El regreso de una esposa - Jacqueline Baird - E-Book
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El regreso de una esposa E-Book

Jacqueline Baird

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Beschreibung

Todo su mundo se volvió del revés El famoso playboy Orion Moralis creía en la lascivia, no en el matrimonio, hasta que posó su mirada sobre la inocente nieta de un empresario rival. Selina Taylor era intensamente pura y, al tomar sus labios, Orion supo que debía poseerla. Sin embargo, el matrimonio fue fugaz… Seis años después de haber sido desechada como un juguete roto, Selina se había vuelto más madura y, definitivamente, más sabia en lo que respectaba a los hombres cargados de sensualidad. Sin embargo, atrapada a bordo del lujoso yate de Orion, los recuerdos del pasado habían empezado a regresar para atormentarla. Y con los malos recuerdos habían llegado también los buenos. Pronto, se sentiría incapaz de resistirse a la intensa atracción sensual que había entre ambos.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Jacqueline Baird. Todos los derechos reservados.

EL REGRESO DE UNA ESPOSA, N.º 2252 - Agosto 2013

Título original: Return of the Moralis Wife

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2013

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. con permiso de Harlequin persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3496-5

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Prólogo

Orion Moralis, Rion para sus amigos, tamborileó impaciente sobre el volante del fabuloso coche deportivo. Atenas era famosa por sus atascos de modo que no le extrañó verse atrapado en uno. Llegaría tarde a la maldita cena a la que no le apetecía asistir. Y todo por culpa de su padre.

Rion había llegado la noche anterior de un viaje de negocios de dos meses por los Estados Unidos de América. A las ocho de la mañana había sonado el timbre y su padre había irrumpido en el apartamento.

–¿A qué se debe este inesperado placer? –había preguntado. La respuesta le sorprendió.

–Ayer comí con Mark Stakis y ha accedido a vender su empresa por un precio realmente bueno –el padre de Rion había nombrado una cifra–. ¿Qué te parece? –había preguntado con gesto resplandeciente–. Aún conservo mi toque.

La determinación de su padre por hacerse con la compañía naviera de Stakis se había convertido en una obsesión. Rion no estaba muy al tanto, pero sabía que la compañía valía mucho más de lo que pedía su dueño. Ese hombre estaba regalando su negocio. Pero su padre se mostraba visiblemente encantado. Tenía previsto jubilarse en otoño y ese sería su último trato. Tanto mejor, porque era evidente que había perdido el juicio si creía realmente que la oferta de venta era genuina.

–¿Dónde está la trampa? –había preguntado Rion secamente.

–Bueno, Stakis ha nombrado un par de condiciones. En primer lugar, quiere unas cuantas acciones de la corporación Moralis, en lugar de más dinero en metálico. Y en segundo lugar, quiere que te cases con su nieta para asegurarse de que alguien de su sangre siga unida al negocio que ha sido su vida, y la de su padre antes que él.

–¡Increíble! –Rion no daba crédito a sus oídos–. No tengo pensado casarme en años, si es que me caso alguna vez. Y en el caso de la nieta de Stakis, además, hay un impedimento físico. Ese hombre no tiene ninguna nieta. Su hijo, Benedict, su esposa y sus hijos adolescentes fallecieron en un accidente de helicóptero hace años, ¿lo habías olvidado?

–Claro que no lo he olvidado –respondió airado su padre–. ¡Aquello fue una tragedia!

Y entonces le contó la historia. Benedict Stakis había tenido una hija con una inglesa estando su propia esposa embarazada de gemelos. Stakis había descubierto la existencia de su nieta ilegítima tras la muerte de su hijo. Al parecer, Benedict había convencido a la inglesa para que mantuviera el secreto a cambio de un fideicomiso para la pequeña. Al fin, en Septiembre pasado, Mark Stakis había conocido a la chica, Selina Taylor. Terminado el curso escolar, la joven pasaba las vacaciones en Grecia con él.

–¿Pretendes que me case con una colegiala? –Rion soltó una carcajada–. ¿Hablas en serio?

–Hablo en serio, y no tiene ninguna gracia. Esa chica no es ninguna cría, tiene casi diecinueve años. Se aloja en la casa que tiene Stakis en la capital. Mark celebra una fiesta esta noche para presentarla en sociedad. Podrás conocerla y reflexionar sobre ello.

