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La ingenua Phoebe Brown se enamoró del magnate Jed Sabbides después de que él la conquistara, la invitara a cenar y se acostara con ella. Pero cuando le anunció que estaba embarazada, Jed se quedó horrorizado. ¿No comprendía que para él ella sólo era una distracción agradable? Por desgracia, Phoebe perdió al hombre que amaba y al bebé… ¡Increíblemente, años más tarde, Jed descubrió que Phoebe tenía un hijo que se parecía mucho a él!
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Seitenzahl: 192
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid
© 2010 Jacqueline Baird. Todos los derechos reservados. EL HIJO OCULTO DEL MAGNATE, N.º 2058 - febrero 2011 Título original: The Sabbides Secret Baby Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres. Publicada en español en 2011
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-671-9773-0 Editor responsable: Luis Pugni
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Jed Sabbides se movió en su asiento. El avión estaba comenzando a descender y no antes de tiempo. Cierta parte de su cuerpo reaccionaba ante la idea de que la encantadora Phoebe estuviera esperándolo en Londres. Él había pensado pasar tres semanas en Nueva York, pero había acortado su estancia un día y había reorganizado su agenda para que al día siguiente pudiera trabajar desde su despacho de Londres y así poder estar junto a ella.
El sábado por la noche tenía que estar en Grecia para celebrar el cumpleaños de su padre y con el nivel de frustración que sentía había decidido que pasar sólo una noche con Phoebe no sería suficiente... Tras un par de llamadas telefónicas el jet de la empresa de los Sabbides lo estaba esperando en el aeropuerto Kennedy. Por una vez, la diferencia horaria entre los dos continentes era una bendición.
Tenía el ceño fruncido. ¿Cuándo había cambiado su agenda por una mujer? Nunca... La respuesta hizo que se sintiera un poco incómodo y no pudo evitar pensar en la primera vez que vio a Phoebe...
Al salir del ascensor en la planta baja del hotel en el que se hospedaba mientras valoraba la posibilidad de comprar el establecimiento, Jed se fijó en la chica que estaba cruzando el vestíbulo y se detuvo un instante para observar su silueta femenina.
Su rubia melena ondulada caía sobre sus hombros. Su perfil era exquisito, y la falda negra y la blusa blanca que llevaba no servían para ocultar su silueta mientras caminaba sobre el suelo de mármol luciendo unas piernas que harían volar la imaginación de cualquier hombre.
Él la siguió con la mirada hasta que se metió detrás de la recepción y se dirigió con una sonrisa al siguiente cliente. Su sonrisa hizo que a él se le cortara la respiración. Se había sentido atraído por ella al instante, y su cuerpo había reaccionado. En aquel momento no salía con ninguna mujer y decidió que aquella chica era para él, sin contemplar la posibilidad del fracaso ni un instante.
Se acercó a la recepción y le preguntó si podría recomendarle un buen restaurante. Ella echó la cabeza un poco hacia atrás y él se percató de que de cerca era aún más guapa. Era una mujer con el rostro ovalado, la tez clara, los labios sensuales y los ojos azules y brillantes. Él sonrió y, cuando le sostuvo la mirada, ella se sonrojó. Más tarde, él se enteraría de por qué.
Phoebe, en griego, quería decir radiante. Y ella era así, bella, con un cuerpo perfecto y una mente ágil.
Jed le pidió que saliera a cenar con él esa noche. Sorprendentemente, ella rechazó la invitación diciéndole que no tenía permitido salir con los clientes, pero él consiguió que le contara que sólo trabajaba allí los fines de semana para incrementar sus ingresos mientras estudiaba Política e Historia en la universidad.
Él dejó la habitación que tenía en el hotel y regresó al día siguiente para volver a pedirle que cenara con él. Ella aceptó.
Nunca había conocido a una mujer capaz de rechazar sus invitaciones, y tener que esperar un mes para conseguir acostarse con ella había sido una experiencia completamente nueva.
Principalmente, porque Phoebe compartía la casa con otros tres estudiantes, dos chicas, Kay y Liz, y un chico llamado John, y no tenía privacidad. Pero también se negó a cenar con Jed en la suite que él mantenía en uno de los hoteles de su familia. Phoebe se excusó diciéndole que no se sentiría cómoda si la gente de la cadena de hoteles en la que trabajaba pensara que era una de esas mujeres que acompañaban a los hombres en su habitación durante unas horas.
