Cuentos Nuevos - Christoph von Schmid - E-Book

Cuentos Nuevos E-Book

Christoph von Schmid

0,0
1,99 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

"Cuentos Nuevos" de Christoph von Schmid es una obra que encapsula la esencia del cuento moral y didáctico, tan frecuente en la literatura del siglo XIX. Este compendio presenta una serie de relatos que exploran las virtudes humanas, tales como la piedad, la generosidad y la justicia, a través de un estilo narrativo sencillo pero conmovedor. En un contexto literario donde la educación moral era un pilar en la formación del lector, Schmid utiliza un lenguaje accesible para transmitir lecciones a través de personajes cuya humanidad resuena en la experiencia cotidiana. Christoph von Schmid, un referente del romanticismo alemán, se vio influenciado por los cambios socioculturales de su tiempo, especialmente por la búsqueda de una pedagogía más humana. Sus experiencias como educador y su compromiso con los valores cristianos impregnaron su escritura, convirtiéndose en un vehículo para transmitir la ética y estética de su época. Al buscar conectar con el lector joven y adulto por igual, su obra revela tanto su visión filosófica como su deseo de reflexión moral. Recomiendo fervientemente "Cuentos Nuevos" a todo lector interesado en la literatura que fomenta la reflexión moral y la introspección personal. Este libro, con su riqueza narrativa y relevancia temática, es una invitación a explorar la condición humana desde una perspectiva que sigue siendo pertinente. Schmid nos ofrece un retorno a las virtudes olvidadas, haciéndonos cuestionar nuestras propias acciones y elecciones en la vida.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Christoph von Schmid

Cuentos Nuevos

Publicado por Good Press, 2023
EAN 08596547817901

Índice

La capilla del bosque
Las guindas
La miosotis, ó no me olvides
La bellorita
La torta
Los cangrejos
El nido del pájaro
El petirojo
El antiguo castillo
I
II
III
IV
V
VI

La capilla del bosque

Índice

Habiendo terminado su aprendizaje de calderero un joven sano y vigoroso, llamado Conrado Erliebe, tomó el partido de viajar por espacio de tres años, á fin de perfeccionarse en su profesión.

Vestía sencillo, pero decentemente; y echada á las espaldas su maleta, y apoyándose en su palo á modo de peregrino, emprendió alegremente su viaje. Hacía ya algunas horas qué estaba caminando, á pesar de ser un día caluroso de verano, cuando se encontró de repente en el corazón de un espeso bosque.

En vano procuró dejarlo; bien pronto quedó perdido enteramente; vagó por largo tiempo á la ventura, sin que pudiese encontrar el menor rastro de camino. El sol iba á ocultarse en las próximas montañas, é iba ya Conrado á entregarse á la inquietud y la tristeza, cuando advirtió á lo lejos el campanario de una capillita que se levantaba por sobre de unos melancólicos abetos, y al cual tocaban todavía los últimos rayos del sol. Tomó aquella dirección y en breve dió con un camino que le condujo al pie de la capilla, situada sobre una eminencia coronada de fresco verdor.

A su vista, recordó Conrado los consejos de su padre, que acostumbraba decirle: «Hijo mío; si está en tu mano, jamás pases por una capilla abierta, sin entrar y orar en ella. Piensa que ha sido construida para servir la adoración de Dios; y que su elevado campanario es para nosotros á la manera de un dedo que nos muestra el cielo. Cómo podrías, pues, pasar por alto ninguna ocasión de levantar tu alma á Dios y arrodillarte en la presencia de nuestro bienhechor supremo? Un cuadro que llame tu atención; una sentencia que leas por curiosidad, pueden inspirarte, sin que tú lo adviertas, valor y una santa confianza, y hacer que nazcan en tí las más santas resoluciones».

Recorriendo en su memoria estas palabras de un padre respetado y tiernamente amado, entró Conrado en la capilla cuya puerta encontró abierta. Al aspecto de aquella bóveda sombría, de aquellas paredes ennegrecidas por el tiempo, de aquellas ventanas estrechas y adornadas de cristales redondeados, y de aquel antiquísimo altar, el joven se creyó por un instante transportado á una multitud de siglos de distancia.

El profundo silencio que reinaba en aquel lugar consagrado á Dios, convidaba al recogimiento. Conrado se arrodilló junto á la puerta, y dirigió á Dios una oración fervorosa. Antes de cargar otra vez con su maleta, se acercó al altar á fin de contemplar cómodamente un retablo que le había llamado la atención y al levantarse, observó en un banco un libro pequeñito de oración, muy bello, encuadernado en chagrín encarnado y broches dorados. Lo cogió, lo abrió, y, cual fué su admiración al encontrar en la primera página su nombre escrito de su propio puño! Le parecía soñar, y no podía dar crédito á sus ojos.

