Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
La biografía de Dostoievski en cinco volúmenes de Joseph Frank es ampliamente reconocida como la más definitiva, y una de las mejores biografías literarias del último medio siglo. Ahora, el monumental trabajo de 2500 páginas de Frank ha sido hábilmente resumido y condensado en este único volumen de fácil lectura con un nuevo prefacio del autor. Preservando cuidadosamente el aclamado estilo narrativo de la obra original y la combinación de biografía, historia intelectual y crítica literaria, Dostoievski: un escritor en su tiempo ilumina las obras del escritor desde su primera novela, Pobres gentes, hasta Crimen y castigo y Los hermanos Karamazov, situándolos en su contexto personal, histórico y sobre todo ideológico. Más que una biografía en el sentido habitual, se trata de una historia cultural de la Rusia del siglo XIX, que ofrece una rica imagen del mundo en el que vivió Dostoievski y una importante reinterpretación de su vida y obra.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 2262
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
JOSEPH FRANK
DOSTOIEVSKI
El escritor en su tiempo
EDICIONES RIALP
MADRID
Título original: Dostoevsky: A writer in his time
© 2010 by Princeton University Press
© 2022 by de la traducción española realizada por DAVID CERDÁ
EDICIONES RIALP, S. A.
Manuel Uribe, 13-15 - 28033 Madrid
(www.rialp.com)
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.
Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Preimpresión y realización de eBook: produccioneditorial.com
ISBN (versión impresa): 978-84-321-6232-9
ISBN (versión digital): 978-84-321-6233-6
Agostado por una sed espiritual,
erraba yo por un tenebroso desierto,
y en la encrucijada de un sendero
se me apareció un serafín de seis alas.
Con sus dedos, ligeros como un sueño, tocó mis párpados,
que abrí, y mis ojos de águila contemplaron;
tocó con sus dedos mis orejas, y estas
se colmaron de ruidos y rumores:
escuché la música de las esferas,
el vuelo de los ángeles por el cielo,
las bestias que se arrastran bajo los mares,
y el embriagador crecimiento de la viña.
Y el ángel, como un si fuera un amante que me besara,
me arrancó mi lengua pecadora,
la habladora de vanidades y mentiras,
y entre mis labios helados su mano ensangrentada
puso el dardo de la serpiente sabia;
con su refulgente espada hendió mi pecho
me arrancó el corazón palpitante,
y en mi pecho entreabierto ensartó un ascua ardiente.
Como un cadáver, yací en el desierto,
y la voz de Dios me llamó y dijo:
«Levántate, profeta, mira, oye,
deja que mis palabras vean y escuchen
quienes de mí se apartan,
y abrásalos con mi ardiente palabra».
Alexánder Pushkin, El profeta
ÍNDICE
PORTADA
PORTADA INTERIOR
CRÉDITOS
CITA
ILUSTRACIONES
ABREVIATURAS
PREFACIO. DOSTOIEVSKI: EL ESCRITOR Y SU TIEMPO
AGRADECIMIENTOS
PARTE I. LAS SEMILLAS DE LA REVUELTA, 1821-1849
1. PRELUDIO
2. LA FAMILIA
3. EL TRASFONDO RELIGIOSO Y CULTURAL
4. LA ACADEMIA DE INGENIEROS MILITARES
5. LOS DOS ROMANTICISMOS
6. EL PERIODO GOGOL
7. POBRES GENTES
8. DOSTOIEVSKI Y LA PLÉIADE
9. BELINSKI Y DOSTOIEVSKI: I
10. FOLLETINES Y EXPERIMENTOS
11. BELINSKI Y DOSTOIEVSKI: II
12. LOS CÍRCULOS DE BETEKOV Y PETRASHEVSKI
13. DOSTOIEVSKI Y SPESHNEV
PARTE II. LOS AÑOS DEL CALVARIO, 1850-1859
14. LA FORTALEZA DE PEDRO Y PABLO
15. KÁTORGA
16. «MONSTRUOS EN SU MISERIA»
17. SOLDADO DOSTOIEVSKI
18. UN CORAZÓN RUSO
19. LAS NOVELAS SIBERIANAS
20. REGRESO A CASA
PARTE III. EL REVUELO DE LA LIBERACIÓN, 1860-1865
21. EN LA REFRIEGA
22. UNA ESTÉTICA DE LA TRASCENDENCIA
23. HUMILLADOS Y OFENDIDOS
24. LA ERA DE LAS PROCLAMAS
25. RETRATO DE UN NIHILISTA
26. TIEMPO: LOS ÚLTIMOS MESES
27. APUNTES DE INVIERNO SOBRE IMPRESIONES DE VERANO
28. UNA MUJER EMANCIPADA, UN AMANTE ATORMENTADO
29. UNA PRISIÓN EN UTOPÍA
30. APUNTES DEL SUBSUELO
31. EL FINAL DE ÉPOCA
PARTE IV. LOS AÑOS MILAGROSOS, 1865-1871
32. KHLESTAKOV EN WIESBADEN
33. DE NOVELA CORTA A NOVELA
34. CRIMEN Y CASTIGO
35. «UN PEQUEÑO DIAMANTE»
36. EL JUGADOR
37. FUGA Y EXILIO
38. EN BUSCA DE UNA NOVELA
39. UN PADRE INCONSOLABLE
40. EL IDIOTA
41. EL PANFLETO Y EL POEMA
42. PADRES, HIJOS Y STAVROGIN
43. EL REGRESO DEL EXILIO
44. HISTORIA Y MITO EN LOS DEMONIOS
45. EL LIBRO DE LOS IMPOSTORES
PARTE V. EL MANTO DEL PROFETA, 1871-1881
46. EL CIUDADANO
47. NARÓDNICHESTVO: POPULISMO RUSO
48. BAD EMS
49. EL ADOLESCENTE
50. UN PERSONAJE PÚBLICO
51. DIARIO DE UN ESCRITOR
52. UNA NUEVA NOVELA
53. EL GRAN DEBATE
54. LA REBELIÓN Y EL GRAN INQUISIDOR
55. EL TERROR Y LA LEY MARCIAL
56. EL FESTIVAL PUSHKIN
57. CONTROVERSIAS Y CONCLUSIONES
58. LOS HERMANOS KARAMÁZOV: LIBROS 1-4
59. LOS HERMANOS KARAMÁZOV: LIBROS 5-6
60. LOS HERMANOS KARAMÁZOV: LIBROS 7-12
61. MUERTE Y TRANSFIGURACIÓN
AUTOR
ILUSTRACIONES
Salvo que se indique lo contrario, todas las ilustraciones proceden de Fiódor Mijaílovich Dostoievski v portretakh, illyustratsiyakh, dokumentakh, ed. V. S. NECHAEVA, Moscú, 1972.
Frontispicio: El busto de Dostoievski en su tumba
1. Dr. M. A. Dostoievski
2. M. F. Dostoievski
3. Un mensajero del gobierno en una misión
4. La Academia de Ingenieros Militares
5. F. M. Dostoievski en 1847
6. El hermano mayor de Fiódor, M. M. Dostoievski, en 1847
7. V. G. Belinski en 1843
8. M. V. Butashevich-Petrashevski en 1840
9. N. A. Speshnev
10. La fortaleza de Pedro y Pablo.
11. El simulacro de ejecución de los Petrashevski.
12. María Dimitrievna Isaeva.
13. Dostoievski de uniforme, 1858.
14. Nikolái Strájov en la década de 1850.
15. Apolón Grigóriev en la década de 1850.
16. La casa de Mijaíl Dostoievski y las oficinas de Tiempo.
17. F. M. Dostoievski, 1861.
18. I. S. Turguénev, hacia 1865. De TURGUÉNEV, Polnoe sobranie sochinenii, vol. 9, Moscú-Leningrado, 1965.
19. Salón principal del Palacio de Cristal. De Scientific American, 19 de marzo de 1851.
20. Apolinaria Suslova. De Dominique Arban y otros, Dostoïevski, París, 1971.
21. Anna Grigórievna Dostoievski, hacia 1863.
22. Hans Holbein el Joven, El cuerpo de Cristo muerto en la tumba (1521-1522).
23. Apolón Maikov, hacia 1861.
24. Dostoievski en 1872, por V. G. Perov.
25. Una página de los cuadernos de Dostoievski para Los demonios.
26. Vladímir Soloviov.
27. Tolstói en 1877, por I. N. Kramskoi.
28. Dostoievski en 1876.
29. Una página del manuscrito de Los hermanos Karamázov.
30. Dostoievski en su féretro, por I. N. Kramskoi.
ABREVIATURAS
Biografiya
Orest MILLER y Nikolái STRÁJOV. Biografiya, Pis’ma i zametki iz zapisnoi knizhki F. M. Dostoevskogo, San Petersburgo, 1863.
