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El millonario hombre de negocios Jack Mason había ideado la estrategia perfecta para conseguir la custodia de su sobrina: contrataría a la niñera adecuada y la seduciría, convenciéndola después para que se casara con él. Annalise Stefano era la persona ideal. La atractiva niñera pronto creó fuertes lazos con la niña y Jack se encontró pensando en su noche de bodas mucho más de lo que había imaginado. Pero no contaba con que Annalise no quisiera convertirse en su mujer… o con que el secreto que ella escondía podría poner en peligro sus planes.
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Seitenzahl: 198
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos 8B
Planta 18
28036 Madrid
© 2009 Day Totton Smith
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
La familia perfecta, n.º 1678 - septiembre 2022
Título original: Inherited: One Child
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1141-129-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Si te ha gustado este libro…
–No te queda más remedio, Jack. Si quieres conservar la custodia de Isabella, tienes que casarte.
Jack fulminó con la mirada a su abogado.
–Sabes que he jurado no hacerlo.
–Lo has repetido millones de veces –Derek hizo un gesto desdeñoso con la mano.
–Entonces, prosigamos. ¿Qué alternativas tengo?
–Jack, te lo acabo de decir. No tienes otra alternativa. Mira, somos amigos desde que íbamos a la universidad. Aunque no me hayas contado todo lo que pasó entre tus padres, conociendo a tu padre me lo imagino. Pero eso no altera los hechos. Al Servicio de Protección de la Infancia le preocupa mucho tu sobrina, gracias al informe de ese psicólogo.
–Ojalá pudiera decir que miente –Jack se pasó la mano por el pelo y dio un largo suspiro–. Pero se ha limitado a constatar los hechos. Hace tres meses que se estrelló el avión e Isabella no se adapta en absoluto. Sus rabietas son cada vez más frecuentes. Y sigue sin hablar.
–Ofrecer un hogar estable a tu sobrina y seguir con la terapia contribuirá a cambiarlo.
–He contratado a varias niñeras –Jack se dio cuenta de que se había puesto a la defensiva y trató de no adoptar esa actitud. Hacer enojar a la única persona que lo apoyaba no era la mejor estrategia–. Tengo que atender mis negocios, Derek. Isabella sólo tiene cinco años, y no puedo cuidarla personalmente las veinticuatro horas del día.
–En el Servicio de Protección de la Infancia tienen plena conciencia del interminable número de niñeras que has contratado desde marzo. Según la carta que he recibido, no parecen muy contentos. Y francamente, Jack, no contribuye a que Isabella se recupere –Derek vaciló–. Hay otra posibilidad.
–Dímela –dijo Jack enarcando una ceja.
–Sepárate de ella. Búscale un buen hogar, el mejor posible, con dos progenitores que tengan tiempo para dedicarse al bienestar de la niña.
–No puedo hacerlo –dijo Jack en voz baja y gutural, como si le arrancaran las palabras–. No quiero hacerlo.
–Dices eso porque te sientes culpable –afirmó Derek sin andarse con miramientos–. Isabella sobrevivió al accidente aéreo, a diferencia de tu hermana y tu cuñado. Además, crees que deberías haber estado en el avión con ellos.
Jack no podía negar lo que su abogado le decía, ya que era verdad.
–Tenía que haber estado. Si no me hubiera retrasado por el trabajo
–Lo más probable es que estuvieras muerto, e Isabella se hallaría exactamente en la misma situación en que se encuentra –observó Derek con lógica aplastante–: necesitada de unos padres que dediquen toda su atención a sus necesidades, algo que tú no puedes hacer.
–No voy a abandonarla. Lo único que me hace falta es encontrar a la persona adecuada. Estoy tardando más de lo que pensaba.
–Necesitas una esposa. La asistenta social es de la vieja escuela, Jack. No le importa el dinero que tengas ni cuál sea tu apellido, ni si tus antepasados fueron los primeros habitantes de Charleston. Lo único que le preocupa es Isabella.
–¿Y a mí no? –Jack le lanzó una mirada de odio.
