Contemplando el pasado - Rebecca Winters - E-Book
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Contemplando el pasado E-Book

Rebecca Winters

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Beschreibung

Habían retomado su relación solo por el bien de su hija Rachel Marsden era madre soltera y siempre había tratado de hacer lo mejor para su hija. Por eso cuando el padre de la pequeña Natalie, Tris Monbrisson, apareció después de tanto tiempo, Rachel se olvidó de sus sentimientos y pensó primero en Natalie. Así fue como acabaron pasando las vacaciones de verano en una bella casa que Tris tenía en las montañas suizas. Tris estaba enfadado con Rachel por haberle negado los doce primeros años de vida de una hija que ni siquiera sabía que tenía. Pero a medida que ambos fueron adoptando los papeles de padre y madre y empezaron a desvelarse los secretos del pasado, la unión que había entre ellos se hizo más intensa.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2005 Rebecca Winters

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Contemplando el pasado n.º 6 - julio 2021

Título original: Their New-Found Family

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Este título fue publicado originalmente en español en 2006

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. N ombres, c aracteres, l ugares, y s ituaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-921-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Tío Tris? Acaba de llamar el abuelo. Llegará enseguida para llevarte a la estación.

–Ya casi estoy. ¿Y tú? ¿Has hecho la maleta?

Alain asintió.

–Está en el pasillo. Ojalá me fuera contigo…

A Tris tampoco le gustaba la situación. Cuando su sobrino estaba disgustado, arrugaba el ceño y se parecía tanto a su fallecido hermano Bernard que se le encogía el corazón.

–Sólo serán dos semanas. Lo vas a pasar muy bien con tus abuelos en el lago Como, ya lo verás.

Alain no contestó. El chico parecía tan triste que le preocupaba.

–Cuando vuelva, aún nos quedará la mitad del verano para ir de acampada, a pescar. Disfruta de tus vacaciones. En el lago habrá muchos chicos de tu edad y he hablado con los padres de Luc para que vaya a verte.

–Ya lo sé.

Nada de lo que dijera podía animar al niño porque habían sido inseparables durante un año. Tris había esperado que la tristeza de su sobrino fuera desapareciendo poco a poco, pero tener que separarse durante dos semanas estaba consiguiendo el efecto contrario.

Desde que se encargó de la tutela de Alain, que había perdido a sus padres en un accidente de tráfico, el cariño que sentía por él había conseguido que adoptara el papel de padre sin esfuerzo alguno.

Después del funeral, se había ido a vivir con él en la casa de Caux, una pequeña localidad suiza de montaña sobre el lago Geneva. Los abuelos vivían muy cerca, en Montreux, donde estaba el cuartel general de su empresa, la cadena de hoteles Monbrisson.

Aquélla era la primera vez que iban a separarse tras la muerte de sus padres y Alain no era el único que se sentía triste.

–Voy a echarte de menos, mon gars.

La expresión de su sobrino se ensombreció.

–¿Tienes que irte?

–Es eso o la cárcel.

–No te meterían en la cárcel de verdad, ¿no?

–Me temo que sí. Ni siquiera un Monbrisson puede escaparse del servicio militar. A partir de los veinte años tienes obligación de hacerlo te guste o no. Recuerda que nosotros no tenemos ejército, nosotros somos el ejército.

–¿Y no te gusta?

–Bueno, la verdad es que así veré a un par de amigos de la facultad.

–A mí me parece una estupidez. Nosotros nunca estamos en guerra. ¿Qué hacéis cuando estáis allí?

–Explotamos cosas para divertirnos.

Había esperado que ese comentario provocara una sonrisa, pero no tuvo suerte.

–¿Quieres que busque tu maleta? –le preguntó Alain, con los ojos llenos de lágrimas.

–No, voy a llevarme una mochila.

–Voy a buscarla.

–Gracias. Creo que está en el armario del pasillo.

Alain salió de la habitación y cuando volvió llevaba dos mochilas en la mano.

Tris miró la vieja mochila verde con cara de sorpresa.

–Hacía siglos que no la veía.

–Pesa mucho.

Mientras empezaba a guardar su ropa en la mochila militar, Tris observaba a Alain con el rabillo del ojo.

–Mira, tus patines y un disco de hockey… ¡Está firmado por Wayne Gretzky! No sabía que lo conocieras.

–Ni yo tampoco –murmuró Tris.

–Aquí hay muchos trastos.

–Sí, bueno, ya sabes lo que dicen, «lo que para unos es trapo, para otros es bandera» –bromeó él.

