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¡El héroe de Larkville vuelve a casa! El soldado de las Fuerzas Especiales Nate Calhoun estaba intentando adaptarse a la vida de su pequeño pueblo y para él era un alivio alojarse en la casa de invitados con solo sus recuerdos y una botella de whisky como compañía. Únicamente Sarah Anderson era capaz de ver el dolor de Nate tras su hosco exterior. De adolescentes habían sido inseparables… hasta que él se marchó rompiéndole el corazón. Pero viéndose y pasando tiempo juntos como antes, comenzaron a pensar que tal vez entre los dos aún seguía viva la llama del amor.
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Seitenzahl: 214
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2013 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.
EL AMOR DEL SOLDADO, N.º 87 - julio 2013
Título original: The Soldier’s Sweetheart
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2013
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-3453-8
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Nate Calhoun alzó una mano para protegerse el rostro del sol. Había olvidado lo que era mirar hacia el terreno y ver la hierba extendiéndose en la distancia hasta el punto de no saber dónde terminaba su rancho y empezaba el siguiente.
A la arena estaba acostumbrado, a la hierba no.
Cerró la puerta y estiró la pierna derecha conteniendo una mueca de dolor. Ese maldito gemelo parecía que le fuera a estallar y por mucho que intentaba ignorarlo, caminar ya no era tan fácil como antes.
Miró la casa y supo exactamente lo que encontraría si entraba. Nancy, su ama de llaves desde hacía tantos años, estaría fregando los platos del desayuno; el aroma a café fuerte aún pendería del aire y seguro que quedaban restos esperando a que alguien se los comiera. Pero no estaba listo para volver a formar parte de esa vida, aún no sabía cuándo podría dar respuesta a las preguntas que su familia no dejaba de hacerle cada vez que estaban juntos.
Por esa razón se había alejado de ellos aquella primera noche tras su regreso y se había alojado en la casa de invitados.
Nate se giró y recorrió un camino que aún se le hacía familiar. De niño, y hasta que había dejado el rancho para alistarse en el ejército, solía ir caminando hasta un enorme árbol muy alejado de la casa donde un columpio erosionado se balanceaba hacia delante y atrás con la brisa. Era un lugar que nunca había compartido con nadie más que…
¿Quién demonios estaba allí?
Se detuvo y miró. Estaba lo suficientemente cerca como para ver el árbol, pero no tan cerca como para distinguir quién estaba sentado en el columpio.
Se puso derecho y se esforzó al máximo por no cojear, aun sabiendo que ocultar su lesión era imposible.
Y entonces esa misteriosa figura subida al columpio se giró hacia él.
Tragó saliva antes de apretar los dientes y avanzar hacia ella.
Era Sarah. Después de todos esos años, había logrado encontrar a Sarah Anderson debajo de su árbol.
Había cosas que nunca cambiaban.
Ella se levantó con una tímida sonrisa y un leve rubor cubriendo sus mejillas.
–Hola, Nate.
Nate hizo lo que pudo por devolverle la sonrisa, pero lo cierto era que las cosas sencillas como sonreírle a un amigo ya no eran tan fáciles. Y además, ni siquiera sabía si podía considerar a Sarah una amiga, no después de lo que había sucedido entre los dos.
–Sarah –dijo deteniéndose unos pasos más atrás.
Ella vaciló y se sonrojó por completo antes de inclinarse hacia él para darle un abrazo.
Nate intentó relajarse y le fue imposible. Ni siquiera pudo hacerlo con el cálido abrazo de Sarah, con esos brazos que lo rodearon tan suavemente y su larga melena acariciándole la mejilla. En un pasado pensó que jamás querría alejarse de esos brazos, pero ahora solo le daban ganas de salir corriendo.
–Tienes buen aspecto, Nate –le dijo Sarah al echarse atrás y sentarse–. Me alegro mucho de verte de vuelta por aquí. No me puedo creer que estés en casa.