DMI
F. M. Dostoievski materialy i issledovaniya, ed. A. S. DOLININ, Leningrado, 1935.
DRK
F. M. Dostoievski v Russkoi kritike, Moscú, 1956.
DSiM
F. M. Dostoievski, stati i materialy, ed. A. S. DOLININ, 2 vols., Moscú-Leningrado, 1922-1924.
DVS
F. M. Dostoievski v vospominaniakh sovremennikov, ed. K. TYUNKINA, 2 vols. Moscú, 1990.
DW
A Writer’s Diary, Fiódor Dostoievski (trad. y anotaciones de Kenneth LANTZ, estudio introductorio de Gary Saul MORSON, Evanston, Illinois, 1993). Cito el Dnevnik pisatelya de Dostoievski en su versión inglesa, aunque reviso en varios puntos las traducciones.
DZhP
Leonid GROSSMAN, Dostoievski na zhiznennom puti, Moscú, 1928.
LN
Literaturnoe Nasledstvo, Moscú, 1934-1973.
Pis’ma
F. M. Dostoievski, Pis’ma, ed. y anotaciones de A. S. DOLININ, 4 vols., Moscú, 1928-1959.
PSS
F. M. Dostoievski, Polnoe sobranie sochinenii v tridtsati tomakh (ed. y anotaciones de G. M. FRIDLENDER et al., 30 vols. Leningrado, 1972-1990). Esta edición definitiva de los escritos de Dostoievski contiene su correspondencia y sólidos fundamentos académicos.
PSSiP
I. S. Turguénev, Polnoe sobranie sochinenii i pisem, ed. P. ALEKSEEV, 28 vols., Moscú-Leningrado, 1960–1968.
ZT
Leonid GROSSMAN, Zhizn’ i trudy Dostoevskogo, Moscú-Leningrado, 1935.
PREFACIO. DOSTOIEVSKI: EL ESCRITOR Y SU TIEMPO
Puesto que el presente volumen es una condensación de los cinco que ya he publicado sobre la vida y la obra de Dostoievski, me gustaría dar a conocer a mis nuevos lectores el punto de vista desde el que fueron escritos. Mi aproximación al autor surgió principalmente de la preocupante sensación de que importantes aspectos de su obra se habían pasado por alto, o al menos no se les había dado suficiente importancia, en el considerable cuerpo de fuentes secundarias que trata su trabajo. La principal perspectiva de estos estudios se derivaba de su historia personal, que había sido tan espectacular que resultaba casi irresistible para los biógrafos relatar sus peripecias con todo lujo de detalles. Ningún otro escritor ruso de su talla podía igualársele en cuanto a su cercanía tanto a las profundidades como a las alturas de la sociedad rusa; hasta el punto de pasar cuatro años como convicto junto a criminales campesinos, para luego, al final de su vida, ser invitado a cenar con los miembros más jóvenes de la familia del zar Alejandro II (pues se creía que podrían beneficiarse de su conversación). Es bastante comprensible que una vida así, cuajada de fascinantes peculiaridades, se constituyese en el telón de fondo sobre el que inicialmente se recibieron e interpretaron las obras de Dostoievski.
Sin embargo, cuanto más leía las novelas y los relatos de Dostoievski, por no hablar de sus artículos en prensa, tanto sobre literatura como sobre política (su Diario de un escritor fue la publicación mensual de mayor difusión jamás publicada en Rusia), más me parecía que un punto de vista biográfico convencional no podía hacer justicia a la complejidad de sus creaciones. Si bien es cierto que los personajes de Dostoievski se enfrentan a los problemas psicológicos y sentimentales que constituyen el meollo de todas las novelas, importa más aún que sus libros también se inspiran en las doctrinas ideológicas de su época. Dichas doctrinas, especialmente en sus obras más importantes, proporcionan las principales motivaciones para el comportamiento, a menudo extraño, excéntrico y ocasionalmente homicida, de personajes como Raskólnikov en Crimen y castigo, o Stavrogin y Kirilov en Los demonios. Los enredos personales de los personajes de sus novelas, aunque se los suela representar a menudo con una intensidad melodramática, no pueden entenderse realmente a menos que comprendamos la ligazón entre sus acciones y sus motivaciones ideológicas.
De ahí que cuando me propuse escribir mi propia obra sobre Dostoievski me pareciese que había que cambiar su perspectiva y que la biografía puramente personal ya no debía dominar el contexto explicativo en que el autor creaba. Por ello, en mis libros dedico mucho menos espacio a los detalles de la vida privada de Dostoievski y mucho más al enfrentamiento entre las diversas ideas que prevalecían cuando él vivía. Un lector perspicaz de mis primeros cuatro volúmenes, el muy llorado y talentoso novelista y crítico David Foster Wallace, comentó que «el James Joyce de Ellman, que viene a ser el estándar por el que se miden la mayoría de las biografías literarias, no entra en detalles como los de Frank sobre ideología, política o teoría social». Esto no quiere decir que ignore la vida privada de Dostoievski, sino que la relaciono con otros aspectos de su época que le confieren un significado mucho más amplio. De hecho, una forma de definir la originalidad de Dostoievski es ver en ella esta capacidad de integrar lo personal con los principales asuntos sociopolíticos y culturales de su época.
Las observaciones anteriores sobre las deficiencias de la literatura crítica en torno a Dostoievski se aplican sobre todo a los libros en otros idiomas distintos al suyo (principalmente inglés, francés y alemán). No puede decirse que el trasfondo ideológico y filosófico de las creaciones de Dostoievski no haya sido explorado por la Academia y la crítica rusas. De hecho, mi propio análisis de este trasfondo está en deuda con varias generaciones de académicos y críticos rusos, como Dimitri Merezhkovski, Vyacheslav Ivanov y Leonid Grossman, así como con filósofos como Lev Shestov y Nikolái Berdiáyev. Pero hasta hace muy poco tiempo, y a raíz de la revolución bolchevique, a los académicos rusos les resultaba difícil basarse en estos pioneros y seguir estudiando a Dostoievski de forma imparcial y objetiva. Al fin y al cabo, sus mayores obras habían sido esfuerzos por socavar los fundamentos ideológicos de los que había surgido esa revolución, por lo que se hacía necesario destacar sus deficiencias más que sus logros. En cuanto a los académicos que emigraron, sus trabajos se centraron con muy pocas excepciones en las implicaciones morales y filosóficas de las ideas de Dostoievski, más que en los propios textos. Al tiempo que me he servido de este esfuerzo interpretativo al que estoy enormemente agradecido, he intentado rectificar las que me parecían eran sus limitaciones, ya fueran causadas por restricciones ideológicas o por preocupaciones no literarias.
No obstante, situar los escritos de Dostoievski en su contexto sociopolítico e ideológico es solo el primer paso hacia una adecuada comprensión de sus obras. Lo importante en ellas no es que sus personajes se enzarcen en discusiones teóricas, sino que sus ideas forman parte de su personalidad hasta el punto en que ninguna de ellas existe independientemente de las otras. Su genialidad como novelista ideológico estriba en esa capacidad para inventar acciones y situaciones en las que las ideas dominan el comportamiento sin que este pase a ser alegórico. Poseía lo que llamo una «imaginación escatológica», algo que le permitía prever la puesta en práctica de las ideas y qué ocurriría cuando se siguiesen hasta sus últimas consecuencias. Al mismo tiempo, sus personajes responden a esas consecuencias de acuerdo con las normas morales y sociales ordinarias que prevalecen en su entorno, y es la fusión de estos dos niveles lo que proporciona a las novelas de Dostoievski tanto su alcance creativo como su base realista en la vida social.
