Descalzos por el parque - Fernando Vidal Fernández - E-Book

Descalzos por el parque E-Book

Fernando Vidal Fernández

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Beschreibung

"Descalzos por el parque: familias, abandono y exclusión social" es un libro escrito por Fernando Vidal que explora la historia de exclusión y abandono de aquellos que viven en los parques públicos. A través de su experiencia en entrevistas sobre el ocio en estos lugares, Vidal nos lleva a una reflexión profunda sobre la marginación social, las personas desfavorecidas, las personas sin techo y las familias. Este libro es una primera aproximación al fenómeno del abandono social y cuenta con la Cátedra Amoris Laetitia en la portada. Además, forma parte de la Biblioteca Comillas de Ciencias Sociales y está disponible para su adquisición nacional e internacionalmente. Si estás interesado en conocer más sobre este tema tan importante para nuestra sociedad actual, "Descalzos por el parque" es una lectura imprescindible.

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Portadilla

DESCALZOS POR EL PARQUE

Familias, abandono y exclusión social

Colección

Portada

Fernando Vidal

DESCALZOS POR EL PARQUE

Familias, abandono y exclusión social

2023

Créditos

Servicio de Biblioteca. Universidad Pontificia Comillas de Madrid

VIDAL FERNÁNDEZ, Fernando (1967-), autor

Descalzos por el parque : familias, abandono y exclusión social / Fernando Vidal. -- Madrid : Universidad Pontificia Comillas, 2023.

356 p. -- (Biblioteca Comillas. Ciencias Sociales ; 12)

En la portada: Cátedra Amoris Laetitia.

Bibliografía.

D.L. M 7091-2023. -- ISBN 978-84-8468-970-6

1. Marginación social. 2. Personas desfavorecidas. 3. Personas sin techo. 4. Familias. I. Título

Esta editorial es miembro de la Unión de Editoriales Universitarias Españolas (UNE), lo que garantiza la difusión y comercialización de sus publicaciones a nivel nacional e internacional

© 2023 Fernando Vidal© 2023 Universidad Pontificia Comillas

Universidad Comillas, 3

28049 Madrid

Diseño de cubierta: Belén Recio Godoy

ISBN: 978-84-8468-970-6Depósito Legal: M-7091-2023

Maquetación e impresíón: Imprenta Kadmos, s.c.l.

Reservados todos los derechos. Queda totalmente prohibida la reproducción total o parcial de este libro por cualquier procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier sistema de almacenamiento o recuperación de la información, sin permiso escrito de la UNIVERSIDAD PONTIFICIA COMILLAS.

Dedicatoria

Dedicado a Victoria Lagoy su indomable pasión por hacer un mundoen que nadie viva abandonado.

Índice

Índice

Presentación

Capítulo 1 Aproximación a la teoría del abandono social

1. La gran desvinculación

2. La palanca de Arquímedes

3. La exclusión como desafiliación en Robert Castel

4. Exclusión social como abandono

5. Abandono social y apego

6. El abandono radical de Jean-Luc Nancy

7. El recorrido del abandono como categoría analítica

Referencias bibliográficas

Capítulo 2 Historias del abandono social: familias en pobreza extrema

Breve presentación de las historias

1. Alberta Aza: la ciudad duerme y yo trabajando

2. Begoña Bandeira: ser profesionales

3. Cristina Coria: echados a un lado

4. Diana Daza: en esta vida todo es reto

5. Fátima Fadou: esperando llegar

6. Graciela Gavia: hijos del coraje

7. Hugo Huarte: la bendición de una educación

8. Indri Ifal: otro mundo distinto

9. Jimena Jairo: levantarse de los escombros

10. Luis Luaces: cargar con la vida

11. Mariana Meana: solo nos queda el parque

12. Olga Osci: caer en picado

13. Patricia Pernas: todos los dedos de la mano

14. Rosa Rey: hasta el aire que respiramos

15. Sandra Silva: una herida de 27 puntos

16. Tatiana Tiara: que nuestros hijos sean mejores que nosotros

17. Yvana Yañez: hacer el hueco en la tierra

18. Zaida Zara: abandonadas

Capítulo 3 Criada o la quiebra del contrato de la meritocracia

1. Cenicienta no existió

2. Una familia de abandonos: orígenes de la pobreza

3. Reproducción del abandono

4. Es el dinero

5. Pobreza que produce soledad que produce pobreza

6. La flaqueza humana aplastada por la pobreza

7. La escalera de peldaños rotos: ayudas sociales para permanecer en la pobreza

8. Casas para la soledad

9. Vinculadores

10. Resiliencia y elevación

Referencias citadas

Capítulo 4 Impacto de la precariedad y transmisión de la ética laboral en las familias

1. Introducción y metodología

2. Impacto general de las condiciones laborales en la vida familiar

3. Vida de pareja

4. Planes para crear un hogar

5. Responsabilidades familiares y precariedad

6. Vida con los hijos

7. Transmisión de ética laboral a los hijos

8. Comportamiento de tres perfiles

Capítulo 5 Neil Simon, descalzo por el parque

1. La Gran Depresión en la pequeña casa

2. El anhelo de retorno del Niño Azul

3. Parejas problemáticas

4. La fuerza reconciliadora del humor compasivo

Referencias citadas

Presentación

Presentación

Este estudio explora la situación de las familias precarias a través de técnicas de entrevista y encuestas cuantitativas. En cuanto profundizas en las vidas de las personas y familias en situación de exclusión social extrema, topas con el fenómeno del abandono, que penetra en los vínculos más constitutivos, y se siguen las vetas de su impacto hasta lo que uno es y la confianza en la vida. La contemplación y reflexión de las historias con las que nos hemos encontrado nos han llevado a descubrir que el abandono subyace a todos los procesos de exclusión social, que pueden ser reinterpretados en profundidad como un derivado del abandono social. Necesitamos una teoría más honda de la exclusión social para poder hacernos las preguntas últimas sobre sus causas y acertar mejor con las respuestas que la superen. Quizás el abandono sea una vía reveladora. En primer lugar, hacemos una exploración de la categoría del abandono como sustrato de la exclusión social a través de la reflexión sobre el fenómeno del abandono en la sociedad actual, la reconceptualización de exclusión social y las contribuciones sobre el abandono que encontramos en John Bowlby y, con mayor amplitud, en Jean-Luc Nancy.

En el segundo capítulo abordamos dieciocho historias de familias en pobreza extrema. Ofrecemos tanto el relato de su historia en primera persona, como un posterior análisis de cada una, reflexionando sobre el fenómeno del abandono y la exclusión social desde dentro de cada experiencia. Al respecto, expresamos nuestra gratitud a las familias entrevistadas, al equipo de la ONG A+Familias y, muy especialmente, a su director Javier Días.

En el tercer capítulo analizamos otra historia familiar que ha sido presentada por Stephanie Land en forma autobiográfica en el libro Criada, sobre el cual también se realizó una serie televisiva. La experiencia de Land y su hija nos permite una capa más de reflexión con distintas derivadas en el ámbito del abandono, la exclusión, los trabajos sociales, el Estado de bienestar y el desgaste de la credibilidad del contrato de la meritocracia.

En el cuarto capítulo exponemos los datos resultantes de las encuestas que hemos realizado y que tienen por objeto conocer el impacto de la precariedad económica en las relaciones familiares y en la transmisión intergeneracional de la ética laboral. La encuesta fue realizada en el curso 2021/22 en los barrios obreros del sur de Madrid. Agradecemos mucho los servicios de la compañía demoscópica Simple Lógica para realizar el trabajo de campo de las encuestas, especialmente a Raquel García y su excelente equipo. Nos permitimos resumir en esta presentación los principales hallazgos de las encuestas realizadas.

a. ¿Son nuestros trabajos una referencia ética para nuestros hijos?

