Arrebato de amor - Corazón derretido - Recordar el amor - Sandra Hyatt - E-Book

Arrebato de amor - Corazón derretido - Recordar el amor E-Book

SANDRA HYATT

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Beschreibung

Arrebato de amor Sandra Hyatt El príncipe Adam Marconi debía buscar a la esposa perfecta y no tenía tiempo para flirtear con una plebeya, pero Danielle St. Claire, amiga de la infancia y conductora ocasional, hizo que se planteara un cambio de planes. ¿Por qué no iba a poder divertirse un poco antes de sentar la cabeza? Corazón derretido Kate Hardy Dante Romano podía ser irresistiblemente atractivo, pero Carenza Tonielli no estaba dispuesta a venderle la empresa de helados de su familia. Por desgracia, era el único que podía ayudarla a salvar el negocio. Y cuando la miraba como si fuera el helado más apetitoso de la carta, no podía resistirse a mezclar el trabajo con el placer. Recordar el amor Kathie DeNosky Con el corazón roto, Bria Rafferty estaba a punto de entregar los papeles del divorcio a su marido cuando este sufrió un accidente que le hizo perder la memoria. Al despertar del coma, Sam no recordaba nada de lo sucedido durante los seis meses anteriores y creía que aún vivían juntos en el rancho Sugar Creek. Para ayudarlo a recuperarse, Bria se trasladó de nuevo al rancho. Pero, una vez allí, no pudo resistirse a una noche robada.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 415 - julio 2019

© 2011 Sandra Hyatt

Arrebato de amor

Título original: Lessons in Seduction

© 2011 Pamela Brooks

Corazón derretido

Título original: A Moment on the Lips

© 2012 Kathie DeNosky

Recordar el amor

Título original: His Marriage to Remember

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2012

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-351-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Arrebato de amor

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Epílogo

Corazón derretido

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Recordar el amor

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

«Mantén la calma y sigue adelante». Danni St. Claire había visto el eslogan en alguna parte y, en esos momentos, le pareció adecuado. Flexionó los dedos enguantados y después volvió a estirarlos antes de agarrar el volante.

Los pasajeros que llevaba detrás del cristal no le prestarían atención, casi nunca lo hacían. En especial, si se limitaba a hacer su trabajo y lo hacía bien. En aquella ocasión consistía en llevar a Adam Marconi, heredero al trono del principado europeo de San Philippe, y a la mujer con la que había salido esa noche, a sus respectivos destinos.

Sin incidentes.

Y, lo que era más importante, sin que Adam se diese cuenta de que era ella la que iba al volante. Cosa factible, sobre todo, si mantenía la boca cerrada. A veces le costaba trabajo hacerlo, pero esa noche iba a conseguirlo. Al fin y al cabo, no tenía ningún motivo para hablar. Solo tenía que conducir y no llamar la atención. Tenía que ser invisible. Como una sombra. En un semáforo se caló la gorra de su padre un poco más.

En palacio le habían dicho que era un trabajo «de naturaleza muy delicada». Y ella había sabido que su padre, aunque no quisiese admitirlo, habría preferido que no lo hiciese Wrightson, hombre al que consideraba su rival en la lucha por conseguir el puesto de conductor jefe. Ella todavía tenía autorización para conducir, de cuando había trabajado allí mientras estaba en la universidad. No había visto a Adam desde entonces.

Aunque tampoco había sabido que esa noche tendría que llevarlo a él. Cuando había interceptado la llamada, había pensado que solo tendría que recoger a la mujer, bella, elegante e inteligente, con la que este iba a salir y llevarla al restaurante, pero después había resultado que tenía que llevarlos a ambos a casa. A posteriori, era evidente, si no, no le habrían dicho que se trataba de un tema tan delicado.

Le rugió el estómago. No había tenido tiempo para cenar y su padre nunca llevaba comida en la guantera. En el frigorífico de la parte trasera debía de haber todo tipo de manjares, pero no podía pedir que le pasasen algo. No era oportuno en ningún momento. Mucho menos esa noche. Tendría que conformarse con los caramelos de menta que tenía en el bolsillo.

En el siguiente semáforo miró por el espejo retrovisor y puso los ojos en blanco. Si en palacio habían pensado que se trataba de un trabajo delicado porque se iban a hacer travesuras en el asiento de atrás, estaban equivocados. Adam y la mujer estaban charlando. Ambos parecían muy serios, como si estuviesen resolviendo todos los problemas del mundo. Tal vez lo estuvieran haciendo. Tal vez eso era lo que hacían los príncipes y las mujeres inteligentes cuando salían juntos. Y era una suerte que hubiese alguien que no estuviese obsesionado con la cena.

No obstante, pensaba que si habían quedado para salir juntos era para conocerse, no para solucionar los problemas del mundo ni hablar de temas tan serios. Danni suspiró. ¿Qué sabía ella de protocolo? La vida de Adam era distinta a la suya. Siempre lo había sido. Ya de adolescente había parecido tener el peso del mundo entero sobre sus hombros. Siempre se había tomado en serio sus responsabilidades y obligaciones. Demasiado en serio, pensaba ella.

Lo que no sabía era que Adam estaba buscando a la esposa adecuada.

Y que una de las posibles candidatas estaba sentada con él en el asiento trasero.

Con treinta y un años, tanto su padre como el país, según los medios, esperaban que Adam hiciese lo correcto. Y eso significaba que debía casarse y tener herederos, preferiblemente varones, para continuar con la línea sucesoria de los Marconi.

Si alguien le hubiese preguntado su opinión a Danni, esta les habría dicho que, a su parecer, lo que el príncipe necesitaba era cambiar un poco las cosas, no casarse.

Siempre había pensado que estaba tan centrado en su papel que no veía lo que tenía delante. Y eso impedía también que las personas lo conociesen tal y como era en realidad.

Para Adam, encontrar a la mujer adecuada significaba tener citas, cenas románticas como la que acababa de terminar en el exclusivo restaurante que había en la parte más nueva de la ciudad…

Quizás, en vez de darle vueltas al tema de Adam, debería estar tomando notas acerca de cómo debía comportarse una mujer de verdad en una cita. Volvió a mirar por el espejo. Había que sentarse muy recta, con las manos bien cuidadas en el regazo, había que sonreír y reír educadamente, parpadear de vez en cuando y ladear un poco la cabeza para exponer un cuello pálido y esbelto.

¿A quién pretendía engañar? Ella nunca parpadeaba así ni llevaba la manicura hecha, ya que, trabajando en la industria de las carreras automovilísticas, era una pérdida de tiempo y dinero.

En ocasiones, deseaba que sus compañeros no la tratasen como a un hombre más, pero en el fondo sabía que no podía ser como un clon de la Barbie. Qué tontería, si hasta la Barbie tenía más personalidad que la mujer del asiento de atrás. ¿Por qué no sacaban la Barbie Piloto de Fórmula 1? Aunque nunca había oído hablar de una Barbie Bocazas ni de una Barbie Metepatas. Danni intentó frenarse. Estaba descargando todas sus inseguridades con una mujer a la que ni siquiera conocía.

Levantó la vista, decidida a pensar mejor de la pareja que había en el asiento de atrás. No podía ser. Sí, volvió a mirar y confirmó que Adam había sacado el ordenador y que tanto él como la mujer señalaban algo que había en la pantalla.

–Qué manera de conquistar a una mujer, Adam –murmuró.