Le faltaban unas cuantas semanas para cumplir los veintiún años y a Jed le preocupaba un poco que fuera tan joven. No estaba seguro de si sus temores eran pura modestia o de si, como la mayor parte de las mujeres, ella buscaba algo más de lo que él estaba preparado para ofrecerle.
Fue pura coincidencia que, una noche, al entrar en el Empire Casino después de que Phoebe lo dejara con un fuerte sentimiento de frustración, él se encontrara con un antiguo compañero de las partidas de póquer y obtuviera la solución a su problema. Al hombre acababan de eliminarlo del torneo World Serious Poker que se celebraba en el casino y mientras se tomaban una copa le contó que iba a viajar a los Estados Unidos y necesitaba a alguien que le cuidara su apartamento de Londres y a su gato, Marty, mientras él estaba fuera.
Jed se lo contó a Phoebe y le preguntó si estaba interesada en el trabajo. Le presentó a su amigo, y cuando el gato ronroneó y se restregó contra sus tobillos, ella aceptó.
Finalmente, Jed consiguió algo más que un beso de buenas noches. Pero incluso así ¡lo hizo esperar unos días más!
Phoebe lo sorprendió. Era virgen, la primera con la que él estaba, y sorprendentemente, la amante más apasionada y receptiva que había tenido nunca...
Eso había sucedido doce meses atrás. Era la primera vez en sus treinta años de vida que mantenía una amante tanto tiempo.
Hacía mucho que se había dado cuenta de que su principal atractivo para las mujeres era el dinero, y teniendo en cuenta que su padre se había casado por cuarta vez, no era nada sorprendente.
A Jed no le importaba. A los veinticinco años se había convertido en un multimillonario, primero jugando al póquer por Internet cuando iba a la universidad y después jugando en bolsa. Básicamente, era otra manera de apostar, pero al menos sacaba mayor partido de su mente privilegiada. Jed había terminado montando su propia empresa, J.S. Investments.
Además de mantener su empresa, su padre le había pedido que se uniera a la empresa familiar y enseguida se estaba encargando de la gestión de Sabbides Corporation, una empresa especializada en hoteles y en la industria del ocio. La empresa tenía mucho éxito, pero la relación de Jed con su padre era cada vez peor.
Si su padre le había enseñado algo a Jed, era que el matrimonio no era para él y que lo mejor era mantener su vida sexual apartada del negocio y de la familia. Ninguna relación le había durado más de ocho meses, hasta que conoció a Phoebe. Él no creía en el matrimonio y desde un principio se lo había dejado claro a Phoebe. Ella se había reído al oír sus palabras y le había dicho que el matrimonio era lo último que tenía en mente. Estaba dispuesta a iniciar su carrera profesional y a viajar por el mundo.
En la primera cita, cuando ella le preguntó a qué se dedicaba, él sólo le contó que era un hombre de negocios y que trabajaba en sus oficinas de Londres, Atenas y Nueva York. Pero más tarde, su amiga Liz le había dicho que en la prensa se referían a él como el Magnate Griego, un apodo que él detestaba.
Sin embargo, aquello no pareció impresionar a Phoebe. Durante el tiempo que habían estado juntos, ella nunca había hablado de compromiso, nunca le había pedido nada, y él estaba seguro de que no tenía ningún plan. No tenía de qué preocuparse. Durante un año o dos, mientras continuara la pasión, Phoebe era suya.
Siete semanas antes ella había finalizado su licenciatura, y la ceremonia de graduación había sido la semana anterior. Ella lo había invitado a la ceremonia y le había dicho que su tía también iría. Jed siempre había tratado de evitar conocer a la familia de las chicas con las que salía, y le había dicho a Phoebe que haría lo posible por ir. Puesto que ese día estaba en Nueva York, había tenido una buena excusa para no ir...
La mañana de la ceremonia había llamado a Phoebe para desearle suerte. Ella parecía contenta, sobre todo después de decirle que tenía una sorpresa especial para ella.
«Quizá, después de todo, no sea tan diferente a las demás», pensó con cinismo.
A menudo le compraba regalos, y ella le demostraba que estaba agradecida cuando se hallaban en la cama. Esa vez le había comprado una gargantilla de diamantes, porque se sentía un poco culpable por perderse su graduación. Además, llegaba un día antes de lo previsto y sabía que eso agradaría a Phoebe.
La idea lo hizo sonreír con anticipación masculina...
Cuando el avión aterrizó, Jed se levantó del asiento, se puso la chaqueta y se ajustó la corbata. Agarró el ordenador portátil y salió del avión despidiéndose de la azafata con una sonrisa.