–¿Puedo quedármelos?

La pregunta no lo sorprendió. A su sobrino le volvía loco el hockey sobre patines, aunque sus padres nunca le habían permitido jugar.

–Si los quieres, son tuyos.

–Gracias. ¿Sabes que tienes etiquetas adhesivas de varios cantones?

–No me sorprende. Siempre iba por ahí con esa mochila durante mi época de hockey. Pero pensé que la había tirado.

Alain echó el contenido de la mochila sobre la cama.

–Tienes un montón de dinero americano y canadiense. ¿Por qué?

–Según tus abuelos, antes del accidente en Interlaken participé en un partido de exhibición en Montreal. Los del equipo volvieron a casa en avión, pero yo decidí volver en barco, el QE2. Como salía de Nueva York, supongo que estuve unos días por allí. El barco atracó en Southampton y desde allí me fui a Londres y tomé un avión hasta Ginebra. Al menos, eso es lo que me han contado.

Su sobrino miró el montón de objetos.

–Aquí hay un sobre con una fotografía del QE2. ¿No te acuerdas de nada?

–No. La conmoción cerebral me ha robado esos recuerdos. Todos.

–No entiendo cómo puedes haberte olvidado de ese viaje.

–Ni yo, pero así es. El médico me dijo que el cerebro es como una pizarra gigante y el golpe que recibí en la cabeza borró algunos recuerdos. Así que las dos semanas antes del accidente y el mes de después se han ido para siempre.

–Qué raro… Oye, ¿sabes que una chica te dejó una nota?

Tris dejó las camisetas sobre la cama.

–¿Una nota? ¿Y qué dice?

Alain leyó en voz alta:

–Mi amor, no olvidaré lo de anoche mientras viva –el niño levantó la cabeza–. ¡Tío Tris!

Él sonrió.

–¿Sólo escribió eso?

–Llámame en cuanto puedas –siguió leyendo Alain–. Me encontraré contigo donde tú digas. Tris, cariño, ya te echo de menos.

¿Tris?

–Pensé que nadie te llamaba así más que nosotros –sonrió su sobrino.

Tris debía admitir que también él estaba sorprendido. Su nombre era Yves-Gerard Tristan de Monbrisson. Excepto la familia y algún amigo íntimo, todo el mundo lo llamaba Gerard. En los círculos profesionales, nadie lo conocía como Tris.

Tristan había sido la contribución romántica de su madre y, cuando era más joven le daba vergüenza, de modo que lo mantuvo en secreto. Pero, por lo visto, se lo había revelado a la extraña que escribió la nota.

–Casi me da miedo preguntar si dice algo más.

–¡Claro que sí! –exclamó Alain, leyendo la nota–. No tenías que hacerme prometer que llevaría tu anillo alrededor del cuello. ¿Es que no sabes que, para mí, nunca habrá nadie más que tú?

¿Su anillo? Él nunca había llevado anillos… excepto uno, un anillo que le había regalado el entrenador a todo el equipo de hockey.

¿Así era como había desaparecido?

–Nuestro amor es para siempre. Como tú, estaré contando los días hasta que nos casemos. Con todo mi amor, Rachel.

Tris se quedó sin palabras.

Había salido con varias mujeres con las que, en algún momento, pensó en casarse. Pero siempre se echó atrás.

Era absurdo pensar que, a los diecinueve años, recién ingresado en la universidad y con una carrera en el hockey profesional, le hubiera propuesto a una chica que se casara con él. Él no era tan impulsivo. En absoluto.

Pero las palabras de aquella extraña, la mención del anillo, del matrimonio… todo hacía pensar que habían mantenido una relación muy íntima, por breve que fuera.

–¿No te acuerdas de ella? –preguntó Alain.

Tris sentía un escalofrío cada vez que intentaba recordar aquel período de su vida, que sería un agujero negro para siempre.

–Me temo que no.

–Aquí está su dirección: Le Pensionnat du Grand-Chene, Ginebra.

–No me suena de nada.

–Pues debió pasarlo fatal cuando no la llamaste.

Ese tipo de observación en un niño de doce años revelaba cuánto había madurado Alain desde la muerte de sus padres.

–Seguro que se olvidó de mí en cuanto bajó del barco. A esa edad uno se cree enamorado del primero que pasa.

Pero la mención del anillo seguía preocupándole. Él no le habría dado el anillo a menos que…

–¿O sea que era mentira que quisieras casarte con ella?

Tris dejó escapar un suspiro.