–Sé que tu sobrina te preocupa –dijo Derek suavizando su expresión–. Pero la habías visto exactamente dos veces desde que Joanne la adoptó, ambas cuando no era más que un bebé. No hay lazos de sangre entre vosotros. Para ella eres un desconocido. Y desde que el psicólogo realizó la evaluación, la señora Locke ha dejado claro que no te considera un tutor adecuado. Me ha hablado de internar a la niña en una institución.
–Para eso tendrá que pasar por encima de mi cadáver –afirmó Jack furioso.
–No podrás hacer nada. Vendrán y se llevarán a la niña, a la fuerza si es necesario –Derek lanzó un suspiro al tiempo que tomaba asiento tras su escritorio–. ¿Qué ha pasado, Jack? ¿No ibas a hablar con la señora Locke? ¿A hacerlo con educación, para ser exactos?
–Por muy buenas maneras que se empleen, no hay manera de ablandar a esa mujer.
–Tenías que haberte esforzado más y no haberla echado de tu despacho. Su opinión contará mucho en los tribunales, al igual que el informe del psicólogo.
–¿Me estás diciendo que echarle una bronca no fue acertado? –preguntó Jack en tono seco. Como su amigo mantenía un silencio diplomático, consideró las opciones que tenía. No había muchas–. ¿Y si me caso, como me propones? –las palabras le arañaron la boca como si estuviera masticando cristales.
–Tendrás una posibilidad real de conservar la custodia, suponiendo que la señora Locke considere válido el matrimonio. Te recomiendo que elijas a una mujer que tenga experiencia en niños con necesidades especiales, una maestra o una asistenta social. Una persona bondadosa que dedique todo su tiempo a Isabella.
–¿Así de fácil? ¿Encontrar a una mujer bondadosa y casarme con ella? –Jack se cruzó de brazos–. ¿Y cómo sugieres que lleve a cabo semejante empresa?
–Te recomiendo que la busques de la misma manera que lo has hecho con las niñeras. Pon un anuncio.
–¿Quieres que ponga un anuncio para buscar esposa? –Jack lo miró con incredulidad.
–No, quiero que pongas un anuncio para buscar una niñera y que te cases con ella. Busca a una mujer con la que puedas vivir hasta que el SPI cierre el caso, y te redactaré un contrato prematrimonial blindado.
Jack no se consideraba duro de mollera, pero se hallaba totalmente perdido.
–¿Cómo demonios voy a convencer a esa mujer para que se case conmigo? ¿La engaño? ¿Le hago creer que estoy locamente enamorado?
–Si eso es lo que quieres –Derek se encogió de hombros–. Pero te sugiero un método mucho más sencillo.
–¿Cuál?
–¡Por Dios, Jack! ¿Cuántos miles de millones tienes pudriéndose en diversas instituciones financieras? Hasta yo he perdido la cuenta. Saca una parte y compra a esa mujer.
En cuanto la vio, Jack Mason supo que estaba en peligro. No sabía por qué había atraído su atención, teniendo en cuenta que estaba sentada en una habitación llena de niñeras de todo tipo, color y edad. Ninguna sabía cuáles eran sus verdaderas intenciones: elegir a una para casarse con ella.
La mujer en la que se había fijado llevaba puestos una chaqueta y unos pantalones oscuros y discretos, así que tal vez su reacción se debiese a la forma en que estaba sentada leyendo una novela, muy tranquila y completamente inmóvil, con una expresión de paciencia absoluta en un rostro más llamativo que bello.
Jack la examinó con mayor atención. Todo en ella emanaba calma y discreción. Llevaba el pelo negro recogido en un moño. Iba maquillada con mucha moderación, con sólo un toque de color en los labios y las mejillas. Sus extraordinarios ojos de color miel estaban enmarcados por espesas pestañas negras. Parecía extremadamente joven y, sin embargo, una mirada a sus ojos indicaba que había estado en el infierno y había conseguido salir. Desprendían sabiduría y una gran vulnerabilidad.
