La prometida de su hermano - Sandra Hyatt - E-Book
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La prometida de su hermano E-Book

SANDRA HYATT

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Beschreibung

¿Noviazgo o traición? Se daba por sentado que el hermano del príncipe Rafael Marconi se casaría con Alexia Wyndham Jones, por lo que a Rafe le sorprendió que le encargaran que llevara a la heredera americana a su país. Sin embargo, le pareció la oportunidad perfecta para descubrir los verdaderos motivos por los que ella había aceptado aquel matrimonio. Con lo que el príncipe no había contado era con la irresistible atracción que empezó a sentir por su futura cuñada. Alexia era más sorprendente y sensual de lo que había supuesto. Pero ¿se atrevería a poseer a la prometida de otro?

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2010 Sandra Hyatt

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La prometida de su hermano, n.º 6 - julio 2022

Título original: His Bride for the Taking

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Este título fue publicado originalmente en español en 2010

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-015-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Lexie Wyndham miró su reloj, salió corriendo de las caballerizas y entró en la casa de la familia, en Massachussets, por la puerta posterior. Había estado cabalgando más de lo que había pensado, pero aún le quedaba tiempo suficiente para prepararse.

Se sentó en el asiento al lado de la puerta y comenzó a quitarse las botas de montar. Al oír el carraspeo de alguien, levantó la cabeza y vio al mayordomo, que estaba observándola.

–¿Puedo ayudarla, señorita?

El mayordomo había adoptado una expresión estoica, flácidos ojos grises y aún más flácida papada.

–No. Gracias, Stanley –él siempre le ofrecía su asistencia y ella siempre la rechazaba, era así desde que ella aprendió a cabalgar. Por fin se sacó una de las botas y la dejó caer en el suelo.

Al ver que Stanley no se marchó, como hacía siempre, Lexie volvió a alzar la cabeza.

–Su madre ha estado buscándola.

Suspirando, Lexie inició la tarea de quitarse la otra bota.

–¿Qué habré hecho ahora?

–Su… príncipe ha venido.

Lexie se quedó inmóvil un momento. Y Stanley, en contra de su profesionalidad como mayordomo, se permitió que su rostro mostrara su desagrado. No lo había dicho, no lo haría nunca, pero Stanley pensaba que su madre y ella estaban cometiendo un error.

–Se ha adelantado –comentó Lexie dejando caer la otra bota en el suelo.

–Creo que ha sido un malentendido que ha tenido que ver con el cambio de secretaria de su madre. El príncipe parece pensar que usted va a ir con él esta tarde a San Philippe.

–Pero, ¿y la cena?

–Exacto.

–¿Se lo ha explicado mi madre?

–Por supuesto. Se marchará mañana por la mañana como estaba planeado.

–Cielos…

–Exacto.

Percibió un leve brillo travieso en los ojos de Stanley y tuvo el presentimiento de que había algo que el mayordomo no le había dicho. Sin duda lo descubriría pronto.

–¿Dónde está?

–En el campo de croquet.

–Será mejor que vaya –Lexie se levantó y se volvió para marcharse, pero se detuvo al oír otro carraspeo de Stanley.

–¿No debería asearse un poco antes?

Lexie se miró los pantalones manchados de barro y lanzó una carcajada.

–¡Sí, ya lo creo! Gracias, Stanley.

El mayordomo inclinó la cabeza.

Treinta minutos más tarde, con un recatado vestido de verano, se sentó en un asiento en el cenador. En el brazo del asiento contiguo al suyo había una chaqueta oscura y no pudo resistir acariciar el cuero y la exquisita suavidad del forro de seda.

Apartó la mano y volvió la atención al juego de croquet que parecía estar llegando a su fin. Sólo había dos personas en el césped: Adam, de anchos hombros que estaba de espaldas a ella, y su sumamente delgada madre. Por el lenguaje corporal se podía ver que Antonia estaba perdiendo… y era mala perdedora.

Con sorpresa, vio a Adam golpear la pelota con el martillo de madera de mango largo dando un golpe demoledor que dejó la pelota de su madre muy lejos de donde ella la quería. Aunque no esperaba que Adam se dejara ganar, pensaba que podía haber tenido algo más de tacto. Se le consideraba un hombre muy diplomático y, normalmente, conseguía complacer a su madre.

Adam se enderezó y se dio media vuelta. Al verle de perfil, Lexie contuvo la respiración con expresión de incredulidad.

No, no era Adam Marconi, príncipe heredero de San Philippe, sino su hermano, Rafe.

El rostro de Lexie enrojeció.

Rafe se volvió del todo y, desde el otro lado del campo de césped de croquet, la vio y le sostuvo la mirada. Después, despacio, inclinó la cabeza; pero incluso a esa distancia logró con el gesto mostrar su desagrado.

