En busca del placer - La familia perfecta - Day Leclaire - E-Book

En busca del placer - La familia perfecta E-Book

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Beschreibung

En busca del placer A pesar de que una vez se escapó de su lado, Gabe Piretti no había olvidado la mente despierta ni el cuerpo estilizado de Catherine Haile. Estaba tramando cómo conseguir que volviera a formar parte de su vida, y de su cama, cuando ella le pidió ayuda para salvar su negocio. Gabe se aprovechó de su desesperación para conseguir lo que quería: a ella. Pero ¿qué pasaría cuando tuviera que elegir entre el trabajo y el placer de una mujer tan seductora? La familia perfecta El millonario hombre de negocios Jack Mason había ideado la estrategia perfecta para conseguir la custodia de su sobrina: contrataría a la niñera adecuada y la seduciría, convenciéndola después para que se casara con él. Annalise Stefano era la persona ideal. La atractiva niñera pronto creó fuertes lazos con la niña y Jack se encontró pensando en su noche de bodas mucho más de lo que había imaginado. Pero no contaba con que Annalise no quisiera convertirse en su mujer… o con que el secreto que ella escondía podría poner en peligro sus planes.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 500 - septiembre 2022

 

© 2009 Day Totton Smith

En busca del placer

Título original: Mr. Strictly Business

 

© 2009 Day Totton Smith

La familia perfecta

Título original: Inherited: One Child

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2009

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-960-2

Índice

 

Créditos

Índice

En busca del placer

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

La familia perfecta

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

–Necesito tu ayuda.

Gabe Piretti trató de contener la inmensa satisfacción que le producían las palabras de la única mujer a la que había amado en su vida. Había pensado que después de veintitrés meses, sería capaz de ver a Catherine Haile sin que le afectara, pero se daba cuenta de que era ridículo pensar que algo así fuera posible. Después de todo, habían trabajado juntos. Habían vivido juntos. Y habían estado unidos de manera intensa. La pasión que había surgido entre ellos había sido un infierno que no habían conseguido calmar ni siquiera después de estar dieciocho meses juntos. Si acaso, se convertía en algo más intenso a medida que pasaban los días.

Y entonces, ella se marchó. Y por primera vez en su vida, Gabe, el pirata Piretti, había sido incapaz de solucionar el problema. Desde que Catherine lo abandonó, él permanecía a la deriva.

Le había ofrecido el espacio que ella le había pedido desde que se habían separado, y la había observado desde la distancia mientras ella desarrollaba su vida profesional. Mantener la distancia había sido lo más duro que Gabe había hecho en su vida. Incluso más duro que cuando tuvo que quitarle el mando de Piretti’s a su madre para evitar que el negocio cayera en bancarrota.

Pero Catherine había regresado, y él encontraría la manera de que ella se quedara a su lado. ¿Necesitaba su ayuda? Se la prestaría. Pero el precio sería elevado. La pregunta era, ¿lo pagaría? ¿O saldría huyendo una vez más?

Consciente de que ella seguía de pie, Gabe señaló hacia el saloncito que había en una esquina de su despacho. El sol entraba por la ventana y sus rayos iluminaban el cabello de Catherine, provocando que resaltaran sus mechones dorados ocultos entre el pelo castaño.

–¿Te apetece un café? –le ofreció él.

Catherine se sentó y dejó el maletín a sus pies. Después, negó con la cabeza.

–Estoy bien, gracias.

Él se sentó frente a ella y la miró. Llevaba un traje de seda de color chocolate que resaltaba su figura y mostraba que había perdido peso. La chaqueta era entallada y la falda dejaba sus piernas al descubierto. Las sandalias eran de tacón. Evidentemente, se había vestido para impresionarlo o distraerlo.

–Ha pasado mucho tiempo –comentó él–. Has cambiado.

–Ya basta.

Él arqueó una ceja y esbozó una sonrisa.

–¿Qué pasa?

–Me estás desnudando mentalmente.

Era cierto, pero no de la manera que ella imaginaba. Él no podía evitar preguntarse qué había sido lo que había provocado que perdiera peso, pero no quería mostrar su preocupación.

–Sólo porque sé que te quejarías si te desnudara de otra manera.

Ella sonrió un instante.

–¿Qué ha pasado con tu lema de «sólo temas de negocios»?

–Cuando se trata de trabajo, lo mantengo –dijo Gabe–. Pero tú no trabajas para mí, ¿no?

–Y no lo he hecho durante tres años y medio.

–¿Te arrepientes de las decisiones que tomaste, Catherine?

–De algunas. Pero no es eso lo que me estás preguntando, ¿verdad? Quieres saber si tomaría otra decisión en caso de que volviera a tener la oportunidad –se quedó pensativa un instante–. Lo dudo. Hay cosas que hay que experimentar para aprender a vivir la vida…

–¿Cosas o gente?

–Ambas, por supuesto. Pero no estoy aquí para hablar de nuestro pasado.

–Entonces, vayamos al grano –dijo él.

Ella lo miró. Él recordó lo desconcertante que le había parecido la mirada de sus ojos de color ámbar cuando se conocieron. Nada había cambiado. Seguía teniendo una mirada intensa.

–¿No prefieres hablar de negocios primero? –preguntó ella–. Recuerdo que ésa era una regla fundamental en Piretti’s. Cuando uno compra o vende empresas, nunca se trata de algo personal. Sólo son negocios.

–Normalmente, eso sería cierto. Pero contigo… –se encogió de hombros–. Siempre fuiste una excepción.

–Es curioso. Yo habría dicho justo lo contrario. Ella apretó los labios y él recordó cómo había disfrutado besándola.