El trabajo comporta una de las mayores contribuciones que cada uno de nosotros hacemos para construir la sociedad y servir a los demás. La contemplación de los trabajos de nuestros padres nos informa de cómo es el mundo y cómo debe comportarse uno en él. La ética laboral de nuestros padres es una de las más potentes fuentes de formación. ¿Hasta qué punto es así?Dos de cada cinco trabajadores con hijos en barrios vulnerables piensan que su trabajo no es un buen ejemplo para la formación de sus hijos.Tres de cada cinco trabajadores con contratos temporales de dichos barrios sienten que sus trabajos no son un buen ejemplo para la formación de sus hijos.Más de la mitad de los mileuristas creen que sus trabajos no son un buen ejemplo para la formación de sus hijos. El 51,1 % de los que ganan entre 830 y 1100 euros piensan que sus trabajos no son buen ejemplo.Cuanto más gana y cuanto menos gana la gente, más se considera que el nivel ético en su trabajo es un mal ejemplo para sus hijos. Los extremos consideran que sus trabajos son malos ejemplos morales para sus hijos. Lo piensa así el 44,4 % de quienes ganan más de 2500 euros y el 42,4 % de los que ingresan menos de 830. En medio, los que reúnen entre 830 y 1100 euros elevan la crítica media al 27,3 % y los que cobran entre 1100 y 2500 descienden su nivel crítico hasta el 12,9 %.Mucho más de la mitad de quienes nunca o casi nunca pueden pagar imprevistos económicos tienen una visión negativa sobre el valor que su trabajo aporta a la formación de sus hijos. Entre quienes nunca o casi nunca tienen dinero para pagar gastos imprevistos el porcentaje de los que creen que su trabajo es un mal ejemplo formativo para sus hijos se eleva hasta el 67,1 %. A mayor precariedad económica del hogar, el mundo relacional del trabajo se vuelve un ejemplo más negativo para los hijos.A partir de dos años trabajando en la misma empresa, se considera más positivamente la influencia de las relaciones de trabajo en los hijos.La mitad o casi la mitad de los trabajadores con contratos temporales, jornadas parciales o en economía informal sin contrato piensan que el mundo relacional de sus empleos es un mal ejemplo para sus hijos.Más de la mitad de quienes sienten malestar con su trabajo experimentan que las relaciones interpersonales que sus hijos perciben que tienen en ese medio influyen negativamente en ellos.Existe entre un cuarto y un tercio de encuestados que hacen malas valoraciones de la ejemplaridad del trabajo para sus hijos, pero entre quienes son felices en sus trabajos también hay una mirada crítica que, aunque tengan razones para declararse contentos con sus empleos, consideran que el mundo laboral no es un ejemplo positivo para la formación en valores de los hijos. Uno de cada cuatro personas que está muy feliz con su trabajo piensa que, sin embargo, no es un buen ejemplo para la formación de sus hijos.Dos de cada cinco padres (39,4 %) cree que su horario laboral es un mal ejemplo para la formación de sus hijos.Más de la mitad de quienes están empleados en economía sumergida y dos quintos de quienes tienen contratos temporales piensan que sus trabajos carecen de suficiente utilidad social como para que sean un buen ejemplo para sus hijos. Esos porcentajes críticos son especialmente altos entre los contratados eventuales (58,3 %), los estacionales (40 %), los que cubren bajas (40 %) y quienes trabajan por obra y servicio (39,1 %). Piensan que la presunta utilidad social de su trabajo no es buen el ejemplo el 27,3 % de quienes están a jornada completa, el 39,2 % de los de jornada parcial y sube al 54,2 % entre quienes están empleados con jornadas reducidas.A más insuficiencia de dinero para los gastos, menor motivación laboral que sea un buen ejemplo para la formación de los hijos en valores en el trabajo.El 48,9 % de quienes nunca pueden pagar imprevistos carecen de ánimos que sean un buen ejemplo y lo mismo le ocurre al 48,6 % de los que casi nunca pueden.

b. La pandemia Covid-19 ha cambiado la vida al 78 % de los vecinos de barrios vulnerables

En resumen, el 70,9 % de los encuestados afirma que este tiempo de pandemia le ha hecho aprender algo esencial para la vida. El 63 % sostiene que va a confiar más en la ciencia. El 59,3 % de los padres y madres de familia dice que va a esforzarse más por transmitir más valores a sus hijos. El 80,4 % confiesa que la pandemia le ha llevado a valorar más la dimensión familiar. El 75,5 % de los encuestados admite que la pandemia le ha hecho comprender mejor la importancia de la relación con las demás personas.La encuesta muestra que el 77,9 % de los encuestados confiesa que la pandemia ha sido una experiencia que les ha cambiado la vida. El 64,1 % de las familias encuestadas sostiene que la pandemia va a cambiar algo esencial de su vida. Preguntado de otro modo, el 70,9 % de los encuestados afirma que este tiempo de pandemia le ha hecho aprender algo esencial para la vida y el 68,5 % cree que le ha hecho darse cuenta de que no puede darse nada por supuesto.Al 69,5 % la pandemia le ha hecho más consciente de la situación en que se haya el mundo. Por ejemplo, el 48,8 % quiere tener comportamientos más ecológicos (el 15,9 %, no). Tras tanta destrucción de vidas, el 70,6 % piensa que ha tomado mayor conciencia sobre la muerte y el sufrimiento.Tras la experiencia de la pandemia, el 59,3 % de los padres y madres de familia dice que va a esforzarse más por transmitir más valores a sus hijos (el 10,1 % dice que no). El 65,1 % de los padres trabajadores encuestados afirma que esta pandemia ha hecho que se valoren más unos a otros como familia y el 80,4 % confiesa que la pandemia le ha llevado a valorar más la dimensión familiar. Es un 27,1 % el que dice que va a estrechar relaciones con sus vecinos (el 21,8 % no cree que vaya a ser así) y el 22 % quiere comprometerse en alguna iniciativa social o política (el 37,5 %, en cambio, no cree que lo haga). No obstante, el 75,5 % de los encuestados admite que la pandemia le ha hecho comprender mejor la importancia de la relación con las demás personas.¿Qué aspectos concretos van a cambiar? El 27 % piensa que su desconfiará más de los países extranjeros (el 36,7 % cree que no) y el 46 % desconfiará más de las Administraciones Públicas (el 21,7 %, no). El 21,35 % reconoce que van a ser más espirituales, mientras que el 38,7 % piensa que no lo serán. Más bien al contrario, el 25,7 % afirma que será más hedonista, entendido como vivir para disfrutar. En cambio, el 63 % sostiene que va a confiar más en la ciencia (el 13,1 % no confiará más de lo que lo hace). El 19 % va a limitar el tiempo gastado en móviles, televisión y otras pantallas, pero el 46,5 % dice que no lo hará.

c. La precariedad laboral perjudica gravemente la vida de familia

La encuesta demuestra que a mayor precariedad en la seguridad laboral, mayor impacto negativo sobre la vida familiar.Un tercio de los trabajadores temporales critica que la inseguridad laboral perjudica a su vida familiar.Uno de cada cuatro trabajadores con contratos temporales o sin contrato no puede disfrutar de su familia debido a la inseguridad económica.La mitad de quienes llevan menos de seis meses trabajando en la misma empresa experimentan que la inseguridad económica les impide disfrutar de su familia.Tener contratos temporales o trabajar en la economía informal sin contrato dobla sobradamente las probabilidades de perder la confianza en el progreso de la propia familia.Cuanto más informal y temporal es el contrato laboral, más se piensa que el trabajo perjudica la vida familiar.Quienes trabajan solo en periodos en los que las plantillas habituales de las empresas se ven desbordadas, experimentan el impacto negativo de los horarios sobre sus familias.

