Y, que ella supiese, nunca tres. No era que estuviese pendiente de su vida amorosa, pero bastaba con echar un vistazo a los periódicos para conocerla. No obstante, sabía que no debía hablar de ello.

Adam se estiró todavía más y se gesto su volvió distante, apretó la mandíbula.

–Lo lamento, Danielle. Profundamente. Gracias por tus servicios esta noche. No volveré a requerirlos en el futuro.

Había vuelto a despedirla.

A la noche siguiente, Danni seguía dolida por su encontronazo con Adam mientras cenaba con su padre una sopa minestrone frente a la chimenea. Los domingos siempre cenaban sopa y después veían una película, era una tradición.

Terminaron con la primera parte de la tradición y se prepararon para ver la película, una comedia de acción y aventura, con un enorme cuenco de palomitas de maíz.