Días dorados - Katherine Garbera - E-Book

Días dorados E-Book

Katherine Garbera

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Las consecuencias del deseo... un bebé con los ojos de su padre. Hacía ya tres años que Jake Danforth había pasado una apasionada noche con Larissa Nielsen. Nunca la había olvidado, a pesar de que ella se había marchado antes de que se hiciera de día. Todo ese tiempo Larissa había mantenido en secreto el nacimiento de su querido hijo, pero ahora debía contarle la verdad a Jake antes de que lo hiciera otra persona. Estaba preparada para su sorpresa, para su enfado, incluso para el deseo que estallaba cada vez que se rozaban... pero no para una boda relámpago.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 197

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Harlequin Books S.A.

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Días dorados, n.º 5480 - enero 2017

Título original: Sin City Wedding

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2005

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9345-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

Larissa Nielsen había imaginado una infinidad de veces su reencuentro con Jacob Danforth, pero en ninguna de esas ocasiones había pensado que fuese a ser vestida con unos vaqueros gastados y una camiseta descolorida. Sin embargo, la visita que había recibido la noche anterior de Jasmine Carmody, una reportera del periódico local, no le había dejado otra opción. Tenía que hablar con Jake antes de que aquella mujer revelara al mundo que era el padre de su hijo Peter.

Por ese motivo estaba allí, sentada en su coche delante de la casa de Jake en Savannah a las siete de la mañana, como si fuera una ex novia psicótica que no pudiera olvidarlo y estuviera espiándolo. En ese momento podría estar en su casita en Riverside, a orillas del río Savannah, desayunando tan tranquila con su hijo de tres años, pensó con un suspiro. Pero inmediatamente su conciencia le recordó que aquello era algo que debería haber hecho hacía mucho tiempo. Tenía que decidirse a salir del coche, ir hasta la puerta y llamar al timbre.

Cerró el pequeño libro de poemas de Robert Frost que tenía en sus manos, y volvió a guardarlo en la guantera. Siempre lo llevaba consigo, porque la ayudaba a evadirse cuando se sentía abrumada, y esa mañana, mientras esperaba, le había proporcionado la vía de escape que necesitaba del enjambre de pensamientos que bullía en su cabeza.

Unos golpecitos en la ventanilla la sobresaltaron. Giró el rostro y alzó la vista, y vio a un hombre inclinado, un hombre de oscuros ojos que no había podido olvidar: Jake. La expresión de tipo duro se borró de su rostro en cuanto la reconoció, siendo reemplazada por una cálida sonrisa.

Larissa desactivó el cierre automático de la puerta, y Jake la abrió.

Nunca había sido lo que se decía una persona tímida, pero de pronto se sintió como el león cobarde de El mago de Oz. Conocía a Jake, y sabía que cuando le dijera que tenía un hijo y que se lo había ocultado durante tres años, no se lo tomaría bien precisamente.

Peter seguía dormido en el asiento trasero, y su madre se volvió un instante a mirarlo para asegurarse de que estaba bien tapado con su mantita preferida. Estaban en el mes de marzo y hacía un poco de frío. Se estremeció ligeramente al bajarse del coche, y se frotó los brazos con las manos, rogando por que los cristales tintados ocultaran a su hijo de la vista de Jake hasta que le hubiera hablado de él.

–Larissa… ¿Qué estás haciendo aquí, sentada en un coche delante de mi casa a estas horas? –inquirió Jake, que todavía no había salido de su asombro.

Debía venir de correr, porque llevaba unos pantalones cortos de chándal, una sudadera empapada en sudor, y zapatillas de deporte. Bueno, pensó Larissa con alivio, cerrando despacio la puerta del vehículo, al menos iba vestido tan informal como ella.

Pero a pesar de la ropa estaba tan guapo como lo recordaba. Se preguntó si seguiría siendo también igual de bueno en la cama, y tuvo que obligarse a apartar la vista de su musculoso tórax para mirarlo a la cara.