Era imposible que él la oyera, porque el cristal estaba levantado y el intercomunicador, apagado, pero Adam levantó la vista y sus miradas se cruzaron un instante en el espejo. Danni se mordió la lengua. Con fuerza. Por suerte, Adam no pareció reconocerla y volvió a bajar la vista.

Menos mal, porque se suponía que no debía conducir para él.

Se lo había prohibido. No era una prohibición oficial, pero le había dicho que no quería que lo llevase más y todo el mundo en palacio sabía que cuando Adam decía algo, no hacía falta un documento oficial.

Aunque, sinceramente, ninguna persona sensata la habría culpado del incidente del café. No había podido evitar el bache. Suspiró. En realidad no necesitaba el trabajo, tenía su carrera y formaba parte del equipo que estaba organizando el Grand Prix en San Philippe.

No obstante, se recordó que su padre sí que necesitaba el trabajo. Y no solo por el dinero, sino para sentir que era alguien en la vida. No le faltaba mucho para jubilarse y había empezado a tener miedo de que lo sustituyesen en el trabajo que le daba sentido a su existencia. El trabajo que habían tenido su padre y el padre de este anteriormente.

Así que no volvió a mirar por el espejo retrovisor para ver qué ocurría en el asiento de atrás. Se consoló con pensar que habían pasado cinco años desde la prohibición no oficial y que seguro que Adam, que tenía cosas más importantes en mente, se habría olvidado de ella. Y la habría perdonado. Así que condujo, sin tomar atajos, hasta el mejor hotel de San Philippe y se detuvo delante de la puerta.

–Espere aquí –le ordenó Adam con voz profunda.

Un botones del hotel abrió la puerta trasera y Adam y su elegante acompañante de piernas infinitas bajaron. Clara. Se llamaba Clara.

«Espere aquí» podía significar espere aquí treinta segundos, treinta minutos o incluso horas. No sería la primera vez. No sabía si era la primera, la segunda o la tercera vez que Adam salía con Clara. Tal vez esta lo invitase a subir. Tal vez le desharía el nudo de la corbata y le quitaría la chaqueta mientras se besaban en su habitación de hotel. Tal vez consiguiese que dejase de pensar y empezase a sentir, con los dedos enterrados en su pelo moreno, explorando su perfecto pecho bronceado. Vaya. Danni se frenó de inmediato.

Había crecido en palacio y, a pesar de llevarse cinco años con él, habían jugado juntos, con el resto de los niños que vivían allí. Había habido una época en la que casi lo había considerado un amigo. Un aliado y, en ocasiones, su protector. Así que no podía verlo como a un príncipe, aunque algún día fuese a ser coronado. Y no debía imaginárselo sin camisa. También sabía que no le habría costado ningún trabajo seguir dando rienda suelta a su imaginación.

Se escurrió en el asiento, puso la radio y se caló todavía más la gorra. Lo bueno de conducir para la familia real era que nadie te pedía que te quitases del medio.

Se sobresaltó al oír que se abría de nuevo la puerta trasera.

–Dios…

Minutos. Solo había tardado minutos. Danni apagó la radio mientras Adam volvía a subir al coche.

Imperturbable. No tenía ni un botón desabrochado, ni un pelo fuera de su sitio, ni siquiera una marca de carmín. No estaba ruborizado. Estaba tan serio como antes de bajar del coche.

¿Se habrían besado?

Danni sacudió la cabeza y quitó el coche de delante del hotel. No era asunto suyo. Le daba igual.

En circunstancias normales, con cualquier otro pasajero, le habría preguntado si había pasado una buena noche, pero Adam no era un pasajero cualquiera y, además, había echado la cabeza hacia atrás y tenía los ojos cerrados, así que era evidente que no quería conversación. Y ojalá siguiese así. En quince minutos estarían en palacio. Y ella sería libre. Lo habría conseguido. Sin incidentes. Su padre estaría de vuelta al día siguiente.

Por fin, un cuarto de hora después, volvió a flexionar los dedos mientras esperaba a que se abriesen las segundas puertas de palacio. Unos minutos más tarde se detenía suavemente delante de la puerta de entrada al ala de palacio en la que vivía Adam.

Dejó de sonreír al ver que el criado que debía estar allí para abrir la puerta del coche no aparecía. Y recordó, demasiado tarde, que había oído a su padre quejarse de que Adam había decidido acabar con aquella tradición en su residencia. A ella no le había parecido tan mal, hasta ese momento. No podía esperar que el propio Adam abriese la puerta, ya que estaba dormido.

No le quedaba otra opción, así que salió del coche, lo rodeó por la parte de atrás y después de mirar rápidamente a su alrededor, abrió la puerta y se echó a un lado. Tenía la esperanza de que Adam se hubiese despertado con el ruido, pero al ver que no salía, se tuvo que asomar dentro del coche.

El corazón le dio un vuelco al verlo todavía con los ojos cerrados, pero con el rostro y la boca por fin suavizados. Los labios sensuales, apetecibles. Se dio cuenta de que tenía unas pestañas increíbles, espesas y oscuras. Y olía divinamente. Danni deseó acercarse más, respirar más profundamente.

–Adam –le dijo en voz baja.

Se habría sentido más cómoda llamándolo «señor» o «su alteza» porque de repente necesitaba tratarlo con distancia y formalidad para dejar de pensar cosas inadecuadas acerca del heredero al trono. Para dejar de desear tocar el pequeño bache que tenía en la nariz, pero Adam siempre había insistido en que el personal que había crecido con él en palacio lo llamase por su nombre.

Intentaba ser un príncipe moderno aunque Danni pensaba que tal vez hubiese sido más feliz y se hubiese sentido más cómodo si hubiese nacido un siglo o dos antes.

–Adam –le dijo, intentando hablar más alto sin éxito.

Tragó saliva. Lo único que tenía que hacer era despertarlo y que saliese del coche. Se acercó más a él y se preparó para volver a intentarlo. Le ordenó a su voz que fuese normal. Al fin y al cabo, era Adam. Lo conocía de toda la vida, aunque tuviese cinco años más que ella y un rango infinitamente superior al suyo.

Él abrió los ojos, la miró a los suyos y, por un segundo, su mirada se oscureció. A Danni se le secó la boca.

–¿Puedo ayudarte en algo? –le preguntó él en voz baja y sedosa, un tanto burlona, como si hubiese sabido que lo había estado mirando fijamente. Fascinada.

Desconcertada por lo que había creído ver en su mirada, Danni notó calor por todo el cuerpo.

–Sí. Puedes ayudarme despertándote y bajando de mi coche.

–¿De tu coche, Danielle? –preguntó él, arqueando una ceja.

–De tu coche, pero soy yo la que lo tiene que llevar al garaje –replicó ella.

Se maldijo. No debía replicarle al príncipe, por sorprendida que estuviese consigo misma. No era apropiado, pero a él pareció gustarle su respuesta, porque sonrió. Y, luego, demasiado pronto, volvió a ponerse serio.

Danni tragó saliva. Necesitaba dar marcha atrás. Lo antes posible.

–Hemos llegado a palacio. Espero que haya tenido una velada agradable –le dijo en tono educado al tiempo que retrocedía.

Adam la siguió fuera del coche.

–Muy agradable. Gracias.

–¿De verdad? –se le volvió a escapar.

Él frunció el ceño.

–¿Dudas de mí, Danielle?

Y ella notó como una brisa fría la envolvía.

Lo cierto era que sí, dudaba de él, pero no se lo podía decir y tampoco podía mentir.

–Tú sabrás.

