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De un día para el otro, la esposa de Jesse Ball decide dejar de hablarle y ponerle fin a la buena vida que llevaban juntos. Ese silencio voluntario, enigmático, además del dolor que le provoca, lo impulsa a viajar a Japón para investigar un caso que conoce por los diarios y que quizás lo ayude a entender lo que está viviendo: la historia de un hombre que guardó silencio hasta las últimas consecuencias. Se trata de Oda Sotatsu, un simple vendedor de hilos que una noche se cruza en un bar con una pareja que lo convence de jugarse el destino en una apuesta. Al perder, Sotatsu debe firmar una confesión que lo incrimina en las famosas «Desapariciones de Narito», un hecho policial en el que ocho personas se esfumaron sin dejar rastros y que tiene en vilo a una pequeña ciudad japonesa. Sotatsu es arrestado, interrogado y finalmente –ante su tenaz y desconcertante silencio– llevado al corredor de la muerte. Ball reconstruye la vida de Sotatsu visitando archivos y entrevistando a familiares y conocidos y va develando así una fascinante trama de amor, engaño, honor y rebeldía política en la que la verdad tiene muchas caras. Esta novela, que le valió a Jesse Ball la consagración crítica en Estados Unidos, es un juego literario de ejecución prodigiosa y una reivindicación de la originalidad narrativa para volver a conectarnos con la emoción, la verdad y la belleza.
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Seitenzahl: 221
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Para K. Abe y S. Endo
La siguiente obra de ficción está parcialmente basada en hechos reales.
Me pasó algo extraño, a mí y a la mujer con la que vivía. Teníamos una buena vida. Cuando miraba el futuro veía lo brillante, lo hermoso que era y sería el mundo. Me había desprendido de muchos miedos, inquietudes, preocupaciones. Sentía que muchos asuntos se habían resuelto. Vivíamos en una casa con nuestra hija, llevábamos casados varios años y nuestra vida era tan dichosa y radiante que no tengo palabras para decirlo. Te lo puedo decir, pero no te lo imaginas, o yo no sé decirlo bien. En el frente de la casa había un jardín con un portón alto y una espaldera alrededor. Nos sentábamos en el jardín y había tiempo para todo, para lo que fuera. Me gustaría que adivinaras y sintieras esa luz, como de mañana, en los párpados.
Pasó algo, sin embargo, algo que no pude prever. Ella se quedó en silencio, sencillamente dejó de querer hablar, y esa vida se terminó. Me aferré a ella, a esa vida, aunque ya no existiera, y traté de entender todo lo posible sobre el silencio, sobre quiénes guardan silencio y por qué. Pero se había terminado. Tuve que comenzar de nuevo, y ese comienzo consistió en tratar de entender lo que había pasado. Por supuesto, no es cosa fácil. Nadie puede sencillamente venir a explicarte lo que no entiendes, no si se trata de un asunto tan extraño como este.
Así que empecé a buscar casos similares. Viajé a lugares, hablé con la gente; una y otra vez me encontré con un muro. Quería saber cómo evitar las dificultades imprevisibles del futuro. Por supuesto, era absurdo. No pueden evitarse. Son inevitables por naturaleza. Pero, en mi búsqueda, descubrí el caso de Oda Sotatsu, lo que derivó en el libro que ahora tienes en tus manos. Me da gusto ofrecértelo y espero que pueda hacerte algún bien.
+
Ocurrió un incidente en una aldea cercana a Sakai, en la prefectura de Osaka. Lo llamo incidente por lo peculiar que es. Al mismo tiempo, como verás, tiene elementos comunes a cuantos compartimos la vida humana. Cuando leí sobre el asunto, habiendo ya pasado muchos años de los hechos, viajé hasta allí para desentrañar lo que pudiera y descubrir toda la historia.
La mayoría de los protagonistas aún vivían, y en una serie de entrevistas recopilé el material que hoy me permite contar esta historia. Cambié los nombres de los involucrados para proteger su identidad y la de sus seres queridos y descendientes. También modifiqué las fechas, al igual que ciertos períodos de tiempo, como medida de protección adicional.
