Difícil de amar - Sandra Hyatt - E-Book
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Difícil de amar E-Book

SANDRA HYATT

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Beschreibung

"¿Cómo te has atrevido a ocultármelo?" Que su exnovia estuviera detrás de la mala prensa de su compañía era una cosa; descubrir que había tenido a su hijo en secreto, otra muy diferente. El millonario Max Preston no iba a aceptar ninguna de las excusas de Gillian Mitchell. Se casaría con él… o Max usaría todo su poder para alejarla de su hijo. Sin embargo, después de una boda relámpago en Las Vegas, el deseo de Max por Gillian era más intenso que nunca. Pero él sabía que pensar en su matrimonio como algo más que un acuerdo de conveniencia significaría entrar en un terreno para el que no estaba preparado.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.

DIFÍCIL DE AMAR, N.º 75 - marzo 2012

Título original: Revealed: His Secret Child

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-549-8

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo Uno

Esa vez había ido demasiado lejos.

Max Preston levantó la mirada del periódico que estaba leyendo, la fijó en el mar, que se veía a través de la ventana, y tomó una decisión.

Esta vez no le iba a permitir que ignorara sus llamadas, esta vez no lo iba a poder ignorar.

Al echar la silla hacia atrás para ponerse en pie, las patas rechinaron contra el suelo de madera del club de tenis. Tras dejar propina para la camarera, y sin haber tocado la tortilla que le había servido, le dio un trago al café y se fue.

Y pensar que hacía meses que no tenía un sábado libre.

Ya sabía él que algo tenía que surgir.

Max buscó en la agenda de su teléfono móvil mientras iba de camino al coche y encontró la dirección que necesitaba. Tiró el periodicucho sobre el asiento del copiloto y puso el Maserati en marcha.

La primera vez que había visto la fotografía y el artículo de Gillian Mitchell en el Seaside Gazette, se había dado cuenta de que estaba en Vista del Mar y había sentido un inesperado relámpago de placer y triunfo, algo parecido a lo que le sucedía cuando encontraba algo que no sabía que había perdido. Por ejemplo, un billete de cien dólares olvidado en el bolsillo de un abrigo.

Pero aquello había sido mejor.

Sin embargo, en cuanto leyó el primer párrafo, se evaporó aquella sensación.

Desde entonces, había intentado tomarse su presencia y sus artículos con objetividad profesional, pero era obvio que ella no estaba haciendo lo mismo. Sus ataques a Empresas Cameron y, sobre todo, a Rafe Cameron, que era el jefe de Max, no eran objetivos. Se lo podían parecer a un lector poco informado, pero Max sabía que iban directamente dirigidos contra él.

Al tirar el periódico, la publicación había quedado del lado en el que aparecía el artículo y la fotografía de Gillian. En el primer semáforo rojo, Max le dio la vuelta para no tener que seguir viéndolo.

En aquel momento, le sonó el teléfono.

–¿Lo has visto? –le preguntó Rafe sin preámbulos.

–Me estoy ocupando de ello ahora mismo –contestó Max.

Al ser director de relaciones públicas de Empresas Cameron, Max debía calmar las aguas para que los habitantes de Vista del Mar vieran con buenos ojos la compra de Industrias Worth, un fabricante de microchips y una de las empresas más potentes de la ciudad, por parte de Empresas Cameron. Y, por lo que parecía, Gillian estaba haciendo todo lo que podía para conseguir lo contrario.

–¿Es difamación? –le preguntó Rafe.

–Casi –contestó Max–. Estoy yendo ahora mismo a su casa para dejarle claro que nuestros abogados van a examinar este artículo, todo lo que ha escrito sobre nosotros hasta la fecha y todo lo que escriba a partir de ahora.

–Bien –dijo Rafe colgando.

Max solía respetar la tenacidad de Gillian, pero, cuando su jefe se había convertido en el blanco repetido de sus ataques, había empezado a ver esa tenacidad como intransigencia y rencor.

Porque Gillian y él tenían historia.

Sin embargo, Max tenía buenos recuerdos de la relación de ambos y creía que habían acabado bien. La ruptura se había producido cuando Gillian había mencionado, a los seis meses de estar juntos, las palabras «matrimonio» e «hijos» en la misma conversación. Entonces, Max había visto claro que había llegado el momento de acabar con lo que había entre ellos porque no tenía ninguna intención ni de casarse ni de tener hijos.

Y seguía sin tenerla.

Así que había roto con ella allí mismo y en ese mismo momento. Le había parecido lo más honesto por su parte. Y Gillian se lo había tomado bien porque no había montado ningún melodrama. Le había dicho que tenían formas diferentes de ver la vida y que buscaban cosas distintas en una relación y se había despedido sin mirar atrás.

