El alma de la espada - Julie Kagawa - E-Book

El alma de la espada E-Book

Julie Kagawa

0,0

Beschreibung

Hace mil años se concedió un deseo, y con él se forjó una espada de ira y relámpago: Kamigoroshi, la Asesina de Dioses. Un arma lo suficientemente poderosa para confinar eternamente al temible ogro Hakaimono. Pero ahora el demonio se ha liberado. Yumeko, una chica mitad zorro kitsune con capacidad de urdir ilusiones, tiene una misión que cumplir: llevar su fragmento del antiguo y poderoso Pergamino de las Mil Oraciones al Templo de la Pluma de Acero, y así evitar la venida del Heraldo del Cambio, el Gran Dragón, que concederá un deseo al portador del pergamino. Pero ahora ella tiene un nuevo enemigo, más peligroso que cualquiera con quien se haya enfrentado. El demonio Hakaimono es libre por fin, y ha poseído a la persona en la que Yumeko confiaba su protección, Kage Tatsumi, el valeroso guerrero del Clan de la Sombra. Hakaimono tiene un solo objetivo: romper la maldición de la espada, liberarse, y sumir al mundo en el caos y la destrucción. Pero para hacerlo necesitará el pergamino, y Yumeko es la única que se interpone en su camino. "Kagawa utiliza elementos de la mitología japonesa y su folklore para desplegar una historia épica… Una aventura repleta de acción." Kirkus Reviews "Este primer volumen de la nueva serie de Kagawa no decepciona. Es una experta en colocar personajes realistas dentro de mundos mágicos verosímiles. Los lectores no saldrán de casa hasta devorar el capítulo siguiente." Booklist

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 690

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Para Misa-sensei, por su ayuda.Y para Tashya, por todo lo demás

1

EL NACIMIENTO DEUNA ASESINA DE DIOSES

Hace mil años

Su garganta estaba en carne viva por gritar plegarias al viento.

La tormenta arrasaba todo a su alrededor, golpeaba los acantilados y azotaba el agua del océano contra las rocas. La noche era una total oscuridad, sus ropas empapadas estaban heladas, y su voz apenas se escuchaba por encima del aullido del viento y el rugido del mar. Aun así, él se mantenía cantando, con el pergamino apretado con firmeza entre sus manos temblorosas y la linterna titilando salvajemente a sus pies. Su visión estaba borrosa por el rocío salado y las lágrimas, pero su voz no vacilaba mientras gritaba cada palabra del arrugado pergamino como si fuera un desafío para los mismos dioses.

Clamando la oración final, dejando que el viento la arrancara de sus labios y la arrojara sobre el océano, cayó de rodillas sobre las piedras. Jadeante, inclinó la cabeza, sus brazos cayeron a sus costados, el pergamino abierto revoloteó en sus manos.

Durante varios latidos desesperados e intensos, se quedó allí arrodillado, solo. La tormenta bramaba, cortando y arañando con garras de espuma. Sus heridas, sufridas en la lucha contra una horda de demonios camino a este lugar, pulsaban. La sangre iba impregnando su pecho, sus brazos, el pergamino. Manchaba el rollo de color rosado.

A muchos metros mar adentro, el océano se batió. Las olas surgieron y se agitaron, y la superficie del agua comenzó a elevarse como si algo monstruoso estuviera moviéndose justo por debajo.

Con una explosión de rocío y el aullido de un dios, una enorme forma oscura emergió de las profundidades y ascendió en espirales a la noche. Relucientes relámpagos iluminaron los enormes cuernos, los colmillos, las escamas brillantes del color de la marea. Una ondulante crin corría a lo largo del lomo de la criatura, y un par de bigotes tan largos como un navío se retorcía y revoloteaba en el viento mientras el Gran Dragón se enrollaba en el cielo, perforando y anidando entre las nubes. Un par de ojos como lunas brillantes observó la diminuta figura allá abajo, y una perfecta perla iridiscente resplandeció como una estrella en el centro de su frente. Con el estruendo de un tsunami cercano, el kami1 habló.

—¿Quién me convoca?

Apretando la mandíbula, el hombre levantó la cabeza. Su corazón se estremeció al saber que no debía mirar tan audazmente a un dios, al Heraldo del Cambio de frente, pero la desesperación y la enfermedad del odio en lo profundo de su alma ahogaban cualquier otra emoción. Tragó el dolor de una garganta herida por la potencia de sus gritos y elevó la voz.

—Yo, Kage Hirotaka,2 hijo de Kage Shigetomo, soy el mortal que ha invocado el poder de la plegaria del Dragón —su voz fina y áspera se desvaneció en el viento, pero la enorme criatura inclinó la cabeza, escuchando. Su mirada inhumana, que contenía la sabiduría de la eternidad, se encontró con la del hombre, y éste de pronto sintió como si estuviera cayendo en un pozo insondable.

El guerrero colocó sus manos en el suelo delante de él, se inclinó y tocó la áspera piedra con su frente, mientras sentía la mirada del Dragón sobre su espalda.

—Gran Kami —susurró—, según mi derecho como portador del pergamino, esta noche, en el milésimo año después de que Kage Hanako elevara su deseo sobre el pergamino, le pido humildemente que conceda el anhelo de mi corazón.

—Una vez más, un Kage me llama —la voz profunda y atronadora no sonaba ni divertida ni sorprendida—. Una vez más, el Clan de la Sombra juega con la oscuridad y tiene el destino del reino en sus manos. Que así sea, entonces —los relámpagos destellaron y el estallido de los truenos sacudió las nubes, pero la voz del Gran Dragón se elevó por encima de todo—. Kage Hirotaka, hijo de Kage Shigetomo, portador del pergamino del Dragón, ¿cuál es el anhelo de tu corazón? ¿Qué buscas se haga realidad?

—Venganza.

La palabra fue apenas audible, pero el aire pareció detenerse mientras la pronunciaba.

—Mi familia fue asesinada por un demonio —prosiguió el guerrero, mientras se sentaba lentamente—. Mató a todos. Mis hombres y mis sirvientes estaban esparcidos de un extremo al otro de la casa. Mi esposa… mis hijos… no dejó siquiera algo para enterrar —cerró los ojos, temblando de aflicción y de rabia—. No pude salvarlos —susurró—. Llegué a casa para encontrar una masacre.

El observador frío e indiferente que esperaba en las nubes nada dijo. La mano del guerrero se dirigió a la espada en su cinto, y sus dedos se curvaron alrededor de la vaina.

—No lo quiero muerto —dijo con voz áspera, ahogada por el odio—, no por un simple deseo. Yo mismo mataré al monstruo, meteré mi espada en su negro corazón para vengar a mi clan, a mi familia, a mi esposa… —su voz tembló, y los nudillos que rodeaban su espada se pusieron blancos—. Pero cuando él muera, no quiero que su espíritu regrese a Jigoku. Quiero atraparlo aquí, en este reino mortal. Que conozca el dolor y la rabia, y la impotencia. Que comprenda que no hay alivio ni manera de que regrese como el demonio que era —el guerrero mostró los dientes—. Quiero que sufra. Toda la eternidad. Ése es mi deseo.

En lo alto, el Gran Kami miró a través de la tormenta. Los relámpagos destellaron en sus escamas azul oscuro.

—Sellado el deseo —retumbó, con una voz tan impasible como era posible—, no se puede volver atrás —inclinó la cabeza y sus bigotes interminablemente largos revolotearon en el viento—. ¿Estás seguro de que éste es el deseo de tu corazón, mortal?

—Sí.

El trueno bramó y el viento se intensificó, aullando mientras azotaba contra el guerrero y la roca. El Gran Dragón pareció desvanecerse en la tormenta hasta que sólo sus ojos y una gema resplandeciente brillaron en la oscuridad. Luego, desaparecieron también en las tinieblas, mientras las nubes se arremolinaban con violencia hasta parecer un gran remolino en el cielo.

