Conquistando al jefe - Joss Wood - E-Book
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Conquistando al jefe E-Book

Joss Wood

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Beschreibung

Un inesperado beso levantó una llama de pasión. Cuando el productor de cine Ryan Jackson besó a una hermosa desconocida para protegerla de un lascivo inversor, no sabía que era su nueva empleada ni que se trataba de la hermana pequeña de su mejor amigo. La única forma de llevar a cabo su nueva producción era fingir una apasionada relación sentimental con la única mujer que estaba fuera de su alcance. Entonces, ¿por qué pensaba más en seducir a Jaci Brookes-Lyon que en salvar la película?

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Joss Wood

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Conquistando al jefe, n.º 2091 - agosto 2016

Título original: Taking the Boss to Bed

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8646-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

Jaci Brookes-Lyon cruzó el vestíbulo de estilo art déco del hotel Forrester-Granthan, en Park Avenue, y se dirigió a los ascensores, flanqueados por estatuas de tamaño natural de los años treinta del siglo XX, que representaban a bailarinas de cabaret. Se detuvo junto a una de ellas y le acarició el hombro desnudo con la punta de los dedos.

Frunció los labios y suspiró mientras miraba a la mujer rubia y de ojos oscuros que le devolvía la mirada frente al espejo. Cabello corto a capas, vestido de noche entallado, maquillaje perfecto y elegantes zapatos de tacón. Jaci reconoció que tenía buen aspecto. Parecía elegante y segura de sí misma; tal vez un poco sobria, pero eso tenía fácil solución.

Era una lástima, pensó, que la imagen tuviera la misma consistencia que un holograma.

Salió del ascensor y respiró hondo mientras cruzaba el vestíbulo hacia las imponentes puertas del salón de baile. Al entrar en la sala, llena de hombres y mujeres vestidos de diseño, se dijo que tenía que sonreír y mantenerse erguida al entrar en la habitación atestada de gente que no conocía.

Sus colegas de Starfish estarían por allí. Había estado con ellas antes, durante la interminable ceremonia de entrega de premios. Sus nuevas amigas, Wes y Shona, escritoras como ella contratadas por Starfish, le habían prometido que le harían compañía en su primera fiesta de la industria cinematográfica. Así que, cuando las encontrara, se sentiría mejor.

Hasta entonces, tendría que aparentar que se divertía. ¡Por Dios! ¿No era aquella Candice Bloom, la ganadora de múltiples premios a la mejor actriz? Pues parecía mayor y más gorda que en la vida real.

Jaci agarró una copa de champán de una bandeja que pasó a su lado y le dio un sorbo. Después se retiró a un rincón del salón mientras buscaba a sus colegas. Si no las encontraba en veinte minutos, se marcharía. Se había pasado toda la vida siendo un adorno a quien nadie sacaba a bailar en las fiestas de sus padres, y no tenía intención alguna de seguir haciéndolo.

–Ese anillo parece un excelente ejemplo de artesanía georgiana.

Jaci se volvió al escuchar esas palabras. Era un hombre de ojos castaños. Jaci parpadeó al contemplar su esmoquin de color esmeralda y pensó que parecía una rana con traje brillante. Llevaba el fino cabello negro recogido en una grasienta coleta y tenía los labios finos y crueles.

Jaci pensó que atraía a los tipos repulsivos.

Él le tomó la mano para mirar el anillo. Ella intentó soltarse, pero, para ser un anfibio, la había asido con mucha fuerza.

–Tal como creía. Es una exquisita amatista de mediados del XVIII.

Jaci no quería que aquel hombre le hablara de su anillo, por lo que apartó la mano al tiempo que reprimía el deseo de frotársela en el vestido.

–¿Dónde lo ha conseguido? –preguntó él. Tenía los dientes sucios y amarillos.

–Es una herencia familiar –contestó ella, pues tenía muy arraigados los buenos modales como para marcharse y dejarlo plantado.

–¿Es usted inglesa? Me encanta su acento.

–Sí.

–Tengo una mansión en los Cotswolds, en un pueblo que se llama Arlingham. ¿Lo conoce?

