Cuentos justos para tiempos injustos - Jaime Alfonso Sandoval - E-Book

Cuentos justos para tiempos injustos E-Book

Jaime Alfonso Sandoval

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El hada Arabí se ha metido en un tremendo lío legal. Ha sido denunciada por varios seres mágicos y humanos, y se ha entablado un juicio en su contra por deseos que, si bien fueron cumplidos, no resultaron como lo esperaban quienes los pidieron... ni quienes no lo hicieron. Quedará en manos del juez decidir el destino de este ser mágico al que muchos se refieren como un bicho despreciable.

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Sandoval, Jaime Alfonso

Cuentos justos para tiempos injustos / Jaime Alfonso Sandoval ; ilus. de Isidro R. Esquivel. – México : SM, 2022

200 p. ; 19 x 12 cm. – (El Barco de Vapor. Roja ; 83 M)

ISBN: 978-607-24-4887-2

1. Imaginación – Novela infantil. 2. Integración social – Literatura infantil.

3. Personajes literarios – Literatura infantil. I. Esquivel, Isidro R., il. II. t. III. Ser.

Dewey 863 S26

Texto D. R. Jaime Alfonso Sandoval, 2022

Ilustraciones © Isidro R. Esquivel, 2022

Dirección de Producto: Mara Benavides

Gerencia de Literatura Infantil y Juvenil: Mónica Romero Girón

Dirección de Arte y Diseño: Quetzal León Calixto

Edición: Carlos Sánchez-Anaya Gutiérrez

Diagramación: Iván W. Jiménez

Primera edición, 2022

D. R. © SM de Ediciones S. A. de C. V., 2022

Magdalena 211, Colonia del Valle,

03100, Ciudad de México

Tel.: (55) 1087 8400

www.ediciones-sm.com.mx

ISBN: 978-607-24-4887-2

ISBN: 978-968-779-176-0 de la colección El Barco de Vapor

Miembro de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana.

Registro número 2830

Prohibida la reproducción total o parcial de este libro, su tratamiento informático, o la transmisión por cualquier forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

La marca El Barco de Vapor ® es propiedad de Fundación Santa María.

Prohibida se reproducción total o parcial.

La marca SM ® es propiedad de Fundación Santa María,

licenciada a favor de SM de Ediciones, S. A. de C. V.

Esta obra se realizó con el apoyo del Sistema Nacional de Creadores de Arte de la Secretaría de Cultura.

Hecho en México / Made in Mexico

1 PRIMER TESTIMONIO DE LA INCULPADA

¿CÓMO ME DECLARO? Inocente, señor juez Nuez. ¿En serio se apellida así? No, nada; sigo. Le decía, señor juez, que soy totalmente inocente de todos los cargos. Dicen que soy malvada, una agitadora social, una estafadora, y que tengo una mente criminal. ¡¿Cómo es posible?! Se me baja el azúcar sólo de pensar en todas esas cosas tan feas. ¡Jamás atentaría contra ninguna criatura de la creación de éste ni de otro mundo! Tampoco me burlo de los niños pelirrojos. ¡No sé de dónde salió ese chisme! Véame: si tengo el cabello teñido y me lo cuido con acondicionador de hipogrifo… ¿No lo conoce? Le ponen extracto de pezuña de centauro y… ¿Qué? ¿Presentarme? Pero si es lo que estoy haciendo. Nombre, claro. ¿El artístico o el de mi identificación oficial? ¿Los dos? Entiendo. Enseguida. Señor juez, soy su humilde servidora Araceli Bibiana Vivanco Gómez, mejor conocida como Arabí, que es, claro, mi nombre artístico. Como ya saben todos por aquí, soy hada de profesión, aunque últimamente se nos llama “seres mágicos con capacidades paranormales”. Es un nombre largo para las de nuestra ocupación, pero no tanto como el de algunas brujas que piden que se les llame “seres con conocimientos de herbolaria, de belleza alterna y con bondad no tradicional”. Me va a perdonar, señor juez, pero… ¿bondad no tradicional? Sin la intención de ofender, pero es que algunas brujas son más malas que pegarle a un unicornio bebé. ¿Cómo? Perdón. Claro, sigo…