–Alain, no tengo ni idea. No recuerdo nada. A veces, uno cree ciertas cosas porque quiere que sean verdad, pero… eso fue hace mucho tiempo. El hecho es que a los diecinueve años yo vivía para el hockey, las chicas no me interesaban nada.

–Mis padres se enamoraron a los diecinueve años –objetó Alain.

–Lo suyo fue una excepción.

–¿Por qué?

–Porque la atracción se convirtió en amor de verdad. Hay una gran diferencia entre eso y las hormonas de un chico de diecinueve años. ¿Sabes lo que son las hormonas?

–Sí. Las hormonas te meten en líos, como tener un niño antes de que uno tenga edad para ser un buen padre.

–Exactamente. Tus padres te enseñaron bien, no lo olvides nunca.

–¿Puedo hacerte otra pregunta?

–Sí, claro.

–¿Estás enamorado de Suzanne?

–¿Tu abuela te ha dicho que me lo preguntes?

–Sí.

La sinceridad de Alain era una de las cualidades que Tris más admiraba en su sobrino.

–Ya me lo imaginaba.

–Ella dice que Suzanne ha sido tu recepcionista durante mucho tiempo y que un día te darás cuenta de que es el amor de tu vida.

–Pues a lo mejor tiene razón, pero eso aún no ha pasado.

–Me alegro –dijo Alain, aliviado.

Tris sabía que a su sobrino no le gustaba compartirlo con nadie.

–Para que lo sepas, yo nunca salgo con mis empleadas. Algún día, si decides entrar en el negocio hotelero con tu abuelo y conmigo, entenderás por qué es necesario separar la vida privada de la vida profesional. Además, cuando aparezca la mujer adecuada, lo sabré.

–A lo mejor esta Rachel era la mujer adecuada –sugirió Alain–. Y por eso nunca te has enamorado de ninguna otra, aunque no te acuerdes de ella.

–Eso es algo que no sabré nunca. Pero seguro que ahora está casada y tiene niños –murmuró Tris, deseando cambiar de tema.

El comentario de Alain no debería haberlo molestado pero, aunque habían pasado doce años, esas seis semanas en blanco seguían perturbándolo…

El sonido de un claxon lo devolvió al presente. Su ama de llaves asomó entonces la cabeza en la habitación.

–¿Quiere que le diga a su padre que suba?

–Non, merci, Simone. Bajamos enseguida.

–Très bien.

Un par de calcetines gruesos en los bolsillos de la mochila y estaba listo.

–Parece que tu abuelo se está impacientando.

–Bueno –murmuró Alain, nada emocionado.

Poco después, guardaban la maleta del chico y la mochila de Tris en el maletero del coche.

–Ya era hora –suspiró su padre.

–Siento haberte hecho esperar, papá, pero Alain y yo hemos tenido una charla de hombres.

Los ojos azules de su padre brillaron, divertidos.

–En ese caso, lo entiendo.

El mayor de los Monbrisson arrancó el coche y tomó el serpenteante camino que llevaba a Montreux. En la distancia, las aguas del lago Leman reflejaban el pálido azul del cielo. Era un paisaje del que no se cansaría nunca.

Cuando llegaron a la estación, Tris bajó del coche y asomó la cabeza por la ventanilla para despedirse.

–Te llamaré todas las noches para contarte cómo me va.

Con los ojos llenos de lágrimas, su sobrino le echó los brazos al cuello. El niño estaba sufriendo y Tris lo entendía.

La muerte de sus padres había sido un duro golpe para Alain. Incluso a él le costaba trabajo creerlo, de modo que para el niño debía ser insoportable saber que no volvería a verlos.

Y Tris sabía que, en aquel momento, tenía miedo de perderle a él.

–Cuando vuelva, nos iremos de acampada. ¿Qué tal?

Alain asintió con la cabeza.

Mientras se abrazaban, su padre le envió un mensaje silencioso, como diciendo que haría todo lo posible para que el niño estuviera contento.

–Llámame si las cosas se ponen mal –le dijo Tris al oído, mientras se inclinaba para darle un beso.

Después, se dio la vuelta y entró rápidamente en la estación. Además de la pena de separarse de su sobrino, que era como un hijo para él, viejos demonios habían despertado al ver la nota que Alain acababa de encontrar en la mochila.

Con los años, había aprendido a controlar la sensación de vértigo que experimentaba al no recordar nada de ese período de su vida, pero, por alguna razón, aquella nueva evidencia de su relación con una chica, un pasado muy íntimo por las apariencias, lo hacía sentir… raro. Y empezaba a tener una de sus jaquecas.