Recorrió el libro. La primera lámina representaba el Salvador, bendiciendo á los niños; algunas oraciones y sentencias que leyó rápidamente, le parecieron cosas conocidas; y vinieron juntas á renovar sus memorias. «Ya lo veo,—exclamó profundamente conmovido;—este libro en otro tiempo me perteneció; yo mismo escribí este nombre: es el mismo carácter de letra que tuve yo en mi infancia. Pero como ha venido á parar á esta capilla aislada, y en medio de este espeso bosque? Esto es lo que no concibo».

Mil recuerdos de su infancia se despertaron en su alma; un ardiente deseo de ver á su familia, ó á lo menos saber noticias de aquellos que le son queridos, se apoderó de su corazón y rodaron por sus mejillas una abundancia de abrasadoras lágrimas.

«Dios mío,—dijo finalmente,—y qué buenos padres me habéis dado! qué hermosos días habíamos antes pasado, mi hermana y yo, en la casa paterna! Cuán dichoso era yo junto á mi buena y tierna madre cuando sentada junto á su velador nos llamaba á su lado y nos hablaba de vos y de vuestro amado Hijo; cuando nuestro excelente padre, después de haber consagrado el día á sus deberes, descansaba por la noche refiriéndonos historias agradables é instructivas; cuando mi hermanita y yo nos reuníamos en el precioso jardín de nuestra casa, ó nos divertíamos en cultivarlo en presencia de nuestros padres, que se creían dichosos con nuestra alegría infantil! Pero ay! hace mucho tiempo, que una malhadada guerra nos ha arrancado de nuestra querida patria, y nos ha puesto á larga distancia los unos de los otros. Tiempo hace ya que nuestra buena madre murió sumergida en la miseria, y sus benditas manos que me entregaron un día este librito, están secas ahora en el sepulcro. Una porción de años ha que no tengo noticias de mi padre; y quizás el dolor le ha conducido á una muerte prematura.

»Y mi pobre hermanita, dónde estará vagando en este instante? Es ó no es feliz? Vive todavía? Todo absolutamente lo ignoro. Apartado de aquellos que están en mi corazón, ando aislado y errante por el mundo. Sólo vos, oh Dios omnipotente! conocéis la suerte de aquellos que aun viven. Ay de mí! si á lo menos uno de ellos existe todavía, conducidlo á mis brazos. Tened piedad de mí, oh Dios de misericordia; atended á los ruegos que os dirigió mí padre el día que le ví por la postrera vez, y realizad la bendición que, lleno de confianza en vos, invocó sobre mi cabeza en el momento en que me dejó».

De esta suerte continuó Conrado rogando largo tiempo. Por último, levantándose añadió:—«No me atrevo á marchar con este libro; no sé si puedo considerarlo ahora como mío. Probablemente se lo habrá olvidado alguien en este sitio, y de seguro vendrá á buscarlo antes que llegue la noche. Mejor será que aguarde aquí; por este medio, podré tal vez adquirir conocimientos que me serán de provecho».

Ocupado en estos pensamientos, sentóse en un extremo de la capilla, y se entretuvo en hojear el libro. Pocos instantes se habrían pasado cuando entró una joven como de unos diez y seis años de edad, de aspecto fino, y porte decente y modesto. Acercándose al altar se inclinó respetuosamente, y exhalando un profundo suspiro dijo en alta voz.—«Cuánta pena me causa, Dios mío, el haberlo perdido! era lo que yo más amaba, y nada más me queda para consolarme!»

Ya estaba disponiéndose á salir de la capilla, cuando Conrado, en quien no había advertido, se le acercó impetuosamente con el devocionario entre sus manos, y le dijo:—Ha perdido usted este libro, señorita?

—Sí,—le contestó con alegría,—en la primera, hoja están escritas estas dos palabras: Conrado Erliebe.

—Parece que tiene para V. mucho valor,—dijo Conrado,—Tendría V. inconveniente en decirme el por qué? Conozco el nombre de Conrado Erliebe, y podré darle á V. noticias suyas.

—Oh! Si pudiera V. hacerlo,—contestó la joven,—me haría un grande beneficio. Me intereso en extremo por Conrado Erliebe: muchos pasajeros me han asegurado haberle visto en tal ó cual parte; pero por desgracia nunca he podido ver confirmadas sus noticias. No obstante, bueno será que le refiera á V. una parte de mi historia; tal vez por este medio comprenderá V. si es el mismo Erliebe de que hablamos.