Nate asintió y metió las manos en los bolsillos traseros de sus pantalones.
–Es… –no podía mentirle, no a Sarah– distinto estar de vuelta.
–Siento mucho lo de tu padre –los ojos de Sarah se llenaron de lágrimas cuando le agarró el brazo y se acercó a él–. Cuando estaba aquí contigo siempre fue muy amable conmigo.
Nate sonrió. Ni siquiera tuvo que forzar el gesto.
–Sí, te tenía mucho cariño.
En aquellos tiempos en los que Sarah y él estaban tan unidos y siempre andaban juntos, a su padre le había encantado que la llevara al rancho todo el tiempo. En realidad, a todo el mundo le había gustado porque no había ni una sola persona en Larkville que no apreciara a Sarah Anderson.
Alzó la mirada cuando ella apartó la mano de su brazo y deseó no haberlo hecho, porque nunca había llegado a olvidar esos cálidos ojos color ámbar ni el modo en que parecían ver dentro de él, ver lo que pensaba, lo que sentía.
Pero ahora era imposible que incluso ella supiera lo que estaba pasando en su interior.
Sarah suspiró como si no supiera qué decir antes de lanzarle una radiante sonrisa.
–¿Te has enterado de que me han liado para organizar el Festival de Otoño? –sacudió la cabeza–. Quiero decir, estoy deseando darle ese homenaje a tu padre, pero intentar que todas las personas de este pueblo se pongan de acuerdo es más complicado de lo que parece, ¡en serio!
Nate no pudo evitar sonreírle y por una vez fue una sonrisa sincera, no una con la que estuviera fingiendo alegría para quitarse de encima a la gente.
–Apuesto a que te está encantando.
Sarah lo miró y en su expresión él encontró una alegría que llevaba ausente en su vida tanto tiempo que había olvidado que una vez existió. Fue como una chispa de felicidad que por un breve momento lo hizo sentirse como si jamás hubiera salido del rancho, como si nunca hubiera visto lo que deseaba poder olvidar, como si nunca…
Tragó saliva e intentó centrarse en el precioso rostro de Sarah en lugar de en los recuerdos que lo perseguían.
–¿Has vuelto a casa para siempre, Nate?
Su pregunta lo sorprendió y le hizo volver bruscamente a la realidad.
–Sí –respondió casi con un gruñido, aún incapaz de creer que después de tantos años su carrera en el ejército hubiera llegado a su fin, que estuviera de vuelta en casa y que en un espacio tan breve de tiempo hubiera perdido a sus padres. Sin duda, su hogar ya no era lo que había sido.
–¿Estás seguro?
Nate se atrevió a mirar a los ojos a la chica que le había robado el corazón cuando era un adolescente.
–Sí, estoy seguro –deseó no haberle contestado con tanta brusquedad, pero no pudo evitarlo. ¿Qué quería oír? ¿La verdad de por qué no iba a volver al ejército? Porque ni siquiera Sarah podría sacarle los detalles de esa historia.
–Lo siento, sé que no debería estar fisgoneando –suspiró y miró a otro lado–. ¡Moose! –gritó.
¿Moose? Nate estaba a punto de preguntarle a quién estaba llamando cuando…
–¿Qué demonios…? –se giró, preparado para luchar, en alerta, a pesar de que la pierna estaba empezando a dolerle.
–¡Moose! –gritó Sarah de nuevo agachándose hacia el suelo.
Un perro enorme apareció, saliendo de su escondite y abalanzándose sobre Sarah. A Nate estuvo a punto de salírsele el corazón.
–¿Desde cuándo tienes un perro que se llama Moose?
El perro lo miró y se sentó junto a Sarah con actitud protectora.
–Ya me conoces, me chiflan los animales necesitados –respondió acariciando cariñosamente la cabeza del perro–. Tu hermano lo encontró un día y le puso ese nombre porque parecía un alce desgarbado. Nadie sabe cómo terminó rondando por aquí, pero está conmigo desde entonces.