Uno de los colaboradores más cercanos de Dostoievski, Nikolái Strájov, supo ver esta propensión innata del autor a dramatizar las ideas; la sintetizó en un comentario extremadamente atinado: «El pensamiento abstracto más rutinario», escribió, «lo golpeaba muy a menudo con una fuerza poco común y lo agitaba notablemente. En cualquier caso, era una persona sumamente excitable e impresionable. Una simple idea, a veces muy familiar y común, lo encendía de repente y se le revelaba en todo su significado. Sentía el pensamiento con una viveza poco habitual, por así decirlo. Luego lo exponía de diversas formas, dándole a veces una expresión muy aguda y gráfica, aunque sin explicarlo lógicamente ni desarrollar su contenido». Es esta tendencia innata de Dostoievski a «sentir el pensamiento» lo que imprime un sello especial a lo mejor de su obra, y por lo que es tan importante situar sus escritos en relación con la evolución de las ideas en su vida.
La fama lo alcanzó en 1840, cuando su primera novela, Pobres gentes, fue alabada por Alexánder Herzen como la quintaesencia de una creación genuinamente socialista en la literatura rusa. Ciertamente, todo lo que Dostoievski publicó durante la década de 1840 llevaba el sello de su aceptación de las ideas socialistas utópicas, entonces en boga entre una parte considerable de la intelligentsia, ideas que pueden considerarse inspiradas en el cristianismo, aunque reformulando su ethos en términos de problemas sociales modernos. Sin embargo, aunque el socialismo utópico no predicaba la violencia para alcanzar sus objetivos, y las obras de Dostoievski están anegadas de páginas en las que se habla de la necesidad de la simpatía y la compasión, él pertenecía a un grupo secreto cuyo objetivo era provocar una revolución para acabar con la servidumbre (la existencia de esta organización no se conoció hasta mucho después de su muerte). Sea como fuere, antes de que esta célula clandestina pudiese actuar quedó desarticulada, pues sus miembros se vieron involucrados en el proceso de detención y condena del inocuo grupo de discusión conocido como el Círculo de Petrashevski, al que todos ellos pertenecían.
Los miembros de este grupo tuvieron que pasar un simulacro de ejecución antes de conocer sus verdaderas condenas; en el caso de Dostoievski, el encarcelamiento en un campo de trabajos forzados en Siberia. El resultado fue que el cristianismo de Dostoievski, «secular» hasta ese momento, sufrió una metamorfosis crucial. Hasta entonces se había dedicado a la mejora de la vida en la tierra; a partir de ese momento dicho objetivo, sin ser abandonado, se vio ensombrecido por la conciencia de la importancia de la esperanza en la vida eterna como pilar de la existencia moral. Su periodo de reclusión también lo convenció de que la necesidad de ser libre, en particular en el sentido de poder ejercer el libre albedrío, era imposible de erradicar en la persona y podía expresarse incluso en formas aparentemente autodestructivas si no había otra salida. Además, como el propio Dostoievski escribió, los cuatro años que pasó en el campo de prisioneros fueron responsables de «la regeneración de [sus] convicciones» en un nivel más mundano. La regeneración provino de su creciente conciencia de las profundas raíces del cristianismo tradicional incluso en el peor de los criminales campesinos, que se inclinaba durante el servicio de Pascua, con un tintineo de cadenas, cuando el sacerdote leía las palabras «acéptame, oh, Señor, incluso como al ladrón». De tales experiencias surgió la base de la fe posterior de Dostoievski en lo que consideraba la esencia cristiana que no podía erradicarse del pueblo ruso.
Cuando regresó a Rusia tras un exilio siberiano de diez años le resultó imposible aceptar las ideas imperantes de la nueva generación de la década de 1860 que había surgido durante su ausencia. Promulgadas por Nikolái Chernyshevski y Nikolái Dobroliúbov, estas ideas eran una peculiar mezcla rusa del ateísmo de Ludwig Feuerbach, el materialismo y el racionalismo del pensamiento francés del siglo XVIII y el utilitarismo inglés de Jeremy Bentham. El radicalismo ruso había adquirido un nuevo fundamento, etiquetado como «egoísmo racional» por Chernyshevski, un fundamento que al Dostoievski postsiberiano le resultaba imposible aceptar. La primera obra importante que lanzó contra este nuevo credo fue Apuntes del subsuelo, una obra en la que la creencia del hombre del subsuelo en el determinismo de todo comportamiento humano —determinismo que Chernyshevski afirma que es la palabra final y definitiva de la ciencia— choca irresistiblemente con la sensibilidad moral que, contra su propio deseo, el atormentado hombre del subsuelo no puede suprimir.
Crimen y Castigo fue una respuesta a las ideas de otro pensador radical, Dimitri Písarev, que establecía una aguda distinción entre las masas adormecidas y aquellos individuos superiores como Raskólnikov que se creían con derecho moral a cometer crímenes en interés de la humanidad. Al final, sin embargo, Raskólnikov descubre que su verdadero motivo era probar (sin éxito) si podía superar su conciencia cristiana para lograr tal objetivo. La magistral novela Los demonios, que sigue siendo la mejor que se ha escrito sobre una conspiración revolucionaria, se basa en el affaire Nechaev, el asesinato de un joven estudiante perteneciente a un grupo clandestino liderado por Serguéi Nechaev. Este agitador sin escrúpulos y con una voluntad de hierro compuso un Catecismo del revolucionario cuya apología utilitarista de cualquier medio para obtener fines sociales supuestamente beneficiosos hace que Maquiavelo parezca un aficionado.
Además de rebatir las ideas a las que se oponía, Dostoievski también aspiraba a crear una imagen moral cristiana que sirviese de ejemplo positivo para las nuevas generaciones. El idiota es un intento de retratar ese ideal cristiano para contrarrestar el «egoísmo racional» contra el que Dostoievski contendía; pero finalmente le resultó imposible que el príncipe Mishkin terminara en otra cosa que no fuera un desastre. Ese fracaso mundano es, por supuesto, inherente al paradigma de la abnegación de Cristo; pero Dostoievski también había llegado a creer por entonces que «amar al hombre como a uno mismo, según el mandamiento de Cristo, es imposible. La ley de la personalidad en la tierra obliga, y el ego se interpone». Solo se da en la otra vida que «la ley de la personalidad» pueda ser por fin superada.
La década de 1870 marcó una nueva fase en la obra de Dostoievski, ya que en esos años se produjo una mutación en la propia ideología radical. Intelectuales radicales como Nikolái Mijáilovski y Piotr Lavrov habían rechazado la noción occidental de «progreso» como única vía de evolución social. Sin renunciar a su implacable oposición al régimen zarista, estos pensadores emprendieron una crítica al capitalismo influida por la denuncia de Marx de la «acumulación primitiva» que convertía a los campesinos en proletarios, y empezaron a buscar en su país alternativas a la implacable pauperización de la clase baja que veían producirse en Europa. Tras la liberación de los siervos en 1861, se temía que el mismo proceso se produjese inevitablemente en Rusia. Dostoievski había observado los resultados de esta transformación social durante su primer viaje a Europa en 1862 y lo había denunciado como el triunfo de Baal, dios de la carne.
De este modo los radicales empezaron a revalorizar los méritos de la vida campesina rusa, lo que les acercó mucho más a Dostoievski que en el pasado. Este cambio de perspectiva es seguramente una de las razones por las que su siguiente novela, El adolescente, fue publicada inesperadamente en la revista radical Notas de la Patria. Contiene un retrato brillantemente perfilado del personaje principal, un intelectual atrapado entre una necesidad insatisfecha de fe religiosa y su atracción por la estabilidad de dicha fe entre el campesinado. También incluye el primer (y único) personaje campesino importante en cualquiera de las novelas de Dostoievski, una figura que proporciona al libro un ancla moral en medio de su complicada intriga romántica.