Decía que, como todo ser mágico con capacidades paranormales, tengo mi licencia de hada A54 y un permiso de operación clase B1. Además, obtuve la certificación en hechizos de transformación animal y tomé cursos de vuelo, desaparición instantánea y gelatinas artísticas… ¡Ya me está echando otra vez esos ojos, señor juez! Ya, sigo… En fin, siempre tuve mis permisos en orden, aunque ahora me los quitaron para que no escape. Sólo quiero hacerle una pregunta, su señoría: ¿cree que podría huir si además me esposaron las alas? ¡Eso fue un exceso de crueldad! Bastaba mi palabra para enfrentar el juicio. Nunca rompo un juramento; es parte de mi naturaleza. ¿Por mis crímenes? ¡Otra vez con eso! No, no. Necesito tomar un poco de aire y un sorbito de ambrosía, por favor.

Sí, ya estoy mejor, gracias. Le decía, su señoría, que siempre he seguido las reglas. Sólo míreme: aún traigo el uniforme obligatorio. ¡Llevo más de un siglo con él! ¿Cree que me gusta andar metida en un vestidito de tul rosado y zapatillas de rubí? Le quedaría divino a una niña de seis años, pero ¡¿a mi edad y con mi peso?! ¿Por qué cree que casi todas nosotras caminamos dando saltitos? ¡Tengo juanetes y un montón de callos! ¿Cómo? No, señor juez, no me estoy saliendo del tema. Le explico esto para mostrarle que toda la vida he sido respetuosa de las normas. Si se fija en mi expediente, verá que nadie se ha quejado jamás de mí por mis trabajos reglamentarios. He tenido muchos empleos. El primero, tras graduarme, fue como la típica hada de los dientes. Ay, era tan pequeñuela e inocente. ¿Pueden darme un poco más de ambrosía? Un sorbito. Es que se me seca la garganta de tanto hablar. Gracias, qué amables.

Pues decía que mi primer trabajo fue en la industria de los dientes de leche. Era pesado porque trabajaba de noche, y también poco higiénico, ya que solía recoger muelas con caries, llenas de bacterias. Además, con el tiempo, los niños se volvieron más exigentes. Si les parecían pocas monedas, las tiraban por ahí, molestos. Como me cansé de tanta desvelada, pedí un traslado y, luego de presentar los exámenes de rigor, conseguí el tradicional trabajo de hada madrina. Era la típica hada que protege a una pobre huérfana de sus malvadas hermanastras hasta encontrarle un galancito de buena familia. Lo que se usaba entonces: matrimonio para la dama, princesa para el caballerito. Y, por contrato, nuestros servicios profesionales terminan en la boda, cuando la pareja se da el famoso besito. Por lo tanto, las hadas ya no estamos presentes en los posibles divorcios. Es de muy mal gusto ser testigo de esas eternas discusiones, la pelea por la pensión y las demandas por la custodia de los hijos o por una mascota llamada Puchibebé. Trabajé para distintos ahijados y nunca cobré por mis servicios, aunque, claro, tampoco iba a despreciar una buena propina. ¡Y mire que a varios les conseguí partidazos!

Después, volví a otro trabajo nocturno. Por un tiempo, fui una de esas elegantes hadas que cumplen un deseo cuando una persona ve una estrella fugaz. No puedo decir mucho de ese empleo, sólo que era soberanamente aburrido, salvo en una ocasión, y supongo que ya llegaremos a ese tema. No, no me quejo del trabajo en sí, y aquí me atrevo a hacerle una pequeña pregunta, señor juez: ¿tiene idea de cuántas estrellas se ven en los cielos contaminados? Exacto, no tenía mucho que hacer. ¡Me estaba picando los ojos del aburrimiento! Por suerte, en ese tiempo cumplí los cien años de servicio obligatorio y regresé a mi comarca con el fin de tramitar mi permiso para trabajar como hada independiente, sin estar atada a un niño chimuelo, a ahijadas llorosas o al índice de contaminación lumínica. Podía hacer lo que quisiera… ¿Qué cosa? No, su señoría, ¡no fue cuando inicié mi carrera criminal! Eso lo inventó la prensa amarillista que siempre me ha tratado fatal: deforman mis palabras, las sacan de contexto, y, sobre todo, me toman fotos desde mi ángulo malo. Si se fija, desde el lado izquierdo me veo más cachetona y me brinca el ojo flojo. ¡Claro! La gente ve esas fotos y piensa que soy un hada desquiciada que lleva años ocasionando tropelías. ¡Yo, que siempre me he preocupado por hacer el bien! Y míreme ahora: sin poderes, con las alas esposadas, tratada como una salvaje ogresa que se comió a unas niñas exploradoras. Tengo entendido que, en estos días, a las de esa especie se les dice “seres de talla alta con dieta antropófaga”, pero resulta que yo soy peor. La ogresa al menos podrá excusarse y decir que tiene restricciones alimenticias. Sí, su señoría, por supuesto que voy a llorar otra vez. ¿Me acercan otro pañuelito, porfi?

