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Ella era la única mujer a la que no podía tener… El soldado y heredero de una mina de diamantes, Tyr Skavanga por fin ha vuelto al frío norte. Atormentado por las terribles escenas de la guerra, se ha hecho más duro y solitario, pero hay una persona que desafía sus defensas, la última persona a la que espera ver. ¡Y la única mujer a la que desea! La princesa Jasmina de Kareshi, con su belleza exótica y su inocencia, está completamente fuera de su alcance. Al igual que Tyr, tiene una reputación que proteger, pero tal vez el mayor reto para ambos sea luchar contra la atracción que hay entre ellos…
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Seitenzahl: 174
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2014 Susan Stephens
© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Diamante prohibido, n.º 2432 - diciembre 2015
Título original: His Forbidden Diamond
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-7256-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
¡Tyr Skavanga ha vuelto!
El titular lo sorprendió. Su hermana Britt había dejado el periódico encima del escritorio, para que lo viese. Y para que se diese cuenta de lo mucho que sus tres hermanas lo habían echado de menos y de lo contentas que estaban de que hubiese vuelto. En la fotografía que había debajo del titular aparecían Britt, Eva y Leila abrazándose y sonriendo de felicidad.
Por él.
Tyr se giró y fue a mirar por la ventana del despacho de Britt, la nieve contrastaba con la oscuridad del cielo. En el exterior todo era de un blanco inmaculado mientras que en el interior, en el reflejo de la ventana, lo que había era el rostro de un asesino, su rostro. Y aquello era algo de lo que no se podía esconder.
Ni quería hacerlo. Había vuelto a Skavanga, la pequeña ciudad minera que llevaba el nombre de su familia, para volver a vivir con las personas a las que quería. Tras dejar el ejército, se había quedado lejos demasiado tiempo para proteger a sus hermanas y amigos de un hombre que había cambiado mucho. Britt, su hermana mayor, nunca había cesado en su intento de encontrarlo, respondiese a sus mensajes o no. Lo habitual había sido no hacerlo. Britt era una de las pocas personas que habían podido ponerse en contacto con él a través de su marido, el jeque Sharif, que a su vez era uno de los mejores amigos de Tyr y siempre le había sido leal; no había desvelado su paradero a nadie, ni siquiera a su esposa, Britt.
Al final, había sido una niña la que había hecho que le remordiera la conciencia y volviera. Había sacado a la pequeña de la zona de guerra para llevarla con su familia a un campo de refugiados, y cuando esta había dejado de llorar de la alegría de ver a los suyos, le había preguntado con la preocupación de una niña de siete años que había visto demasiadas miserias si él tenía una familia.
La pregunta le había hecho sentir vergüenza, lo había destrozado. Había roto su coraza y le había obligado a pensar en aquellas personas a las que había dejado atrás. Le había explicado a la niña que sí, que tenía una familia a la que quería mucho. Nadie había hecho ningún comentario al ver lágrimas en sus ojos. Estaban juntos y vivos, no podían pedir más. Él se había marchado del campo para volver al desierto, donde había trabajado hasta el agotamiento, sin poder olvidar la pregunta de la niña acerca de su familia, que le había hecho darse cuenta de lo afortunado que era por tener personas que lo querían. Y entonces había sabido que tenía que volver a casa, a pesar del miedo a encontrarse con sus hermanas, que se darían cuenta de lo mucho que había cambiado.
Había sido de un valor inestimable para las Fuerzas Especiales, se lo habían dicho al ponerle una medalla en el pecho, pero Tyr no había querido que grabasen aquello en su tumba. Quería que lo recordasen por lo que había construido, no por lo que había destruido. En la batalla, se había encontrado con tres tipos de soldados: los que disfrutaban de su trabajo, los que iban a cumplir con su obligación con valentía y lealtad hacia sus camaradas y su país, y los que jamás se recuperarían de lo que habían visto, ya fuese física, mentalmente, o ambas. Él no tenía excusas. Era fuerte. Tenía el amor de una buena familia y no solo había conseguido mantenerse vivo, sino prácticamente indemne, al menos, por fuera. Y en esos momentos dependía de él terminar con el proceso de curación y ser de utilidad para otras personas menos afortunadas que él.
–¡Tyr!
–Hola, Britt.
Se giró justo en el momento en el que su bella hermana le daba un abrazo. Era evidente que estaba feliz de verlo, pero su mirada estaba llena de preguntas.