d. La precariedad laboral es el mayor impedimento para que las parejas formen un hogar

La temporalidad laboral triplica la probabilidad de que las parejas no puedan formar un hogar.La temporalidad triplica la probabilidad de que la insuficiencia laboral impida tener hijos.La inseguridad laboral es la principal razón para no crear un hogar para todos los que tienen contratos fijos discontinuos, todos los autónomos, todos los que trabajan sin contrato y el 80 % de los temporales.La mitad de los autónomos cree que sus condiciones de trabajo obstruyen que pueda formar su propio hogar y también le sucede a quienes trabajan en la economía sumergida sin contrato.La vivienda es un factor decisivo: más de la mitad de los trabajadores temporales tiene incertidumbre de si podrá seguir pagando el alquiler o hipoteca de su vivienda.Tengamos en cuenta que uno de cada tres (32,4 %) trabajadores tiene bastante o mucha incertidumbre sobre si podrá seguir pagando el alquiler o la hipoteca de la vivienda en la que vive.

e. La precariedad laboral obstaculiza gravemente la atención familiar a personas dependientes

Dos de cada cinco trabajadores con personas dependientes deben dedicarse a ellas de modo intenso, al menos una hora diaria.Solo un tercio de los trabajos hace posible cuidar personas dependientes sin dificultades.Más de un tercio de los trabajadores con jornadas completas se dedican con intensidad a personas dependientes de ellos.A mayor antigüedad en la empresa, mayor disponibilidad hay en el trabajo para cuidar a personas dependientes.Sin embargo, dos de cada cinco trabajadores temporales dicen que su trabajo no le permite cuidar a personas dependientes.Entre los trabajadores más agobiados laboral o económicamente la ayuda a sus personas dependientes consiste sobre todo en servir realizando tareas domésticas.El 33,6 % de mujeres encuestadas tienen alguna persona dependiente totalmente a su cargo, comparado con el 10,7 % de varones: tres veces más.

f. La precariedad laboral empobrece la convivencia con la familia y los hijos

Uno de cada cuatro (21,3 %) encuestados puede cenar o comer con sus hijos solo uno o dos días a la semana o ninguno.Uno de cada cuatro trabajadores (20,7 %) dispone de solo un fin de semana o ninguno al mes para disfrutar con la familia.Uno de cada cuatro temporales tiene solo un fin de semana libre o ninguno para compartir con la familia. Respecto a los indefinidos, hay el doble de temporales que no tiene ningún fin de semana libre al mes para estar con su familia.El 29,1 % de los temporales contratados eventualmente cuando hay mucho trabajo en la empresa no tiene ningún fin de semana o uno libre para estar con su familia.Un tercio de los trabajadores verdaderamente autónomos puede comer o cenar con sus hijos solo un día, dos o ninguno a la semana.Tanto en la comensalidad como en el juego y la ayuda para tareas extraescolares, hay más mujeres que siempre están todos los días disponibles.

g. Los ingresos escasos multiplican los problemas familiares

Dos tercios de los que nunca o casi nunca pueden hacer frente a los gastos imprevistos no pueden disfrutar de su familia debido a la inseguridad económica.Carecer de dinero para pagar los gastos mensuales quintuplica la probabilidad de que haya colapsado el progreso de tu proyecto familiar.No poder hacer frente a los imprevistos económicos imprime mayor conflictividad en la parejaCuando mayor imprevisibilidad económica hay, en mayor medida se sostiene que la situación laboral perjudica la vida familiar.Los que menos ganan cuadruplican la percepción de que su nivel de ingresos perjudica a su vida familiar.Los que nunca pueden hacer frente a imprevistos económicos casi sextuplican a quienes siempre los pagan cuando les preguntamos si su nivel salarial perjudica a su vida familiar.A menos ingresos, mayor perjuicio de la inseguridad laboral sobre la vida familiar y mayor incompatibilidad del horario laboral y familiar.Casi dos tercios de los trabajadores económicamente agobiados creen que hay bastantes o muchas posibilidades de que no pueda pagar su actual vivienda.Mucho más del doble de personas en continua falta de dinero piensan que su situación laboral influye mucho en no haber tenido hijos.Tener situaciones objetivamente favorables hace más probable que uno distinga personas dependientes en su entorno a las que puede o debe ayudar, pero quienes más agobio sufren –familias económicamente estresadas, infelices en el trabajo o descontentos con sus condiciones laborales– son los que en mayor medida tienen personas que dependen de ellos alrededor.Las familias económicamente agobiadas están en trabajos que facilitan menos cuidar a personas dependientes.Los trabajadores con menor capacidad económica cuidan en más casos intensamente a personas dependientes.La conflictividad filial se intensifica con la estrechez económica y con el malestar de los padres en el trabajo.Quienes menos ingresos mensuales tienen también ven aumentar drásticamente la soledad de sus hijos

h. La infelicidad y el descontento en el trabajo es un factor de alto riesgo para las familias

La felicidad que la persona siente en el trabajo influye intensamente en el perjuicio que piensa que dicho trabajo provoca en su familia. El descontento sobre las malas condiciones laborales acentúa la conciencia sobre el daño que la situación de su trabajo impacta negativamente en su vida familiar.Ser infeliz o estar descontento en el trabajo cuadruplica la probabilidad de que te haga estar enojado o irascible en el hogar.A dos tercios de quienes son infelices en el trabajo, la inseguridad económica les impide disfrutar de sus familias.Tres quintos de los infelices en el trabajo y descontentos con sus condiciones laborales encuentran que el progreso de sus proyectos familiares está bastante o muy frenado por la situación de su carrera laboral.Para el 56,7 % de los infelices y el 50,9 % de los descontentos el tiempo de trabajo es un problema para su vida de pareja.Casi la mitad de quienes están descontentos con sus condiciones laborales casi nunca tienen ánimos para conversar con su pareja al llegar a casa.La infelicidad y el descontento en el trabajo marca definitivamente que en la pareja haya muchas más discusiones por el dinero.Casi uno de cada cuatro que es muy feliz o está muy contento en su trabajo tiene miedo de perder su vivienda por no poder pagarla.La infelicidad laboral casi cuadruplica que el trabajo influya mucho en no tener hijos.Más de una de cada cuatro personas muy felices en su trabajo o muy contentas con sus condiciones en él dice que su vida laboral le dificulta bastante o mucho la relación con los parientes de su familia extensa. Entre quienes sienten malestar en el trabajo se eleva a un tercio.Uno de cada diez trabajadores que están muy felices o muy contentos en sus trabajos reciben ayuda de parientes compartiendo vivienda con ellos.Tres de cada cinco personas infelices en su trabajo dicen que no le impide o impediría cuidar de personas dependientes.Más de un tercio de los infelices en el trabajo o descontentos con sus condiciones laborales solo tienen un fin de semana libre o ninguno al mes para compartir con sus familias.

Finalmente, en el último capítulo, el título escogido para este libro –que surgió de la experiencia repetida en las entrevistas acerca de su ocio en los parques públicos– es motivo para explorar otra historia de exclusión y abandonos, la del autor de la obra teatral en la que se inspiró la célebre película Descalzos en el parque, y que tiene ecos autobiográficos. Este libro es una primera aproximación al fenómeno del abandono social –aunque ya habíamos abordado parcialmente la cuestión en nuestro estudio «Soledad del siglo XXI» que integramos en el Informe España 2020–.

Como en los últimos años, queremos manifestar nuestro profundo agradecimiento a la Fundación Casa de la Familia que patrocina la Cátedra Amoris Laetitia, desde la cual realizamos también esta investigación. Asimismo, queremos agradecer el compromiso social de la Iglesia de Madrid con tantos millares de familias en pobreza, especialmente a través de Cáritas –de la cual fueron beneficiarios casi todas nuestras familias entrevistadas–, y queremos expresar nuestra gratitud especialmente a monseñor José Cobo, que nos animó a realizar este estudio.