¿Mis víctimas? ¿Qué víctimas, señor juez? Ya dije que siempre he buscado brindar amor, belleza y bondad. ¿Las hermanas? ¿Verrugoso qué? ¿De qué habla? ¿Hay fotos? A ver, acérquenme mis gafas para ver de cerca. Ah, ya… Sí las conozco, ¡pero fue hace años! Nos vimos en una de las Comarcas del Sur, en la zona de Entre Bosques. Recuerdo que era la época de tornados porque hacía mucho viento. Tal vez por eso tuve un penoso accidente. El asunto es que ese día amanecí enredada en un árbol, hecha un desastre, colgando de cabeza entre ramas, basura y desperdicios de propaganda electoral. No podía alcanzar mi varita. Desesperada, pedí ayuda. Pasó una zorra parlante que iba camino de Esopotitlán, pero debía estar mal del oído, porque no se enteró de mis gritos. Luego vi a una familia de duendes, pero ya sabe cómo son: si quieres algo de ellos, debes pagarles por adelantado, y sólo reciben oro. Pasaron horas y yo seguía ahí, de cabeza. Entonces, descubrí por el camino a las dos hermanas de precioso color aceituna. Al fin, recibí ayuda y les di a cambio algo maravilloso. Supongo que aún están agradecidas… ¿Cómo? ¿Una de ellas presentó una demanda por daños emocionales y financieros? Pero… ¿por qué me hace esto? ¡Y después de tantos años! ¡Ya no se puede esparcir un poquito de bondad en este mundo! No puedo más, necesito recostarme. No entiendo, de verdad. ¿Qué puede salir mal con una recompensa de agradecimiento?

2 PRIMER CASO TESTIMONIO DE EVELINA DE LA ROCA Y VERRUGOSO

EVELINA DE LA ROCA Y VERRUGOSO, señor juez Nuez. Ése es mi nombre completo. ¿Mi profesión? Disculpe, pero… ¿no se me nota? Digo, por la piel verde y eso. ¿Para el registro? Bueno, ya qué. Provengo de un linaje de brujas. Sí, señor juez, de las famosas brujas de las Comarcas del Sur. Soy malvada y oscura, o era, o debería ser… Es complicado de explicar. En realidad, ya no ejerzo… ¿Podríamos pasar a la siguiente pregunta? Gracias. Por supuesto que reconozco a la inculpada. No hay un día en que no piense en el hada Arabí. ¡Ella echó a perder mi vida! Que quede anotado en el registro y que vaya subrayado. Espero que le den la pena máxima. ¡No, no necesito agua! ¡A algunas nos derrite! Y créame, señor juez, que no tengo ganas de convertirme ahora mismo en un charco maloliente. Nosotras bebemos jugo de mandrágora o atole de pantano, que asienta el estómago. Aquí traigo mi termo y todo…

Pues, a ver… Los hechos ocurrieron cuando yo era más joven, tan hermosa y tierna como el primer grano de un sapo adolescente. Disculpe, pero es un dicho de brujas. Mi hermana Etelvina y yo… Sí, somos Evelina y Etelvina… No, ella no asistió al juicio; está ocupada. ¿Sigo? Bien, pues le decía que las dos íbamos camino a Villa Brea, a la casa de nuestra abuela, en la zona de las llanuras. Aprovechamos las vacaciones para visitarla y llevarle tamales de ojo de salamandra, que son sus favoritos. Por los fuertes vientos de esos días, no se recomendaba volar en la escoba, así que ese tramo lo hicimos a pie y, cuando caminábamos por una vereda entre los árboles, oímos unos chilliditos.