Nate miró al pastor alemán y no le gustó la mirada que el animal le estaba devolviendo; el perro estaba actuando como si estuviera desafiando su autoridad y él no estaba acostumbrado a quedar por debajo de nadie.
–¿Se comporta con Todd igual que se está comportando conmigo ahora mismo?
Oír el nombre de Todd hizo que la sonrisa de Sarah se desvaneciera.
–Me ha encantado verte, Nate, pero será mejor que nos vayamos.
La vio pasar por delante de él, de nuevo con los ojos vidriosos, como si estuviera a punto de echarse a llorar.
–Sí, lo mismo digo.
Debería haberle dicho que se quedara, debería haber acariciado al maldito perro en lugar de actuar como si su territorio estuviera en juego. Porque Nate estaba solo y ver a Sarah no había estado nada mal, había sido agradable. Al menos, no lo había mirado como lo había mirado su familia al volver a pisar el rancho.
Después de tantos años rodeado de otros hombres, de vivir y trabajar con otros soldados a su lado, estaba solo. Su familia eran como extraños, no tenía a nadie con quien hablar, nadie con quien quisiera hablar, y ver a Sarah había sido la única cosa que le había arrancado una sonrisa en mucho tiempo.
Pero en lugar de llamarla, la vio alejarse. Y fue como si hubieran retrocedido seis años, cuando le había dicho que se quedaría en el ejército en lugar de volver a casa. Cuando había terminado con su relación para siempre.
Sarah acarició la cabeza de su perro antes de decirle que avanzara delante de ella. Intentó centrarse en cómo se movía el animal, pero lo único en lo que podía pensar era en el hombre que tenía detrás.
Nate Calhoun.
Después de tantos años, verlo había sido… Cerró los puños. No, se negaba a darse la vuelta para ver si seguía allí de pie, donde lo había dejado. Nate había sido el amor de su vida y, por mucho que intentara fingir que entre ellos ya no había nada, seguía sintiéndose atraída por él como un imán al metal.
¿Por qué, después de todos esos años, después de que la hubiera abandonado, no podía sacarse a ese hombre de la cabeza? ¿Después de que la hubiera dejado con el corazón roto, anulada como si su romance no hubiera sido más que una simple aventura de vacaciones?
–Sarah ¿qué haces aquí tan temprano?
Alzó la vista; había olvidado lo cerca que estaba de la finca. La casa del rancho nunca dejaba de impresionarla, siempre había tenido una calidez y una sencillez que admiraba incluso a pesar de ser una de las casas más grandes de todo Larkville.
–He venido a ver a mi nuevo caballo, pero Moose ha salido corriendo detrás de algo y he terminado siguiéndolo.
Kathryn Calhoun se apoyó contra el marco de la puerta y frunció el ceño.
–¿Qué ha pasado?
Sarah suspiró. Por mucho que intentara guardarse algo, sus emociones siempre parecían reflejarse en su rostro.
–He visto a Nate.
–¿Has hablado con él?
–Sí, pero…
¿Qué iba a decir? ¿Que aún sentía algo por él a pesar de que podía ver en la oscuridad de su mirada, en la expresión de su rostro, que el antiguo Nate ya no estaba allí? Veinte minutos antes ni siquiera sabía que Nate estaba en casa, y ahora…
–No tienes que decírmelo, lo sé.
Sarah se sonrojó, pero se mordió la lengua esperando a que Kathryn continuara. Le caía muy bien, pero eso no significaba que quisiera hablar con ella sobre su antiguo amor, y menos cuando estaba casada con Holt, el hermano de Nate.
–Sarah, ha cambiado. Ya no es el Nate que conocía su familia, y tampoco es el chico encantador que todo el pueblo recordaba.
Sarah se sintió furiosa; quería defenderlo.
–Ha sufrido mucho, así que ¿no le debemos ser pacientes? ¿Darle un poco de espacio para que asimile su regreso?