++
En las páginas siguientes, puede que a veces me refiera a mí mismo como entr. o entrevistador, o que incluya una nota para aclarar alguna cuestión. Sin embargo, casi todo el texto del libro proviene de entrevistas registradas con un grabador. El libro consta de cuatro relatos: primero, el de varias personas vinculadas a (2) Oda Sotatsu, entre ellos sus familiares y oficiales de la policía metropolitana (de Sakai) y municipal; segundo, el de mi búsqueda de Jito Joo; tercero, el de (3) Jito Joo; y cuarto, el de (1) Sato Kakuzo.
Las primeras dos secciones son narrativas por necesidad, y los datos se articulan y se expresan de un modo por momentos novelesco (aunque me he esforzado por indicar las fuentes). Las últimas secciones en su mayoría no necesitan ese defecto, ya que los propios materiales resultaron ser suficientes para mi tarea.
Jesse Ball, Chicago, 2012
1_
En octubre de 1977, Oda Sotatsu era un hombre joven. Estaba en su vigésimo noveno año de vida. Trabajaba en una oficina, una empresa de importación y exportación que era de su tío. Principalmente vendían hilo. Para eso, también compraban hilo. Sotatsu se dedicaba más que nada a comprar y vender hilo. No le gustaba mucho, pero no se quejaba. Vivía solo, no tenía novia ni mascotas. Tenía una educación básica y un pequeño círculo de conocidos. Parece ser que lo apreciaban. Le gustaba el jazz y tenía un tocadiscos. Usaba ropa simple de colores apagados, casi siempre comía en su casa. Cuanto más lo apasionaba un tema, menos inclinado se sentía a hablar de eso. Muchas personas lo conocían y vivían a la par de él, cerca de él; pero pocas podían afirmar tener una noción real de cómo era. No sospechaban que fuera de ninguna forma en particular. Parecía ser meramente lo que hacía: una discreta rutina diaria de trabajo y descanso.
La historia de Oda Sotatsu empieza con una confesión que firmó.
Se había metido con un hombre llamado Kakuzo y una chica llamada Jito Joo. Eran personas un poco revoltosas, en especial Sato Kakuzo. Estaba enredado en algún lío, o lo había estado. La gente lo sabía.
Esto es lo que pasó: de algún modo Kakuzo conoció a Oda Sotatsu y lo convenció de firmar la confesión de un crimen que no había cometido.
Que firmara la confesión de un crimen que no cometió es extraño. Es difícil de creer. Y sin embargo, así fue. Cuando me enteré de los hechos, y cuando los investigué, descubrí que hubo un motivo, y el motivo era este: había perdido una apuesta.
Hay varias versiones de lo que pasó esa noche. Una es la versión que salió en los diarios. Otra es la versión que contó la familia de Oda Sotatsu. Una tercera es la versión que mantuvo Sato Kakuzo. Esta última versión es más concluyente que las otras, porque Kakuzo grabó el encuentro y me mostró la cinta. La escuché muchas veces, y cada vez escucho cosas que no había escuchado antes. Uno tiene la impresión de que puede distinguir la vida, la vida de verdad, de sus simulacros por el hecho de que la vida de verdad constantemente engaña y revela, y nunca deja de hacerlo.
Te describiré los sucesos de esa noche.
Cuando escuché la cinta, la conversación, por momentos, era difícil de descifrar. La música estaba fuerte. A medida que avanzaba la noche, los tres bebían y hablaban muy rápido. En general, el ambiente era el de un bar. Alguien (¿Joo?) se levanta y se va varias veces, y al volver hace chirriar la silla contra el piso de madera. Hablaron sobre temas triviales durante unos cuarenta minutos, y luego llegaron al asunto de la apuesta.
Kakuzo introdujo el tema discretamente. Habló con fluidez y describió una especie de camaradería que compartían los tres. Actuaba como si estuvieran hartos de la vida. Joo y él, dijo, habían estado haciendo cosas para tratar de escapar a ese sentimiento. Una era apostar a las cartas, en un juego privado entre los dos. Dijo que, cuando perdía, se cortaba; o Joo se cortaba, si la que perdía era ella. Dijo que de ahí pasaban a otras cosas, a obligarse mutuamente a hacer cosas, para volver a sentirse vivos. Pero todo giraba en torno a las apuestas, a dejar que la vida pendiera de un hilo. ¿A Sotatsu no le parecía fascinante? ¿No sentía el menor impulso de probar?