Los radicales rusos habían aceptado por entonces los valores morales y sociales de la vida campesina rusa, enraizados en la fe cristiana ortodoxa, pero seguían negándose a aceptar esa fe en sí misma, la fuente de tales valores, y continuaban aferrándose a su ateísmo. Esta contradicción interna se encuentra en el corazón de la última y más grande novela de Dostoievski, Los hermanos Karamázov, que intenta hacer frente con valentía a esta cuestión aludiendo al tema de la teodicea. ¿Cómo pudo un Dios, supuestamente Dios de amor, haber creado un mundo en el que existía el mal? Los radicales de la década de 1860 se limitaron a negar la existencia de Dios, pero los de la década de 1870, como escribió Dostoievski en una carta, no rechazaban a Dios, «sino el sentido de su creación».
Ningún escritor moderno rivaliza con Dostoievski en la grandeza con que presenta este eterno dilema cristiano: la ferocidad de su ataque a la presunta bondad de Dios, por un lado, a través de la figura de Iván Karamázov, y su intento de contrarrestarlo con la Leyenda del Gran inquisidor y la predicación del padre Zosima, por otro. Estas páginas sitúan a Dostoievski al nivel de la tragedia griega y la isabelina, y de Dante, Milton y Shakespeare, más que en el de sus colegas novelistas, que raramente se aventuran en un terreno tan elevado. Cada una de sus figuras centrales está elaborada a una escala ricamente simbólica influida por algunas de las más grandes obras de la literatura occidental, entre las que su propia novela ocupa ahora un lugar indiscutible.
La fuerza y el patetismo de las novelas y la obra periodística de Dostoievski, su impasible lucha con los problemas más profundos a los que se enfrentaba la sociedad rusa, lo elevaron por encima de las amargas disputas que se producían entonces y que, apenas un mes después de su propia muerte en 1881, condujeron al asesinato del zar Alejandro II. No es casualidad que, cada vez que leía en público el poema “El Profeta” de Pushkin, como hizo a menudo en los últimos diez años de su vida, Dostoievski fuera aclamado como un profeta por los embelesados oyentes que encontraban consuelo en sus palabras, que predicaban la conciliación universal en nombre de Cristo. A todos ellos les unía su admiración por el escritor cuyas obras habían iluminado, de forma tan conmovedora y fascinante, los problemas que aquejaban a todos los rusos que podían leer al autor cuyo genio había elevado sus conflictos locales a alturas universales.
Una de las cosas que soñó Dostoievski para su obra fue lograr la unidad de la cultura rusa; y si no lo consiguió en vida, puede decirse que lo logró a su muerte. Además, la unanimidad de la estima que sentían los rusos en aquel momento se ha prolongado en la reverencia mundial que se profesa a sus principales novelas hasta nuestros días.
AGRADECIMIENTOS
Unos años después de la publicación del quinto y último volumen de mis libros sobre Dostoievski (2002), se planteó la idea de intentar seguir el modelo proporcionado por Leon Edel con su obra en cinco volúmenes sobre Henry James. Este texto de varios volúmenes, acortado a uno, ha sido muy alabado y ampliamente leído; y la Princeton University Press sugirió que tal vez una condensación de mis cinco volúmenes, si se hacía correctamente, tendría la misma acogida. Al principio, me opuse con reticencias a esa posibilidad. La extensión con la que he tratado a Dostoievski ha sido el resultado de situar su vida y sus escritos en el contexto de un entorno social, histórico e ideológico mucho más amplio de lo que se había intentado anteriormente; y no quería perder las nuevas perspectivas que, como me complace ver que se reconoce ampliamente, proporciona este contexto. Además, mis libros contenían análisis independientes de sus escritos literarios y periodísticos, análisis que deseaba mantener intactos en la medida de lo posible. En ellos había tratado de iluminar la singular fusión de Dostoievski de las cuestiones de su propia vida y tiempo con las de la cultura rusa en su conjunto y con las «malditas preguntas» religiosas y metafísicas sobre el sentido de la vida que siempre habían asolado a la humanidad en Occidente. De ahí mis dudas acerca de una edición en un solo volumen; pero estas se superaron cuando me aseguraron que mis volúmenes originales seguirían imprimiéndose, y así estarían fácilmente disponibles para los nuevos lectores que desearan acceder a un horizonte más amplio.
Por lo tanto, se decidió buscar un editor que se encargase de la ardua y exigente tarea de componer el manuscrito que ocuparía un solo volumen. La elección recayó finalmente en Mary Petrusewicz, una experimentada escritora y editora con un doctorado en literatura rusa que impartía cursos de licenciatura y de formación continua en humanidades (en los que se incluía temas sobre Dostoievski) en la Universidad de Stanford. Su labor editorial, realizada de forma ejemplar tras una consulta inicial para salvaguardar lo que yo consideraba esencial, tardó dos años en completarse. A continuación, revisé el manuscrito resultante y realicé adiciones importantes de mi cosecha, ajustes y revisiones textuales para garantizar que este libro condensado representase la mejor y más fluida adaptación de los cinco volúmenes anteriores. La autora ha descrito los principios que guiaron su excelente trabajo diciendo que se centró en lo que me pareció más importante: sacar a la luz, como ella dice, «toda la fuerza de los textos de Dostoievski».
Hanne Winarsky, la editora literaria de Princeton University Press, ha seguido de cerca la empresa durante su realización, y quiero agradecerle muy sinceramente sus comentarios y sugerencias. También hay que agradecer su labor a Robin Feuer Miller, cuyo libro sobre El idiota es una importante contribución a la comprensión de la más autobiográfica de las novelas de Dostoievski. Su detallada comparación de la nueva versión en un solo volumen con los cinco volúmenes originales fue inestimable para escudriñar el trabajo de transformación.
Mi esposa, Marguerite Frank, matemática profesional y autora, y también ávida y exigente lectora de literatura, ha sido una crítica aguda y exigente de todos mis volúmenes. A lo largo de todos estos años me ha ayudado a mantenerlos lo más cerca posible de los más altos estándares intelectuales y literarios. En este caso, no estaba satisfecha con el tratamiento que di al que quizá sea el más complejo de todos los personajes femeninos de las novelas de Dostoievski, la bella y malograda Nastasia Filipovna de El idiota. En el pasado, siempre había utilizado sus comentarios para guiar mis propias revisiones. Pero en esta ocasión ella ha modificado y enriquecido tanto mi propia opinión inicial que le pedí que la expresara ella misma; las páginas dedicadas a Nastasia Filipovna en el presente libro proceden, por lo tanto, de su pluma. Permítanme concluir citando lo que escribí en el prefacio de mi quinto volumen: «Nada que pueda decir expresará adecuadamente lo que cada uno de mis libros le debe a ella».
PARTE I
LAS SEMILLAS DE LA REVUELTA, 1821-1849
1. PRELUDIO
LOS ÚLTIMOS AÑOS DEL REINADO de Alejandro I fueron una época turbulenta, incierta y sombría en la historia de Rusia. Alejandro había llegado al trono como resultado de una revolución palaciega contra su padre, Pablo I, cuyo gobierno, cada vez más errático e insensible, hacía sospechar a su entorno que estaba loco. El golpe se llevó a cabo por lo menos con el consentimiento implícito de Alejandro, cuya llegada al poder, tras el asesinato de su padre, despertó al principio grandes esperanzas de reforma liberal en el pequeño segmento ilustrado de la sociedad rusa. El tutor de Alejandro, escogido por su abuela, Catalina la Grande, había sido un suizo de ideas liberales avanzadas llamado La Harpe. Este partidario de la Ilustración impregnó a su alumno real de ideas republicanas e incluso democráticas; y durante los primeros años de su reinado, Alejandro se rodeó de un grupo de jóvenes aristócratas que compartían sus convicciones progresistas. Se trabajó con denuedo en la preparación de planes para importantes reformas sociales, como la abolición de la servidumbre y la concesión de derechos civiles personales a todos los miembros de la población. Sin embargo, la atención de Alejandro pronto se vio desviada de los asuntos internos por el gran drama que se estaba desarrollando en el escenario europeo: el ascenso de Napoleón como conquistador del mundo. Aliado primero con Napoleón, y luego convertido en su implacable enemigo, Alejandro I lideró a su pueblo en el gran levantamiento nacional que resultó en la derrota de la Grande Armée y de su hasta entonces invencible líder.
