2,99 €
Se busca esposa y madre perfecta Cuando el millonario Lucius Devlin recibió la custodia del hijo de su mejor amigo se dio cuenta de que necesitaba una esposa; a ser posible una que pudiera satisfacer todas sus necesidades… El programa Pretorius le había funcionado bien para encontrar a la asistente ideal, así que decidió probar suerte de nuevo. Angie Colter no se explicaba que nadie quisiera a Lucius, tan sexy y apuesto, y a su encantador bebé, Mikey. Con un par de cambios en el programa y unos pocos más en su aspecto físico, ella misma sería la esposa perfecta. ¿Pero qué pasaría si él llegaba a averiguar la verdad sobre su prometida perfecta?
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 173
Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2012 Day Totton Smith. Todos los derechos reservados.
MÁS QUE PERFECTA, N.º 1891 - Enero 2013
Título original: More Than Perfect
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Publicada en español en 2013
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-2601-4
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Se despertó al amanecer. No había nadie a su lado.
Lucius Devlin se volvió hacia donde debería haber estado Lisa... No estaba allí. En la distancia, pudo distinguir el suave murmullo de su voz. No sabía muy bien si sentía alivio o angustia porque todavía seguía allí. Lo de la noche anterior había sido un error, un error muy grande.
Rodó sobre sí mismo y se levantó de la cama. Fue hacia la cómoda. En el último cajón encontró unos pantalones de chándal viejos. Se los puso rápidamente y se dirigió hacia la cocina. Lisa estaba allí y, al verle entrar, terminó la llamada y cerró el teléfono móvil. Se sentó frente a la mesa. Llevaba ese llamativo traje rojo del día anterior. Frente a ella había una taza de café recién hecho. Por suerte había hecho café. En ese momento lo necesitaba tanto como respirar.
Ella le observaba... Lucius se llenó una taza.
–Te has vestido –bebió un buen sorbo–. Supongo que te vas ya, ¿no?
–Sí –dijo ella, jugando con el teléfono móvil. Frunció ligeramente el ceño–. Me voy. Y esta vez es para siempre.
–O hasta que Geoff y tú tengáis otra pelea, ¿no? –señaló el teléfono de ella–. Supongo que te ha llamado.
–Siempre has sido demasiado listo.
–Bueno, pues ya somos dos.
Lisa suspiró. Se echó hacia atrás en la silla, cruzó sus espectaculares piernas y le miró con ojos divertidos.
–¿Por qué no pudiste ser un millonario estúpido y no cometiste el imperdonable error de casarte conmigo cuando estuvimos juntos por primera vez?
Él se tomó la pregunta de forma literal.
–Eso de ser estúpido y millonario no tiene mucho sentido. No sería millonario por mucho tiempo si fuera estúpido.
–Eso es cierto en tu caso –ella ladeó la cabeza. Su mirada era vigilante, alerta–. No creo que se pueda decir lo mismo de Geoff.
Lucius apretó los labios y trató de mantener la calma. De repente ella le había obligado a ponerse en esa posición tan difícil en la que tenía que defender a su mejor amigo de la mujer que se había acostado con los dos; primero con él y después con Geoff. Como él no había querido ponerle un anillo en el dedo, ella había seguido con el director del departamento de Relaciones Públicas de Diablo, Inc. No obstante, Lucius sospechaba que tampoco le sería fácil conseguir una proposición de matrimonio con él.
–Geoff no es millonario, ni tampoco estúpido. Ingenuo, quizás, sobre todo cuando se trata de mujeres como tú. Pero tiene un corazón de oro.
–¿A diferencia de nosotros?
No necesitó oír su silencio para tener la respuesta. Ya la sabía. Agarró su taza y bebió un sorbo.
–Es un ángel con dos demonios sobre los hombros. Pobre chico. ¿Quieres apostar, Lucius, para ver a cuál le hace caso? ¿A qué demonio crees que escuchará?
Lucius no tenía ganas de participar en ese juego que le estaba proponiendo.
–¿Qué quieres?
–¿De ti? Nada.
–¿Y de Geoff?
Ella esbozó una sonrisa felina y taimada, llena de confianza.
–Yo ya tengo lo que quiero de él.