Toda la noche lo hostigaron, Joo y Kakuzo, hasta que por fin lo convencieron. De hecho, lo habían elegido porque les parecía una persona que se dejaría convencer, que podrían convencer de algo así. Y, de hecho, así fue; consiguieron que se sumara al juego.
Kakuzo y él hicieron una apuesta. La apuesta consistía en que el perdedor, fuera quien fuera, firmaría una confesión. Kakuzo había llevado la confesión. La puso sobre la mesa. El perdedor la firmaría, y Joo la llevaría a la comisaría. Todo lo que una persona es capaz de sentir en la vida se concentraría en el preciso instante en que comenzaría la apuesta y la vida entera dependería de dar vuelta una carta. Kakuzo también había llevado las cartas, y reposaban en la mesa junto a la confesión.
La música en el bar estaba fuerte. La vida de Oda Sotatsu era difícil y no le había dado los frutos que esperaba. Sentía simpatía y respeto por Kakuzo y por Joo, y ellos tenían todo su ahínco puesto en él, y en que hiciera esa cosa en particular.
Este fue el resultado: Oda Sotatsu hizo una apuesta con Sato Kakuzo. Perdió la apuesta. Tomó un bolígrafo y firmó la confesión, allí mismo sobre la mesa. Joo se la llevó y se fue del bar con Kakuzo. Oda regresó a su pequeño departamento. Si durmió o no, no lo sabemos.
todos los vecinos del edificio de Oda Sotatsu se despertaron cuando llamaron con fuertes golpes a la puerta de su departamento. Como no abrió la puerta lo bastante rápido, la echaron abajo. Como no se echó a tierra lo bastante rápido, lo derribaron. Se lo llevaron esposado y sumamente angustiado y lo subieron a una camioneta. Un testigo me dijo que no se resistió ni se declaró inocente. Solo obedeció en silencio. La casera recuerda que no llevaba ningún abrigo.
me contó:
–No tienes idea de quién era Oda si no sabes lo amable que era, y que la amabilidad que era y que tenía la llevaba en el cuerpo, de verdad. No era algo que pensara o decidiera. Sencillamente era amable y hacía lo correcto muchas veces. Para demostrártelo: yo era muy chica, pero mi madre me contó que cuando la vecina de arriba, una anciana, y él, Oda, era joven (tendría poco más de veinte años), a la anciana le llevaron un mueble a la casa. El mueble era muy grande y se atoró en la puerta, y los de la mudanza tenían que hacer algo. Ya era tarde. Su jornada había terminado. Volverían al otro día. Pero la anciana no podía entrar ni salir. Estaba muy preocupada. Se quedó junto a la puerta tratando de espiar por los resquicios. No paraba de hablar, de decir cosas, pero los de la mudanza ya se habían ido. Entonces, ¿qué hace Oda? Sube con una linterna y se sienta al lado de la puerta y le habla a la anciana toda la noche, se queda hasta la mañana. Sabes, creo que ella ni siquiera le caía bien. Solo que él era así. Un chico amable. A decir verdad, esa anciana no le caía bien a nadie.
Estoy intentando contarte una tragedia. Estoy tratando de hacerlo de la forma menos perjudicial posible para los involucrados, para quienes fueron sus sobrevivientes, pero también sus artífices.
Oda Sotatsu firmó una confesión. Quizás no entendía bien lo que estaba haciendo. O quizás sí. Como sea, la firmó. Al día siguiente, el sábado quince, lo arrestaron y llevaron a la cárcel. Dado lo exhaustivo del documento, de la confesión, nunca se dudó de su culpabilidad. El juicio, cuando se llevó a cabo, fue un proceso rápido en el que Oda Sotatsu hizo poco, ciertamente nada a su favor. La policía, durante el tiempo que estuvo detenido esperando el juicio, y más tarde durante el tiempo que pasó en el corredor de la muerte, intentó hacerlo hablar sobre los crímenes que había confesado. No lo hizo. Se movía en una especie de burbuja de silencio, y se negaba a salir de ahí.