–Eso es cierto.

Danni deseó que se alejase del coche y entrase en palacio. Que continuase salvando a la nación y al mundo.

Ella cerraría la puerta, guardaría el coche e iría a cenar algo. No habría repercusiones. Ni para ella ni para su padre.

Pero no se movió de allí. El silencio se rompió cuando a Danni le rugió el estómago.

–¿No has cenado?

–No pasa nada.

Volvió a hacerse el silencio. Un silencio incómodo. A ver si Adam se marchaba ya…

Siguió donde estaba. Mirándola.

–No sabía que estuvieses otra vez aquí. Te hacía en Estados Unidos.

–Estuve una época. Y después volví, pero esto es temporal. De hecho, solo ha sido esta noche. Me estoy quedando en casa de papá y le ha surgido algo.

Danni contuvo la respiración. ¿Se acordaría Adam de que la había vetado?

Él asintió y Danni volvió a respirar.

–¿Está bien?

–Sí. Un amigo suyo se ha puesto enfermo. Estará de vuelta mañana.

–Bien.

Adam se giró para entrar en palacio y justo cuando Danni ya pensaba que era libre, volvió a mirarla.

–¿Qué es lo que has dicho?

–Que estará de vuelta mañana.

–No, antes, mientras conducías.

Ella pensó que era imposible que la hubiese oído.

–No me acuerdo –dijo, sin poder evitar mentir.

–Ha sido cuando he sacado el ordenador para enseñarle a Clara la distribución geográfica de la lava después de la erupción número 1.300 de la isla Ducal.

Danni no pudo evitar poner los ojos en blanco. Aquello era demasiado.

–Está bien –comentó, levantando las manos en señal de rendición–. He dicho que qué manera de conquistar a una mujer, Adam. ¿La distribución geográfica de la lava?

La expresión del rostro del príncipe se tornó fría.

Danni sabía que hacía mucho que había traspasado la línea de confianza que debía haber entre ambos, y su única esperanza era que Adam se diese cuenta de que tenía razón.

–Venga, antes no eras tan estirado.

Lo conocía desde niño y lo había visto convertirse en un hombre. Y había alcanzado a vislumbrar en él a un hombre completamente distinto cuando a Adam se le había olvidado quién era y había actuado con naturalidad.

Él arqueó las cejas, pero Danni no fue capaz de mantener la boca cerrada.

–¿Qué mujer quiere hablar de lava y de formaciones rocosas hoy en día?

Adam frunció el ceño.

–Clara tiene una beca Fulbright. Estudió Geología. Es un tema que le interesa.

–Es posible, pero no es nada romántico. ¿Dónde está la poesía, el romanticismo? Si ni siquiera la estabas mirando a los ojos, estabas mirando la pantalla. ¿La has besado al menos cuando la has acompañado a su habitación?

–No estoy seguro de que sea asunto tuyo, pero sí –le respondió él, estirándose todavía más.

Danni no se iba a dejar intimidar.

–Le has dado un buen beso, ¿no?

–¿Eres experta en besos y romances? ¿Qué me sugieres? ¿Qué le hable de las características del Bentley?

Danni retrocedió un paso, como si pudiese distanciarse del dolor de aquella pesadilla. Le gustaban los coches, no podía evitarlo. Ni siquiera quería evitarlo, aunque Adam, al que, por cierto, también le gustaban los coches, pensase que era un defecto en una mujer.

–No. No soy una experta, pero soy una mujer.

–¿Estás segura?

En esa ocasión, Danni ni siquiera intentó ocultar su vergüenza. Retrocedió un paso mucho mayor. Se le había acelerado el corazón y la boca se le había quedado abierta. La cerró.

El uniforme, formado por una chaqueta y unos pantalones oscuros, había sido adaptado para ella, la única conductora mujer. Era entallado, pero no precisamente femenino. No se pretendía que lo fuera. Y no se parecía en nada al vaporoso vestido rosa de Clara. Danni siempre había sido poco femenina y prefería la ropa práctica y cómoda, pero aun así tenía sentimientos y orgullo y Adam acababa de hacer mella en ambos. Adam, cuya opinión no debía importarle, pero, al parecer, le importaba.

Él puso gesto de sorpresa. De sorpresa y remordimiento. Alargó la mano hacia ella, pero luego la bajó.

–Danni, no quería decirte eso. Quiero decir, que sigo viéndote como una niña. Todavía me sorprende que tengas la edad necesaria para tener el carné de conducir.

Ella intentó aplacar el dolor, reemplazarlo por despecho.

–Me saqué el carné hace diez años. No eres mucho mayor que yo.

–Lo sé, pero a veces tengo esa sensación.

–Sí.

Siempre había sido así. Adam siempre había parecido mayor. Distante. Inalcanzable.

Él suspiró y cerró los ojos. Cuando los volvió a abrir, dijo:

–Estoy seguro de que eres toda una mujer, pero eso no te da derecho a darme consejos acerca de mis citas. He salido con bastantes mujeres.

–Seguro que sí –respondió ella en voz baja.

Con muchas. Todas bellas, inteligentes y sofisticadas, con las cualidades necesarias para convertirse en futuras princesas, pero, a pesar de dichas cualidades, raramente había salido dos veces con la misma mujer. Y, que ella supiese, nunca tres. No era que estuviese pendiente de su vida amorosa, pero bastaba con echar un vistazo a los periódicos para conocerla. No obstante, sabía que no debía hablar de ello.

Adam se estiró todavía más y se gesto su volvió distante, apretó la mandíbula.

–Lo lamento, Danielle. Profundamente. Gracias por tus servicios esta noche. No volveré a requerirlos en el futuro.

 

 

Había vuelto a despedirla.

A la noche siguiente, Danni seguía dolida por su encontronazo con Adam mientras cenaba con su padre una sopa minestrone frente a la chimenea. Los domingos siempre cenaban sopa y después veían una película, era una tradición.

Terminaron con la primera parte de la tradición y se prepararon para ver la película, una comedia de acción y aventura, con un enorme cuenco de palomitas de maíz.

A menudo, cuando estaba en San Philippe, iba desde su apartamento a pasar aquella noche con su padre, pero en esos momentos lo estaba redecorando y por eso llevaba una semana allí.

Todavía tenía que contarle lo ocurrido la noche anterior.

Pero todavía no se había recuperado por completo de la experiencia.

Aunque fingía que le daba igual, no podía evitar pensar que tenía que haber hecho las cosas de otra manera. Para empezar, tenía que haber mantenido la boca cerrada.

Su padre era el conductor jefe y tenía que contárselo, pero no podía. Porque, sobre todo, era su padre y odiaba decepcionarlo. Odiaba decepcionar al hombre que había hecho tanto por ella y le había pedido tan poco.

Pensó que, si no se lo contaba, jamás se enteraría. De todos modos, ella no iba a volver a conducir para Adam.

Además, su silencio estaba justificado porque su padre seguía muy triste después de haber ido a ver a su amigo. Y no quería aumentar aquel dolor. Al menos, esa era la excusa.

Además, estaba segura de que Adam consideraría la discusión como algo personal, que no tenía por qué afectar a su padre. Él era así.

Danni acababa de encontrar el mando de la televisión cuando oyó que golpeaban tres veces la puerta. Su padre la miró con curiosidad, la misma que sentía ella. Fue a levantarse, pero Danni lo detuvo.

–Quédate aquí. Yo iré.