El triunfo sobre Napoleón llevó a los ejércitos rusos a las costas del Atlántico y expuso tanto a los oficiales como a los hombres (la mayoría de las tropas eran campesinos siervos) a un contacto prolongado con la relativa libertad y las comodidades de la vida en Europa occidental. Se esperaba que, en recompensa por la lealtad de su pueblo, Alejandro hiciera algún gesto espectacular en consonancia con sus anteriores intenciones e instituyera las reformas sociales que se habían aparcado para hacer frente a la amenaza de Napoleón. Pero el paso del tiempo y los acontecimientos trascendentales que había vivido hicieron que Alejandro ya no fuese el mismo. Cada vez estaba más influenciado por el misticismo religioso y el irracionalismo, tan prevalentes en la época inmediatamente posterior a la napoleónica. En lugar de reformas, el periodo comprendido entre 1820 y 1825 fue testigo de una intensificación de la reacción y de la represión de cualquier manifestación de ideas y tendencias liberales en Rusia.
Mientras tanto, las sociedades secretas —algunas moderadas en sus objetivos, otras más radicales— habían comenzado a formarse entre los cuadros más brillantes y cultivados del cuerpo de oficiales rusos. Estas sociedades, que agrupaban a los vástagos de algunas de las familias aristocráticas más importantes, surgieron de la impaciencia por la demora reformista de Alejandro y del deseo de transformar Rusia según el modelo de las ideas liberales y democráticas occidentales. Alejandro murió inesperadamente en noviembre de 1825, y los socialistas aprovecharon la oportunidad un mes después, cuando Nicolás I fue coronado, para lanzar un levantamiento que fue lastimosamente abortado en solo ocho horas, que la historia conoce como «la insurrección decembrista». Una historia apócrifa sobre este acontecimiento cuenta que las tropas amotinadas, a las que se les dijo que gritasen por «Constantino y la konstitutsiya» (Constantino, el hermano mayor de Nicolás, había renunciado al trono y tenía fama de liberal), creyeron que el segundo sustantivo se refería a la esposa de Constantino. Sea cierta la anécdota o solo una ocurrencia, la historia da fe del aislamiento de los rebeldes aristocráticos; su revolución fue aplastada con unos cuantos disparos de metralla por el nuevo zar, que condenó a cinco de los líderes del levantamiento a la horca y a treinta y uno a ser exiliados a Siberia de por vida. Nicolás proporcionó así a la naciente intelectualidad rusa sus primeros candidatos para el nuevo martirologio que pronto sustituiría a los santos de la Iglesia ortodoxa.
Fiódor Mijáilovich Dostoievski nació en Moscú el 3 de octubre de 1821, pocos años antes de este acontecimiento crucial en la historia de Rusia, y estos hechos estaban destinados a entrelazarse íntimamente con su vida. El mundo en el que creció Dostoievski vivió a la sombra de la insurrección decembrista y sufrió el duro ambiente de estado policial instituido por Nicolás I para garantizar que no volviese a ocurrir nada similar. La insurrección decembrista marcó la primera escaramuza del largo y mortífero duelo entre la intelectualidad rusa y el poder aristocrático supremo, un duelo que configuró el curso de la historia y la cultura rusas en vida de Dostoievski. Y fue a partir de las crisis morales y espirituales internas de esta intelligentsia —de su autoalienación y su búsqueda desesperada de nuevos valores en los que fundar su vida— que el niño nacido en Moscú al final del reinado de Alejandro I produciría un día sus grandes novelas.
2. LA FAMILIA
DE TODOS LOS GRANDES escritores rusos de la primera parte del siglo XIX —Pushkin, Lermontov, Gogol, Herzen, Turguénev, Tolstói, Nekrásov—, Dostoievski fue el único que no provenía de una familia de terratenientes. Este es un hecho de gran importancia que influyó en la visión que tenía de su propia posición como escritor. Al compararse con su gran rival, Tolstói, como hizo frecuentemente en su vida posterior, Dostoievski definió la obra de este como la de un «historiador», no la de un novelista. Porque, en su opinión, Tolstói describía la vida «que existía en la tranquila y estable familia de terratenientes moscovitas de la capa media-alta». Esa vida, con sus tradiciones culturales asentadas y sus normas morales y sociales fijas, se había convertido en el siglo XIX en la de una pequeña «minoría» de rusos; era «la vida de quienes constituían una excepción». La vida de la mayoría, en cambio, era una mezcla de confusión y caos moral. Dostoievski consideraba que su propia obra era un intento de lidiar con el caos del presente, mientras que Infancia, niñez, juventud y Guerra y paz de Tolstói (una obra que tenía especialmente en mente) eran esfuerzos piadosos por consagrar para la posteridad la belleza de una vida señorial ya desaparecida y condenada a la extinción[1].
Tal autodefinición, realizada en una etapa posterior de la carrera de Dostoievski, representa, por supuesto, la destilación de muchos años de reflexión sobre su posición literaria. Pero también arroja una luz aguda sobre el pasado de Dostoievski, y nos ayuda a ver que sus primeros años transcurrieron en una atmósfera que le preparó para convertirse en el cronista de las consecuencias morales del cambio y la ruptura de las formas tradicionales de la vida rusa. La ausencia, durante sus primeros años, de una tradición social unificada en la que se sintiera a gusto, configuró, sin duda, su visión imaginativa, y también podemos discernir una exasperante incertidumbre sobre el estatus que ayuda a explicar su aguda comprensión de las cicatrices psicológicas infligidas por la desigualdad social.
Por parte de su padre, los Dostoievski habían sido una familia perteneciente a la nobleza lituana. El apellido procedía de un pequeño pueblo (Dostoevo, en el distrito de Pinsk) concedido a un antepasado en el siglo XVI. Los Dostoievski ortodoxos, al caer en desgracia, se hundieron en la clase baja del clero no monástico. El bisabuelo paterno de Dostoievski era un arcipreste uniata en la ciudad ucraniana de Bratslava; su abuelo era un sacerdote de la misma confesión, y allí nació su padre. La denominación «uniata» fue un compromiso elaborado por los jesuitas como medio de proselitismo entre el campesinado predominantemente ortodoxo de la región: los uniatas seguían celebrando los ritos ortodoxos, pero aceptaban la autoridad suprema del papa.
Dado que en Rusia el clero no monástico constituye una casta y no una profesión o una vocación, el padre de Dostoievski estaba naturalmente destinado a seguir la misma carrera que su padre. Sin embargo, después de graduarse en un seminario a la edad de quince años, se escapó de su casa, se fue a Moscú y allí consiguió ser admitido en la Academia Médico-Quirúrgica Imperial en 1809. Durante la campaña de 1812 fue destinado a un hospital moscovita, y continuó sirviendo en varios puestos como médico militar hasta 1821, cuando, con treinta y dos años, aceptó un puesto en el Hospital Mariinsky para pobres, situado en las afueras de Moscú. Su ascenso oficial al servicio del Estado fue constante, y en abril de 1828, tras recibir la orden de Santa Ana de tercera clase «por un servicio especialmente diligente»[2], fue ascendido al rango de asesor colegiado. Esto le dio derecho al estatus legal de noble en el sistema oficial de clases ruso, y se apresuró a reclamar sus privilegios. El 28 de junio de 1828 inscribió su nombre y el de sus dos hijos, Mijaíl y Fiódor (de ocho y siete años, respectivamente), en los registros de la nobleza hereditaria de Moscú.
El Dr. Dostoievski había logrado así, con mucha determinación y tenacidad, hacerse a sí mismo y ascender de la despreciada clase sacerdotal a la de funcionario, miembro de una profesión culta y hombre noble. De las memorias del hermano menor de Dostoievski, Andréi —la única fuente fiable de estos primeros años—, se desprende que los hijos estaban informados del antiguo derecho legal de nobleza de la familia y consideraban la reciente elevación de su padre como una justa restauración de su legítimo rango[3]. Los Dostoievski se consideraban a sí mismos como pertenecientes a la antigua aristocracia de la alta burguesía y no a la nueva nobleza de servicio creada por Pedro el Grande, clase a la que, de hecho, su padre acababa de acceder. El lugar que ocupaban en la sociedad estaba en flagrante contradicción con esta halagadora imagen que tenían de sí mismos.