–No necesito reflexionar. Decididamente digo que no.

–Al menos accede a conocerla. Este negocio es demasiado bueno para desestimarlo.

Y eso era precisamente lo que había hecho Rion una y otra vez: desestimarlo. Y entonces su padre había empezado a nombrar a algunas de sus antiguas novias, incluyendo cierto incidente cuando Rion había sido fotografiado a la salida de un club nocturno discutiendo con el fotógrafo sobre una mujer casada de no muy buena reputación. En aquella ocasión, le había aconsejado que se buscara una buena mujer y dejara de frecuentar las malas, a las que tan aficionado parecía ser.

Su padre había concluido que iba a tener que retrasar su jubilación porque no le hacía feliz la idea de dejar el negocio familiar en manos de su hijo hasta que no hubiera sentado la cabeza.

Su padre no le hacía ascos a un poco de chantaje emocional, pero ambos sabían que Rion había llevado la compañía naviera Moralis hasta el lugar que ocupaba en esos momentos en el plano internacional. Y Rion también sabía que, tras el último infarto, el médico de su padre le había aconsejado seriamente el retiro. Por no hablar de lo furiosa que se pondría Helen, su madrastra, si se veía obligada a retrasar el crucero alrededor del mundo que había planeado para celebrar la jubilación de su padre en Septiembre.

Al final había accedido a acudir a la cena, pero había dejado muy claro que no prometía nada más, y solo lo había hecho para complacer a su padre quien contemplaba ese negocio como la guinda de una exitosa carrera. Seguramente acabaría por hacerse con la naviera Stakis, pero tendría que hacerlo sin que su hijo se casara con una colegiala.

La idea de un matrimonio por negocios no entraba en sus planes. En realidad lo consideraba igual de inaceptable que el matrimonio por amor. Ni siquiera estaba seguro de que existiera tal sentimiento.

Amaba a sus padres y habría jurado que ellos se habían amado el uno al otro. Pero a los seis meses de morir su madre, cuando él contaba once años, su padre había vuelto a casarse, con Helen, su secretaria, a la que había dejado embarazada. Aquello había herido profundamente a Rion, que todavía lloraba la muerte de su madre. A los diecinueve se había creído enamorado de Lydia, una impresionante jovencita, tres años mayor que él. En el año que habían pasado juntos, ella le había ampliado considerablemente su cultura en el tema sexual, sobre todo en cuanto a las muchas y variadas maneras de darle placer a una mujer.

Rion había considerado seriamente pedirle que se casara con él, pero había cambiado bruscamente de opinión al encontrarla en la cama... con otra mujer. Lydia se había reído y sugerido que se uniera a ellas, pero él se había negado, sintiéndose traicionado. Y jamás se le declaró. No obstante, habían seguido siendo amigos.

Al rememorar aquello había comprendido por qué Lydia había sido tan buena maestra.

Cumplidos ya los veintiocho, Rion había aprendido a seleccionar mejor a sus parejas. Le gustaban las mujeres sofisticadas que aceptaban desde el principio que él solo les ofrecía placer mientras durase. No era hombre de compromisos. Había mantenido unas cuantas relaciones, pero no había vuelto a creerse enamorado.

La residencia de los Stakis se situaba en el mejor barrio de Atenas. Un largo paseo conducía a una impresionante entrada. No sabiendo cuántos invitados asistirían a la cena, optó por aparcar el coche al comienzo del paseo para así poder marcharse rápidamente. Había planeado para más tarde una tórrida velada con Chloe, una modelo con la que ya se había visto en dos ocasiones, y caminó alegremente hacia la casa pensando en la perspectiva de terminar con dos meses de celibato en cuanto concluyera la cena.

Una doncella abrió la puerta y lo guio hasta la estancia en la que estaban reunidos los invitados.

Rion se paró en seco al descubrir a la joven con la que charlaba su hermanastra, Iris. Debía ser la nieta de Stakis y no tenía nada que ver con lo que se había imaginado encontrar. Y desde luego no era ninguna colegiala a juzgar por la inmediata reacción de su cuerpo. Selina Taylor poseía un cuerpo de escándalo y Rion tuvo que hacer un verdadero esfuerzo por controlar la placentera dureza que crecía entre sus piernas.