No solían tener visitas, sobre todo, sin previo aviso, dado que su padre vivía en el terreno del palacio, ningún amigo se pasaba por allí por casualidad.

Danni abrió la puerta.

No era ningún amigo.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

–¡Adam! –dijo sorprendida.

¿Estaba allí por lo ocurrido la noche anterior o por alguna otra cosa?

–Danielle –la saludó él, su gesto era indescifrable–. Me gustaría hablar contigo. ¿Puedo pasar?

Ella dudó un instante y luego retrocedió para dejarlo entrar. Por mucho que su instinto y su orgullo le dijesen que no se apartase, no podía negarle el paso al heredero al trono, pero la última vez que había estado allí había sido junto a su hermano Rafe, para invitarla a jugar con ellos un partido de béisbol.

Adam pasó al pequeño recibidor, dominando el espacio. Olía bien. Danni se acordó de la noche anterior. Aquel olor debía hacerle recordar la vergüenza que había pasado, no podía disfrutar de él. Oyó a su padre levantarse en el salón y salir.

–St. Claire –dijo Adam, sonriendo a su padre–. No es nada importante. Solo quería hablar con Danielle, si es posible.

–Por supuesto. Iré un rato al taller.

Danni no quería que su padre oyese lo que Adam iba a decirle porque se temía que no podía ser nada bueno. Ni quería que su padre se marchase porque, estando allí presente, tal vez Adam se contuviese.

–¿Estás trabajando en otro proyecto? –le preguntó Adam.

A su padre se le iluminó el rostro.

–Un avión a escala. Un Tiger Moth. Debería terminarlo en un par de meses. Un proyecto bonito y razonable.

Ambos hombres sonrieron.

Poco después de que Danni y su padre regresasen a San Philippe, cuando ella tenía cinco años, su padre había heredado los restos casi irreconocibles de un Bugatti T-49.

Durante años, el Bugatti había sido un proyecto que había ocupado todo su tiempo libre. Una terapia después de que su matrimonio con la madre de Danni se hubiese terminado.

No había sido un mal matrimonio, pero su amor no había superado al amor que cada uno de ellos sentía por su país natal. Su madre era infeliz en América, lo mismo que su padre en San Philippe.

Y durante años, después de la muerte de la madre de Adam, este había ayudado a su padre con el coche. Danni también se había unido a ellos y se había dedicado a mirarlos desde un banco y a pasarles herramientas. Y a recordarles cuándo era la hora de parar y comer algo.

La reconstrucción del coche había sido una terapia y una distracción para todos. Danni recordó la noche en que se había sentado con Adam en el coche terminado. Él debía de tener unos once años y había jugado a conducir el coche y a llevarla a destinos imaginarios.

Cuando Danni cumplió los quince, ya ninguno había necesitado tanto la terapia. Adam, ocupado con sus estudios y su vida, pronto había dejado de ir por allí. Su padre había vendido el coche a un coleccionista. Más tarde, Danni se había dado cuenta de que la venta del coche había coincidido con el momento en que su madre había empezado a presionarla para que fuese a estudiar a los Estados Unidos. La matrícula de la universidad no era precisamente barata.

Su padre cerró la puerta tras él y Adam y ella volvieron a mirarse. Adam la recorrió con la vista y frunció el ceño. Ella se miró también, llevaba unos vaqueros y una camiseta, como casi siempre.

–Siéntate –le dijo, haciéndole un gesto para que pasase al salón y se instalase en el sofá del que acababa de levantarse su padre.

–No, estoy… bien así –dijo, pero luego atravesó el salón y se sentó.

Danni lo siguió y se instaló en un sillón. Lo miró con cautela.

–Tengo que disculparme.

Otra vez no.

–Ya lo hiciste ayer.

Adam se puso en pie de repente y se acercó a la chimenea.

–Por eso… no. Aunque todavía lo siento. Y sigo manteniendo que no quería que te lo tomaras a mal. Es evidente que eres…

–Entonces, ¿por qué? –lo interrumpió ella.

–Por haberte despedido.

A Danni le entraron ganas de echarse a reír.

–No es mi trabajo de verdad, Adam. Trabajo en el Grand Prix. Solo le estaba haciendo un favor a papá, así que no es tanta pérdida.

–Pero tengo que disculparme porque quiero que vuelvas a conducir para mí.

Ella se quedó en silencio, observándolo.

Por fin, encontró la voz.

–Gracias, pero no. Ya te he demostrado por qué no me quieres como conductora.

–Sí, porque eres tan perspicaz y directa que me haces sentir incómodo, pero, por desgracia, creo que te necesito.

¿Le hacía sentirse incómodo? ¿Y la necesitaba? Danni sintió curiosidad, pero no hizo ninguna pregunta. Solo quería que Adam se marchase.

–No sé a qué estás jugando –le dijo–. No me necesitas. Hay muchos conductores en palacio, y yo no necesito el trabajo.

–Podría pedírselo a Wrightson –comentó él.

El joven con el que su padre rivalizaba.

–O a papá –le sugirió ella.

Adam negó con la cabeza.

–Intento no utilizar a tu padre por las noches.

Danni sabía que lo hacía por su edad, porque estuviese más tranquilo, pero tal vez su padre no lo veía igual. No le gustaba pensar que estaba envejeciendo.

–Además, no solo necesito que conduzcas –le dijo Adam, mirándola fijamente antes de continuar–. Esta mañana he llamado a Clara para pedirle que vuelva a salir conmigo.

–¿No crees que te has precipitado?

–Tal vez, pero no tengo tiempo ni ganas de juegos.

–Ah.

Adam apoyó el codo en la repisa de la chimenea y observó el fuego.

–Me ha dicho que valora mucho mi amistad.

–Vaya.

–Pero que no había habido chispa entre nosotros –añadió con el ceño fruncido.

–Ah.

Danni no se atrevía a decir más.

–Que no le había mirado a los ojos al hablarle. Y que estaba demasiado tenso –continuó, mirándola fijamente a los ojos.

–Umm.

Danni pensó que solo con mirar así a cualquier mujer esta se derretiría o saltaría a sus brazos. Apartó la vista de él.

Adam suspiró.

–Así que… tenías razón. En todo.

–Cualquiera se habría dado cuenta –comentó ella en tono amable.

–Por desgracia, en eso también tienes razón, pero lo cierto es que nadie me lo habría dicho. No se me ocurre otra persona en cuya sinceridad pueda confiar ni a la que deba permitir que se acerque tanto como voy a permitírtelo a ti. Delante de ti puedo admitir mis debilidades porque, al parecer, ya las conoces.

Ella supo que debía de sentirse muy solo, sobre todo desde que Rafe, su mayor confidente, se había casado. El hecho de que se hubiese casado con la mujer con la que Adam tenía que haberlo hecho tampoco debía de haber sido fácil. Pero era él mismo el que se encerraba y no permitía que nadie se le acercase. No obstante, que confiase en ella le pareció un cumplido. Tal vez no lo fuese. Tal vez ella fuese lo más parecido a un hermano.

No supo qué decir. Su cabeza le aconsejo que dijese que no.

Adam estaba observando el fuego otra vez.

–Tengo que casarme con una mujer que vaya a ser una buena princesa, alguien que pueda gobernar a mi lado. Y sé lo que estoy buscando. Sé cuáles son mis necesidades.

–¿Tus necesidades? –repitió Danni. Adam no era así–. Por favor no me digas que tienes una lista en el ordenador.

Él la miró con severidad, pero habló con calma.

–Está bien, no te lo diré.