–Estás estupendo, Tyr.
–Mentirosa.
Su hermana mayor retrocedió para mirarlo de arriba abajo.
–Está bien, en ese caso te diré que llevas una ropa estupenda.
–Eso está mejor – respondió él mientras ambos reían al unísono–. Hice escala en Milán, ya que sabía que mis glamurosas hermanas organizarían una fiesta. Tenía que estar a la altura.
Britt lo miró con preocupación.
–No tienes por qué hacer nada que no quieras hacer, Tyr.
–Pero quiero estar aquí. Quería venir a casa y veros.
–Entonces, ¿estás preparado? – le preguntó Britt, mirando hacia el otro lado de la calle, donde estaba el hotel más lujoso de la ciudad, en el que habían organizado una fiesta para darle la bienvenida.
–Cuando quieras.
–Ojalá tuviésemos más tiempo para hablar, pero sé que nunca te ha gustado hacer las cosas poco a poco, ¿verdad, Tyr?
–Inmersión total – le confirmó él, decidido a mantener el tono de voz alegre–. No sé hacerlo de otra manera.
–Si tú lo dices.
–Por supuesto – dijo Tyr, señalando el hotel, al que estaban llegando coches–. Y muchas gracias por organizarlo.
Britt se echó a reír.
–Me alegro de haber tenido la oportunidad. Había que darle la bienvenida al héroe de la ciudad…
–Solo tienes que darle la bienvenida a tu hermano. No quiero más.
–Iría hasta el fin del mundo por ti, Tyr… Y casi he tenido que hacerlo – le recordó su hermana.
–No dejaste de enviarme correos electrónicos.
–Y tú no me respondiste.
–Pero al final te he ahorrado el viaje.
–No vas a cambiar nunca – dijo ella en tono de broma, pero su mirada era triste porque ambos sabían que había cambiado.
Había cambiado mucho.
–Este rato en mi despacho, tranquilo, te habrá venido bien, ¿no?
–Ha sido perfecto, gracias, Britt.
Salvo en los momentos en los que había ido de compras para poder deshacerse de las botas y las camisas de safari y ponerse ropa de ciudad, Tyr no había tenido ningún contacto con otras personas desde que se había marchado del desierto. Después de tanto silencio, incluso los ruidos de la calle le resultaban ensordecedores, pero su hermana se merecía aquello y mucho más. Tyr la habría puesto en un pedestal.
–Bueno, pues ya has disfrutado bastante de la paz y la tranquilidad. Necesito hablar contigo y, luego, nos iremos.
–Parece serio.
–Tengo muchas cosas que contarte, Tyr. Has estado fuera mucho tiempo. Leila ha tenido gemelos…
–Eso lo sé, ya me lo habías contado.
–Te avisé cuando nacieron, pero ya casi tienen edad para ir al colegio y todavía no los conoces.
Él asintió.
–Y ahora está otra vez embarazada.
–Veo que Rafa no pierde el tiempo.
–Hablas como un dinosaurio. Leila y Rafa se adoran y, según tu hermana, quieren un equipo de fútbol. Y quiero que sepas que el mundo ha seguido girando aunque tú hayas desconectado de todo.
Donde Tyr había estado no había habido comunicación con el mundo exterior, hasta que él había llegado y la había instalado para que los demás pudiesen comunicarse con sus seres queridos. Durante mucho tiempo, él se había sentido demasiado mal para poder hablar con sus hermanas.
–No vas a contarme dónde has estado, ¿verdad, Tyr?
–No necesitas saberlo – respondió él en tono de broma, encogiéndose de hombros.
No quería hablar con nadie de su trabajo, ni siquiera con Britt. No quería que lo alabasen por las cosas malas que había hecho. Solo quería seguir adelante.
Su hermana sacudió la cabeza.
–De acuerdo, desisto. Ya verás cuando veas a Leila, está…
–¿Enorme? – sugirió él.
Su hermana intentó golpearlo.
Y así volvieron atrás, a los días felices.
–¿Y qué más ha pasado?
–Jazz está aquí.
Tyr sintió un escalofrío.
–Jazz. Hace muchos años que no la veo.
Solo con oír el nombre de la hermana pequeña de Sharif recordó las vacaciones escolares, cuando lo único que le había importado había sido divertirse con sus dos amigos de Kareshi, pero, a juzgar por el tono tenso de su hermana, había algo más.