Lucius se puso tenso. Había algo en su tono de voz que presagiaba un ataque directo. Se preparó para la embestida.
–¿Y qué es?
–Una proposición de matrimonio –su sonrisa se hizo enorme–. Era él, al teléfono. Me ha dicho que se ha dado cuenta de sus errores y quiere que me suba al primer avión que salga para Las Vegas. Nos casamos esta tarde y estaremos de luna de miel esta noche.
Las palabras que retumbaban en la cabeza de Lucius eran tan burdas que no quiso pronunciarlas en alto.
–Ya veo que haces el trabajo muy rápido. Sales de la cama de un hombre y te metes en la de otro igual que te cambias de vestido –ladeó la cabeza, pensativo–. Creo que eso tiene un nombre.
La sonrisa de Lisa se desvaneció. Sus ojos oscuros se llenaron de furia y acusaciones.
–Por lo menos la próxima vez que me meta en la cama de Geoff, llevaré un anillo de boda. Eso es más de lo que tú me has dado jamás.
–¿Y si le llamo y le digo dónde estuviste anoche?
–Ya lo sabe. ¿Por qué crees que me ha pedido matrimonio?
Por primera vez Lucius creyó oír cierta vacilación en esa voz impasible.
–Seguro que te gustará saber que me perdona. Nos perdona a los dos.
Esa vez Lucius sí que masculló un juramento.
–No hagas esto, Lisa. No sobrevivirá a un matrimonio contigo. Te lo comerás vivo.
Y a lo mejor era por eso que la había dejado meterse en su cama la noche anterior. De alguna manera había albergado la retorcida esperanza de que todo llegara a oídos de Geoff. Pensaba que así llegaría a ver por fin la clase de mujer que era Lisa; una oportunista; una devorahombres sin moral que se acostaba con cualquiera que tuviera algo que ofrecerle... ¿Cómo se habían complicado tanto las cosas? En vez de hacer eso, había terminado abocando a su amigo a un matrimonio peligroso.
–Si no querías que me quedara con Geoff, entonces deberías haberme hecho tú la propuesta. Pero es que eres demasiado listillo para tu propio bien. Estás demasiado empeñado en manipularlo todo en tu mundo, y a la gente que vive en él –echó a un lado la taza y el platito de porcelana blanca con un movimiento brusco. El líquido se derramó y manchó de negro el inmaculado platito–. Me voy a casar con Geoff y ya está. Puedo hacerle feliz y tengo intención de hacerlo.
–¿Qué es lo que dicen del camino al infierno? –Lucius chasqueó los dedos–. Oh, sí. Ya sé... Que está lleno de gente con buenas intenciones.
–En ese caso, me voy al infierno, pero no creo que me vaya sola. Tú estarás allí a mi lado –se levantó. Sorprendentemente había lágrimas en sus ojos–. ¿Quieres saber qué es lo más divertido de todo? Geoff quiere tener familia pronto. Eso es lo único en lo que estamos de acuerdo. Puede que sea una cazafortunas, pero también quiero ser madre.
Una descarga de cinismo recorrió a Lucius por dentro.
–Bueno, por supuesto. En cuanto consigas ese bombo, tendrás asegurada una jugosa pensión.
Lisa guardó silencio un momento.
–Eres el peor bastardo que he conocido jamás, Lucius. Gracias por recordármelo –agarró el teléfono móvil, lo metió en el bolso y le miró con esos ojos orgullosos que solo él podía admirar–. Y un día de estos te haré tragarte todas tus palabras. Puede que no desee a Geoff como te deseo a ti, pero es un buen hombre. Un hombre decente. No ha habido muchos de esos en mi vida. Voy a hacerle muy feliz. Extraordinariamente feliz. Y de verdad espero que veas toda esa felicidad durante los próximos cincuenta años, hasta que te ahogues en ella.
Dio media vuelta y se marchó.
–¡No solo eres un demonio, eres un maldito bastardo!
Angie Colter levantó la cabeza al oír el sonido inconfundible de una mano contra piel. Se dio la vuelta y miró hacia la puerta cerrada de su jefe, Lucius Devlin, dueño y director general de la empresa Diablo, Inc.; un negocio multimillonario especializado en comprar y rehabilitar espacios comerciales. Un segundo después la puerta se abrió de golpe.La espléndida pelirroja que Angie había dejado entrar diez minutos antes, salió a toda prisa. La mujer había sido la última de una larga lista de amantes. Sorprendentemente había durado dos semanas completas; todo un récord.