En Rusia, la medicina era una profesión honorable, pero no muy honorífica, y el salario del Dr. Dostoievski, que se veía obligado a complementar con la práctica privada, apenas alcanzaba para cubrir sus necesidades. Los Dostoievski vivían en un pequeño y estrecho apartamento en el recinto del hospital en el que el espacio era siempre un problema. Mijaíl y Fiódor dormían en un compartimento sin ventanas separado de la antecámara por un tabique; la niña mayor, Varvara, dormía en un sofá del salón; los más pequeños pasaban las noches en el dormitorio de los padres. Es cierto, como señala Andréi, que su familia contaba con una plantilla de seis sirvientes (un cochero, un supuesto lacayo, una cocinera, una criada, una lavandera y una nyanya o institutriz para los niños), pero esto no debe tomarse como un indicio de opulencia. El comentario de Andréi sobre el «lacayo», que en realidad era un dvornik o conserje, muestra el afán de los Dostoievski por mantener las apariencias y ajustarse al estilo de vida de la nobleza. Su trabajo consistía en suministrar leña a las estufas en invierno y traer agua para el té de una fuente situada a dos verstas[4] del hospital, pero cuando María Fiódorovna iba a la ciudad a pie, se ponía una librea y un sombrero de tres picos y caminaba orgullosamente detrás de su señora. Cuando ella utilizaba el carruaje, la librea volvía a aparecer y el «lacayo» se colocaba en el estribo trasero con mucha parafernalia. «Esta era la regla inquebrantable de la etiqueta moscovita en aquellos días»[5], comenta irónicamente Andréi. Dostoievski se acordó sin duda de esta regla, y de la adhesión de sus padres a sus prescripciones, cuando en El doble el señor Goliadkincontrata un carruaje y una caballeriza para su criado descalzo Petrushka con el fin de aumentar su posición social a los ojos del mundo.
Las pretensiones de los Dostoievski de alcanzar el estatus de nobleza eran incongruentes con su verdadera posición social. Dostoievski compararía un día a Alexánder Herzen, nacido (aunque fuera del matrimonio) en el estrato más alto de la clase dominante, con el crítico Vissarion Belinski, que no era «¡un gentilhombre en absoluto! ¡Oh no! (¡Dios sabe de quién desciende! Su padre, al parecer, era un cirujano militar)»[6]. Por supuesto, ese era el caso de Dostoievski, y el comentario indica lo que aprendió a percibir como la realidad de la situación de su familia. El Dr. Dostoievski y su descendencia nunca disfrutarían de la consideración a la que se sentían con derecho por descender de nobles antepasados.
En 1819, mientras estaba destinado en un hospital de Moscú, el doctor Dostoievski, que por entonces tenía treinta años, debió mencionar a un colega que estaba buscando una novia apropiada. Le presentaron a la familia de Fiódor Nechaev, un acomodado comerciante moscovita con una atractiva hija de diecinueve años, María Fiódorovna. Los matrimonios en aquella época, especialmente en la clase mercantil, no se dejaban al azar ni a la inclinación. El Dr. Dostoievski, después de recibir la aprobación de los padres, podía echar un vistazo a su futura novia en la iglesia, y luego se le invitaba a conocerla después de haber aceptado los esponsales; la presentación de la chica era la señal del consentimiento, y la futura novia no tenía nada que decir al respecto. Tanto el Dr. Dostoievski como sus nuevos suegros se parecían en cuanto a haber ascendido desde sus orígenes humildes hasta una posición más elevada en la escala social rusa.
1. Dr. M. A. Dostoievski.
2. M. F. Dostoievski.
La hermana mayor de la madre de Dostoievski, Alexandra Fiódorovna, se había casado con un hombre que pertenecía a una familia de comerciantes muy parecida a la suya. Su marido, A. M. Kumanin, había llegado a ocupar varios cargos oficiales, y los Kumanin eran una de esas familias mercantiles cuya riqueza les permitía competir con la alta burguesía en la opulencia de su estilo de vida. El orgulloso y susceptible Dr. Dostoievski, que probablemente se sentía superior a su cuñado tanto por nacimiento como por educación, tuvo que tragarse su orgullo y pedirle ayuda económica en varias ocasiones. La propia actitud de Dostoievski hacia sus parientes Kumanin, a los que siempre consideró vulgares y preocupados solo por el dinero, reflejaba sin duda una opinión que había recogido de su padre. En una carta dirigida a Mijaíl justo después de enterarse de la muerte de su padre, Dostoievski le dice «que escupa a esas pequeñas almas insignificantes»[7] (refiriéndose a sus parientes moscovitas) que eran incapaces de entender las cosas más elevadas. Andréi habla de los Kumanin con cariño; cuidaban de los jóvenes Dostoievski huérfanos como si fueran sus propios hijos. Sin embargo, aunque más tarde Dostoievski también les pidió ayuda en momentos críticos de su vida, nunca se refirió a ellos en privado sin un deje de desprecio.
Dostoievski siempre hablaba de su madre con gran calidez y afecto, y la imagen que se desprende de las memorias que nos han llegado muestra que era una persona atractiva e interesante. Al igual que su marido, María Fiódorovna había asimilado en buena medida la cultura de la alta burguesía. En una carta describe su carácter como de una «alegría natural»[8], y ese júbilo innato, por más que fuese puesto a prueba por las tensiones de la vida doméstica, brilla a través de todo lo que sabemos de ella. No solo fue una madre cariñosa y alegre, sino también una eficiente administradora de los asuntos familiares. Tres años después de que el Dr. Dostoievski se convirtiera en noble, utilizó su recién adquirido derecho a la propiedad de la tierra para comprar una pequeña finca a unas diez verstas de Moscú llamada Darovoe. Un año más tarde, los Dostoievski se apresuraron a adquirir una propiedad adyacente —la aldea de Cheremoshnia—, una compra que les hizo endeudarse considerablemente. No cabe duda de que la adquisición de una finca con siervos campesinos le parecía un buen negocio al doctor, y era un lugar donde su familia podía pasar el verano al aire libre. Pero en el fondo de su mente probablemente también estaba el deseo de dar alguna encarnación social concreta a su sueño de convertirse en miembro de la nobleza terrateniente. Sin embargo, era María Fiódorovna la que iba al campo cada primavera para supervisar las obras; el propio médico solo podía alejarse de su consulta en visitas relámpago.
Ubicada en un terreno agrícola pobre, que ni siquiera proveía suficiente forraje para el ganado, la finca de los Dostoievski solo procuraba una existencia miserable a su población campesina, pero mientras María Fiódorovna estuvo al mando, las cosas no fueron tan mal. Durante el primer verano consiguió, mediante un sistema de canalizaciones, llevar agua a la aldea desde un manantial cercano para alimentar un gran estanque, que luego pobló con peces enviados desde Moscú por su marido. Los campesinos podían dar de beber al ganado más fácilmente, los niños podían entretenerse pescando y el suministro de alimentos fue creciendo. También fue una propietaria humana y bondadosa que distribuía grano a los campesinos más pobres para sembrar a principios de la primavera, cuando no tenían ninguno propio, a pesar de que esto se consideraba una mala gestión de la finca. El doctor Dostoievski la reprende varias veces en sus cartas por no conseguir ser más severa. Casi cien años después, la leyenda de su clemencia y compasión aún persistía entre los descendientes de los campesinos de Darovoe[9]. No cabe duda de que fue gracias a María Fiódorovna que Dostoievski aprendió a sentir esa simpatía por los desafortunados y los desposeídos que se convirtió en algo tan importante para su obra.
