La casa del miedo - Fernando Vidal Fernández - E-Book

La casa del miedo E-Book

Fernando Vidal Fernández

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Beschreibung

Este libro trae a nuestras manos historias de naufragios personales que raramente salen a la luz, relatos de violencia y sufrimiento que padecen, a diario, las mujeres prostituidas. En él se hace un recorrido analítico de las principales problemáticas transversales asociadas, a través de los casos reales de nueve mujeres que han compartido el relato de sus experiencias vitales tras haber padecido la lacra de la prostitución y el proxenetismo, que ya es considerada por muchos expertos como una forma más de esclavitud, en pleno s. XXI, de las que, por suerte, en algunos casos, emana un rayo de esperanza en la capacidad de superación humana.

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Portadilla

LA CASA DEL MIEDO

Liberación de la prostitución extrema

Colección

Portada

Fernando Vidal Fernández

LA CASA DEL MIEDO

Liberación de la prostitución extrema

2021

Créditos

Servicio de Biblioteca. Universidad Pontificia Comillas de Madrid

VIDAL FERNÁNDEZ, Fernando (1967-), autor

La casa del miedo : liberación de la prostitución extrema / Fernando Vidal Fernández. -- Madrid : Universidad Pontificia Comillas, 2021.

383 p. -- (Biblioteca Comillas. Ciencias Sociales ; 10)

En la portada: Cátedra Amoris Laetitia.

D.L. M 28303-2021. -- ISBN 978-84-8468-910-2

1. Prostitución. 2. Mujeres. I. Título

Esta editorial es miembro de la Unión de Editoriales Universitarias Españolas (UNE), lo que garantiza la difusión y comercialización de sus publicaciones a nivel nacional e internacional

© 2021 Fernando Vidal Fernández© 2021 Universidad Pontificia Comillas

Universidad Comillas, 3

28049 Madrid

Diseño de cubierta: Belén Recio Godoy

ISBN: 978-84-8468-910-2Depósito Legal: M-28303-2021

Maquetación e impresíón: Imprenta Kadmos, s.c.l.

Reservados todos los derechos. Queda totalmente prohibida la reproducción total o parcial de este libro por cualquier procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier sistema de almacenamiento o recuperación de la información, sin permiso escrito de la UNIVERSIDAD PONTIFICIA COMILLAS.

Dedicatoria

Dedicado a la hermana oblata Cleo Martínez Ronda,

por toda una vida dedicada a abrir tantas puertas

noche tras noche en las casas del miedo.

«Si todas las puertas se les cierran, yo les abriré una»

Benito Serra, 1864

Índice

Índice

INTRODUCCIÓN

La memoria de Joy

La prostitución, el gran encierro

Los cuatro círculos del encierro

Los cuatro espejos

Destructonomía

El método Oblatas

Agradecimientos

Bibliografía citada

METODOLOGÍA

PRIMERA PARTE: Las historias

PAULINE MILLET o al final de la carretera

La campesina

La cueva del dragón

El caballero

AMALIA MADRAZO o el apoyo incondicional de una hermana

Una familia pobre llena de muertos

Su cuñada la inicia a la prostitución

Las cuevas de la carretera

Club o carretera

Prisión

Recomenzar la vida

La prostitución no es vivir dignamente

Regreso a su hermana

FUENSANTA ROMERO o llegar a ser nadie

Vulnerable al abuso

Descubre a su madre prostituida

25 años de matrimonio

Una relación de maltrato y explotación

Destrucción en 2 años de prostitución

Soy invisible, no soy nada

Abandono

Recuperar una vida normal

JEANNE RENOIR o tratar de jugar en un hogar perdido

Incesto

Prostitución sin voluntad

Todos los hombres eran malos

Ludopatía

Soledad

Nadie quiere hacer esto

ADELE KLIMT o la casa del miedo

Una familia difícil

Captación

Apresadas

Salida

Tener estrella

PORTIA MILLAIS o los amores imposibles

Un amor imposible

Otros amores que no fueron posibles

Encontrar cómo salir

MADELAINE GAUGUIN o la violencia de la cocaína

Repatriarse en la ruina

Embarazo

La noche que murió Franco

Prostitución intensiva

Abandono de la prostitución para poder dejar la droga

MONALISA VINCI o los criaderos para la prostitución

Entregada con doce años a la prostitución

Intentos de huida

Una larga vida de alienación a su marido

Abandono de la prostitución intensiva por su hijo

Ahora soy yo

JOSETTE GRIS o la lucha por la liberación

Abusos de su tío

Abusos de su padrastro

Rumbo a la prostitución selectiva

Nadie vive libremente cuando es prostituta…

Tratar de formar una nueva familia

Exigirse soñar

NATASHA RIVERA o superar varias veces el maltrato

El padre maltratador del que no pudo huir hasta que lo mataron

Para huir de una expareja maltratadora, se entrega a una red de tráfico sexual

Tráfico

Redada

Traición

Descenso a los infiernos

Salir de la prostitución por el amor y un embarazo

El mismo amor que la salvó también la arruinó

Aguantar en la cuerda floja

CAROLINA INGRES o persistir en donde no quieres estar

Todo por los hijos

Inducción a la prostitución

La inflexión de la muerte

Buscar donde no quiere estar

FLORA TIZIANO o el poder del ácido

El dinero no se coge en los árboles

Abandono de la prostitución

CATALINA BOTTICELLI o prostituirse para sobrevivir

La prostitución, un asunto de familia

Prostituirse por un riñón

Prostitución de calle

TERESA PICASSO o ser prostituida rodeada por perros

Una familia acomodada presionada

Rodeada de perros en un club rural

Obligación extrema en un club urbano

Calle y maltrato doméstico

Salida

LILITH ROSETTI o nunca haber amado a un hombre

Prosperidad y ruina

Parejas fallidas

Traída para prostituirse

Aprender lo peor

El apoyo necesario para salir de la prostitución

Familia y amigos pero nunca amé

LUNIA MODIGLIANI o la fuerza de la costumbre

Comenzar a los 12

No tengo nada

FRANCISCA GOYA o el peso del amor

Hambre y responsabilidad

Entrar por amor…

Salir por amor…

SEGUNDA PARTE:Análisis transversal

1. La prostitución es un asunto de familias destruidas

1.1. La norma es la destrucción familiar

1.2. Masculinidades tóxicas

1.3. Triple trauma: pérdida, abusos y maltrato

1.4. Violencia estructural inyectada en cada vida personal

1.5. Programadas para ser prostituidas

1.6. La muerte en la cabeza

1.7. Vidas fugadas

1.8. Desvincular para prostituir

1.9. Demasiada muerte

1.10. La prostitución, paroxismo de la destructonomía

2. Captación para la prostitución

2.1. Un patrón de captación que combina pobreza, droga y sometimiento

2.2. Ninguneadas y ennadecidas

2.3. Programadas para la prostitución

2.4. Redes y cadenas

2.5. El embudo migratorio

2.6. Vigilancia y violencia

2.7. Deudas impagables

2.8. Las casas del terror

2.9. Hacer enfermar a la mujer para explotar su cronicidad

2.10. De la precariedad laboral a vender el cuerpo

3. Proceso

3.1. Estabulación

3.2. Primer impacto al ser prostituida

3.3. Susto o muerte: omnipresencia de la violencia

3.4. Dependientes para el gran encierro

3.5. Mundo relacional

3.6. Evolución durante la prostitución

4. Recuperación

4.1. Intervención social

4.2. Dificultad de liberarse

4.3. Recuperación

4.4. La vida después

4.5. Estado de salud

4.6. Trauma, miedo y culpa

4.7. Retornos a la prostitución

4.8. El futuro

4.9. Reconstruir el mundo relacional

4.10. Al final, la familia

4.11. El límite de saber

4.12. Hijos y prostitución

4.13. El amor ya no parecía posible

4.14. Liberación de la prostitución

INTRODUCCIÓN

INTRODUCCIÓN

«Estoy diciendo la verdad de mi vida, lo que pasó…

Le quiero decir al que me va a escuchar a mí

que gracias por escuchar

y si en algún momento puede apoyar

o echar una mano a estas mujeres, que lo haga.