–Es una larga historia.

–¿Cómo de larga? –inquirió él con una media sonrisa–. ¿Casi cuatro años?

–La verdad es que sí.

–Bueno, entonces será mejor que nos pongamos cómodos. Entra en casa conmigo; haré café y hablaremos de ello. Si algo no falta en mi casa es precisamente café. No tengo tantas variedades como en nuestras cafeterías, pero…

Larissa se rió. Jake siempre conseguía hacerla reír, pero no podía dejar a Peter en el coche.

–Te lo agradezco –balbució–, pero… bueno, es que… verás, hay algo que tengo que decirte y…

–¿Y no puedes decírmelo dentro?

–Pues… no, me temo que no.

Se apoyó en la puerta del coche tratando de encontrar las palabras adecuadas. Tragó saliva, y se humedeció los labios.

–Um… vaya, esto es más difícil de lo que creí que iba a ser –comenzó. Inspiró profundamente. «Valor, Larissa, valor»–. ¿Recuerdas aquella noche en que tú y yo…?

–¿Cómo podría olvidarla? –contestó él, repasando un dedo por su mejilla.

Un cosquilleo recorrió a Larissa de arriba abajo. Las más leves caricias de Jake siempre la habían hecho reaccionar de aquel modo, aun cuando fueran totalmente inocentes.

–Yo tampoco la he olvidado –confesó.

–¿Por eso estás aquí? –inquirió él.

Se inclinó hacia ella, bajó la vista a su boca, y Larissa sintió que volvía a estremecerse. Sin darse cuenta de lo que hacía, se lamió los labios, y Jake siguió el movimiento de su lengua con la mirada. Diablos, aquello se le estaba yendo de las manos. La mano descendió, y le acarició el labio inferior con el pulgar.

–Después de casi cuatro años vuelves a aparecer en mi vida, y no alcanzo a imaginar la razón –murmuró–. ¿Por qué ahora, Larissa?, ¿por qué estás aquí?

Ella volvió a tragar saliva.

–Una reportera se presentó en mi casa anoche por… por un asunto que puede afectar a la candidatura de tu padre al senado.

–Esos condenados periodistas… –farfulló Jake, pasándose una mano por el rizado cabello–. ¿Será posible que no puedan dejarnos tranquilos ni un minuto?

–…y sabe lo de… bueno, lo de nuestro romance de una noche –soltó Larissa.

–No es justo que lo llames así –dijo Jake–. Yo no quería que fuera un romance de una noche, quería volver a verte.

Era cierto. La había telefoneado varias veces, pero ella no había contestado el teléfono, ni había respondido a los mensajes que le había dejado en el contestador, y había acabado por mudarse a Atlanta con la compañera de cuarto que había tenido en la facultad para evitar que pudiera averiguar que su noche de pasión había tenido consecuencias.

Aunque hubiera estado dispuesto a asumir su responsabilidad, no le había parecido que Jake estuviera preparado para ser padre. Para empezar, por aquel entonces su negocio, D&D, la cadena de cafeterías que había abierto con su primo Adam, lo absorbía demasiado, porque estaba empezando a ampliarse con franquicias en otros estados, y, por otra parte, en el plano de lo personal, no era demasiado maduro, ya que no pensaba más que en pasarlo bien.

Además, ella sabía por propia experiencia que una mujer que obligaba a un hombre a comprometerse acababa convirtiéndose en una carga para él, y hacía mucho que se había jurado a sí misma que jamás se convertiría en una carga para nadie.

–Tenía mis razones para no reunirme contigo en Cancún –murmuró, mordiéndose el labio inferior. «Díselo ya, Larissa. ¿A qué estás esperando?».

Jake la miró sin comprender.

–Escucha, Larissa, no vivimos en el siglo diecinueve –le dijo–. El que dos personas libres y sin compromiso pasen una noche juntos no es algo que interese tanto como para que salga en los periódicos, sobre todo cuando una de ellas es completamente anónima. No sé qué se traerá entre manos esa mujer que te llamó, pero no tienes por qué preocuparte.