El carácter del padre de Dostoievski, Mijaíl Andréievich, contrasta vivamente con el de su esposa. Su retrato lo muestra con rasgos toscos y pesados. Su uniforme de gala, con su cuello alto, rígido y dorado, da un aire de rigidez a su cabeza que apenas se compensa con la más leve de las sonrisas; y la rigidez era mucho más típica del hombre que ese atisbo de afabilidad. Era un médico muy trabajador cuya capacidad era tan apreciada por sus superiores que, cuando decidió jubilarse, le ofrecieron un importante ascenso para que cambiase de opinión. También era un marido fiel, un padre responsable y un cristiano creyente. Estas cualidades no lo convertían en un ser humano adorable ni atractivo, pero sus virtudes fueron tan importantes como sus defectos a la hora de determinar el entorno en el que creció Dostoievski.
El Dr. Dostoievski padecía una especie de afección nerviosa que afectaba fuertemente a su carácter y disposición. El mal tiempo siempre le provocaba fuertes dolores de cabeza y lo sumía en un estado de ánimo sombrío y melancólico; la vuelta del buen tiempo lo aliviaba. Más tarde, Dostoievski atribuyó la incidencia de sus propios ataques epilépticos a estos cambios climáticos. Si el Dr. Dostoievski era, como se ve obligado a admitir Andréi, «muy exigente e impaciente y, sobre todo, muy irritable»[10], esto puede atribuirse al estado extremo e incesante de tensión nerviosa inducido por su enfermedad. Dostoievski, que heredó este aspecto del carácter de su padre, se quejaba constantemente en su vida posterior de su propia incapacidad para dominar sus nervios, y también era dado a las explosiones temperamentales incontrolables.
El Dr. Dostoievski era, por lo tanto, un hombre perturbadoramente infeliz cuyas tendencias depresivas teñían todos los aspectos de su vida. Le hacían ser suspicaz y desconfiado, e incapaz de encontrar satisfacción ni en su carrera ni en su familia. Sospechaba que los sirvientes de la casa le engañaban, y los vigilaba con una actitud malhumorada, característica de su actitud general hacia el mundo. Creía que se le trataba injustamente en el servicio y que sus superiores se beneficiaban de su trabajo en el hospital, no adecuadamente recompensado. Aunque ambas ideas pudieran tener algún fundamento, les daba una importancia desproporcionada. Sus relaciones con los Kumanin eran también una fuente continua de disgustos, porque su orgullo lo invadía de una impotente amargura ante su sentimiento de inferioridad. Esta aguda sensibilidad social es otro rasgo que se transmitió de padre a hijo; muchos personajes de Dostoievski se verán atormentados por la imagen poco halagadora de sí mismos que ven reflejada en los ojos de los demás.
Lo que sostenía a Mijaíl Andréievich en medio de sus penas era, ante todo, la devoción inquebrantable e ilimitada de su esposa. Pero en sus momentos más oscuros, cuando ningún socorro terrenal parecía a su alcance, se refugiaba en la convicción de su propia virtud y rectitud, y en la creencia de que Dios estaba de su lado contra un mundo hostil o indiferente. «En Moscú», escribe a su esposa al volver del campo, «solo encontré esperándome problemas y vejaciones; y me siento cavilando con la cabeza entre las manos y apenado, no hay lugar donde recostar la cabeza, por no hablar de nadie con quien pueda compartir mi dolor; pero Dios los juzgará a causa de mi miseria»[11]. Esta asombrosa convicción de que era uno de los elegidos de Dios, esta inquebrantable seguridad en sí mismo en cuanto a que estaba entre los elegidos, constituía el núcleo mismo del ser del doctor Dostoievski. Era esto lo que le hacía ser tan santurrón y fariseo, tan intolerante con la más mínima falta, tan persuadido de que solo la perfecta obediencia de su familia a todos sus deseos podía compensar todo el esfuerzo y el trabajo que hacía por ellos.
Puede que el Dr. Dostoievski hiciese pagar a su familia un alto precio psíquico por sus virtudes, lo cierto es que tales virtudes existieron como un hecho de su vida cotidiana. Fue un padre concienzudo que dedicó una cantidad inusual de su tiempo a la educación de sus hijos. A principios del siglo XIX los castigos corporales se aceptaban como un medio indispensable para inculcar la disciplina, y en Rusia los azotes y las palizas tanto a los niños como a las clases bajas se aceptaban como algo natural. Sin embargo, el Dr. Dostoievski nunca golpeó a ninguno de sus hijos, a pesar de su irritabilidad y su mal genio; el único castigo que debían temer era una reprimenda verbal. Para evitar que sus hijos fueran golpeados, el Dr. Dostoievski los envió a escuelas privadas en lugar de a instituciones públicas, aunque apenas podía permitírselo. E incluso después de que sus dos hijos mayores se marchasen a estudiar al ejército, el Dr. Dostoievski siguió preocupándose por ellos y bombardeándolos —a ellos y a otros, cuando sus hijos olvidaban escribirle— con preguntas sobre su bienestar. Si hacemos caso omiso de la personalidad del doctor Dostoievski y nos fijamos solo en el modo en que cumplía con sus responsabilidades paternas, podemos entender un comentario que Dostoievski hizo a finales de la década de 1870 a su hermano Andréi, en el que decía que sus padres habían sido «personas extraordinarias», añadiendo que «hombres de familia así, padres así […] ¡nosotros mismos somos bastante incapaces de serlo, hermano!»[12].
A pesar de que sus caracteres diferían, el Dr. Dostoievski y su esposa eran una pareja devota y amorosa. Sus veinte años de matrimonio dieron lugar a una familia de ocho hijos, y nadie que lea sus cartas imparcialmentepuede dudar de que estaban profundamente unidos. «Adiós, alma mía, mi palomita, mi felicidad, alegría de mi vida, te beso hasta quedarme sin aliento. Besa a los niños de mi parte»[13]. Así escribe el doctor Dostoievski a María Fiódorovna después de cuatro años de matrimonio, y aunque hay que hacer algunas concesiones a la florida retórica de la época, estas palabras parecen ir mucho más allá de lo que la convención podría exigir. María Fiódorovna es igualmente pródiga en muestras de ternura. «Haz pronto el viaje hasta aquí, cariño mío», escribe desde Darovoe, «ven, ángel mío, mi único deseo es que me visites, sabes que esa es mi mayor fiesta, el mayor placer de mi vida es cuando estás conmigo»[14].
Las cartas de sus padres nos muestran una familia muy unida, en la que la atención a los hijos ocupaba el primer plano de las preocupaciones de los padres. Sin embargo, la inseguridad emocional del Dr. Dostoievski era tan grande, su recelo y desconfianza hacia el mundo alcanzaban a veces un nivel tan patológico, que podía llegar a sospechar de la infidelidad de su esposa. Uno de esos incidentes ocurrió en el año 1835, cuando se enteró de que estaba embarazada. Andréi recuerda haber visto a su madre romper en llanto histérico después de haber comunicado a su padre una información que le sorprendió y enfureció. La escena, explica, fue probablemente provocada por el anuncio del embarazo de su madre. Las cartas indican, no obstante, que el Dr. Dostoievski estaba atormentado por las dudas sobre la fidelidad de su esposa, aunque no hiciese ninguna acusación directa. María Fiódorovna, sobre aviso por su larga experiencia, fue capaz de leer su estado de ánimo a través del tono angustioso de sus cartas y su profundo estado de ánimo depresivo. «Amigo mío», escribe, «pensando en todo esto, me pregunto si no te atormenta esa injusta sospecha, tan mortal para ambos, de que te he sido infiel»[15].
Su negación de cualquier delito está escrita con una elocuencia y una expresividad que incluso su segundo hijo podría haber envidiado. «Juro», escribe, «que mi actual embarazo es el séptimo y más fuerte vínculo de nuestro amor mutuo, por mi parte un amor puro, sagrado, casto y apasionado, inalterado desde el día de nuestro matrimonio». También hay un fino sentido de la dignidad en su explicación de que nunca antes se había dignado a reafirmar su juramento matrimonial «porque me daba vergüenza rebajarme jurando mi fidelidad durante nuestros dieciséis años de matrimonio»[16]. El doctor Dostoievski, sin embargo, se mantuvo inflexible en sus oscuras figuraciones, acusándola de retrasar su salida del país para no volver a Moscú hasta que fuera demasiado tarde para hacer el viaje sin arriesgarse a un aborto. En respuesta, ella escribe con tristeza que «el tiempo y los años pasan, las arrugas y la amargura se extienden por el rostro; la alegría natural del carácter se convierte en triste melancolía, y ese es mi destino, esa es la recompensa de mi amor casto y apasionado; si no me fortalecieran la pureza de mi conciencia y la esperanza que he puesto en la Providencia, el final de mis días sería realmente lamentable»[17].