Porque hace falta. Y nada más»

Portia Millais

Sean nuestras primeras palabras en este libro para agradecer vivamente la colaboración de la Fundación Serra & Schönthal –entidad social de las Hermanas Oblatas y la Familia Oblata–, en el trabajo de campo de esta investigación. También expresamos nuestro agradecimiento al patrocinio de la Fundación Casa de la Familia en la edición de esta obra. Vaya nuestra enorme gratitud principalmente a todas las mujeres que, padeciendo el impacto de la prostitución extrema, han tenido el coraje y generosidad de confiarnos sus historias de vida.

Una de nuestras entrevistadas, tras haber sufrido su experiencia de prostitución extrema, sostiene con firmeza que la prostitución es una modalidad de esclavitud. Tanto cuando la persona enajena su cuerpo para que el otro lo posea totalmente, también nos inclinamos por poder conceptualizarlo como una modalidad de esclavitud, aunque temporalmente y con ciertos límites contractuales se ceda algo consustancial e inalienable del ser humano como su cuerpo convertido en objeto.

Los burdeles, moteles, habitaciones, coches, callejones o solares abandonados en que las mujeres son prostituidas no son, como suele decirse con una frívola crueldad, casas de placer, sino que son casas del miedo, un lugar donde otros eligen que uno sea nada, desaloje su cuerpo para que otro pueda ejercer poder sin límites ni testigos: ni la propia conciencia de la mujer prostituida puede dar señales de estar presente, debe escindirse, enmascararse tras una actuación dramática y esconderse para que los poseedores no la encuentren porque también la poseerán.

El propio cuerpo de cada mujer prostituida se convierte en una casa del miedo. Miedo hasta de una misma. Todas y cada una de las personas entrevistadas confiesan que han pensado e incluso intentado suicidarse en una o más ocasiones en el curso de su prostitución. Todas han sufrido profundas depresiones. La violencia está omnipresente en todas sus formas, desde la violación hasta el intento de asesinato a los clientes, en drogadicción como autoviolencia o el aborto de bebés que no cesarán de recordar. La prostitución es la casa del miedo. Una y otra vez nos lo vamos a encontrar en las historias de exclusión y prostitución extrema que en esta investigación recuperamos del olvido.

El lector que se adentre en esta navegación por este río tenebroso va a contemplar el patetismo y crudeza del mal, pero también la invencible resistencia de la luz interior del ser humano, incluso cuando su llama ha sido una y otra vez quebrantada. El espíritu humano es una luz que puede empequeñecerse, pero no se puede romper.

Conoceremos cómo es posible que una madre te entregue con doce años a un proxeneta para que te enseñe lo que debes saber hacer como prostituta. Contemplaremos a una víctima de trate que es encerrada en un prostíbulo aislado en un monte y rodeada de perros enfurecidos. Sentiremos cómo se trata a seres humanos como animales, juguetes rotos, cómo las mujeres no logran contener las ganas de vomitar mientras tienen a alguien indeseable dentro, cómo te rompen por un lado y otro y tú sientes que cada vez eres menos y para ellos no eres nadie ni nada y cuanto menos seas para ti, mayor valor tendrás para ellos. Y cómo los proxenetas te meten una paliza que no deje marca para que te dejes forzar sin ningún escrúpulo y sacar más dinero de ti. Veremos cómo tú corres todo lo que puedes para pagar una deuda que cada vez se aleja más de ti y acabas prostituyéndote estabulada. La prostitución ha lacerado profundamente el modo de entender y vivir el amor, en quien ya ninguna de nuestras protagonistas ha vuelto a creer, o no sin rebajarlo mucho y nunca dejar de desconfiar. El sufrimiento golpea en los últimos tejidos de cada persona, allí donde reside lo que nos hace humanos y entre tanta negrura, la inextinguible luz rota no cesa de alumbrar lo más esencial.

Este libro es un milagro porque trae a nuestras manos historias de naufragios personales que raramente salen a la luz, sino que quedan hundidas en el olvido de la historia. Estas páginas están llenas de relatos de violencia y sufrimiento, pero lo más sobrecogedor no es ese dolor, sino la esperanza del ser humano que resiste y pugna por vivir incluso bajo las circunstancias más adversas. Debemos tener memoria no solo para no excluir doblemente a las víctimas –a las que se les niega el recuerdo de su dolor–, sino para poder aprender las enseñanzas que destilan de sus vidas y la esperanza que muchas de ellas han logrado hacer brillar en lo más oscuro de lo que Joseph Conrad llamó el corazón de las tinieblas y que no está remontando el río Congo, sino bajando nuestras calles. Si no somos comunidad de memoria, no podremos ser comunidad de esperanza para ellas ni para todos.

La memoria de Joy

La historiadora social australiana Raelene Frances comienza y termina su libro de 2007 Selling Sex con una anécdota que ilustra la necesidad de hacer emerger la historia escondida y estigmatizada de la prostitución. En 1995, el South Sydney Council instaló la estatua de una prostituta –cuyo nombre era simplemente Joy– en East Sydney –en la esquina formada por Yurong Street y Stanley Street–. La estatua no había sido comisionada por ninguna institución u organización, sino que era donación de la escultora, quien además era vecina de esas mismas calles. La escultora Loui Fraser había visto un hexágono vacío en la confluencia de las calles Stanley y Yurong y pensó que encima de dicha base faltaba una estatua. «Su intención fue pagar tributo a los millares de mujeres que históricamente habían vendido servicios sexuales en aquella área» (Frances y Kimber, 2008, p. 81).

La obra fue creada con recursos pobres: cemento, polvo de mármol y acero fueron los materiales necesarios para darle forma a aquella mujer. Al principio, la escultora pensó en titular la obra «One Who Waits» pero al final «Joy» le pareció un título más ambiguo y aceptable.

Loui Fraser, no tomó la figura y rasgos faciales de ninguna mujer concreta, sino que se inspiró en la realidad que él conocía. No obstante, consciente o inconscientemente, la estatua sí se parecía a una chica real. Eso es lo que descubrió una mujer llamada Wendy. Su hija –llamada Lisa– acababa de morir en el hospital condal de New South Wales y al regreso del funeral, se encontró la estatua de Joy en la calle, cerca de su hogar, con facciones muy similares a las de su hija –tanto que ella interpretó que era una efigie de su hija en forma de prostituta–.

Su reacción fue de indignación, fue a su casa, tomó un martillo y destruyó todo lo que pudo antes de que una patrulla de policía se la llevara detenida. «Cuando Loui habló más tarde con la madre sobre lo que había hecho, descubrió que la chica había sido realmente trabajadora sexual en Sydney durante muchos años. De hecho, había sido introducida a ese empleo por su madre, quien había sido la dueña de un burdel» (p. 1). La estatua de Joy le había recordado vívidamente a su hija Lisa, la cual había fallecido de una enfermedad letal tras muchos años de adicción a la heroína.