Un cegador rayo blanco descendió desde lo alto y golpeó el centro de la roca, a sólo unos metros de donde el guerrero se encontraba arrodillado. El samurái se estremeció y cubrió su cara mientras fragmentos de piedra volaban por todas partes y cortaban su piel. Cuando el brillo se desvaneció, levantó la mirada, pero entrecerró los ojos por el dolor mientras la sangre y el agua corrían por su rostro. Por un instante, sólo pudo distinguir un sutil resplandor contra la oscuridad. Luego, sus ojos se abrieron de par en par, y observó con asombro lo que el relámpago había dejado tras de sí.

Una espada se levantaba en el centro de un cráter humeante, con la punta perforando la piedra. Su hoja brillaba contra la oscuridad. Un poder casi hambriento latía en su hoja, era casi como si estuviera viva.

Olvidando sus heridas, el samurái Kage se levantó y caminó sobre piernas temblorosas hacia el sable, que brillaba débilmente contra el negro, como alimentada por su propia luz interior.

—Está hecho —la estruendosa declaración sostuvo la irrevocabilidad de la muerte, de una espada que arrancaría la vida de un cuerpo. Aunque la majestuosa serpiente estaba a punto de desvanecerse una vez más en su leyenda, su voz resonó a través de la tormenta—. Que sea por todos conocido, el deseo de esta era ha sido pronunciado y los vientos de cambio han modificado su rumbo. Que ningún mortal invoque el poder del pergamino por otros mil años. Si este reino sobrevive a lo que está por venir.

—¡Espere! Gran Kami, ¿cómo debería llamarla? —el guerrero tendió la mano, tocó la empuñadura de la espada y sintió un temblor correr por su brazo—. ¿Acaso tiene ya un nombre?

El guerrero sintió al Gran Dragón deslizarse del mundo como una anguila a través de una red, para volver a su reino en las profundidades de las olas. Un último retumbar de trueno salió al mar y, en el eco del viento, escuchó la última palabra del kami.

—Kamigoroshi.

Kage Hirotaka se encontró solo en la plataforma sombría de la roca, mientras el viento y el rocío todavía azotaban a su alrededor, y una sonrisa salvaje cruzó su rostro. Kamigoroshi.

Asesina de Dioses.

01 Muchos nombres y términos usuales del japonés se encontrarán marcados en cursivas a lo largo del libro. No olvides consultar el glosario al final de este volumen.

02 En Japón, por norma de uso suele anteponerse el nombre de la familia, el apellido, al nombre de pila.

2

EL DEMONIO DE LOS KAGE

Yumeko

El silencio cayó cuando Maestro Jiro terminó su relato.

—Ese demonio —dije, mientras el sacerdote tomaba una pipa de madera que descansaba al lado del fuego—, el que mató a la familia de Hirotaka, ¿era…?

Maestro Jiro asintió y metió el extremo de la pipa en su boca.

—Hakaimono.

Me estremecí. Alrededor de la fogata, el resto del grupo tenía un aspecto solemne. Nos habíamos refugiado junto a un arroyo de poca afluencia, rodeados de enmarañados pinos e imponentes secuoyas, y el aire estaba impregnado de savia y un ligero toque de escarcha, dado que todavía nos encontrábamos muy cerca de las montañas que bordeaban el territorio del Clan del Cielo. El verano estaba llegando a su fin y los días se iban haciendo más fríos conforme el otoño tomaba su lugar.

Okame-san3 se sentó contra una secuoya cubierta de musgo. Miraba fijamente a las sombras con la espalda apoyada en el tronco y un pie plantado en una raíz. La luz del fuego lo bañaba, acentuando su figura delgada y desgarbada, el cabello de color marrón rojizo amarrado en una cola de caballo y el estrecho rostro, extrañamente sombrío. El ronin, por lo general alegre y franco, permanecía en silencio mientras miraba por encima del lecho del río, con ojos oscuros.

—Entonces, Kamigoroshi fue creada por los poderes del Dragón —musitó Daisuke-san. El noble del Clan del Sol estaba sentado con las piernas cruzadas sobre un tronco y mostraba una expresión de serenidad estoica. Al otro lado de la fogata, Reika ojou-san le lanzó una mirada exasperada. Los brazos del noble estaban envueltos en vendas, y las tiras de tela ensangrentada asomaban por debajo de su túnica, recuerdos de nuestra última y terrible batalla. Esa misma tarde, Reika ojou-san lo había reprendido: no debería estar levantado. Tendría que estar recostado, descansando, a fin de no abrir las heridas que ella había pasado la noche cosiendo. Pero Daisuke-san insistió en que estaba bien. Incluso con su alguna vez hermoso kimono ahora desgarrado y sucio, su piel pálida y su largo cabello plateado y blanco que colgaba a sus espaldas, emanaba equilibrio y elegancia.

—Sí —confirmó Maestro Jiro—. Porque Hirotaka quería vengarse del oni que había matado a su familia y a la mujer que amaba. Una forma no sólo de destruir al demonio sino de hacerlo sufrir, de que conociera el dolor y la rabia, y la impotencia. Él consiguió cumplir su deseo. Poco después de invocar al Gran Dragón, Kage Hirotaka se enfrentó a Hakaimono en el campo de batalla y, después de una terrible lucha que casi destruyó una aldea, logró vencer al demonio. Pero en lugar de desterrar al oni de regreso a Jigoku, Kamigoroshi selló el alma del oni dentro de la espada, donde quedó atrapado por toda la eternidad.

”Desafortunadamente —continuó—, ése fue el comienzo de la caída de los Kage. El demonio llevó a Hirotaka a la locura. No lo poseyó, tal vez su influencia era aún demasiado débil o tal vez no sabía todavía que podía hacerse algo así. Pero, poco a poco, doblegó la voluntad de Hirotaka, y utilizó su rabia y su aflicción para abrumarlo. Hasta que, una noche, Hirotaka finalmente se perdió y cambió el curso de los Kage para siempre.

Daisuke-san se agitó, mientras la comprensión cruzaba su rostro.

—La masacre en el castillo de Hakumei —dijo, mirando al sacerdote—. El pacto inconcluso entre los Hino y los Kage.

—Ilustrado en historia… —Maestro Jiro asintió con aprobación—. Sí, Taiyo-san, tiene razón. La primavera siguiente, hubo una reunión entre los líderes del Clan Hino, del Fuego, y el Clan Kage, de la Sombra, a fin de discutir un matrimonio que uniera a las dos familias. La rivalidad entre los Hino y los Kage estaba fuera de control, y la guerra era inminente si no se llegaba a un acuerdo. El tratado nunca tuvo lugar. En una sala llena de diplomáticos y cortesanos desarmados, con un tifón aullando afuera, Kage Hirotaka apareció y asesinó a todos los miembros del Clan del Fuego. Ni uno solo de los Hino sobrevivió esa noche.

—Ése fue el comienzo de la segunda Gran Guerra —declaró Daisuke-san—. Después de la masacre en el castillo de Hakumei, los Hino juraron borrar a los Kage de la existencia, y reunieron al Clan Tsuchi, de la Tierra, y al Clan Kaze, del Viento, para apoyar su causa. Los Kage acudieron a los clanes Mizu, Sora y Tsuki, del Agua, del Cielo y de la Luna respectivamente, en busca de ayuda, y la guerra resultante se extendió durante casi doscientos años.

—Y estuvieron a punto de destruir a los Kage en el proceso —Maestro Jiro asintió de nuevo—. Todo porque un hombre formuló un deseo al pergamino del Gran Dragón con odio en su corazón y, sin saberlo, invitó a un demonio a su alma.

”Ésa es la historia de Kamigoroshi y la plegaria del Dragón —Maestro Jiro soltó una larga voluta de humo que se retorció sobre mi cabeza—. Ahora saben cómo se creó la espada y cómo el deseo del Dragón, tan bien intencionado como pueda ser, podría traer ruina y desastre al Imperio.

