Creer en el amor - Day Leclaire - E-Book

Creer en el amor E-Book

Day Leclaire

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Beschreibung

La oportunidad de su vida. Gabe Moretti llevaba toda la vida intentando conseguir un collar de diamantes que era su único legado. Al reencontrarse con Kat Malloy, prima de su difunta esposa, al fin se le presentó la oportunidad de conseguir su objetivo. Kat le propuso un trato de negocios: fingir un noviazgo a cambio del collar que la madre de Gabe había diseñado. Pero, una vez puesta en marcha la farsa, un beso llevó a otro y Gabe se dio cuenta de que la relación estaba yéndosele de las manos. Además, Kat tenía secretos que él quería desvelar.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2012 Day Totton Smith

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Creer en el amor, n.º 1 - julio 2019

Título original: Becoming Dante

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Este título fue publicado originalmente en español en 2013

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. N ombres, c aracteres, l ugares, y s ituaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-387-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

De pronto, se abrió la puerta de su despacho y entró la mujer más hermosa que Gabe Moretti había visto jamás. Al contemplarla, sintió un extraño estremecimiento, algo que nunca había experimentado antes, y todos sus sentidos se pusieron alerta.

Una voz interior le dijo que esa mujer tenía que ser suya.

Tratando de dejar de lado ese extraño pensamiento, se concentró en ella, frunciendo el ceño. Era alta o, al menos, los tacones le hacían parecerlo y tenía una estructura corporal delicada, casi frágil. A pesar de su esbeltez, sus sensuales curvas se dibujaban bajo el traje: un traje de chaqueta que solo podía ser de Christian Dior. Un abrigo negro de lana completaba el conjunto. Llevaba el pelo color rojizo recogido en un moño en la nuca, enmarcando un rostro que parecía esculpido. Pero su belleza estaba tintada de algo especial. Estaba impregnada de carácter y fuerza de voluntad, mientras sus ojos verdes delataban inteligencia. Y su mirada parecía… angustiada, dotando a su aspecto de una pronunciada vulnerabilidad.

Sin poder evitarlo, Gabe sintió la urgencia de poseerla, más allá de toda razón. El tiempo se detuvo, envolviéndolo en las llamas del deseo. Esa mujer debía ser suya, se dijo. El corazón se le aceleró, llenándole las venas de pasión con cada latido.

La mujer titubeó en su avance, como si hubiera notado algo. Sus miradas se entrelazaron. Era evidente que ella había esperado encontrar algo diferente. ¿O estaría reaccionando ante él de la misma manera?

–¿Gabe Moretti? –preguntó la recién llegada con voz sensual.

–Lo siento, señor Moretti –se disculpó su secretaria, después de entrar corriendo–. No ha consentido pedir cita y exigía verlo de inmediato.

Gabe cerró el informe que estaba leyendo y se puso en pie. Dedicó a la desconocida una de sus famosas miradas de hielo. Ella se la devolvió con ojos cristalinos y fieros como el fuego.

–¿Por qué no comenzamos por el principio? –sugirió él. Para su sorpresa, fue capaz de hablar con calma, aunque el deseo lo poseía sin piedad–. Por ejemplo, ¿quién eres?

–¿No me reconoces? Deberías –repuso ella–. Soy Kat Malloy.

Aquella afirmación lo sacudió como un puñetazo en el estómago. Esa mujer nunca podría ser suya. Por mucho que la deseara, era la última mujer sobre la faz de la Tierra a la que se llevaría a la cama.

Solo la había visto una vez en su vida: en la cama de otro hombre, del anterior prometido de su difunta esposa. Kat Malloy era la prima de ella, para ser exactos.

Gabe le hizo un gesto a su secretaria para que se fuera.

En cuanto se quedó a solas con Kat, lanzó su primera andanada.

–Tal vez, si no llevaras ropa, me habría costado menos recordarte.

Ella lo miró irritada.

–Qué amable, eres todo un caballero.

–No sigas por ese camino –replicó él con voz suave– o me obligarás a sacar a la luz lo poco que tú encajas en la descripción de una dama.