Dedico este libro a Victoria «Vicky» Lago, a quien tan unido sigo desde que éramos muy jóvenes y con quien, caminando descalzos por los parques, soñé por primera vez un mundo en el que nadie viva abandonado. Tanto en su compromiso en los basurales del norte de Argentina, como con población gitana, desempleados, mayores o personas con altas discapacidades sigue siendo una pasión invencible, indomable e inspiradora.

Capítulo 1. Aproximación a la teoría del abandono social

Capítulo 1 Aproximación a la teoría del abandono social

Todo proceso de exclusión es en el fondo un fenómeno de abandono. Es una fuente que amplía y profundiza la exclusión. Nuestro mundo padece una gran crisis de abandono social por la gran desvinculación y la quiebra de la confianza en las instituciones –especialmente en las económicas, políticas y mediáticas– y dicha experiencia de abandono puede alimentar una crisis más profunda que afecte al propio sentido vital.

El abandono social desencadena una sucesión de despojamientos, irresponsabilidades y omisiones de deber que se origina en un abandono primario profundamente personal y estructural. El abandono social nos refiere a la ruptura angular que se produce al romper un vínculo que organizaba una estructura social y es sustituida por otra situación. El abandono es un fenómeno muy amplio. Podemos verlo cuando afecta a abandonos primordiales en los que los padres dejan a su suerte a su hijo. Puede que se vayan, lo dejen expuesto a las puertas de los bomberos o que el abandono consista en una desatención crónica. También hay abandono cuando alguien sufre soledad, muchas veces no encerrado en su domicilio, sino sentida mientras trabaja o estudia al lado de otros. Una gran parte de los abandonos que experimenta el ser humano pueden ser denominados exclusión social. O, por decirlo de otro modo, lo más profundo que subyace en los procesos de exclusión social es el fenómeno del abandono social. Toda exclusión social, en sus estructuras más hondas, es un abandono.

En una sociedad que ha experimentado la gran exclusión en las últimas décadas, existe una gran trama de abandonos cuya extensión alcanza ya a la mayoría de la sociedad y ha penetrado hasta la profundidad de los vínculos más esenciales del ser humano y el autoabandono. Entre las experiencias que afectan a la estructura personal o familiar más profunda y los sucesos de la estructura social existe una articulación contigua y causal recurrente. Los empobrecimientos, violencias y abandonos dan forma a la vez a los grupos, instituciones, vinculaciones e interiores individuales.

Una y otra vez las historias de vida muestran los hechos y heridas del abandono en cuanto ampliamos la mirada y observamos sistémicamente los vínculos de las personas y sus familias. La mirada desde el conjunto y profundidad de los vínculos revela la fuerza del abandono para configurar la exclusión social. El abandono social es un fenómeno penetrante y extensivo que causa la exclusión social, y superar dicha exclusión requiere un proceso de recuperación, revinculación y refundamentación del núcleo existencial de los sujetos individuales y colectivos.

1. La gran desvinculación

A comienzos de la década de 1970 las inversiones financieras occidentales habían encontrado límites para seguir aumentando sus márgenes de beneficios, razón por la cual se había sobreinvertido en economías nacionales de alto riesgo, en lo que se conoció como la Edad de Oro del capitalismo. Esa penetración masiva de capitales se hizo en un contexto de Guerra Fría agudizado por la Guerra de Vietnam (1953-1975).

El capitalismo occidental inyectó financiación en todo el hemisferio sur del planeta para impulsar su industrialización, posibilitada por la creciente disposición de petróleo abundante y barato. Esa occidentalización financiera del Sur del mundo en disputa con el comunismo proyectado por China y la URSS, conllevó una radicalización geoestratégica en la que cumplieron un papel detonante Vietnam y Medio Oriente.

La Guerra de Corea (1950-1953) puso de relieve la resistencia occidental a que el maoísmo, que tomó el control de China en 1949, absorbiera el Pacífico asiático, desde Corea a Indonesia, incluyendo las Filipinas. La Guerra de Vietnam entró en una fase agónica en 1969 con el cambio de estrategia ante un conflicto que no era posible ganar siguiendo medios convencionales. La Operación Menú de marzo de 1968 inició un bombardeo masivo y secreto de Camboya y Laos –que pasó a ser el país más bombardeado de la historia con 2,5 millones de proyectiles– para colapsar las vías de suministros a Vietnam del Norte, así como la amenaza nuclear. Eso conduciría a la maoización de la región y el ascenso de los Jemeres Rojos en Camboya y el Pathet Lao en Laos, hasta el establecimiento de sendas dictaduras comunistas en 1975.

El ascenso de la industrialización de los países del sur generó un aumento de la competencia con las economías occidentales, especialmente en industrias pesadas como el acero, lo cual redujo el crecimiento interno de las economías, aunque los capitales internacionales continuaban multiplicando sus plusvalías por el dinero y petróleo baratos. La balanza comercial estadounidense entró en déficit en la primavera de 1971, lo cual llevó al aumento de desempleo e inflación. Con el fin de aumentar las exportaciones estadounidenses y liberar las restricciones de sus capitales, la Administración Nixon rompe unilateralmente los Acuerdos de Breton Wood liberando al dólar de la correspondencia con el patrón oro y convirtiéndolo en una moneda cuyo valor dependía del poder estadounidense. La devaluación del dólar y la elevación de aranceles estadounidenses condujo a extremar la dependencia del capital norteamericano, lo cual condujo al colapso del sistema.

La total dependencia del crudo de Oriente Medio fue el talón de Aquiles que condujo al caos económico. El socialismo panarabista fraguó en Egipto el nasserismo –que impulsó el baazismo iraquí que toma el poder el 1968 y el régimen de Muamar el Gadafi en 1969–, el Movimiento Correctivo yemení –que convirtió Yemen del Sur en una dictadura leninista en 1970– y estableció el socialismo argelino. Argelia nacionalizó sus hidrocarburos en febrero de 1971, impulsando una nueva geopolítica energética con Occidente. La Guerra Fría jugó su siguiente tablero de ajedrez en la Guerra de Yom Kipur de octubre de 1973 usando para su lucha al mundo árabe e Israel. Eso condujo al embargo de crudo y como una cadena de piezas de dominó el sistema económico se desplomó.

El aumento de costes de producción hizo que el capital occidental se retirara de los países del sur y eso produjo a una privación relativa a las expectativas de progreso que se habían formado. Hundió la movilidad ascendente de las nuevas clases medias en los países en desarrollo y condujo a radicalizaciones masivas. Las economías occidentales entraron en recesión, hubo una masiva desindustrialización y niveles de desempleo que empujaron a la caída del sistema político clásico de socialdemócratas y conservadores. Acabó la Edad de Oro del capitalismo, la expansión del Estado socialdemócrata de bienestar y se inició una sacrificada reconversión del tejido productivo occidental. La violencia se multiplicó por el planeta a través del terrorismo comunista[1] y de cadenas de golpes de Estado como el golpe de Estado de Marcos en Filipinas en 1972 o la Operación Cóndor que planeó con la ayuda estadounidense gobiernos dictatoriales en todo el Cono Sur de América.

La década de 1970 supuso un colapso en diferentes órdenes no solamente económico y político, sino urbanístico, cultural y religioso. Las grandes ciudades entraron en una grave crisis de vivienda, reducción de los servicios públicos y aumento de la inseguridad, asoladas por la epidemia de heroína que se desató desde 1970 hasta mediados de la década de 1980.