–Lo siento –murmuró ella–. Eso es agua pasada.

–Un poco sí. Pero no hay tanta agua como para romper la presa. Veré lo que puedo hacer acerca de ello.

Ella lo miró confusa, pero Gabe continuó antes de que pudiera preguntarle a qué se refería. Con el tiempo, descubriría por qué ella se había marchado. Y conseguiría que su apariencia tranquila diera paso a la pasión y la furia. Insistiría hasta que descubriera la verdad.

–¿Cómo te ha ido? –preguntó él, confiando en que su pregunta la ayudara a relajarse.

–Ahora estoy un poco estresada –confesó ella–. Por eso estoy aquí.

–Cuéntame –dijo él.

Ella dudó un instante y empezó a hablar.

–Hace unos dieciocho meses, empecé mi propio negocio.

–Elegant Events.

–¿Cómo lo…? –hizo un gesto con la mano–. No importa. Seguro que seguiste mi pista después de que nos separáramos.

–Quieres decir después de que me dejaras.

Ella cerró los puños y apretó los labios.

–¿De veras quieres hablar de eso? –preguntó por fin, mirándolo fijamente–. ¿Tenemos que hablar del pasado ahora? ¿Únicamente así es como estarías dispuesto a ayudarme?

–No únicamente.

–Pero es como prefieres –no esperó a que contestara–. Estupendo. Te lo contaré de la manera más directa que pueda. Tú, con tu necesidad de mantener separadas la vida laboral y la personal, me diste a elegir. Podía trabajar contigo o ser tu amada, pero no ambas cosas. Yo elegí ser tu amada. Y no me di cuenta de que tú ya estabas enamorado. Y que siempre le das prioridad al amor.

–Eras la mujer de mi vida –dijo él.

Ella sonrió y él sintió que aquella sonrisa podía arrancarle el corazón del pecho.

–Quizá fuera la única mujer de tu vida, pero no la única cosa. Piretti’s siempre fue tu primer amor. Y por eso, siempre le diste prioridad.

–¿Me dejaste porque en ocasiones trabajaba hasta tarde? –preguntó con incredulidad–. ¿Porque a veces me veía obligado a darle prioridad al trabajo, y no a ti o a nuestra vida social?

Ella no se molestó en discutir, aunque la rabia y la desilusión se percibían en su expresión.

–Sí –dijo ella–. Sí, te dejé por esos motivos.

–¿Y por muchos otros? –preguntó él.

–Y por muchos otros –contestó ella–. Por favor, Gabe. Han pasado casi dos años. No tiene sentido que hablemos de esto después de todo este tiempo. ¿Podemos continuar? ¿O estoy perdiendo el tiempo al haber venido aquí hoy?

–No estás perdiendo el tiempo. Si está en mi mano ayudarte, lo haré. ¿Por qué no empiezas por explicarme el problema?

Ella respiró hondo.

–Está bien, veamos si puedo contártelo de forma clara y concisa, como te gusta. Elegant Events es una empresa de organización de eventos dirigida a empresas de altas esferas y a clientela de elevado presupuesto.

–De ésas hay muchas en la zona de Seattle.

Ella asintió.

–Exacto. Mi objetivo era, y es, ocuparme de todos los aspectos de los eventos para evitar a los clientes cualquier preocupación. Ellos me dicen lo que quieren y yo se lo proporciono. Si están dispuestos a pagar por ello, encontraré la manera de satisfacer sus deseos y superar sus expectativas.

–Y lo haces todo con elegancia y estilo.

Ella se sonrojó una pizca.

–Deberías escribir mis críticas. Ése es nuestro objetivo. Luchamos por convertir cada evento en algo exclusivo, por crear el escenario perfecto, ya sea para realzar la presentación de un nuevo producto o para crear el recuerdo perfecto de una ocasión única.

–Como la fiesta de Marconi, esta noche.

Ella negó con la cabeza con incredulidad.

–¿Hay algo que no sepas? Sí, como la fiesta de Marconi. Sólo se cumplen noventa años una vez en la vida, y Natalie se siente obligada a hacer que el cumpleaños de su suegro se convierta en un evento inolvidable.

Gabe no recordaba la última vez que había visto a Catherine tan contenta, y eso hacía que se sintiera arrepentido.

Ella había sufrido por su culpa. Él no lo había hecho a propósito, pero eso no cambiaba las cosas.

–Estoy seguro de que harás que la fiesta de esta noche sea un éxito –dijo con convicción.

–Durante el tiempo que pasé en Piretti’s, así como durante el tiempo que pasamos juntos, aprendí muchas cosas acerca de lo que funciona y de lo que no funciona. Y aunque no esperaba que el negocio funcionara bien desde el principio, para mi sorpresa, así fue. Conseguimos muy buenos clientes y parecían contentos con el trabajo que hicimos para ellos. Al menos, eso creía yo –frunció el ceño.

–Es evidente que algo ha salido mal. ¿Qué ha pasado?

–Dos cosas. La primera, estamos perdiendo clientes. Hay contratos que yo pensaba que estaban asegurados que de pronto se han cancelado sin motivo aparente. Todo el mundo es correcto y parece que les gusta lo que ofrecemos, pero llegado el momento, eligen otra empresa.

–¿Y la segunda?

–Es la más importante –su mirada se llenó de preocupación–. Estamos al borde de la bancarrota, Gabe. Y no sé por qué. Creía que habíamos tenido cuidado con el margen de beneficios, pero quizá haya más gastos de lo que pensaba. No puedo controlarlo. No soy experta en ese campo. Sé que algo va mal, pero no consigo averiguar qué. Espero que tú seas capaz de descubrirlo y que puedas sugerirme cambios para que solucionemos el problema antes de que nos hundamos.