–¿Y? – le preguntó–. ¿Qué pasa con Jazz?
Estaba seguro de que Sharif se lo habría contado si le hubiese ocurrido algo a Jazz, que en realidad era la princesa Jasmina de Kareshi.
–Jazz está bien, ¿verdad?
–Por supuesto.
–¿Pero?
Fingió indiferencia, pero el corazón se le había detenido al pensar que le había podido ocurrir algo a Jazz. Se conocían desde que Sharif lo había invitado a pasar sus primeras vacaciones en Kareshi y, desde entonces, siempre se había alegrado de verla. Por eso, la idea de que pudiese estar enferma, o herida… Se le encogió el estómago. Estaba cansado de calamidades.
–Pero nada, Tyr – insistió su hermana–. Si le hubiese ocurrido algo malo, te lo contaría.
Él la miró fijamente a los ojos, sabiendo que había algo más.
–Va a venir esta noche.
–Estupendo.
Tyr se alegraba de poder volver a ver a Jazz a pesar de que era una persona capaz de ver siempre en el interior de las personas y él no sabía qué le parecía eso.
–Ha cambiado, Tyr – añadió Britt en voz baja–. Al igual que el resto de nosotras, ha crecido.
¿Qué estaba intentando decirle su hermana? Se encogió de hombros y se imaginó a Jazz con coletas y aparato en los dientes. ¿Cuánto podía cambiar una persona? Miró su reflejo en la ventana y obtuvo la respuesta a su pregunta.
–¿Qué pasa, Tyr?
Él esbozó una sonrisa.
–Nada. Nada en absoluto.
–Todos hemos cambiado – dijo Britt, leyéndole el pensamiento–, pero al menos estás sonriendo. ¿Ha sido al pensar en Jazz?
Él se encogió de hombros, aunque lo cierto era que sí que estaba pensando en Jazz, que siempre se había referido a él como el chico del frío norte que tenía un nombre gracioso. Sharif, Jazz y él habían formado un trío extraño. Al principio no habían querido incluir a Jazz, pero esta se había empeñado y había conseguido montar a caballo mejor que Sharif y que él. Además, conocía el desierto como la palma de su mano. Así que, como no habían podido deshacerse de ella, habían desistido en el intento.
–No te preocupes, Britt. Yo me ocuparé de Jazz – le aseguró.
–Pero no le tomes el pelo.
–¿Que no le tome el pelo? – repitió Tyr frunciendo el ceño.
–Jazz ha accedido a venir esta noche porque es una celebración familiar muy importante, y yo la voy a acompañar en todo momento, Sharif y yo, quiero decir.
Él frunció más el ceño.
–Todo parece demasiado formal, Jazz no era así.
–Ya te he dicho que Jazz ha crecido, y las hermanas solteras del jeque de Kareshi no tienen tantas libertades como nosotras.
–¿Sharif la tiene encerrada?
–No seas tonto. Sabes que Sharif es un gran defensor del progreso. Ha sido decisión de Jazz, y tenemos que respetar sus creencias. Ha apoyado a Sharif mientras este hacía avanzar a Kareshi hasta el siglo XXI y en estos momentos no quiere hacer nada que ponga en peligro la estabilidad, mucho menos dar a los ciudadanos más conservadores del país la oportunidad de criticar a Sharif por implementar el progreso con demasiada rapidez.
–¿Así que prefiere sacrificarse ella? – inquirió Tyr, indignado–. ¿Encerrándose?
–No exactamente, pero lo cierto es que Jazz se ha vuelto bastante conservadora. Así que, por favor, Tyr, por su bien, intenta ser prudente cuando la veas.
–¿Qué piensas que voy a hacer? Hemos sido amigos casi toda la vida, Britt. No voy a intentar ligármela.
–Enfría esa amistad y mantente alejado de Jazz, limítate a saludarla con indiferencia. ¿De acuerdo?
Él se pasó una mano por el pelo.
–No puedes estar hablando en serio. ¿Es que nadie se puede acercar a Su Majestad?
–No te burles de ella, Tyr – le advirtió Britt, fulminándolo con la mirada–. Jazz lleva una vida completamente normal en Kareshi. De hecho, Sharif rompió todas las reglas al darle un trabajo en el picadero, donde realiza una labor de gestión excelente, pero lo importante es que ha abierto las puertas del mercado laboral a todas las mujeres de Kareshi.
–¿Y?