En los meses siguientes Oda recibió muchas veces la visita de Joo. No volvió a ver a Kakuzo.
Nuestra historia continúa con información que me relataron policías, guardias, sacerdotes, periodistas (presentes en esa época) y la familia Oda. Así es como cuentan la historia de Oda Sotatsu.
Esperando el juicio
Interrogatorio 1
Entrevista 1 (madre)
LAS DESAPARICIONES DE NARITO
Interrogatorio 2
Entrevista 2 (hermano)
Interrogatorio 3
Entrevista 3 (madre)
Nota del entr.
Entrevista 4 (hermana)
Entrevista 5 (hermano)
Entrevista 6 (hermano)
Interrogatorio 4
Entrevista 7 (madre)
Entrevista 8 (madre)
Entrevista 9 (padre)
El juicio
Nota del entr.: Sobre la cobertura periodística del juicio
COBERTURA DEL JUICIO DE ODA [Ko Eiji]
COBERTURA DEL JUICIO DE ODA [Ko Eiji]
COBERTURA DEL JUICIO DE ODA [Ko Eiji]
COBERTURA DEL JUICIO DE ODA [Ko Eiji]
COBERTURA DEL JUICIO DE ODA [Ko Eiji]
COBERTURA DEL JUICIO DE ODA [Ko Eiji]
COBERTURA DEL JUICIO DE ODA [Ko Eiji]
Ko
Entrevista
Nota del entr.
Una habitación como un árbol donde morir ahorcado
Nota del entr.: Traslado al corredor de la muerte
Entrevista 10 (hermano)
Entrevista 11 (Watanabe Garo)
Fotografía de Jito Joo
Entrevista 12 (hermano)
Entrevista 13 (hermano)
Entrevista 14 (Watanabe Garo)
Entrevista 15 (esposa del hermano)
Nota del entr.
Nota del entr.
Entrevista 16 (hermano)
Entrevista 17 (hermano y madre)
Entrevista 18 (Watanabe Garo)
Entrevista 19 (hermano)
Entrevista 20 (hermano)
Documento, carilla uno: Testamento hológrafo
Documento, carilla dos: Carta al padre
Entrevista 21 (Watanabe Garo)
15 de octubre de 1977. Oda Sotatsu es arrestado bajo sospecha de participación en las Desapariciones de Narito. Sospecha vinculada a la confesión firmada por Oda, presentada de forma anónima ante las autoridades policiales. La conversación tuvo lugar en una sala de la comisaría local. Inspector Nagano y otro inspector de nombre no registrado.
[Nota del entr. Transcripción de la grabación del interrogatorio, posiblemente alterada o redactada con descuido. No se escuchó la grabación original].
oficial 1
Señor Oda. Me imagino que sabe por qué está aquí. Me imagino que sabe por qué nos tomamos la molestia de traerlo, y me imagino que sabe cuáles son las sanciones si llegara a mentirnos.
oficial 2
Señor Oda, si dispone de cualquier información sobre el paradero de las personas mencionadas en su confesión, o si sabe si cualquiera de ellas sigue con vida, díganoslo ahora. Esa información podría ser de gran ayuda para su caso.
oficial 1
Leímos su confesión. Estamos muy interesados en obtener más información al respecto lo antes posible.
oda
(silencio)
oficial 1
Señor Oda, su situación no es envidiable. Se lo aseguro, es prácticamente un hecho que si lo declaran culpable lo llevarán al pabellón de ejecuciones de la prisión de X. y lo ahorcarán. Si cualquiera de las personas mencionados en su confesión sigue con vida, y usted coopera para que las encontremos, eso podría ayudarlo. Podría cambiar las cosas. Usted podría vivir.
oda
(silencio)
oficial 2
Si cree que guardar silencio lo va a ayudar. Si eso es lo que cree.
oficial 1
Si eso es lo que cree, no tiene idea de cómo es esto.
oficial 2
Quizás se metió en esto por error. Quizás piensa que sabe cómo salir. Pero no lo sabe. La única manera de salir es ayudándonos.
oficial 1
Díganos dónde están esas personas. Esa es su carta. Esa es su salida.
oficial 2
No a la libertad.
