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Editado por Harlequin Ibérica. Una división de HarperCollins Ibérica, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A. Pack Bianca, n.º 161 - abril 2019 I.S.B.N.: 978-84-1328-106-3
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Si te ha gustado este libro…
DANTE Vittori miró fijamente el documento que le habían entregado una hora antes. Los ventanales de su despacho, situado en el piso cuarenta y seis de las torres Matta, en el centro de Londres, bañaban de un resplandor anaranjado el lujoso espacio en aquel momento, el de la puesta del sol a sus espaldas.
Vikram Matta, el hijo de su mentor, Neel Matta, y su mejor amigo, había fallecido.
Sintió que se le encogía el corazón durante un minuto seguido.
No obstante, había aprendido que el dolor era una emoción inútil. Lo había aprendido con trece años, cuando su padre se había quitado la vida en vez de enfrentarse a la cadena perpetua a la que había sido condenado por arruinar a cientos de personas con el caso Ponzi. Lo había aprendido cuando su madre se había limitado a cambiarse el apellido y recuperar el de su padre siciliano y se había casado con otro hombre solo un año después de la muerte de su padre.
Por aquel entonces, si Dante se hubiese dejado llevar por las emociones, se habría derrumbado. Vikram ya no estaba y él hacía tiempo que lo había asumido.
Repasó los documentos rápidamente para asegurarse de que no se le escapaba nada.
Acciones con derecho a voto del fallecido.
Se le erizó el vello de la nuca y recordó la conversación que había mantenido con Vikram y con Neel cuando Neel se había enterado de que no le quedaba mucho tiempo de vida.
Neel Matta había montado Matta Steel, un negocio de producción de acero, casi cuarenta años antes, pero había sido Dante quien lo había convertido en el grupo empresarial multimillonario que era en esos momentos. Y Neel había decidido enfrentarse a su propio hermano, Nitin, y otorgar sus acciones con derecho a voto a alguien de fuera de la familia, a Dante.
Así, había convertido a Dante en uno más de la familia y en esos momentos Matta Steel era parte de él, lo era todo para él.
En vez de perder el tiempo llorando la muerte de Neel y lamentándose por el terrible accidente de avión en el que había fallecido Vikram, Dante se había dedicado a trabajar todavía más y a consolidarse como director general de la empresa.
Pero en esos momentos estaban en juego las acciones con derecho a voto de Vikram…
Su secretaria, Izzy, entró en el despacho sin llamar. Ella también había recibido la generosidad de Neel y trataba a Dante con una confianza que este no permitía a nadie más. Además, estaba seguro de que si lo había interrumpido era porque tenía un buen motivo.
La mujer pelirroja clavó la mirada en los papeles que Dante tenía delante y sus ojos verdes mostraron aflicción por un instante, pero cuando lo miró a él lo hizo de manera profesional.
También estaba muy dolida por la muerte de Vikram, pero, al igual que él, era una persona pragmática.
Dante se echó hacia atrás en la silla, entrelazó los dedos detrás de la nuca y le dijo:
–Suéltalo.
–He oído decir a Norma, la secretaria de Nitin, que este va a convocar a la junta para una reunión de urgencia con un asesor especial.
–Ya me lo imaginaba.
La codicia del hermano de Neel no lo sorprendía.
–No sabía si eras consciente de que las acciones con derecho a voto de Vikram están en juego.
–Lo sé.
Izzy era competente y muy inteligente. Y, sobre todo, le era muy leal, una cualidad impagable para Dante.
–¿Qué opinas tú al respecto?
Ella tomó asiento y abrió su cuaderno.
–Le he tirado un poco de la lengua a Norma y sé que Nitin quiere repasar los estatutos delante de la junta para llegar a la conclusión de que las acciones de Vikram… deberían ser para él, dado que, según los estatutos, las acciones con derecho a voto deben mantenerse en la familia.
–Pero Neel los modificó para darme a mí sus acciones.
Se las había regalado después de que Dante hubiese realizado un importante logro para la empresa, había sido el gesto con el que Neel había preparado su camino hacia la jubilación y había entregado las riendas del negocio a Dante. Por desgracia, pocos meses después había fallecido de la enfermedad coronaria que sufría.
–Nitin va a decir que Neel hizo aquello porque no estaba bien de salud.
Dante sonrió.
–Lleva diez años con lo mismo y yo sigo con el control.
–Además, se ha olvidado de Ali.
Por primera vez en años, Dante se acordó de la hija rebelde de su mentor, la única preocupación de Neel con la que él no lo había podido ayudar. El único elemento de la ecuación que jamás había logrado entender.
–No, no se le ha olvidado.
Todo el mundo sabía que Alisha siempre había despreciado la empresa de su padre.
Dante se puso en pie, estaba empezando a anochecer.
–Nitin cuenta con que Ali no va a querer tener nada que ver con la empresa, como ha hecho siempre, y piensa que va a heredar las acciones de Vikram.
–¿Y tú puedes oponerte?
–Puedo, pero si la junta directiva se pone de su parte y decide que las acciones son para él, no podré hacer nada. Salvo que…
De repente, se le ocurrió una idea.
–Nitin tiene que aprender de una vez por todas que Matta Steel es mía.
–Supongo que tendrás un plan para conseguir eso.
Lo tenía. Y era un plan brillante. No se había dejado la piel en aquella empresa para tener que defender su puesto todos los años.
Tenía dudas, pero las apartó de su mente. No podía decepcionar a Neel, tenía que mantener el control de Matta Steel.
Alisha nunca había querido tener nada que ver con el legado de su padre, le había dado la espalda a todo lo relativo a la empresa, a Neel e incluso a Vikram.
Y, que Dante supiera, por él solo sentía resentimiento.
Pero todo el mundo tenía un precio y él solo necesitaba averiguar cuál era el de Ali.
–Averigua dónde está.
Izzy levantó la cabeza y lo miró con sorpresa.
–¿Ali?
No parecía convencida.
–Sí. Encuentra a Alisha –le confirmó antes de ponerse la chaqueta y mirar el teléfono.
No había ningún motivo para perderse la cita que tenía aquella noche con una actriz de Broadway que estaba de paso por Londres.
Al llegar a la puerta, se giró hacia su secretaria.
–Ah, y llama a ese detective en mi nombre. Me gustaría hablar con él.
–¿A qué detective?
–Al que pago para que le siga la pista a Alisha.
–Pero si nunca te lees sus informes –lo acusó Izzy claramente.
Nunca se había preocupado por Alisha, solo había querido que estuviese vigilada por si se metía en algún lío.
Lo había hecho por Neel.
–No había necesitado hacerlo, hasta ahora. Está bien, ¿no?
En realidad, Dante se leía todos los informes, pero Izzy no tenía por qué saberlo.
–En cualquier caso, ahora voy a necesitar más información.
–Dante…
–No es asunto tuyo, Isabel –la interrumpió antes de cerrar la puerta tras de él.
Izzy siempre había estado en su vida, desde que Dante se había ido a vivir a casa de Neel mucho tiempo atrás, pero eso no significaba que tuviese que compartir con ella sus pensamientos más íntimos, ni que la considerase una amiga.
Dante Vittori no tenía relaciones personales, de ningún tipo.
–Ha venido alguien a verte, Ali.