–Que eso ha hecho que Jazz esté más decidida que nunca a defender la tradición en otros aspectos de su vida, para que nadie pueda criticar la decisión de Sharif de permitirle trabajar.
–¿Defender la tradición, qué quieres decir?
–Que Jazz piensa que Kareshi tiene que ir evolucionando poco a poco, y si para que el resto de mujeres puedan trabajar es necesario que ella permanezca en la sombra, está dispuesta a hacerlo. Deberíamos admirarla por hacer el sacrificio.
–No lo entiendo.
–La libertad de la mujer para trabajar es un gran paso para Kareshi y Jazz lo sabe. Lo siguiente será que las mujeres solteras puedan relacionarse libremente con los hombres sin que la sociedad las condene. Y se conseguirá. Jazz está entregada a su pueblo y podemos confiar en que hará lo que es mejor en estas circunstancias.
–¿Lo que es mejor para ella o para Kareshi?
–No te enfades, Tyr. Para ambos, por supuesto. Y no me mires así.
–Tienes razón, lo siento. Es que no me imagino a Jazz, que era tan guerrera, convertida en una ermitaña.
–¿Acaso no te encerraste tú en ti mismo y te alejaste de todas las personas que te querían?
Su hermana también tenía razón en aquello. Tyr se obligó a sonreír a pesar de que estaba preocupado por Jazz.
–Es cierto.
–Alégrate por ella, Tyr. Jazz es una joven maravillosa, con un enorme sentido del deber, cualidad que estoy segura de que comprendes. Es normal que no quiera dar de qué hablar.
–Tal vez para ti tenga sentido – concedió Tyr–, pero Jazz es mi amiga, y esta noche voy a encontrarme con muchos amigos y voy a tratarlos a todos por igual.
–En ese caso, supongo que no tengo de qué preocuparme – respondió Britt, tomando su rostro con ambas manos y besándolo en sendas mejillas–. Ahora, al otro lado de la puerta hay varias personas deseando darte la bienvenida en privado.
Aquello lo emocionó.
–¿Están aquí Eva y Leila?
–Con sus maridos, he pensado que no te importaría ver también a Roman y a Rafa, teniendo en cuenta que son tus mejores amigos.
–Por supuesto que no.
De hecho, estaba deseando verlos, y se aseguró a sí mismo que conseguiría que estos no viesen en sus ojos nada más que la felicidad del reencuentro.
Su hermana mediana, Eva, fue la primera en entrar en la habitación, cambiando por completo el ambiente que se respiraba en la misma. Eva era pelirroja y lenguaraz, y no había cambiado nada en el tiempo que no se habían visto. Lo miró de arriba abajo y le dijo:
–Sigues siendo tan impresionante como recordaba, mi chico guerrero.
–Podría aplastarte con un solo dedo, mequetrefe.
Ambos levantaron los puños y pelearon de broma, luego Eva rompió a llorar y se lanzó a sus brazos, donde siguió golpeándolo en el pecho.
–No vuelvas a hacerme algo así, ¿me oyes, Tyr? No vuelvas a desaparecer de mi vida sin tan siquiera haberme dejado las llaves de tu estupendo coche.
Él se echó a reír y la abrazó.
–Te prometo que no volveré a hacerlo – le dijo, dándole un beso en la cabeza.
Más tranquila, Eva se echó hacia atrás para volver a mirarlo.
–No tienes ni idea de cuánto te he echado de menos, Tyr.
–Yo también te he echado de menos. No sé cómo he podido sobrevivir tanto tiempo sin las tres fastidiándome.
Eva fingió volver a enfadarse y Britt se acercó a la puerta para abrirla de par en par.
–¡Leila! – gritó Tyr, dispuesto a tomar en volandas a su hermana pequeña, pero se detuvo a tiempo–. Vaya. Estás embarazada.
–Muy embarazada – le confirmó esta riendo y llorando al mismo tiempo mientras lo abrazaba.
–Pero estás tan guapa como Britt me había dicho.
–Si te gustan los andares de hipopótamo, soy tu tipo – añadió, mirándolo fijamente, con cariño y preocupación–. No puedo creer que hayas vuelto. Te veo más delgado.
–Un poco – admitió él, estirándose la chaqueta–. ¿Vamos a la fiesta?
–Es mejor que no hagamos esperar más a los invitados – dijo Britt, mirándolo a los ojos antes de salir por la puerta.
Tyr entrelazó los brazos con los de sus hermanas y salió de la habitación.