–¿Hablas en plural?

–Estoy asociada con alguien, pero prefiere permanecer en el anonimato.

–¿Por qué?

Catherine se encogió de hombros.

–Porque sí. Puesto que la mitad del dinero lo puso ella, respeto su deseo.

«Ella», pensó Gabe, aliviado de saber que su socio era una mujer.

–Dependiendo de lo que encuentre, quizá haya que cambiar esa situación –le advirtió él–. Hay muchas posibilidades de que quiera conocerla.

–Ya lo he hablado con ella. Está de acuerdo si eso significa que podremos salvar el negocio.

–Buena decisión –dijo él.

–Estoy de acuerdo –sonrió–. Dime lo que necesitas para empezar –dijo ella.

–Todos los informes bancarios desde que empezasteis. Deudas, acreedores, el coste de los bienes que habéis comprado, cancelaciones de deudas. Los contratos pasados y presentes, la lista de servicios ofrecidos y lo que habéis cobrado por ellos.

–En otras palabras, quieres una copia de todo –abrió el maletín, sacó una carpeta y se la entregó–. Tengo casi toda esa información aquí.

Él asintió.

–Estupendo. Le echaré un vistazo a lo que has traído y le pediré a Roxanne que prepare una lista con todo lo demás que pueda necesitar.

–Confiaba en que mi problema permaneciera entre nosotros. ¿Te importaría si dejáramos a tu secretaria al margen de todo esto? ¿Es posible?

–Es posible, pero no probable. Roxanne está al tanto de casi todo lo que sucede aquí.

–Y estoy segura de que se encarga de enterarse de lo que no sabe –comentó Catherine–. ¿Si no, cómo puede darte todo lo que necesitas?

–Está bien, dejaré a Roxanne al margen.

–¿Y si te pregunta?

Él entornó los ojos.

–¿Estás cuestionando cómo llevo mi negocio? Teniendo en cuenta por qué estás aquí…

–No, yo…

–Eso me parecía –dijo él–. Pero para que te sientas mejor, en caso de que salga el tema en una conversación, le diré que tú y yo somos pareja otra vez.

–¿Perdona?

–Después de todo, no será una completa mentira –sonrió–. De hecho, no será una mentira en absoluto.

–¿A qué te refieres?

–No me has preguntado cuál es el precio que tendrás que pagar por mi ayuda.

Ella respiró hondo y alzó la barbilla.

–Qué idiota soy. Se me había olvidado lo pirata que eres, Gabe.

–Así soy yo –dijo él–. Un pirata en toda regla.

–¿Y cuál es el precio? ¿Qué quieres?

–A ti. Te quiero a ti, Catherine. Quiero que vuelvas a formar parte de mi vida. Que regreses a mi apartamento. A mi cama.

Ella se puso en pie.

–Te has vuelto loco. ¿No pensarás que voy a aceptar tal cosa?

Él la miró en silencio antes de contestar.

–Supongo que dependerá de lo mucho que desees salvar tu negocio.

–No tanto.

Gabe se puso en pie y se acercó a ella.

–Mentirosa.

–Lo que hubo entre nosotros, ha terminado, Gabe.

Ella era pequeña comparada con él, sin embargo, mostraba un poderío que él encontraba irresistible. Era una de las cualidades que siempre había admirado de ella. Mientras que otras mujeres hacían lo posible para que él las encontrara atractivas, Catherine nunca había jugado a esa clase de juegos. Él siempre había sabido dónde se encontraba con respecto a ella. Podía fulminarlo con la mirada o hacer que se derritiera de pasión. Y en esos momentos, ella lo estaba despedazando.

–Sé que te gustaría pensar que lo que compartimos terminó hace tiempo –dijo él–. Pero te has olvidado de un pequeño detalle.

–¿De cuál?

–De éste…

La rodeó con el brazo y la atrajo hacia sí. Recordaba cómo sus cuerpos se acoplaban a la perfección. Y cómo su figura lo excitaba. Incapaz de resistirse, le sujetó el rostro y la besó. Ella no se resistió, pero tampoco le correspondió. Eso llevaría tiempo.

Él sabía muy bien cómo le gustaba que la besaran, que la acariciaran, que la poseyeran. Echaba de menos su sabor, su tacto, su aroma.

También los momentos de tranquilidad durante los que se sentaban en la terraza para tomar una copa de vino al atardecer, mientras Puget Sound cobraba vida con las luces de los barcos. Cómo pasaban de estar conversando a fundirse en un abrazo. Cómo dejaban un reguero de ropa desde la terraza hasta la habitación, para satisfacer la ferocidad de una noche apasionada.

No podía vivir sin ella. Y no lo haría. Había pasado mucho tiempo como un muerto viviente. Y se negaba a pasar un minuto más sin que Catherine formara parte de su vida. Y si para conseguirlo tenía que chantajearla, lo haría. Porque una vez que la recuperara, haría lo necesario para mantenerla a su lado.

Con un suave gemido, ella separó los labios y él introdujo la lengua. Durante un segundo, ella se rindió ante él, aceptando todo lo que le ofrecía. Le acarició el cabello y le rodeó la pierna con la suya, como para atraparlo. Él reconoció la señal y respondió sin pensar. Sujetándola por el trasero, la levantó para que pudiera entrelazar las piernas alrededor de su cintura. Entonces, ella forcejeó para liberarse.