Kat se encogió de hombros, aunque no pudo evitar sonrojarse. Bien, pensó él. Mientras mantuviera su hostilidad, podría impedir que otras emociones se inmiscuyeran. Como el deseo. O la necesidad de arrancarle la ropa y poseerla.

–No has aceptado darme una cita. Lo menos que podías hacer es tener la cortesía de escuchar lo que tengo que proponerte.

Gabe se quedó mirándola. El silencio comenzó a pesar sobre ellos.

–No te debo nada. Quizá, tú sí se lo debas a mi difunta esposa. Después de todo, eras la prima de Jessa –señaló él–. Por cierto, ¿sabías que te quería como a una hermana? Incluso después de lo que le hiciste, tras tu aventura con Benson Winters, se pasó los dos últimos años de su vida llorando por haber roto su relación contigo.

–¿Ah, sí? –preguntó Kat, arqueando las cejas–. Pues tenía una forma muy peculiar de demostrarlo, teniendo en cuenta que puso a nuestra abuela en mi contra y me vilipendió en la prensa. A mí eso no me parece propio de una buena hermana.

–Quizá porque te acostaste con su prometido. Y, aunque yo salí ganando cuando acudió a mí en busca de consuelo, fue algo despreciable por tu parte.

–Eso dice todo el mundo –replicó ella–. Por alguna extraña razón, yo tengo una versión diferente de lo que pasó esa noche.

Kat recorrió el amplio despacho con la mirada y eligió tomar asiento en el sofá. Se quitó el abrigo, lo dejó en el respaldo y se sentó cruzando las piernas. Unas piernas largas y bien torneadas en las que él no pudo evitar fijarse. Pero debía recordar que era venenosa como una serpiente. Aunque eso no lo consolaba, al parecer, su cuerpo no temía el veneno, solo quería tener esas piernas a su alrededor.

–Antes de que me eches, deberías saber algo importante –indicó ella con calma y una sonrisa–. Tengo algo que tú quieres.

–No quiero nada tuyo. Ni ahora ni nunca.

Kat enderezó la espalda con elegancia, poniéndose las manos sobre el regazo.

–En concreto, me refiero a Deseo del Corazón.

Gabe se quedó petrificado. Se había pasado años tratando de comprarle a Matilda Chatsworth el collar de diamantes que había pertenecido a su madre. La familia de Kat sabía muy bien lo mucho que él quería tenerlo. Sabía que estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de conseguirlo.

La madre de Gabe, Cara, había diseñado el collar cuando había empezado a trabajar en la joyería Dante´s. En esos tiempos, había conocido a Dominic Dante, el hijo del dueño, y se había enamorado de él. Habían mantenido una apasionada aventura y habían estado a punto de casarse. Pero, en vez de elegir a su madre, Dominic había preferido a una mujer con una nutrida cuenta bancaria. Sintiéndose traicionada, Cara se había mudado a Nueva York pero, tiempo después, cuando Dominic había vuelto a buscarla, ella había caído en sus brazos. En aquella última noche que habían pasado juntos, habían sido concebidos Gabe y su hermana gemela, Lucía. Luego, Cara se había negado a volver a ver a Dominic.

Según Dominic, él nunca había olvidado a Cara, ni había dejado de amarla. Había pasado años tratando de encontrarla. Al fin, quince años después, había descubierto que había tenido dos hijos. Entonces, le había pedido que se casara con él, a pesar de seguir casado con su esposa, Laura. Le había regalado a Cara el collar que ella había creado para la firma, al que él había bautizado como Deseo del Corazón en su honor, junto con un anillo, prometiéndole que volvería a buscarla cuando se divorciara, para casarse y darle a sus hijos su apellido. Por supuesto, no había cumplido su palabra y Cara había quedado destrozada, con aquellos diamantes como único recuerdo de su amor.

Gabe solo tenía veinte años cuando su madre enfermó. Desesperado por conseguir dinero para cuidarla, vendió el collar a Matilda Chatsworth, con la esperanza de poder recuperarlo después.

Tardó en darse cuenta de lo que el collar simbolizaba para él. Representaba al hombre que lo había engendrado y a la familia que lo había rechazado. Y a la hermana y la madre que siempre habían estado a su lado, en lo malo y en lo bueno.

