Chantaje a una inocente - Jacqueline Baird - E-Book

Chantaje a una inocente E-Book

Jacqueline Baird

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Beschreibung

Bianca 2036 Ninguna mujer se había atrevido jamás a rechazar al implacable magnate italiano Zac Delucca. Pero la dulce e inteligente Sally vivía en un mundo propio, en el que sólo había lugar para su madre enferma y para su trabajo. La joven no se dio cuenta de que su indiferencia estaba provocando la furia del temible y apuesto empresario; sobre todo porque su padre era el responsable de un importante fraude en la empresa del millonario. Como había una deuda que saldar, Zac iba a darle un ultimátum: o accedía a convertirse en su amante o su padre terminaría en la cárcel. Era una decisión difícil, pero él estaba convencido de que ella sabría elegir bien…

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Créditos

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 2010 Jacqueline Baird

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Chantaje a una inocente, Bianca 2036 - marzo 2023

Título original: Untamed Italian, Blackmailed Innocent

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción.

Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411416405

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ZAC Delucca bajó de la limusina y miró hacia el edificio de cuatro plantas de estilo georgiano: la sede de Westwold Components, la empresa que había adquirido dos semanas antes. Raffe, su hombre de confianza, estaba a cargo de la operación, así que en ningún momento había esperado que lo necesitaran en Londres a mitad de junio.

El codiciado millonario avanzó hasta las puertas del edificio con aire de pocos amigos. Era arrebatadoramente atractivo; su cabello negro y sus astutos ojos oscuros no dejaban indiferente a nadie, y el impecable corte de su traje de seda daba fe de la extraordinaria habilidad de su sastre.

–¿Estás seguro de todo esto, Raffe? –le preguntó Zac a su asistente, que lo había acompañado en el coche.

Raffe Costa era su mano derecha y también su amigo desde hacía más de diez años. Zac había ido a un banco de Nápoles a pedir un préstamo para uno de sus proyectos y allí se había encontrado con Raffe, que en ese momento trabajaba en el departamento financiero de la entidad. Habían congeniado desde el primer momento y dos años más tarde Raffe se había unido al próspero negocio de Zac como contable y asistente personal.

–¿Que si estoy seguro? –dijo Raffe lentamente–. No, no del todo, pero sí lo bastante como para que lo compruebes. No lo notamos cuando hicimos las investigaciones pertinentes antes de efectuar la compra porque el desvío de fondos, si eso es lo que es, ha sido llevado a cabo de una forma muy sutil.

–Será mejor que tengas razón, porque tenía pensado tomarme unas vacaciones, y no quería pasarlas en Londres –dijo Zac en un tono seco y mirando a su asistente de reojo–. Lo que tenía en mente era una playa paradisiaca y una mujer hermosa.

Nada más entrar Raffe lo presentó ante el guardia de seguridad y éste le hizo firmar el libro de registro; seguramente para impresionar un poco.

–Estoy segura de que el señor Costa se lo habrá dicho –dijo Melanie, la recepcionista, después de las presentaciones. La joven se había agarrado del brazo de Zac y no lo soltaba–. Todos estamos encantados de pasar a formar parte de Delucca Holdings, y si hay algo que pueda hacer por usted… –la rubia batió sus largas pestañas y le lanzó una mirada seductora–. Sólo tiene que pedírmelo.

–Gracias –dijo él, en un tono cortés, pero formal, y se zafó de ella de inmediato–. Vamos, Raffe, busquemos… –y entonces se detuvo al ver entrar a una mujer.

–Exquisita –murmuró en un susurro, mirándola de arriba abajo.

Aquella joven tenía cara de ángel, y un cuerpo capaz de tentar a cualquier hombre con sangre en las venas.

Unos enormes ojos azules, piel de porcelana, y unos carnosos labios hechos para ser besados. El cabello, rizado y rojo como un puñado de rubíes, le caía en cascada sobre los hombros, realzando el blanco inmaculado del vestido de firma que llevaba. El fino tejido le acariciaba las curvas con sutileza y el ancho cinturón blanco que llevaba ceñido a la cintura potenciaba sus voluptuosas caderas.

«Tip, tap, tip, tap…».