(Los oficiales se ríen).
oficial 1
No, solo una salida; un modo de evitar el pabellón de ejecuciones.
oficial 2
Y no solo eso, sino ahora mismo. Ahora mismo, las cosas pueden mejorar. No tienen que ser como son. Créame, en la cárcel hay celdas mejores que la suya. Hay comida mejor que la que le darán a usted. Hasta hay, no debería decirlo, pero podrían hacerse arreglos para que lo transfieran a una cárcel común. Ahí las cosas son distintas. ¿Acaso mejores para usted? Hasta los guardias son distintos. No todo es igual en todas partes. Puede mejorar su situación, a eso nos referimos.
oficial 1
No somos sus enemigos. No tiene enemigos. Estamos trabajando juntos, nada más. Estamos cooperando. El inspector Nagano y yo vamos a dejarlo solo. Cuando volvamos mañana quiero que tenga algunas cosas para decirnos. ¿Entendido?
[Nota del entr. Cuando visité la aldea, años más tarde, logré hacerle una serie de entrevistas a la familia Oda. Fue difícil ponerme en contacto con ellos, pero, como te dije, tenía mis propios motivos para intentarlo. Ya había ido antes a Japón, pero solo brevemente, y muchas cosas me eran nuevas. Tenía una hermosa sensación de apertura, como si todo se estuviera expandiendo y agudizando, volviéndose más vasto y claro que antes, como cuando, en un día nublado, a veces la luz cambia y brilla fuerte aunque uno no esté al sol. Incluyo aquí varios fragmentos de esas entrevistas para mostrar la progresión del encarcelamiento de Oda Sotatsu. La explicaré con precisión, parte por parte, presentándote las pruebas tal y como las recibí. La casa donde hice las entrevistas era una casa alquilada que decían que en ciertas estaciones se llenaba de mariposas. Cuando llegué, y cuando empecé con las entrevistas, no había mariposas a la vista. Sin embargo, cuando nos sentamos en la habitación norte de la casa, donde la madre de Sotatsu eligió que la entrevistara casi siempre, ella dijo haber visitado la casa en otras circunstancias, y haber visto las mariposas. Para mí fue como si en ese momento yo también las hubiera visto, y más adelante, cuando aparecieron, fue exactamente como ella había dicho. Digo esto solo para dar una idea de su fiabilidad, aunque, desde luego, la cuestión de unos insectos y la cuestión de la confesión de su hijo realmente no se pueden comparar. Aun así, la impresión de su exactitud persiste, y por eso la explico].
[Estos son fragmentos de conversaciones largas y, por lo tanto, pueden hacer referencia a cosas mencionadas previamente, o pueden comenzar en la mitad de una idea, cuando ya se había empezado a decir algo importante].
entr.
Señora Oda, me estaba hablando de ese primer día, cuando recibieron la llamada de las autoridades y fueron a ver a Sotatsu.
sra. oda
En realidad, no fuimos ese día. Ni mi esposo ni yo. Ni ninguno de mis hijos.
entr.
¿Por qué no?
sra. oda
Mi esposo nos lo prohibió. La noticia lo había horrorizado. Se quedó muchas horas sentado en un cuarto de la casa con las luces apagadas, mirando al vacío. Cuando salió, dijo que no iríamos a ver a Sotatsu. Dijo que él no conocía a nadie con ese nombre y me preguntó a mí si lo conocía.
entr.
¿Y usted qué le dijo?
sra. oda
Le dije que no. Que no conocía a nadie con ese nombre. Él dijo que lamentaba la confusión, y que la policía creyera que conocíamos a una persona así, pero que no era cierto. Yo quería ir, por supuesto. Por supuesto que quería. Pero él dejó muy en claro cómo tenía que ser.
entr.