Phoebe cerró el grifo de la ducha y salió de la cabina. Eran las nueve de la noche y quería acostarse temprano para estar descansada y preparada para cuando llegara Jed al día siguiente.
Al pensarlo, sintió un nudo en el estómago...
Se miró en el espejo y se cubrió su cuerpo delgado con una toalla. ¿Cuánto tiempo continuaría delgada?
Tenía que decirle a su novio, Jed, que estaba embarazada...
Jed Sabbides era un financiero con éxito y también con el poder que había detrás del emporio de Sabbides Corporation. Desde un principio, Phoebe había sospechado que era rico, simplemente por la seguridad que demostraba en sí mismo. Y por eso, en un principio se había mostrado recelosa. Él pertenecía a un mundo completamente distinto al de ella, pero Phoebe estaba enamorada por primera vez en su vida. Liz, su compañera de casa, le había contado que era extremadamente rico y había tratado de advertirle a Phoebe que él sólo pretendía que fuera su amante habitual en Londres...
Liz se había equivocado.
Era cierto que a los pocos días de mudarse al nuevo apartamento se habían convertido en amantes, pero no vivían juntos...
Jed la respetaba y cuando trabajaba en Londres se alojaba en la suite del hotel de lujo propiedad de Sabbides Corporation. Y el hecho de que Phoebe tuviera su propio apartamento le había permitido estudiar para superar con éxito el último año de carrera.
A pesar de que Jed fuera un hombre rico, ella consideraba que eran como cualquier otra pareja enamorada. Ocasionalmente salían al cine o a cenar, y cuando su relación se convirtió en algo más íntimo, él empezó a quedarse a pasar la noche con ella. Y a veces, incluso más de una noche. Jed había dejado algo de ropa allí a lo largo del año, pero no vivía en aquella casa. Viajaba mucho y Phoebe lo echaba de menos por las noches.
Jed casi nunca hablaba con ella del trabajo, pero ella no había tardado mucho en darse cuenta de que era adicto al trabajo y que pasaba el tiempo entre los dos continentes. Pero también le había comentado alguna vez que tenía una hermana mayor, casada y con dos niñas a las que él adoraba. Eso era buena señal, porque indicaba que le gustaban los niños. Phoebe estaba convencida de que querría a su bebé tanto como ella...
Phoebe había conocido a Jed cuando estaba alojado en el hotel donde ella trabajaba de recepcionista y, desde entonces, su vida había cambiado. Ella había levantado la vista la oír su voz grave, lo había mirado a los ojos y se había quedado prendada. Era el hombre más guapo que había visto nunca. Entonces, él le sonrió y ella experimentó algo que no había sentido jamás. Incapaz de mirar a otro lado, se sonrojó.
Doce meses más tarde todavía se excitaba al verlo o al oír su voz, e incluso a veces se sonrojaba.
Phoebe Brown, a lo mejor pronto Phoebe Sabbides, soñaba con el futuro. Agarró una toalla de lavabo del toallero, se inclinó y comenzó a secarse la cabeza.
–¡Ahhh! –gritó al sentir que alguien la agarraba del hombro–. ¿Qué diablos...? –exclamó mientras la giraban.
Dejó caer la toalla al suelo y miró a Jed.
–Jed... Eres tú.
–Eso espero –sonrió él–. ¿A quién más esperabas en tu baño? –se mofó.
Deslizó las manos por sus hombros para quitarle la toalla que cubría su cuerpo y la miró de arriba abajo con deseo.
–Llevo semanas soñando con esto –posó la mirada sobre sus pezones rosados–. Pero la realidad supera al más salvaje de mis sueños.
Phoebe echó la cabeza hacia atrás. Él se había quitado la chaqueta y la corbata y llevaba los primeros botones de la camisa desabrochados, mostrando una fina capa de vello oscuro y varonil.
–Ah, Jed... Te he echado mucho de menos –suspiró ella y se acurrucó entre sus brazos.
Jed inclinó la cabeza y la besó en los labios. Ella le rodeó el cuello con un brazo y se besaron de manera apasionada. Cuando se separaron para tomar aire, él se agachó y capturó uno de sus pezones con la boca para acariciárselo con la lengua.
–Cielos, Phoebe, no puedo esperar –se quejó.
Ella le acarició el cabello con una mano y metió la otra por la abertura de su camisa, desesperada por sentir el calor de su piel y los pezones erectos medio escondidos entre el vello rizado. Al ver el brillo del deseo en sus ojos marrones, ella deslizó la mano más abajo para acariciarle el miembro erecto a través de la tela de los pantalones.