En los últimos años, Lisa había renunciado a prostituirse y había intentado montar con su pareja un pequeño negocio artesano de caballos en miniatura. Wendy sentía una profunda culpabilidad por la muerte de su hija ya que ella le había metido en ese mundo. Loui Fraser renunció a presentar cargos contra Wendy por los daños que causó a la obra. Tras su conversación con Fraser, Wendy se pacificó mucho interiormente y llegó un momento en el que la estatua adquirió un significado bien distinto pare ella. Es como si desde ese parecido con la escultura, su hija Lisa le estuviera diciendo, –It’s OK, Mum–. «Para Wendy, Joy llegó a ser un genuino memorial, un verdadero lugar donde el corazón les ofrecía a ambas un foco para el dolor y un camino para la reconciliación con su culpa» (Frances y Kimber, 2008, p. 82). Wendy se convirtió en la mayor defensora de la estatua de Joy.

Pero la reacción de Wendy no había sido la única entre los vecinos de Joy, la estatua callejera. Muchos residentes locales hallaron que la estatua era un mal recuerdo de los «viejos malos tiempos», cuando esa parte de Sydney era conocida mejor por sus prostitutas callejeras que por los atractivos restaurantes de la actualidad.

Uno de los vecinos contrarios declaró: «Todo el mundo sabe lo que pasó, pero ¿quién quiere acordarse de eso?» (Frances y Kimber, 2008, p. 83). Otros residentes que tenían hijos protestaban porque cuando pasaban con ellos, les pedían explicaciones sobre quién era aquella mujer, y los padres tenían que hacer oídos sordos y disimular. Una vecina propuso que se quitara y en su lugar se instalara una estatua de los soldados veteranos. Sin embargo, el Sex Workers Outreach Project sentía que se había hecho justicia con la estatua de Joy y el reconocimiento dado a las mujeres prostitutas. Otro prisma del fenómeno lo ofrecían los turistas, quienes se detenían a hacerse fotos con ella, sonriendo del brazo de una prostituta. Para ellos era una gracia, un guiño pícaro y folclórico. Finalmente, también existían algunos vecinos que acogieron positivamente a Joy porque representaba parte de lo que había sido la historia y recordaba a tantas mujeres que habían gastado sus vidas en aquellas calles.

La estatua sufrió una ola de vandalismo. Alguien alcoholizado arrancó a golpes la cabeza a Joy. Wendy, la madre de Lisa, vio el desastre, recogió la cabeza y se la llevó a Fraser, la escultora, para que la restaurara y reconstruyera la estatua descabezada.

Durante dieciocho meses más, la estatua continuó fumando apoyada en el marco de puerta rojo en que parecía descansar o esperar. Sin embargo, la presión vecinal sobre el South Sydney Council provocó que éste retirara la estatua y se la devolviera a la escultora. «La respuesta que Joy provocó durante su permanencia en Stanley Street es enormemente revelador del modo como Australia trata ciertos aspectos de su historia y sobre aquello que elegimos recordar, olvidar y celebrar», opina Raelene (Frances, 2007, p. 2). Actualmente, la estatua descansa tranquila en el Jardín de Esculturas de la Universidad de Macquarie.

En la cita inicial de esta introducción, una de nuestras entrevistadas –a la cual hemos puesto el nombre ficticio de Portia Millais–, nos agradece que la escuchemos, que prestemos atención a su historia, que es, como la del resto de mujeres que hemos entrevistado, la vida de decenas de miles de mujeres que son prostituidas cada día en nuestro país y los millones de lo son en todo el planeta. Ellas tienen una verdad de vida que contar, también una verdad debida a sí mismas, al sufrimiento que padecen y a la consideración que tenemos de ellas.

Quizás lo que más pesa sobre las mujeres prostituidas para que no puedan liberarse son nuestros prejuicios, las ínfimas expectativas que les comunicamos sobre ellas mismas, la imagen negativa que proyectamos sobre sus cuerpos, el continuo mensaje transmitido de que se merecen lo que les ocurre o que han sido libres para elegirlo.

Por eso la memoria social de las catástrofes vitales es imprescindible para saber el mundo en el que vivimos y que la desrealización a la que estamos sometiendo al mundo y a nuestras propias vidas, no anulen la fuerza de realidad que tiene el grito que sale de cada una de estas historias. Como la estatua de Joy, incomoda que nos recuerden el dolor y nuestra participación en él, pero tenemos que mirarlo de frente, poner la estatua de Joy en el centro de nuestra atención. A estas mujeres prostituidas les debemos, al menos, escuchar.

La prostitución, el gran encierro

Sin la mitología de superficialidad festiva que se ha creado alrededor de las mujeres prostituidas, enaltecidas como celebrantes de la iniciación sexual, cocineras de sexo gourmet, de la superioridad moral del prostituidor que toma el poder de negar lo correcto, no hubiera sido posible que la prostitución de mujeres continuara no solo manteniéndose sino intensificándose en el siglo en que fueron proclamados los Derechos Humanos. Novelas y películas nos piden una condescendiente sonrisa cómplice, inclinarnos devotamente ante la noche del cazador.

Las experiencias de brutalidad contra las mujeres que hemos investigado nos muestran crudamente que la prostitución significa usar sexualmente a una persona mediante una retribución comercial, pero algo inhumano se quiebra mucho más profundo tras ese hecho. La persona prostituida enajena su cuerpo y voluntad para el uso sexual que pretenda el retribuyente según los términos y limitaciones que puedan haberse establecido. Estas biografías nos muestran que frecuentemente es sin límites.

Las vidas que vamos a conocer nos muestran que el fenómeno de la prostitución no solo afecta a las personas sobre las que se ejecutan operaciones físicas, sino que para que se pueda ejecutar la prostitución de decenas de miles de personas, tiene que existir una masa disponible de centenares de miles de mujeres prostituibles. Por cada mujer conducida finalmente a las casas del miedo, existen muchas otras que fueron violentadas y formateadas durante su vida para poderlo haber sido.

Las mujeres prostituidas que han querido contar su historia en este libro nos muestran una partición que las rompe internamente y abre en cada una de ellas dos espacios estancos, a uno de los cuales se retiran para que el prostituidor pueda disponer del otro. El cuerpo vaciado opera, finge, se pone en suspenso y cuando al final la mujer regresa a él, limpia, borra, oculta, reprime y actúa como si fuera algo que no tiene que condicionar la otra parte que ha tratado de resguardar, aquella en la que es libre, tiene nombre y una vida, se vincula a personas, espera y quiere amar.

Las narraciones de esta investigación muestran una doble escisión estructural en la persona prostituida. Una es en cada una de ellas y la otra sucede en la relación con el prostituidor. Por un lado, el sujeto se fracciona: una parte es el cuerpo y personaje de prostituta y en la otra sección, protegida de lo que pueda suceder, está la persona, su identidad y sus relaciones, su mundo propio.

Por otro lado, la relación con el prostituidor también se fragmenta: la relación deja aparte todo lo que no sea el uso y éste ocupa el eje relacional. Ese vínculo potencial en un acto de tanta intimidad es enmudecido, ignorado, anulado al margen de esa relación. El «nosotros» que podía haberse dado en forma de amistad, vecindad o simple relación, queda ocupado solo por el prostituidor y la otra persona es expulsada o, más bien, siendo eso impulsada, arrinconada en un recóndito espacio interior desde el que contempla inánime lo que ocurre con su cuerpo.