¿Por eso se había fijado en ella en aquella habitación entre todas las demás mujeres? ¿Y qué era en concreto lo que le había suscitado tanto interés de su aspecto? Algo sutil que despertaba en él un instinto que había afinado durante los años que llevaba sobreviviendo en las aguas infestadas de tiburones del mundo de los negocios. Ese instinto le advertía de que en aquella mujer, aparentemente tan calmada y controlada, bullía una pasión secreta. Casi sentía cómo subía y bajaba aquel mar incansable, y reaccionó de forma visceral a una llamada que sólo él oía.
Si la hubiera encontrado en otro sitio, se habría acercado a ella y habría hallado el modo de romper ese autocontrol cuidadosamente estudiado y de liberar la pasión interna. Siempre le pasaba lo mismo. Ante una mujer, siempre respondía a la esencia que se ocultaba bajo la superficie y sentía la imperiosa necesidad de irle quitando capa tras capa hasta llegar al centro de su pasión.
Aquella mujer tendría numerosas y fascinantes capas que podría explorar física e intelectualmente. Y deseaba hacerlo con una intensidad que hacía años que no experimentaba.
Una de sus posibles «esposas» tosió, y el ruido lo desconcentró. Se dio cuenta de dónde estaba y de la hora que era, al tiempo que se sintió irritado porque semejantes especulaciones sin sentido pudieran distraerlo. Se concentró en lo que se traía entre manos: conseguir una mujer que desempeñara a la vez los papeles de niñera y esposa. Cuando estaba a punto de llamar a la siguiente en la lista, la puerta de la sala de espera se abrió y su sobrina entró de sopetón.
Aún no le habían cepillado aquella mañana el pelo castaño, corto y rizado, y Jack supo con una simple mirada a su camiseta lo que había desayunado. Se había hecho un agujero, parecía que con unas tijeras, en los pantalones vaqueros nuevos, a la altura de ambas rodillas. Y había empleado las acuarelas para pintarse la cara de rojo y blanco.
Isabella examinó la sala llena de furia, entrecerrando los ojos de color verde aceituna. Se plantó en el medio, cerró los puños, abrió la boca y lanzó un chillido tan fuerte y agudo que los cristales de las ventanas temblaron.
Durante una décima de segundo, todos los presentes se quedaron inmóviles. Jack decidió hacerse cargo de la situación, pero lo pensó mejor y esperó a ver cómo reaccionaban las candidatas al puesto de niñera.
Algunas pasaron a la acción de forma resuelta: salieron disparadas hacia la puerta. Jack suspiró. Tres menos. Otras intercambiaron miradas inquietas que indicaban claramente que no sabían cómo responder ante aquella niña enloquecida que había irrumpido en medio de ellas. Una mujer de complexión fuerte y expresión seria se levantó y se acercó a Isabella.
–Para inmediatamente –le exigió.
Isabella le respondió dándole una patada en la espinilla y aumentando el volumen y la agudeza de los gritos, algo que Jack creía que era imposible. Pero, de algún modo, su encantadora sobrina lo consiguió. La mujer se marchó mascullando con furia. Otra menos. Jack agradeció su buena suerte, ya que no creía que hubiera podido casarse con una mujer con bigote ni que la señora Locke hubiera creído que ese matrimonio era real.
Después de haberse deshecho de cuatro de las candidatas, Isabella tomó el control. Se lanzó de una mujer a otra, ofreciendo a cada una de ellas una actuación en exclusiva. Las reacciones fueron distintas. Algunas trataron de engatusarla; otras adoptaron la táctica de la primera mujer y le ordenaron que se callara; hubo una que la amenazó con darle una bofetada; otras se llevaron el dedo a los labios para hacerla callar. La única que no reaccionó fue la mujer de negro, que siguió leyendo tranquilamente como si no viera ni oyera el caos que se había desencadenado a su alrededor. Isabella tomó nota y levantó la barbilla con decisión.
Jack hizo una mueca.