¿Y sus otros hijos?
sra. oda
No vivían con nosotros en esa época, y no había hablado con ellos.
entr.
Entonces, ¿qué cambió? ¿Por qué fueron a ver a Sotatsu?
sra. oda
Cuando me desperté a la mañana siguiente, mi esposo se había puesto una ropa que yo nunca había visto, un traje viejo, más bien formal. Dijo que quizás fuera su culpa, que deberíamos ir a ver a nuestro hijo Sotatsu. Le dije que yo también pensaba que deberíamos ir. Él dijo que lo que debiéramos hacer no tenía importancia, pero que lo haríamos. Así que nos subimos al auto y nos fuimos a la cárcel.
entr.
¿Y ahí, qué encontraron?
sra. oda
Los oficiales no querían mirarnos. Creo que nadie nos miró a los ojos en esa visita, ni en ninguna otra visita. Querían hacer como si no existiéramos. Lo entiendo, ¿sabe? Entiendo cómo debe ser. Un trabajo así, en la cárcel. Supongo que es bueno que haya gente que elija hacerlo.
entr.
¿Estaba muy adentro en la comisaría?
sra. oda
Lo cambiaban de celda todo el tiempo. No estaba siempre en el mismo lugar. ¿Quizás para disciplinarlo? Lo castigaban a menudo, algo con lo que su padre estaba de acuerdo. Cuando le dije que me parecía que era demasiado lo que le estaban haciendo, el señor Oda me dijo que, de hecho, no, era muy poco. Yo no sé mucho de estas cosas. Si habla con mi esposo, tal vez él recuerde más, o recuerde saber más.
entr.
Pero ¿y la visita en sí? ¿Hablaron con él?
sra. oda
Nosotros hablamos. Él no. Al principio estaba en una celda chica. No tenía nada, solo un desagüe. Creo que querían que empezara a hablar, pero él se negaba. Parecía diminuto con su uniforme de preso. No me gustó verlo. No me gusta pensar en eso ahora.
entr.
Lo siento, pero ¿recuerda qué le dijo?
sra. oda
Creo que no le dije nada. Tenía miedo de decir algo incorrecto y que el señor Oda nos prohibiera regresar, así que me quedé callada. Quería ver cómo le decía él lo que había que decir. Le dijo: Hijo, ¿lo hiciste? Dicen que lo hiciste y que dijiste que así fue, que dijiste haberlo hecho. ¿Lo hiciste? Y Sotatsu no dijo nada. Pero nos miraba.
[Nota del entr. Llegado este punto me pareció oportuno decir unas palabras sobre las Desapariciones de Narito. Permíteme interrumpir la narración un momento en aras de la claridad. Se trata del crimen que había confesado Oda Sotatsu. Cuando firmó la confesión, mi teoría es que ignoraba que el crimen se hubiera cometido].
Las Desapariciones de Narito ocurrieron en las aldeas cercanas a Sakai en el año 1977. Empezaron en junio y se prolongaron hasta la captura de Oda Sotatsu. Los diarios siguieron el caso muy de cerca y este captó la atención de la prensa nacional, lo que culminó en un furor con el arresto de Oda Sotatsu. ¿Qué había pasado?
Desaparecieron ocho personas, aproximadamente dos por mes. No había señales de forcejeo; sin embargo, era evidente que las desapariciones se habían efectuado de manera abrupta (había comida sobre la mesa, no faltaban efectos personales, etc.). Todos los desaparecidos eran hombres y mujeres mayores, de cincuenta a setenta años, y vivían solos, sin excepción. En la puerta de cada vivienda hallaron un naipe. Ninguno de los naipes tenía huellas dactilares. Nadie presenció la partida de ningún desaparecido. Era un misterio fascinante y estremecedor y, ante la desaparición de cada vez más personas, la región cayó en un estado de conmoción. Hasta se crearon patrullas para vigilar las viviendas de las personas solitarias o viudas. Pero las patrullas nunca estaban en el lugar y en el momento indicados.
16 de octubre de 1977. Oda Sotatsu. No se registraron los nombres de los inspectores.