–No –se soltó y dio varios pasos hacia atrás–. Esto no está ocurriendo.

–Es demasiado tarde, Catherine. Ya ha ocurrido.

–Maldita sea –dijo ella, cerrando los ojos.

–¿Mi beso te ha servido de demostración o necesitas algo más?

Catherine se estiró la chaqueta, se alisó la falda y se atusó el cabello. Después lo miró furiosa.

–Me lo has dejado claro –le dijo–. Sabes que yo creía que todo había terminado entre nosotros, o que si no nunca habría venido.

–Es un poco ingenuo por tu parte, cariño, porque sabes que lo nuestro nunca terminará.

Ella alzó la barbilla con desafío.

–No debería quedar nada entre nosotros. Suponía que quizá tuviéramos que sacudir las cenizas para saciar nuestra curiosidad. No esperaba que todavía quedaran brasas.

–Yo no lo he dudado ni un momento.

–Esto… –gesticuló como para referirse a lo que había pasado–. Nada de esto cambia mi idea sobre nuestra relación. No voy a regresar a casa.

«A casa». Él no contestó y sonrió sin más.

Maldiciendo en voz baja, ella se acercó al sofá. Recogió la carpeta que le había dado y la guardó de nuevo en el maletín. Se colgó el bolso en el hombro y se volvió para mirarlo. Gabe se interpuso entre la puerta y ella.

–Me marcho –dijo Catherine–. Y saldré rodeándote, o por encima de tu cadáver. Pero me marcho.

–Y yo me aseguraré de que eso no suceda. Oh, hoy no. Pero pronto, estaré a tu lado, contigo, y créeme, no estaré muerto cuando esté sobre tu cuerpo –se apartó–. Cuando cambies de opinión y decidas que necesitas ayuda con Elegant Events, ya sabes dónde encontrarme.

Catherine se acercó a la puerta y le preguntó:

–¿Por qué, Gabe? ¿Por qué me pones esa condición?

-¿Quieres saber la verdad?

-Si no te importa.

-No hay noche que no te eche de menos, Cate. Todas las mañanas te busco a mi lado. Quiero dejar de sufrir. La próxima vez que te busque, quiero encontrarte.

Capítulo Dos

Catherine tuvo que mantener el autocontrol para salir del despacho de Gabe sin que pareciera que estaba saliendo del infierno. Lo peor fue que se había olvidado de Roxanne Bodine, y ella la estaba mirando fijamente y con una sonrisa.

–¿No ha sido la reunión que esperaba? –preguntó Roxanne–. Si me hubiera preguntado, le habría advertido que estaba perdiendo el tiempo. Dejó que el pez se escapara del anzuelo hace casi dos años, y él no está dispuesto a morderlo otra vez.

–A lo mejor debería decírselo a él –contestó Catherine.

–Hay mujeres que no comprenden el concepto de marcharse con dignidad –Roxanne se puso en pie y se apoyó en una esquina del escritorio–. Creía que tendría demasiado orgullo como para venir arrastrándose otra vez. Está pidiendo que la manden a paseo una vez más.

Catherine siempre había sido una chica buena. Tranquila. Educada. De las que ponía la otra mejilla cuando era necesario. Pero ya era suficiente. No tenía nada que perder.

–No sé cómo sobreviviría sin que cuidara de mí, Roxanne –dijo Catherine con una sonrisa–. Quizá ése sea su problema. Quizá, en lugar de cuidar de mí, debería cuidar de sí misma.

–Oh, no se preocupe por mí. Yo soy como los gatos. Tengo siete vidas y la capacidad de caer de pie.

Catherine se puso la mano en la cadera.

–Y sin embargo, sigue sentada detrás de un escritorio, como un gato callejero maullando para que lo dejen entrar. Suponía que conmigo fuera del camino, habría encontrado la manera de entrar. Me imagino que es una puerta que no puede atravesar.

Roxanne palideció y contestó furiosa.

–¿Cree que antes arruiné su vida? Póngame a prueba ahora. Éste es mi territorio, y haré todo lo necesario para defenderlo.

–Adelante –dijo Catherine–, pero mientras trata de defender su territorio, quizá debería tener en cuenta un pequeño detalle que ha pasado por alto.

–No he pasado nada por alto.

–¿No? Conoce a su jefe. Cuando él quiere algo, no permite que nada se interponga en su camino. Consigue lo que quiere –Catherine hizo una pausa–. ¿Cuánto tiempo hace que trabaja para él? ¿Dos años y medio? ¿Tres? Y nunca se ha acostado con él. Estoy dispuesta a apostarme que ni siquiera se ha sentido tentado a seducirla. Si no lo ha hecho hasta ahora, ¿qué le hace pensar que lo hará en el futuro?

No esperó una respuesta. Si había aprendido algo desde que abrió Elegant Events, era a marcharse en el momento adecuado. Sin decir nada más, se volvió y se dirigió a los ascensores.

–Bueno, cuéntame todos los detalles. ¿Cómo te ha ido? –preguntó Dina Piretti con interés–. No has tenido que hablarle de mí, ¿verdad?

Catherine dejó el maletín junto a la puerta y miró a la madre de Gabe.

–No, todavía no ha descubierto que eres mi socia –le aseguró.

Dina suspiró.

–Tengo la sensación de que hay algún «pero».

–No ha ido bien –confesó Catherine–. Me temo que estamos solas. O descubrimos cuál es el problema nosotras mismas, o tendremos que contratar a un consultor para que nos aconseje. Un consultor que no sea tu hijo.

Dina la miró con incredulidad.