–No sé cómo pudiste llegar a pensar que estaría interesada en tu loca propuesta –exclamó, avanzando sobre la moqueta con esos tacones temerarios, rumbo a los ascensores.
«Muy bien.», pensó Angie para sí.
Todo encajaba con las sospechas que tenía acerca de su jefe. No sabía muy bien qué era, pero algo le pasaba a Lucius... Ese bebé de seis meses cuya custodia había asumido tres meses antes tenía algo que ver... El bebé, Mikey, era el hijo del antiguo director de Relaciones Públicas de Diablo, Geoff Ridgeway. Él y su esposa, Lisa, habían muerto en un accidente de tren en Europa, poco antes de Navidad, y Lucius había sido nombrado tutor del pequeño.
Era un niño encantador. Angie se había enamorado de él desde el primer momento.
Angie miró hacia el despacho de Lucius con gesto pensativo. Al principio había pensado que su jefe estaba buscando a la niñera perfecta, alguien que pudiera reemplazar a la mujer que había aceptado el trabajo de forma temporal. Pero según pasaban los días... Incapaz de aguantar más la curiosidad fue hacia la puerta y llamó suavemente.
Lucius estaba de perfil, bebiéndose un trago de whisky. Al otro lado de los enormes ventanales estaba la ciudad de Seattle, su belleza oculta tras la neblina a primera hora de la mañana. Con un metro noventa de estatura, Lucius Devlin tenía un físico impresionante que nada tenía que ver con un trabajo de oficina. No era de extrañar que se hubiera gastado unos cuantos millones en un gimnasio en casa, equipado con los mejores aparatos. Era un hombre imponente, con el cabello color ceniza y unos ojos tan misteriosos como una noche de luna nueva. Podía cortarle el aliento a una mujer sin intentarlo siquiera. Y la primera vez que le había regalado una de esas sonrisas suyas... le había robado el corazón. Y probablemente el alma... A lo mejor era por eso que había cometido el error más grande y se había enamorado de él. Él la miró por encima del hombro y frunció el ceño.
–No es un buen momento.
Sin pensar lo que hacía, Angie entró en su despacho, ignorando la orden.
–Deberías ponerte ese hielo en la barbilla –le dijo–. Así no se hinchará.
–Tiene un buen derechazo, para ser una mujer.
–No lo dudo. Tendrías que ver lo que es capaz de levantar en el banco del gimnasio.
Él se volvió hacia ella. La miró a la cara.
–No. ¿En serio?
–En serio. Vamos al mismo gimnasio. Tienes suerte de que no haya usado los tacones de aguja contra ti. He visto lo que hace en nuestra clase de kickboxing. Te hubiera dejado como un kebab.
–Nunca me dijo que te conocía.
A Angie no le extrañaba en absoluto. Eso hubiera implicado relacionarse con alguien del sexo femenino, pero una mujer como ella solo tenía ojos para el sexo masculino.
–No creo que se haya fijado mucho en mí. No es que destaque precisamente.
Lucius se bebió de un trago el whisky que le quedaba y siguió su consejo. Se puso el hielo en la marca roja que le había quedado en la barbilla. Miró a Angie de arriba abajo. Por desgracia su mirada fue tristemente asexual. Ella, no obstante, tampoco se sentía ofendida. Sabía muy bien lo que estaba viendo. Hacía ya mucho tiempo que había llegado a la conclusión de que tenía una mente para los negocios y un cuerpo... También para los negocios. Con un metro setenta de estatura, era delgada como un espagueti, y sus curvas eran de lo más sutiles. Podía presumir de una cara y un pelo bonito, aunque siempre lo llevara recogido en un moño. Pero su rasgo más atractivo eran sus ojos, azules como dos aguamarinas. Su antiguo novio solía encontrarlos «enervantes». Pero eso había sido antes de dejarla por su amiga rubia pechugona de un metro sesenta. Nueve meses después habían tenido el hijo que ella había soñado tener con él, y que él siempre le había dicho que jamás tendría. A lo mejor era por eso que había elegido volcarse en su carrera. Mientras Britt tenía al hijo de Ryan, ella se había asegurado un buen trabajo a las órdenes de Lucius Devlin, como su asistente personal.