Aquellas sandalias rojas de tacón de aguja se acercaban más y más, disparando su libido con cada paso. El corazón de Zac se detuvo un instante. Cualquier hombre hubiera muerto por aquellas piernas largas y esculturales…

–¿Quién es? –le preguntó a Raffe.

–No tengo ni idea, pero es impresionante.

Zac miró a su amigo y vio que éste la observaba de la misma manera.

«Quítale los ojos de encima. Es mía», pensó para sí.

La chica no era su tipo. Él siempre había preferido a las morenas altas y llamativas. Sin embargo, estaba decidido a llevarse a la cama a aquella pequeña y delicada pelirroja…

Zac esbozó su mejor sonrisa, pero la joven pasó de largo con una mirada despreciativa.

 

 

Sally Paxton atravesó el vestíbulo de Westwold Components con paso decidido. Al pasar por delante del buró de recepción se encontró con un pequeño grupo que la observaba con atención. Un hombre alto le sonreía efusivamente.

¿Acaso era alguien a quien debía conocer?

Sally se puso tensa y apretó el paso. Tenía que parecer segura y desenvuelta, como si ése fuera su sitio.

Al pasar por delante de él, lo saludó con un gesto frío y siguió adelante.

Sally Paxton tenía una misión que cumplir… y nada ni nadie iba a interponerse en su camino…

Su mirada buscó los ascensores situados al final del elegante recibidor. Uno de ellos era de uso público, y el otro iba directamente a la última planta, donde estaba el despacho de su padre.

 

 

Zac se quedó estupefacto. Por primera vez en su vida, una mujer lo había ignorado por completo.

–¿Quién es esa chica? –le preguntó a la recepcionista–. ¿En qué departamento trabaja?

–No lo sé. Es la primera vez que la veo.

–Seguridad –dijo, llamando al guarda.

Pero éste ya había echado a andar detrás de la joven.

–¡Espere, señorita, tiene que firmar!

 

 

Enojada y absorta en sus propios pensamientos, Sally se detuvo delante del ascensor y apretó el botón.

Hacía más de siete años que no visitaba el despacho de su padre. Entonces tenía dieciocho años y se había presentado por sorpresa un miércoles por la tarde. Aquel día era el cumpleaños de su madre y Sally había viajado hasta Londres para hacerle volver a casa antes del fin de semana.

Por aquel entonces su madre aún estaba convaleciente de una mastectomía, pero él sólo se había dignado a enviarle una fría postal de felicitaciones.

«Una mísera postal…», pensó Sally para sí con amargura y rabia, reviviendo lo que había ocurrido después.

Al abrir la puerta del despacho, se había encontrado con una imagen que jamás podría olvidar: la joven secretaria, semidesnuda sobre el escritorio, y su padre, inclinado sobre ella…

Su padre… un mujeriego empedernido… un adúltero despreciable… una rata mentirosa… el hombre al que su madre amaba a pesar de todo…

El ascensor no tardó en bajar y Sally subió rápidamente.

Esa vez tendría que acompañarla, por las buenas o por las malas…

En esa ocasión, su padre había argumentado que, con la adquisición de la empresa por parte de Delucca Holdings, estaba hasta arriba de trabajo y no podía ir a visitar a su madre.

En la última visita que le había hecho ella a la residencia en la que estaba, el doctor le había dicho que el corazón de su madre estaba muy débil a consecuencia del tratamiento para el cáncer de mama y el atropello que había sufrido después. Según le dijo, como mucho le quedaba un año de vida, pero podía morir en cualquier momento.

En esos momentos, las puertas del ascensor se abrieron y ella salió.

 

 

Zac fue hacia el guarda de seguridad y apretó el botón del ascensor.

–Lo siento, señor, se nos ha escapado. Pero este ascensor sólo para en la última planta, donde está la sala de juntas y el despacho del señor Costa. El otro despacho de la planta es el del señor Paxton, el director financiero de la empresa, pero esa joven no era su novia… su secretaria –se apresuró a decir, corrigiéndose a sí mismo–. Quizá la joven quisiera verle a usted.

–No te preocupes, Joe –dijo Zac, mirando la plaquita que el empleado llevaba en la solapa–. Estabas distraído, y si lo que dices es cierto, entonces esa señorita no irá a ninguna parte. Puedes volver a tu puesto.