El vaciamiento se produce previamente cuando la prostituta debe desalojar su cuerpo para dejar que penetre en él el prostituidor y lo ocupe todo. En esto consiste la pulsión prostituidora: en tomar totalmente el cuerpo del otro y sentir que uno escapa a la muerte, que puede vivir en otros cuerpos, expandirse sin límites, ser mucho más que un simple ser humano. La prostitución no va sobre placer, sino sobre la muerte. A las mujeres prostituidas se les pide que mueran a sí mismas para que el prostituidor pueda sentirse más vivo. La ficción del orgasmo que exige provocar, la pequeña muerte, es poseída una y otra vez por el prostituidor como creador del mismo, dominador que hace y deshace la pequeña muerte como un dios y alcanza el poder de darse vida a sí mismo.

En realidad, toda esa división interna es una visualización mental ya que el ser humano no puede escindirse y todas las entrevistadas saben que la prostitución impacta sobre todo su tejido personal de forma masiva y devastadora. No hay partes estancas, es imposible; siempre supone una destrucción, no se puede salvar una parte ni desalojar al sujeto. Pero a ellas les ayuda pensar que se han abandonado, que han desalojado su cuerpo y sus actos para el prostituidor, que es como si no estuvieran, como si la prostituida fuera otra. Tienen el cuerpo dormido y pierde la conciencia. Harán lo que el cliente les indique y dejarán que haga con ellas lo que está establecido. Mientras, ellas se imaginan que no están, pero sí se encuentran en ese cuerpo y lugar, sí tienen a otra persona entera ante ellas y la humanidad de dicha relación es contorsionada para permitir la objetualización de las mujeres –y también la del prostituidor–. Lo que allí suceda será una pesadilla que no tienen por qué recordar. Igual que el individuo duerme cada noche y no recuerda, también la experiencia de prostitución quiere que pertenezca al mundo onírico de las pesadillas.

Si bien no es posible que el ser humano se separare internamente en partes estancas, sí puede existir un estado de olvido, de dejación, de ocultamiento de una parte de tu vida, represión de aquellos recuerdos, sentimientos o realidades que no podemos soportar en la conciencia.

Para prostituir así a la persona ayuda que esté inmersa en un cierto grado de enajenación mediante drogas, alcohol y otras adicciones que le hagan funcionar según esa operación de la segmentación interna. La cocaína especialmente provoca un estado de enajenación, pero hiperactivando el complejo de estímulos, lo cual produce el efecto contrario a la ausencia, se simula una sobrepresencia de la prostituida, parece que estuviera activa, libre y eufóricamente volcada a los actos sexuales.

Se produce una contradicción: el prostituidor exige un cuerpo franco para poder ocuparlo sin limitación, pero también quiere que la persona prostituida le requiera y se muestre sobreexcitada al reconocer su poder erótico, se engrandece por la reacción hiperbólica que simula placer, sentimiento, incluso finge una ficción de amorío. Por un lado, desaloja al sujeto o lo adormece para expandirse en su cuerpo, por otro lado, reclama su sobrepresencia. A la persona prostituida se le pide que esté absorbida por el otro, que refluya sin volver a retomar su propio cuerpo, sino rellenando los huecos que hay en el prostituidor, reforzando sus carencias, siendo calzas para su ego, inflando con su aliento y gemido su interior. Lo único que alivia la prostitución es la impotencia del prostituidor, pero a costa de cavarla progresivamente más honda.

Mientras suceden todas estas operaciones, por supuesto que la persona prostituida no puede hacerse ausente ni de ningún poro de su cuerpo, sino que está presente en todo momento cuando el prostituidor entra en su cuerpo/hogar y lo convierte en la casa del miedo. Es obligada a no ejercer resistencia y simular teatralmente la capitulación (mediante pago) devota ante el prostituidor, este se ve reflejado en los estremecimientos de la persona prostituida con un cuerpo recrecido, sumando a la suya la carne tomada, recubierto por el cuerpo en que se adentra, enaltecido durante el plazo contratado y el remanente del recuerdo mientras la conciencia evite la evidencia de la trágica teatralidad de la función. Entonces el prostituidor busca más y tiende a reproducir esa lógica en sus otras relaciones para intentar poseer por la fuerza, lo que no se atreve a dar.

El prostituidor tiene dentro de sí mismo lo que fuerza arrebatar a la persona prostituida. Las operaciones sobre la carne del otro son yermos intentos de reavivar su propia vida. La tentación de tomar escapa al miedo de dar. Exige a la persona prostituida que se entregue porque el prostituidor no se atreve a entregar. Vacía en el otro cuerpo el miedo que ha dejado extenderse en su interior, pero eso provoca que el miedo refluya todavía más denso y gangrenado. Intensifica la necesidad de volver a tomar otro cuerpo más para crear otra sensación de alivio.

La prostitución es una máquina que no busca la satisfacción del cliente, sino su dependencia para formar una espiral de enriquecimiento. El prostituidor es vaciado de dinero a cambio de que las personas prostituidas vacíen su cuerpo y se transfieran inflamado al cuerpo de quien paga como Ego inflado. Una parte de la persona prostituida queda encerrada en el cuerpo del prostituidor y ya no le será devuelta nunca.

Los cuatro círculos del encierro

La prostitución es el gran encierro y se quiere convertir a la persona prostituida en su propia carcelera. Las protagonistas de esta investigación no solamente viven en la ficción de la escisión, sino que están presas de un cuádruple encierro que siempre expulsa fuera a la parte que puede integrar de nuevo a la persona, sus expectativas y esperanzas vitales, los sueños y deseos.

El primer círculo lo cierra la adicción a las drogas y el alcoholismo. Los proxenetas no solo incitan a su consumo, sino que se castiga que se evite. El cliente premia que la persona prostituida esté desinhibida e hiperactiva, se deje hacer con una energía que no ejerza resistencia. En la investigación conoceremos cómo algunas de las mujeres logran ingeniárselas para evitar consumir y beber, y hacen que parezca que sí lo han hecho. Saben bien el encierro de dependencias en que te meten esas adicciones. La mayoría no logra prescindir de esos consumos porque ayudan a la escisión interior.

El segundo círculo es el dinero, cuya afluencia abundante nunca se da de modo que permita ser ahorrado, sino que se gasta en cobros injustos y progresivamente siempre crecientes, así como en otros gastos superfluos que le da seguridad para permanecer en la prostitución. La pobreza elemental según la cual el cuerpo es despojado y sometido a la pobreza de la ausencia, quiere a veces compensarse con un consumo compulsivo de ropa y complementos caros que tapen el vaciamiento carnal. Puede llegar a provocar dependencia de las compras, una adicción a la posesión de ciertos objetos cuyo valor se proyecta sobre uno mismo provocando una apariencia que devuelve autoestima.

El tercer encierro es un círculo de relaciones que pertenecen solo al mundo de la prostitución y que internan a la persona en dependencias afectivas y lazos de dominación. El proxeneta desconfía y trata de evitar cualquier relación que rehumanice, genere expectativas, devuelva integridad, no soporte la violencia esencial del despojamiento. El estigma social contra la persona prostituida y la exclusión a que es sometida por la sociedad refuerzan ese aislamiento relacional y aleja cada vez más la probabilidad de que pueda integrarse en una comunidad que contraste y muestre la contradicción.

El último círculo muestra la verdadera naturaleza de la estructura en que se encuentra la persona: es un sistema de vigilancia y violencia que impide que la persona pueda salir y tenga prácticas que puedan poner en riesgo su permanencia y explotación. Las adicciones no solo son suministradas e inducidas, sino frecuentemente obligadas. El dinero siempre está en manos del proxeneta, la deuda –contraída por el viaje inicial o los consumos de dormitorios, drogas, ropa, etc.– siempre crece, obliga a compras y consumos que gravan desproporcionadamente. La persona prostituida gana muchísimo dinero, pero lo pierde hasta quedar una y otra vez en la pobreza. El tercer anillo es un mundo de relaciones violentas que presionan, traicionan, desconfían, explotan y usan vaciando hasta que en el cuerpo del otro solamente se ven a sí mismos. En el cuarto anillo da la cara expresamente la violencia que da forma a los otros tres anteriores.