Sin embargo, no era él solo. Ella tampoco quería ver a Rafe.

En un intento por recuperar la compostura, Lexie se recordó a sí misma, como su madre solía hacer, que ella también tenía sangre real en las venas: antaño, sus antepasados regentaron el pequeño principado europeo del que ahora el padre de Rafe era rey. Una Wyndham Jones no perdía nunca el control. Supuestamente.

La sorpresa de ver a Rafe dio paso a un sentimiento de desilusión. Adam, su príncipe, no había ido personalmente, sino su libertino hermano. El príncipe playboy, como los de la prensa lo llamaban; o como ella prefería llamarlo, el príncipe rana. Y lo de rana no tenía nada que ver con su aspecto, Rafe era el mismísimo Adonis.

Su madre la vio entonces e, inmediatamente, abandonó el juego y comenzó a cruzar el campo, seguramente convenciéndose a sí misma de que había estado a punto de ganar. Rafe la siguió.

Lexie apretó la mandíbula; pero, cuando llegaron hasta ella, forzó una sonrisa y fue a darle la mano. Rafe la aceptó y se la llevó a los labios, dándole el más suave de los besos.

Durante esos breves momentos, Lexie se sintió sumida en una profunda confusión. Se le olvidó lo enfadada que estaba, se le olvidaron sus planes para el futuro e incluso se olvidó de su madre. Sólo fue consciente de esos cálidos labios acariciándole los nudillos de los dedos y del temblor que le recorrió el cuerpo.

Rafe levantó la cabeza y ella se encontró víctima del abrasador contacto con los oscuros ojos castaños de Rafe. Al soltarle la mano, ella recuperó el sentido y lo recordó todo, reconociendo la táctica de él como lo que era, un juego de poder.

–Es un placer volver a verlo, excelencia –dijo Lexie falsamente.

Él le sonrió.

–Con Rafe vale. A menos que prefieras que te llame señorita Wyndham Jones.

–No –Lexie sacudió la cabeza.

–En ese caso, Alexia, el placer es mío. Hace demasiado tiempo que no nos vemos.

Lexie se contuvo para no llamarlo mentiroso; en parte, porque sería una falta de educación, pero además porque ella también había mentido. Para ninguno de los dos era un placer verse.

–Y toda una sorpresa. Debo confesar que esperaba a Adam.

Adam… considerado, maduro y un caballero.

–Sí, suele ocurrirte.

Lexie palideció. ¿Cómo se atrevía? Una equivocación cuatro años atrás. Una equivocación que había esperado que él olvidara. Al fin y al cabo, para un hombre como él no era nada extraordinario. No era nada, se recordó a sí misma. Un accidente, un malentendido.

En una fiesta de disfraces, acabando de cumplir los dieciocho, era fácil confundir a un príncipe enmascarado con otro; sobre todo, cuando el tipo y el cabello de ambos eran similares. Y si ese príncipe, bailando, te llevaba a un rincón detrás de una estatua de mármol y te besaba como si fueras la mismísima Afrodita y tú le respondías de igual manera, y entonces él te quitaba la máscara y, al darse cuenta de quién eras, se apartaba de ti y lanzaba una maldición…

–Te pido disculpas en nombre de mi hermano –dijo Rafe en tono casi sincero. Por supuesto, a él tampoco le hacía gracia estar allí–. Unos asuntos de palacio le han impedido venir para llevarte a San Philippe. Por supuesto, espera con anhelo tu llegada.

Lexie tuvo que hacer un gran esfuerzo para no levantar los ojos hacia el cielo. «Espera con anhelo tu llegada». ¿Se podía hablar con más formalidad? De nuevo, la palabra «mentiroso» acudió a su mente. Porque a pesar de que siempre le había gustado Adam, de saber que ella le gustaba a Adam y de que los padres de ambos habían hecho lo posible por instigar su unión, la correspondencia entre ambos no era más que amistosa.

Pero la situación estaba a punto de cambiar. Hacía cuatro años que no se veían y Adam iba a conocer a la nueva, mejorada y madura Alexia Wyndham Jones.

–Entretanto, desgraciadamente, tendrás que conformarte conmigo –dijo Rafe.

–Oh, no, eso no es ninguna desgracia –intervino su madre antes sin darle tiempo a responder–. Ayer mismo Alexia estaba hablando de su última visita a San Philippe. No recuerda haberte visto, no debías de estar allí.

–Estaba fuera, pero llegué a tiempo de asistir a la fiesta del último día, la fiesta de disfraces –una nota de desafío asomó a su voz.

Un estúpido y equivocado beso. ¿Por qué tenía que habérselo recordado?

–Ah, la fiesta, casi la había olvidado –Lexie sonrió dulcemente–. No me extraña, teniendo en cuenta lo interesante que fue todo lo demás mientras estuve allí.