Alisha Matta levantó la vista. Estaba de cuclillas en el restaurante del Grand Empire Palace, soportando el peso de la cámara con los hombros, con las piernas doloridas por llevar demasiado tiempo en aquella posición. Ignoró a su amigo Mak y siguió tomando fotografías.
Se había pasado toda la mañana esperando en la pequeña cocina del restaurante a que Kiki volviese a casa.
Llevaba tres meses esperando aquel momento.
–A tu derecha, mira a la cámara. Saca la cadera izquierda. Estás maravillosa, Kiki –continuó alentando a la modelo.
Había aprendido un poco de tailandés durante el último año, pero su marcado acento hizo reír a Kiki.
Las luces de neón y el suelo de linóleo rosa, barato, eran el marco perfecto para una Kiki vestida con vaqueros y una camisa, que se movía de manera eficiente y sensual ante la cámara.
Pero ni siquiera la perfección de aquella imagen pudo evitar que las palabras de Mak la distrajeran.
–Si es John, dile que lo nuestro ha terminado –susurró.
–Es un caballero italiano vestido de Tom Ford y con zapatos de Gucci, creo.
Ali cayó hacia atrás.
–¿Qué dices, Mak?
Este frunció el ceño.
–Ya sabes, el tipo que escribió acerca de los círculos del infierno, ese.
–Dante –murmuró ella, pensando que Mak tenía razón al relacionar a Dante con el infierno.
Porque aquello era lo que el protegido de su padre representaba para ella.
El demonio.
«Las princesas no deberían tirar piedras, bella».
En realidad, llamarlo así era exagerar porque a ella nunca le había hecho daño, pero lo odiaba.
Se preguntó qué estaría haciendo en Bangkok.
La última vez que se habían visto había sido cuando se había enterado del accidente de Vikram. Cerró los ojos e intentó no recordar aquella horrible noche, pero no lo pudo evitar.
Se había sentido furiosa con Dante por un único motivo: que él estaba vivo y su hermano, no.
–Creo que no le gusta que le hagan esperar –añadió Mak, interrumpiendo sus pensamientos.
Ali se incorporó.
No, al multimillonario Dante Vittori no le gustaba que le hiciesen esperar en un hotel destartalado. Debía de estar impaciente por volver a su imperio. Y a su fortuna.
¿Cómo se atrevía ella a hacerlo esperar cuando un minuto de su tiempo podía significar un negocio, un millón, otra empresa…? Ali sonrió con malicia.
Iba a hacerlo esperar.
Porque la presencia de Dante allí solo podía significar una cosa: que la necesitaba.
Pero ella no tenía pensado hacer su vida más sencilla, ni más tranquila, ni lo iba a ayudar a ganar más dinero.
Guardó la cámara con cuidado, se la colgó del hombro, recogió el resto de parafernalia, le dio un beso en la mejilla a Kiki y salió por la puerta trasera.
Era finales de septiembre y hacía buena temperatura, la noche era ruidosa y estaba impregnada por los olores que emanaban de todos los restaurantes de la calle.
Le rugió el estómago. Comería y se bebería una Coca-Cola bien fría en cuanto llegase a casa.
Entonces un Mercedes negro con conductor se interpuso en su camino. La puerta se abrió y apareció Dante.
Con aquella camisa blanca, que realzaba su piel morena, y los pantalones sastre negros, parecía recién salido de la portada de una revista.
Su reloj, un Patek Philippe que su padre le había regalado cuando Dante había llegado a la junta directiva de Matta Steel, otra cosa más que su padre le había dado a él en vez de a ella, brilló cuando levantó la mano para sujetar la puerta.
–¿Estás huyendo otra vez, Alisha? –le preguntó él, esbozando una sonrisa.
Era el único que insistía en llamarla Alisha. Y lo hacía en tono de reproche.
Ali sintió resentimiento mientras él recorría con la mirada su camiseta de tirantes, los pantalones cortos de color verde, las chanclas, y volvía a subir al pelo recogido en un moño deshecho. Dante la miraba con desprecio, pero con tal intensidad que Ali no pudo evitar sentir calor.
Levantó la barbilla y le aguantó la mirada. Los ruidos de la calle fueron desapareciendo a su alrededor.
Ali se fijó en su nariz aristocrática, que le habían roto en la adolescencia, en la línea de su mandíbula, cubierta por una sombra oscura, en sus intensos ojos, en los hombros anchos y en aquella arrogancia que emanaba de todos los poros de su piel. Transmitía seguridad en sí mismo, tanto cuando estaba en la sala de juntas como fuera de ella.
Y su boca… El labio superior era delgado, parecía esculpido, y el inferior era mucho más grueso, era la única parte de su cuerpo que parecía suave, que hacía entrever la sensualidad oculta bajo aquella crueldad.
Ali tenía el corazón acelerado, tenía mucho calor. Lo miró a los ojos y se preguntó qué estaba haciendo. ¿Qué se estaba imaginando?
Se humedeció los labios secos con la punta de la lengua y consiguió decir:
–No tengo nada de qué hablar contigo ni quiero saber nada de ti.
Y recordó cómo había estado enamorada de él de niña. Todo lo que despreciaba de Dante era lo mismo que la atraía de él. Sabía que aquello era peligroso…
Él la agarró por la muñeca para impedir que se marchase.
Ali se zafó y lo vio apretar los labios un instante.
–Tengo que hacerte una propuesta que estoy seguro de que querrás escuchar.
Ella deseó poder decir algo que hiciese que se le cayese aquella careta. Deseó ser capaz de conseguir que aquel hombre arrogante se arrodillase ante sus pies. Se sorprendió a sí misma con semejante sed de sangre.
Siempre le había gustado saltarse las normas, pero sin llegar al punto de la autodestrucción. Y eso era lo que Dante la empujaba a hacer. Siempre.
En cierto momento, odiarlo había empezado a ser más importante que intentar acercarse a su padre y volver a conectar con Vikram.
Ya no.
«Eres un fastidio, Alisha. Te soporto por él, nada más que por él».
De repente, se sintió tranquila, decidida.
–¿Qué quieres de mí?
Él arqueó una ceja. Volvió a apretar ligeramente los labios. En un universo paralelo, Ali habría llegado a la conclusión de que le había molestado que diese por hecho que quería algo de ella, pero Ali lo conocía bien y sabía que Dante Vittori era incapaz de sentir emoción alguna.
–¿Por qué estás tan segura de que quiero algo de ti?
–Porque estás a miles de kilómetros de tu imperio y, que yo sepa, no tienes ninguna fábrica en esta zona. Salvo que hayas venido en busca de obra de mano barata, has venido a buscarme a mí.
–Siempre he sabido dónde estabas, Alisha.
Ella tragó saliva.
–Por mucho que intentes fingir que no hay ningún vínculo entre nosotros, por mucho que intentes huir, siempre serás su hija.
Ali tuvo que reconocer que Dante siempre le había sido leal a su padre; y que siempre lo sería. Por ese motivo, entendía que Dante quisiese saber qué hacía con su vida.
–No me interesa intercambiar insultos contigo –le dijo, y se le quebró la voz–. Ya no soy… no soy aquella Ali impulsiva y destructiva.
–Me alegro del cambio. Cenaremos juntos y no nos insultaremos esta noche.