Desde entonces, hacía tres años y medio, no había vuelto a saber nada de ella. Hasta que habían empezado a aparecer sus artículos. Max se planteaba ahora que, tal vez, no se había tomado la ruptura tan bien como él había creído. ¿Habría estado todo aquel tiempo preparando la venganza?

Durante los diez minutos que tardó en llegar a la casa de estilo colonial que Gillian tenía en la playa, Max tuvo tiempo de calmarse y ahora se encontraba molesto en lugar de furioso.

Podía con ella perfectamente.

Además, para ser completamente sincero consigo mismo, sentía curiosidad. Se lo habían pasado bien juntos. ¿Estaría igual? ¿Seguiría teniendo aquellos ojos tan verdes?

Max se acercó a la puerta, llamó y esperó justo delante del cristal que había junto a la puerta, para que lo viera bien. Mientras esperaba, oyó la música rock que tanto solía gustarle a Gillian y se la imaginó bailando.

La música se paró.

Desde donde estaba, veía un coche tipo ranchera y se preguntó qué habría sido del deportivo que tenía antes. ¿Se habría casado, como era su deseo? Max se quedó pensativo. Seguía llevando el mismo apellido, pero eso no quería decir nada.

Bueno, daba igual. A él lo único que le incumbía de la vida de Gillian era el artículo que había escrito.

En aquel momento, se abrió la puerta.

Durante unos segundos, mientras se miraban, a Max se le olvidó qué hacía allí, para qué había ido. El sol se reflejaba en el pelo castaño de Gillian y confería a su piel una apariencia de porcelana. Qué conocida se le hacía y qué distante a la vez.

–¿Max? –dijo ella parpadeando–. ¿Qué haces aquí?

Sus palabras, la sorpresa y la obvia reticencia hicieron que el mundo que le rodeaba volviera a la normalidad.

–Tenemos que hablar.

–Si quieres hablar conmigo, llámame por teléfono –le dijo ella cerrando la puerta.

Pero Max puso el pie para que no lo consiguiera.

–Quiero verte ahora. Te llamé la semana pasada y no me hiciste ni caso. Esto es lo que pasa cuando no me devuelves las llamadas.

–Te iba a llamar el lunes. Podemos quedar la semana que viene. Te veré durante el horario de trabajo.

Seguía teniendo los mismos ojos verdes, pero la expresión que vio en ellos era diferente. A lo mejor estaba a la defensiva, precisamente, por lo que había escrito.

–¿Y desde cuándo tienes tú un horario de trabajo?

–Desde… –contestó Gillian, mirándolo de una manera que Max no supo interpretar–. Desde que me di cuenta de que el trabajo no lo es todo. Eso quiere decir que mis fines de semana son sagrados. Me gusta descansar y dedicarme a… otras cosas. Por si todavía no te ha quedado claro, no eres bienvenido.

Max se quedó donde estaba. La recordaba como una mujer directa, pero había algo más, estaba a la defensiva, algo pasaba, y decidió aprovecharlo.

–No eres tú la única que valora sus fines de semana, así que déjame pasar, hablamos, arreglamos las cosas y me voy. No me pienso ir hasta que no hayamos hablado.

Gillian miró el reloj y volvió la cabeza hacia el interior de su casa.

–Tienes cinco minutos –le dijo, abriendo la puerta para dejarlo entrar.

A Max le pareció bien.

–Con cinco minutos me basta para hacerte entrar en razón –contestó entrando y mirándola más de cerca.

Llevaba una camiseta blanca que abrazaba sus pechos y ponía de manifiesto, porque se le transparentaban los pezones, que no llevaba sujetador. Max sintió que le faltaba el aire y temió desviarse del asunto al que había venido. Entonces, se le ocurrió que, tal vez, no había sido muy buena idea presentarse por sorpresa en su casa a primera hora de la mañana.

Para rematar la escena, llevaba unos pantalones de yoga de talle bajo que envolvían sus caderas e iba descalza, así que Max supuso que no hacía mucho que se había levantado. Se dijo inmediatamente que no debía permitir que sus pensamientos tomaran esos derroteros porque juntar las palabras «Gillian» y «cama» era muy peligroso.

Aunque seguía estando delgada, tenía más curvas que antes. Su cuerpo tenía una nueva cualidad, una suavidad nueva, que, desde luego, faltaba en su rostro.

Gillian se mordió el labio inferior, algo que Max solamente le había visto hacer cuando estaba nerviosa. A continuación, le señaló una estancia que había a la derecha del recibidor de la entrada. Mientras Max entraba en el salón que le había indicado, ella le tapó la vista del resto de la casa.