–No –comentó–. Debes de haberle entendido mal. No puedo creer que Gabriel se haya negado a ayudarte. A ti no.

Catherine dudó un instante. Tenía dos opciones. Podía mentir, o podía contarle a la madre de Gabe lo que su querido hijo le había pedido a cambio de ofrecerle ayuda. Ninguna de las dos opciones le parecía atractiva.

–Necesito beber algo –le dijo. Quizá, mientras preparaba una cafetera se le ocurría una tercera opción–. Y después, será mejor que nos pongamos a trabajar. La fiesta de cumpleaños de Marconi es esta noche y necesito que hagas varias llamadas mientras yo estoy allí supervisando el evento.

Dina la guió hasta la cocina, a pesar de que ambas mujeres pasaban parte del día trabajando en aquella casa. La oficina de Elegant Events estaba allí, en una de las habitaciones, y Gabe no se había dado cuenta hasta el momento.

–Te comportas de forma evasiva, Catherine. No es tu estilo. Dime qué es lo que fue mal. Espera. Creo que puedo adivinarlo –puso una amplia sonrisa, idéntica a la de Gabe–. Gabriel te ha hecho alguna de sus jugadas, ¿verdad?

Catherine le dio la espalda.

–Un par de ellas –admitió. Echó el café en el molinillo y lo encendió, sintiéndose aliviada al ver que el ruido impedía la conversación.

En cuanto terminó, Dina comentó:

–Pasaba lo mismo con su padre. Nunca conseguía resistirme –la tristeza se apoderó de su mirada–. Es curioso cómo sigo echándolo de menos después de todo este tiempo.

Catherine se acercó y abrazó a Dina.

–Por todo lo que Gabe y tú me habéis contado, era un hombre increíble. Ojalá lo hubiera conocido.

–Te habría adorado –Dina se retiró y forzó una sonrisa–. Ya llevas mucho tiempo evitando contestarme. ¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué se ha negado a ayudarte Gabriel?

–No se ha negado –dijo Catherine–. Sólo ha puesto un precio que no estoy dispuesta a pagar.

–Ah –dijo ella–. Quiere volver contigo, ¿no es así?

–¿Cómo lo…? –Catherine entornó los ojos–. ¿Hablaste con él antes de que yo fuera allí?

–Hace meses que no hablo con Gabriel sobre ti. Llevo tres días sin hablar con él –insistió Dina. Se acercó a la cafetera y la puso en marcha–. Sin embargo, soy una mujer y conozco a mi hijo. Sigue enamorado de ti.

«No, no es amor lo que siente», estuvo a punto de decir Catherine. «Deseo, quizá».

–Dijo que sólo me ayudaría si volvía a vivir con él.

–Y naturalmente, te has negado.

–Naturalmente.

–Porque ya no sientes nada por él.

Catherine miró a Dina y dijo:

–Sé que siempre has deseado que solucionáramos nuestras diferencias, pero eso no va a suceder. Lo comprendes, ¿verdad?

–Nunca os he presionado para que me dierais respuestas que no podíais dar. Deduzco que algo fue mal entre vosotros. Estuviste tan destrozada durante las primeras semanas después de la ruptura que no me atreví a preguntarte. Pero siempre pensé que Gabriel y tú lo solucionaríais. Estabais muy bien juntos. Y tan enamorados –gesticuló con la mano como para restarle importancia–. No importa. Has hecho bien en rechazarlo. Gabriel no debería haberte puesto condiciones para ayudarte.

Catherine sonrió aliviada.

–¿No estás disgustada?

–Estoy decepcionada –sirvió dos tazas de café para zanjar el tema–. ¿Por qué no nos olvidamos de todo esto por el momento y nos ponemos a trabajar? Sugiero que revisemos que todo esté en orden para esta noche. No podemos permitirnos ni un error.

No había duda sobre aquello. Entre su situación económica y los contratos que habían perdido, era importante que cada evento saliera perfecto. Las horas siguientes pasaron volando y Catherine no tuvo tiempo de pensar en Gabe. Más que nunca, necesitaba que la fiesta de aquella noche fuera un éxito, para que Natalie Marconi recomendara Elegant Events a todas sus amigas, y sobre todo, a los contactos que tenía su marido.

A las nueve de la noche la fiesta estaba en pleno apogeo y Catherine se ocupaba de que todo estuviera organizado sin entrometerse demasiado. Todo el equipo se comunicaba a través de walkie-talkies y eso facilitaba las cosas. Pero siempre surgían problemas de última hora. La banda de música llegó tarde y el servicio de catering calculó mal la cantidad de champán que se necesitaba para que brindaran todos los invitados. Ambos problemas se solucionaron antes de que nadie se percatara, pero para ello tuvieron que hacer varias llamadas de teléfono y una rápida actuación.

Catherine se detuvo junto a la puerta que daba a la sala donde se celebraba la fiesta y repasó una vez más la lista que había colgado allí. En la lista figuraban todos los aspectos de la velada y el nombre del responsable que lo había llevado a cabo. Sólo quedaban en blanco algunas casillas. La de la tarta de cumpleaños. Un par de tareas del servicio de catering. Y, por supuesto, la limpieza final.

Satisfecha, se disponía a dirigirse a la cocina para hablar sobre la tarta de cumpleaños cuando sintió un escalofrío revelador. Se volvió y no se sorprendió al ver a Gabe apoyado contra el marco de la puerta.

Durante un segundo, se quedó mirándolo en silencio. Una sola mirada bastaba para robarle el sentido a cualquiera. Era un hombre alto y de anchas espaldas. Tenía rasgos de ángel, pero sus ojos de color azul cobalto eran como los de un diablo. Y en esos momentos, su mirada de depredador estaba posada en ella.