—Ésa es la razón por la que el pergamino se dividió en trozos —agregó Reika ojou-san. La doncella del santuario también estaba sentada en el suelo con las piernas dobladas bajo su cuerpo, con las ondulantes mangas blancas de su haori dobladas contra su pecho. Chu y Ko, un par de pequeños perros que en realidad eran los guardianes komainu del santuario, yacían acurrucados en su regazo, dormitando sobre su hakama rojo—. Nadie conoce los detalles exactos, pero se dice que a medida que la guerra se prolongaba, un consejo de kami, yokai y una orden de monjes se reunieron para discutir qué debería suceder con la plegaria del Dragón. Tomaron la decisión de separar el pergamino y ocultar los trozos a lo largo y ancho de Iwagoto, a fin de que algo como el último deseo nunca pudiera repetirse —apretó los labios—. Fue la elección correcta. El pergamino tiene demasiado poder para que se le pueda confiar a una sola persona. Miren el caos y la destrucción que ya causó en esta era, y el Dragón ni siquiera ha sido convocado todavía.

Al otro lado del fuego, Okame-san resopló.

—Entonces, si el pergamino es tan peligroso, ¿por qué no lo destruimos? —preguntó encogiéndose de hombros—. Suena como una solución fácil para mí. Lancemos esa cosa en el fuego ahora mismo y habremos terminado con el asunto.

—No es así de fácil —dijo Reika ojou-san—. Ya se ha intentado antes. Pero el pergamino del Dragón es un artefacto sagrado, un regalo, o una maldición, si quieres verlo de esa manera, del Heraldo del Cambio. De la misma manera que con Kamigoroshi, si destruyes el receptáculo de la plegaria del Dragón, éste simplemente volverá a aparecer en el mundo. Siempre en un lugar donde no sólo se descubrirá, sino frente a una persona que invocará indefectiblemente al Dragón y pedirá un deseo —los ojos de la miko se estrecharon—. El pergamino quiere ser encontrado, Okame-san. Por eso es tan peligroso. Si lo destruyéramos ahora, podría reaparecer justo en las manos de las personas de las que estamos intentando mantenerlo alejado.

Okame gruñó.

—Por eso no confío en la magia —murmuró, recostándose contra el árbol—. Los objetos inanimados como espadas y pergaminos no quieren ser encontrados. No deberían querer nada. ¿Qué tan molesto sería que mis sandalias decidieran que ya no quieren llevarme más y vagaran libres por el bosque? —sus agudos ojos negros se dirigieron a mí—. No hablo en serio, Yumeko-chan.4

Solté una risita ante la imagen, pero recuperé la seriedad rápidamente.

—¿Qué le pasó a Kage Hirotaka? —pregunté, mirando a Maestro Jiro—. ¿Alguna vez recuperó el control de Hakaimono?

El sacerdote negó con la cabeza.

—Kage Hirotaka fue capturado y ejecutado por su clan, mucho antes de que la guerra llegara a su final —replicó—. Para entonces, él ya estaba muy mal, y sus crímenes eran demasiado graves para que hubiera alguna esperanza de redención. Kamigoroshi, o la espada maldita de los Kage, como sería conocida, fue sellada y desapareció de la historia durante seis siglos. Pero tales artefactos del mal no pueden permanecer ocultos para siempre. Hace cuatrocientos años resurgió junto con la llegada de Genno, Maestro de los Demonios, cuando Hakaimono escapó de la espada para poseer a su portador. No está claro si Genno orquestó la liberación del demonio o si Hakaimono simplemente aprovechó el caos que acompañó al levantamiento pero, una vez más, Kamigoroshi abrió un camino sangriento a través de la historia hasta que el mago de sangre y su rebelión fueron derrotados.

”Después de la muerte de Genno —continuó Maestro Jiro—, su ejército de demonios y yokai se dispersaron al viento, y la Tierra quedó sumida en el caos. Kamigoroshi volvió a desaparecer por un tiempo, pero luego emergió el primer asesino de demonios de los Kage, capaz de empuñar la espada maldita sin ser víctima inmediata de Hakaimono —sacudió la cabeza y lanzó una nube de humo blanco—. Se ignora cómo ha entrenado el Clan de la Sombra a sus cazadores para proteger sus almas contra la influencia del demonio, pero los Kage siempre han caminado en el filo de la oscuridad, sabiendo que están cortejando al desastre. Y ahora han vuelto a caer en ello. Hakaimono ha sido liberado, y la Tierra no estará a salvo hasta que Kage Tatsumi sea asesinado y el demonio regrese a la espada.

Me enderecé, con el estómago retorcido mientras lo miraba por encima del fuego.

—¿Asesinado? —repetí, cuando la triste mirada del sacerdote se encontró con la mía—. Pero… ¿qué hay de Tatsumi? Sé que debe estar luchando contra esto. ¿No hay manera de salvarlo, de traerlo de regreso?

Me sentí enferma, como si una piedra de molino estuviera presionando mis entrañas. Me había encontrado con el frío y despiadado asesino de demonios cuando una horda liderada por el terrible oni Yaburama había atacado mi casa, el Templo de los Vientos Silenciosos, y me había visto obligada a escapar mientras masacraban a todos. Convencí a Tatsumi de que me acompañara a la ciudad capital para encontrar a Maestro Jiro, la única persona que conocía la ubicación del oculto Templo de la Pluma de Acero, porque ahí se guardaba un trozo del objeto que todos buscaban.

El pergamino del Dragón. Lo que podría convocar al Gran Kami al mundo para conceder el deseo del corazón del portador. El artefacto que todos buscaban con desesperación y por el que estaban dispuestos a matar. Incluyendo a Tatsumi. La líder de su clan lo había enviado a buscar el pergamino, y él no se habría detenido ante nada para adquirirlo.

Cuando nos conocimos, le conté a Tatsumi una pequeña mentira blanca: dije que no tenía el pergamino, pero que podría llevarlo adonde se había enviado un trozo: el Templo de la Pluma de Acero. Lo que él no sabía era que yo tenía otro trozo del pergamino escondido en la tela del furoshiki que estaba atado alrededor de mis hombros. Y tal vez eso había sido terriblemente deshonesto, pero si Tatsumi hubiera sabido que poseía un trozo del pergamino en aquel entonces, me habría matado y se lo habría llevado a su daimyo. Y yo había prometido a Maestro Isao que protegería esa parte de la oración a toda costa. Ése fue mi mayor secreto, bueno… además de ser mitad kitsune.

Pero Tatsumi también tenía sus secretos. El más grande era Hakaimono, el oni que vivía en su espada y luchaba constantemente por su control. Durante la batalla final con Yaburama, el demonio en la espada finalmente había superado al asesino de demonios, y Tatsumi ya no era el callado y melancólico guerrero que había llegado a conocer durante nuestros viajes. Se había ido el chico intrépido y pragmático, que no tenía sentido de sí mismo porque su vida estaba dedicada a servir a su clan. El que era frío, hostil y distante, hasta que te enterabas de que era su deber como portador de Kamigoroshi mantenerse alejado de las personas. Hasta que conocías que debía mantener el control en todo momento, o un demonio lo poseería.

Y ahora, había sucedido. Tatsumi había sido poseído por el terrorífico y absolutamente malvado Hakaimono, y no tenía idea de cómo lo traeríamos de regreso.

—Debe haber otra manera —insistí—. Un ritual, un exorcismo. Usted es un sacerdote, ¿no es así? ¿No puede exorcizar a Hakaimono de Tatsumi?

Maestro Jiro negó con la cabeza.

—Lo siento, Yumeko-chan —dijo—. Si fuera un demonio normal, un fantasma yurei, o incluso el espíritu de un tanuki, sería posible. Pero Hakaimono no es un demonio normal. Es uno de los cuatro grandes generales de Jigoku, uno de los oni más fuertes de los que se tenga memoria. Si se pudiera liberar al portador de la espada, los Kage ya habrían encontrado la manera… además, yo sólo soy un sacerdote —hizo un pequeño gesto desesperado con su arrugada mano—. En el pasado, se necesitaron ejércitos enteros para derribar a Hakaimono, y aún así, el gran oni dejó un rastro de cuerpos y destrucción antes de que su violencia fuera controlada.