Medía alrededor del metro setenta y poseía unos pechos firmes y redondos, una cintura estrecha, finas caderas y fabulosas piernas, perfectamente visibles bajo el vestido corto de diseño color verde esmeralda y las sensuales sandalias de tacón alto.

De cerca era aún más impresionante. Sus cabellos eran de un color rojizo dorado cuyos rizos enmarcaban el perfecto óvalo de su rostro. La piel era pálida y suave, cuando no se sonrojaba, algo que hizo en muchas ocasiones a lo largo de la velada.

Pero incluso con el rostro enrojecido resultaba encantadora. Los expresivos ojos lo fascinaron al momento. Eran grandes y felinos, de un color indefinible: castaños o ámbar con un toque verdoso, fue lo máximo que pudo adivinar. Cuando se reía, esos ojos emitían reflejos dorados, y cuando lo miraban a él, se abrían desmesuradamente, casi impresionados. A Rion le resultaba de lo más halagador e increíblemente excitante.

Toda ella estaba envuelta en un halo de inocencia genuina, de eso no le cupo la menor duda. Tenía suficiente experiencia con mujeres que habían intentado fingir inocencia.

–¿Cuánto tiempo llevas estudiando griego, Selina? –le preguntó durante la cena en un intento de saber más de ella.

La respuesta le sorprendió. La joven hablaba italiano y francés y llevaba estudiando griego desde que había conocido a su abuelo. No obstante, se especializaba en chino y árabe y en otoño empezaría a estudiar en la universidad.

Desde luego era una joven brillante, y curiosamente ingenua. Rion era un experimentado hombre de mundo, acostumbrado a recibir las atenciones de las mujeres, y era más que evidente el interés que había despertado en ella. En cualquier otra circunstancia, habría seguido el juego de la mutua atracción física, pero Selina estaba totalmente prohibida.

A pesar de su impresionante físico y la evidente falta de experiencia con los hombres.

El café fue servido y, con su habitual firmeza, Rion borró a Selina de su mente. Tras tomar un par de sorbos de la taza, se bebió el resto de un trago y, empujando la silla hacia atrás, se puso en pie. Agradeció a Mark Stakis la invitación y se inventó la excusa de una videoconferencia programada para aquella noche desde los Estados Unidos de América.

–Es una lástima que tengas tanta prisa, pero no permitas que te retrasemos –Mark Stakis sonrió–. Puedes atajar por el jardín, así saldrás antes –se volvió a su nieta–. Selina, muéstrale a Rion el camino hasta el paseo. Le ahorrará tiempo.

Por supuesto, la chica aceptó y se levantó rápidamente de la silla. Rion se sorprendió ante el evidente descaro del anciano, pero no hizo ningún comentario. Siguió a Selina escaleras abajo desde la terraza al jardín. La pobre no tenía ni idea de que su abuelo intentaba casarla.

–Tranquila –Rion la agarró del brazo para evitar que se cayera al introducírsele el tacón de la sandalia en una grieta del suelo–. No tengo tanta prisa como para permitir que te rompas ese bonito cuello –deslizó los dedos por el delicado brazo y le tomó la mano–. Cuéntame, Selina, ¿te gusta vivir en Grecia con tu abuelo? Debe ser muy distinto de Inglaterra.

–No tiene nada que ver –asintió ella–. Mi abuelo vive rodeado de lujo –levantó la vista y lo miró–. En realidad, me sorprendió saber que tenía un abuelo, incluso ahora me cuesta creerlo.

Selina sonrió sin hacer ningún movimiento por soltarse de la mano de Rion y, mientras caminaban por el pobremente iluminado jardín, le contó todo sobre su vida. Su madre había fallecido y vivía con su tía Peggy. No era su primera visita al continente, pero en las pasadas Navidades sí había sido su primera visita a Grecia.

Rion se descubrió apesadumbrado por Selina. Su madre le había negado la existencia de su padre, su padre la había ignorado, y su abuelo pretendía casarla por motivos personales. Deslizó la mirada desde los grandes ojos hasta la dulce boca y, de repente, ya no sintió lástima sino una abrumadora compulsión por consolarla, por besarla, solo una vez...

Deslizando las manos por su cintura, la atrajo hacia sí. Agachó la cabeza y le rozó los labios con ternura. Había pretendido que fuera un beso breve, pero su sabor le resultó inmediatamente adictivo. La sintió temblar mientras empujaba con la lengua para que separara los labios y le dejara entrar. Selina se tambaleó, rodeándole el cuello con los brazos y apretó su fino cuerpo contra él.