[Nota del entr. Nuevamente, transcripción de la grabación del interrogatorio, posiblemente alterada o redactada con descuido. No se escuchó la grabación original].
oficial 1
Señor Oda, ahora que ha dormido, ¿quizás cambió de opinión con respecto a ayer?
oda
(silencio)
oficial 2
Si no dice nada, es imposible que usted, que su situación mejore. Firmó una confesión. No quiere un abogado ni nadie que lo represente. Sabe lo que hizo. Nuestra preocupación es encontrar a las personas mencionadas, las que usted mencionó en su confesión.
oda
¿Puedo verla? Me gustaría ver la confesión.
oficial 2
Imposible. No puede ver la confesión. Usted escribió la confesión. Sabe lo que dice. Esto no es un juego. Díganos dónde buscar. ¿Adónde se llevó a esa gente? Señor Oda, nuestra paciencia se está agotando.
oficial 1
No puede ver la confesión. El inspector tiene razón. Es completamente innecesario. Claro que, si coopera, pueden pasar muchas cosas innecesarias. Como dijimos, mejor comida, una celda más grande, otra cárcel. Hasta eso, tal vez. No digo que sí, de ninguna manera. No digo eso. Pero háblenos del tema y veremos qué se puede hacer.
oficial 2
Depende de usted. Está en sus manos.
(Cuarenta minutos más de silencio en la cinta mientras los entrevistadores y Oda se miran. Por último, el ruido de una puerta que se cierra, y la cinta se apaga).
[Nota del entr. Esta entrevista también tuvo lugar en la casa que ya mencioné. El hermano de Sotatsu, Jiro, fue su más fiel defensor. De hecho, se enteró de lo que pasó e intentó ir a la comisaría antes que sus padres. Pero, por motivos desconocidos, no lo dejaron pasar. Puede que aún no se hubiera realizado el primer interrogatorio cuando él llegó. Es incierto. Hablé con él largamente. De toda la familia, era el que más enojado estaba por lo que pasó. De joven trabajó en una planta siderúrgica, y a eso se dedicaba en 1977. Más tarde se abocó a la labor sindical. Cuando lo conocí iba bien vestido y tenía un auto caro. De sus hábitos personales, puedo decir que fumó casi un paquete entero de cigarrillos en cada conversación. No sé si era habitual en él, o si mi presencia y el tema de nuestras charlas lo ponían nervioso. En varias de las entrevistas llegó acompañado de sus hijos, dos niños pequeños, que jugaban en el jardín mientras nosotros hablábamos. Aunque era muy directo, y por momentos hasta hostil conmigo, era sumamente afable con ellos. En una época hice un poco de judo, y Jiro también; en cierto momento me interrumpió para preguntarme, de la nada, si alguna vez había hecho judo. Yo no le había dicho una palabra al respecto. Cuando respondí que sí, se rio. Siempre me doy cuenta, dijo. Los yudocas caminan un poco distinto. Aunque puede que eso me haya predispuesto para tenerle simpatía, te aseguro que en todo momento he intentado ser lo más objetivo posible].
entr.
¿Eso fue el 19 de octubre?
jiro
Puede ser. No lo sé.
entr.
¿Pero fue la primera vez que entraste en la comisaría?
jiro
En realidad, no, ya había ido una vez, por algo relacionado con un amigo de la fábrica. Había ido a verlo, había acompañado a su mujer a verlo. Creo que se había metido en una pelea y lo arrestaron.
entr.
¿A tu amigo?
jiro
Sí, eso fue unos años antes.
entr.
Pero esta vez…
jiro
Lo vi a Sotatsu. La policía me cacheó. Firmé unos papeles, mostré un documento de identidad y me dejaron pasar. Su celda estaba al fondo. Estaba solo, en una celda larga sin ventanas.
entr.
¿La policía los dejó hablar a solas?
jiro
No. Uno de los oficiales se quedó cerca para oírnos. Cuando Sotatsu me vio, se acercó al borde de la celda y nos miramos.
entr.
¿Qué aspecto tenía?
jiro
Deplorable. Estaba preso. ¿Qué aspecto iba a tener?
entr.
¿Qué le dijiste?
jiro