 

 

–¿Alain?

–Oui, grand-mère?

–Voy a salir al jardín para cortar las malas hierbas. Tengo que terminar antes de irnos mañana al lago Como. ¿Quieres ayudarme?

–Bajo enseguida –contestó el niño desde arriba.

–Très bien.

En cuanto dejó de oír los pasos de su abuela, Alain entró en el cuarto que había sido de su padre. Siempre dormía allí cuando iba de visita a casa de sus abuelos.

Había un teléfono sobre la mesilla y, nervioso, levantó el auricular para llamar a Guy, el ayudante de su tío.

–Bon après-midi, Alain. ¿Cómo estás?

–Bien. Necesito que me ayudes, pero no puedes contárselo a mi tío Tris.

–Será nuestro secreto mientras no sea algo ilegal, inmoral o peligroso.

–Guy…

–Era una broma, hombre. Dime.

–Bueno, verás. Estoy intentando ayudar a mi tío a recordar las cosas que olvidó después del accidente. Es que a él le preocupa mucho, ¿sabes?

–Sí, lo sé –murmuró Guy–. Y es normal. Debió ser horrible despertarse en un hospital, sin acordarse de nada. Yo creo que ha sido muy valiente.

–Yo también, por eso te llamo. He encontrado el nombre de una persona que lo conoció antes de que recibiera el golpe con el stick.

–Lo dirás de broma.

–No, no –Alain le contó lo de la nota en la mochila–. Me gustaría hablar con ella, pero necesito que busques el número de teléfono del colegio.

–Un amor en un barco, ¿eh? Eso suena muy interesante.

–Se llama Rachel Marsden y yo creo que es canadiense o americana… debía estudiar en Ginebra. La dirección dice Le Pensionnat du Grand-Chene, Ginebra. ¿Podrías llamar para ver si saben algo de ella?

–Me temo que no me darán información si no les cuento para qué quiero ponerme en contacto con ella.

–Podrías contarles la verdad, que estás intentando ayudar a mi tío Tris para que recupere la memoria.

–Sí, podría intentarlo. ¿Sabes una cosa, Alain? Eres tan listo como tu tío. Veré qué puedo averiguar, espera un momento.

–Muy bien.

Alain se sentó sobre la cama y esperó. Poco después, Guy volvió a ponerse al teléfono.

–¿Alain? La secretaria me ha dicho que Rachel Marsden era una alumna de Concord, New Hampshire, en Estados Unidos. He llamado a información y me han dado un número de teléfono, pero no es el mismo que tenían en el colegio. ¿Quieres apuntarlo?

–Sí.

–Voy a darte también la dirección.

Alain lo anotó todo.

–¡Merci, Guy!

–De nada. Cuando sepas algo, llámame.

–Lo haré.

Alain colgó, planeando llamar más tarde por la diferencia horaria. Por la noche, quizá los padres de Rachel Marsden estarían en casa.

Pero cuando bajaba para ayudar a su abuela en el jardín, sonó el teléfono. Pensando que sería Guy, que habría olvidado algo, Alain contestó, casi sin aliento:

–Dime.

–¿Alain?

–¡Tío Tris! Pensé que no podrías llamar hasta la noche.

–He decidido darte una sorpresa.

–Pues me alegro mucho.

–¿Estás bien?

–Sí.

–¿Qué has hecho hasta ahora?

Alain se puso colorado.

–Pues… el abuelo me ha llevado a la exhibición de barcos. ¿Y tú? ¿Cuándo vas a empezar a pegar tiros?

Su tío soltó una carcajada. Tris y su padre eran completamente diferentes, pero su voz sonaba casi igual por teléfono.

–Esta semana empezaremos a hacer maniobras, creo. Lo bueno no llegará hasta la semana que viene.

–Ojalá no tuvieras que estar ahí.

–Pero así es y antes de que te des cuenta habré vuelto. ¿Cuándo vais al lago Como?

–El abuelo ha dicho que mañana.

–¿Sabes cuándo irá tu amigo Luc?

–Me ha llamado hace un rato para decir que sus padres le llevarán pasado mañana.

–Entonces no tendrás que estar solo mucho tiempo. Lo pasarás bien con tu mejor amigo, ¿no?

–Sí, bueno… espero que no tengas dolores de cabeza, tío Tris.

–No he tenido uno en varios meses.

Su tío estaba mintiendo y Alain lo sabía.

–Me alegro.