Lo conocía, pero no iba a decírselo porque, si lo hacía, no conseguiría librarse de él.

–No, lo siento. ¿Me discul…?

–Tengo un colgante con un bello diamante amarillo que quedaría perfecto en su escote. Me la imagino llevando únicamente el colgante y unos zapatos de tacón dorados.

Jaci se estremeció mientra él se pasaba la lengua por los labios. ¿De verdad que aquella forma de flirtear le funcionaba con las mujeres? Le apartó la mano que le había puesto en la cintura.

Tuvo ganas de mandarlo a paseo, pero a los hijos de los Brookes-Lyon los habían educado con diplomacia.

Frunció la nariz. Había cosas que no cambiaban.

Como no podía decirle a aquel tipo lo que pensaba de él, y no podía porque carecía de la capacidad de enfrentarse a los demás, tendría que ser ella la que se marchase.

–Si se va, la seguiré.

¡Vaya! ¿Le leía el pensamiento?

–No lo haga, por favor, no me interesa usted.

–Pero no le he dicho que voy a financiar una película ni que tengo un castillo en Alemania y un caballo de carreras –dijo él con voz quejumbrosa.

«Y yo no voy a decirle», pensó ella, «que la casa en la que me crie es una mansión del siglo XVII que lleva cuatrocientos años en manos de mi familia; que mi madre es prima tercera de la reina y que tengo una relación lejana con la mayor parte de la familias reales europeas. Esas cosas no me impresionan, así que usted, con su actitud pretenciosa, no tiene posibilidad alguna de hacerlo. Y le sugiero que emplee ese dinero que dice poseer en comprarse un traje decente, un champú y en que le hagan una limpieza dental».

–Disculpe –murmuró Jaci mientras se dirigía a las puertas del salón de baile.

Al aproximarse a los ascensores, mientras se felicitaba por haber conseguido escapar, oyó que alguien ordenaba a una pareja de ancianos que se apartara de su camino. Se estremeció al reconocer la voz nasal del señor Sapo.

Alzó la vista para mirar los números de los pisos del ascensor y se dio cuenta de que, si lo esperaba, aquel hombre la alcanzaría y se quedaría encerrada con él en esa caja de metal, pegados el uno al otro. Y seguro que no dejaría las manos ni la lengua quietas.

Agarró con fuerza el bolso bajo el brazo, miró hacia la izquierda y vio una salida de emergencia. Decidió bajar corriendo por la escalera. Seguro que así no la seguiría.

–Tengo la limusina aparcada frente al hotel.

Una voz a su derecha la hizo gritar. Se volvió con la mano en el pecho. La mirada de aquel tipo era salvaje, como si disfrutara de la emoción de la caza y su asquerosa barba tipo «mosca» se agitó cuando sus húmedos labios esbozaron una sonrisa. Se había puesto detrás de ella, y Jaci no se había dado cuenta.

Ella se hizo a un lado y miró la zona de recepción, que estaba vacía. Aquello era una pesadilla. Si bajaba por la escalera, estaría sola con él, al igual que en el ascensor. La única alternativa era volver al salón de baile, donde había gente.

Las puertas del ascensor se abrieron y vio que salía un hombre alto, con las manos en los bolsillos, que se dirigía al salón. Tenía el pelo castaño y despeinado, las cejas oscuras, los ojos claros y barba de tres días.

Jaci pensó que conocía ese rostro. ¿Era Ryan? Estiró el cuello para verlo mejor.

Era la versión adulta, y aún más atractiva, del joven que había conocido hacía mucho tiempo. Duro, sexy y poderoso: un hombre en el sentido más amplio del término. Se le contrajo el estómago y sintió un cosquilleo en la piel.

Fue un estallido de deseo instantáneo, una atracción inmediata. Y él ni siquiera la había visto.

Y necesitaba que la viera. Lo llamó, y el hombre se detuvo bruscamente y miró a su alrededor.

–La limusina nos espera.