—No podemos preocuparnos por el asesino de demonios —dijo Reika ojou-san con voz firme—. Debemos entregar tu trozo del pergamino al Templo de la Pluma de Acero. Deja que la gente de Kage-san se ocupe de lo que se ha convertido —sus ojos se suavizaron al sentir mi mirada horrorizada, pero su voz siguió siendo dura—. Lo siento, Yumeko. Sé que se encariñaron mientras viajaban juntos, pero no podemos perder el tiempo persiguiendo a un general oni. Proteger el pergamino es lo más importante —apuntó un dedo a mi furoshiki—. Todo lo que estamos enfrentando ahora, Hakaimono, Kamigoroshi, los demonios, la bruja de sangre, el asesino de demonios poseído, todo se debe a ese maldito trozo de papel. Porque la humanidad ha demostrado que no se le puede confiar un objeto de poder supremo que cambia el mundo. Debemos entregar el pergamino al Templo de la Pluma de Acero y asegurarnos de que el Dragón no pueda ser convocado en esta era. Eso es lo único que importa.

—Espera —Okame-san se sentó, con el ceño fruncido—. Lo admito, el asesino de demonios es bastante aterrador en ocasiones, y varias veces ha amenazado con matarme, y tiene la personalidad de una desdeñosa roca… —Reika ojou-san lo fulminó con la mirada, así que abrevió—. Pero eso no significa que debamos abandonar a alguien que luchó con nosotros contra una bruja de sangre y un ejército de demonios. ¿Cómo sabemos que no puede ser salvado?

—¿Cuál es tu solución, ronin? —replicó Reika—. ¿Seguir a Hakaimono a través del Imperio? Ni siquiera sabemos adónde ha ido, y todavía hay cosas por ahí buscando el pergamino del Dragón. Incluso si lo encontráramos, ¿entonces qué? ¿Intentaríamos un exorcismo? Ningún mortal ha sido lo suficientemente poderoso para expulsar a Hakaimono una vez que toma el control.

—Oh, ya veo —respondió Okame-san—. Por lo tanto, su solución es ignorar al increíblemente poderoso general oni y esperar que se convierta en el problema de alguien más.

—No, Okame-san. Reika… Reika ojou-san tiene razón —mi voz salió ahogada y mis ojos se empañaron con lágrimas. Se sentía como si un espejo se hubiera roto adentro de mí, y los fragmentos me estuvieran cortando desde mi interior. Tragué saliva y continué, aunque lo odiaba—: Llevar el pergamino al templo… es más importante —susurré—. La plegaria del Dragón me fue confiada, y todos en mi templo murieron para protegerla. Debo terminar lo que empecé, lo que prometí a Maestro Isao.

”Pero —agregué, mientras caía un silencio sombrío—, eso no significa que estoy abandonando a Tatsumi. Cuando termine con esto, después de que lleguemos al Templo de la Pluma de Acero y entreguemos el pergamino, buscaré a Hakaimono y lo obligaré a regresar a la espada.

—¿Nani? —la doncella del santuario sonó incrédula—. ¿Sola? No eres rival para Hakaimono, Yumeko.

—Lo sé —dije temblando al recordar la aterradora forma de Hakaimono que se cernía sobre mí. Mirando a sus ojos carmesí y sin ver ningún indicio de Tatsumi en ellos—. Pero Tatsumi es fuerte —agregué, mientras la doncella del santuario fruncía el ceño—. Él ha estado luchando contra el demonio durante casi toda su vida. No voy a abandonarlo. Debo intentar salvarlo.

—Perdóname, Yumeko-san —se escuchó la voz de Daisuke-san—. Pero hay algo que todavía debo entender —se movió a una nueva posición, y su mirada aguda e inteligente se fijó en mí—. Eres una kitsune —dijo, y aunque no escuché ninguna malicia en su voz, sentí una lanza fría clavándose en mi vientre—. ¿Por qué te importa tanto el asesino de demonios?

Tragué saliva. En la batalla contra los demonios de la dama Satomi, mi verdadera naturaleza había sido expuesta y mi sangre mitad yokai se había revelado a todos. Reika ojou-san ya lo sabía, pero había sido una conmoción para Okame-san y Daisuke-san cuando aparecí de pronto con orejas de zorro y una cola. Considerando que mis parientes de sangre plena eran notables y problemáticos embaucadores, y que la mayoría de los humanos no miraban de la mejor manera a los yokai, habían tomado la revelación con sorprendente amabilidad. Aun así, yo era una kitsune y aunque podrían aceptar que no era peligrosa, seguía siendo yokai, algo que ellos no entendían. No culpé al noble Taiyo por cuestionar mis motivos. Tendría que esforzarme más para demostrarles que seguía siendo la Yumeko que siempre habían conocido, con cola de zorro y todo.

—Tatsumi me salvó la vida —le expliqué a Daisuke-san—. Ambos hicimos una promesa. No lo entiendes, porque no escuchaste a Hakaimono… —mi voz se ahogó, recordando las burlas del demonio, su sádica diversión cuando me informó que Tatsumi podía ver y escuchar todo lo que estaba sucediendo—. Él está sufriendo —susurré—. No puedo permitir que Hakaimono prevalezca. Después de llevar el pergamino al templo, iré por Tatsumi y el oni. Ninguno de ustedes tiene que venir —agregué, mirando alrededor de la fogata—. Sé que salvar a Tatsumi no estuvo nunca en el plan. Después de que lleguemos al templo y el pergamino esté a salvo, podremos tomar caminos separados, si eso es lo que desean.

Al otro lado del fuego, Okame-san dejó escapar un largo suspiro y pasó una mano por su cabello.

—Sí, eso no va a funcionar —afirmó—. Si vas a perseguir alegremente al asesino de demonios, Yumeko-chan, ya deberías saber que iré también. No es que me agrade mucho el chico, pero es bueno cortando por la mitad las cosas que nos quieren comer —se encogió de hombros y ofreció una sonrisa irónica—. Además, si él no está cerca, ¿a quién voy a molestar? Taiyo-san no tiene esa misma apariencia de “Te voy a matar”.

Sonreí mientras el alivio calentaba mis entrañas como el té en una noche fría.

—Arigatou, Okame-san.

Daisuke-san frunció el ceño mientras miraba la espada en su regazo.

—No pude proteger a Kage-san mientras se enfrentaba a Yaburama —dijo, tocando la funda de su espada lacada—. Prometí mantenerlo vivo para poder batirme a duelo con el portador de Kamigoroshi cuando Yumeko-san terminara su tarea. Fallé, y si matan a Kage Tatsumi, nuestro duelo se habrá perdido —entrecerró los ojos y me miró—. Tienes mi espada, Yumeko-san. Redimiré mi fracaso anterior, y cuando el demonio haya sido expulsado de regreso a la espada, Kagesan será libre para enfrentarse en un duelo como prometió.

—Baka —resopló Reika ojou-san y, en su regazo, los dos perros levantaron sus cabezas—. Cada uno de ustedes. Todos hablan de salvar al asesino de demonios como si enfrentar a un general oni fuera sencillo. ¿Recuerdan a Yaburama? ¿Recuerdan cómo estuvo a punto de matarlos a todos? Hakaimono es mucho peor. Pero más importante que eso… —me miró, con sus ojos oscuros relampagueando—. Incluso si lograras encontrar a Hakaimono sin ser destrozada en el instante mismo en que te descubra, ¿cómo pretendes salvar a tu asesino de demonios, kitsune? ¿Eres una sacerdotisa? ¿Puedes llevar a cabo un exorcismo? ¿Posees magia espiritual lo suficientemente poderosa para no sólo expulsar a Hakaimono, sino para atarlo en el lugar el tiempo necesario para realizar el exorcismo? Porque si no es así, si no eres capaz de controlarlo, acabará contigo mucho antes de que puedas acercarte lo suficiente para hacer cualquier cosa. ¿Has pensado en algo de esto? —su mirada se entrecerró sombríamente—. ¿Sabes siquiera lo que implica exorcizar a un demonio? ¿O crees que tus trucos e ilusiones de kitsune funcionarán en un oni tan antiguo como Hakaimono?

Mis orejas se aplanaron ante el asalto verbal y la ira que irradiaba la miko.

—¿Por qué me gritas, Reika ojou-san? —pregunté—. No iré tras de Tatsumi hasta que haya entregado el pergamino al Templo de la Pluma de Acero. Eso es lo que querías, ¿cierto?