–Que no vaya a insultarte no significa que quiera estar cerca de ti más de cinco minutos.
No quería estar cerca de él porque se sentía confundida y sentía atracción.
–Ah –dijo él, mirándose el reloj–. Acabamos de perder treinta segundos.
La miró fijamente a los ojos.
–Nunca he sido ni seré tu enemigo, Alisha.
Y con aquella frase la atracción que Ali sentía por él se hizo casi tangible. El odio era lo único que la hacía mantenerse fuerte.
–Para mí, comer es un placer del que no voy a poder disfrutar si estoy contigo –le replicó.
–Tengo algo que quieres. ¿Cuándo vas a aprender a guiarte por tus metas, no por tus emociones?
Aquello la hizo temblar.
–No todo el mundo es tan ambicioso, despiadado y cretino como tú –le respondió, incumpliendo su decisión de no insultarlo–. A ver, qué me quieres proponer.
–Tiene que ver con la obra benéfica de tu madre. No voy a decirte más. Mi chófer te recogerá a las seis para ir a cenar. Y, Alisha, vístete de manera apropiada. No vamos a cenar en la calle ni quiero que aparezcas medio desnuda, como la última vez.
Ella tampoco olvidaría jamás la fiesta con la que habían celebrado su dieciocho cumpleaños y el veintiocho de él.
–Sabía que eras arrogante, despiadado, manipulador, controlador, pero jamás pensé que también fueses un esnob –replicó.
–¿Porque quiero cenar civilizadamente en un lugar en el que no vayas a lanzarme cosas?
Otra mala noche. Otro mal recuerdo.
Había llegado el momento de cambiar la percepción que Dante tenía de ella.
–Una cena. Nada más.
–¿Por qué te molesta tanto tenerme cerca? –le preguntó él justo antes de que se alejase.
A ella le ardió la cara.
–No me molesta.
–¿No? ¿Por eso evitas la casa de tus padres y nunca vienes a Londres? Evitas a tu familia, a tus viejos amigos y vas de sitio en sitio como una nómada.
«Tú me quitaste todo lo que era mío», deseó contestar Ali, como habría hecho en el pasado, pero no sería la verdad.
Dante no le había quitado nada, su padre se lo había dado gustosamente. Dante no había roto su familia. La culpa había sido de su padre.
Pero Dante… Ali seguía sintiendo una mezcla de enfado y atracción hacia él.
–Esa mansión, incluso Londres, no han sido mi casa desde hace mucho tiempo.
Él volvió a sonreír.
–Es un alivio saber que tu vida no gira entorno al hecho de evitarme, entonces. Hasta esta noche.
Y se marchó antes de que a ella le diese tiempo a responderle. De camino a casa, Ali no logró deshacerse de aquella incómoda sensación de aprensión.
Dante y ella no se soportaban. ¿Por qué insistía este tanto en que cenasen juntos? ¿Y cómo iba a conseguir ella no poner en riesgo su dignidad?
COMO era de esperar, Dante no se había conformado con mandarle un mensaje con el nombre del hotel cuando le había dicho que se vistiera de manera adecuada para la ocasión, pensó Ali mientras el Mercedes negro sorteaba el tráfico para dejar atrás el bullicio de la ciudad.
Aunque, como Ali lo conocía desde los doce años, ya sabía cómo funcionaba Dante.
Era un hombre que esperaba, no, exigía siempre lo mejor de lo mejor. Tenía fama de ser perfeccionista con sus trabajadores, pero después nadie se quejaba porque recompensaba bien el trabajo duro y la ambición. En el pasado, Ali se había esforzado en encontrar motivos para odiarlo.
El lujoso Mercedes se detuvo en el patio de un complejo hotelero de cinco estrellas, con las bonitas vistas de los canales llenos de barcas del río Chao Phraya. Mak le había contado que el marisco que servían en aquel restaurante era para morirse.
Así que al menos iba a disfrutar de una cena deliciosa en un restaurante estupendo. Y le iba a demostrar a Dante que podía fingir que tenía clase y elegancia como la que más.
Se llevó una mano al estómago mientras salía del coche para alisar el vestido ajustado de color rosa que se había puesto para la ocasión. Mientras estudiaba la impresionante fachada del hotel, aprovechó para mirarse ella también en el reflejo de las cristaleras.
Llevaba el pelo, que le llegaba a la cintura cual cortina de seda, recién lavado y suelto, y solo se había puesto una joya: una fina cadena de oro con un diamante minúsculo que desaparecía por debajo del pronunciado escote del vestido. El vestido de lino era barato, ya que no se podía permitir otra cosa, pero parecía caro y se ceñía a su cuerpo tonificado como si un diseñador se lo hubiese hecho a medida.
Además, el color rosa realzaba su piel morena y había permitido que Kiki la maquillase bien. Esa noche sería la Ali sofisticada y elegante que le había enseñado a ser su madre, aunque lo odiase.
Había echado un vistazo a las cuentas de la organización benéfica de su madre, pero esta seguía estando en números rojos y solo se podía salvar con una importante inyección de efectivo. Así que, si Dante tenía algo que decirle, lo escucharía. Se comportaría como si aquel fuese un encuentro profesional.
Los zapatos de tacón beige que se había puesto resonaron en el suelo de mármol de la entrada del restaurante, que estaba inundado por una luz ambarina y decorado en tonos crema. A Ali se le encogió el estómago al ver a Dante con la cabeza inclinada y el pelo negro brillando bajo la luz.
Agarró el bolso con fuerza y miró a su alrededor. Las demás mesas estaban vacías. Se miró el reloj y vio que eran solo las siete.
El ambiente era demasiado íntimo. Era un escenario que se habría podido sacar de sus fantasías de adolescente, pero antes de que le diese tiempo a darse la media vuelta y salir corriendo de allí, la mirada oscura de Dante la atrapó.
Ella se puso recta y se esforzó en ir poniendo un pie delante del otro.
Él se levantó de la silla cuando Ali llegó al rincón en el que estaba sentado. Se había quitado la camisa blanca y se había puesto una gris que realzaba sus ojos. Estaba recién afeitado y todavía tenía el pelo húmedo. Estaba tan… guapo. Aunque la palabra guapo no fuese la adecuada para un hombre tan masculino como Dante.
El olor de su aftershave era sutil, pero, combinado con el calor de su piel, hizo que penetrase en los poros de Ali. Todas las células de su cuerpo cobraron vida.
–¿Dónde está todo el mundo?
–¿Todo el mundo? –repitió él.
Ali se dejó caer en una silla y se llevó la mano al estómago.
–Sí, la gente. Otros homo sapiens dispuestos a degustar la deliciosa comida que me han dicho que sirven aquí.
Él la miró muy serio.
Ali se ruborizó, se pasó los dedos por el pelo.
–¿Qué?
Dante recorrió con la mirada su rostro, su pelo, el escote, pero no bajó más.
–Te has puesto muy guapa.
–Ah –fue lo único que pudo responder Ali, apartando la mirada y dejando el bolso a un lado.
Él se tomó su tiempo antes de sentarse, no lo hizo enfrente de Ali, sino a su izquierda. Ella se apartó para no tocarlo.
–Como te vayas más lejos te vas a caer de la silla. ¿Por qué estás tan nerviosa?