Ella tampoco podía esperar... Nunca habían pasado tanto tiempo separados y el calor húmedo de su entrepierna era la muestra del potente deseo que sentía por él.
Jed le retiró la mano y la apoyó contra la pared mientras se bajaba la cremallera para liberar su miembro. Ella podía sentir el fuerte latido de su corazón contra su pecho y, por un instante, fue incapaz de moverse.
–Perdóname, Phoebe –dijo él–. Pero te deseo con locura.
–Yo también –murmuró ella, mientras él la besaba en los labios.
–¿Estás segura de que estás bien?
–Ahora mucho mejor. Sólo tengo que mirarte para desearte –admitió ella, encantada de que hubiera llegado por sorpresa.
–Sigue pensando en ello mientras te quito la ropa –dijo él, quitándose los pantalones.
Phoebe se agachó con intención de recoger la toalla del suelo, pero Jed la agarró de la muñeca para que se incorporara.
–No te molestes –dijo con una sonrisa sensual–. No la necesitas para lo que tengo planeado –se quitó el resto de la ropa.
Era perfecto. Tenía el cabello negro y un poco rizado. Sus ojos eran marrones y se oscurecían a causa de la pasión. Y su nariz estaba perfectamente colocada en la estructura de su rostro. Su boca era sensual, sus labios, perfectos y su mentón, prominente.
Phoebe podría pasarse la vida mirando su rostro, pero su torso desnudo era demasiado tentador y no pudo evitar deslizar la mirada por su cuerpo musculoso. Su miembro viril asomaba entre sus piernas poderosas...
–¿Te gusta lo que ves? –preguntó él, provocando que se sonrojara.
–Sí –lo amaba, y quizá había llegado el momento de darle la noticia. Pero antes de que pudiera encontrar las palabras adecuadas, él la tomó en brazos y la llevó hasta el dormitorio–. Espera, Jed... ¿No quieres tomar algo después del viaje? ¿Cómo es que has llegado una noche antes?
–Porque no podía esperar otro día más. Lo único que quiero para comer eres tú –la tumbó en la cama y se colocó a su lado.
Entusiasmada por el deseo que él mostraba hacia ella, Phoebe comenzó a acariciarlo y lo que pasó aquella noche no tenía igual. Él le hizo el amor despacio y con tanta pasión, que estuvo a punto de volverla loca de excitación, explorando cada curva de su cuerpo y seduciéndola hasta llevarla al clímax. Phoebe se sentía como si estuviera poseída y consiguió liberarse de toda inhibición sexual. Era como si ninguno de los dos consiguiera saciarse y necesitara más.
Finalmente, horas más tarde, agotada entre sus brazos pero incapaz de dormir, miró a Jed y se preguntó si su hijo se parecería a él. Se preguntó si el hecho de que él hubiera llegado antes de tiempo podía ser la sorpresa especial que él le había prometido y frunció el ceño. Era ridículo, pero ella se había hecho la ilusión de que fuera un anillo y había imaginado que Jed le pedía que se casara con él antes de que ella le dijera que estaba embarazada.
–Phoebe, ¿en qué piensas? ¿Qué pasa? –preguntó Jed.
Ella se incorporó y lo miró a los ojos.
–Nada. Me preguntaba si el hecho de que hayas venido antes de tiempo era la sorpresa que me prometiste. Si es así, he de decir que ha sido una gran sorpresa –lo besó.
–Me alegro, pero no –la tumbó bocarriba, salió de la cama y encendió la luz–. Quédate donde estás. Enseguida vuelvo –dijo él.
Phoebe lo observó salir desnudo de la habitación. Minutos más tarde, él regresó con una caja de piel negra en la mano.
–Siéntate, Phoebe. Por tu graduación universitaria –abrió la caja y le mostró una gargantilla de diamantes. Se la colocó en el cuello y la abrochó. Después, tras acariciarle los hombros y cubrirle los senos con las manos, añadió–: Y también por tu graduación en la cama –le pellizcó los pezones con suavidad–. No imaginaba que el sexo pudiera ser mejor, pero me he sorprendido. Y tú me has acompañado durante todo el camino, sorprendiéndome aún más, mi maravillosa desvergonzada.
–Gracias, Jed –murmuró ella–. La gargantilla es preciosa.
Phoebe miró las piedras que colgaban de su cuello tratando de no desvelar la pequeña decepción que sentía. Sin embargo, al ver los dedos de Jed acariciándole los pechos experimentó de nuevo una fuerte excitación sexual.