Esos cuatro anillos están dispuestos como un profundo remolino, una escalera que la persona tiene cada vez menos probabilidades de salir. A lo largo de esta investigación que hemos realizado se encontrarán numerosas experiencias de esos encierros.

Los cuatro espejos

Encerrada con esos cuatro cerrojos, la persona prostituida no solo es obligada, sino que ella se fuerza y obliga a sí misma, introyecta una imagen de sí misma por la que no merece otra cosa, que parece cumplir su destino siendo poseída contra su voluntad, y a la vez se le compensa con una imagen de poder, libertad y normalización.

Ese cuádruple encierro tiene cuatro espejos que tratan de reducir las contradicciones que se puedan plantear. De fuera hacia adentro, en el anillo exterior de la violencia se devuelve una imagen de poder sobre los clientes, las personas prostituidas son parte del poder que explota a los clientes, aunque no obtenga más que satisfacción simbólica. Hay una apariencia de libertad, se invita a que se quiera, se elija el sometimiento, el vaciamiento. El primer espejo en ese cuarto círculo devuelve a la persona prostituida una imagen de persona libre y poderosa, que se autosomete por propia voluntad. El primer falso espejo es la ficción del poder.

En el segundo espejo se proyecta una imagen en la que se normaliza lo que la persona experimenta –es un mero trabajo, carece de importancia–, se desemocionaliza y desmoraliza, se expulsan fuera los sentimientos, se eliminan los deseos más hondos, se materializa la existencia. La persona prostituida aparece como alguien que domina y crea sentimientos, que maneja relaciones, una mera trabajadora cuya única sombra negativa es el estigma que la sociedad proyecta sobre ella. Los únicos problemas de la prostitución son ajenos a ella. El segundo espejo roto es el reproche de la normalización.

En el tercer espejo, en el consumo, genera una identidad que solamente se sostiene en el interior de los objetos de apego y dentro del mundo de la prostitución. La persona expande la capacidad significadora de una red de objetos y prácticas, devolviéndole una imagen de prestigio patético y fingido. El cuantioso flujo de dinero y el lujo de algunos productos crea el efecto de que se podría dejar la prostitución cuando se quiera. La imagen de ese espejo es una persona libre y abundante. El tercer espejo vacío es la fantasía de la libertad.

El cuarto espejo, el más profundo, ha absorbido la autoestima y esperanzas de la persona, incluso ha distorsionado el recuerdo del pasado de modo que considera que se merece lo que le ocurre, está hecha para ser prostituida. La prostitución logra apresar y ajustar mejor a sus víctimas cuando la persona ha sido socializada e introducida desde la primera infancia en ese mundo. Es entonces cuando es inconcebible pensarse de un modo diferente a cómo es. El último espejo es la imagen invertida de quien la persona pudo, puede y podría ser, es un espejo oscuro que negativiza y aniquila cualquier potencial de la persona. Este cuarto espejo oscuro es la fatalidad del ser.

Destructonomía

Si algo nos enseñan todas estas historias devastadoras de mujeres es que la prostitución no es economía, sino destructonomía. No es un trabajo, sino un despojamiento. No son trabajadores, sino personas despojadas –siempre hay un vaciamiento de la persona, un despojamiento de su espíritu para ser usado– para destruir. Hay condiciones de trabajo que son destructonómicas, socavan las leyes de la economía, obligan al despojamiento de la persona. La prostitución es una actividad del orden del despojamiento. La persona es necesariamente despojada de parte de sí misma. Toda destrucción provoca finalmente autodestrucción.

Hay trabajos rutinarios, trabajos duros –las minas, la pesca–, arriesgados –bomberos, astronautas, militares–, tediosos, desagradables –hacer autopsias, limpiar pozos negros, etc.–, pero en todos ellos el sujeto puede desarrollarse, beneficiar a la sociedad, producir bienes, servir a la humanidad. Incluso puede hacer profesión, generar una espiritualidad alrededor de su trabajo y saber específico. Por inconcebible que a veces nos parezca, hay servicios repugnantes, pero necesarios y realizados con tal calidad y dignidad que se convierten en profesiones en las que cada ser humano realiza su existencia sin tener que romperse.

Trabajo es aquella acción humana que añade valor a una situación previa y la prostitución resta valor a la persona durante su uso. En un servicio una persona transmite valor a otro, no se lo quita. Un trabajo humano siempre desarrolla algo, transforma creando valor, reduciendo lo negativo. No toda acción humana es un trabajo. La sociedad no reconoce como un trabajo la destrucción de otros. Por eso ser asesino a sueldo, violador o ladrón no son trabajos, sino todo lo contrario, son destrucciones. No es un trabajo y tampoco hay una prostitución terapéutica –ni compasiva– cuando se permite a alguien que el sujeto desaparezca de su acción y cuerpo.

La economía consiste en el conjunto de provisiones fungibles que permiten la sostenibilidad y desarrollo de un sistema. Son fungibles porque tienen una durabilidad –incluso una propiedad poseída por varias generaciones de una familia tiene un desgaste o llega a su fin si no se sostiene–. Hay una economía del mar que invierte medios en su conservación adecuada. Hay una economía del aire que garantiza o mejora su respirabilidad. Hay provisiones económicas generadas por intercambio, mientras que otras son creadas por otras lógicas como el don. Ser padre o madre es parte de la economía. Hay un factor económico en todo aquello que requiere trabajo para proporcionarlo.

Hay una economía del sexo, pero la prostitución no es económica, pues lo que produce necesariamente deshumaniza –aparta a la persona de sí misma y a ambas personas de la vinculación humana para que esta pueda ser cosificada– y, por tanto, destruye. Algo no es económico cuando no produce un bien, contraría el desarrollo y sostenibilidad del sistema. La prostitución implica la partición del sistema que forma la persona y el sistema relacional que se forma, aunque sea fugazmente, entre seres humanos. El producto que genera solo puede aparecer destruyendo a ambos partícipes.

La ecología es la integridad sostenible de un sistema. La economía es la actividad humana que la procura, lo cual implica acciones, valores, creencias, sentimientos, sentido y personas –como cualquier hecho espiritual–. La dimensión espiritual es aquella que no solamente implica la cultura –también existe actividad cultural entre animales porque patrones que solo se reproducen mediante la comunicación entre individuos concretos–, sino a cada ser humano, grupo o conjunto de la humanidad existencialmente como un todo. Implica todos los aspectos propios y originales de la condición humana.

Existen concepciones no teístas de la espiritualidad y es similar aquella terminología que incluya la conciencia existencial, la singularidad e integridad de uno mismo y de cada uno de los otros seres humanos, así como el mundo del sujeto –es decir, el todo que forma nuestra implicación en el cosmos al que pertenecemos–. La sociología clásica empleaba el término espíritu para referirse a esa existencialidad que proporciona vida a los seres humanos y su mundo. Por definición, ninguna actividad propiamente humana puede sustraerse de ser espiritual, pero sí puede ser inútilmente ocultada, pretendidamente simulada, corrompida por la cosificación o la destrucción que suele acabar conduciendo a la negación de la vida de uno mismo o los otros. Con frecuencia se la hace desaparecer –la exclusión social es un modo de desaparición– o se la mata.