Jaci parpadeó, sorprendida por la persistencia del «señor Sapo». No iba a darse por vencido hasta que no la metiera en el coche, la llevara a su casa y la desnudara. Al ver a Ryan allí, con la cabeza inclinada, pensó que todavía había otra cosa que podía hacer para desembarazarse de aquel tipo.

Y esperaba que a Ryan no le pareciera mal.

–¡Ryan, cariño!

Jaci se acercó a él a toda prisa, levantó los brazos y le rodeó el cuello con ellos. Vio que los ojos de él se abrían de la sorpresa y sintió sus manos en las caderas. Pero antes de que Ryan pudiera hablar, pegó su boca a la de él esperando que no la rechazara.

Los labios masculinos eran cálidos y firmes. Ella sintió que le clavaba los dedos en las caderas y que su calor le calentaba la piel a través de la tela del vestido. Le acarició por encima del cuello de la camisa y sintió que el cuerpo de él se tensaba.

Ryan echó la cabeza hacia atrás y la miró con sus penetrantes ojos, que brillaban con una emoción que ella no pudo identificar. Pensó que la iba a apartar pero, en lugar de eso, la atrajo aún más hacia sí y la besó en la boca. Le recorrió los labios con la lengua, y ella, sin dudarlo, los abrió para que la probara y la conociera. Le rodeó la cintura con un fuerte brazo y los senos de Jaci chocaron contra su pecho, al tiempo que el estómago lo hacía contra su erección.

El beso podía haber durado segundos, minutos, meses o años, Jaci no lo sabía. Cuando finalmente Ryan separó su boca de la de ella, mientras seguía abrazándola, lo único que ella fue capaz de hacer fue apoyar la frente en la clavícula masculina mientras intentaba orientarse.

Le pareció que había huido de la realidad, del tiempo y del vestíbulo de uno de los hoteles más famosos del mundo para entrar en otra dimensión. Eso no le había ocurrido nunca; jamás se había dejado llevar por la pasión hasta el punto de tener una experiencia extracorporal. Que eso hubiera sucedido con alguien que era poco más que un desconocido la dejó desconcertada.

–Leroy, me alegro de verte –dijo Ryan, por encima de su cabeza. A juzgar por el tono normal de su voz, parecía estar acostumbrado a que lo besaran mujeres desconocidas en hoteles de lujo.

–Esperaba que estuvieras aquí –prosiguió él alegremente–. Me disponía a buscarte.

–Ryan –contestó Leroy.

Como no podía seguir eternamente abrazada a Ryan, por desgracia, Jaci alzó la cabeza y trató de escaparse del abrazo retorciéndose. Le sorprendió que, en lugar de soltarla, él siguiera abrazándola.

–Veo que conoce a mi chica.

Jaci entrecerró los ojos y miró a Ryan.

¿Su chica?

Se le desencajó la mandíbula. ¡Ryan no se acordaba de su nombre! No tenía ni idea de quién era.

El señor Sapo miró a Ryan.

–¿Estáis juntos?

Jaci no poseía un manto que la hiciera invisible. Iba a decirles a aquellos dos que dejaran de hablar de ella como si no estuviera allí cuando Ryan le pellizcó en la cintura y se quedó callada, sobre todo porque estaba indignada.

–Es mi novia. Como sabes, he estado fuera, y hacía dos semanas que no nos veíamos.

Leroy no parecía convencido.

–Creí que ella se marchaba.

–Habíamos quedado en el vestíbulo –afirmó Ryan con tranquilidad. Se frotó la barbilla en la cabeza de Jaci y esta se estremeció–. Es evidente que no has recibido el mensaje en el que te decía que venía hacia aquí, cariño.

¿Cariño? Estaba claro que Ryan no tenía ni idea de quién era, pero mentía con eficacia y convicción absolutas.

–Vamos dentro –él señaló el salón de baile.

Leroy negó con la cabeza.

–Ya me iba.

Ryan, sin soltarla, le tendió la mano a Leroy.

–Me alegro de verte, Leroy. Espero que nos veamos pronto para acabar la charla que dejamos a medias. ¿Cuándo podemos quedar?

Leroy no hizo caso de la mano tendida y miró a Jaci de arriba abajo.