—¡Por supuesto! Es sólo que… —Reika ojou-san exhaló con brusquedad—. No puedes simplemente perseguir a Hakaimono y esperar lo mejor, kitsune —dijo—. Sobre todo, cuando no tienes manera de enfrentarte a él. Lo único que harás es desperdiciar tu vida, ¡y eso es muy frustrante para aquellos de nosotros que hemos estado tratando de protegerla con tanto esfuerzo!

—Reika-chan —la voz de Maestro Jiro sonó suave, en tono de gentil reprimenda, y la doncella del santuario se hundió otra vez en su lugar, aunque sus ojos todavía brillaban con fuego oscuro mientras me miraba.

Con un suspiro, el viejo sacerdote dejó su pipa y volvió su mirada hacia la mía.

—Yumeko-chan —comenzó, con esa misma voz serena e imperturbable—. Debes saber que lo que estás proponiendo no sólo es muy peligroso, sino que nunca antes se ha hecho. Expulsar a un oni, uno como Hakaimono en particular, no es como exorcizar a un tanuki malicioso o un espíritu kitsune. No es lo mismo que liberar a una persona de kitsune-tsuki. Asumo que sabes de lo que estoy hablando.

Asentí. Kitsune-tsuki era una posesión de zorro, algo en lo que los más malvados de mis parientes, los nogitsune, se deleitaban. Sus espíritus podrían deslizarse dentro de una persona y apoderarse de su cuerpo, de manera que la controlaran desde su interior. Qué llevaban a hacer a sus anfitriones dependía de los nogitsune, pero en su mayoría eran actos depravados y retorcidos para el placer y entretenimiento del yokai. Durante mi entrenamiento en el Templo de los Vientos Silenciosos, pasé una noche con Denga aprendiendo sobre el kitsune-tsuki, y había alternado entre estar aterrorizada y sentirme bastante enferma el resto de la noche.

Lo cual, sospechaba ahora, había sido la intención.

Maestro Jiro golpeó el extremo de su pipa contra una roca y las cenizas se derramaron sobre la superficie.

—Hakaimono no es un espíritu kitsune, Yumeko-chan —afirmó—. No es un yurei, ni un tanuki o algo que puede ser exorcizado con palabras o dolor o la aplicación de la voluntad de uno. Él es un oni, quizás el más fuerte que Jigoku haya engendrado jamás. Lo que haya quedado del alma del asesino de demonios está encerrada profundamente en Hakaimono, y ningún sacerdote o mago de sangre en la historia de Iwagoto ha podido vencer la voluntad del general oni. Si decides enfrentar a Hakaimono, es probable que tú y todos a tu alrededor mueran en el intento.

Tragué saliva, mientras un peso pétreo se asentaba en la boca de mi estómago.

—Entiendo, Maestro Jiro —dije al sacerdote—. Usted y Reika ojou-san no tienen que venir.

—No es eso lo que te estoy diciendo, Yumeko-chan —Maestro Jiro suspiró y volvió a meter su pipa en su obi—. Expulsar un espíritu de un cuerpo poseído es difícil y peligroso —dijo—, tanto para quienes realizan el exorcismo como para quien se pretende ayudar. Para tener una oportunidad contra un oni con este poder, debemos ver las cosas con amplitud. Estoy dispuesto a aceptar el riesgo…

—Maestro Jiro… —interrumpió Reika ojou-san con voz horrorizada, pero el sacerdote levantó una mano, silenciándola.

—Estoy dispuesto —continuó el sacerdote—, pero para intentar un exorcismo, primero debemos atar al demonio a fin de que no pueda escapar y asesinar a los que realizan el ritual. No puede haber dudas, ninguna disensión entre nosotros —miró alrededor del fuego, a mí, a Reika ojou-san, a Daisuke-san y a Okame-san, con expresión solemne—. El Primer Oni no debe ser subestimado. Si fallamos, que no quepa duda de que Hakaimono nos matará a todos. Por eso debemos estar de acuerdo. ¿Es éste realmente el camino que queremos tomar?

Todos los ojos estaban fijos en mí ahora, como si mi respuesta fuera a dar forma a las decisiones de todos. Y por un instante titubeé, mientras la magnitud de la situación se apoderaba de mí como un pesado edredón invernal. ¿Estaba haciendo lo correcto? Todos mis compañeros estaban dispuestos a ayudarme, pero ¿a qué costo? De acuerdo con Maestro Jiro, exorcizar al demonio podría no ser posible. Si íbamos detrás de Tatsumi, pondría en peligro las vidas de todos a mi alrededor. Podríamos morir enfrentando a Hakaimono.

Pero recordé la noche en que actué para el emperador de Iwagoto, cómo los ojos de Tatsumi habían revelado preocupación y desesperación, porque temía que fuera desenmascarada como una charlatana y decidieran ejecutarme. Recordé la forma en que estuvo a punto de tocarme, su mano a un suspiro de mi rostro, cuando antes habría retrocedido ante cualquier contacto físico para evitar ser herido. Y supe que no podía dejarlo atrapado dentro del monstruo en el que se había convertido, sobre todo cuando Hakaimono se había regodeado de que Tatsumi presenciara todo lo que sucedía a su alrededor sin que pudiera detenerlo.

—Estoy segura —dije con firmeza, ignorando el suspiro frustrado de la doncella del santuario—. Incluso si es imposible, incluso si Hakaimono toma mi vida… debo intentarlo. Lo siento, Reika ojou-san, sé que es peligroso, pero no puedo dejarlo sufrir. Si hay la menor posibilidad de salvar a Tatsumi, tengo que tomarla. Pero, lo juro, llevaré primero el pergamino al templo. No tienes que preocuparte por eso.

La miko se frotó la frente con resignación y exasperación.

—Como si entregar el pergamino ya fuera en sí una tarea simple —suspiró.

—Bueno, eso lo resuelve, entonces —Okame-san se puso en pie y estiró sus largos brazos, como si se hubiera cansado del debate y necesitara moverse—. Mañana por la mañana, llevaremos el pergamino del Dragón al Templo de la Pluma de Acero para salvar al Imperio de una plaga de maldad y oscuridad. Y después de eso, perseguiremos a Hakaimono para rescatar al asesino de demonios y también salvar al Imperio de una plaga de maldad y oscuridad —resopló y sacudió la cabeza—. Eso quiere decir que tendremos que enfrentar mucha maldad y oscuridad. Apuesto a que la vida parecerá bastante aburrida después de esto.

—Eso es poco probable —murmuró Reika ojou-san—. Tal vez estaremos todos muertos.

Okame-san la ignoró.

—Tomaré la primera guardia —anunció, saltando con gracia sobre una rama sobresaliente—. Ustedes pueden descansar tranquilos y sin preocupación. Si veo algún bandido, estará muerto antes de que se entere de qué lo golpeó.

—No seas egoísta, Okame-san —reclamó Daisuke-san, haciendo que el ronin hiciera una pausa con su mano en la siguiente rama—. Si ves algún infame perro sarnoso intentando lanzarse sigilosamente sobre nosotros, te ruego que me hagas una señal para que pueda darle la bienvenida en pie. Y si ves al propio Hakaimono, recuerda que tengo una promesa de duelo con Kage-san. Te pediría que no me niegues esa gloriosa batalla.

—Oh, no te preocupes, Taiyo-san. Si veo a un general oni tratando de lanzarse sigilosamente sobre nosotros, el bosque completo escuchará mis gritos.

Nos dirigió una sonrisa final y desapareció entre las ramas. Cuando el Daisuke-san se apoyó contra el tronco y Reika ojou-san metió las manos en sus ondulantes mangas haori, busqué un buen lugar para recostarme. Carecía de manta y almohada, y aunque nos encontrábamos a finales del verano, la noche era muy fría, tan cerca como estábamos de las montañas del Clan del Cielo. Pero mi túnica roja y blanca era pesada y su tela, cálida. Me acurruqué sobre un montón de hojas secas, escuché el canto de una lechuza y el susurro de las pequeñas criaturas que me rodeaban, e intenté no pensar demasiado en Hakaimono. En lo poderoso que era. En que no tenía idea de lo que nosotros cinco podríamos hacer para derrotar a un antiguo general oni, y mucho menos de cómo expulsarlo de Tatsumi. Y en cómo una gran parte de mí estaba absolutamente aterrorizada de enfrentarlo.