La espiritualidad es una dimensión imprescindible de la ecología humana porque es lo que le constituye como tal. También cada persona tiene su ecología y las operaciones que rompen su ecología atentan contra el conjunto del sistema, no son económicas, aunque usen dinero, intercambios, actividades o muevan individuos. No hay plusvalía, sino minusvalía –quizás no apreciada en la visión parcial o pronta, pero sí manifestada en su ciclo completo–. La destructonomía no es un mero impulso, sino que hemos fabricado una compleja y sofisticada máquina global, en demasiados lugares mucho más fuerte que la economía.

Hay muchos ejemplos de destructonomía: la esclavitud, la mafia y los sicarios, la corrupción, el tráfico de drogas, armas o especies en extinción, la contaminación, etc. Pero ninguno muestra tan esencialmente su clave como la prostitución. En el origen de toda la destructonomía está la opción por el poder que violenta al otro en vez del amor por él. Amar implica confianza, libertad y entrega. Implica un despoderamiento o, más bien, un no-poder, hacer cosas que solo el amor puede lograr, que la persona tiene que liberar de su control absoluto. Amar implica una parte sustancial de negarse a controlar, de renuncia a ejercer el dominio, la violencia o el engaño que sujeta las cosas a uno mismo, aunque sea solo para crear la sensación de tener las cosas en las propias manos. Tener la mano del otro siempre supone darla también.

Amor o poder es algo que está en juego en la prostitución de las personas. Quien prostituye a otro busca adquirir algún efecto de afecto, relación, entrega incondicional del otro, posesión del otro, rendir al otro a uno mismo, dominación, devolución de que uno puede satisfacer al otro y es fuente de placer, alivio, caricia, consuelo, recuperación de autoestima, nostalgia… Como quien cree que una luciérnaga es el sol, uno sigue en las personas prostituidas a luciérnagas del amor. Incluso cuando se busca en la prostitución algún derivado del amor o lo relacional, no lo halla porque en realidad es un acto de nudo poder sobre el otro. Tu propio cuerpo se convierte en una casa del miedo de la que no puedes salir.

El método Oblatas

El método Oblatas rompe espejos y libera encierros. Como decía el catalán José María Benito Serra, «si todas las puertas se les cierran, yo les abriré una». Desde hace 150 años, en las casas del miedo donde todas las puertas están bien cerradas con cuatro cerrojos, las Oblatas abren una puerta y nutren su acción social con tres palabras clave: respeto, amor y liberación.

El método que hemos conocido a través de la investigación con las Hermanas Oblatas se basa en que la persona pueda romper falsos espejos y gane en grados de libertad para salir de los encierros, pero a la vez respeta a la persona en su capacidad de decisión y le proporciona todos los medios que precise sin condicionarlos a que salga de dichos encierros. El método Oblatas tiene como prioridad absoluta a la persona en sí y todo su trabajo va dirigido a compartir con ella medios, vínculos y grados de conciencia y libertad para elegir. En todo momento busca reducir riesgos para defender la vida de la persona. Por ese motivo actúa dentro del mundo en que se encuentra la persona.

Sus principios convergen con el paradigma que en inglés ha sido denominado Recovery y podemos traducir por una combinación de las palabras Recuperación y Restitución, pero también implica Restauración, Reparación y Reconciliación. Retorna a la persona los derechos, vínculos, recursos y libertades originales de la dignidad de cualquier ser humano.

El método Oblatas opera ayudando a que la persona recupere su integridad, no tenga que vivir escindiéndose, sino que vuelva a retomar la parte de sí misma y el cuerpo que enajena para ser prostituido. La restauración de la unidad interior tiene un efecto expansivo que hace crujir todos los cerrojos que coercen a la persona. Esa unidad no procede de ninguna esencia, sino que es resultado de establecer una relación con una persona que la considera como un todo y que no la contempla como un medio, sino con alguien única y desmedidamente valiosa. La unidad no aparece por la superposición de una ideología o doctrina, sino por el despliegue de sentirse amada incondicionalmente y sin límites por sí misma. El amor gratuito e inclaudicable es el núcleo esencial de cualquier empoderamiento.

Ese amor primigenio proporciona a la persona la llave de quién es, se mira en la relación que la ama por sí misma y ella experimenta un proceso de desfatalización que abre la posibilidad de ser eso que es amado, esa persona que puede amar sin limitación. La desfatalización de la persona prostituida inicia varios procesos liberadores. Se toma conciencia de que uno se está sometiendo a drogas para no permitir que la esperanza le haga sufrir las contradicciones; se droga para sobrellevar lo que no desea. A la vez, la persona prostituida también toma conciencia de las situaciones de multiadicción –droga, bebida, tabaco, compras, juego, etc.– con las que se busca la sujeción absoluta de la presa por sus propias manos, sin que sea necesario una violencia más visible y denunciable.

En las actividades que la persona prostituida comienza a hacer en el Método Oblatas, experimenta nuevas expresiones de quien es, siente que es mucho más que lo que se le hace creer, se asombra de comenzar a esperar de sí misma cosas de las que no se creía capaz, se elevan las expectativas sobre sí misma y su autoestima crece hasta darse cuenta de que no merece aquello a lo que está sometida.

La persona prostituida va teniendo experiencias de libertad y comienza a constatar que puede hacerse responsable de decisiones. La prostitución le ha ido cerrando todas las calles hasta quedar presa de una estrecha franja amurallada por el medio de la cual no puede retroceder. Aunque su imagen en el espejo de las fantasías le quiera hacer creer que es dueña de su vida, que elige libremente y que es a responsable de su estado, poco a poco ella misma va determinando qué debe cargar en su mochila de responsabilidades y qué corresponde a otros.

La responsabilidad tiene una carga que implica asumir fallos y culpas, pero también pone en manos de las personas la capacidad de decidir. Hacerse responsable no es perecer aplastado por una culpabilidad punitiva, sino reconocer que uno fue y es libre para elegir, y procurar hacer crecer los umbrales de libertad. La imagen fantasiosa de uno mismo y los espejos de reputación dentro del mundo de la prostitución se rompen. Irrumpe la realidad en ese mundo cerrado y la persona se da cuenta de las constricciones que sufre y donde ha sido inhabilitada en su capacidad de decisión. Las adicciones empobrecen la libertad y también ofrecen un mundo de apego, una barrera tras la cual el sujeto a veces no soporta no estar. La liberación de las adicciones será un largo camino que se prolongará con frecuencia hasta más allá de la salida de la prostitución y el método lo que busca es reducir daños y riesgos, así como que la persona desarrolle progresivamente su conciencia y libertad sin añadir más presiones y condicionamientos de los que ya ha sufrido masivamente.

La fantasía de la abundancia tiene cautivas a algunas personas, mientras que otras son plenamente conscientes de sus deudas y luchan por saldarlas en una cinta de correr que siempre va más deprisa en la dirección contraria a la que corren. La disposición de medios alternativos es crucial para que las personas puedan optar. Se conciencia sobre ahorro, se facilita vivienda, ingresos, medios que puedan ayudar a la liberación del encierro de las deudas sin fin.

En el trabajo con las personas prostituidas del método Oblatas no interpone una doctrina de normalización, profesionalización, abolición o penalización. El encierro de las relaciones se busca romper con la progresiva recuperación y restauración de los vínculos que fueron abandonados y la integración en nuevos grupos humanos, otros ambientes abiertos, actividades de entretenimiento, relaciones en las que no pese el estigma y abran a un nuevo universo. En todo caso, la persona en curso de liberación comienza a desengañarse de que la violencia sea normal, que se tenga por normal la represión de los propios sentimientos, la cosificación y deshumanización extrema con que se considera a las personas. Es crucial el papel de los hijos y parejas en la restitución de mundo libre en el que poder vivir. Eso requiere en ocasiones trabajo para reencontrarse y reconciliar. En otros casos, vencer los obstáculos y miedos para establecer una nueva relación y sentir que se merece ser madre y ser amada absolutamente.