Uno podría imaginarse fácilmente la vida de la familia Dostoievski desgarrada y sometida a una constante agitación emocional, pero no parece haber ocurrido nada dramático. En esta misma carta, la corriente de la vida ordinaria fluye tan plácidamente como antes. Se intercambia información sobre los asuntos de la finca, y los chicos mayores de Moscú añaden la habitual posdata cariñosa a su madre; no hay ninguna interrupción en la rutina familiar, y ambos miembros de la pareja, en medio de las recriminaciones, siguen asegurando al otro su amor y devoción eternos. El Dr. Dostoievski fue al campo en julio para asistir al parto de Alexandra, y a su regreso en agosto escribe afectuosamente a su esposa: «Créeme, al leer tu carta, agradezco con lágrimas en los ojos a Dios en primer lugar, y a ti en segundo lugar, querida […]. Te beso la mano un millón de veces y pido a Dios que te mantengas con buena salud para nuestra felicidad»[18]. Ni una palabra recuerda las tensiones del mes anterior; la presencia tranquilizadora y cariñosa de María Fiódorovna parece haber obrado maravillas.
Las muestras de emoción tan extremas entre los padres eran probablemente raras. Nada era más importante para los Dostoievski que presentar al mundo la imagen de corrección y refinamiento propia de la alta burguesía; es imposible imaginarlos en su estrecho apartamento, con el personal de la casa en la cocina y las familias vecinas del hospital a su alrededor, entregándose a las violentas peleas y a los escandalosos arrebatos que Dostoievski describió posteriormente con tanta frecuencia en sus novelas. Probablemente, el doctor Dostoievski alternaba entre un silencio sombrío y ominoso y una censura cansina de las minucias de la vida cotidiana. Su reticencia a expresarse abiertamente en el ejemplo de Alexandra puede considerarse típica, y cuando María Fiódorovna le planteó la cuestión sin rodeos, él la reprendió por abordarle tan directamente y por haber revelado sus sospechas secretas a ojos curiosos. El impulso de encubrir y ocultar es manifiesto, y sin duda era un rasgo de su comportamiento personal. Por lo tanto, es probable que el hogar en el que creció Dostoievski se caracterizase mucho más por el orden, la regularidad y la rutina, y por una aparente superficie de tranquilidad doméstica, que por el caos familiar que tanto le preocupó medio siglo más tarde.
Pero no cabe duda de que el niño dotado y perspicaz se daría cuenta de las tensiones subyacentes a la rutina de sus primeros años, y que aprendió a sentirla como acosada por antagonismos ocultos, como sujeta a fluctuaciones extremas entre la intimidad y el retraimiento. La vida familiar para Dostoievski sería siempre un campo de batalla y una lucha de voluntades, tal y como había aprendido a sentirla por primera vez en la vida secreta de sus padres. Y para un niño y un joven destinado a ser famoso por su comprensión de las complejidades de la psicología humana, fue un excelente entrenamiento el haber sido criado en un hogar donde el significado del comportamiento se mantenía oculto a la vista, y donde su curiosidad era estimulada para que intuyese y desentrañase sus significados ocultos. Tal vez se pueda ver aquí el origen del profundo sentido que Dostoievski tenía del misterio de la personalidad y su tendencia a explorarla, por así decirlo, desde fuera hacia dentro, pasando siempre del exterior a niveles subterráneos cada vez más profundos que solo salen a la luz gradualmente.
La vida en la familia Dostoievski se organizaba cuidadosamente en torno al patrón de la rutina diaria del Dr. Dostoievski. La familia se despertaba puntualmente a las seis de la mañana. A las ocho, el Dr. Dostoievski iba al hospital y los niños se ponían a estudiar. El Dr. Dostoievski regresaba hacia las doce y se informaba del trabajo realizado, y a la una se servía el almuerzo. Después del almuerzo se mantenía un silencio sepulcral durante dos horas mientras el paterfamiliasdormía la siesta en el sofá del salón antes de volver al hospital. Las tardes se pasaban en el salón, y cada noche, antes de la cena, si el doctor Dostoievski no estaba demasiado ocupado con su lista de enfermos, leía en voz alta a los niños. A las nueve de la noche, la familia cenaba y los niños, después de rezar sus oraciones delante del icono, se iban a la cama. «El día transcurría en nuestra familia», comenta Andréi, «según una rutina establecida de una vez por todas y repetida día tras día, de manera muy monótona»[19]. Fiódor también estuvo sometido a esta rutina desde sus primeros años; una rutina que combinaba la incomodidad física de los cuartos abarrotados y sombríos («los techos bajos y las habitaciones estrechas aplastan la mente y el espíritu», le dice Raskólnikov a Sonia) con la incomodidad psicológica de una presión continua para que se trabajase bajo la mirada del severo supervisor paterno. A los niños rara vez se les permitía salir al exterior durante los gélidos inviernos moscovitas.
Durante los periodos de buen tiempo, la familia Dostoievski salía a pasear a primera hora de la tarde. El Dr. Dostoievski estaba a cargo de estas excursiones, en las que los niños eran controlados con mano firme; cualquier muestra de exuberancia o vitalidad instintiva estaba fuera de lugar. Andréi cuenta que aprovechaba la ocasión para darles lecciones de geometría, utilizando el patrón de las calles moscovitas para ilustrar los distintos tipos de ángulos. Les inculcaba constantemente la importancia del trabajo duro y la autodisciplina, y aunque su padre no les aterrorizaba físicamente, su impaciente vigilancia pendía constantemente sobre sus cabezas como una amenaza. Es probable que cuando Dostoievski habló a su amigo el Dr. Yanovski a finales de la década de 1840 sobre «las circunstancias difíciles y lúgubres de su infancia»[20] estuviera pensando en circunstancias como estas.
Un gran cambio se produjo en la vida de los hijos de Dostoievski cuando sus padres adquirieron la pequeña propiedad de Darovoe en 1831. Durante cuatro años, Fiódor y Mijaíl pasaron allí cuatro meses al año con su madre; después, debido a sus estudios, solo pudieron ir por periodos más cortos, de un mes más o menos. Estos fueron los periodos más dichosos de la infancia de Dostoievski. Si más tarde le dijo a su segunda esposa que había tenido una «infancia feliz y plácida»[21], era sin duda en estos meses en el campo en los que pensaba, el tiempo que pasó libre de la amenaza de la desaprobación paterna y del opresivo confinamiento de la vida en la ciudad. Los recuerdos de una infancia feliz son muy escasos en las novelas de Dostoievski, y los pocos que existen están ambientados en un pueblo o en una finca; en su sensibilidad, ningún recuerdo agradable estaba vinculado a la vida en la ciudad. «No solo aquel primer viaje a la aldea», escribe Andréi, «sino todos los siguientes me llenaron siempre de una especie de emoción extática»[22]. No cabe duda de que el entusiasta e impresionable Fiódor experimentaba la misma sensación con mayor intensidad cuando el carruaje que iba hacia Darovoe se alejaba cada primavera con el tintineo de las campanas en los arneses de los caballos y cuando las vistas rurales, al principio desconocidas (y luego amadas), empezaban a desplegarse ante sus ojos, hasta que finalmente llegaban a la cabaña de tres habitaciones con tejado de paja de la familia, protegida por una arboleda de tilos centenarios.
Estas estancias en el campo también ofrecieron a Dostoievski su primera oportunidad de conocer de cerca al campesinado ruso (los siervos de la casa habían adquirido los modales y hábitos de los siervos). Los niños podían deambular libremente y solicitar la ayuda de los niños siervos en sus juegos. También se les permitía mezclarse libremente con los campesinos mayores en los campos. Según cuenta Andréi, en una ocasión Fiódor corrió dos verstas hasta la aldea para traer agua a una madre campesina que trabajaba en el campo y deseaba dar de beber a su bebé[23]