–La tienes, ¿verdad?

–He dicho que no iba a decírtelo.

–Por favor, Adam.

Él sonrió con tristeza.

–Es cierto, necesitas ayuda.

–No con la lista. Lo que hay en ella no es negociable. Solo necesito ayuda para ser mejor y para que se me den mejor las citas.

Ella negó con la cabeza.

–No necesitas ser mejor. Solo tienes que dejar que la gente te conozca de verdad.

Adam dudó un instante.

–¿Vas a ayudarme?

Y Danni sintió que había caído en la trampa.

–No he dicho eso. Me gustaría ayudarte, Adam, pero no tengo tiempo. Solo voy a quedarme con papá un par de semanas más, mientras esté de vacaciones, hasta que terminen de redecorar mi apartamento.

Él arqueó las cejas.

–¿Tan difícil te parece la tarea? ¿Piensas que necesitaré más de un par de semanas?

–No, por supuesto que no.

–Entonces, no te quitaré tanto tiempo, ¿no?

Ella se mordió el labio inferior y negó con la cabeza. Cuando ella tenía diez años, Adam se había roto una pierna y le había enseñado a jugar al ajedrez. Durante los años siguientes, cuando volvía a casa en vacaciones, siempre había encontrado tiempo para jugar con ella al menos una o dos veces, pero por mucho que Danni había intentado ganarlo, él siempre había conseguido arrinconarla y hacerle jaque mate.

–Hace mucho tiempo que no tengo que esforzarme con las mujeres y… la verdad es que después de Michele, no quería hacerlo. Así que casi se me ha olvidado.

Michele, con la que había salido varios años antes, mucho antes de que Lexie se casase con Rafe, era la última mujer con la que Adam había tenido una relación seria. Parecían la pareja perfecta y todo el mundo había esperado que se comprometiesen, pero habían roto de repente y, en esos momentos, Michele estaba prometida a un compañero del equipo de polo de Adam.

–¿Y la mujer misteriosa?

Adam frunció el ceño, no molesto, sino confundido.

–¿Qué mujer misteriosa?

–En palacio se rumorea que…

–Continúa.

–Da igual.

–¿Danni? ¿Qué es lo que se rumorea en palacio?

Ella respiró hondo.

–Que siempre que tienes tiempo libre, desapareces una o dos horas. Y cuando vuelves sueles estar de buen humor y recién duchado.

Él dejó de fruncir el ceño, echó la cabeza hacia atrás y dejó escapar una carcajada. Hacía años que Danni no lo oía reír así.

El sonido le gustó.

–¿Significa eso que no hay ninguna mujer misteriosa? –le preguntó cuando dejó de reírse.

–No, no hay ninguna mujer.

–Entonces, ¿adónde…?

–Vamos a centrarnos. Porque necesito que haya una mujer, la adecuada, y creo que tú puedes ayudarme. Es importante, Danni. Y quiero que me ayudes. Prometo no robarte demasiado tiempo.

Danni dudó.

–¿Hay algo o… alguien para lo que necesites ese tiempo?

Ella no quiso admitir que no lo había. No había salido con nadie desde que el piloto con el que había salido la temporada pasada la había dejado al empezar a ganar carreras y darse cuenta que las mujeres bellas y el éxito iban de la mano.

–Te recompensaré.

Adam interpretó correctamente su silencio dando por hecho que no había nadie, pero el ofrecimiento de una remuneración era insultante.

–No quiero que me pagues.

–Entonces, ¿lo harás?

–Pero si piensas que vas a encontrar a la mujer adecuada con listas, olvídalo.

–Por eso te necesito. Sé que las listas forman parte del proceso, pero también sé que hay más. Quiero más.

Hizo una pausa.

–Quiero lo que tiene Rafe.

Danni contuvo un grito ahogado.

–¿Quieres a Lexie?

–No –dijo él con vehemencia e incredulidad al mismo tiempo–. Solo quería decir que él ha encontrado a una persona con la que casarse. Alguien con quien es feliz.

–Se suponía que era tuya –comentó Danni en voz baja.

–Solo según mi padre. Lexie y yo nunca tuvimos nada.

Danni lo creía, pero todo el mundo sabía que el príncipe Henri siempre había pensado que aquella heredera estadounidense era perfecta, desde un punto de vista político, para Adam.

–Y, si te soy sincero –continuó este–. Creo que, en realidad, lo que pretendía mi padre era que Lexie y Rafe terminasen juntos. Quería que mi hermano se centrase, pero sabía que se rebelaría si intentaba emparejarlo con alguien.

El príncipe Henri había encargado a su hijo Rafe que acompañase a Lexie hasta San Philippe para que esta conociese a Adam. Ambos se habían enamorado casi nada más conocerse. Después se habían casado y tenían una preciosa niña. Rafe nunca había estado tan feliz. Y a pesar de que Adam también se había mostrado contento con todo, Danni siempre había tenido sus dudas.

–¿No me crees? –le preguntó él.

Danni se encogió de hombros.

–Me gusta Lexie –le contó Adam, suspirando pesadamente, como si no fuese la primera vez que tuviese que explicarse–. De hecho, la quiero, pero como hermana. Desde el principio teníamos claro que lo nuestro no iba a funcionar. No conectamos.

–Es muy guapa. Y alegre.

–Cierto, pero no era para mí. Ni yo para ella.

Danni asintió, casi se lo creía.

Adam debió de ver la duda en sus ojos.

–Te voy a contar una cosa pero solo para que me creas.

–No hace falta.

–Yo creo que sí –le dijo él, apartando la vista casi avergonzado–. En nuestra primera cita…

Un madero se movió en el fuego mientras Danni esperaba a que continuase.

–Me quedé dormido.

Ella se tapó la boca.

–¡No!

–Había estado trabajando mucho. No era el mejor momento. Papá no tenía que habérmela traído ese día, pero, bueno, el caso es que cenamos en el mismo restaurante al que fui con Clara, disfrutamos de la cena y en el camino de vuelta a casa…

Se encogió de hombros.

–Sé que no tengo perdón, pero ocurrió.

–¿Os llevaba mi padre? –le preguntó Danni.

Adam asintió.

–Por eso siempre ha asegurado que te parecía bien lo de Rafe y Lexie.

–Me parece mejor que bien, pero he visto lo felices que son, lo mismo que Rebecca y Logan.

Poco después de que su hermano encontrase el amor, a su hermana Rebecca le había sucedido también. Solo faltaban dos meses para que se casase con Logan, un hombre de Chicago, millonario hecho a sí mismo.

–Y me pregunto…

–¿Si tú también puedes tenerlo?

Era probable que todo el mundo se hubiese preguntado aquello alguna vez. Ella lo había hecho.

Adam suspiró.

–Pero no es realista. No con mi vida. Debido a las limitaciones que tendrá la persona que se case conmigo.

Significaba eso que se cerraba al amor. ¿Ni siquiera iba a intentarlo? Para alguien tan inteligente como él, no era un razonamiento sensato.

–¿Lo ves? Por eso es más importante que nunca que haya amor. Que ella sepa, a pesar de las limitaciones, que tú, el verdadero tú… –le dijo Danni, tocándole el lado del corazón con la punta de los dedos un instante– mereces la pena.

La mirada de Adam siguió su mano.

–Entonces, ¿vas a ayudarme?

Danni dudó.

Un error fatal.

–Tengo una cita el viernes –aprovechó para contarle él–. Podrías llevarnos tú y estarías haciéndonos un favor a mí, a mi padre y al país.