Rion sabía que debía parar, pero estaba hechizado por esa joven, su olor, su sabor, sus inocentes movimientos. Al final, dolorosamente excitado, respiró hondo y se apartó de ella, aunque no dejó de sujetarla hasta recuperar el aliento. Selina tenía las pupilas dilatadas y una mirada cargada de deseo que no podía disimular. Y supo que tenía que verla de nuevo.

Selina era tan sexy, y a la vez tan ingenua que sintió la necesidad de protegerla, junto con otra necesidad más primitiva, que por supuesto no debía permitirse.

La cita planeada para después de la cena fue un completo desastre. Chloe no volvería a hablarle jamás. La había llevado a un club nocturno y luego acompañado a su casa donde había rechazado, con un beso en la mejilla, su invitación a tomar un café y la había dejado plantada en la puerta.

Capítulo 1

El lujoso yate se deslizó hacia el puerto de la isla griega de Letos poco antes de la medianoche. Por suerte, el sofocante calor de julio había dado paso a una temperatura más aceptable.

Orion Moralis, alto de cabellos negros, ojos negros y ceño profundamente fruncido, el poderoso y, según algunos, inmisericorde propietario de la amplia corporación Moralis, bajó las escaleras del puente hasta la cubierta principal. Vestido de manera informal con pantalones de camuflaje y una camisa negra con el cuello abierto, hizo una pausa para contemplar los edificios que rodeaban el puerto. La torre de la iglesia dominaba el paisaje del único pueblo de la isla, donde vivía Mark Stakis. Bueno, donde había vivido, se corrigió encogiéndose de hombros. Para él, ese hombre llevaba años muerto.

El yate, con sus siete tripulantes, estaba equipado con las últimas tecnologías y se dirigía hacia la costa de Egipto para unas inhabituales vacaciones de tres semanas. Rion había planeado combinar el inexcusable trabajo con un crucero y unas vacaciones para disfrutar del buceo. Había recibido la noticia de la muerte de Stakis, pero no había mostrado ningún interés por asistir a los funerales... hasta recibir un mensaje del abogado de Stakis la mañana anterior. El señor Kadiekis reclamaba su presencia. Así pues, el yate había desviado su rumbo, interrumpiendo las vacaciones antes de haberlas comenzado.

Rion observó atentamente las maniobras de atraque. Estaba impaciente por saltar a tierra. Necesitaba estirar las piernas y sacudirse la sensación de inquietud que lo dominaba desde hacía meses y que había sido el motivo principal para tomarse un descanso del trabajo. Sin embargo, la inquietud había aumentado considerablemente tras recibir el mensaje del señor Kadiekis.

Sorprendentemente, el anciano no había modificado su testamento en años, y la información había despertado en Rion recuerdos que había creído muertos y enterrados.

Seis años atrás se había casado con la nieta de Stakis, Selina, el mayor error de su vida. Rion casi nunca cometía errores, ni en su trabajo ni en su vida personal, y la traición de su esposa había supuesto un mazazo para su ego. Durante un segundo, el recuerdo lo llenó de negra furia. Bruscamente descendió la pasarela y se encontró en tierra firme.

Respirando profundamente el aire de la noche, se apartó de las luces del puerto y se dirigió hacia la playa para disfrutar de la quietud. A cada paso que daba, la ira que le había provocado el recuerdo de su exmujer se iba desvaneciendo y empezó a relajarse. Escuchó el suave murmullo de las olas al chocar contra la orilla y caminó entre los árboles, comprendiendo de repente que se encontraba en la playa privada de los Stakis.

Se paró y contempló la impresionante villa blanca sobre la colina. Del edificio salía una única luz que iluminaba tenuemente las elegantes terrazas que descendían hasta la playa, a la que se accedía por una puerta en el muro. Mientras se preguntaba si contaría con alguna medida de seguridad, la puerta se abrió.

Rion entornó los oscuros ojos fijos en la fantasmagórica figura blanca que surgió. A pesar de la distancia, se veía claramente que se trataba de una mujer.

Dando un par de ágiles pasos hacia atrás, se ocultó entre las sombras de los árboles. La luna iluminaba a la mujer que corría por la arena de la playa.