¿Cómo podía resultar tan rígida y tan tentadora a la vez?

Había un sofá y dos butacas tapizadas con tela de flores que parecían muy cómodas. Estaban situadas frente a una mesa baja sobre la que había un florero con lirios. El ventanal daba a un jardín privado lleno de palmeras.

–Siéntate –le dijo indicándole una de las butacas–. Ahora mismo vuelvo –añadió yendo hacia la puerta.

–Una cosa.

Gillian dudó.

–¿Estás casada? –le preguntó Max sin saber por qué.

–No.

Max se preguntó por qué se sentía aliviado por su contestación. No tenía derecho, pero así era. En cualquier caso, se recordó que había ido a verla por trabajo y nada más.

Gillian se giró y Max tuvo que hacer un gran esfuerzo para apartar la mirada del vaivén de sus caderas. Una vez a solas, miró a su alrededor. El salón estaba amueblado de manera un poco antigua y parecía demasiado ordenado. La Gillian que él recordaba solía tener periódicos, revistas y libros a medio leer por todas partes.

Por lo visto, había cambiado o, como decía su abuela, aquel salón no era la sala donde hacía la vida. Era cierto que allí no había equipo de música ni olía a café.

Max dejó el periódico sobre la mesa de manera que el artículo de Gillian quedara hacia arriba para recordarse el propósito de su visita y dejar de especular sobre la vida que llevaría ahora su autora.

Tal y como había dicho, Gillian volvió enseguida y volvió a cerrar la puerta con cuidado, como había hecho al irse. Se había cambiado de ropa y ahora lucía unos pantalones con bolsillos y una camiseta de algodón verde caqui. ¡Y sujetador! Se había recogido el pelo en una cola de caballo y tenía la apariencia de una de aquellas heroínas de los videojuegos a los que solían jugar juntos.

¡Preparada para el combate!

–El artículo de esta mañana –comenzó Max listo para luchar también.

Debía concentrarse en lo que le había llevado allí y dejar de pensar en cómo sería la vida de Gillian ahora, qué habría hecho en los últimos tres años y medio y preguntarse si aceptaría salir a cenar con él aquella noche.

«No, ni se te ocurra», se dijo.

Ya se había equivocado una vez creyendo que Gillian no quería una relación seria ni casarse con él y había aprendido de su error.

Gillian estaba sentada en el brazo de la otra butaca y lo miraba muy seria. Aunque sus intereses en aquel asunto eran opuestos, Max estaba disfrutando al verla.

–Es difamatorio y calumnioso –le advirtió.

–No –contestó ella sonriendo–. Es un artículo de opinión y las opiniones que vierto en él están refutadas por hechos.

–¿Según tú decir que Rafe Cameron fue un adolescente de mal carácter que se ha convertido en un hombre de mal carácter que machaca a conciencia a los demás no es una calumnia sino un hecho?

–Eso no lo digo yo, lo dice otra persona.

–¿Alguien que lo conoce? ¿Es alguien de verdad?

–Por supuesto –contestó Gillian–. Tan de verdad como lo fue en su día Emma Worth.

Max apretó los dientes y Gillian se alegró de que lo hiciera. Emma Worth era hija de Ronald, fundador de Industrias Worth y un hombre muy respetado en la ciudad. Hacía dos meses, Gillian la había entrevistado y todo el mundo había leído la entrevista y la había creído a pie juntillas. Desde entonces, Max había tenido que hacer esfuerzos titánicos para devolver la atención a lo positivo que estaba teniendo la presencia de Rafe por allí, destacando lo que invertía en ayudas sociales. Por ejemplo, el programa La Esperanza de Hannah, que se dedicaba a enseñar a leer y a escribir a empleados inmigrantes.

Además, había conseguido involucrar a Rafe y a su hermanastro Chase para que Ward Millar, la súper estrella de la música, participara en el programa y los habitantes de Vista del Mar estaban encantados con aquello, por lo que estaba intentando traer a otros cantantes, pero los famosos tenían mucho cuidado de con quién se relacionaban.

Gillian y sus opiniones podían hacer que algunos se le echaran atrás.

–Emma insistió en que mencionara su nombre para dar veracidad a sus comentarios, pero la persona que he citado en el artículo de hoy ha preferido permanecer en el anonimato y a mí me ha parecido bien, pero eso no quiere decir que no tenga ejemplos verídicos para respaldar sus opiniones.

Max se reclinó en la butaca y se quedó mirándola, observando lo segura de sí misma que estaba.