–¿Así que es mi obligación patriótica?

–Yo no lo diría así, pero… No sé si te has enterado, pero los médicos le han dicho a papá que trabaje menos e intente no estresarse. Por eso tengo que acelerar el proceso. Quiero ir acompañado a la boda de Rebecca y Logan, y no puedo ir con cualquiera. Tiene que ser una relación seria. Lo que significa que tengo que ponerme a ello ya. Solo tengo dos meses.

Danni suspiró pesadamente.

–¿Ves? Te equivocas de enfoque. No es un proceso que haya que acelerar. No puedes poner un límite de tiempo a una cosa así.

–Por eso te necesito. Como amiga.

–Tal vez pienses que necesitas mi ayuda, pero creo recordar que no te tomabas bien ni los consejos ni las críticas. En especial, procediendo de mí.

–No –admitió él–, pero no estoy buscando críticas en sí, solo sugerencias.

–Pero mis sugerencias te parecerán críticas.

–Intentaré que no sea así –le dijo él con toda sinceridad, esbozando una sonrisa.

En otra época Danni había tenido idealizado a Adam y habría hecho cualquier cosa por él, así que tuvo que luchar con su instinto, que le decía que accediese a ayudarlo sin pensarlo más. Antes necesitaba saber en qué iba a meterse y Adam tenía que darse cuenta de que ya no era niña leal de antes.

–No funcionará si no me das libertad para decir lo que pienso –le advirtió.

Él dudó.

–Si haces esto por mí, lo aceptaré. Te lo agradecería mucho Danni.

De niña, siempre la había llamado Danni, pero después, con el paso de los años, había empezado a llamarla Danielle.

–No sé si seré de mucha ayuda.

Adam se dio cuenta de que había ganado. Danni vio el triunfo en sus ojos y cómo se relajaban casi imperceptiblemente sus hombros.

–No puedo garantizarte nada. Como tú bien has dicho no soy ninguna experta en romances.

–Pero como tú bien has dicho, eres una mujer. Y confío en ti.

Ella respiró hondo y estuvo a punto de intentar salir de aquel embrollo por última vez.

–Voy a salir con Anna DuPont. Cumple todas mis condiciones. Nos hemos visto un par de veces en acontecimientos sociales y creo que tenemos potencial. Llévanos tú. Por favor.

Podía ordenarle que lo hiciera o hacerles la vida imposible a su padre y a ella, pero se lo pidió de manera tan sincera, tan personal, que Danni no pudo decirle que no.

–Una cita –le contestó, intentando recuperar parte del control–. Te llevaré a esa cita.

Capítulo Tres

 

 

 

 

 

El viernes, Danni se dirigió al ala del palacio en la que vivía Adam. El edificio de piedra se erigía sobre ella como si sus sombras escondiesen secretos y se burlasen de lo poco que sabía. ¿En qué se había metido? No había protocolo posible para aquella situación, consistente en ser conductora, asesora sincera y amiga al mismo tiempo. Respiró hondo para calmarse. Lo único que podía hacer era confiar en lo que sabía y en su instinto. Al menos, no se le pediría que controlase su lengua tanto como de costumbre.

Salió del coche y esperó al lado de la puerta del pasajero mientras avisaban a Adam de su llegada. Este apareció con su habitual puntualidad.

Danni lo miró y no supo si aquello iba a ser ridículamente fácil o difícil.

Todavía estaba sacudiendo la cabeza cuando Adam se detuvo delante de ella.

–¿Tienes algo que decirme? ¿Tan pronto?

–Sí. Que vas vestido con traje y corbata.

–Sí.

–¿Vas a ir a cenar al festival de jazz que hay junto al río?

–Sí.

–Nadie va vestido con traje y corbata a un festival de jazz.

–Yo sí.

–Esta noche, no. No es una cena de Estado –le dijo Danni–. Dame la corbata.

Por un momento, pensó que iba a contestarle que no.

–¿Quieres que te ayude? –insistió.

Adam apretó los dientes, se aflojó la corbata y se la quitó. Luego, la dejo en la palma de su mano.

–¿Satisfecha?

–No.

–¿No?

–Desabróchate el primer botón de la camisa –le pidió.

Él obedeció con los labios apretados y luego esperó su aprobación, pero Danni seguía pensando que fallaba algo. Todavía parecía demasiado tenso y formal. Casi orgulloso.

–Y el siguiente también.

Adam abrió la boca, a punto de protestar, pero la volvió a cerrar y se desabrochó el segundo botón.

–Mucho mejor. Solo con eso pareces estar mucho más relajado, casi despreocupado. De una manera positiva –añadió, antes de que Adam se quejase.

Danni quería despeinarlo un poco, pero supo que sería demasiado para la primera noche. Tal vez otro día. Alargó las manos y le separó un poco los cuellos de la camisa.

–Así, que se te vea un poco el pecho. A las mujeres nos gusta. Es muy atractivo.

–¿Sí?

–Sí. Y hueles muy bien. Eso siempre es un plus.

Sin pensarlo, cerró los ojos y respiró hondo. Y la imagen de un Adam sin camisa inundó su mente. Aquella imagen había estado ahí desde el incidente que había hecho que le prohibiese trabajar para él. El coche había pasado por un bache y a Adam se le había caído el café encima y había tenido que cambiarse de camisa en la parte trasera de la limusina. Verlo con el pecho desnudo la había dejado sin aliento y algo aturdida, así que casi había sido un alivio que Adam la vetase después de aquello.

Abrió los ojos de nuevo y se dio cuenta de que Adam la estaba estudiando, había curiosidad y algo parecido a confusión en su mirada. Ambos tenían que acostumbrarse a la nueva situación, en la que no había los mismos límites que de costumbre.

Danni le abrió la puerta.

Luego se metió la corbata en el bolsillo, retrocedió y le hizo un gesto para que entrase al coche.

–Vamos a encontrar a tu princesa.

 

 

Una hora después estaba empezando a aburrirse. Otro motivo por el que nunca había sido una buena conductora.

Cambió de cadena de radio, ajustó el asiento y los espejos y luego se inclinó y abrió la guantera. Vio una tarjeta blanca dentro que le llamó la atención. Con el ceño fruncido, la sacó. «Por si acaso», ponía con letra fuerte e inclinada. Detrás de la tarjeta había una caja de cartón blanca. Danni la abrió y vio toda una selección de deliciosos tentempiés.

El gesto le hizo sonreír y apartar de su mente cualquier pensamiento negativo que hubiese tenido de Adam.

Pasó otra hora, durante la cual Danni se dedicó a leer y a comer algo, hasta que Adam y su cita salieron del restaurante. Vio a la delgadísima Anna reír y apoyarse en Adam y se preguntó si se estaría acercando tanto solo porque tenía frío.

Pero luego se dijo que su comportamiento se debía al champán que, tal y como ella había sugerido, habían empezado a beber de camino al restaurante.

Anna consiguió seguir pegada a Adam después de subir al coche. Este le hizo un gesto a Danni con la cabeza para que arrancase.

Al detenerse en el primer semáforo, Danni miró por el espejo retrovisor, pero no tardó en apartar la vista.

A Anna no le hacía falta contacto visual ni poesía. Ya debía de haber tenido suficiente en el restaurante. Le había desabrochado casi por completo la camisa a Adam y le estaba acariciando el pecho. Al parecer, ya nadie tenía frío. El cristal que la separaba de ellos la aislaba casi por completo de cualquier sonido, pero Anna reía.