Selina. Tenía que ser ella.

Cada músculo del cuerpo de Rion se tensó. Aunque sabía que la encontraría allí, sintió una gran conmoción al verla. Menuda desfachatez la suya. Todo el mundo sabía que, tras el divorcio y su regreso a Inglaterra, su abuelo había cortado toda relación con ella. Sin embargo, a Rion no le sorprendió. El olor del dinero era muy atractivo.

Se quedó inmóvil, contemplando atentamente a su exmujer. Era evidente que creía estar sola, pues dejó caer la bata que llevaba y se quedó mirando el mar llevando puesto únicamente un diminuto bikini. Desde luego era Selina, pero no era así como la recordaba. Los cabellos rojizos, recogidos en una coleta, eran más largos. Y en cuanto al resto...

Rion se quedó sin aliento y los oscuros ojos se oscurecieron aún más en un gesto silencioso de apreciación masculina mientras se ponía duro al ver cómo soltaba la coleta y dejaba caer la ondulada melena sobre la espalda. Después, alzó el rostro hacia el cielo y levantó los brazos, como en una especie de tributo pagano a la luna. Increíblemente, estaba aún más hermosa de lo que recordaba. Era una Eva de la era moderna. La personificación de la tentación.

La pálida luz de la luna iluminó los rotundos pechos, la diminuta cintura y la sensual curva de las caderas antes de zambullirse en el mar de un salto. Rion era incapaz de apartar los ojos de ella, hechizado por su belleza.

Fascinado, la contempló nadando sin apenas mover el agua. Se estaba alejando demasiado de la orilla. Preocupado, de repente la vio hundirse bajo las olas. En un movimiento impulsivo, dio un paso al frente, pero ella reapareció y, con el corazón acelerado, él optó por recuperar su escondite entre las sombras. Selina continuó nadando, más cerca de la orilla, hasta tumbarse de espaldas y quedar flotando con los brazos y las piernas estirados.

Era la imagen más erótica que Rion hubiera visto jamás. Tras unos juguetones movimientos, ella al fin salió del agua, recuperó la bata caída sobre la arena y se la ajustó al cuerpo con el cinturón. Por último, se echó los cabellos hacia atrás y se quedó quieta.

Salvajemente excitado, Rion la deseó con unas ansias que lo inquietaron. Estaba claro que llevaba demasiado tiempo sin una mujer. Durante unos segundos, tuvo problemas para acordarse de cuánto tiempo y al fin comprendió que habían pasado meses. Pues eso estaba a punto de cambiar. Y sabía exactamente con quién...

Sus ojos recorrieron el cuerpo de Selina con expresión depredadora.

Debió haber hecho algún movimiento, porque la joven giró la cabeza hacia donde se encontraba, como si hubiera sentido su presencia. A Rion se le ocurrió salir a su encuentro y enfrentarse a ella, pero decidió que no era el momento. En pocas horas se celebraría el entierro de su abuelo. Podría esperar.

Selina tenía una deuda con él. No se trataba de una gran cantidad de dinero, aunque el dinero era, sin duda, el motivo de su presencia allí, siendo el único pariente vivo del anciano fallecido.

Frustrado, entornó los ojos y contuvo el aliento mientras ella recorría con la mirada la línea de árboles donde se escondía. Tras lo que pareció una eternidad, sacudió la rojiza cabellera y echó a andar.

Rion intentaba apagar el deseo sexual que lo había sacudido como un rayo. Hubo un tiempo en que había creído que Selina era una pobre e inocente criatura sin padres ni nadie que se ocupara de ella, y con un abuelo que se movía por motivos personales. Había sentido lástima por ella. Pero eso había terminado. Menos de cuatro meses después de conocerse se había casado y ella le había traicionado.

Después de aquello la había borrado de su vida y su mente. Selina había estado muerta para él desde entonces. Pero al saber que acudiría al funeral de su abuelo, y tras conocer que poseía la capacidad para hacerle sufrir económicamente, dejándola sin nada en venganza por su traición, había decidido acudir él también a la isla. Sus labios dibujaron una mueca y los ojos brillaron con expectación. Una compañía femenina era una necesidad sexual para unas vacaciones relajantes y, ¿quién mejor que Selina? La desnudaría y se saciaría con su cuerpo de una vez por todas.