Catherine tenía que admitir que no sólo era la parte física lo que le impactaba de aquel hombre. Quizá, para algunas mujeres aquello era suficiente. Quizá, se conformaban con su aspecto y con la cantidad de dinero que tenía. Pero ella siempre necesitaba algo más para enamorarse de un hombre. Necesitaba que tuviera corazón y una mente que funcionara en sincronía con la suya. Durante un tiempo, eso lo encontró con Gabe. Al menos, hasta que él dejó claro que el dinero era como un dios y que lo que ella le ofrecía sólo le bastaba para rellenar los huecos de su vida.

–¿Puedo preguntarte qué haces aquí? –le preguntó ella.

Gabe esbozó una sonrisa.

–Me han invitado.

–Por supuesto –no lo dudó ni un instante–. Y se te olvidó comentármelo cuando te vi esta mañana.

Él se encogió de hombros.

–Se me pasó –posó la mirada sobre los labios de Catherine–. Debía de estar preocupado por algún asunto más importante.

–Hablando de cosas importantes, tengo que trabajar. Así que, si me disculpas… –trató de pasar a su lado, pero él se movió para impedírselo–. Gabe, por favor –susurró–. Esto no es buena idea.

–Me temo que estoy en desacuerdo contigo –cuando ella trató de pasar de nuevo, él la acorraló contra la pared. Le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja y le acarició la mejilla hasta llegar a sus labios–. Sólo dame un minuto.

–Olvídalo, Gabe. No pueden verme besuqueándome con los invitados.

–Sólo quiero hablar contigo. Puedes dedicarme un minuto para hablar, ¿no?

Un minuto. Sesenta segundos de placer. No podía resistirse a la tentación.

–Te doy treinta segundos. Pero nada de besos –advirtió ella.

Él le dedicó una sonrisa poderosa.

–Estás guapísima esta noche. La sombra de color bronce hace que tus ojos parezcan de oro.

–Voy elegante –le corrigió ella–. Me esfuerzo en parecer elegante para encajar en el ambiente sin destacar.

–Entiendo que destacar sería inapropiado.

–Lo sería –le aseguró ella.

Unos segundos más y conseguiría librarse de él. Se marcharía y volvería a centrarse en el negocio. Un instante para sentir la poderosa presión de su cuerpo e inhalar su aroma. Para bajar la guardia una vez más y rendirse ante los recuerdos de lo que fue, y de lo que podía haber sido si…

Respiró hondo y dijo:

–No quiero ponerme algo demasiado llamativo, igual que no quiero ponerme algo demasiado casual para la ocasión. Quiero que sea el evento lo que llame la atención, y no yo.

–Comprendo tu dilema –dijo él, sin retirarse de su lado–. Sólo hay un pequeño problema.

–¿Cuál es?

–Podrías ponerte un saco de arpillera y seguirías eclipsando a todas las mujeres que hay ahí fuera.

Catherine no debía permitir que sus halagos la afectaran. Y quizá no lo habría hecho si no hubiera percibido pasión en su mirada y sinceridad en su voz. Por un momento, bajó la guardia, sintiendo que se le ablandaba el corazón y cediendo ante él.

Era la invitación que Gabe necesitaba. Se apoyó contra ella y la presionó contra la pared. Y entonces, la besó. Sabía cómo acariciarla para conseguir que perdiera el control. Catherine gimió y supo que llevaba mucho tiempo echando aquello de menos. Él era su aire. El latido de su corazón. Su sustento y su razón para existir. ¿Cómo había sobrevivido todo ese tiempo sin él?

Incapaz de evitarlo, lo abrazó y se entregó a él. No tenía ni idea de cuánto tiempo pasaron allí, jadeando y acariciándose con los cuerpos pegados.

Quizá nunca se hubiera separado de él si no se hubiera percatado de que los estaban observando. Lo sujetó por los hombros y trató de apartarlo, pero Gabe era tan alto que permaneció en el sitio, bloqueándole la vista. Catherine sólo pudo ver algo de color rojo, y de manera fugaz.

–Se acabó el juego –dijo ella.

Gabe la soltó y ella tardó un momento en recuperar el equilibrio. Sentía que le temblaban las piernas.

–Tengo que trabajar, Gabe –le dijo al ver que la seguía por el pasillo.

–No me entrometeré en tu trabajo. Tengo motivos para seguirte.

–¿Por qué?

–Tengo que ver cómo llevas el negocio. Por si acaso.

–Por si acaso ¿qué? –preguntó ella.

–Por si cambias de opinión y me pides ayuda.

Ella se detuvo de golpe y lo miró.

–Eso no va a suceder. No puedo pagar lo que pides –negó con la cabeza–. Perdón. No quiero pagar lo que pides.

Él arqueó una ceja, recordándole lo que acababa de suceder.

–El tiempo lo dirá –añadió.

Ella se despidió de él con la mano y miró a su alrededor, sin saber dónde estaba o cómo había llegado hasta allí. ¿Qué estaba haciendo cuando él la interrumpió? No tenía ni idea. Suspiró y volvió por el mismo camino. Tras mirar la lista otra vez, recordó que debía ocuparse de que sirvieran la tarta de cumpleaños.

Miró a Gabe de reojo y cruzó el césped hacia Lake Washington, deteniéndose justo al borde de la arena. Miró hacia el agua un instante y escuchó:

–Has hecho un trabajo increíble, Catherine –dijo Gabe–. Las góndolas dan un toque especial. Seguro que a Alessandro le recuerda a su casa de Italia.