A su vez, para poder ejercer la libertad más plenamente, la persona prostituida accede a servicios educativos y formación laboral que le permitan tener la opción de elegir trabajo realmente.

También hay situaciones en las que las personas no quieren dejar de ser prostituidas y el enfoque de Oblatas continúa acompañando en los términos que la persona quiere o es capaz de elegir. La incondicionalidad y la intemporalidad del apoyo es un principio rector de todo el método Oblatas.

Esa tolerancia que reconoce el derecho y libertad de la persona a elegir su propia vida, actúa decididamente contra las coacciones que lo impiden. Introduce la ley y la justicia de modo que no existan constricciones violentas que impidan que la persona elija libremente. Por eso lucha contra el tráfico y trata de personas, contra la esclavización y proporciona medios jurídicos y judiciales para que la persona pueda ejercer sus derechos fundamentales. También ofrece medios y vivienda para que persona pueda protegerse de las situaciones de amenazas. En ocasiones, cuando la persona lo pide, se la rescata directamente de los prostíbulos donde está obligada a permanecer. Hay muchos casos en que la intervención social de Oblatas comienza por este punto, procurar que la Justicia libere a los esclavizados.

Al haber sido hecha esta investigación en el seno de la organización de las Hermanas Oblatas, es oportuno recordar por qué son reconocidas como una de las entidades más prestigiosas del mundo en el cuidado y liberación de las mujeres prostituidas.

En el año 2020, las Hermanas Oblatas –oblatas significa las que ofrecen– han cumplido 150 años de existencia comprometida con las mujeres prostituidas y víctimas de trata. La Familia Oblata incluye a un cuerpo de religiosas y laicos unidos en esa misión que se extiende por quince países de cuatro continentes. Han establecido una fundación a través de la cual integran muchos de sus programas.

La Fundación Serra-Schönthal es una entidad creada por las Hermanas Oblatas con la misión de apoyar a las mujeres prostituidas o víctimas de tarta con fines de explotación sexual, así como la denuncia de las estructuras que violan los Derechos Humanos de las mujeres. Cumplen dicha misión con proyectos de desarrollo comunitario, empoderamiento y atención integral a mujeres, adolescentes y niñas en contextos de prostitución, así como mediante formación, denuncia e incidencia pública sobre el fenómeno, especialmente dando voz a las propias víctimas para que defiendan sus derechos.

El origen de la familia Oblata se debe a la sensibilidad social de dos fundadores, José María Benito Serra y Antonia Oviedo y Schönthal. Benito Serra es un benedictino catalán nacido en 1810 que fundó un monasterio en Australia, fue obispo de Victoria, donde pudo contemplar el enorme impacto de la prostitución tanto de mujeres emigrantes como aborígenes, ya que Serra estuvo especialmente dedicado a la atención de la población nativa y respecto a los que defendió su libertad natural frente a las reservas e institucionalizaciones de niños. Es de los primeros que denuncia el fenómeno de las Generaciones Robadas y señala cómo los niños y niñas arrancados de sus hogares comunitarios «están muriendo una tras otra». Emplea una expresiva metáfora: «hay pájaros a los que enjaularlos es lo mismo que matarlos» (Braga, Eraso, Rodríguez y Barandiarán, 1989, p. 303).

A su regreso a España con 54 años, se dedica a la asistencia espiritual a enfermos del Hospital de San Juan de Dios, donde queda conmovido con la situación de mujeres prostituidas que cuando reciban el alta deben regresar a ejercer la prostitución. El encuentro con estas mujeres hace que su vida dé un giro y pone todas sus energías en hallar una solución. Es entonces cuando dice «si todas las puertas se les cierran, les abriré yo una» y piensa una alternativa con su amiga Antonia, con quien se había reencontrado en Madrid.

La hispanosuiza Antonia de Oviedo y Schönthal había nacido en Lausana en 1822 y, pese a que quedó huérfana de padre y su madre tenía escasos medios, recibió en su casa una extraordinaria educación integral, innovadora tanto en contenidos como en formas, inusual en su época. Se formó como profesora, labor que ejerció en Ginebra. Dotada de un gran talento, una cultura global –hablaba seis idiomas–, tenía un una gran sensibilidad artística e ilustrada y realizó una notable obra como pedagoga. En 1860 cambia su domicilio a Roma para ampliar estudios y conoce a Serra, quien será su director espiritual.

Schönthal había ido a Madrid en 1864, se une a la causa que impulsa Serra y fundan juntos una residencia en la localidad madrileña de Ciempozuelos, donde las mujeres pudieran hallar refugio para salir de la prostitución. Su idea fue crear residencias donde las mujeres fueran acogidas gratuitamente y sin restricción alguna. Antonia y otras voluntarias residen en las mismas casas compartiendo la vida con las mujeres y, dado su gran talento pedagógico, afrontan la formación de las mujeres para que puedan hallar empleo. Su paradigma sociopedagógico era denominado por Schönthal «la pedagogía del amor» (Felipe, 1962). Acogida, hogar, protección, amor, respeto, formación, liberación, recuperación o empleo son palabras que desde el primer momento forman parte del marco de apoyo e integración social al que dieron forma Serra y Schönthal. Las primeras mujeres a las que acogen procedían directamente del hospital donde habían sido dadas de altas y pronto llenan la docena de plazas que tenían en la residencia.

Las siguientes tres décadas estos dos grandes emprendedores sociales se dedican a intensificar la oferta, multiplican los refugios y unen a su labor a muchas otras personas voluntarias y que aportan los fondos para sostener la labor. Pronto se toma conciencia de que esa obra era urgente e imprescindible, y se forma una comunidad permanente alrededor de ese servicio. Así se origina en 1870 el Instituto de Oblatas del Santísimo Redentor, con la misión de ser «buena noticia para las mujeres que ejercen prostitución y/o son víctimas de trata para la explotación sexual», comprometido con «la igualdad, la justicia, la liberación y la vida». Según su Capítulo General de 1989, Oblatas «opta por un compromiso solidario con la mujer en prostitución, para juntas recorrer un camino de evangelización liberadora». Viven entregadas a una misión que expresan con estas palabras:

«La misión evangelizadora de Jesús, se hace en las oblatas compromiso solidario y camino compartido con las niñas, jóvenes y mujeres que se encuentran en contextos de prostitución o son víctimas de trata con fines de explotación sexual. Una misión que nos compromete en la defensa de sus derechos, en la búsqueda de oportunidades de promoción e inclusión y nos lleva a establecer estrechas relaciones de complicidad, desde el reconocimiento y la igualdad».

Los procesos de liberación, reducción del daño y esperanza que vamos a poder conocer en profundidad, se enraízan en el diálogo con esa tradición oblata y su pedagogía del amor y el respeto.

Agradecimientos

Esta investigación fue posible gracias a las Hermanas Oblatas, el conjunto de proyectos de la Fundación Serra & Schönthal y el compromiso de sus profesionales, voluntarios y mujeres que han sido prostituidas y ahora colaboran en sus programas para ayudar a otras mujeres que todavía sufren dicha violencia. Nos ayudaron a realizar el trabajo de campo y luego quedó en nuestro tejado reconstruir las historias, analizarlas y darle forma de libro.