—Hola, pequeña soñadora.

La desconocida voz sonaba profunda y efusiva, y acarició mis oídos como una canción. Parpadeando, levanté la cabeza para descubrir que me encontraba en un bosquecillo de bambú. Luciérnagas verdes y amarillas vagaban entre los tallos como estrellas flotantes. La tierra debajo de mis patas se sentía fresca y suave, y un pequeño estanque brillaba a la luz de la luna, a pocos metros de distancia. Cuando me asomé al agua, los ojos dorados de una cara peluda me miraron, con las orejas de puntas negras erguidas contra la noche.

Una risita enigmática hizo vibrar los tallos alrededor de mí.

—No estoy en el estanque, pequeña.

Me volví, y un escalofrío corrió desde la base de mi cola hasta la columna, haciendo que el pelaje a lo largo de mi lomo se erizara.

Un magnífico zorro estaba sentado donde la luz de luna se había congregado, entre el bambú, y me miraba con ojos como velas titilantes. Su pelaje era blanco brillante, grueso y ondulado, y parecía resplandecer en la oscuridad, arrojando un halo de luz a su alrededor. Su cola espesa era un penacho de color blanco platinado que se agitaba y se balanceaba como si tuviera vida propia.

—No es de buena educación mirar de esa manera a tus mayores, pequeña cachorra.

Me sacudí y alrededor la arboleda pareció agitarse y cambiar sutilmente de apariencia. O tal vez fue sólo un efecto de la luz de la luna.

—¿Quién es usted? —pregunté—. ¿Qué es este lugar?

—Quién soy yo no es relevante —el zorro blanco se levantó. Su elegante cola ondeó en la brisa—. Soy un pariente, aunque mucho mayor que tú. En cuanto a dónde estás… ¿no consigues adivinarlo? Eres una kitsune, no debería resultarte difícil.

Miré alrededor y supe que el bosque de bambú había cambiado. Ahora estábamos en un bosque de árboles de sakura en flor. Sus rosados pétalos caían al suelo como copos de nieve.

—Estoy… soñando —adiviné y me volví otra vez hacia el zorro blanco—. Esto es un sueño.

—Puedes llamarlo así —asintió el zorro blanco—. Ciertamente, está más cerca de la verdad que de cualquier otra cosa.

Fruncí el ceño, tratando de rastrear un recuerdo enterrado hace mucho tiempo en mi mente. De un día en el bosque, mientras me escondía de los monjes, y esa repentina impresión de que estaba siendo vigilada. De un par de brillantes ojos dorados, una espesa cola blanca y la sensación de añoranza que surgió cuando nuestras miradas se encontraron.

—Yo… lo he visto antes —susurré—. ¿No es así? Hace mucho tiempo.

Él no respondió, y yo ladeé la cabeza.

—¿Por qué aparece en mi sueño ahora?

—Tu plan de exorcizar a Hakaimono fracasará.

El suelo bajo mis patas pareció desmoronarse, dejándome flotando en el espacio vacío.

—¿Qué?

—Hakaimono es demasiado poderoso —continuó el zorro, tranquilo—. En el pasado, los Kage ya intentaron hacer lo que tú estás planeando, obligar al oni a regresar a Kamigoroshi. Aquello terminó en muerte y destrucción. Hakaimono no es un demonio común, y la relación del asesino de demonios con la espada maldita es única. Incluso si logras capturar y atar al Primer Oni, el sacerdote y la doncella del santuario fracasarán en el exorcismo, y Hakaimono los matará a todos.

Temblé y me forcé a encontrarme con esos penetrantes ojos amarillos. ¿Cómo puede saberlo?, quería decir, pero las palabras se congelaron en mi garganta cuando me encontré con una mirada que había visto reinos prosperar y montañas desgastarse al viento. Esos ojos eran ancestrales, lo abarcaban todo, y mirarlos era como observar la cara de la luna. Bajé la mirada a mis patas.

—No puedo rendirme —susurré—. Debo intentarlo. Le prometí que no lo dejaría con Hakaimono.

—Si quieres salvar al asesino de demonios —dijo el zorro blanco—, confiar en los humanos no es la respuesta. Si en verdad deseas liberar a Kage Tatsumi, debes hacerlo tú misma. Desde el interior.

¿Desde el interior? Desconcertada, lo miré.

—No entiendo.

—Sí —fue la fría respuesta—. Estuvieron hablando de eso esta noche, de hecho. Los oni no son las únicas criaturas que pueden poseer un alma humana.

El entendimiento se abrió paso, y aplané mis orejas, horrorizada.

—¿Se refiere al… kitsune-tsuki?

—Los rituales sagrados y el exorcismo no funcionarán en Hakaimono —continuó el zorro blanco, como si no se hubiera percatado de mi consternación—. Son sólo palabras. Palabras con poder, sí, pero la voluntad de Hakaimono es más fuerte que la de cualquier humano, y no se someterá. Para tener una oportunidad de salvar al asesino de demonios, otro espíritu debe confrontar al oni dentro del cuerpo de Kage Tatsumi, y expulsarlo por la fuerza.

—Pero… eso significaría que yo tendría que poseer a Tatsumi.

—Sí.

Aplanando las orejas aún más, retrocedí.

—No puedo hacer eso —susurré, mientras los ojos del otro kitsune se reducían a hendiduras doradas—. ¡Poseer un cuerpo humano es… malvado!

—¿Quién dijo eso? —preguntó el zorro blanco—. ¿Los monjes en el templo? ¿Los que intentaron limitar tu magia kitsune? ¿Los que insistieron en que siguieras siendo mayormente humana? —su hocico esbelto se curvó—. El kitsune-tsuki es sólo una herramienta, pequeña cachorra. De la misma manera que las ilusiones y el fuego fatuo, la magia en sí misma no puede ser malvada. Es cómo utilizas tus poderes lo que determina la intención.

Aunque sus palabras tenían un timbre inquietantemente sincero, se sentían… extrañas. Si no era peligroso, ¿por qué los monjes en el Templo de los Vientos Silenciosos habían prohibido tan estrictamente el kitsune-tsuki, hasta el punto que ni siquiera se me permitía hablar de eso, por temor a que sintiera curiosidad al respecto?

—Nunca he hecho un kitsune-tsuki —dije—. De hecho, ni siquiera estoy segura de poder hacerlo. Sólo soy en parte un zorro, después de todo.

—Eso no importa —el zorro blanco negó con la cabeza—. El kitsune-tsuki es algo natural en nosotros. Como creo que tu Maestro Isao dijo una vez, “está en tu sangre”. Cuando llegue el momento, tu mitad yokai sabrá qué hacer.

—Pero… se siente… incorrecto.

Su magnífica cola se contrajo, irritada.

—Ya veo. Entonces quizá deberíamos ver el problema desde una perspectiva diferente.

El bosque que nos rodeaba desapareció. Los pétalos se arremolinaron en el aire como si estuvieran atrapados en un tifón, deslumbrante y sofocante. Cuando estornudé y levanté otra vez la mirada, los suaves pétalos se habían convertido en copos de nieve. Estaba parada entre las nubes, en la cima de una montaña, mirando hacia el Imperio de los humanos, muy por debajo de nosotros.

El mundo estaba ardiendo. Adondequiera que llevara la mirada, lo único que podía ver eran las llamas que consumían la tierra y se extendían por todas partes. Podía oler la ceniza y el humo, y el hedor de carne quemada obstruía mi garganta y me hacía toser. Parecía que estaba mirando el Jigoku mismo.

—Ése será el estado del Imperio —dijo el zorro blanco detrás de mí, sentado sobre una roca cubierta de nieve—, si no consigues detener a Hakaimono.

Mis piernas temblaron. El viento aullante pareció hundir sus garras de hielo bajo mi pelaje y arrastrarlas por mi espalda. Me quedé mirando la destrucción, mientras las lenguas de llamas rojas y anaranjadas se entremezclaban y llenaban mi visión hasta que lo único que podía ver era el fuego.