Yo pensé que era un gnomo atrapado en la trampa de un cazador —esa zona está infestada de esas sabandijas—, pero mi hermana Etelvina señaló hacia un fresno, y ahí estaba una criatura de baja estatura, enredada entre ramas y basura, con su capa de viaje. De haber sabido que era un hada, nos habríamos marchado de inmediato. Todo el mundo sabe que las brujas y las hadas somos enemigas mortales. ¡Puaj! ¿Cómo? Disculpe, señor juez; no sabía que está prohibido escupir aquí. Las brujas lo hacemos siempre. Es muy sano: saca el veneno de la lengua; pero seré más cuidadosa… En fin, cuando nos acercamos al árbol, imaginé que era una de las enanas de la zona de las cuevas, a las que ahora se les dice “gente pequeña de costumbres subterráneas”. El caso es que, al vernos, la criatura chilló pidiendo ayuda.

Las brujas casi nunca ayudamos a nadie. Perdón, somos de corazón malvado y hay que mantener esa reputación. La criaturilla rogó entre lloriqueos que la bajáramos del árbol, pero mi hermana Etelvina se negó de inmediato:

—No tenemos nada de tiempo —le respondió e inventó rápido un pretexto—: Debemos ir con la abuela, que está enfermísima de la gripa de pies. Estornuda y se tropieza.

Pero yo me detuve… ¿Por qué? Ay, señor juez, ¡es lo mismo que me he preguntado todos estos años!

—No tenemos tanta prisa —reconocí—. La abuela está bien. Creo que puedo tomarme un minuto para bajarla.

Tampoco fui muy amable, es verdad. Primero, le arrojé piedras, pero no sirvió de nada. Bueno, sí, le di en la cabeza. A continuación, me trepé a una rama para acercarme y empujarla con un palo. En un instante conseguí desatorarla y cayó. Se escuchó el costalazo, pero, hasta eso, la criaturilla no se quejó. Rápidamente, se puso de pie.

—¡Muchísimas gracias, queridas viajeras! ¡Fueron las únicas que se detuvieron! —aseguró, para luego agregar con una vocecita de sonsonete de vendedora ambulante—: Y, por su acción, algo a cambio les daré. Sepan que están frente a Arabí; tal es mi nombre.

Fue el momento en que se quitó la capa de viaje, develando su identidad. Creo que hasta tocó un arpa para dar mayor impacto al momento. Mi hermana y yo nos dimos cuenta de que era… ¡un hada! ¡Puaj! De sólo recordarlo, me enfurezco. Disculpe, señor juez; necesito escupir otra vez. No se preocupe: traigo mi escupidera. Está en mi bolso de bruja. Un minuto… Ya… Ya estoy mejor.

En fin, no sé por qué algunas hadas tienen esa manía de dar lecciones como maestras regañonas. El asunto es que Arabí se dirigió primero a mi hermana Etelvina ¡para darle un sermón! Le dijo que había hecho mal en inventar lo de la gripa de pies de la abuela; que si no quería ayudar, debió ser sincera, y después recitó algo como:

—Tu boca, a la falsedad, atada quedará.

A mí me felicitó por ser honesta al reconocer que la abuela estaba bien y por detenerme. Después, me dijo una frase rara:

—La verdad será el lazo que por siempre te hará compañía.

Al final, soltó unas palabritas ridículas:

—¡Chiribín, cataplín, Corea! ¡Chiribín, cataplín, Corea! Lo que digo, ¡que así sea!

Y enseguida extendió las alas y se fue volando entre esos ridículos cascabeleos y chispitas.

Toda la escena, claro, nos puso de pésimo humor. Etelvina y yo juramos no decirle nada a la abuela.

—Va a ponerse loca si se entera de que nos estafó un hada cursi —razoné.

Finalmente, llegamos a su casa en Villa Brea, donde viven muchas brujas mayores por la calidad del aire; pues la peste de los pantanos les hace mucho bien. Al principio, todo estuvo normal. Le entregamos a la abuela los regalos de parte de nuestra madre: licor de estragón, pan ácimo y los tamales de ojo de salamandra, aunque sin manteca, porque la abuela está fatal del colesterol. Sin embargo, como buena bruja, preguntó:

—¿Qué me están ocultando? Algo extraño les ocurrió en el camino, ¿verdad?

Etelvina negó todo. Explicó que el viaje había sido maravilloso y sin contratiempos.