Danni pensó en la corbata que llevaba en el bolsillo y supo que algo fallaba porque deseó pasársela a Adam y pedirle que se la pusiera. Habría esperado un comportamiento así de Rafe, y no le habría parecido mal, pero a Adam no le pegaba.

Su único consuelo era que, al parecer, su trabajo allí había terminado. Adam no necesitaba su ayuda. Anna lo estaba haciendo todo. Y era evidente que ambos lo estaban disfrutando. Ella podría volver a casa y olvidarse de Adam Marconi y su búsqueda de la mujer adecuada.

Agarró el volante con más fuerza y apretó la mandíbula. Detuvo el coche delante del edificio de Anna. Y tal vez no lo hizo con toda la delicadeza con la que hubiese debido hacerlo.

La pareja del asiento trasero se separó. Anna pasó las largas uñas rojas por la parte frontal de la camisa de Adam. El portero del edificio, con un uniforme verde y dorado, abrió la puerta y la pareja salió. Anna seguía pegada a Adam. Danni no supo si le estaba susurrando algo al oído o si estaba intentando comérselo. Más bien lo segundo.

Como no quiso seguir observándolos mientras entraban en el edificio, tomó su libro y reclinó el asiento. Ni siquiera había encontrado la página por la que iba cuando Adam reapareció y se sentó en el asiento trasero.

–A palacio –dijo en tono tenso.

Luego bajó el cristal que los separaba, pero no dijo nada. Tampoco se quedó dormido, aunque parecía cansado.

Danni sabía que había tenido una semana cargada de trabajo. Detuvo el coche delante de la puerta por la que Adam debía entrar a palacio y lo miró por el espejo retrovisor.

–Mejor.

–¿Mejor? ¿La cita?

–No. La cita ha ido mucho peor. Me refería a la parada. En comparación con la que has hecho delante de casa de Anna.

–Lo siento, se me ha ido el pie.

–Gracias.

¿Por disculparse? No iba a preguntárselo. Salió del coche, pero cuando fue a abrirle la puerta, Adam ya estaba fuera. La miró de la cabeza a los pies.

Danni solía estar siempre tranquila, pero en esos momentos deseó encogerse, ya que no sabía lo que pensaba Adam cuando la miraba. O tal vez fuese el frío lo que hacía que desease encogerse. Parecía que iba a nevar.

Posó la vista en su camisa todavía medio abierta y él frunció el ceño y empezó a abrocharse los botones. El movimiento de sus manos la hipnotizó.

–Gracias a ti también –le dijo–. Por la comida.

–No ha sido nada –contestó él, metiéndose las manos en los bolsillos e inclinando la cabeza para señalar el palacio–. Entra.

–¿A palacio?

–¿Adónde si no? No quiero que hablemos de mi cita aquí.

Danni miró a su alrededor. Había varios empleados esperando por si se les necesitaba. Si se quedaban hablando al lado del coche, todo el mundo se enfriaría. Además, ya había estado en palacio antes. De hecho, muchas veces, aunque de eso hacía mucho tiempo. Así que se encogió de hombros y entró con Adam por la puerta que les sujetaba un criado al que no conocía. Adam la guió escaleras arriba, por un pasillo cuyas paredes estaban cubiertas de retratos y Danni supo adónde la llevaba.

Él abrió la puerta de la biblioteca. La habitación, que había sido su favorita de joven, estaba llena de libros con tapas de cuero y había en ella enormes sillones. El ajedrez con el que tantas veces habían jugado también seguía allí, en un rincón, al lado de una ventana.

Danni se puso nerviosa. Hacía años que no entraba allí. El coche, la casa de su padre, eran su territorio, y en el exterior estaba… fuera. En libertad. Pero allí, dentro de palacio, estaba fuera de lugar y no se sentía cómoda.

Se acercó a una mesita auxiliar y dejó allí la gorra antes de quitarse los guantes. Se sentía vulnerable sin la protección del uniforme. Un uniforme que dejaba claro quién era ella y quién era él. Pero al pasarse la mano por el pelo pasó a ser solo Danni y él, Adam. Un hombre increíble. Serio, pero guapo, con aquellos ojos oscuros que siempre parecían observarlo todo.

Y supo que su presencia allí no tenía nada que ver con los ojos de Adam.

–Entonces, ¿qué ha pasado con la cita?

–Esperemos a después del postre.

–¿Qué postre?

Danni se giró al oír que llamaban a la puerta. Entró un criado con una bandeja y la dejó en la mesa baja que había entre dos sillones antes de marcharse.

Danni miró la bandeja y después a Adam.

–He pensado que tendrías hambre –comentó este.

–¡No tanta! –exclamó ella, mirando los dos trozos de tarta de queso y las tazas de chocolate caliente.

Adam sonrió por primera vez en toda la noche.

–No es todo para ti.

–Pero si tú acabas de cenar.

Él negó con la cabeza.

–Anna solo toma ensaladas. Nada de carbohidratos ni salsas. Así que no iba a comerme un postre delante de ella.

–Ya he cenado en el coche –dijo Danni con la boca hecha agua.

–La noche ha sido larga y era solo un aperitivo. Y, a no ser que hayas cambiado mucho, siempre has tenido buen apetito y te han gustado los dulces. La tarta de queso era tu favorita –le dijo, luego la miró–. ¿Has cambiado?

Ella sonrió y volvió a mirar la tarta.

–Al parecer, no mucho.

–Pues siéntate.

Adam le dio un cuenco y se sentó enfrente.

Danni probó la tarta y cerró los ojos, extasiada.

–¿Charlebury sigue siendo el chef? –preguntó cuando tuvo los ojos de nuevo abiertos.

Adam se echó a reír.

–Sí.

Durante los minutos siguientes, disfrutaron de la tarta en silencio. Cuando hubo terminado, Danni dejó su cuenco.

–¿No lo vas a limpiar con la lengua? –le preguntó Adam en tono de broma.

–Lo he pensado. Solo tengo una queja.

Él le preguntó cuál era con la mirada.

–Que no voy a poder apreciar el chocolate ahora.

–Pero lo vas a intentar, ¿no?

–Sería una cobarde si no lo hiciera, pero creo que tendré que esperar unos minutos.

Se acercó a una de las largas ventanas verticales y vio un único y solitario copo de nieve.

Los jardines que estaban más cerca de palacio estaban bien iluminados, pero la luz perdía intensidad a lo lejos. En la distancia, Danni vio un edificio…

–Creo que veo la casa de mi padre desde aquí.

–¿Detrás de la arboleda que hay al oeste?

–Sí. No recordaba que se viese desde aquí.

–Hace mucho que no venías. Has crecido.

–Supongo que sí. Las luces todavía están encendidas –le dijo ella, apartando la vista de la ventana–. Me parece que papá se ha vuelto a quedar dormido viendo la televisión.

–¿Te acuerdas de la primera vez que te vi aquí?

–Intento no hacerlo. Todavía me siento avergonzada. Me acuerdo de lo que te dije.

Él sonrió.

–Que fuese más alto que tú y, además, príncipe, no significaba que fuese mejor que tú.

–Sí, sí. Gracias por recordármelo.

Él seguía sonriendo, por fin con la mirada también.

–De nada.

–Era nueva aquí. Me sentía fuera de lugar y un poco… muy intimidada e insegura.

–Ya lo sabía.

Danni se giró hacia él.