—Piénsalo bien, pequeña soñadora —la voz del zorro blanco ahora parecía venir de muy lejos—. Antes de que las llamas de la guerra consuman al mundo, considera cómo tus decisiones afectarán a todos. Tú eres la única que puede derrotar al Primer Oni y salvar el alma del asesino de demonios. Yo puedo mostrarte cómo y brindarte una mayor oportunidad de alcanzar la victoria cuando te encuentres cara a cara con el más poderoso oni de Jigoku. Pero sólo si estás dispuesta.

”Desafortunadamente —continuó, mientras me encontraba allí parada, luchando por respirar—, nuestro momento aquí está a punto de llegar a su final. Te necesitan de regreso en tu mundo, pequeña soñadora. Sólo recuerda mi oferta, ya te encontraré de nuevo cuando sea el momento adecuado. Por ahora, las sombras se acercan y debes…

Despertar.

Abrí los ojos e inmediatamente supe que algo iba mal. El bosque estaba demasiado callado. El susurro de los pequeños animales había desaparecido, y los insectos se habían sumido en el silencio. Me senté con cautela y vi a Daisuke-san y a Maestro Jiro dormitando con sus barbillas recargadas contra sus pechos. Reika ojou-san estaba acurrucada junto al fuego con los dos komainu.

Un hombre estaba parado al borde de la luz del fuego y su larga sombra se proyectaba por el suelo.

Con mi sobresalto, los ojos de Daisuke-san se abrieron de golpe y Reika ojou-san se irguió, tirando a los komainu de su regazo. Al ver al extraño, los espíritus rompieron en una cacofonía de gruñidos y ladridos agudos, con los pelos erizados y mostrando unos dientes diminutos al intruso, que los observaba con fría diversión.

—Silencio, ahora —su voz era alta y ronca, y levantó su delgada mano antes de que el resto de nosotros pudiera decir algo—. No he venido aquí buscando pelea. No hagan algo… precipitado.

El movimiento onduló a nuestro alrededor. Las sombras se fundieron en la oscuridad para formar una docena de figuras vestidas por completo de negro; sólo sus ojos se mostraban a través de las rendijas en sus máscaras y capuchas. Sus sables brillaron plateados a la luz de la luna: una docena de navajas de muerte que nos rodeaban en un ceñido anillo. Shinobi, pensé con un escalofrío. Sus uniformes no tenían marcas. Sólo el extraño llevaba en su ondulante túnica negra el emblema familiar que hacía que mi corazón latiera con más fuerza: una luna siendo devorada por un eclipse. El símbolo de los Kage.

El Clan de la Sombra se hacía presente.

03 El sufijo -san expresa cortesía y respeto, es el honorífico más común, y se utiliza tanto en hombres como en mujeres.

04 El sufijo -chan es diminutivo y suele emplearse para referirse a chicas adolescentes o a niños pequeños, pero también para expresar cariño o una cercanía especial.

3

Las sombras se acercan

Yumeko

El hombre de la túnica se adentró más en la luz del fuego, y su resplandor naranja lo bañó. Era muy delgado, tenía el rostro enjuto y estrecho, y sus huesos se mostraban a través de la fina piel de sus manos, como si alguna fuerza hubiera absorbido su vitalidad. Su cara estaba teñida de blanco, sus labios y sus ojos delineados en negro, y se elevaba sobre nosotros como un terrible espectro de muerte. Por un momento, me pregunté… ¿si muriera de pronto pero su fantasma permaneciera, alguien lo notaría siquiera?

—Por favor, disculpen la intrusión —dijo el hombre con voz ronca. Su dura mirada, fría e impasible, se deslizó hacia mí, y me hizo estremecer—. Espero que no hayamos interrumpido algo importante.

—¿Dónde está Okame-san? —pregunté, y el hombre arqueó una ceja delgada como una tinta—. Si hubiera podido, nos habría advertido que ustedes se acercaban. ¿Qué le ha hecho?

El hombre alto hizo un gesto hacia un árbol. Levanté la mirada y vi a Okame-san en las ramas, atado de pies y manos al tronco, con una mordaza en la boca. Un shinobi se agachó en la rama cercana, con el arco del ronin sobre sus rodillas.

—Me temo que no podíamos permitir que su amigo los alertara —dijo el hombre, mientras Okame-san luchaba contra las cuerdas y lo fulminaba con la mirada—. No queríamos que se hicieran una idea equivocada y creyeran que éramos simples bandidos en medio de la noche. No se preocupen, eso fue una solución temporal.

Levantó una mano, y el shinobi que había estado agachado en la rama se giró de inmediato y cortó las cuerdas que ataban al ronin al árbol. Cuando Okame-san comenzó a liberarse, gruñendo maldiciones mientras se arrancaba la mordaza, el guerrero de la sombra se fundió en la oscuridad, dejando el arco del ronin colgado de una rama cercana.

El nudo en mi estómago se relajó, pero sólo un poco. Todavía había una docena de shinobi rodeándonos, además del extraño hombre al borde de la luz del fuego. El olor de la magia se aferraba a él, anquilosado pero poderoso, como un hongo sumamente emponzoñado.

—¿Qué significa todo esto, Kage? —preguntó Daisuke-san con voz gélida. El noble no se había movido de su lugar contra el tronco, pero ambas manos permanecían sobre su espada—. Éste es el territorio del Clan del Cielo, y estamos a pocas horas de la frontera de los Taiyo. Usted no tiene autoridad aquí, y tampoco derecho a someternos como si fuéramos bandidos comunes. Si no puede presentar la documentación necesaria, humildemente debo solicitar que se retire.

El hombre alto le dirigió una sonrisa horrorosa.

—Me temo que no puedo hacer eso, Taiyo-san —sonaba complacido y ofendido al mismo tiempo—. Permítanme presentarme. Mi nombre es Kage Naganori, y estoy aquí a instancias de la dama Hanshou, daimyo del Clan de la Sombra.

Reika ojou-san se enderezó.

—¿Naganori? —repitió.

—En efecto —el hombre volvió su sonrisa depredadora hacia ella, haciendo que Chu y Ko, ahora sentados a su lado, gruñeran y mostraran sus dientes—. Esta pequeña quizá sea la más informada del grupo —musitó—. ¿Será que el resto de ustedes también ha oído hablar de mí?

—No —dijo Okame-san. El ronin entró al círculo, erizado como un perro enojado, listo para disparar a cualquier cosa que se acercara demasiado—. Todavía espero averiguar por qué debería sentirme impresionado.

—Okame-san —Reika ojou-san le dirigió al ronin una mirada de advertencia—. Kage Naganori es el archimago del Clan de la Sombra, la cabeza majutsushi de la familia Kage.

—Sí —concedió Kage Naganori, con los ojos completamente negros ahora mirando a Okame-san—. Pero si deseas una muestra de talento, ronin, me encantaría satisfacer tu petición. ¿Quizá te impresionaría si hiciera bailar tu sombra? ¿O si le ordenara al kami de la noche que te cegara por el resto de tu vida? —levantó una mano abierta. Una pequeña lengua de negrura palpitante flotó sobre su palma, girando en el aire como tinta—. Tal vez una maldición de oscuridad que hiciera que toda luz se apagara para siempre adondequiera que fueras, ¿eso sería suficiente para impresionarte?

—No es propio de alguien de su posición amenazar, Naganori-san —se escuchó la voz suave y tranquilizadora de Maestro Jiro desde el otro lado de la fogata—. Y tampoco nos buscó para maldecir a un ronin cualquiera. ¿Por qué ha venido?

Kage Naganori resopló, dejó caer su brazo y la lengua de sombra con él.

—Como dije antes —continuó—, estamos en una misión para la dama Hanshou. Pido disculpas por esta intrusión, pero era imperativo que los contactáramos antes de que llegasen a la frontera de los Taiyo —el majutsushi se giró y clavó en mí su penetrante mirada—. Hemos venido por la onmyoji. La dama Hanshou ha solicitado su presencia.