El objetivo de nuestra investigación es dar a conocer la vivencia de las mujeres que sufren prostitución. Para ello, aplicamos una metodología cualitativa basada en historias de vida. La herramienta fue diseñada por un amplio conjunto de profesionales de la intervención y las entrevistas fueron realizadas mayoritariamente a comienzos de 2010. La amplitud y profundidad de las entrevistas nos han permitido reconstruir integralmente el origen, proceso y salida de la prostitución. Este libro se publica demasiado tarde por diferentes motivos. Siento, por tanto, una doble gratitud hacia las Hermanas Oblatas. La primera por hacer posible esta investigación y la segunda por haberla podido publicar años después. Hoy salen tarde, pero cuando dentro de veinte años sean leídas, pertenecerán al mismo tiempo y, muy probable y lamentablemente, seguirán siendo actuales.

Se ha avanzado mucho en la lucha contra la trata con fines de explotación sexual, los métodos de apoyo social han mejorado y el movimiento feminista ha impulsado la denuncia de la que posiblemente es la mayor violencia sistémica contra mujeres de todo el planeta. Sin embargo, está tan profundamente arraigada en la contorsión de los vínculos interpersonales, en una masculinidad enferma, la cultura sexual deshumanizada y, en definitiva, bajo estructuras de poder destructor, que se tardará décadas en lograr una clara tendencia hacia la liberación de las mujeres. Por el contrario, la expansión ilimitada de la pornografía por Internet, los abusos sexuales contra la infancia, la precarización de las familias, la mercantilización de todos los órdenes de la vida o la penetración de las ideologías del Yo, van en la dirección contraria, abriendo nuevas carnes para el prostituidor.

Desde la Cátedra Amoris Laetitia, de la Universidad Pontificia Comillas, patrocinada por la Fundación Casa de la Familia, de nuevo queremos expresar nuestra gratitud a las Hermanas Oblatas y la Fundación Serra & Schönthal. También queremos agradecer la colaboración de la profesora Eva Rubio, del Departamento de Sociología y Trabajo Social de Comillas, en la preparación del cuestionario y parte de la coordinación del trabajo de campo.

Queremos agradecer muy especialmente el apoyo y colaboración de la hermana Cleo Martínez Ronda, a quien dedicamos este libro, líder muchos años de Vagalume, el proyecto de prestigio nacional e internacional que las Hermanas Oblatas y la Fundación Serra & Schönthal tienen en Santiago de Compostela. Por fin ve la luz en forma de libro, como ella siempre ha querido, sobre todo para aquello que decía Portia Millais en la cita inicial de esta introducción: que se escuche «y si algún momento puede apoyar o echar una mano a estas mujeres, que lo haga. Porque hace falta. Y nada más».

Bibliografía citada

Braga, M. H., Eraso, C., Rodríguez Ronda, C. y Barandiarán, A. M. (1989). José María Benito Serra. Estudios sobre su vida. Volumen III. Madrid: Biblioteca Histórica Hermanas Oblatas del Santísimo Redentor.

Felipe, D. de (1962). La venerable Madre Antonia o la pedagogía del amor. Madrid: Editorial El Perpetuo Socorro.

Frances, R. (2007). Selling Sex. A hidden history of prostitution. Australia: University of New South Wales Press (UNSW Press).

Frances, R. y Kimber, J. (2008). «Joy»: Memorialisation and the Limits of Tolerance. Public History Review, 15, 77-91.

METODOLOGÍA

METODOLOGÍA

Esta investigación integra un total de diecinueve entrevistas que serán las que el lector se encuentre relatadas en la primera parte, es el gran valor de esta investigación. En la segunda parte haremos un análisis de algunas de las cuestiones. Las entrevistas fueron distribuidas por cupos establecidos por las siguientes categorías: edad de la persona (mayor o menor de treinta años), nacionalidad (personas procedentes de África, Latinoamérica, Europa del Este y España), situación Administrativa (según los permisos de residencia y trabajo), tiempo de permanencia en la prostitución (menos de un año, de uno a cinco y más de cinco años), hijos (con o sin hijos), condiciones en el ejercicio de la prostitución (en la calle, en pisos o similares o en clubs) y si las personas estaban en ejercicio en el momento de la entrevista o no. A lo largo de este libro, se va a tener la oportunidad de conocer con gran detalle a las personas entrevistadas.

Vamos a tratar de que el lector tenga una instantánea de cada persona mediante uno o dos rasgos muy singulares de su historia. Resumidas en un único rasgo, se minimiza la rica vida de las personas y sus esforzadas resistencias, pero va a permitir identificarlas rápidamente. Las diecinueve historias seleccionadas son las siguientes.

1) Pauline Millet, España. Explotada y salvada por personas toxicómanas. Hija de una familia campesina de recogedores de patatas, tuvo dos relaciones que la hicieron toxicómana y prostituyeron. Su tercera pareja, también toxicómano, se negó a que ella se prostituyera más.

2) Amalia Madrazo, España. Prisiones. Su pareja ingresa en prisión y su cuñada le introduce en la prostitución que ejercerá muchos años en carretera. Su hermana la acoge en la caravana en que vive con su familia y con su propio hijo, quien no sabe que Amalia es su madre. También ella fue encarcelada.

3) Fuensanta Romero, España. Tras veinticinco años casada. Tras veinticinco años de matrimonio, es seducida por una persona toxicómana que la engancha, maltrata y prostituye durante dos años muy destructivos.

4) Jeanne Renoir, Francia. Incesto. Sufrió incesto y violencia paterna, estuvo en una familia adoptiva que abandonó y se prostituyó en un continuo proceso de vaciamiento que le ha llevado a la ludopatía.

5) Adele Klimt, Rumanía. Secuestro. Víctima de tráfico de una mafia rumana, es llevada y encerrada a diversos clubs en un régimen muy cercano al secuestro.

6) Portia Millais, Egipto. Obligada a casarse. Su padre impidió su relación de amor con un vecino y la casó con un hombre mucho mayor que ella, del que se divorció. Emigró a Irak y se emparejó con un hombre bígamo con el que llegó a España y se prostituyó para mantenerlo.

7) Madeleine Gauguin, Guinea. Modelo prostituida. Trabajó como modelo, fue madre soltera, unos famosos la engancharon mientras hacían una gira y luego cayó en la prostitución.

8) Monalisa Vinci, Argentina. Casi vendida a los doce años. Su familia cae en la pobreza absoluta y su madre deja que a los doce años sea introducida a una prostitución brutal por un proxeneta maduro que envía dinero a la madre –hecho muy próximo a la venta de una hija–.

9) Josette Gris, Ecuador. Por no matar a su padrastro. Emigra para no tener que matar a su padrastro tras abusar de su hija de dos años y hace prostitución selectiva en España.

10) Natasha Rivera, Colombia. Traicionada por padre, pareja y parientes. Sobrevive a su padre maltratador, pero tiene que emigrar para huir de su pareja maltratadora. En España es traicionada por sus parientes y prostituida brutalmente.

11) Carolina Ingres, Colombia. Deuda que no cesa de crecer. Para mantener a sus tres hijos –de padres diferentes– emigra y contrae una enorme deuda. Su prima la prostituye, pero ella sólo acepta hacerlo esporádicamente, sin poder pagar su deuda que no deja de crecer. Uno de sus hijos muere y eso le hace darse cuenta de que nada de lo que hace tiene sentido.

12) Flora Tiziano, Colombia. Dinero en los árboles. Emigra engañada para ser prostituida porque creía que en Europa el dinero se cogía de los árboles.

13) Catalina Botticelli