Había esperado mucho, pero al fin había llegado el momento. Iba a hacerla suya de nuevo, no aquella noche, pero sí muy pronto. Disfrutarían de la luna de miel que no habían planeado llegado a celebrar. Ella le debía al menos eso. Lo había engañado con su numerito de la tímida virgen y él la había tratado con guantes de seda durante el breve tiempo en que habían estado casados. Pero no había tardado mucho en demostrar lo retorcida que era, sobre todo en el momento del divorcio. En esa ocasión, él pondría las reglas. El guante había caído.

Selina había salido sonriente del agua, sintiéndose refrescada y relajada. Al divisar la constelación de Orión en el cielo, se había parado momentáneamente. En la mitología griega era el gran cazador de gran encanto y belleza que, en el momento de su muerte, había pasado a formar parte de las constelaciones por decisión de los dioses.

Nada que ver con el Orion que ella había conocido y cuyo encanto se equiparaba al de una serpiente de cascabel.

Tras contemplar las luces del puerto se volvió hacia los árboles sintiendo que se le erizaba el vello de la nuca. Se sentía vigilada.

Quizás no había sido tan buena idea bañarse en medio de la noche, pero la presión de los últimos días al fin le había hecho mella y el calor le había impedido dormir. Bueno, al menos era eso a lo que achacaba su sensación de inquietud, quizás para no enfrentarse a la muerte de su abuelo y los dolorosos recuerdos que había despertado regresar a Grecia. Aún recordaba con total claridad el día que había conocido a su abuelo, y que había marcado el inicio de un cuento de hadas que pronto se había transformado en pesadilla.

Había disfrutado de una infancia feliz con su madre, una hermosa y virtuosa cantante de ópera a la que había idolatrado, y su tía Peggy a la que adoraba. En realidad no era su tía, sino una cuidadora, encargada de la casa. Eso lo había descubierto a los cinco años.

Durante años había aceptado la versión de su madre sobre la muerte de su padre. Por eso había sufrido una enorme conmoción al conocer a Mark Stakis en el mes de su dieciocho cumpleaños. El anciano griego había confesado ser su abuelo y le había contado la verdadera historia de su nacimiento.

Su hijo, Benedict Stakis, había fallecido en un trágico accidente junto a toda su familia y no había sido hasta entonces que Mark Stakis había conocido la existencia de Selina.

Selina se había sentido muy dolida al comprender que su madre sabía que Benedict estaba vivo. Pero a cambio de una casa y de la manutención garantizada hasta que su hija cumpliera veintiún años, había tenido que firmar un acuerdo por el que se comprometía a guardar en secreto la identidad de Benedict, incluso ante su hija.

Selina regresó a la villa. En los últimos siete años había aprendido mucho de la vida

Qué ingenua había sido al conocer a su abuelo, pensó mientras cerraba la puerta de la residencia. Había pasado la Navidad en aquella casa, pero había sido lo ocurrido durante su segunda visita a Grecia lo que la había atormentado durante años. Pero eso se había terminado. Era una mujer independiente y tenía la intención de permanecer así.

Por su experiencia, los hombres buenos eran una excepción siendo la tónica cada vez más frecuente la existencia de hombres despiadados, ambiciosos e inmorales. Le bastaba con recordar la noche en que había conocido a Orion Moralis para confirmar su teoría.

Se había sentido muy emocionada al regresar a Grecia por segunda vez. Su abuelo, con quien residía en Atenas, había celebrado una fiesta en su honor, invitando a los Moralis.

Había conocido a Helen Moralis y a su hija, Iris, unos días antes y la joven le había propuesto ir juntas de compras. Las Moralis habían acudido a la cena con Paul Moralis, esposo y padre, respectivamente.

Orion, el hijo, había llegado tarde. Alto, misterioso y atractivo. Le había sonreído y hechizado con sus chispeantes ojos negros y a cada minuto que había pasado, se había sentido más y más atrapada en su red.

Tras la cena, se había excusado con el pretexto de una conferencia y su abuelo le había pedido a Selina que le mostrara el atajo por el jardín para salir antes.

Tras tropezar con los altos tacones que Iris le había aconsejado que se comprara junto con el atrevido vestido verde, Rion la había sujetado y, tomándola de la mano, finalmente la había besado.

Y ella se había enamorado perdidamente.