–Me estoy pensando lo del proyecto.

¿Qué proyecto? ¿Qué negocios se traía entre manos Ryan con Leroy? Era una pregunta estúpida, ya que no sabía a qué se dedicaban ninguno de los dos. Jaci miró dubitativa a su nuevo y flamante novio. Sus ojos eran inescrutables, pero a ella le pareció que, por debajo de su aparente calma, bullían de ira.

–Me sorprende que digas eso. Creí que teníamos un trato.

Leroy esbozó una desagradable sonrisa.

–No estoy seguro de querer entregar tanto dinero a alguien a quien no conozco muy bien. Ni siquiera sabía que tuvieses novia.

–No creía que el trato requiriera ese nivel de familiaridad.

–Me pides que invierta un montón de dinero. Quiero estar seguro de que sabes lo que haces.

–Creía que mi historial te había convencido a ese respecto.

–Lo que sucede es que tengo lo que deseas, así que te recomiendo que si te digo que saltes, me preguntes a qué altura.

Jaci contuvo el aliento, pero Ryan, lo cual decía mucho en su favor, no se dignó a contestar esa ridícula afirmación. Ella supuso que Leroy no sabía que Ryan lo consideraba un gusano y que se debatía entre darle un puñetazo o marcharse. Jaci lo supo porque sus dedos le apretaban la mano con tanta fuerza que había perdido la sensibilidad de los suyos.

–Vamos, Ryan, no discutamos. Me pides mucho dinero, y yo necesito estar más seguro. Así que estoy dispuesto a que nos volvamos a ver, y, si quieres, tráete a tu encantadora novia. Y también me gustaría conocer a alguien más de tu empresa. Te llamaremos.

Leroy se dirigió a los ascensores y pulsó el botón de bajada. Cuando las puertas se abrieron, se volvió y les sonrió.

–Espero volver a veros pronto –afirmó, antes de desaparecer en el interior del ascensor.

Cuando las puertas se cerraron, Jaci tiró de la mano para soltarse de Ryan y observó su expresión airada.

–¡Maldita sea! –exclamó soltándola al fin y pasándose la mano por el cabello–. ¡Qué cretino manipulador!

Jaci retrocedió dos pasos.

–Volver a verte ha sido… extraño, como mínimo, pero ¿te das cuenta de que no puedo hacerlo?

–¿El qué? ¿Ser mi novia?

–Sí.

Ryan asintió.

–Claro que no puedes. No funcionaría.

Una de las razones era que tendría que preguntarle quién era.

Además, Ryan, según le había dicho su hermano Neil, salía con modelos y actrices, cantantes y bailarinas. La hermana pequeña de su antiguo amigo, que no era ninguna de esas cosas, no era su tipo, por lo que se encogió de hombros e intentó no hacer caso de la creciente indignación que sentía. Pero a juzgar por el bulto en los pantalones que ella había notado mientras la besaba, tal vez fuera su tipo.

Ryan le lanzó una fría mirada.

–Leroy está molesto porque lo has rechazado. Dentro de dos días se habrá olvidado de ti y de sus exigencias. Le diré que nos hemos peleado y que hemos roto.

Ya lo tenía todo pensado. Qué bien.

–Tú eres el que lo conoce y el que ha hecho un trato con él, así que haz lo que más te convenga –dijo ella con acritud–. Entonces, adiós.

–Ha sido una experiencia interesante –afirmó él–. ¿Por qué no te esperas diez minutos a que Leroy haya salido del edificio y después utilizas los ascensores que hay aquí a la vuelta? Puedes salir a la calle por la otra entrada del hotel.

La estaba echando, cosa que no le hizo ninguna gracia, sobre todo cuando ni siquiera recordaba su nombre. ¡Qué arrogancia! El orgullo la hizo cambiar de idea.

–No tengo ganas de marcharme todavía. Creo que voy a volver a entrar –dijo mirando hacia el salón de baile.

Jaci vio la sorpresa reflejada en los preciosos ojos de Ryan. Notó que quería librarse de ella, tal vez porque le daba vergüenza no recordar quién era.