Por desgracia, cuando Gabe tuvo el dinero necesario para recuperar Deseo del Corazón, Matilda se negó a venderlo. Incluso cuando se casó con Jessa, su nieta, no pudo acercarse al collar. Lo que no entendía era por qué, después de todos esos años, Matilda había decidido dárselo a Kat en vez de vendérselo a él. Sobre todo, cuando había repudiado a su nieta díscola por haber traicionado a Jessa.

–¿Tú lo tienes?

–Mi abuela se comunicó conmigo hace poco. Me pidió que volviera a casa –contestó ella tras titubear un momento–. No se encuentra bien. Me dijo que me daría el collar cuando… –añadió, y se interrumpió con gesto de dolor–. Después de su muerte.

–En ese caso, ven a verme cuando lo tengas. Ahora, si no te importa… –indicó él, haciendo un gesto con la cabeza hacia la puerta– estoy ocupado.

–Me temo que hay algo más –señaló ella y, mirando a su alrededor, posó los ojos en el mueble bar–. ¿Puedo tomar un poco de agua? Me muero de sed.

–¿Es que piensas fingir que te importa la muerte de tu abuela, Kat? Lo siento, preciosa, pero no me lo trago.

Gabe percibió una mueca de dolor en su interlocutora, antes de que ella pusiera cara de póquer.

–Cualquier lágrima que derrame por mi abuela, será real. Después de que mis padres murieran cuando tenía cinco años, ella me crio. Le debo más de lo que puedo expresar con palabras. Pero no te preocupes, no me derrumbaré delante de ti. Nunca lloro. Jamás.

Gabe fue directo al grano.

–¿Cuánto quieres por Deseo del Corazón?

–No está en venta.

Él se puso en pie, maldiciendo.

–Eres increíble, ¿lo sabías? Primero, te acuestas con Benson Winters, el anterior prometido de Jessa. Luego, encuentras la manera de recuperar el favor de Matilda y pones las manos en el collar. ¿Por qué? ¿A qué juegas?

–No es un juego. Nunca lo ha sido.

–Te pagaré bien por el collar. El dinero no es un problema –aseguró él.

–No quiero dinero –negó ella con una fría sonrisa–. ¿Me das algo de beber?

Maldición, pensó Gabe. No había pasado más de cinco minutos con esa mujer y ya estaba perdiendo los estribos. Debía de ser porque la deseaba. ¿Qué diablos le estaba pasando?

Sin decir palabra, se acercó al mueble bar.

–¿Con gas o natural?

–Natural.

––Has estado escondiéndote en Europa los últimos cinco años –comentó él, sirviendo el agua.

–No me he escondido –se apresuró a protestar Kat.

Interesante, se dijo Gabe. Parecía que había tocado otro punto débil de Kat.

–Mentira. Escapaste del país en cuanto se hizo pública tu aventura con el prometido de tu prima, el candidato al Senado Benson Winters. Y has estado fuera desde entonces. Ni siquiera volviste cuando Jessa y yo nos casamos, ni en su funeral –recordó él, entregándole el vaso. Con satisfacción, percibió cierto temblor en la mano de ella–. Pero, en cuanto descubriste que podías ponerle las manos encima a Deseo del Corazón, has regresado a Seattle.

Kat le dio un rápido trago a su vaso de agua, sin duda, para ganar tiempo para recuperar la calma.

–¿Por eso te has negado de forma sistemática a verme? ¿Porque no asistí al funeral de Jessa?

–Es una buena razón, ¿no te parece?

–Pero no es la verdad –adivinó ella, mirándolo a los ojos.

Quizá, si se centrara en su rabia, desaparecería el deseo, pensó Gabe. O, al menos, disminuiría. ¿Pero por qué se sentía atraído por una mujer que solo merecía su desprecio?

–¿Qué no es la verdad? ¿Que no te molestaste en asistir al funeral de tu prima o que solo has vuelto para apoderarte del collar?

–Jessa no habría querido que fuera –respondió ella, encogiéndose de hombros.

–No lo dudes. Aun así, cuando Matilda te dice que está enferma, regresas a su lado como un buitre hambriento. ¿O me equivoco?