–Te la estás jugando, Gillian. Nuestros abogados van a mirar con lupa todo lo que has escrito hasta el momento.

–Que miren lo que quieran –le contestó ella elevando el mentón en actitud desafiante.

Max se sorprendió a sí mismo estudiándola, fijándose en su pelo, su piel, su figura y sus ojos, y recordando lo mucho que le había gustado aquella mujer. Claro que siempre había preferido sus ojos, la inteligencia y la pasión que había en ellos, eso era lo que más le habían llamado la atención, desde el principio.

Pero ahora no debía dejarse llevar por esos ojos y esa mirada, aunque era cierto que lo estaban tentando, provocando. Desde luego, Gillian seguía siendo guapa y nunca había conocido otra mujer como ella.

Max se dijo que debía concentrarse en el artículo inmediatamente.

–Estás sembrando incertidumbre, miedo y rabia y no hace falta hacerlo. Empresas Cameron está invirtiendo mucho recursos en La Esperanza de Hannah y en la próxima gala con la idea de favorecer a la comunidad. La beneficencia puede hacer mucho bien por la ciudad, pero no será así si tú te dedicas a asustar a la gente.

Max obvió adrede que la compra de Industrias Worth que había hecho Rafe Cameron sería a la larga algo bueno para la comunidad, y tampoco mencionó que Rafe apoyaba las causas benéficas para mejorar la imagen pública de su empresa hasta que hubiera conseguido los planes que tenía para el futuro.

Rafe podía decidir cambiar esos planes en cualquier momento.

–La gente tiene derecho a opinar y la gente de por aquí haría muy bien en hacer caso de las opiniones que recojo en mi artículo –comentó Gillian–. Los habitantes de Vista del Mar deben desconfiar, deben enfadarse, no deben creer en el buen corazón de Rafe Cameron.

–Me parece a mí que estás dejando que tu animosidad personal influya en tu buen juicio profesional –comentó Max, aunque Gillian tuviera razón.

–No hay nada personal en este asunto –le aseguró Gillian sorprendida.

–¿De verdad no estás haciendo todo esto para vengarte de mí?

Gillian se rió.

–Eres un iluso, Max.

–¿De verdad?

–Sí. Yo escribo lo que veo. Me gusta sugerir determinadas preguntas que los habitantes de Vista del Mar deberían hacer a tu querido señor Cameron. En eso consiste mi trabajo… aunque al director de relaciones públicas del señor Cameron no le guste.

–De la misma forma, si nuestros abogados quisieran hacerte ciertas preguntas a ti y a los propietarios del periódico para el que trabajas, estarían haciendo su trabajo.

–Cuento con el absoluto respaldo de los propietarios del periódico.

–A ninguno nos gusta que nos demanden –insistió Max–. Lo único que tienes que hacer es dejar de escribir esos artículos tan agresivos y provocadores. Limítate a escribir sobre la verdad y los hechos.

–¿Me estás amenazando? –le preguntó Gillian ladeando la cabeza.

–No, solo te estoy advirtiendo de a lo que te enfrentas –contestó Max.

–¿Es que acaso no me conoces de nada? ¿Te crees que amenazándome, porque lo que acabas de hacer es amenazarme, vas a conseguir que deje de informar a la gente? ¿Crees que voy a dejar a un lado mi deber?

–Intento ayudarte. Quiero que comprendas que Rafe Cameron no permite que nadie se inmiscuya en sus asuntos. Cuando quiere algo, lo consigue, sin más –contestó Max, rezando para que le hiciera caso.

–¿Puedo decir que eso lo has dicho tú?

–No, he venido a verte en calidad de… viejo amigo –contestó Max–. Sin embargo, puedo conseguirte todas las citas que necesites. Te puedo conseguir incluso una entrevista con Rafe.

Gillian sonrió ampliamente y Max tuvo la sensación de que la estancia entera se iluminaba.

–¿Para qué? ¿Para obtener los mismos datos que vas a dar en tu próxima rueda de prensa o la información descafeinada que soléis hacer pública en vuestros comunicados, como la que me llegó la semana pasada ensalzando a La Esperanza de Hannah y la gala?

Eso era exactamente lo que Max tenía en mente, pero no lo dijo.

–Como si no fuera obvio que…

Un sonido sordo como de algo que caía al suelo hizo que Gillian se interrumpiera y se pusiera seria de nuevo.

–Se te acabó el tiempo –sentenció consultando el reloj–. Ya está todo dicho. Pensaré en lo que hemos hablado, te lo aseguro –le prometió en tono repentinamente conciliador–. Ahora vete, por favor –añadió, poniéndose en pie y abriéndole la puerta.