Alí se quedó inmóvil y se agarró las manos sobre el regazo.
–No estoy nerviosa.
–¿No?
Su acento se hacía más pronunciado cuando se ponía sentimental. Ali se había dado cuenta de aquello mucho tiempo atrás. Se recompuso y lo miró a los ojos. ¿Era posible que Dante no supiese el motivo por el que se sentía así cuando lo tenía cerca? ¿No sentía cómo cambiaba el ambiente cuando estaban juntos, la tensión, las miradas…? ¿Era ella la única que sentía tanto?
Aunque no quería que Dante se sintiese atraído por ella. Se estremeció.
–Si estás nerviosa es porque me tienes algo preparado. Una sorpresa.
Así que aquello era lo que pensaba. Ali cerró los ojos y contó hasta diez. No le extrañó que Dante pensase aquello, no habría sido la primera vez que se portaba mal con él.
Años atrás, había encendido bengalas en su habitación y le había agujereado el último traje que le había comprado su padre. Y había estado a punto de incendiar toda la casa.
Además, también había hecho añicos con un martillo sus nuevos gemelos, que Vikram le había regalado.
Por no mencionar aquellos importantes documentos que había roto…
Cuando Dante había llevado a su novia a casa, para que la conociera su padre… Y todo aquello no era ni la mitad de lo que había hecho para demostrarle cuánto lo odiaba.
Se aclaró la garganta.
–Ya te he dicho que he cambiado.
Él arqueó una ceja y ella suspiró.
–No sabía dónde íbamos a cenar. ¿Cómo iba a prepararte una sorpresa? Es solo que me ha extrañado que no hubiese nadie más.
–Le pedí a mi secretaria que reservase todo el restaurante para nosotros.
Ali se quedó boquiabierta y él se encogió de hombros.
–Por si montabas una escena en público, cosa que, teniendo en cuenta lo que conozco de ti, era bastante probable.
–Te entiendo –admitió ella.
Y entonces, por suerte, llegó el maître.
–Una botella de nuestro mejor vino blanco y una ensalada de gambas.
Ali levantó la barbilla.
–No quiero gambas.
–¿No?
Dante volvió a tocar su muñeca y Ali apartó la mano rápidamente.
Él apretó los dientes y le brillaron los ojos.
–¿Ni siquiera sabiendo que es la especialidad de este restaurante y teniendo en cuenta que se te ha escapado un gemido al ver este plato en la carta?
A ella le ardió el rostro y se le aceleró el corazón. Clavó la vista en la carta, se le nubló la vista, no podía estar más tensa.
–¿Señora? –le dijo el maître sonriendo–. Si no quiere lo que ha pedido el señor Vittori, puedo hacerle alguna sugerencia.
–No.
Ali respiró hondo. No era culpa de aquel pobre hombre que Dante estuviese jugando con ella.
–Me tomaré la ensalada, gracias.
Y cuando el maître se hubo marchado, le dijo a Dante:
–No vuelvas a hacerlo.
«No me manipules, no vuelvas a mi vida».
Este se echó hacia atrás, sin apartar la mirada de ella.
–Pues no me lo pongas tan fácil.
Antes de que a Ali le diese tiempo a elaborar una respuesta, Dante dejó una caja rectangular de terciopelo encima de la mesa.
–¿Y eso qué es?
–Ábrela.
Ali la abrió y vio un delicado collar de oro blanco con diamantes engarzados en flores que hizo que se le cortase la respiración. Lo tocó con las puntas de los dedos, con el pecho encogido, como si pudiese sentir en él el amor de la mujer que había sido su dueña.
Vender aquel collar de su madre había sido una de las cosas más duras que había hecho en toda su vida.
Tomó la caja y la agarró con tal fuerza que se le pusieron blancos los nudillos.
Dante había empezado hablándole de la organización benéfica de su madre, y había continuado con el collar. Y era un hombre que siempre hacía las cosas por un motivo. La odiaba tanto como ella a él, pero la había buscado. A Ali se le erizó el vello de la nuca.
–¿Por qué tienes esto? ¿Qué es lo que quieres, Dante?
Él la miró a los ojos marrones, llenos de lágrimas, y se le hizo un nudo en la garganta.
Era una sensación que había tenido muchas veces en Sicilia, de adolescente, cuando los otros chicos lo habían insultado y pegado por culpa de su padre.
Aquello había hecho que tomase la determinación de ser alguien en la vida, de ser fuerte para que nadie pudiese controlarlo, mucho menos una mujer.
Pero al ver la emoción en el rostro de Alisha al tocar el collar de su madre, se le había quebrado la coraza.
Al leer los informes acerca de Alisha, le había sorprendido descubrir que esta había viajado a Londres en varias ocasiones durante los últimos cinco años.
Había viajado a Londres para intentar solucionar los problemas de la organización benéfica de su madre. Incluso había organizado una gala para recaudar dinero. Dante había buscado su punto débil y lo había encontrado.
No quería quitarle nada a Alisha, todo lo contrario, quería darle lo que quería a cambio de lo que deseaba él.
Alisha lo había odiado desde que había ido a vivir con su padre, Neel. Y siempre había despertado en él una reacción que nadie más había conseguido suscitar.
Pero eso había sido antes de todos los cambios que Alisha había sufrido en los seis últimos años.
Unas horas antes, al verla en aquel callejón con la camiseta de tirantes blanca pegada a los pechos, los pantalones cortos que dejaban al descubierto sus largas piernas, los sensuales movimientos de su mano al apartarse el pelo de la cara…
Su gesto de sorpresa, cómo lo había devorado con la mirada, recorriéndolo de arriba abajo…
Pero era la hija de Neel.
Era algo prohibido para él. Y no solo porque fuese a quitarle lo poco que le quedaba del legado de su padre, sino porque en todo lo que Dante tenía pensado poner en marcha, Alisha iba a ser una variable. Y la atracción que sentía por ella era una debilidad que no se podía permitir. En su vida, las mujeres solo podían ocupar dos lugares: compañeras, como Izzy y un par más, mujeres a las que respetaba, que le caían bien; y amantes, con las que se acostaban, que sabían lo que había y no le pedían nada más.
Alisha no encajaba en ninguno de aquellos dos grupos.
–¿Dante? ¿Se puede saber por qué tienes el collar de mi madre?
–Se lo compré al tipo al que se lo vendiste tú –comentó, todavía afectado por sus lágrimas porque era la primera vez que la veía tan frágil–. Pensé que te gustaría tenerlo y veo que he acertado. ¿Por qué lo vendiste?
Ella clavó la mirada en la caja antes de responder.
–Para comprarme un par de zapatos de Jimmy Choo.
–No seas frívola, Alisha. Nunca he entendido por qué estabas tan empeñada en ser tu peor enemiga.
–No sé de qué estás hablando. ¿Solo me has invitado a cenar para hablarme de mis defectos?
Él se obligó a apartar la mirada de sus labios. Alisha se estaba mordiendo el inferior y a él aquello le resultaba fascinante. De repente, todo en ella le parecía fascinante. Y todo lo distraía.
–Sé que la organización benéfica de tu madre no va bien. ¿Por qué no me has pedido ayuda?
–¿Que por qué no te he pedido ayuda? –repitió ella, volviendo a ponerse combativa.
Dante prefería verla así que vulnerable.