Kat se encogió con un brillo de vulnerabilidad en los ojos. Sin duda, era un gesto ensayado y fingido, adivinó él.

–No te equivocas. He venido porque mi abuela está enferma.

–No es por eso por lo que estás aquí, ¿o sí? –repuso él con cinismo–. Presumo que has venido porque sabes lo mucho que quiero tener el collar.

–Tienes razón. Así es –afirmó ella, levantando la barbilla–. Apuesto a que harías cualquier cosa con tal de tenerlo en tu poder.

–Dime cuánto quieres.

–No quiero dinero. Lo que quiero a cambio del collar es muy sencillo y está en tu poder concedérmelo –aseguró ella y, tras una pausa, continuó–: He oído que eres uno de los mejores negociadores de Seattle. Mi abuela es una mujer muy tradicional. Por supuesto, se preocupa por mí y por mis… desafortunadas elecciones de pareja –explicó ella, eligiendo cuidadosamente las palabras–. En este momento, no está dispuesta a reconciliarse. Solo me ha informado de que está enferma y que piensa dejarme el collar en herencia.

–¿Es que quedarte con el collar no es bastante para ti?

–No. Quiero más. Mucho más.

–Tu abuela es muy rica. Déjame adivinar. Crees que tienes derecho a quedarte con su fortuna.

–Lo que quiero es reconciliarme con ella –le corrigió Kat–. Mis razones solo me incumben a mí.

–¿Y yo que tengo que ver con eso?

–Mi abuela me ha dejado claro que necesita que le demuestre que soy respetable. Sus palabras exactas fueron –dijo ella y frunció el ceño–: Quiero ver con mis propios que te estableces con un hombre respetable que no se deje manipular.

–Cielos.

–Sí, eso pensé yo también. Sin embargo, si hago lo que me pide, creo que me recibirá con los brazos abiertos. Por eso, necesito encontrar un hombre respetable. Como tú.

Gabe se quedó mirándola, atónito.

–¿Me estás proponiendo matrimonio? Mi respuesta es no. De ninguna manera. Debes de estar loca.

Sus palabras no consiguieron expresar su reacción por aquella ultrajante proposición. Ni su deseo. Casarse con ella implicaría dormir juntos, pensó, y recordó cuando había visto a Kat en aquella cama, desnuda y hermosa.

Entonces, había quedado impresionado por ella. Había asumido que no había sido más que una reacción instintiva masculina ante una mujer bella y sin ropa. Sin embargo, nunca había entendido por qué su imagen se le había quedado grabada en la mente durante los últimos cinco años. Por otra parte, la imagen de su esposa, que había muerto hacía apenas dos años, casi se le había borrado.

–Tranquilo, Gabe –repuso ella, riendo–. No te estoy proponiendo matrimonio, sino solo un compromiso. Quiero demostrarle a mi abuela que he sentado la cabeza. Y tú me ayudarás a hacerle feliz en sus últimos meses de vida.

–Como si a ti te importara algo su felicidad…

–La verdad es que sí me importa. A pesar de todo lo que ha pasado, sigue siendo mi abuela –señaló ella–. Por otra parte, no hay nadie más perfecto que tú para el papel. Como estuviste casado con Jessa, nuestro compromiso me convertiría de inmediato en alguien respetable. Tienes fama de ser honrado, justo e íntegro. Eres el tipo de hombre que mi abuela tiene en mente para… –añadió e hizo una pausa, sonriendo– meterme en cintura.

–No.

–Piénsalo, Gabe –insistió ella con una sonrisa seductora–. Estaré a tu merced, obligada a seguirte en todo. Y, a cambio, conseguirás Deseo del Corazón. Los dos saldremos ganando.

Gabe titubeó un momento, dudando cómo manejar la situación. La propuesta le resultaba más tentadora de lo que podía creer. Tal vez, no mereciera la pena resistirse, pensó y pulsó el intercomunicador que tenía sobre la mesa.

–¿Sarah?

–Sí, señor Moretti –contestó de inmediato su secretaria.

–Cancela el resto de mis citas por hoy. Estaré fuera de la oficina hasta el lunes. Cámbialo todo para la semana que viene.