Las puertas del ascensor se abrieron y Zac y Raffe entraron rápidamente.

–¿Crees que la chica te estaba buscando? –le preguntó Raffe con una sonrisa–. ¿O debería decir «persiguiendo»?

–Eso sería tener mucha suerte –dijo Zac, quitándose importancia.

Sin embargo, no era nada inusual que las mujeres fueran detrás de él. En una ocasión un reportero del corazón había dicho de él que era un «imán para las féminas», y lo cierto era que no se equivocaba en absoluto; millonario, apuesto, con cara de chico malo y una nariz rota que lo hacía irresistible.

–Tú sospechas de este tipo, ¿no es así, Raffe?

–Sí.

–Creo que es un hombre casado, ¿no?

–Sí, casado y con una hija, creo.

–Y por lo que parece, el hombre tiene una amante, y ésas no salen nada baratas. Bueno, parece que tus sospechas son más que fundadas, Raffe.

 

 

Sally irrumpió en el despacho de su padre y entonces se detuvo. Él estaba sentado detrás del escritorio con la cabeza entre las manos.

Desconcertada, la joven le llamó suavemente.

–¿Papá?

Él levantó la cabeza.

–Oh, eres tú –dijo su padre, irguiéndose–. ¿Qué estás haciendo aquí? No, no me lo digas –levantó una mano–. Has decidido emprender otra de tus misiones moralistas y quieres que vaya a visitar a tu madre, ¿no?

Sally se dio cuenta de que seguía siendo el mismo bastardo egoísta de siempre.

–Qué tonta soy –dijo, sacudiendo la cabeza con desprecio–. Por un momento pensé que estabas pensando en tu esposa –le espetó con sarcasmo y furia.

Miró a su alrededor y localizó el despacho de secretaria.

Vacío.

–Bueno, ya estoy cansada de tus mentiras y de tus engaños y, por una vez en tu vida, vas a hacer lo correcto y me vas a acompañar a ver a mamá.

–Ahora no, cariño –le dijo él, incorporándose y ajustándose la corbata.

En ese momento Zac Delucca entró en la estancia, justo a tiempo para oír el apelativo con el que Paxton se había dirigido a la joven.

«Cariño…»

–¿Qué pasa? ¿Una de tus «chicas» te ha dejado en la estacada? Y las llamó «chicas» deliberadamente –le dijo Sally, esbozando una sonrisa mordaz.

Pensando que había puesto el dedo en la llaga, la joven vio palidecer a su padre, pero entonces se dio cuenta de que él miraba más allá de ella.

Rápidamente los labios de Nigel Paxton esbozaron una sonrisa que apenas le llegó a los ojos. Su mirada estaba llena de miedo.

«¿Qué sucede?», se preguntó Sally, sintiendo un extraño escalofrío.

Alguien acababa de entrar en el despacho.

–Señor Costa, no esperaba que volviera tan pronto.

Sally se puso rígida.

Su padre dio un paso adelante, ignorándola por completo.

–Nigel, te presentó al señor Delucca.

–Señor Delucca, es un placer conocerle.

Por su tono de voz, Sally se dio cuenta de que aquel inesperado encuentro estaba muy lejos de ser un placer para su padre.

«Delucca…», repitió para sí, reconociendo el nombre de inmediato.

En alguna ocasión, su padre le había dicho que el tal Delucca iba a absorber la empresa y poco después había leído un artículo sobre él en el periódico. Al parecer, aquel hombre era un magnate italiano que engullía compañías a diestro y siniestro; un multimillonario prepotente que se dejaba ver en compañía de modelos despampanantes con la cabeza hueca.

«Increíble…», se dijo Sally, perpleja.

Por una vez parecía que su padre decía la verdad. Si aquel hombre era el nuevo propietario de la empresa, entonces quizá tuviera que trabajar todo el fin de semana.

Pero ella estaba dispuesta a evitarlo a toda costa…

Capítulo 2

 

 

 

 

 

ZAC Delucca dio un paso adelante y le estrechó la mano a Nigel Paxton.