Catherine sonrió al ver a los gondoleros remando, vestidos con camisetas de rayas y sombreros de paja. Algunos cantaban a la vez que acompañaban a los invitados en su paseo por el lago.

–Fue algo que dijo Natalie lo que me hizo pensar en ello –explicó Catherine–. Me preocupaba el tráfico del lago, pero conseguimos permiso para utilizar esta zona durante unas horas. Incluso he puesto personal de seguridad para evitar que los barcos se acerquen a la zona.

–Inteligente, aunque se supone que hay una zona delimitada, ¿no es así?

–Se supone –se encogió de hombros–, pero ya sabes cómo va eso.

Satisfecha de ver que los invitados disfrutaban de la pequeña Venecia que había creado, se dirigió hacia la zona del bufé. Habían instalado unas carpas que servían para proteger la comida y evitar que se enfriara con el viento y varias mesas decoradas de manera exquisita.

Tras comprobar que todo marchaba correctamente, Catherine decidió regresar a la cocina. Justo entonces, vio a Roxanne. La mujer estaba hablando con Natalie, mientras recorría el lugar con la mirada, buscando a alguien.

–No sabía que habías traído a tu secretaria –le dijo Catherine a Gabe.

Él miró hacia donde miraba ella y se encogió de hombros.

–No la he traído yo. Creo que es amiga de la hija de Natalie.

En ese momento, Roxanne vio a Catherine y a Gabe y sonrió. Se despidió de la anfitriona con un beso y se acercó a ellos.

Catherine se fijó en su vestido de color rojo y admitió que le sentaba estupendamente. Ella miró a Catherine de forma retadora y se agarró a Gabe.

–Puesto que no estamos trabajando… –se humedeció los labios antes de besarlo en la boca. Después se separó de él y se rió–. ¿Ves lo que te has perdido? Te lo dije.

Él miró a su secretaria sorprendido.

–Es una lástima que mi norma sea no mezclar el trabajo con el placer –contestó él–. De otro modo, tendrías un gran problema –Algunas normas se hacen para quebrantarlas. Y por si no te has dado cuenta, se me dan bien los problemas. ¿No crees?

–¿Que se te dan bien los problemas? –Gabe inclinó la cabeza–. Por supuesto. Por desgracia, mis normas están escritas en cemento. Nunca las quebranto, por muy tentadora que sea la oferta.

Si hubiera estado a solas con él, Roxanne se habría tomado bastante mejor el comentario de Gabe. Por desgracia, la presencia de Catherine hizo que se sintiera humillada además de avergonzada.

–Si me disculpáis –dijo Catherine con una sonrisa de lo más profesional–, dejaré que disfrutéis de la fiesta mientras yo continúo trabajando. Si hay algo que pueda hacer para conseguir que vuestra tarde sea más placentera, no dudéis en decírmelo –se encaminó hacia la cocina.

Sabía que a Roxanne no le había gustado que ella hubiera presenciado la escena que había mantenido con Gabe, y esperaba que marchándose pudiera eludir cualquier reacción en contra. No podía permitir que aquella noche algo saliera mal. Si la secretaria de Gabe decidía ponerse a la altura de los acontecimientos, podría causar graves problemas a Elegant Events. Catherine había avanzado varios pasos cuando sintió que alguien la agarraba del brazo.

–No irás a marcharte ahora –le dijo Roxanne–. La fiesta está a punto de ponerse interesante.

Catherine la miró con los ojos entornados.

–¿De qué estás hablando? –le preguntó.

Roxanne sonrió.

–Espera a verlo… Ah, justo a tiempo.

El ruido de varios motores reverberaba en el agua del lago y un par de veloces motoras aparecieron en la zona reservada para las góndolas.

Capítulo Tres

Catherine se quedó horrorizada.

Oh, no. No, no, no.

–Huy, no tiene buen aspecto –comentó Roxanne con una sonrisa–. Quizá esa parte del lago no era el mejor sitio para poner tus barquitas.

En el último momento, las motoras apagaron el motor, creando un fuerte oleaje entre las góndolas. Tres de ellas volcaron y el resto se llenó de agua. Los invitados cayeron al agua con sus vestidos de fiesta y los gritos de pánico invadieron el ambiente.

Mientras Roxanne regresaba hacia la casa, Catherine agarró el walkie-talkie que llevaba y, tras apretar el botón para hablar, ordenó:

–Quiero que todo el mundo venga al lago. Ahora –corrió hacia la orilla y vio que Gabe y otros hombres se acercaban también–. Ha habido un accidente con las góndolas. Hay invitados en el agua. Dejad lo que estéis haciendo y venid a ayudar. Davis, llama a la patrulla y pídeles que traigan los vehículos de emergencia inmediatamente.

En pocos minutos, invitados y empleados comenzaron a sacar a gente del agua.

–Quiero que los gondoleros localicen a los invitados que llevaban en el barco –dijo Catherine, para asegurarse de que todo el mundo estaba a salvo–. Notificádmelo en cuanto hayáis hecho el recuento.

Natalie apareció a su lado. Una mezcla de lágrimas y furia invadía su mirada.

–¿Cómo has permitido que sucediera esto? –preguntó–. Mi suegro está allí. Mis nietos están allí.

–Tranquila, Natalie. En unos minutos habremos hecho el recuento –le dijo Catherine.

–¡No me digas que esté tranquila! –se acercó al agua buscando a sus familiares entre la multitud–. Si les sucediera algo a mis familiares o amigos, te denunciaré.