–Me temo que sí hay motivos para preocuparse –replicó ella.

–¿Qué?, ¿te ha dicho que tenía fotos o algo así? –le preguntó Jake.

La sonrisa maliciosa en sus labios hizo que los recuerdos de esa noche volvieran como un torbellino a la mente de Larissa. Había sido una calurosa noche de verano, y se había sentido entre sus brazos la mujer más hermosa del mundo, no la Jane más bien feúcha que siempre había sido.

–Sí, pero no de nosotros.

–¿De quién entonces? –inquirió Jake, que estaba empezando a exasperarse.

«Oh, Dios».

–De nuestro hijo.

Jake dio un paso atrás, tambaleándose ligeramente.

–¿Has dicho… has dicho «hijo»?

–Sí, su nombre es Peter, Peter Jacob, y tiene tres años –respondió ella, sintiéndose aliviada después de habérselo dicho al fin–. Lo he traído conmigo. Está dormido en el asiento de atrás.

Jake abrió la puerta, y se quedó mirando al chiquillo, que tenía el cabello rizado y oscuro como el suyo. Extendió una mano y le acarició la cabeza con tal ternura, que Larissa supo al verlo que había cometido un error al no decírselo antes.

Aunque enumeró mentalmente las excusas que se había dado a sí misma en esos tres años para no hacerlo, de pronto le sonaron débiles y sin fundamento, y estaba segura de que Jake pensaría lo mismo.

Jake, embargado por una emoción que jamás hubiera creído que pudiera sentir, no podía apartar los ojos del niño.

–Mi hijo –murmuró.

 

 

Su hijo… Por más que se lo repetía no podía acabar de creerlo. Nada lo había preparado para aquello. Ser padre era algo que nunca había considerado. Intentó desabrochar el cinturón de la silla de seguridad en la que viajaba el pequeño, pero estaba tan nervioso que no encontraba la manera. Tendría que llamar a su hermano Toby más tarde. Era el único experto en la materia que conocía.

–Sácalo –le pidió a Larissa, sacando la cabeza del coche y haciéndose a un lado.

Le temblaban las manos. Dios, tenía un hijo…

Larissa se inclinó, y Jake advirtió que, a pesar de la maternidad, su figura continuaba siendo tan esbelta como años atrás. Y sus ojos seguían siendo igual de azules. Siempre le habían parecido los ojos más honestos que había visto jamás… hasta ese día.

Larissa había desabrochado ya el cinturón de seguridad de la sillita de Peter, y estaba alborotándole el cabello suavemente con la mano para despertarlo.

–Buenos días, dormilón.

El niño dio un gran bostezo.

–Buenos días, mamá.

Había un vínculo entre ellos, un vínculo que Jake nunca había querido, pero que de repente envidiaba. Quizá esa clase de vínculo era lo que venía necesitando desde hacía tiempo. Quizá un hijo pudiese llenar el vacío que ni su trabajo ni las fiestas habían conseguido llenar jamás.

Larissa tomó al crío en brazos y lo sacó del coche, dejándolo en el suelo. Jake dio un paso hacia él, pero el niño retrocedió, apretando contra su cuerpo un osito de peluche y mirándolo con recelo.

–Está bien, cariño, no pasa nada. Este señor es un amigo de mamá –le dijo Larissa, acariciándole el cabello–. Es un poco tímido con los extraños –le explicó a Jake.

–¿Sabe siquiera lo que significa la palabra «papá»? –le espetó él, algo irritado por que lo hubiera presentado como «un amigo».

–Sólo tiene tres años. A un niño tan pequeño es difícil explicarle…

–¿Te resultaba difícil explicárselo… o más bien confiabas en poder esperar lo más posible hasta que no tuvieras más remedio que explicárselo? –inquirió él con aspereza.

Larissa suspiró.