La nueva fase del capitalismo tuvo tres pilares. Por un lado, una masiva liberalización de los mercados. Eso llevó a la privatización de buena parte del sistema público, desreguló los mercados de capital relanzando la economía especulativa y facilitó la reingeniería que desmembró las corporaciones en redes de proveedores respecto a los cuales no se asumían responsabilidades, a la vez que se asumían menores costes laborales de los trabajadores. En resumen, supuso una gran operación de desvinculación.

Se estableció que la principal misión de las corporaciones empresariales era aumentar los beneficios de sus accionistas –de modo más suave, añadir valor al accionista–, lo cual introdujo una mercantilización de todas las operaciones, esto es, la maximización de los beneficios del capital como criterio conformador de toda la actividad corporativa en todos los órdenes y asuntos. La misión fundamental de una empresa es proporcionar un bien o servicio a la sociedad, y para eso la sociedad le concede personalidad social y jurídica, pero las organizaciones económicas se desvincularon de esa misión y de la sociedad a la que tenían que servir. Las elites de capital que se hacían con los servicios o agencias públicas se desvinculaban de las garantías que antes obligaban a los anteriores titulares. Ese principio de maximización prioritaria de beneficios accionariales en todos los ámbitos privados y de agencias estatales fue de implementación forzada en todos los países a través de las políticas coercitivas aplicadas por los préstamos del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.

El compromiso entre corporaciones económicas y trabajadores se debilitó para obtener mayores explotaciones de su labor y minimizaciones de sus costes. Las reconversiones corporativas por la crisis y la emergencia de nuevas empresas permitieron nuevos marcos laborales en los cuales el principio regulador era la flexibilidad. Dicha flexibilidad superaba el excesivo reglamentismo y rigideces de las grandes corporaciones agigantadas tras la II Guerra Mundial, pero también quebraba el contrato social que se estableció tras la Gran Depresión, las declaraciones de Derechos Humanos y el gran acuerdo socialdemócrata de clases medias en plena Guerra Fría entre el comunismo y las democracias liberales.

La debilitación de la arquitectura tripartita de negociaciones entre sindicatos, patronales y Administraciones está en el centro de los cambios. Pero todavía más transformador va a ser el establecimiento de relaciones sin responsabilidades sociales con proveedores de suministros en países en vías de desarrollo. Dichos países carecían de la institucionalidad y fortaleza internacional para defender una legislación laboral y mercantil que obligara a las mínimas responsabilidades sociales. Además, se generó un hipermercado de capitales que es quien regula toda la vida económica y donde se toman las decisiones últimas respecto a todo el tejido productivo. Refugiado en paraísos fiscales, en países sin suficiente regulación o, ya en el siglo XXI, en el criptomercado del Internet profundo, las agencias capitalistas existen sin obligaciones de rendimiento social y político a la sociedad.

La globalización es el segundo pilar de esta nueva fase del capitalismo hiperliberal y logra establecer grandes áreas en las que es posible expandir casi ilimitadamente los grados de explotación. Además, la desnacionalización de los mercados de capital permite que se minimice el rendimiento fiscal y siquiera de cuentas por el impacto económico, social o medioambiental.

El tercer pilar de la economía es la digitalización, lo cual condujo al modo informacional de desarrollo, en el que la productividad depende de la mejora de la captación, tratamiento y aplicación de información. Surgen nuevas corporaciones ya sobre un marco muy diferente de obligaciones laborales y lo hacen en un nuevo entorno globalizado y una realidad virtualizada –fácilmente desconectada de la realidad y presencialidad– que permite aumentar cualitativamente la desvinculación.

Todo el complejo proceso consiste en último término en un abandono. Las corporaciones económicas abandonaron a sus trabajadores, a las sociedades en las que estaban implantadas y a los proveedores que forman parte de sus cadenas de suministros, con un afán de maximización desorbitada de los beneficios para sus financiadores. El abandono provocó una desvinculación operativa en todas las dimensiones. Se rompió el mayor pacto, que es que hay personas que integran su vida en una empresa y se comprometen a una ética laboral y profesional. De esta manera, como muy bien indicó Richard Sennet en La corrosión del carácter de 1998, se quiebra la ética laboral, se deshace la moral profesional y las personas y sus familias se desintegran de las corporaciones económicas y la sociedad en su conjunto porque el mayor integrador de la gente en la sociedad es el trabajo.

De este modo el hipercapitalismo o neoliberalismo surgido al final de la década de 1970 desataba una marea mundial de desvinculación que afectaba al corazón que estructura e integra las sociedades: la disolución del trabajo. El nuevo paradigma laboral no prioriza el desempeño profesional, sino que inocula dentro de los sujetos el mismo principio mercantilizador que informa a las empresas: la maximización de sus plusvalías en lucha con la voluntad corporativa de maximizar su explotación. El pacto integrador de las corporaciones socialdemócratas es sustituido por un marco en el que la obligación del capital es maximizar sus beneficios a través de todos los medios de explotación positiva –haciendo producir más y mejor– o negativa –reduciendo costes y riesgos no financieros–. En términos liberales, se entiende que el trabajador debe impulsar ese aumento de beneficios accionariales, porque eso revertirá en incentivos suplementarios a su salario o simplemente en el mantenimiento de su puesto de trabajo. Pero junto con la desconexión del contrato socialdemócrata que responsabilizaba a la empresa del progreso y riesgos de los trabajadores y proveedores, el hiperliberalismo descompone internamente la moral interna de la corporación, del trabajador y de la relación entre ambos.

Junto con la minimización de costes de trabajadores y proveedores, se busca la maximización de la explotación de los consumidores de bienes, servicios y capitales. Pese a los esfuerzos por sobreactuar las identidades corporativas y la bondad de las marcas –la marca o logo de los productos y empresas son presentados incluso como expresión del amor de la empresa por sus consumidores–, la población sufre un profundo desengaño frente al cual apenas tiene capacidad de crear alternativas. La economía social basada en cooperativas, Comercio Justo, sellos de calidad laboral o empresas no lucrativas solo logra clientelas muy minoritarias.

Tras la caída del Muro de Berlín y el desmantelamiento del sovietismo, el capitalismo no solamente se liberó de un competidor simbólico, sino que adquirió nuevas bases hiperliberalizadas desde donde operar. Sin embargo, ha sido la reconversión de la dictadura maoísta al modelo del capitalismo de Estado lo que marcó la gran diferencia tras la nueva política liderada por el tándem Thatcher-Reagan y las instituciones financieras internacionales. Las elites del Partido Comunista China lideradas por Deng Xiaoping iniciaron en 1978 la doctrina del socialismo con características chinas que realizó una peculiar hiperliberalización del mayor Estado del planeta. Se permitió la inversión extranjera, se privatizan sectores económicos, se descolectivizó la agricultura, se permitió la fundación de empresas privadas y, sobre todo, se estableció un férreo control sobre la propiedad de toda esa masa de capital, con una participación estratégica de las elites comunistas. De ese modo, los dictadores se hicieron con la propiedad del capital o, a la inversa, los principales propietarios del capital son los controladores titulares del Estado. Nunca como antes fue tan masivamente cierto el diagnóstico marxista: el consejo de administración del capital son el verdadero consejo de ministros del estado. China logró un crecimiento sin precedentes cercano al 10 % anual.

En consecuencia, el comienzo del siglo XXI acredita que el mundo se ha convertido en un único sistema económico, mayoritariamente dominado por el hiperliberalismo y contra el que la sociedad está desarticulada. La nueva política económica de reingeniería basada en la desvinculación interna de las organizaciones empresariales dio lugar al desmembramiento de las corporaciones en cadenas de proveedores, la externalización de riesgos y responsabilidades, y a un nuevo marco laboral en el que se asumían menores costes de los trabajadores.