–Lo siento, Natalie. De veras. Hemos llamado a la patrulla de Marina. Están de camino. El área está señalizada. Y pusimos barcos en las boyas para evitar que el tráfico del lago se acercara a la zona delimitada, pero ellos han entrado directamente –señaló a las motoras–. Si la patrulla detiene a los chicos antes de que desaparezcan, tomarán medidas. Entretanto, toda mi gente está ayudando a los invitados. Necesitaremos toallas, si tienes.

–Por supuesto que tengo toallas –soltó ella–. Pero eso no cambia lo que ha pasado. Esto es un desastre. Me advirtieron que no te contratara, Catherine. Pero me caíste bien. Me dijiste que podrías hacer el trabajo perfectamente. Sabías lo importante que era esto para mí…

Catherine no pudo escuchar el resto del comentario de Natalie, quizá porque terminó dando un chillido cuando el agua empezó a caer a su alrededor. Los aspersores del césped habían entrado en funcionamiento y estaban mojándolo todo, invitados, mesas y comida. En unos segundos, todo el mundo estaba empapado.

La gente corría en todas las direcciones. La hija de Natalie tropezó con uno de los vientos que sujetaban las carpas, provocando que se cayera una de las cocinas de gas. La llama alcanzó la tela, quemándola rápidamente. De no haber sido por los aspersores, toda la zona se habría convertido en el infierno.

Catherine corrió a la carpa y la tiró al suelo para tratar de apagar las llamas que quedaban en la zona donde no llegaba el agua. Sintió un calor abrasador en las manos, justo cuando alguien la rodeó por la cintura y la apartó de allí. Al momento, estaba tumbada en el suelo rodando sobre la hierba. Trató de resistirse a su atacante y le golpeó con el puño en la mandíbula, pero terminó aprisionada contra el suelo, y con el rostro de Gabe demasiado cerca.

–¿Qué diablos estás haciendo? –preguntó ella–. ¿Por qué me has agarrado? Intentaba apagar las llamas.

–Y yo también. Estabas ardiendo, Catherine –le agarró la manga y le mostró la parte chamuscada. Después le arrancó la tela y comprobó que no tuviera quemaduras en la piel–. Parece que te pillé a tiempo. Un minuto más y estarías de camino al hospital.

–Pensé que me estaban atacando.

–Ya me he dado cuenta –dijo Gabe, moviendo la mandíbula de un lado a otro–. Das buenos puñetazos, por cierto.

Ella ocultó el rostro contra su hombro y trató de mantener el control. Todo había sucedido tan deprisa que no conseguía comprenderlo.

–No entiendo nada, Gabe. El fuego… Santo cielo, la carpa se quemó tan deprisa… Si hubiera habido alguien cerca…

Él la abrazó con fuerza.

–Tranquila, cariño. Todo el mundo está bien. Y todos han salido del agua sanos y salvos. Lo mejor de todo es que la patrulla de la Marina ha acorralado a los de las motoras.

–¿Y quiénes son? –trató de ponerse de rodillas para liberarse de Gabe–. ¿Y cómo se activaron los aspersores? Yo misma los comprobé. Estaban programados para que funcionaran por la mañana.

–No lo sé –dijo él, tranquilizándola con una caricia–. Vayamos paso por paso, cariño. Sé que no tiene buena pinta, pero ya descubriremos qué ha pasado y por qué.

Ella miró a su alrededor. Estaba empapada y temblando. Las mesas estaban volcadas, y había cristales por todos lados. La hierba estaba llena de comida y la gente se agolpaba en los lindes de la finca, con cara de estupefacción.

«Santo cielo», pensó ella.

–Supongo que ya no necesito que salves mi negocio, teniendo en cuenta que mi carrera profesional ha llegado a su fin.

–No necesariamente –dijo él–. He sacado adelante empresas en peores condiciones.

Durante un instante, ella sintió un destello de esperanza. Levantó el rostro y lo miró.

–¿De veras crees que Elegant Events puede recuperarse de esto?

–No lo sabremos hasta que no lo intentemos.

Catherine respiró hondo.

–En ese caso… ¿Lo que me has ofrecido esta mañana sigue en pie?

Gabe contestó sin una pizca de triunfo en la voz.

–No he retirado la oferta.

El sol de la mañana iluminaba la cocina de Dina y hacía que las puertas de cristal de los armarios parecieran espejos.

–No hace falta que lo hagas, Catherine –protestó Dina–. No tienes que aceptar las condiciones que Gabriel te impusiera durante un momento crítico. Teniendo en cuenta las circunstancias…

–Teniendo en cuenta las circunstancias, sí, voy a hacerlo –insistió Catherine–. Siempre he sido una mujer de palabra, y eso no va a cambiar porque anoche estuviera bajo presión. Si alguien puede salvar algo después del desastre, es Gabe. Confía en mí, necesitamos a alguien de su calibre si queremos que Elegant Events salga a flote.

Catherine se apoyó contra la encimera e intentó no pensar en la noche anterior. Había llegado el momento de buscar soluciones para el futuro y no de recrearse en lo sucedido. Pero no podía evitarlo. Durante la mañana había llegado a varias conclusiones. Aunque se negaba a sentirse culpable por lo de las motoras, algo que achacaba a Roxanne, los otros incidentes eran los que más le preocupaban.

Ella misma había comprobado el riego automático, e incluso lo había mirado por segunda vez justo antes de que empezara la fiesta. Tamborileó con los dedos sobre la encimera. Quizá había cometido un error. Quizá había pulsado «p.m.» en lugar de «a.m.», aunque estaba segura de que se había fijado para evitar el error.