Ella se echó a reír.
–¿Tú me conoces? ¿Te conoces a ti mismo?
Dante sonrió muy a su pesar.
Se le había olvidado lo ingeniosa que podía llegar a ser Alisha, que siempre se echaba a reír, en cualquier situación, que había alegrado la casa familiar cuando, tras la muerte de su madre, había ido a vivir con Neel, incluso a pesar de sus berrinches. A pesar del dolor que había en sus tristes ojos, siempre había estado llena de vida, ya había tenido un carácter fuerte con doce años.
Era cierto que él nunca se había acercado a ella, pero cuando había empezado a crecer y a convertirse en adolescente, había tenido la sensación de que el odio que sentía por él había aumentado también. Y cuanto más había intentado él mediar en la relación entre ella y su padre, más resentimiento había mostrado Alisha hacia él.
La vio clavar la mirada en sus labios un instante y se puso tenso.
–Me moriría de hambre antes de aceptar nada de la empresa. Ni de ti.
Dante ya había esperado aquella respuesta.
–¿Para qué necesitabas el dinero?
–Si sabes que vendí el collar, y a quién, ya conocerás el motivo. No te hagas el tonto.
El camarero les llevó la cena y ella le dio las gracias.
Comió con la misma intensidad con la que parecía atacarlo todo en la vida.
Dante no tenía mucho apetito, sobre todo, por el jet lag. La vio beber el vino y pasarse la lengua por los labios.
Y deseó pasar su lengua por ellos también.
No pudo evitarlo. Enterró los dedos en su pelo y juró entre dientes.
No había imaginado que Alisha iba a estar tan guapa. Ni que iba a sentirse tan atraído por ella.
Tomó la copa de vino y lo hizo girar en ella.
Deseaba pasar los dedos por la piel de sus hombros, para ver si era tan suave como parecía. Deseaba tocar su cuello, hundir las manos en su pelo y atraerla hacia él, apretarla contra su cuerpo y…
Ali dejó la cuchara y el tenedor y dio otro sorbo a su copa de vino. Después se echó hacia atrás en la silla, levantó la cabeza para mirar hacia el techo y suspiró.
Y Dante pensó que aquello había sido suficiente. Tenía que reconducir la conversación.
–Cuéntame qué has estado haciendo estos últimos años –le pidió.
Aquello pareció sorprenderla tanto como a él.
–Además de vivir como una indigente y de viajar de aquí para allá cada pocos meses.
Ella se encogió de hombros y él se fijó en la fina cadena de oro que llevaba al cuello, y en el colgante que brillaba entre sus pechos, jugando al escondite con él.
–No hace falta que finjas interés, Dante. Ya no.
–Eres su hija. Siempre me ha interesado lo que hacías con tu vida. Hasta que me di cuenta de que mi interés solo te llevaba hacia la destrucción.
–Eso es agua pasada –le respondió ella, dejando la servilleta encima de la mesa y esbozando una falsa sonrisa–. Gracias por la cena. Ha sido todo un regalo, a pesar de la compañía. Y, mejor pensado, gracias también por haber comprado el collar de mi madre.
Tomó la caja de terciopelo y la colocó debajo de su bolso, que estaba en la mesa.
–Debes de conocerme muy bien para saber que iba a gustarme mucho el regalo.
–Vas a venderlo otra vez, ¿verdad?
–Sí.
–Pero eso solo te va a solucionar un mes. He visto las cifras, Alisha. La organización estará en números rojos el mes que viene.
Ella apretó los labios.
–Ya encontraré una solución. Siempre lo hago.
–También podrías pedirme ayuda.
–Ya te he dicho que no quiero tu dinero. Ni el de la empresa ni el de papá. Tengo que hacer esto sola.
–¿La casa en la que está la sede de la organización significa tanto para ti?
–Sí. Es el lugar en el que creció mamá. Y yo pasé mucho tiempo allí con ella, algunos de los momentos más felices de mi niñez.
–Si de verdad quieres salvar la casa, tendrás que dejar atrás el resentimiento y aceptar mi ayuda.
–¿Y qué voy a tener que hacer a cambio?
–Casarte conmigo.
CASARME con Dante…».
Ali se quedó pensando en aquella frase, repitiéndola en su cabeza una y otra vez.
Dante, con quien volvía a ser la chica solitaria que había ido a vivir con su padre, siempre distante, y su distraído hermano después de la muerte repentina de su madre.
Con Dante siempre sería la peor versión de sí misma.
Sintió pánico. Lo que menos necesitaba en la vida era casarse con Dante. Sería como juntar todas las malas decisiones que había tomado en la vida en una enorme que la perseguiría durante el resto de sus días. Se le escapó una carcajada histérica.
–¿Alisha?
Lo miró a los ojos, se puso en pie, tomó su bolso y se giró.
–Te has vuelto loco.
–Alisha, espera.
–No.
No quería oír más. No quería que Dante la engatusara.
Era un maestro de la estrategia y si la había buscado y había ido hasta allí a verla, era porque sabía cómo convencerla. Así que tenía que huir antes de que aquello ocurriese. Antes de que sus vidas se complicasen todavía más. Antes de que se traicionase a sí misma en el peor modo posible.
–¡Alisha, para! –exclamó él, agarrándola por la muñeca.
Ella, que ya estaba dispuesta a salir corriendo, se torció el tobillo y sintió un dolor agudo que la obligó a inclinarse hacia atrás, hacia él.
«Cuando una fuerza imparable choca contra un objeto inmóvil…», pensó.
–¿Qué es lo que ocurre cuando chocan, Alisha? ¿Cuál de los dos se destruye?
El mundo dejó de girar y ella se dio cuenta de que había pensado en voz alta.
Su olor y su calor la invadieron. Dante tenía las piernas separadas y la sujetaba con fuerza. Ella tenía la espalda apoyada en su pecho. Respiró hondo y al espirar, la parte inferior de sus pechos tocó el brazo de Dante. Notó su aliento en la nuca y aquello empeoró la situación. No era posible que estuviese sintiendo placer.
Sintió que le pesaban las piernas. Quería dejarse caer completamente sobre él y apoyar el trasero en sus caderas. Quería sentir todo su cuerpo, de la cabeza a los pies, quería frotarse contra él hasta excitarlo tanto como estaba ella. Hasta conseguir fundir aquel acero del que estaba hecho.
Como si le hubiese leído el pensamiento, Dante apoyó una mano en su cadera para sujetarla, para impedir que se apoyase más en él.
Ali gimió, desesperada. ¿Por qué tenía que ocurrirle aquello?
–Porque no piensas antes de actuar –le susurró él al oído.
Perfecto, al parecer, había vuelto a pensar en voz alta.
–Eres impulsiva y, si no te hubiese sujetado, te habrías caído de frente.
–Besar el suelo no me parece mala alternativa –replicó ella con voz ronca.
–¿Te sentarás a escucharme si te suelto?
Ella lo agarró por la muñeca instintivamente.
Abrió los ojos y tragó saliva. Dante se había quitado los gemelos y se había remangado la camisa un rato antes, así que tocó su piel velluda, la acarició, recorrió las venas que había en el dorso de su mano…
Y él tomó aire y juró entre dientes, sacándola de aquel momento de ensoñación.
Ali bajó la barbilla.