La niña corrió a ponerse enfrente de la mujer y dio rienda suelta a su irritación. No le sirvió de nada. La única respuesta que obtuvo fue que la mujer pasara tranquilamente la página. Por fin, Isabella se quedó sin voz y se calló. Fue entonces cuando la mujer alzó la vista. Se miraron durante un instante. Fue una lucha silenciosa de voluntades.
La mujer tenía una expresión extraña en los ojos, una mezcla de miedo y extrema vulnerabilidad que no encajaba con su capacidad de controlar a una niña de naturaleza tan obstinada como Isabella. Unos segundos después, la expresión desapareció y fue sustituida por una amable implacabilidad, una mirada de esperanza y determinación.
Esa expresión dejó a Jack sin aliento. La mujer sólo llevaba unos segundos con Isabella y, sin embargo, él casi veía cómo estaba tejiendo un vínculo emocional con su sobrina.
La mujer le dijo algo a Isabella en voz tan baja que nadie más pudo oírlo. Después se puso de pie y se dirigió a la puerta por la que la niña había entrado. La abrió y miró a su alrededor.
–¿Quién está a cargo de esta niña? –Jack oyó que preguntaba.
La niñera temporal que había contratado, que sin lugar a dudas se hallaba encogida de miedo en el pasillo, dio un paso adelante de mala gana.
–Yo.
Sin añadir nada más, la mujer condujo a Isabella a la puerta, y antes de que ésta pudiera reaccionar, le dio con ella en las narices. Luego volvió a su asiento, agarró el libro y siguió leyendo.
A pesar de todo, Jack se percató de que el incidente la había afectado. Se le veía latir el pulso en la base de la garganta, lo que revelaba su agitación. Se sintió impresionado al ver lo bien que la ocultaba. Miró el reloj e hizo una mueca. Había que seguir con aquello.
Llamó a la siguiente persona de la lista.
–Annalise Stefano.
No le sorprendió en absoluto que la mujer a la que había estado examinando cerrara el libro, se echara el bolso al hombro y se levantara. El nombre le sentaba bien. Se acercó a él sin prisas, con pasos largos que encajaban con su constitución delgada. Un pequeño rizo se escapó del estrecho control que había tratado de imponerle y le cayó sobre la frente. Él estuvo a punto de sonreír. El pelo era una de las capas que le gustaría quitarle. ¿Cómo estaría con todos aquellos rizos cayéndole por la espalda en total libertad?
–Soy Annalise –dijo ella mientras le tendía la mano–. Encantada de conocerlo, señor Mason.
Él se la estrechó y percibió la extraña dicotomía de sus finos huesos y su fuerza. ¿Reflejaba cómo era su dueña? Sospechaba que así era. Se obligó a soltársela, ya que experimentaba un intenso deseo de atraerla hacia sí, únicamente para ver cómo reaccionaba, para comprobar hasta dónde llegaba su capacidad de controlarse. A quienquiera que eligiera para aquel trabajo la convertiría temporalmente en su esposa, una mujer de la que no querría volver a saber nada en cuanto fuera posible, lo cual implicaba que la relación entre ambos podía reducirse a tres palabras:
Las manos fuera.
–Venga conmigo, señorita Stefano –mientras cerraba la puerta de su despacho vio que otra de las candidatas se dirigía a la salida. Cinco menos, aunque esta última era la que había amenazado a su sobrina con pegarla. Indicó a la mujer una de las sillas que había frente a su escritorio–. Siéntese mientras echo un vistazo a su currículum.
Lo examinó rápidamente para refrescarse la memoria. Sí, lo recordaba. Había estado a punto de rechazarlo porque su dueña tenía muy poca experiencia. Lo que había inclinado la balanza a su favor era que tenía el título de profesora de primaria y de educación especial y que sus referencias eran entusiastas. Todo ello era justo lo que Derek le había recomendado para su futura esposa.
–Supongo que mi ayudante le habrá explicado por qué necesito una niñera.
–Sí. Además, conocía la tragedia por la prensa, señor Mason. Lo acompaño en el sentimiento.