Junto con un nuevo modo de desarrollo informacional global, se ha implementado un hipercapitalismo que ha precarizado las relaciones contractuales en todo el sistema productivo y laboral. Eso ha provocado desenganche y desconfianza. La desconfianza se suma a una radical resignación a la desigualdad que resultan de estratificaciones sociales tan verticalizadas como las que caracterizan un mundo en el que cada vez los ricos lo son más, mientras crecientes capas de la población se encuentran con un menguante poder en el ámbito económico.

Esa desconfianza ha arraigado en las nuevas generaciones de trabajadores y se ha manifestado en una desimplicación de las corporaciones de las que forman parte. Llevamos ya décadas asistiendo a un problema de compromiso dentro de las corporaciones. Las empresas no logran que sus asalariados trabajen desde la perspectiva de la implicación en el proyecto de la empresa, la entrega que permite ir más allá de lo reglado y la adhesión interior a la identidad corporativa. El fenómeno de la gran renuncia es uno de los efectos: tras la pandemia se ha detectado un sangrado de abandonos voluntarios de las empresas por parte de trabajadores, especialmente de las generaciones más jóvenes. Junto con esta gran renuncia también nos encontramos la dimisión interior: empleados que continúan en sus puestos de trabajos, pero sin motivación suficiente como para satisfacer las expectativas y desarrollar sus potenciales, sino que se limitan a cumplir con lo reglado o incluso intentan trabajar lo menos posible sin ser detectados.

Lo que está en juego es la capacidad de sostenibilidad de un sistema tan complejo como el que ha creado esta última época de Modernidad. Émile Durkheim identificaba la solidaridad orgánica de la división del trabajo como la clave de sostenibilidad de la sociedad moderna. En la solidaridad mecánica uno se solidariza con una comunidad de personas con la que vive y trabaja, pero en sociedades tan multitudinarias y globales, uno hace su trabajo con la expectativa de que alguien anónimo haga su parte también e intercambie con lo que uno produce para que la economía sea sostenible. El sistema funciona si uno tiene confianza en que una parte razonablemente mayoritaria de la sociedad va a hacer el trabajo e intercambios que le corresponde.

La legitimidad a esos grandes sistemas anónimos es que la dinámica de contribuciones y retribuciones tenga una razonable simetría y justicia. El sistema está en riesgo por dos principales motivos. Primero, porque la resignación a la desigualdad muestra que se asume que se ha roto el contrato de meritocracia, lo cual afecta a la legitimidad. La aspiración a un sistema justo es capaz de tolerar un grado alto de contradicción, pero el hipercapitalismo ha puesto ante situaciones insostenibles e insoportables de sobreexplotación y destrucción que extienden la desconfianza a todo el entramado económico.

La nueva economía de las empresas digitales y la mal llamada economía colaborativa crearon altas expectativas que han sido radicalmente desengañadas por la irresponsabilidad fiscal y la elevación todavía mayor de los grados de explotación. El entusiasmo de las redes sociales mediáticas –Facebook, Twitter, Instagram, etc.– se ha visto también frustrado no solamente porque finalmente es un negocio neoliberal y no un espacio de sociedad civil como se aspiraba, sino por su participación en las conspiraciones políticas y abusos sobre la ciudadanía global.

Segundo, porque aunque el sistema sea una gran aglomeración de desconocidos, extraños o personas anónimas, en su interior se establecen comunidades corporativas, laborales o profesionales que son cruciales para la humanización, y la gran desvinculación las ha fragilizado hasta el punto de que los empleados renuncian voluntariamente a sus posiciones en las instituciones. La conexión entre personas e instituciones también ha sufrido un severo desgaste.

El individualismo y el egoísmo utilitarista hacen invisible e insostenible la sociedad, y este es el modelo que ha ido penetrando en la ética laboral de cada trabajador, cada empresa y se ha inoculado en el conjunto del sistema. Al conformar de ese modo la vida de trabajo, eso ha acabado contaminando el sistema educativo y se ha inyectado en todo el tejido relacional de las personas. La disolución de los sujetos sociales no ha llevado a mayor libertad individual, sino a un aumento del individualismo. Los fenómenos de autodeterminación y autonomía asocial, el fuerte narcisismo y victimismo, la fragilidad ante los trabajos y desafíos, y la decreciente disponibilidad de los empleados para entregarse a los proyectos corporativos, derivan de esa gran desvinculación que comenzó en el nuevo modelo de producción, consumo y trabajo hipercapitalista.

Todo esto ha fraguado en un fenómeno emergente: el abandono social. La persona se siente abandonada. El consumidor no importa a las empresas, que ya no trabajan por servir y hacer bien lo que hacen, sino que priorizan la maximización de sus beneficios para sus accionistas. Las propias empresas han definido su principal y casi único fin en incrementar el valor para el accionista: es decir, se ha desplazado la misión del servicio a la sociedad, a la hiperextracción de capitales a través de todas las vías. Si eso se da en ámbitos industriales en los que existen tradiciones, artesanías y profesiones asentadas, se multiplica infinitamente en el sector financiero, es decir, el sistema de producción y comercialización de capitales.

El humano común se siente abandonado por el entramado de instituciones económicas y por ello se tiende al comercio local y personalizado, y por eso las corporaciones buscan la conexión a través de marcas emocionalmente sobrecargadas, estrategias comerciales identitarias –se compra porque se siente uno perteneciente a esa marca y desea seguir integrado en ella– y políticas identitarias que rebosan sobreactuación.

La gran desvinculación que ha surgido del hipercapitalismo y se ha ido extendiendo a través del trabajo, el consumo y la evasión fiscal a todo el sistema social, incluidas las familias, ha provocado que el abandono social sea un fenómeno profundo y global. La desvinculación extrema la polarización social, crea sentimientos de abandono para privilegiar a otros, desconecta de los territorios, y, sobre todo, empeora la exclusión social.

2. La palanca de Arquímedes

Si la respuesta que se suele dar desde los trabajos sociales no es adecuada, es porque no hemos iluminado suficientemente qué es lo que ocurre y lo que debe pasar. Generalmente, no somos capaces de transformar la realidad porque la visión que tenemos de la misma es insuficiente. Vivimos en tiempos progresivamente reflexivos que nos indican que cualquier empresa que pretenda afrontar un desafío de gran envergadura necesita revisar y asentar los términos sobre los que se asienta. Nuestros errores principales proceden del ser que suponemos de las cosas porque de ello depende la teoría del cambio posible. Y no se trata de sumar una masa de datos ni sucesos, sino de discernir con lucidez dónde se haya la llave que abre o cierra la principal cerradura del problema.

Todo sistema de intervención para ayudar a que la persona se levante del peso que injustamente se le ha hecho cargar, tiene una jerarquía interna. La estructura del método no es una red de aspectos con el mismo impacto y sin orden, sino que unos dependen de otros, son más penetrantes, tienen mayor valor de recuperación del conjunto. En realidad, no tenemos decenas de soluciones, sino que casi siempre hay una solución clave que mueve todas las demás sustancialmente como si fuese un sistema de poleas. La clave es cómo hallar esa palanca que mueve la recuperación del conjunto del sujeto. Es el popular principio de la palanca que señaló Arquímedes.

Se cuenta[2] que Arquímedes permanecía tan enfrascado en sus investigaciones sobre matemáticas cuando vivía en su ciudad natal de Siracusa, que apenas se cuidaba a sí mismo, olvidándose incluso de alimentarse. Siendo incapaces sus amigos de hacer que se preocupara por su nutrición e higiene, el rey Herión –pariente y amigo del matemático– intervino para encargarle desafíos prácticos que le reconectaran con la vida práctica (también para dotar a la ciudad de maquinaria defensiva). Uno de ellos fue el problema que los astilleros sicilianos tenían para botar un buque que el rey de Siracusa quería regalar al rey Ptolomeo de Egipto. Los constructores fabricaron una nave con tanta prestancia que el peso superó las cuatro mil toneladas, no era posible moverla bien y encalló. Cuando el rey planteó a Arquímedes el reto, fue cuando pronuncio su legendaria ley de la palanca: Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo[3]. Cuenta la tradición[4] que Arquímedes inventó una polea compuesta –llamada polipasto– con el que desde una torre logró levantar todo aquel peso con una sola mano y botar tan considerable barco, que finalmente pudo alcanzar las costas del país del Nilo.