–Mira, Jake, estás en todo tu derecho a estar molesto conmigo por esto, pero si vas a comportarte de esa manera delante de Peter, me lo llevaré de vuelta a casa. Para él ahora mismo no eres más que un extraño que está enfadado con su madre.

Jake comprendió que tenía razón. Fuera justo o no para él, para el niño ella era todo su mundo, y el hacer que se disgustara o saliera llorando no haría que él le cayese precisamente bien.

Jake se irguió y dio un paso atrás.

–Está bien, lo siento.

Peter se aferró a la pierna de su madre sin dejar de observarlo. ¿Por qué Larissa no se había fiado de él lo suficiente como para decirle que la había dejado embarazada?

–¿Te ha seguido esa reportera?

–No lo creo.

–Bien, pero pasemos dentro de todas formas. Uno nunca puede estar seguro con esa gente. Parece que tengan antenas en la cabeza.

Larissa asintió, y se agachó para desenganchar los dedos regordetes de Peter de su pantalón. Tomó su manita en la suya, y ambos se quedaron mirando a Jake. Él comprendió que estaban esperando a ver qué hacía, pero, francamente, no sabía qué era lo que se esperaba que hiciera. Estaba fuera de su elemento.

Se agachó, hincando una rodilla en la acera, y le tendió una mano a su hijo. Peter vaciló, y le dio su peluche.

–Te ha dado al Señor Oso –dijo ella esbozando una sonrisa–. Eso significa que le parece que puede confiar en ti.

–Me alegra que al menos a él se lo parezca –respondió Jake con sarcasmo.

Larissa lo miró dolida con aquellos grandes ojos suyos, y se sintió como un bruto. Sabía que debía dejar a un lado su enfado e intentar recordar las razones por las que se había sentido atraído por ella años atrás, pero en ese momento le resultaba imposible.

–Oh, Jake, no se trata de una cuestión de confianza –dijo ella quedamente.

Él alzó la vista y la miró con los ojos entornados.

–¿Ah, no?, ¿de qué se trata entonces?

–Pues… pues de que yo no era la mujer adecuada para ti.

–Eso desde luego. Me gusta un tipo de mujer bien distinta.

Larissa sintió una punzada en el pecho. ¿Tenía que ser tan franco?

–Lo sé –farfulló irritada–: más alta, más voluptuosa, y…

–Vaya, gracias. Bonita opinión tienes de mí, Rissa –dijo Jake, dejando escapar una carcajada de incredulidad–. No soy tan superficial. Quería decir «honesta». No me gusta que las mujeres con las que salgo me mientan y me oculten cosas.

Larissa se sonrojó. Jake sabía que si volvía a abrir la boca de ella saldrían de nuevo palabras duras e hirientes, y con eso sólo conseguiría que Larissa se diese media vuelta y se marchase con el hijo que acababa de descubrir que tenía, así que se levantó, se giró sobre los talones, y se dirigió a la puerta de la casa diciéndoles que lo siguieran.

Cuando hubieron entrado y hubieron pasado al salón, Jake se quedó dudando. Si quería hablar con Larissa, debería encontrar algún entretenimiento para el niño. ¿Qué hacían los niños de tres años para entretenerse?

–¿Le gusta ver la tele? –le preguntó a Larissa.

–Sí, pero sólo le dejo ver programas educativos.

Jake contuvo el impulso de poner los ojos en blanco. Típico de Larissa: sólo programas educativos. Bajó la vista hacia el serio chiquillo, hacia su hijo. Su hijo… Aquel pensamiento volvió a hacer que una extraña sensación lo invadiera, haciendo que la irritación hacia Larissa pasara a un segundo plano. Aquél era su hijo, sangre de su sangre. Tenía que hacer aquello bien.

Se arrodilló de nuevo frente al chico, y se quedó estudiando sus pequeñas facciones largo rato. El niño, al cabo, pareció perder su inicial timidez, y extendió una mano para tocarle la barbilla.