—¿Por mí? —mi sangre se enfrió. Todavía llevaba encima la ondulante túnica de color rojo y blanco de la noche que había actuado frente al emperador. Había sido parte de una estratagema para llevarnos a todos al palacio imperial en busca de Maestro Jiro, dado que las jóvenes campesinas, los ronin y las doncellas del santuario no podían simplemente atravesar por sus puertas sin anunciarse. Ciertamente, no era una onmyoji, una adivina mística del futuro, pero esa noche me había encontrado frente a la corte imperial y al hombre más poderoso del lugar, y si no hubiera logrado convencerlo de que era lo que afirmaba ser, todos habríamos sido ejecutados.

Había usado magia kitsune y más que un poco de suerte, pero no sólo el emperador había creído mi actuación, sino que también me había ofrecido el honorable cargo de onmyoji imperial. Había declinado respetuosamente su oferta, pero parecía que la historia de la joven onmyoji y la fortuna del emperador se había extendido más de lo que habría esperado. De pronto sentí el pergamino bajo mi túnica, presionado contra mis costillas, y torcí mis dedos en mi regazo para evitar que se desviaran hacia él.

—¿Por qué? —pregunté a Kage Naganori—. ¿Qué desea la dama Hanshou de mí?

—No corresponde a mi posición saberlo. Se lo podrá preguntar cuando esté ante su presencia.

Mi corazón latía con fuerza por una razón completamente diferente. La dama Hanshou era la mujer que había enviado a Tatsumi al Templo de los Vientos Silenciosos en busca del pergamino del Dragón. ¿Se había dado cuenta de que yo poseía un fragmento? No. Si ella lo supiera, no habría enviado a un majutsushi para hablar conmigo; ya tendría metido un cuchillo en la garganta.

Aun así, aventurarse en el territorio de los Kage cuando su daimyo estaba buscando activamente el pergamino, parecía muy mala idea.

—Si no le importa, en verdad preferiría no acudir.

—Me temo que debo insistir —el majutsushi levantó una mano, y los guerreros de la sombra que rondaban en la oscuridad dieron un amenazador paso al frente. Daisuke-san se tensó, y Okame-san levantó su arco, mientras el gruñido de los dos komainu se elevaba bruscamente en el aire—. No deseo que esto termine de manera violenta —dijo Kage Naganori, juntando las manos frente a sí—. Pero vamos a llevar a esta joven ante la dama Hanshou. Aquéllos que se opongan serán abatidos por interferir en los asuntos del Clan de la Sombra.

—Yo sería más cauteloso al levantar amenazas, Kage-san —dijo Daisuke-san, con lo que se ganó el ceño fruncido del majutsushi—. La dama Yumeko se encuentra bajo mi protección, y dañar a un Taiyo se considera un crimen contra la Familia Imperial. Estoy seguro de que la dama Hanshou no querrá comenzar una guerra con el Clan del Sol.

—Daisuke-san… —miré al noble con sorpresa.

—Ella también se encuentra bajo la protección del santuario de Hayate —intervino Reika ojou-san, y levantó su brazo con una tira de papel ofuda sostenida entre dos dedos. Chu y Ko dieron un paso adelante y levantaron una pequeña barrera frente a la doncella del santuario. Sus ojos brillaban dorados y verdes en la oscuridad—. Me temo que no podemos acceder a su petición, incluso si debemos desafiar la voluntad de la daimyo de los Kage.

—Sí —agregó Okame-san, con una sonrisa maliciosa mientras tensaba una flecha en la cuerda de su arco—. Básicamente, si quiere a Yumeko-chan, tendrá que pasar por encima de todos nosotros.

—¡Qué insolencia! —Kage Naganori se erizó, y alrededor de nosotros, los shinobi esgrimieron sus espadas—. No me detendré a discutir con ronin y plebeyos —el mago de la Sombra levantó las manos, y el aire a su alrededor se oscureció mientras incluso la luz del fuego se alejaba de él—. Nuestra dama nos envió por la chica, y si ustedes se interponen en nuestra misión, no tendremos más remedio que eliminarlos.

—¡Espere! —me puse rápidamente en pie y miré al majutsushi, y el círculo de cuchillas giró en dirección a mí—. Iré con ustedes —dije. Mi estómago se retorció al pronunciar las palabras, pero si la otra opción era un baño de sangre con los shinobi y un mago de la sombra, elegiría la opción menos desastrosa. A pesar de que un encuentro con la dama Hanshou tal vez sería muy malo para mí, no quería arrastrar al resto a una pelea con el clan de Tatsumi. Había muchos shinobi rodeándonos, listos para atacar, y ésos eran sólo los que podíamos ver. Y el majutsushi era un enigma todavía mayor. No creía que la magia de la Sombra de Naganori diera lugar a flores y mariposas, a menos que se tratara de polillas negras que devoraran tu alma, lo cual no parecía en absoluto recomendable.

Y tal vez, cuando me encontrara frente a la dama Hanshou, la líder del Clan de la Sombra, aprendería más sobre Tatsumi y cómo salvar su alma del monstruo que ahora la mantenía cautiva.

Di un paso adelante, me enfrenté a Kage Naganori y levanté la barbilla.

—Iré con ustedes —dije de nuevo—. Si la dama Hanshou me solicita, acudiré a su llamado.

Tatsumi, lo lamento. Espero que puedas soportar hasta que encuentre una salida a todo esto.

—Yumeko —Reika ojou-san dio un paso al frente, haciendo que sus espíritus guardianes se escabulleran a un lado—. Es poco recomendable que vayas ahora mismo —dijo, levantando las cejas hacia mí. Sin duda, se estaba refiriendo al precioso secreto oculto bajo mis vestiduras de onmyoji—. Pero si vas, entonces insistiré en ir contigo.

—No es necesario que vayas, Reika ojou-san… —la doncella del santuario me dirigió una mirada que me recordó la expresión que Denga solía hacer cuando me atrapaba en medio de una travesura, así que quedé en silencio.

Daisuke-san se puso en pie lentamente y con gran dignidad, atrayendo la atención de todos.

—Yo también debo insistir en acompañar a Yumeko-sama5 —dijo—. Hice un voto para protegerla, y no sufriré la deshonra de faltar a mi palabra. Adonde vaya, mi señora, la seguiré. Hasta el momento de mi muerte, o cuando no necesite más de mí.

—Y yo soy su yojimbo —agregó Okame-san—. El guardaespaldas va adonde su cliente está. Así que también iré —sonrió a Kage Naganori, como si lo desafiara a intentar oponerse—. No importa lo que digan los demás.

Miré al majutsushi, esperando que protestara, pero Kage Naganori sólo sonrió.

—Vaya grupo tan leal —musitó, con una voz casi burlona, incluso recelosa. Su mirada se deslizó hacia mí, plana y fría como la de una serpiente—. Una doncella del santuario, un perro ronin sin honor y un noble Taiyo, todos dispuestos a acompañarle a lo desconocido. Me pregunto qué esconden los onmyoji para merecer semejante lealtad.

—Tal vez no soy una onmyoji —sugerí—. Quizá sea una princesa kami en realidad.

Resopló una risa.

—Estoy seguro de que no lo es —dijo, antes de dejar escapar un largo suspiro y agitar una mano. Detrás de él, los shinobi se enderezaron y enfundaron sus aceros en un coro rasposo—. Muy bien —dijo Kage Naganori, sorprendiéndome—. Si sus compañeros están decididos, pueden acompañarnos hacia el castillo de Hakumei. Que nadie diga que el Clan de la Sombra carece de hospitalidad. Todos serán invitados de honor de los Kage —sonrió otra vez, pero no era una sonrisa muy agradable, sino sagaz y maliciosa—. Estoy seguro de que la dama Hanshou estará encantada de recibirlos.

—De regreso a las tierras de los Kage —Reika ojou-san frunció el ceño—. Espero que hayan traído caballos. El territorio del Clan de la Sombra se encuentra en el extremo sur de Iwagoto, más allá de los dominios de Taiyo y de Tsuchi. Literalmente, en el otro extremo del Imperio. Nos tomará semanas llegar allí.

—Para los no iniciados, así es —la voz del majutsushi sonó petulante ahora—. ¿Por qué cree que la dama Hanshou me envió, y no a un escuadrón de soldados ashigaru