Él inclinó la cabeza, aliviado de no tener que dar largas explicaciones. Los periódicos habían sido muy concienzudos en sus artículos.
–Me temo que ya ha tenido el placer de conocer a mi sobrina, Isabella.
Annalise sonrió levemente, y la sonrisa le transformó el rostro, que pasó de atractivo a luminoso.
–Creo que sí.
–Como ve, tiene muchas dificultades para adaptarse al cambio –extendió las manos–. ¿Quién podría echarle la culpa? No sólo perdió a sus padres hace tres meses, sino que se la han llevado de su casa en Colorado.
Annalise desprendía compresión, y los ojos le brillaban de emoción.
–Eso explica buena parte de su comportamiento actual.
Jack inclinó la cabeza.
–Cuando vino a vivir conmigo, me puse en contacto con una agencia para contratar a alguien que la cuidara. El primer mes pasó por aquí todo el personal de la agencia. La que más aguantó estuvo una semana; la que menos, una hora. Desde entonces he decidido encargarme del asunto personalmente y contratar a alguien yo mismo, lo que me lleva a su solicitud, señorita Stefano.
–Llámeme Annalise, por favor.
–Muy bien, Annalise –hizo una pausa mientras miraba la primera página de la solicitud–. Tienes el título de maestra de enseñanza primaria. ¿Por qué has solicitado el puesto de niñera?
Ella respondió sin vacilar. Era evidente que había previsto la pregunta.
–Me interesa conseguir un máster antes de empezar a enseñar. El puesto que usted me ofrece me permitirá más flexibilidad que la enseñanza mientras preparo el máster.
Jack inclinó la cabeza hacia un lado. Eso encajaba con sus planes. Ella podía estudiar el máster, que él le pagaría con mucho gusto, al mismo tiempo que hacía de abnegada madre y esposa.
–¿Estarías dispuesta a aceptar un contrato de dos años? ¿Y a dar clase a Isabella en casa, si fuera necesario?
Ella cruzó las manos en el regazo y sus miradas se cruzaron.
–Tardaré dos años en acabar el máster, así que por ese lado no hay problema. Puesto que estamos a finales del curso escolar, su sobrina y yo tendremos todo el verano para establecer una rutina agradable antes de empezar las clases en otoño. Si quiere que entonces iniciemos un programa académico, en los próximos meses elaboraré un temario que someteré a su aprobación. Luego daré clase a Isabella y acudiré a clases nocturnas para estudiar el máster.
A pesar de la calma que aparentaba, Jack percibió cierto grado de nerviosismo, casi ansiedad, y no pudo evitar preguntarse qué lo provocaba. Permaneció en silencio mientras examinaba las posibles razones de su inquietud.
Podía estar nerviosa porque le mentía sobre algo, en cuyo caso él acabaría por descubrir la verdad. No se le escapaba lo paradójico del caso, ya que aquella entrevista era un engaño de principio a fin. A pesar de todo, necesitaba confiar en su futura esposa, lo que implicaba poner todas las cartas sobre la mesa. También podía estar nerviosa, desde luego, porque no se le dieran bien las entrevistas. Y se le ocurrió una última posibilidad, que le causó un nudo en el estómago y la aparición de un deseo que no era bienvenido.
Tal vez fuera él quien la ponía nerviosa. Tal vez ella hubiera experimentado la misma extraña sensación que él al verla.
Ella no interrumpió el largo silencio con apresuradas explicaciones, como habrían hecho muchas otras. Ese simple hecho causó en él una fuerte impresión.
–Voy a serte sincero, Annalise. Me preocupa que cambies de opinión a mitad del verano y que aceptes un puesto de maestra, lo que me obligaría a pasar por todo este proceso otra vez. Isabella ya ha sufrido un trauma y una pérdida enormes para volver a experimentar algo así tan pronto.
–Eso no va a suceder.
El instinto indicó a Jack que lo decía con total sinceridad. A pesar de todo, percibió la corriente emocional que se deslizaba por debajo de la superficie, aunque seguía sin saber los motivos. Tal vez se tratara de un simple caso de nervios ante una entrevista. Miró el currículum.