Max se levantó lentamente. Algo la había desequilibrado, algo había vuelto a dibujar en su rostro aquella expresión de miedo. Era obvio que estaba ansiosa por que se fuera. Max salió al recibidor. Gillian ya lo estaba esperando con la puerta de la calle abierta. Al verlo acercarse, sonrió y la abrió completamente.

–No tiene por qué ser así, Gillian.

–¿Cómo que no? Yo hago mi trabajo como me da la gana.

–No me refería al trabajo sino a nosotros… personalmente. Fuimos rivales y, aun así, nos entendimos…

–Y aprendí la lección, te lo aseguro. Desde entonces, no mezclo nunca lo personal con lo profesional. Por favor, vete –insistió tomándolo del brazo para urgirlo a abandonar su casa.

Max no se movió. Tanta desesperación por parte de Gillian había disparado su curiosidad. Allí pasaba algo. ¿Habría un hombre en la casa y no querría que lo viera?

En aquel momento, se volvió a oír otro sonido sordo y Max miró hacia el interior de la casa.

–Max –insistió Gillian apretándole el brazo–. Vete.

Max se rindió y dio un paso al frente. Le daba igual. No era asunto suyo lo que Gillian quisiera esconder ni quería sacarla de sus casillas quedándose más tiempo ni, sobre todo, quería sentir lo que su mano en el brazo le estaba produciendo.

–Mamá –dijo una voz infantil.

Gillian le soltó el brazo.

–¿Mamá? –se sorprendió Max.

Gillian cerró los ojos y dejó caer los hombros. Max comprendió de repente. Todas las piezas encajaban. Su cuerpo con más curvas, las prisas que tenía por deshacerse de él. De repente, todo tenía sentido. Aunque no se hubiera casado, desde luego, no había tardado mucho en encontrarle sustituto en la cama, en encontrar a otro hombre que le diera el hijo del que había hablado.

–¿Cuándo nació? –quiso saber.

Max no era experto en niños, pero aquél hablaba, así que debía de andar por los tres años.

–Vete, por favor –contestó Gillian mirándolo con resignación–. Tenemos que hablar, pero ahora no es el momento ni el lugar.

–Muy bien –contestó Max deseoso de irse, porque no se entendía bien con los niños.

–Mamá.

Dejándose llevar por la curiosidad de saber cómo era el hijo de Gillian, se giró hacia la vocecilla y se encontró con un pequeño de rizos negros que sostenía una mantita azul cielo.

–Tengo hambre.

Aquel niño era el vivo retrato de Max y de su hermano con dos años en aquella fotografía que sus padres seguían teniendo en el salón de su casa. Max sintió que la sorpresa lo paralizaba, pero acertó a mirar a Gillian, que había palidecido por completo.

–¿Mamá? –repitió mirándola a los ojos–. ¿Mamá? –repitió una tercera vez, porque no se lo podía creer.

Sabía que el niño era hijo de Gillian y que se parecía increíblemente a él, así que no hacía falta ser un genio para darse cuenta de que el niño era también suyo.

–Sí, mi vida, espérame en la cocina, que ahora voy –dijo Gillian.

El niño miró al desconocido durante unos segundos interminables y se fue.

Max sintió que el peso de la traición caía sobre él. Y pensar que había creído que Gillian estaba nerviosa por lo que había escrito. Llevaba tres años y medio engañándolo.

–¿Podríamos hablar de esto más tarde? –le preguntó Gillian sin atreverse a mirarlo a los ojos y tragando saliva, consciente de que Max no se iba a ir.

Max agarró la puerta y la cerró.

Estaba furioso de nuevo. Así lo sintió mientras la seguía a la cocina. Estaba furioso y sorprendido. No sabía lidiar con la sorpresa y no podía dejar salir la furia porque había un niño.

Un niño que era su hijo.

Capítulo Dos

Gillian sintió que el estómago se le ponía del revés. ¿Qué iba a suceder? Solo sabía una cosa: que Max había reconocido a Ethan.

La burbuja que con tanto esmero había protegido estaba a punto de estallar. Siguió a Ethan a la cocina. Oía los pasos de Max detrás de ella y sus pisadas le parecían golpes de martillo. Sin embargo, a pesar de los nervios, reconoció cierto alivio y pensó que ese debía de ser el alivio que sentía el condenado a muerte cuando lo conducían al patíbulo, sabiendo que lo inevitable ya está cerca y es irremediable.

Sabía que Max era director de relaciones públicas de Empresas Cameron, sabía que, por tanto, sus artículos podían hacer que se volvieran a ver y que, quizás, hubiera llegado el momento de hablarle de Ethan.