–No, no quiero escucharte. Y no quiero tenerte cerca, ni ahora ni en el futuro.
La vulnerabilidad, la necesidad de conectar más profundamente con su pasado, con cualquier persona relacionada con este, la invadieron.
Si aceptaba, lo que ocurriría sería que cada mirada, cada roce de su piel, irían causándole mella; la línea que separaba el deseo del odio, la realidad de la fantasía, se desdibujaría… y entonces ella lo atacaría, con uñas y dientes, solo para no venirse abajo. O cedería ante aquel inexplicable anhelo que Dante le había hecho sentir durante tanto tiempo.
La tensión de su cuerpo desapareció y se apoyó en su pecho. Durante cinco segundos, se permitió ser débil y vulnerable.
Él la abrazó de manera cariñosa, con ternura… y Ali no lo pudo soportar. Reaccionó.
Se zafó de él, que la soltó al instante.
Ella se apartó el pelo del rostro e intentó recuperar la compostura. Tomó un vaso de agua fría que la ayudó a volver a la realidad. Dante se sentó, ella se tranquilizó y lo miró de nuevo.
–Dime por qué.
–Vikram ha sido declarado legalmente muerto –respondió, clavando en ella sus ojos grises.
Ali apartó la vista.
Dante sabía lo que su hermano había significado para ella. La había visto sufrir aquella noche y aquello era algo que Ali no podía obviar. Aquella confusa relación entre Dante y ella era lo único que le quedaba de su pasado. Y, por mucho que corriese, jamás podría escapar de ella.
–¿Y?
–Tu tío va a intentar quedarse con sus acciones con derecho a voto y es posible que lo consiga. A mí me gustaría aplastar su pequeña rebelión lo más rápidamente posible. Tengo en mente una fusión muy importante con una empresa japonesa y necesito concentrar toda mi energía en eso. Hay miles de puestos de trabajo en juego.
Su tío había propiciado la separación de sus padres, aunque Ali sabía que había sido su padre el que había tomado la decisión de romper.
La culpa la había tenido la ambición de su padre. Sus ansias de éxito.
Las mismas que tenía el atractivo hombre que tenía sentado enfrente.
–Nunca me había dado cuenta de lo mucho que te parecías a papá. Mucho más que Vikram.
–Vikram siempre trazó su propio camino.
Ella asintió, la muerte de su hermano seguía encogiéndole el corazón. Al menos de aquello no le podía echar la culpa a Dante. Su hermano había sido un genio que jamás había sentido interés por la empresa de su padre.
–Si me caso contigo, te traspasaré mis acciones y dará igual adónde vayan a parar las de Vikram. Podrás seguir al frente de Matta Steel.
Ni siquiera ella podía negar que Dante había hecho crecer exponencialmente la empresa desde la muerte de su padre.
–Sí. Y seguirías cumpliendo tu promesa de no aceptar absolutamente nada de la fortuna de tu padre, ya que esas acciones son tuyas gracias a tu madre. En realidad, no tienen mucho valor económico, ya que no se pueden vender ni traspasar a nadie fuera del matrimonio. Así que para ti es un buen negocio.
Dante tenía una respuesta para todo.
–¿Y qué recibiré a cambio? –le preguntó Ali.
–Todo el dinero que quieras tirar por la ventana de la Lonely Hearts Foundation.
A Ali no le gustó el comentario, pero prefirió no entrar a discutir.
–¿Todo el dinero que yo quiera?
–La cantidad que acordemos, sí.
–Quiero un cheque de tu fortuna personal –le dijo ella, decidida a exprimirlo lo máximo posible–. Si es que accedo.
A él le brillaron los ojos y sonrió, seguro de haber conseguido lo que quería.
–Bene –respondió, asintiendo–. De mi fortuna personal.
Le pidiese lo que le pidiese, sería como una gota de agua en el océano para él.
–No podremos anular ni terminar el matrimonio durante tres años. Firmaremos un acuerdo prenupcial. Y, después de esos tres años, recibirás una importante cantidad de dinero.
–No quiero dinero. Y no…
–No seas tonta, Alisha. Una cosa es rechazar tu herencia con dieciocho años y otra…
–Y no pienso firmar ningún acuerdo prenupcial.
Las arrogantes facciones de Dante mostraron sorpresa.
Si Ali había esperado hacerlo saltar, que diese rienda suelta a su infame temperamento siciliano, no lo consiguió. Solo lo traicionó un instante su mandíbula.
Pero Ali acababa de darse cuenta de lo mucho que necesitaba sentir que tenía algún control sobre aquella situación. Era la única manera de que aquello funcionase, no dándole a Dante todo lo que quería.
–¿Por qué no quieres firmar el acuerdo prenupcial? Solo servirá para asignarte una cantidad de dinero que sé que no vas a tocar.
Ella sonrió, se estaba divirtiendo mucho.
–¿Estás elogiando mis principios?
–Si piensas que pasarse la vida haciendo el payaso y huyendo de tu propia sombra es tener principios, allá tú. Para mí no es más que una infantil sed de venganza que deberías superar. Todavía estoy esperando a que despiertes de ese sueño tuyo y vuelvas a la realidad.
Tomó aire antes de continuar.
–Conozco a muchas princesas mimadas como tú. Algún día, volverás a tu vida anterior, llena de lujos, con el rabo entre las piernas. Porque, dime, ¿qué has hecho en los seis últimos años además de vender las joyas de tu madre? Firma el acuerdo prenupcial y así, cuando llegue el día, me lo agradecerás por haberte dado la opción.
Dante no se había andado con rodeos, pero ella siguió sonriendo.
A pesar de que sus palabras le habían dolido mucho más de lo debido. Había sentido aquella misma falta de respeto, aquella exagerada muestra de paciencia en los ojos de su padre el día antes de su dieciocho cumpleaños.
Pero, aunque fuese lo último que hiciese en la vida, Ali estaba dispuesta a cambiar la opinión que Dante tenía de ella.
No porque desease su aprobación, o sí, sino porque quería demostrarle que estaba equivocado. Necesitaba bajarle un poco los humos. Le iba a hacer un favor a todas las mujeres del planeta.
Además, necesitaba zanjar de algún modo aquella dolorosa historia que había entre ambos. Deseaba que llegase el día en que pudiese mirarlo a los ojos y no sentir nada.
Ni atracción, ni dolor, ni ningún tipo de conexión emocional.
–No. No quiero acuerdo prenupcial. No olvidemos que voy a hacerte un favor. Sé que estás acostumbrado a que la gente se incline ante ti, pero yo…
Él la fulminó con la mirada.
–¿De verdad me vas a amenazar con lo que puedo o no puedo hacer contigo, Alisha?
La temperatura subió en tan solo un instante. Ali se imaginó obedeciendo sus órdenes, con sus piernas entrelazadas con las de él… el calor que había entre ambos era casi tangible.
¿Lo sentía él también?
«Márchate, Ali. Vete antes de que te sientas demasiado tentada como para resistirte».
Pero la posibilidad de salvar la fundación que tanto había significado para su madre, la idea de volver a Londres, de echar raíces durante un tiempo y de demostrarle a Dante que no estaba abocada al fracaso pesaron más.
–Quiero tu palabra de que es un acuerdo solo en papel, que no vas a utilizarlo para manipularme ni para controlar mi vida.