–Pincha –murmuró.

–Es que todavía no he podido afeitarme.

Peter alzó la mirada hacia su madre.

–¿Por qué tu cara no pincha?

–Porque a las chicas no les sale barba –respondió ella.

–Las chicas son distintas –farfulló Peter, volviendo de nuevo el rostro hacia Jake.

–Sí, ya lo creo que lo son –asintió él frunciendo los labios.

–Tengo hambre.

–Um… es que no me ha dado tiempo a darle más que un vaso de leche antes de salir –balbució Larissa azorada–. Pensaba… pensaba decirte que fuéramos a tomar alguna cosa a cualquier cafetería de por aquí cerca y mientras hablar de… de esto.

–No pasa nada. Ven, campeón –le dijo a Peter, poniéndole una mano en el hombro y conduciéndolo hacia la cocina–, vamos a hacerte algo de desayunar.

Jake sentó a Peter en un taburete alto, y empezó a buscar algo que un niño de tres años pudiera comer. No solía comer ni cenar en casa, así que no tenía gran cosa. Había aceitunas y frutos secos en uno de los muebles de la cocina, y en el frigorífico latas de cerveza y una botella de jerez, pero los niños no tomaban esas cosas.

–Debería haber dejado a Peter con una niñera –murmuró Larissa.

Jake se volvió hacia ella. Peter estaba enfrascado en un libro electrónico que su madre debía haber sacado sin duda de ese enorme bolso que tenía colgado del hombro.

–Me alegra que no lo hicieras.

Estaba tan cerca de él que podía oler el perfume frutal de su champú. No iba maquillada, aunque tampoco recordaba haberla visto maquillada cuando estudiaba en la facultad. Y tampoco le hacía falta. Tenía una piel cremosa y sin una sola imperfección, y unos labios sonrosados ni muy finos ni muy gruesos. Una ola de deseo lo invadió, haciéndolo sentirse aún más irritado. No quería sentirse atraído por ella. Estaba enfadado con ella.

Larissa tragó saliva, y Jake supo que todavía no estaba segura de que haberle permitido conocer a su hijo fuese una buena idea. Se preguntó en qué medida esa duda se debería a su reputación, y en qué medida al Jake que ella había conocido.

Era cierto que nunca había querido responsabilidades. Era algo que de sobra sabía su familia y que, gracias a la prensa, que seguía con lupa los movimientos de cada miembro del clan Danforth desde que su tío Abraham anunciara su candidatura a senador, sabía también la mitad del estado de Georgia. Lo habían retratado como un millonario en la treintena, soltero convencido, mujeriego, y amante de las fiestas. Y aunque no podía negar que ésa era la impresión que daba, Larissa lo había conocido lo suficiente como para saber que en el fondo era muy distinto.

–¿Qué quieres comer, campeón?

–Tortitas.

–Um… bueno, de eso no tengo, pero creo que podremos apañárnoslas –respondió Jake. Podría revolverle un huevo… si tuviera alguno en la nevera. Se volvió hacia Larissa–. Me temo que me habéis pillado sin provisiones, pero puedo subir un momento a preguntarle a Wes si tiene un cartón de huevos.

–¿Wesley Brooks? ¿Aquel chico que era compañero de cuarto tuyo en la facultad? –inquirió ella sorprendida.

–Sí, veo que te acuerdas de él. Vive en el piso de arriba.

–Vaya, qué pequeño es el mundo –murmuró Larissa–. Pero no hace falta que lo molestes. Seguro que tienes por ahí una caja de leche y cereales.

–Oh, sí, leche sí que tengo –respondió Jake, feliz de tener un brick sin abrir en la puerta de la nevera–. Y cereales… –sí, estaba seguro de tener por ahí un paquete de cereales…, se dijo rebuscando en los armaritos de la cocina–. Ajá: muesli con trocitos de chocolate –anunció blandiendo una caja.