Aún no sabía muy bien, no obstante, quién se había llevado lo mejor... Quizá sus sentimientos por Ryan no habían sido tan profundos al fin y al cabo.
–Ella no se fija en ti porque eres mujer –afirmó Lucius, dando voz a sus propios pensamientos–. No porque no destaques. La ropa adecuada, un buen corte de pelo...
Angie se puso tensa. No le hacía gracia esa clase de radiografía gratuita... Era el peligro de amar a un hombre que la veía como a un mueble más...
«Maldito seas...», pensó para sí.
Levantó la barbilla y le clavó su mirada más inquietante, contenta de haberle dado uso.
–Oh, vaya, un consejo de Lucius Devlin para convertirme en la mujer perfecta. Espera. Déjame que tome nota –abrió el tablet y preparó la estilográfica–. Por favor, Lucius, no me hagas esperar. Aparte de la ropa y del corte de pelo, ¿qué más me falta?
–Vaya, cómo eres.
Ella arrugó los párpados, contenta de verle recular. A lo mejor debía patentar esa mirada. No le venía nada mal.
–No creo que te quieran ni en el infierno.
Una expresión seria y hermética se cernió sobre el rostro de Lucius. Agarró la botella de whisky y se sirvió otra copa muy generosa.
–Puedes estar segura de ello.
–No lo dudo –Angie no bajó las armas. Levantó una ceja, con un gesto desafiante–. ¿Hay algo más que quieras decirme sobre mi apariencia?
Él bebió un largo sorbo y la miró por encima del borde de la copa con esos ojos negros e intensos.
–No.
–No me lo creo. Ponte el hielo en la cara de nuevo si no quieres hablar de ese cardenal con tus clientes. Tiemblo con solo pensar en lo mucho que podría caer tu reputación si se llega a saber que una mujer casi te noquea.
–No es así como voy a contarlo yo –le dijo él, pero, aun así, apoyó el vaso contra la mandíbula.
–No, pero así es como yo pienso contarlo –dijo ella, esbozando una sonrisa angelical.
–¿Pero cómo se me ocurrió pensar que serías la asistente perfecta? Debí de perder el juicio.
–Pues sí... ¿Pero qué demonios le dijiste a ella para que se enfadara tanto? –le preguntó, incapaz de contener la curiosidad.
–Seguro que piensas que fue culpa mía –le dijo él, cada vez más molesto.
–¿Tengo que disculparme?
Angie casi pudo ver la batalla que libraba en su interior antes de admitir la verdad.
–No. Fue culpa mía. Cometí el error de proponerle matrimonio.
Angie sintió que se le cortaba la respiración. No podría haberla golpeado más fuerte, ni siquiera aunque hubiera practicado kickboxing.
–¿Qué?
Él la miró a los ojos y soltó el aliento.
–Oh, supéralo, Colter. No estamos en el instituto. No estamos hablando de un romance de cuento precisamente. De hecho la conozco desde hace dos semanas solamente. Le hice una propuesta de negocios que incluía matrimonio y, por algún motivo, eso la hizo saltar. A saber por qué.
El mundo volvió a ponerse en su sitio y Angie pudo respirar de nuevo. Le llevó un segundo más, no obstante, ponerse la máscara de nuevo y fingir un mínimo de interés. Hasta ese momento no se había dado cuenta de lo fuerte que le había dado ese enamoramiento por Lucius Devlin. Lucius Devlin y su brillantez, esa gracia innata que tenía y que se esforzaba por esconder debajo de una armadura fría y dura, el dolor inexplicable que muchas veces brillaba en sus ojos, y sin duda en su corazón... En el año y medio que llevaba trabajando para él, había llegado a conocer al hombre que se escondía detrás de la fachada mediática, y con esa verdad había llegado la clase de amor que apenas había atisbado cuando estaba con Ryan.
Haciendo acopio de todo su autocontrol, esbozó una fría sonrisa.