Lo normal hubiera sido que yo hiciera lo mismo, pero dije de pronto:

—Nos topamos con un hada atrapada en un árbol.

¡No entiendo por qué lo hice! Simplemente salió de mi bocota.

—¿Un hada? ¡Puaj y repuaj! —La abuela escupió—. Espero que le hayan dado una paliza a ese bicharraco. Lo hicieron…, ¿verdad?

Yo reconocí que no, que sólo la desatoramos. La abuela se puso tan furiosa que me dio de bastonazos.

—¡Una bruja nunca debe ayudar a un hada! ¿Eres una pánfila o qué? —me regañó.

Por esos días, comencé a sentirme rara. No fue sólo por los bastonazos; era otra cosa, pero todavía no averiguaba cuál era la causa. Unos días después, Etelvina y yo volvimos a casa. Como el tiempo había mejorado, pudimos volar con las escobas. Era una preciosa noche de luna llena.

Estaba feliz porque vería a mi novio. Sí, ¡tenía uno! Un hechicero llamado Gervasio el Apestoso. Tenía la nariz peluda y verrugas de la coronilla a los pies. En fin, ¡era guapísimo el condenado! Como de costumbre, estaba esperándome en el andén de aterrizajes de Villa Vil, nuestra ciudad. Gervasio llevaba un ukelele. ¿Dije que era músico? Pues eso, le encantaba componerme canciones. Esa vez, me recibió con una que empezaba así: “Evelina es una bruja de familia muy fina, tiene una sonrisa que asesina y es mi ruina…”.

¿Qué cosa, su señoría? ¡No! Le juro que no estoy desviándome del tema al contarle mi vida amorosa. Esto tiene que ver con la inculpada. Espere un segundo y lo va a entender. Cuando Gervasio terminó de cantar, me preguntó qué me había parecido su regalo. Le respondí que agradecía el gesto, pero, como siempre, su actuación había sido espantosa.

—Eres guapo, Gervi querido, pero tu voz parece la de un guajolote que se ha tragado una piedra. Tampoco sabes rimar y el ukelele es un instrumento ridículo para un hechicero. —Todo eso le dije.

Gervasio se ofendió horrores. ¡Se la pasaba componiendo canciones!

—Si odias cómo canto, ¿por qué nunca me dijiste nada? —preguntó dolido.

—Es que eres tan mimado que pensé que te ibas a ofender. —Fue mi respuesta, y vaya que se enojó aún más.

Hice un esfuerzo para quedarme callada. Hasta me dolieron los dientes de tanto apretarlos. Para colmo, ese día teníamos una comida con Gudelia la Fétida, la madre de Gervasio, quien había preparado pozole de cabeza de hidra. ¿Lo ha probado, señor juez? ¡Qué lástima! Es un platillo muy apreciado por las brujas. Pues bien, la hechicera me recibió con un gran plato viscoso y, al terminarlo, me preguntó qué me había parecido. Casi sin pensarlo, dije:

—Señora bruja mía, usted es muy amable, pero su comida es tan insípida que preferiría chupar los calcetines de mi tío Betulio el Momificado.

¡Uf, fue un desastre! De inmediato, Gervasio rompió conmigo. Podía perdonarme todo, menos que hablara mal del sazón de su madre. Yo me sentía fatal. ¿Por qué me comportaba así? ¿Desde cuándo? Entonces, lo entendí: ¡era víctima de un hechizo desde que me detuve en ese árbol! ¡Era incapaz de mentir! El hada Arabí me había condenado a siempre decir la verdad como un supuesto premio por mi honestidad. Pero, señor juez, ¿se imagina lo que significa para una bruja que no pueda decir ni una mentira, ni siquiera de las pequeñitas?

¡Estaba aterrada! Busqué algún remedio para romper el hechizo. Probé el pegamento de lengua, pero sólo sirvió para que no dijera palabras esdrújulas; el enjuague bucal hecho con baba de basilisco; el hilo dental elaborado con pelos de mono calvo… ¡Lo intenté todo! Me urgía volver a la normalidad porque esa semana tenía que regresar al Colegio de Maldad y Malos Modales. Así es, señor juez, las brujas vamos a la escuela. El estudio no está peleado con ser malvada. El lunes siguiente volví a clases, muy nerviosa, sólo para enterarme de que me tocaba presentar un examen final.