Él le agarró la muñeca y le dijo con fuerte acento italiano:
–Ni se te ocurra intentar jugar conmigo como lo hacías con tu padre, Alisha. No permitiré que manches mi nombre como hiciste con el suyo. No se te ocurra aparecer en los medios de comunicación acompañada de un exdrogadicto. Ni vayas con otros hombres a mis espaldas. Al menos, mientras estés en Londres.
–Como no tengas cuidado con tus amenazas, va a parecer que eres mi prometido de verdad, Dante –respondió ella, sabiendo que podía cumplir sus condiciones.
Como ya le había dicho, la época en la que había hecho lo posible por fastidiarlo había pasado.
Pero no permitiría que Dante tuviese todo el poder en aquella relación.
–Vamos a dejar las cosas claras. Si yo no estoy con ningún hombre en tres años, ¿vas a hacer tú lo mismo? ¿Vas a guardar el celibato durante tres años?
–Yo no seré motivo de escándalo, te lo aseguro.
–No has respondido a mi pregunta.
–Mi nombre, mi reputación… es lo más importante para mí, Alisha. Los he levantado de la nada, lejos de la sombra del crimen que cometió mi padre. Soy un hombre hecho a sí mismo después de haberlo perdido todo en cuestión de días.
La intensidad de sus palabras hizo que Ali se estremeciese.
–Si incumples las reglas tu organización se quedará sin financiación.
ALI LLEGABA tarde.
Por supuesto. La culpa era suya, que había dado por hecho que Alisha iba a dejar de causarle problemas. Tenía que haberla acompañado a casa y haberla llevado él mismo hasta el avión.
En su lugar, le había dado un par de días para que se hiciese a la idea y se los había dado a sí mismo también para poder pensar con claridad. Para reflexionar acerca de sus exigencias. La primera, que le avanzase diez mil libras como primer pago.
Su abogado le había advertido que estaba corriendo un enorme riesgo al casarse con ella sin contrato prenupcial. Y eso que no conocía a Alisha.
Pero, a pesar de las advertencias de su abogado, Dante no pensaba que Alisha fuese capaz de utilizar aquel matrimonio para hacerse rica. Ni se la imaginaba litigando por su dinero. De lo que sí la creía capaz era de arruinar su reputación.
La idea de tenerla cerca lo ponía nervioso y se dio cuenta de que, hasta entonces, debía de haber tenido una vida muy aburrida.
La había llamado princesa mimada y rebelde, pero estaba empezando a cuestionarse aquello. Según tenía entendido, trabajaba ocasionalmente de camarera. Y llevaba así más de cinco años.
El sentido común le decía que no iba a intentar hacerse con su fortuna. Ni con Matta Steel.
En cualquier caso, él estaba decidido a mantener el control de la situación.
Si Alisha pensaba que le iba a dar semejante cantidad de dinero sin hacerle preguntas, que iba a poder jugar con él y hacer lo que se le antojase en Londres, que estar casada con él iba a ser solo un arma que iba a poder utilizar en su contra…
Había llegado el momento de dejar claras las normas del juego. Dante se negaba a llamar a aquello matrimonio, se negaba a sentirse mal por lo que iba a hacer.
Por eso había decidido esperarla en Bangkok y volar con ella de vuelta a Londres. Estaba seguro de que la prensa se iba interesar por el tema y, en cuanto anunciasen que se habían casado, la noticia de la ceremonia íntima ocuparía páginas de revistas durante al menos un par de semanas, pero a Dante aquello le daba igual.
El acuerdo que tenía con Alisha sí que era importante. Y esta debía entender que era esencial que se comportase como debía durante los siguientes meses.
Dante sabía que Alisha no respondía bien a las amenazas, así que tendría que encontrar la manera de llevársela a su terreno, de hacerla cooperar.
Y tenía claro que no podía castigarla por sentirse atraído por ella. Por mucho que supiese que en el pasado a ella también le había gustado él, se negaba a explorar aquella vía.
Después de una hora, salió del coche. El viento hizo que le zumbasen los oídos y se puso las gafas de sol a pesar de que todavía no había amanecido en aquel frío día de finales de septiembre.
La paciencia nunca había sido una de sus virtudes y tenía la sensación de que, durante los siguientes meses, lo iban a llevar al límite. Estaba seguro de que en un par de meses con Alisha estaría al borde de la locura.
Continuó esperando y estaba a punto de llamarla cuando vio llegar a la pista una caravana de coches de colores en diferentes estados de deterioro.
Se echó a reír. Nadie lo hacía reír como Alisha, ni ponía a prueba su paciencia como ella.
La caravana se detuvo y un número indeterminado de personas empezó a salir de los tres coches. Abrieron los maleteros y sacaron maletas de diferentes colores y tamaños.
Entonces, vestida de nuevo con pantalones demasiado cortos y un jersey que le llegaba a los muslos, salió Alisha del tercer coche, con la bolsa de la cámara de fotos colgada del hombro.
Llevaba el pelo recogido en un moño informal e iba calzada con unas botas de estilo militar.
Tampoco parecía ir maquillada. De hecho, parecía recién levantada de la cama, inocente y tan guapa que a Dante se le hizo un nudo en el estómago.
Alisha brillaba en medio del grupo como el sol sobre un campo de girasoles, todo el mundo la miraba con verdadero afecto, hombres y mujeres la abrazaban y la besaban en las mejillas. Dante vio con incredulidad cómo a Alisha se le llenaban los ojos de lágrimas al abrazar a un hombre llamado Mak.
Entonces sus miradas se cruzaron y todo el mundo miró hacia él. En vez de con sorpresa o curiosidad, lo miraron como si lo conociesen, como si Alisha les hubiese hablado de él.
Y, por primera vez desde que la conocía, Dante se preguntó qué pensaría Alisha de él. Qué había detrás de todo aquel resentimiento que sentía por él. ¿Pensaba Alisha que él le había robado su legado?
La vio apartarse del grupo y contuvo la respiración. Su olor lo invadió y Dante sintió el impulso de enterrar la nariz en su cuello.
–¿Tienes ya el dinero?
–Las diez mil libras, sí –respondió él con cautela.
Alisha se sacó un sobre del bolsillo trasero de los pantalones.
–Por favor, haz que lo transfieran a este número de cuenta.
Él miró el papel y arqueó las cejas.
–¿De quién es la cuenta?
–De Kiki y Mak –respondió ella, suspirando al ver que Dante guardaba silencio–. No puedes decirme cómo debo utilizar el dinero. No puedes intentar controlar mi vida.
–¿No estarás haciendo esto para fastidiarme, verdad?
Ella puso los ojos en blanco.
–No. Aunque tengas motivos para pensarlo, no pretendo fastidiarte.
Dante dio un paso hacia ella.
–¿Te están chantajeando? Sea lo que sea, yo me encargaré. Cuéntamelo, Alisha. ¿Tiene que ver con drogas? ¿Tienen fotografías tuyas desnuda?
–¿Fotografías mías desnuda?
Alisha parecía tan sorprendida que a Dante le costó seguir hablando.
–¿Quién piensas que se ocupó de la estrella de rock que quiso vender tus fotografías a la prensa?
Ella frunció el ceño.
–¿Richard amenazó con vender fotografías mías? ¿Tú las viste?