–Tienes razón, Lucius. No puedo ni imaginarme por qué una mujer en su sano juicio encontraría ofensiva una proposición de matrimonio envuelta en un acuerdo de negocios –le dijo con sequedad–. A saber por qué.
Lucius puso el vaso sobre la mesa con un movimiento brusco. Los hielos repiquetearon. Dio un paso hacia ella y la atravesó con una mirada oscura e impenetrable.
–¿Tienes algo que decir al respecto?
Ella no contestó a la pregunta directamente. No se atrevía.
–¿Se trata de Mikey? –le preguntó. Inconscientemente suavizaba el tono de voz al hablar del pequeño. No podía evitar la ternura que la invadía al pensar en aquel bebé tan encantador.
Él vaciló un momento. Seguramente tenía ganas de pagar con ella lo de la otra, pero él tampoco era de los que la tomaban con alguien inocente.
Bajó la guardia y asintió con la cabeza.
–Sí –admitió–. Se trata de Mikey.
–¿Es que quieres encontrar a una mujer que sea una buena esposa para ti y una buena madre para él?
–De nuevo, sí.
–¿Y esperabas que ella aceptara corriendo después de dos semanas de cortejo?
Él apretó los dientes.
–Tengo mis razones para pensar que era factible. ¿Ya has terminado con el análisis?
–Claro –le dijo ella, viendo que lo había desarmado del todo.
–Bueno, ¿entonces podríamos volver al trabajo? Todavía tenemos que preparar mi reunión con Gabe Moretti.
Ella tocó la pantalla del tablet y sacó la información necesaria.
–Ha aceptado lo del edificio Richter contigo.
–Pero solo si le dejo llevarse la tajada grande.
–Desde luego. Pero si remodela el edificio como lo hizo con las Diamondt Towers, la inversión habrá merecido la pena, aunque tus intereses sean minoritarios.
–Eso no me convence.
–No. ¿Cómo iba a convencerte? –exclamó ella con ironía.
Lucius siempre tenía que tener las riendas, pero desafortunadamente para él, Gabe Moretti también era de esos.
–¿Moretti accederá?
–Vamos a reunirnos para hablar del tema –dijo él.
Y eso significaba que no. Moretti no tenía intención de ceder el interés mayoritario, lo cual auguraba una lucha de titanes. Angie tocó un icono sobre el escritorio del tablet y accedió a la agenda de Lucius.
–¿Prefieres comida o cena?
Él lo pensó un momento. Bebió otro sorbo.
–Cena, el viernes. Que sea en Milano’s, en Puget Sound. Habla con Joe en persona para el menú, ¿quieres?
–Me ocuparé de ello. ¿A las ocho te viene bien? –tomó anotaciones rápidamente.
–Solo si a ti te viene bien.
Angie vaciló un momento.
–¿Disculpa?
–Ahora que ella está fuera del tema, necesito que vengas conmigo. Eres una de las personas más observadoras que conozco. Me vendría bien tener tu opinión en esto –sonrió.
Angie sintió una punzada en el corazón como nunca antes la había sentido.
–¿Algún problema?
Ella apartó la mirada y se centró en la pantalla del ordenador que tenía en las manos.
–Voy a mirar si tengo algo en la agenda y te digo.
–Muy bien. Hazlo.
–Siguiente punto. Tengo varias llamadas de Pretorius St. John. Me dijo que era un asunto privado; algo sobre un programa de ordenador que está personalizando para ti. Si no necesitas que me ocupe de ello, te lo paso directamente al PDA.
–Adelante.
Ella titubeó.
–Ese nombre me suena de algo. ¿Debería conocerlo?
–Es posible. Su sobrino es Justice St. John, el gurú de la robótica. Pretorius está especializado en software.
–Vaya. Tienes un diseñador de software dispuesto a crear un programa a tu gusto.
–Bueno, hay días en los que me parece que se te olvida para quien trabajas.
–Oh, Dios. De nuevo no –hizo una reverencia exagerada–. Le pido disculpas, señor Devlin. Le prometo que tendré más cuidado en el futuro.
–Asegúrate de ello –los ojos de Lucius brillaron. Su tono de voz era burlón, como si estuviera a punto de echarse a reír–. No te intimido nada, ¿verdad? –le dijo, mirándola fijamente.
–No.