Lo rodeó por el cuello y lo besó en los labios.
–Y te quiero –dijo ella.
Phoebe se lo había dicho montones de veces, pero, de pronto, se percató de que Jed nunca se lo había dicho en inglés. Le había dicho que era preciosa y que le encantaba su cuerpo, y ella había supuesto que le había dicho «te quiero» en griego, el idioma que empleaba en los momentos de pasión. Sin embargo, ya no estaba tan segura...
Convenciéndose de que era una tontería, se colocó a horcajadas sobre su cuerpo y le hizo el amor hasta que ambos quedaron agotados.
Phoebe se despertó al sentir una mano sobre su pecho y la presión de un miembro erecto contra el trasero.
–Ah, Phoebe, me gusta tanto acariciarte... –le susurró Jed al oído.
Ella se desperezó y gimió al sentir que Jed le acariciaba la entrepierna con la otra mano.
Pero su estómago tenía vida propia y no estaba nada calmado. De forma apresurada, Phoebe se bajó de la cama y corrió hacia el baño.
–¿Qué pasa, Phoebe? –preguntó Jed.
Incapaz de contestar, ella cerró la puerta y abrió el grifo del lavabo. A lo mejor con un poco de agua conseguía calmar sus náuseas. No le sirvió de nada y dos segundos más tarde estaba de rodillas frente al retrete y obteniendo muy poco resultado.
Despacio, se puso en pie y tras tirar de la cisterna se volvió para mojarse el rostro y lavarse la boca. «Quizá si aprendo a moverme con más cuidado, evitaría las náuseas de la mañana», pensó mirándose en el espejo con una sonrisa. Todavía no le había cambiado el cuerpo. Tenía el aspecto de una mujer bien amada, y las marcas de la pasión sobre sus muslos y pechos eran la evidencia. También la gargantilla de diamantes que llevaba al cuello. Suspiró con alegría. No tenía ni idea de cuándo se lo pondría, pero era un regalo fantástico y la noche había sido increíble. Jed le había demostrado lo mucho que la deseaba de una docena de maneras distintas, incluyendo un par de ellas que nunca había probado antes.
–¿Phoebe?
Ella oyó que él la llamaba.
Decidió que era un buen momento para decirle que estaba embarazada.
–Voy enseguida –contestó ella, agarrando una toalla del armario y cubriéndose el cuerpo con ella.
–¿Por qué has tardado tanto? –preguntó él mirándola con deseo y humor.
Ella se fijó en su cuerpo musculoso, tumbado sobre la cama, y se percató de que estaba ligeramente excitado. Él gesticuló con el dedo para que se acercara.
–Estoy esperando para disfrutar del sexo mañanero –dijo él con una sonrisa.
Phoebe se estremeció. Él la deseaba. Jed la amaba, podía verlo en su mirada.
Dio un paso hacia él y sonrió.
–Estoy embarazada y pensaba que tenía náuseas –vio que se turbaba su mirada–. Pero no te preocupes, estoy bien –dijo ella, acercándose a la cama.
Él saltó de la cama y se puso en pie.
–¿Jed? –comenzó a decir ella, y se calló al ver que él se volvía hacia ella con una expresión de rabia en la mirada.
Jed permaneció un instante mirándola y, de pronto, pasó de ser un amante apasionado a un perfecto desconocido. Ella se estremeció de nuevo, pero a causa de un mal presentimiento.
Embarazada. Phoebe estaba embarazada. No era posible. Él había tomado todas las precauciones posibles, pero ¿y ella? Jed se hizo la pregunta y sintió que lo invadía la rabia mientras buscaba una respuesta aceptable. Contar hasta diez no funcionó, así que siguió contando antes de volverse para hablar con ella sin gritar.
–Estoy seguro de que crees que estás bien –dijo con cinismo, mientras trataba de controlar la furia que sentía–. Ahí de pie, con un collar de diamantes y embarazada. Supongo que ahora dirás que el hijo es mío.
No podía creer que se hubiera dejado llevar por la supuesta inocencia de Phoebe. Ella era como las demás, si no peor, porque había conseguido aquello en lo que otras mujeres habían fracasado.
–Por supuesto que es tuyo.
Él percibió asombro en su voz, pero lo ignoró.
–Sabes que eres el único hombre con el que he hecho el amor. Te quiero, y creía que tú me querías.
–Te equivocaste. No creo en el amor y por ello no quiero a nadie.
–¿Por qué te comportas así? –preguntó ella.