–El placer es mío –dijo en un tono suave y entonces miró hacia la hermosa joven–. Siento interrumpir. No sabía que tuviera compañía –añadió, volviéndose hacia Nigel–. Tiene que presentarme a su encantadora amiga, Paxton –dijo, mirándola de arriba abajo una vez más.

–Oh, no es mi amiga –dijo Nigel, riendo–. Es mi hija, Sally.

Ella se volvió ligeramente. Levantó la vista y se encontró con unos penetrantes ojos negros que la escudriñaban con descaro.

«Ojos negros, cabello negro y… corazón negro», pensó para sí.

–Sally… ¿Puedo llamarla Sally? –le preguntó con cortesía–. Es usted una joven muy hermosa. Su padre debe de estar muy orgulloso.

Irguiendo los hombros, ella le ofreció la mano.

Él la tomó de inmediato.

–Es un placer conocerle –dijo ella con frialdad y trató de soltar la mano inmediatamente.

Sin embargo, él se la retuvo un instante y deslizó los dedos sobre su piel.

«Qué predecible. Otro más como mi padre…», pensó ella.

Zac la observó con atención mientras estrechaba la mano de Raffe. Su voz era suave, y algo ronca, y su sonrisa escondía otros pensamientos. No dejaba de mirar a su padre y la tensión entre ellos era evidente.

–Espero que no le importe, señor Delucca –dijo Sally, pensando deprisa y sin siquiera mirarle a los ojos–. He venido a convencer a mi padre para que almuerce conmigo. Siempre le digo que trabaja demasiado. ¿No es así, papá?

–Sí, pero llegas un poco tarde. Me tomé un sándwich hace un rato, y estoy muy ocupado. Como ves, el nuevo dueño de la empresa, el señor Delucca, acaba de llegar. Hoy no puedo llevarte a comer. ¿Te llamo esta noche?

Sally sabía que ésa era otra de sus mentiras, pero no podía hacer nada al respecto en presencia de aquellos dos extraños.

Le lanzó una mirada fulminante a su padre y entonces sintió el tacto de una mano cálida en el antebrazo.

Sorprendida, levantó la vista de inmediato.

–Su padre tiene razón, Sally. Mi asistente y él van a estar muy ocupados durante el resto del día.

Ella trató de apartar la vista, pero no fue capaz; tal era el embrujo de aquellos ojos oscuros e intensos.

Sin embargo, no era un hombre apuesto. En algún momento de su vida debían de haberle roto la nariz, y la fractura no había soldado bien. Además, tenía una cicatriz de varios centímetros por encima de una ceja.

–Pero yo no podría dejar que una joven como usted almorzara sola.

Sally bajó la vista. Ella sabía muy bien a dónde quería llegar aquel individuo.

–Si no tiene inconveniente, señor Paxton, me gustaría llevar a almorzar a su hija. Raffe puede explicarle los pormenores del asunto, así que podemos vernos más tarde.

Hubo un incómodo silencio y entonces el padre de Sally contestó con toda la cordialidad del mundo.

–Es muy amable por su parte, señor Delucca, así que, problema resuelto. Sally, cariño, el señor Delucca te llevará a comer. ¿No es todo un detalle de su parte?

Sally miró a su padre y después a Zac Delucca. En sus ojos había picardía, sarcasmo y algo más que no quería reconocer…

 

 

Diez minutos más tarde, Sally estaba sentada en la parte de atrás de la limusina, de camino a un restaurante al que no quería ir. Zac Delucca estaba a su lado.

–¿Está cómoda, Sally?

–Sí –dijo ella automáticamente.

«¿Cómo ha ocurrido todo esto?», se preguntó por enésima vez.

–El restaurante está a unos veinte minutos. Es uno de mis favoritos en Londres.

–Muy bien –murmuró ella, repasando la conversación que había tenido lugar en el despacho de su padre.

Absorta en sus propios pensamientos, veía la vida pasar a través de la ventanilla.

De repente, un suspiro escapó de sus labios.

–Eso es ha sido un buen suspiro –dijo él–. Ya veo que mi compañía le resulta muy aburrida –añadió con ironía.

–No, en absoluto, señor Delucca –dijo ella rápidamente, volviéndose hacia él.

–Entonces, por favor, llámame Zac –le dijo en un tono sutil–. No hace falta tanta formalidad, Sally –añadió, bajando la voz y rozándole el dorso de la mano con las yemas de los dedos.