–Te portaste bien conmigo. Me dijiste que te alegrabas de que no te viese diferente por ser un príncipe, porque muchas personas te trataban de manera diferente –comentó Danni riendo–. Y luego añadiste que, tal vez, el hecho de ser más alto significaba que eras un poco mejor que yo.

Señaló una estantería antes de continuar:

–Mira. El atlas sigue allí. Me ayudaste a encontrar América en él. Me preguntaste de dónde era.

–No quiero manchar mi imagen, pero se suponía que tenía que estar estudiando y no tenía ganas, así que fuiste mi excusa para no hacerlo.

Ella lo recordó sentado frente al escritorio lleno de libros. Tenía cinco años y él diez, así que le pareció bastante mayor. A la larga, el hecho de que se convirtiese en su protector había hecho que se sintiese en deuda con él.

–Entonces, ¿la cita? –le preguntó, mirándolo de nuevo. Para eso estaba allí, para ayudarlo a encontrar a la mujer adecuada.

Adam volvió a ponerse tenso y a Danni le entraron ganas de darle un masaje en los hombros.

–¿Has dicho que había salido mal? Porque tengo que admitir que, desde donde yo estaba, parecía que iba muy bien.

Adam negó con la cabeza.

–A veces las apariencias engañan. Ha resultado que no somos compatibles. Me he dado cuenta de que se me había olvidado una condición en mi lista.

–¿Cuál?

–Que sepa controlarse en el consumo de alcohol.

Adam tomó las tazas de chocolate caliente y le dio una.

–Tal vez estaba nerviosa. A lo mejor es tímida y conservadora. Tal vez haya bebido más de lo normal por ese motivo. Además, has podido intimidarla.

–Ya lo he pensado, pero lo que me ha sugerido que hiciésemos cuando la he acompañado en casa no me parece nada tímido ni conservador.

Danni prefirió no imaginarse qué era.

–Pues a mí no me ha parecido que te disgustase tanto la situación.

Adam sonrió.

–Tenía a una mujer muy bella entre mis brazos. Por supuesto que no me disgustaba la situación. Y no quería ser maleducado.

–Por supuesto que no. Siempre has sido un caballero. ¿Pero?

Él se puso serio.

–En realidad no había química. Por eso no va a haber una segunda cita.

Danni se sintió aliviada, pero no quiso analizar la sensación.

–Tal vez no sea adecuada como futura princesa.

–No.

–Y a tu padre no le parecería bien.

–Ah, no.

–Bueno, pues tanto mejor.

–Sí.

–Y es evidente que, en realidad, no necesitas mis servicios. A Anna le has parecido atractivo.

–Estaba ebria.

–No creo que eso le haga falta a ninguna mujer para encontrarte atractivo.

Ella no había tomado nada de alcohol y lo encontraba atractivo. Demasiado. Sus ojos, sus labios, su pecho, la fascinaban. Por eso lo mejor sería terminar cuanto antes con aquello.

–Ya lo sé, pero hacer esto de manera seria le quita emoción.

–Si pretendes hacerlo con la determinación y la precisión de un ejercicio militar, por supuesto que sí. ¿Cuánto tiempo hace que no te diviertes en una cita?

–No voy a hablar de eso contigo, Danni.

–Querías que te ayudase.

–Con las citas futuras, no con las pasadas.

–Pero podrías contarme las que funcionaron. O hablarme de Michelle.

–No.

Tal vez ella tampoco quisiera que se las contase, pero necesitaba ayudarlo a encontrar una solución a su problema.

–Pues encuentra a una mujer a la que le gusten las mismas cosas que a ti y hacedlas juntos. Así al menos lo pasaréis bien, aunque no surja nada más.

Adam asintió, pensativo, pero no dijo nada.

–¿Qué es lo que te gusta hacer? –le preguntó ella.

–Casi no me acuerdo –contestó él con el ceño fruncido, sacudiendo la cabeza–. Hace tanto tiempo que no he hecho nada solo por divertirme.

–Se nota.

–¿Qué quieres decir?

–No hace falta que te lo explique. Y no era una crítica.

–Sí.

–Era una afirmación. Llevas el peso del mundo entero sobre tus hombros, haces todo lo que puedes por tu familia y por tu país, y nada por ti. Nunca haces nada solo por diversión. No estaría mal que fueses más impulsivo de vez en cuando.

–Juego al polo –dijo él en tono triunfante–, cuando mi agenda me lo permite.

–Te he visto jugar –comentó Danni sacudiendo la cabeza–. No te diviertes. Juegas con la misma intensidad con la que trabajas.

–Pero lo disfruto.

–¿Por qué no haces nada solo para reír, para divertirte? Divertirte. Divertirte.

Él clavó la vista en sus labios y volvió a fruncir el ceño. Danni se preguntó por qué fruncía tanto el ceño cuando la miraba. Tenía la sensación de que ni siquiera la estaba escuchando.

Supo que debía decirle algo más, pero se había quedado sin palabras y, de repente, se sintió sensible allí con él. Tan cerca que podía tocarlo. Fue consciente de que, aunque se había abrochado la mayor parte de los botones de la camisa, todavía tenía demasiados desabrochados para que ella pudiese sentirse cómoda, y de que su pecho la atraía todavía más que al principio de la noche. Y, además, olía divinamente.

Capítulo Cuatro

 

 

 

 

 

Adam miró a Danni y notó como su cuerpo se acercaba a ella. Sabía lo que eran los impulsos, y cómo luchar contra ellos. Quería besarla, tomarla entre sus brazos y hacerla callar con los labios.

Eso sí habría sido puro disfrute.

Mucho más que verla devorar la tarta de queso. Quería demostrarle que apreciaba lo que estaba haciendo por él e invitarla a tarta le había parecido buena idea, pero la había comido con tal sensualidad que Adam no había tardado en arrepentirse del gesto.

Las ganas de besarla lo sorprendieron, pero no se preocupó. Estaba acostumbrado a contener los impulsos.

Se sintió como un hombre que pretende comprar un bonito y seguro Volvo y, de repente, ve un Ferrari.

Se recordó a sí mismo que conocía a Danni desde que eran niños. Todavía se sorprendía cada vez que la miraba y volvía a darse cuenta de que ya no era una niña.

Después de la velada con Anna, la chispa, la sinceridad y la inocencia de Danni le estaban tentando demasiado. No llevaba los labios pintados, pero solo podía pensar en ellos, en cómo sabría la pequeña mancha de chocolate que tenía en el labio superior mezclada con su frescura.

Ella abrió mucho los ojos verdes y él la observó y solo pudo esperar que no pudiese leerle los pensamientos. Porque no podía pensar de ese modo en ella. Porque era Danni.

Pero si hubiese sido cualquier otra mujer, la podría haber besado.

Ella lo miraba fijamente, confundida. Se aclaró la garganta.

–Sí.

–Tienes el labio superior manchado de chocolate.

–Ah –dijo Danni riendo mientras Adam le pasaba una de las servilletas que había en la bandeja–. Gracias.

A él casi le dio pena, pero si eso servía para poder dejar de pensar en los labios de Danni, en los que no debía pensar, tanto mejor.

Cuando se había despertado en el coche la otra noche y la había visto tan cerca, oliendo a menta y al fresco de la noche, había sentido por ella un deseo primitivo. El que le había faltado en la cita con Clara.

Entonces, se había distanciado de ella y le había hablado sin pensar. Y le había hecho daño.

En esos momentos, Danni estaba esperando a que dijese algo.

–No creo que sea el momento de divertirse –comentó.