«Mi padre estaba empleado en el otro lado del Rhin. Vino la guerra; el país quedó al dominio de los enemigos, y tuvimos que abandonar nuestra patria. Su principal, que había perdido también todo cuanto poseía, estaba muy distante de poder hacer cosa alguna en su favor. Nuestra posición se fué haciendo cada día más penosa. Figúrese V. cuánto afligió esta pérdida á mi padre! Solo con dos niños, mi hermano y yo, le había de ser muy difícil continuar su viaje en busca de un nuevo empleo. Un vecino del pueblo en que murió mi madre, de oficio calderero y que no tenía hijos, le ofreció encargarse de mi hermano hasta que fuera de edad correspondiente para que pudiese buscarse lo necesario para la vida. Mi padre y yo continuamos nuestro camino. Fuímos lejos, muy lejos; mas de repente cae mi padre enfermo, y muere á los pocos días. Tenía yo entonces únicamente seis años, y no podía conocer toda la gravedad de esta pérdida. Una buena y caritativa mujer, viuda de un honrado menestral, se compadeció de mí y quiso admitirme en su casa. Diez años hace ya que murió mi padre, y todavía nada he podido saber de mi hermano. La misma noche que murió mi padre, suplicó al mesonero que nos tenía alojados, que diese á conocer su muerte á su hijo; que le enviara su bendición, y suplicase al bondadoso calderero que se dignara ser el apoyo del pobre huérfano. Apesar de su extremada flaqueza, este buen padre quiso escribir por sí mismo el nombre de la población y el del calderero que se había encargado de su hijo. Pero por desgracia ese papel se perdió, por culpa de una imprudente criada, que no sabiendo la importancia que tenía, lo tiró al fuego como una cosa inútil. Dios mío! cuántas veces he soñado yo con mi hermano! Nos informamos inútilmente por todas partes, y nunca produjeron fruto alguno las investigaciones que practicamos. Todo lo que tengo de él, consiste en este libro que V. ve; que aunque no lo he recibido de su mano, lo conservo no obstante como un recuerdo precioso y estimable».

Conrado, arrasados en lágrimas sus ojos y manifiestamente conmovido, exclamó:—Dios mío! y cuán admirables son vuestros caminos! amable joven, no te llamas Luisa?

—Sí,—contestó la joven admirada;—me llamo Luisa Erliebe.

—Pues bien,—dijo Conrado:—mírame y déjame estrechar tu mano. Estas dos palabras fueron escritas por mí: éste es mí nombre: yo soy Conrado, tu hermano.

Luisa escuchaba fuera de sí misma. Este encuentro inesperado la conmovió fuertemente, y Conrado experimentó una sensación igual á la de su hermana. Finalmente, derramando los dos una abundancia de lágrimas de gozo, y penetrados de un sentimiento religioso, bendijeron á la Providencia que les había reunido cuando menos lo esperaban.

Cuando se hubieron sosegado un tanto los primeros transportes de alegría y estuvieron calmados sus espíritus, Conrado continuó:—Oh mi buena y tierna hermana! todavía me acuerdo de aquel instante en que nos despedimos. Una familia extraña y de posición que huía como nosotros del enemigo, invitó á mi padre que le hiciera subir en su carruaje hasta el pueblo más cercano: el cual viéndote abatida de cansancio, aceptó esta oferta generosa, y resolvió continuar andando. Me parece todavía contemplar la alegría que tuviste con la idea de subir en un lujoso coche; y cuán amargamente yo lloré, viéndote alejar de nosotros con tanta rapidez. Entonces eras muy pequeñita; y cómo has crecido después: qué dicha es la mía en haberte encontrado tan fresca y tan robusta! No te hubiera jamás reconocido, hermana mía, Bendito sea Dios, que por fin ha hecho que nos encontráramos!

«Pero, ay!—añadió:—mi corazón esta poseído de muy diversos sentimientos: la alegría de haberte encontrado, y la tristeza de conocer que mis presentimientos estaban muy fundados, cuando hace tiempo ya lloraba la muerte de mi padre; todas estas cosas me agitan y me oprimen á la vez. No podrás comprender, her mana mía, la continua aflicción que me causa el no recibir noticia alguna de mi padre. El honrado artesano á quien me había confiado, me enseñó su profesión. Pero cuántas veces tuve que comprimir en mi corazón los más penosos sentimientos oyendo cómo por todas partes ultrajaban al buen calderero por haber tenido la debilidad de recogerme! Mi padre, decían que no había deseado otra cosa más que desprenderse de mí: que me había abandonado, y jamás mi protector se vería reparado de los gastos que yo le ocasionaba.

Frecuentemente tenía que escuchar yo estas palabras; pero jamás perdí la confianza que tenía puesta en mi padre. Cómo podría haber dudado de su rectitud y de su cariño? Tú misma sabes cuán bueno era y compasivo.

—Quién puede saberlo mejor que yo?—replicó Luisa.—Jamás podré olvidar el momento de su muerte. En medio de la noche me llamó junto á su cama; y cuán penetrantes fueron sus últimas palabras!... me parece todavía escuchar de sus labios moribundos la bendición que salía para nosotros dos. Su cara expresaba la piedad y concentración del alma; parecía como que no perteneciese ya á la tierra: oh! sí! la vista de esta separación dolorosa estará siempre ante mis ojos.