–Por supuesto que no, no las miré –replicó él–, pero nos dio pruebas de que eran tuyas.
Dante se pasó una mano por el pelo, aquella había sido la única vez en su vida en la que había perdido el control y le había dado un puñetazo a otro hombre.
Vikram había tenido que sujetarlo.
–¿Y le pagaste?
–Yo no respondo bien a las amenazas, me pasa como a ti. Me dio un pen drive con las fotografías y lo rompí al instante con un pisapapeles.
La risa de Alisha fue amarga.
–Veo que no me tienes en alta estima –respondió–. Mak y Kiki jamás me chantajearían. El primer año que estuve aquí no pagué absolutamente nada. Ni alojamiento ni comida. Así que, les pague lo que les pague es poco en comparación con lo que ellos hicieron por mí.
–Portarse bien con una heredera no tiene ningún mérito. Uno sabe que antes o después va a ser recompensado.
Alisha levantó la barbilla, había dolor en su mirada.
Dante le había hecho daño y se le encogió el pecho al darse cuenta.
–No saben quién soy, Dante. No lo sabían hasta que apareciste tú la semana pasada.
–Alisha, yo no…
–Y si vas a decir una tontería, como que no he ganado ese dinero yo y no debo darlo a otras personas, ya te digo que te equivocas. Mamá se ganó a pulso esas acciones. Perdió a papá por la maldita empresa y lo único que consiguió a cambio fueron esas acciones. Y, ¿sabes qué? Yo también me las he ganado porque tenía que haber crecido con mi padre, mi madre y mi hermano, en la misma casa. No tenía por qué haberme preguntado por qué mi padre venía tan poco a verme. Ni Vikram tenía que haberse preguntado por qué mamá lo había dejado con papá. Ni yo tenía que haberme preguntado por qué había hecho falta que mamá muriese para poder ir a vivir con él.
Alisha respiraba con dificultad.
–Me he ganado esas acciones, Dante. Y quiero que algo bueno salga de ese acuerdo que voy a firmar contigo. Algo que me compense cuando, en los próximos meses, tú me saques de quicio. Ese dinero servirá de entrada para un negocio que Mak y Kiki quieren montar –le explicó–. Ellos me acogieron con los brazos abiertos cuando yo estaba desesperada por encontrar amigos, cuando necesitaba que alguien me quisiera.
La vulnerabilidad de sus palabras lo golpeó con fuerza y Dante se sintió impotente.
«Ya no soy la Ali impulsiva y destructiva».
Recordó las palabras que esta le había dicho una semana antes mientras la veía subir al avión. Tal vez ya no fuese la Alisha que él había conocido, aunque, que él supiera, la gente no solía cambiar.
La Alisha irresponsable no habría ido a Londres tres veces para intentar salvar la organización benéfica de su madre.
La Alisha mimada no habría vivido en el anonimato pudiendo vivir de su padre.
Tal vez él no conociese a la verdadera Alisha.
Tal vez no supiese nada de la mujer con la que se iba a casar.
ALI SUBIÓ al avión y se sorprendió del lujo que la rodeaba. Cada momento que pasaba con Dante era una vuelta al pasado, y a todas las decisiones equivocadas que había tomado sintiéndose enfadada y dolida.
En cuanto había bajado del coche había sido consciente de que Dante la observaba. Su silencioso escrutinio, su manera de devorarla con la mirada, hacían que le picase la piel. Su esperanza de que la atracción que había sentido en el restaurante no hubiese existido en realidad se estaba empezando a desvanecer.
Incluso rodeada de amigos, y todavía no creía que hubiesen ido a despedirla tantos, había sido consciente de su presencia.
Era como si hubiese desarrollado un sentido más. Un sexto sentido que la hacía estar en sintonía con cada movimiento, cada mirada, cada aliento de Dante. Y tenían por delante doce horas de vuelo en un avión bastante pequeño.
Acalorada y nerviosa, tiró del dobladillo del jersey y se lo quitó en un rápido movimiento.
Dante también se quitó la chaqueta y ella no pudo evitar observarlo. Esa mañana no iba vestido de traje, sino con un polo azul claro que resaltaba sus ojos.
Si la palabra virilidad hubiese ido acompañada de una fotografía en el diccionario, la de Dante habría sido perfecta.
Ali vio sus bíceps y los antebrazos cubiertos de vello oscuro y se le encogió el estómago. Los pantalones vaqueros se le pegaban a las caderas y a los fuertes muslos. Ali suspiró y después respiró hondo. Aquel iba a ser un viaje muy largo. No soportaba tenerlo tan cerca, sentirse atraída por él, respirar su olor.
Y el problema era que quería más.
No era solo atracción física.
Cuando se había ido a vivir con su padre tras la muerte de su madre, Dante la había impresionado.
Había sido un chico serio, pensativo, muy guapo y, lo peor, había estado muy unido a su padre, cosa que ella había necesitado desesperadamente, pero que jamás había conseguido. Su padre siempre había mirado con orgullo a su protegido.
Con trece años, Ali había estado muy perdida y con las hormonas revolucionadas, y Dante había sido un héroe, el hijo perfecto que había conseguido todo lo que ella había deseado. El hombre más seguro de sí mismo, poderoso y guapo que había conocido jamás. Y ella se había marchado de Londres cinco años antes porque se había sentido perdida y dolida, harta de las desigualdades que había en su relación.
Pero, al parecer, nada había cambiado.
Se preguntó si su relación siempre sería aquella. Levantó la vista y se dio cuenta de que Dante la estaba mirando.
–¿Qué? ¿Por qué me miras mal?
–¿Por qué te miro mal? ¿Qué edad tenemos, seis años?
–Yo podría tener seis. Tú… ¿cuántos tienes ahora, ciento treinta?
–¿Soy viejo porque no hablo ni me comporto como un niño? ¿Porque soy puntual?
–No, eres viejo porque… Probablemente ya nacieses sin sentido del humor y con un concepto exagerado de tu propia importancia.
Dante arqueó una ceja.
Ella sintió calor en la nuca.
–Está bien, he llegado dos horas tarde, pero lo cierto es que no me arrepiento. Ya te dije que a las siete de la mañana no iba a poder llegar, pero tú te empeñaste. Habíamos planeado la fiesta de cumpleaños de Kiki hace cuatro meses y tenía que ser esta mañana.
–¿No podía ser anoche?
–Kiki trabaja de noche. Así que si has tenido que esperar dos horas ha sido culpa tuya. Ya te lo advertí, no vas a ser tú quién ponga siempre las normas. Vas a tener que empezar a tratarme como a un adulto.
–Bene. Siempre y cuando te comportes como tal.
–Bien.
–Ahora que ya hemos solucionado eso, me gustaría hablar contigo de algunas cosas.
Ali se cruzó de brazos y levantó la barbilla.
–De acuerdo, pero antes necesito comer algo, no he desayunado todavía.
–No me extraña que estés hecha un saco de huesos.
–Siento no tener las curvas necesarias para encajar en tus estándares.
Él suspiró.
Ali arrugó la nariz.
–El hambre me pone de mal humor.
Dante hizo una mueca.
–¿Es eso una disculpa?
–Más o menos.
Él asintió y, como por arte de magia, apareció la azafata con una bandeja.