Por primera vez desde que Jazz recordaba, Sharif no se había mostrado impaciente al darse cuenta de que no estaba preparada para salir hacia la fiesta a la misma hora que Britt y él.
–No hay prisa – le había dicho sonriendo–. Avísame cuando estés lista y pasaré a recogerte.
Le había costado mucho decidir qué ponerse, ya que había tomado la decisión de no socializar y no sabía cómo se esperaba que vistiese una princesa muy conservadora.
–Sonríe – le había aconsejado Jazz–, no hace falta que exageres con el tema de las tradiciones mientras estás con nosotros en el norte.
–Pero si me fotografían…
–El pueblo de Kareshi solo puede estar orgulloso de su princesa. ¿Cómo no va a estar orgulloso de ti cuando te vea con tu hermano, acompañados de una familia que os quiere tanto, Jazz?
Siempre era difícil discutir con Britt y en aquella ocasión había sido imposible, aunque Jazz había tenido que luchar contra sus demonios internos para mostrar su rostro en público. Sus padres habían abusado de sus privilegios y habían descuidado al pueblo, los habían dejado a Sharif y a ella al cuidado de niñeras mientras su madre se dedicaba a alardear de su belleza por todo el mundo. Y Sharif y Jazz habían crecido siendo conscientes del descontento del pueblo. Por ese motivo, cuando Sharif había heredado el trono, había intentado calmar los ánimos lo más rápidamente posible. Sharif era un hombre bueno y fuerte, amable y sabio, pero su agitada niñez en un país con unos gobernantes ausentes y en el que imperaba la corrupción había hecho que Jazz decidiese evitar más disgustos e intentar no volver a ofender a nadie.
–Deberías salir más de Kareshi – había insistido Britt cuando habían hablado de la ropa que Jazz vestiría para la fiesta–. Sería bueno para tu pueblo, y para ti.
Jazz estaba de acuerdo, pero Kareshi era un país impregnado de tradición. Sharif le había dado un trabajo en el picadero, lo que había abierto las puertas del mercado laboral a todas las mujeres de Kareshi, pero Jazz no quería poner en peligro su libertad enfadando a las facciones más tradicionalistas del país. Y era mucho más sencillo esconderse tras un velo que enfrentarse a una noche así. Se miró al espejo y deseó poder calmar su corazón. Su hermano y Britt ya se habían marchado para encontrarse con Tyr en la sede de Skavanga Mining antes de la fiesta.
Tyr.
A Jazz se le secó la garganta. Siempre se había puesto nerviosa antes de ver al gran vikingo, pero se dijo que las cosas habían cambiado. Era una mujer adulta, con responsabilidades, no una niña que se dedicaba a incordiar al mejor amigo de su hermano. Tenía que proteger sus sentimientos.
Aunque sabía que siempre podría contar con Tyr.
Al menos, había podido hacerlo hasta que este había desaparecido.
Se había preocupado mucho por él, y había rezado porque estuviese bien.
Tyr había vuelto.
¿Qué pensaría de ella? Había cambiado mucho, se había vuelto seria y silenciosa. Esa noche no le gastaría ninguna broma.
Pero no podría ir a la fiesta si no se tranquilizaba.
Respiró hondo varias veces, cerró los ojos e intentó no pensar en Tyr Skavanga. Después de unos segundos, desistió.
Una vez en el hotel, Tyr se detuvo a la entrada del salón y sonrió.
–Qué bonito, Britt.
–No hay carteles de bienvenida – protestó Eva.
–No. Todo está como le gusta a Britt – comentó Leila con aprobación–. Muy elegante.
–Para celebrar el regreso de un guerrero – comentó Eva orgullosa, apoyando la mano en su brazo.
–Para celebrar la vuelta a casa – dijo él en tono amable.
No le cabía la menor duda de que Britt se había esforzado mucho. Las flores que había en los altos jarrones que flanqueaban la puerta doble de entrada eran blancas, elegantes. En la fotografía que Britt había elegido de él para colocar en el caballete aparecía riendo y relajado, antes de irse a la guerra, donde su vida había cambiado completamente.
–En carne y hueso pareces veinte años mayor – comentó Eva.
Sus otras dos hermanas la reprendieron.
–Ten cuidado con lo que dices, enana – le advirtió Tyr en tono de broma.
De repente, estaba tan animado que pensó que iba a ser posible que disfrutase de la velada.