Rafe sonrió traviesamente.

–Quizá pueda recordártela, ya que fue el único momento en que nos vimos durante tu visita. Me acuerdo perfectamente de tu vestido, era rojo y tenía…

Lexie lanzó una queda carcajada, horrorosamente parecida a las de su madre, pero al menos consiguió interrumpir a Rafe. El vestido al que él se había referido tenía un atrevido escote a la espalda; al bailar, él le había acariciado la piel, haciéndola vibrar.

–Apenas recuerdo la ropa que llevaba ayer, así que mucho menos hace cuatro años. En cuanto a recordarme mi última visita… no te molestes, no hace falta. Estoy segura de que, en el futuro, pasaré momentos que crearán recuerdos indelebles.

Las palabras de ella y su mirada parecieron recordar a Rafe el motivo por el que estaba allí: no para recordar un beso que mejor olvidar, sino para acompañarla a su país con el fin de que su hermano y ella se conocieran mejor y, sobre todo, para que Adam la conociera mejor. «Hacerle la corte», era como su madre lo había definido; pero sólo una vez, ya que a ella le había parecido ridículamente pasado de moda.

–Cenaremos a las ocho –dijo su madre–. He invitado a unos amigos íntimos y a algunos conciudadanos tuyos.

–Será un placer –dijo Rafe en tono bañado de sinceridad.

«Mentiroso».

 

 

Rafe dejó la chaqueta en el respaldo del sillón de su dormitorio. Había asistido a innumerables cenas durante toda la vida, pero la de esa noche se contaba entre las peores. De no haber sido por Tony, un viejo amigo del colegio y ahora importante abogado de Boston, la velada habría sido insufrible.

Por curiosidad, había estado observando a la mujer que esperaba cazar a un príncipe, la futura esposa de su hermano, y había llegado a la conclusión de que era la mujer perfecta para Adam: recatada, respetable, callada y buena anfitriona. En una palabra, aburrida. Incluso su vestido, plateado y sin escote, y el collar de perlas le habían dado un aspecto insulso. Tenía un tipo pasable y curvas decentes, pero no había hecho nada por acentuar sus dones naturales. El cabello castaño recogido en un moño sencillo. Tampoco había visto rastro de las desafiantes chispas que sus ojos verdes le habían lanzado al mediodía.

Evidentemente, estaba disgustada por haber sido él quien fuera a buscarla en vez de Adam. Mala suerte. Él mismo, de haber podido elegir, habría pasado el día jugando al polo y la tarde bailando con la encantadora divorciada que había conocido la semana anterior en una fiesta de recaudación de fondos con fines benéficos.

Pero su padre, el príncipe Henri Augustus Marconi, alegando problemas de salud e impaciente por asegurar la continuidad de su linaje, había decretado autocráticamente que el deber de Adam era casarse, casarse bien y pronto, y que la heredera Alexia Wyndham Jones era la candidata perfecta.

Al principio, Rafe había creído que se trataba de una broma. Su hermana, Rebecca, no había ocultado su perplejidad por la decisión de su padre, a pesar de que Alexia le caía bien. Adam, siendo como era, se había mostrado reservado, lo único que había dicho era que él no podía marcharse de San Philippe. Y él, aún pagando por el último escándalo, había acabado ahí, asumiendo el papel de niñera y acompañante.

Al poco de acabar la cena, Alexia se había retirado alegando dolor de cabeza y él no había tenido más remedio que conversar con los invitados de su madre.

En ese momento, el rugido de un motor llamó su atención y se acercó a la ventana a tiempo de ver una Harley Davidson alejándose con dos pasajeros enfundados en trajes de cuero.

Rafe se quitó los gemelos de la camisa, los dejó encima de la cómoda y se miró el reloj. Una de las ventajas de haber visto a Tony era que su amigo le había podido informar sobre los mejores clubs nocturnos de Boston. Ya que no podía estar en casa, sí podía aprovechar el tiempo que estuviera allí.

Diez minutos más tarde, Rafe se sentó al volante del coche que le habían reservado y se alejó de la casa. Treinta minutos más tarde, estaba junto a Tony en el entresuelo del club mirando a la masa de gente en la pista de baile y preguntándose si no habría sido un error ir allí. Mantener una conversación era imposible; a la una de la mañana, el establecimiento estaba abarrotado y luces de colores iluminaban los rostros y los cuerpos de los danzantes.

Sólo una persona le había picado la curiosidad y, de vez en cuando, volvía los ojos a ella sin saber por qué. Le resultaba familiar y, al mismo tiempo, no. Melena negra tipo paje y maquillaje oscuro, le hizo pensar en Cleopatra. Bailaba con un tipo alto y fornido de cabello y piel oscuros, quizá latinoamericano, que bailaba tan bien como ella; sin embargo, con los ojos cerrados y su acompañante observando la multitud, la mujer daba la impresión de estar bailando sola.