–Me he alegrado mucho de volverte a ver, Ryan.

Él frunció el ceño.

–¿Por qué no tomamos un café y nos ponemos al día?

Jaci negó con la cabeza y le sonrió con condescendencia.

–Cariño, ni siquiera sabes quién soy, así que no tendría mucho sentido. Adiós, Ryan.

–De acuerdo. ¿Quién eres? Sé que te conozco, pero…

–Ya te acordarás –le dijo ella, que lo oyó maldecir mientras se alejaba.

Pero no estaba segura de que la relacionara con la adolescente de años atrás que estaba pendiente de cada una de sus palabras. No había indicio alguno de la chica insegura que había sido, al menos por fuera. Además, sería divertido ver la cara que pondría cuando se diera cuenta de que era la hermana de Neil, la mujer a la que Neil quería que él ayudara a sortear los peligros de la ciudad de Nueva York.

Pero ella ya era una persona adulta y no necesitaba que su hermano, Ryan o cualquier otro hombre estúpido le hiciera favores. Se enfrentaría a Nueva York sola.

Y si no lo lograba, su hermano y su viejo amigo serían las últimas personas a las que permitiría conocer su fracaso.

–¿Y si me vuelves a besar para refrescarme la memoria? –le dijo Ryan justo cuando ella iba a entrar en el salón.

Se volvió lentamente y ladeó la cabeza.

–Deja que lo piense un momento. Mmm… No.

Pero, pensó mientras entraba, se había sentido tentada.

Capítulo Dos

 

Jaci se deslizó entre la multitud e intentó que se le calmaran el pulso y la respiración. Se sentía como si acabara de montarse en la montaña rusa y no supiera si subía o bajaba. Anhelaba volver a besar a Ryan, probar de nuevo su sabor, sentir sus labios. Él había derribado sus defensas y le había parecido como si estuviera besando a la Jaci de verdad, como si se hubiera introducido en su interior, le hubiera agarrado el corazón y se lo hubiera estrujado.

Esa locura tenía que deberse a las hormonas, porque esas cosas no sucedían, sobre todo a ella. Se estaba dejando vencer por su imaginación de escritora. Aquello era la vida real, no una comedia romántica. Ryan era muy guapo y sexy, pero ese era su aspecto exterior, no quien de verdad era.

«Al igual que tú, todo el mundo lleva una máscara para ocultar lo que se esconde debajo», se dijo.

A veces, lo que se ocultaba era inofensivo. Ella no creía que su inseguridad perjudicara a nadie salvo a ella misma, y a veces las personas ocultaban secretos, entre ellas su exnovio, que destrozaban a otros.

Clive y sus malditos secretos… No era un gran consuelo que hubiera engañado también a su inteligente familia, que se había emocionado por el hecho de que le hubiera presentado a un intelectual, un político, en vez de a los artistas y músicos que solía llevar a su casa y que no tenían donde caerse muertos.

Jaci se había sentido tan entusiasmada con la atención que recibía por ser la novia de Clive, y no solo de su familia, sino de amigos, conocidos y la prensa, que no le importó soportar su actitud controladora y su falta de respeto y de atención. Después de años de pasar desapercibida, le encantó ser el centro de atención, así como la nueva y atrevida personalidad que había desarrollado.

Pero había volado sola a Nueva York y no deseaba relacionarse con más hombres ni volver a pasar desapercibida.

Se volvió al oír que la llamaban y vio a sus amigas. Aliviada, se abrió paso entre la gente para llegar hasta ellas. Sus amigas guionistas la saludaron afectuosamente y Shona le tendió una copa de champán.

Jaci frunció la nariz.

–No me gusta el champán.

Pero le gustaba el alcohol, que era precisamente lo que necesitaba en aquel momento. Así que le dio un sorbo.

–¿No es champán lo que toman las inglesas pijas en Gran Bretaña? –le preguntó Shona alegremente, sin malicia.

–No soy de esas –protestó Jaci.

–Estuviste prometida a un político de estrella ascendente, ibas a los mismos eventos sociales que la familia real y procedes de una importante familia británica.

Bueno, visto así…