–¿No tienes copos de avena?, ¿o algo de fruta, o yogurt natural? –inquirió Larissa–. No me gusta que tome cosas con chocolate para desayunar. Y, si no, bastará con un vaso de leche y una tostada con margarina.

–Programas educativos, comida sana… Por Dios, Larissa, ¿dejas que nuestro chico se divierta alguna vez?

–Por supuesto que lo dejo divertirse –replicó ella ofendida, como si la estuviera acusando de ser una mala madre–. Sólo trato de evitar que tenga malas influencias.

–¿Por eso me lo has ocultado todo este tiempo?

–¿Qué?

–¿Piensas que soy una mala influencia para él?

–¡No! –exclamó ella al instante–. Yo nunca he pensado eso.

Larissa, que había acortado la distancia entre ellos, alzó las manos para tomar su rostro entre las manos y hacer que la mirara a los ojos, y después las dejó caer de nuevo junto a sus costados.

–Las razones son… complicadas. Anda, ponle el desayuno a Peter, y luego hablaremos.

Jake asintió algo aturdido. Dios, ¿qué le estaba sucediendo? Cuando Larissa había dejado caer las manos había sentido el deseo de tomarlas y ponerlas de nuevo en sus mejillas. Había querido que lo tocara de nuevo, lo había necesitado, y, de algún modo, aquello lo había hecho sentir vulnerable, le había recordado que no era más que un hombre, y que tenía más debilidades de las que estaba dispuesto a admitir.

Peter se tomó finalmente su vaso de leche y su tostada, y Larissa, a pesar de negarse una y otra vez, acabó tomando un café y otra tostada, mientras que Jake se zampó un buen tazón de leche con cereales.

Después, Jake fue al garaje, volvió al cabo de un rato con un balón de fútbol y salieron al jardín, donde Peter empezó a corretear de un lado a otro, pegándole patadas al balón, mientras él invitaba a Larissa a sentarse con él en el sillón de mimbre alargado del porche.

Jake observó a su hijo corriendo detrás del balón con sus piernecillas regordetas. Larissa le había quitado algo que jamás podría recuperar, le había quitado ver crecer a su hijo durante sus tres primeros años de vida. Sus primeras palabras, sus primeros pasos… Y, a pesar de que a regañadientes admitió para sus adentros que no habría sido un buen padre para él tres años atrás, aun así se sentía traicionado.

De pronto pensó en su propio padre. Dios, el viejo se disgustaría mucho cuando le dijese que tenía un hijo de tres años y que acababa de enterarse. Aunque las palabras no cruzarían sus labios, seguramente por su mirada le daría a entender que era una cosa más que había fastidiado. Sí, eso era lo que su padre pensaba de él, que sencillamente no era capaz de hacer nada a derechas.

Se giró hacia Larissa, que estaba mirando a su hijo con una sonrisa de madre en los labios. No había cambiado mucho desde sus años en la facultad. Seguía teniendo ese aspecto dulce e inocente que había hecho que nunca pareciese encajar en la Escuela Politécnica de Georgia, y lo que lo había llevado a hacerse su amigo y cuidar de ella, porque le recordaba a sus hermanas pequeñas, Victoria e Imogene, y hubiera querido que ellas encontraran un amigo así.

Sin embargo, aquellos recuerdos se disiparon cuando volvió el rostro hacia el pequeño.

–Estoy tan enfadado que siento deseos de agarrarte por los hombros y zarandearte –farfulló–. ¿Cómo has podido hacerme esto?, ¿cómo has podido ocultármelo durante tres años?

Capítulo Dos

 

–Y el que te andes con rodeos no va a hacer que disminuya mi enfado –añadió Jake.

–Lo sé –asintió ella.

Observó a su hijo persiguiendo el balón por el césped, mientras intentaba hallar las palabras para explicarle a Jake por qué no le había dicho que tenía un hijo. Lo cierto era que no había querido que Peter creciera en un ambiente familiar como en el que ella había crecido.