No se trata de bombardear el daño del sujeto con todo el catálogo de técnicas y oportunidades al alcance, sino que hay que hallar cuál es la piedra angular que ha sido dañada en el edificio.

La historia de la palanca de Arquímedes guarda otro detalle que puede ayudarnos a figurarnos el camino que debemos seguir. En 1906 el clasicista danés Johan Ludvig Heiberg descubrió en la biblioteca de la Iglesia del Santo Sepulcro en Constantinopla un palimpsesto que había sido reescrito con plegarias. Tras ese disfraz, que le permitió cruzar siglos escondido, se encontraba una transcripción que hicieron en el siglo X de obras de Arquímedes, entre las cuales están las bases del principio de la palanca. Esas obras ha sido posible leerlas gracias a rayos X, infrarrojos y luz ultravioleta.

Valga esta imagen como metáfora de la necesaria búsqueda del principio clave de la recuperación de las víctimas de la exclusión y el abandono social. Como en un palimpsesto, necesitamos una visión más profunda detrás de tanto escrito, encontrar la palanca detrás de tanto análisis, porque hay algo que se nos escapa.

3. La exclusión como desafiliación en Robert Castel

Conceptualmente, la exclusión social es una categoría que intenta figurar e integrar los diferentes procesos de la injusticia que históricamente habían sido analizados en términos de explotación, dominación, alienación, pobreza o marginación. La persona, la familia y grandes poblaciones eran expulsados de las clases integradas, de la protección y servicios del Estado de bienestar, del contrato social y, en términos prácticos, de la ciudadanía. Especialmente era capaz de explicar mejor la situación de muchos jóvenes en los que los problemas parecen superar esquemas económicos, políticos o culturales, ya que intervienen intensamente factores psicosociales y los componentes de pertenencia y vinculación guardan gran importancia. La idea de exclusión parecía expresar bien la inaccesibilidad a la sociedad de las nuevas generaciones a las que les tocaba iniciar su propio proyecto de vida.

La década de 1980 fue más consciente de la complejidad del sistema social y se había experimentado que no se pueden reducir unos a otros los múltiples factores que intervienen en los procesos de injusticia. Los movimientos sociales desarrollaron durante dos décadas causas que escapaban a ser interpretadas solo en clave de pobreza económica o explotación, aunque esas carencias y sustracciones aparecieran asociadas con mucha frecuencia. Lejos de ir de un reduccionismo económico a otro de carácter cultural, la idea de exclusión social buscó integrar y radicalizar en el sentido de buscar una raíz común más explicativa del conjunto de los procesos de injusticia.

Desde el punto de vista de los efectos, la exclusión social hacía referencia a todas las situaciones en las que los perfiles sociales –edad, sexo, clase social, nacionalidad, creencias, etc.–, las personas o sus comunidades son apartadas de los bienes, derechos y lugares que tiene la sociedad. Según Robert Castel, la exclusión social es principalmente desafiliación, es decir, una interrupción de las pertenencias a la sociedad a las que el sujeto tiene derecho y a las que pertenecería si no se prescindiera de él o se le descartara. El sujeto es descartado y se rompe el lazo o derecho de pertenencia, que incluye participar en los bienes comunes.

La idea de desafiliación se forma a partir de la idea de filiación, una proyección de la relación parental familiar propia de padres e hijos. Afiliarse es hacerse hijo en sentido figurado de unos padres comunes y expresa la pertenencia a una casa común, a un legado, tradición, patrimonio o propósito común. La derivada es que la relación entre todos los afiliados a idéntico bien es de fraternidad. Afiliarse y confraternizar son fenómenos que se implican mutuamente. En la concepción de Castel existe una filiación que se establece por el propio nacimiento o inclusión en una comunidad o patrimonio común. Esa relación original con la sociedad general se rompe o ha sido cortada en un momento anterior del linaje intergeneracional en el que se nace. En Castel existe una filiación o casa común previa a la que se pertenecía o debía pertenecer por derecho, de la que uno ha sido apartado o que no puede ejercer, como es el caso de la juventud excluida.

Castel integra la categoría de marginación que había ido extendiéndose desde las nuevas luchas postmodernistas por los Derechos Civiles y la atención a los pobres. Tras la integración masiva de los obreros y asalariados de rangos bajos en los estándares de clase media y su protección bajo la seguridad y servicios del Estado de bienestar, existía un resto social que por diversos motivos quedaba fuera de esa gran sociedad. Castel destacó el poder de la idea de desafiliación en relación a la categoría de afiliación a la Seguridad Social, la adscripción al sistema de seguridad y servicios de aquellos Estados de bienestar en los que uno tiene derecho de ciudadanía o tiene concedido asilo.

El nuevo contrato social de postguerra intentó superar las luchas y divisiones de clase a través de una nueva fase de solidaridad nacional e internacional. La segunda se encauzó a través de todo el sistema de gobernanza mundial e internacional que, tras las inconmensurables catástrofes alrededor de la II Guerra Mundial, se impulsó para superar el tipo de Modernidad que había conducido a esa sima moral. La solidaridad nacional se estructuró alrededor de la ciudadanía nacional –a la que se accede legalmente a través del nacimiento, la adopción o los procesos regulados de nacionalización– y el patrimonio común. El nuevo contrato de clases medias o Estado de bienestar logró crear la imagen de sociedades en equilibrio que captaban recursos y los distribuían equitativamente entre toda su población, además de cumplir con la solidaridad internacional. Legalmente la afiliación era el derecho a los beneficios de ese patrimonio nacional y la solidaridad de los conciudadanos. Patrimonio tiene también una etimología referida al mundo de los padres, al que uno se afilia: tiene derecho a los bienes y cuidados de los padres y hermanos, de la familia. El Estado es visto como una casa común a la que uno pertenece por derecho de ciudadanía o derecho humanitario.

La desafiliación es ser expulsado de esa casa común, no tener reconocidos los derechos al patrimonio o asistencia de una nación. El término exclusión social emerge en el debate francés sobre la Renta Mínima y el proceso de institucionalización de los derechos sociales en la Unión Europea. La gran pregunta es quién tiene acceso a esos derechos de la casa común europea y dicha legitimidad a qué servicios y protecciones obliga.

Esta cuestión de la afiliación afecta especialmente a los jóvenes pues es el tiempo en que deben convertirse en contribuidores fiscales a la caja común y eso les hace dejar de ser beneficiarios dependientes de un afiliado parental y emanciparse. Sin embargo, las últimas décadas han hecho que los jóvenes sean especialmente vulnerables a la exclusión laboral. Por un lado, altas tasas de desempleo; por otro lado, una progresiva precarización de sus posiciones laborales y, finalmente, un alto coste de emancipación, debido principalmente a la inaccesibilidad de la vivienda.

La dura crisis urbana de la década de 1970 hizo crecer las capas de sufrimiento social y abrió canales en la sociedad por los que se caía en esas situaciones desde posiciones incluso privilegiadas. El desplome de la economía industrial elevó las tasas de desempleo y los posteriores procesos de reconversión económica hizo improbable la empleabilidad de los trabajadores de edad más avanzada. La epidemia de heroína y las consiguientes olas de toxicomanías provocaron procesos radicales de desafiliación social que no se restringían a las clases sociales más bajas, sino que llegaba a afectar incluso a las más acomodadas. La miseria y la inseguridad aumentaron las tasas de criminalidad y deterioraron la vida tanto en las periferias como en los centros de las ciudades.