Ella saltó como si acabara de quemarse con fuego.

–Pues yo creo que sí –le espetó.

Él se rió a carcajadas.

–Me alegro de que me encuentre divertida –dijo ella–. Y no me toque –añadió, apartándose un poco.

Zac guardó silencio y se acomodó en su asiento. Quizá había cometido un error. ¿Realmente disponía del tiempo necesario para ir detrás de ella?

Sally Paxton no era más que otra niña rica y mimada, enfadada con su padre por no haber podido salirse con la suya.

«Qué ironía…», pensó. Si las sospechas de Raffe eran ciertas, él mismo le estaba pagando los caprichos sin disfrutar de los beneficios de mantener a una mujer hermosa.

La observó un momento. Era increíblemente preciosa, tanto como para merecer un pequeño esfuerzo. Las manos, cruzadas sobre su regazo, la suave curva de sus pechos cremosos, y un rostro muy hermoso, pero triste…

–Divertida no, más bien… intrigante –le dijo–. Dime, ¿hay alguien en tu vida, Sally?

–No. ¿Y tú? ¿Estás casado? –le preguntó con brusquedad, mirándolo de reojo–. Porque yo nunca salgo con hombres casados.

–No estoy casado –dijo, esbozando una sonrisa de lobo–. Y tampoco quiero estarlo –le apartó un mechón de pelo de la cara y, agarrándola de la barbilla la hizo mirarle a los ojos–. Y en este momento no hay ninguna mujer en mi vida, así que no hay nada que nos impida estar juntos. Soy un amante muy generoso, en la cama y fuera de ella. Confía en mí. Te prometo que no te decepcionaré.

Sally se escandalizó ante semejante derroche de arrogancia. Hacía media hora que lo conocía y ya estaba intentando llevársela a la cama.

Otro igual que su padre…

–Oh, no sé, Zac –dijo en un susurro, pronunciando su nombre de forma deliberada–. Tengo casi veintiséis años y sí que quiero un marido… –le dijo en un falso tono de inocencia–. Pero no el de otra –añadió con dureza.

Él le soltó la barbilla de inmediato.

Ella sonrió, satisfecha.

–Creo que es bueno ser sincero y mostrar las intenciones, y eso sin duda se te da muy bien, Zac –le dijo en un tono de ironía mordaz–. Así que creo que yo debo hacer lo mismo. Me encantaría tener tres hijos cuando aún sea joven para disfrutar de ellos y, simplemente, no voy a perder el tiempo en una aventura estúpida –le soltó en un tono implacable.

La expresión del rostro de Zac se tornó cómica. Había pasado de pretendiente ardiente a macho agraviado en menos de un minuto.

–Te puedo asegurar que una aventura conmigo nunca ha sido una pérdida de tiempo para una mujer.

Sally lo miró fijamente, estupefacta.

–Eso dices tú –le dijo, encogiéndose de hombros–. Además, debes de tener unos… ¿Treinta y nueve? ¿Cuarenta? –le dijo en un tono provocador.

–Treinta y cinco.

Sally esbozó una sonrisa.

–Bueno, de todas formas, eres mayor. A lo mejor cambias de idea respecto al matrimonio. Seguro que serías un marido estupendo –dijo Sally, que ya empezaba a pasárselo bien.

Él se revolvió un poco en el asiento y, por primera vez, ella se volvió hacia él y le concedió toda su atención, mirándolo de arriba abajo con desparpajo, tal y como él había hecho un rato antes.

–Tienes todos los atributos necesarios para ser un marido fantástico –añadió–. Eres apuesto, estás en forma y estás podrido en dinero.

Zac la escuchó con una inquietud creciente. Era evidente que estaba buscando marido, un marido rico. Sin duda era igual que todas las su clase y lo único que la salvaba un poco era que había puesto todas sus cartas sobre la mesa desde el primer momento.

Por suerte el coche ya estaba aminorando la marcha y en breves momentos llegarían al restaurante. Sería una comida rápida y después, «adiós»…

Capítulo 3

 

 

 

 

 

UN rato más tarde, el vehículo de lujo se detuvo frente a las puertas del restaurante y Zac la ayudó a bajar.