Su natural sensualidad era cautivadora, al igual que la forma como movía el cuerpo al son de la música, un cuerpo esbelto enfundado en un vestido negro discreto. Pero aunque el vestido sólo dejaba ver los brazos y parte de las largas piernas, se ceñía maravillosamente a sus encantadoras curvas y a su delicada cintura.

Rafe no era el único en fijarse en ella, a juzgar por las miradas de otros que le rodeaban.

–¿Quién es? –le preguntó a Tony casi a gritos para que pudiera oírle.

Tony siguió la dirección de su mirada.

–¿La rubia? Una actriz, creo. ¿O es cantante? ¿No salió en las portadas de algunas revistas la semana pasada?

Rafe vio a la mujer a la que Tony acababa de referirse, una chica tipo Barbie.

–No. Cleopatra. Un poco más hacia la derecha.

Tony frunció el ceño.

–No lo sé. La he visto aquí un par de veces, una de ellas le pedí que bailara conmigo, pero me dijo que no y me dio la espalda. Al parecer, prefiere a los de uno noventa y fornidos.

Rafe continuó mirando a la mujer. Algo en ella le resultaba familiar. Tenía buena memoria fotográfica y, sin embargo, no lograba recordar.

–¿Crees que bailaría contigo? –le preguntó Tony–. Eres bueno, pero no tanto. Esa mujer es diferente. No creo que le intereses.

Rafe casi nunca rechazaba un reto y, después de tan aburrida cena y del aburrimiento que le esperaba al día siguiente haciendo de niñera, le resultó imposible hacerlo.

–Observa y aprende, amigo. Observa y aprende.

En la pista de baile, Rafe apenas se fijó en la gente mientras se acercaba directo a Cleopatra por el lateral. Ella tenía los brazos en alto y los ojos cerrados, sus largas pestañas le acariciaban las mejillas y sus labios sonreían secretamente. Conseguía parecer vulnerable e intocable al mismo tiempo.

Y él quería tocarla.

Iba a bailar con él, tenía que hacerlo. Él quería saber cómo se movería pegada a su cuerpo, quería saber de qué color eran sus ojos, quería verla sonreír abiertamente. Quería…

Fue como si le echaran un cubo de agua fría cuando la reconoció.

Alexia.

No, no podía ser. La pasiva y aburrida Alexia estaba en su casa, en la cama con dolor de cabeza.

Pero sí, lo era. Y ahora también reconoció al tipo alto y fornido. Un guardaespaldas. Lo que no sabía era qué demonios estaba haciendo Alexia allí y qué debía hacer él. ¿La dejaba y se marchaba o la sacaba de allí? No era responsable de ella, pero…

Un tipo se acercó a Alexia.

Rafe lanzó una mirada al guardaespaldas, que le reconoció al instante. Entonces, con un gesto, indicó al guardaespaldas que se encargara del individuo que quería bailar con ella. El hombre asintió y dio un paso lateral.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Haciendo un esfuerzo por no apretar los dientes, Rafe observó a Alexia bailando. Esa mujer que, perdida en la música, se movía tan sensualmente no era la misma mujer tímida con la que había cenado.

Estaba jugando con todos.

Rafe no quería saber nada de las mujeres que fingían ser una cosa y eran otra completamente distinta. Todavía arrastraba secuelas de su último encuentro con esa clase de mujer.

Estaba quieto con los brazos cruzados cuando Alexia, por fin, abrió los ojos. Vio su expresión de horror al reconocerlo, que Alexia se apresuró a enmascarar con una falsa sonrisa.

–Lo siento, pero no bailo con otros hombres –dijo ella, pensando que iba a salir de aquel embrollo. Y sin esperar respuesta, se dio media vuelta e intentó alejarse.

Pero no llegó lejos. Rafe la alcanzó al borde de la pista de baile y, poniéndole una mano en el hombro, la obligó a detenerse.

Alexia giró sobre sus tacones.

–Vete –dijo, con una energía que lo sorprendió.

Rafe bajó la mano hasta agarrarle el codo. Después, se inclinó hacia ella para que pudiera oírle.

–No. Pueden surgir problemas si te quedas aquí. Es responsabilidad mía asegurarme de que llegas sana y salva a mi país.

En ese momento, el guardaespaldas miró a Alexia, y ella se encogió de hombros.

–No te preocupes, Mario, no pasa nada.

Cuando el guardaespaldas se alejó unos pasos, Rafe se acercó aún más a ella.

–¿Se puede saber qué estás haciendo aquí?

–¿Qué?

Alexia le había oído, simplemente estaba tratando de pensar en la respuesta que iba a darle, incluso cuestionando el hecho de que le hubiera hecho esa pregunta.