Las emigraciones masivas desde el hábitat rural producidas por la industrialización y concentración urbanas habían creado un gran sector poco arraigado en esas sociedades locales, muy dependiente de sus salarios –sin suficiente patrimonio intergeneracional acumulado–, en ciclos vitales jóvenes (con hijos en edades tempranas con necesidades educativas, sanitarias y de ocio) y con un estatuto de ciudadanía cuestionado por la población que llevaba más tiempo asentada.

Los jóvenes que protagonizaron la vanguardia transformadora en la década de 1960 fueron los más dañados por la crisis de la siguiente década, afectándoles prioritariamente las epidemias de drogas, la depresión nihilista de la cultura y el deterioro de la convivencia urbana. Marginación y juventud eran dos términos que se combinaron con mucha frecuencia. Los problemas juveniles para incorporarse a la vida económica autónoma ocuparon la primera escena de la exclusión social en las siguientes décadas. El problema principal consistía en cómo afiliarse a tiempo y con capacidades a la sociedad. La exclusión provenía del estado de desafiliación e incitaba a afiliaciones perniciosas que empeoraban la situación.

Las ciudades y Estados de bienestar sufrieron una crisis económica que impedía la expansión del gasto, pero también se encontraban en un cambio de modelo que les derivaba hacia una contracción de los servicios públicos. Grandes espacios de las ciudades sufrieron agudos deterioros y también el ámbito rural –tanto interior como costero– padeció una desatención radical. Se podía entender que esos territorios eran desafiliados colectivamente.

Era evidente la correlación con la pobreza tanto en sus efectos como en sus causas, pero el fenómeno era más complicado. Se produjo una depresión social. Sucede cuando arraigan la creencia y sentimiento de que las personas, colectivos o la sociedad no pueden superar sus penurias ni esperan que haya mejoras, sino, por el contrario, se prevén empeoramientos. Eso provoca no solamente una desafiliación respecto a derechos y servicios de bienestar, sino una desafiliación respecto a la cultura y a los soportes esenciales que unen a la sociedad, la confianza social y los marcos de sentido. La cultura de la década de 1970 cayó en intensos procesos de nihilismo y autodestrucción que afectaron especialmente a las generaciones jóvenes.

Aunque la crisis económica, laboral y patrimonial colectiva fueron las espoletas que hicieron explotar la situación, también contribuyó el estado cultural de la sociedad postmoderna, la moral colectiva y el tipo de relaciones sociales y societales. Lo societal hace referencia al conjunto de la sociedad. Las relaciones societales son la conexión que uno mantiene con toda la sociedad y las personas pertenecientes a ellas, especialmente con aquellos desconocidos con los que uno no tiene lazos familiares, vecinales, amicales, laborales o de proximidad.

En un intento de integrar todos los factores, se conceptualizaron categorías como capital social (el conjunto de relaciones, pertenencias y confianzas que sostienen el desarrollo o movilidad sociales) y capital cultural (el conjunto de contenidos de sentido y modos de reflexión y expresión que sostienen el desarrollo o movilidad sociales). La investigación detalló los numerosos factores implicados en las diferentes dimensiones sociales y se especificaron subtipos de capitales como el capital relacional, capital asociativo (aquellas pertenencias a cuerpos de la sociedad civil que sostienen desarrollo y movilidad), capital familiar, capital simbólico, capital moral (el conjunto de valores que sostienen el desarrollo o movilidad), etc.

El resultado de todos los procesos destructivos era una masa enmarañada de factores que incluso conducían a la autodestrucción de los entornos, de las familias por la violencia o del propio cuerpo por las toxicomanías, la prostitución, etc. Las personas y familias que sufrían esos deterioros extremos no se recuperaban simplemente por la reafiliación al mercado de trabajo o prestaciones públicas, sino que el problema era un patrón de múltiples variables psicológicas, formativas, familiares, sanitarias, políticas, culturales, etc.

La historia del concepto y la evolución de la sociedad han mostrado la utilidad de la exclusión de desafiliación para indicar la insuficiencia de los Estados de bienestar, la legitimidad de los derechos violados y el camino de superación de esas injusticias: la reafiliación a la ciudadanía y solidaridad nacional a través de la expansión del poder reintegrador del Estado de bienestar; una ciudadanía de personas solidarias (subyace una idea mutualista del Estado en la que se contribuye para sostener a todos, incluido uno mismo), libres e iguales.

Para Castel, la exclusión es la desafiliación social, pero se ha continuado profundizando en el fenómeno siguiendo varias líneas. Primero, una desnacionalización del concepto. La gran ola de globalización emprendida en la década de 1980 nos hizo más conscientes de que la unidad de análisis no puede reducirse ni ser principalmente la nación, sino que se necesita una herramienta conceptual capaz de funcionar en las distintas escalas territoriales, pero que fuera universal. Segundo, es preciso que el concepto apunte a la raíz del problema y ayude a discernir el acontecimiento más radical del fenómeno que lleva a la exclusión social. Tercero, se necesita una conceptualización que pueda dar cuenta de los extremos de la exclusión, como son aquellos que causan la muerte en sus distintas formas, y también aquellos hechos cotidianos livianos que van fermentando venialmente la exclusión sin apenas advertirlo. Cuarto, es necesario arraigar la idea de exclusión en lo que sea capaz de dar cuenta a la vez de lo individual y lo colectivo, y, quinto, de hallar el mínimo común de las distintas dimensiones de la vida social, en los planos económico, formativo, familiar, cultural, político, espacial y temporal, etc. Sexto, es apropiado referir el concepto a una teoría de las necesidades del ser humano. ¿Qué concepto de exclusión podemos hacer evolucionar?

4. Exclusión social como abandono

La exclusión social es la violación institucionalizada de la alteridad. Allí donde la singularidad del otro se hace desaparecer o la persona está siendo dominada, explotada o alienada, existe un acto de exclusión social.

La expresión violación revela un forzamiento contra el otro, torcer o romper algo previo o que debe ser. Ese previo, propio de lo justo, puede ser la dignidad humana, los derechos humanos, la ciudadanía mundial, la humanidad entendida como el imperativo ético o la regla de oro –amar al prójimo–, etc. El primer término de la definición es verbal y cainita: viola, fuerza, rompe, tuerce, deteriora, suprime, desaparece, sustrae, oprime, aplasta, destruye… También en sus formas aparentemente menos graves de olvido, descuido, desentendimiento, desatención, desprevención, imprudencia, no reconocimiento, ignorancia u omisión.

La exclusión inicia procesos tan dañinos que no hay neutralidad y la omisión no borra la violencia, aunque sea menor, del fenómeno. Hay una violencia fría, suave, fácil, admisible, pero que ejerce presión y reprime, no solamente a la víctima, sino también al victimario. Aunque aparentemente uno pueda ejercer la exclusión sin apenas darse cuenta, en realidad son actos que son resultado de una progresiva desconexión o de un largo proceso de aprendizaje que generalmente comenzó en nuestra infancia ante la mirada que nos formaron sobre determinado tipo de personas. Lo común es que la exclusión no sea un acto instantáneo que descarga violencia, sino una violación diferida a lo largo del tiempo cuya fuerza puede ser aún mayor ya que tiene la profundidad de las actitudes, convicciones y sentimientos. La desafiliación no es una operación técnica neutral, sino que tiene ese carácter cainita, es una injusticia con víctimas reales de carne y hueso. Provoca heridas hondas que quizás solo muchos años después emerjan a la conciencia, pero operan continuamente y pueden explicar actitudes y comportamientos que de otro modo nos resultan desconcertantes o podemos atribuir equivocadamente a resistencias a la recuperación de su vida.