Sin esperar respuesta, Gabe tornó su atención en Kat y señaló hacia la puerta.

–¿Vamos?

–Ir… ¿adónde?

Él sonrió al notar su desconfianza.

–A consumar nuestro futuro acuerdo de negocios, claro. Si es que llegamos a un acuerdo.

–Consumar –repitió ella, poniéndose tensa.

Gabe no podía evitar provocarla.

–Así se llama al resultado final cuando una propuesta es aceptada, ¿no? Las partes consuman el acuerdo –indicó él, arqueando una ceja–. Sugiero que vayamos a un sitio más privado para hacerlo. Después de todo, eres tú quien ha dicho que el trato incluiría tenerte a mi merced, forzada a seguir mis deseos. Bueno, cariño, pues lo que yo quiero es consumar nuestro acuerdo. Así que ya puedes empezar a suplicar piedad.

–Debes de estar de broma –se defendió ella, con aspecto ultrajado.

–No, no bromeo –aseguró él–. Estoy dispuesto a mantener negociaciones. Incluso igual llamo a mi abogado para que redacte un bonito documento legal que especifique tus obligaciones. Después… –susurró y se acercó a ella, deteniéndose a solo unos centímetros–. Bueno, digamos solo que tenías razón. Haré lo que sea para ponerle las manos encima a ese collar.

–¿Hasta acostarte conmigo? –preguntó ella.

–Si insistes…

–No, no insisto. No quiero acostarme contigo ni con nadie –aseveró ella con vehemencia–. Solo quiero tener contenta a mi abuela.

Su apasionada respuesta despertó la curiosidad de Gabe.

–Lo único que yo quiero es Deseo del Corazón. Fuiste tú quien me propuso salir juntos para conseguir nuestros mutuos objetivos.

–Eso no quiere decir que tengamos que… –dijo ella, y se interrumpió, bajando la vista.

–Creo que eso tendremos que negociarlo. Y, como sabes, soy un experto negociador –señaló él–. Te has puesto en mi camino y posees algo que yo quiero. ¿Por qué te sorprende que acepte lo que me has puesto en bandeja?

–No era esa mi intención –aseguró ella con tono de pánico–. Sabes que no era así.

–Pero es lo que has conseguido. Ahora, vayamos a un lugar íntimo donde nadie nos interrumpa para delimitar en qué consistirá nuestro trato. Te aseguro que nada va a interponerse en mi camino para hacerme con el collar. ¿Está claro?

Kat se quedó mirándolo con la respiración acelerada. Sus ojos brillaban de frustración. Sin embargo, al contrario de lo que él esperaba, no se rindió y se enfrentó a él con gesto desafiante.

–No ha nacido el hombre que me diga lo que debo hacer.

En ese momento, Gabe supo que estaba dispuesto a todo con tal de tener a aquella mujer, sin importarle quién fuera ella.

Sin darle tiempo a decir más, Gabe la condujo fuera del edificio, hasta su coche. Hicieron el viaje en silencio, aunque la tensión que fluía entre ambos no hacía más que crecer por momentos.

Aparcaron en una majestuosa finca a orillas del lago Washington.

–Es hermoso –murmuró ella, mirándolo perpleja.

–Espera a ver las vistas del lago.

Gabe la guió a la puerta principal, abrió y, sin previo aviso, tomó a Kat en sus brazos y entró con ella. Cuando la dejó en el suelo, ella intentó apartarse, pero él no se lo permitió.

–Bienvenida a mi casa, señorita Malloy.

Gabe no entendió lo que pasó después. Una irresistible locura se apoderó de él. Fuera cual fuera la razón, él le agarró la mano y la tomó entre sus brazos. Acto seguido, inclinó la cabeza y la besó con pasión.

En cuanto sus manos y sus labios se tocaron, el deseo explotó como una bomba entre los dos, envolviéndolo en sus llamas, derritiéndolos de una manera que Gabe no había experimentado nunca antes. Su sangre se convirtió el lava en cuestión de segundos, solo ansiaba que aquella locura lo consumiera en sus llamas. Quería marcar a aquella mujer, poseerla.

Ella debía ser suya.