–Veo que también has recibido formación en necesidades especiales.
Ella se apartó de los ojos otro rizo suelto. Adoptó una expresión preocupada.
–¿Ha sido siempre Isabella una niña con necesidades especiales? ¿O el incidente de hoy está relacionado con el accidente aéreo?
Él vaciló mientras trataba de escoger las palabras con cuidado.
–Todo comenzó después de que se viniera a vivir conmigo. Quiero estar seguro de contratar a alguien que pueda ayudarla a adaptarse. Francamente, creo que careces de la experiencia necesaria.
–¿Está yendo al psicólogo?
–No me ha quedado más remedio que enviarla. El SPI insistió en ello.
Ella enarcó una ceja ante la sequedad de su tono.
–E hizo bien. Los niños de esa edad pueden ser manipuladores. Si Isabella cree que está relajando la disciplina con ella a causa de su pérdida, la utilizará mientras le siga funcionando. También debería considerar la posibilidad de hablar usted con un psicólogo para aprender cuál es la mejor forma de atender las necesidades de Isabella.
Él se recostó en la silla y enarcó una ceja.
–¿Te parezco un hombre fácilmente manipulable? ¿O es que crees que no puedo ocuparme de sus necesidades?
–Mire, no digo que no pueda o no deba darle amor, estabilidad y seguridad. Lo único que le recomiendo es que no permita que la compasión le haga ser demasiado indulgente –sonrió–. He pasado de darle consejos no deseados a sermonearlo. Lo hago con buena intención, se lo aseguro.
Él lo sabía, del mismo modo que sabía que sus consejos eran idénticos a los del psicólogo que había consultado.
–¿Qué harías cuando tiene una rabieta? Si te contrato, no podrás actuar como lo has hecho hace unos minutos y entregarle la niña a otra persona. La próxima vez tú serás la responsable.
–Probaré una variación de lo que he hecho hoy. No haré caso de sus gritos y me aseguraré de que no se haga daño. Me la llevaré de donde nos hallemos si es necesario, sobre todo cuando estemos en un lugar público. Y después hablaré con ella con calma y le dejaré claro que su comportamiento es inaceptable. Con el tiempo, al no obtener la reacción que espera, dejará de comportarse así –esbozó una sonrisa irónica–. Claro que luego intentará otra cosa.
–¿Qué le dijiste antes de sacarla de la habitación? –preguntó él, muerto de curiosidad.
–Le dije que gritar era una conducta inaceptable y que las rabietas tienen consecuencias.
–¿Cuáles? –Jack entrecerró los ojos–. ¿Eres partidaria de pegar a los niños?
–No –respondió ella con determinación–. ¿Y usted?
Él sonrió sin querer.
–No.
–Es un alivio saberlo.
–Entonces, si no recurres al castigo corporal, ¿cómo piensas cambiar su conducta?
Sentía verdadera curiosidad, ya que ninguno de sus métodos había funcionado. Era verdad que no había sido firme al utilizarlos y que no había sido la persona que había cuidado principalmente a Isabella, salvo las dos semanas posteriores al accidente. Justo después de que la niña saliera del hospital, sus obligaciones habían ocupado la mayor parte de su tiempo y habían limitado las horas pasadas con ella. Además, dudaba de que las canguros provisionales que había contratado hubieran contribuido a mejorar la situación. Él no se había ocupado de la niña de forma coherente, y eso se notaba.
–¿Es inteligente?
–Mucho.
–Hay que plantearle retos intelectuales, además de físicos, para que disminuya su grado de estrés; es decir, tiene que realizar actividades que la ayuden a enfrentarse a la pena y la confusión, y hacerlo a su propio ritmo. Sería conveniente tener un horario diario que no varíe, de modo que sepa que todos los días tiene que levantarse a la misma hora, comer a la misma hora y acostarse a la misma hora, lo cual le proporcionará una sensación de seguridad.
–Ahora mismo no se siente segura.
Annalise se encogió de hombros de manera expresiva.