Kathryn le sonrió, aunque en esa sonrisa había una tristeza que Sarah no pudo ignorar.
–Espero que tengas razón, Sarah, de verdad que sí, pero Holt no está seguro de que Nate vaya a volver a ser el mismo.
Un hocico húmedo le rozó la mano recordándole que no estaba sola.
–Creo que esto quiere decir que tengo que irme –le dijo a Kathryn–. He quedado con Johnny para ver qué tal va mi yegua. Hace unas semanas que empezó a entrenarla.
Sarah se despidió y su sonrisa se desvaneció en cuanto se alejó. Nate estaba sufriendo. Por muchos años que hubieran pasado desde que estuvieron juntos, aún podía recordar cada expresión de su rostro y sabía que debía de estar sufriendo mucho si había llegado al extremo de alojarse en la casa de invitados, lejos de la familia a la que tan unido había estado.
Le lanzó un palo a su perro e intentó centrarse en mirar por dónde pisaba y no en ese hombre que se había alojado en su mente.
Nate la había dejado, la había abandonado y había decidido no regresar. No era responsabilidad suya lo que le pasara y eso era algo que él le había dejado perfectamente claro.
Así que, ¿por qué se le había acelerado el corazón y tenía la boca tan seca como si no hubiera bebido agua en días?
Porque se trataba de Nate Calhoun y, mientras estuviera viva, nunca, jamás, lo olvidaría.
En un intento de aliviar algo de la presión que sentía en la cabeza, Nate decidió practicar algunos de los ejercicios de estiramiento para la pierna que debería estar haciendo. Pero no funcionó. Al contrario, acabó con más dolor de cabeza y de pierna.
Tenía que encontrar alguna cosa que hacer, algo en lo que centrarse, pero le resultaba mucho más fácil sentarse a pensar bajo ese árbol. Aunque el hecho de poder ver a Sarah a lo lejos tampoco estaba motivándolo a moverse.
Podía verla hablando con el marido de su hermana Jess. No había duda de que Johnny tenía un don con los caballos, solo bastaba con mirarlo para verlo. Sarah estaba apoyada contra la verja del cercado, acariciando la cabeza de su perro y sujetándose con la otra y, mientras, él estaba esperando a verla montar su yegua y comprobar si seguía teniendo tanta pericia a lomos de un caballo como hacía años. Por aquel entonces, era tan buen jinete como cualquiera de los chicos.
–Nate –dijo una hosca voz.
Se giró y vio a su hermano de pie tras él.
–Holt.
Su hermano miró a lo lejos; estaba claro que le había pillado mirando a Sarah.
–Hacía tiempo que no veíamos a Sarah tanto como ahora –le dijo Holt.
Nate intentó mostrarse desinteresado, pero la realidad era que sí que le interesaba la conversación. Ver a Sarah de nuevo había despertado algo dentro de él, algo que hacía mucho tiempo había dejado de sentir; era como si de pronto quisiera volviera a vivir y, todo ello, a pesar de estar intentando controlarse y contener esa emoción.
–¿Estáis entrenando aquí a su caballo? –preguntó Nate.
Por las cartas que Jess le había enviado, sabía que su nuevo cuñado era una especie de susurrador de caballos, pero nunca había tenido la oportunidad de conocerlo.
Holt se sentó de cuclillas, arrancó una brizna de hierba y desvió la mirada. A Nate le pareció genial, porque lo último que quería era que volvieran a interrogarlo.
–Johnny está echándole una mano. Es agradable verla sonreír otra vez.
Nate enarcó una ceja y miró a su hermano.
–No sabes lo de Todd, ¿verdad?
Nate negó con la cabeza, lentamente.
–¿Qué tengo que saber sobre Todd y ella? –odiaba a ese tipo, aunque no podía culparlo; Sarah se había casado con uno de sus mejores amigos y nunca los había perdonado a ninguno de los dos.
–Mira, Nate –comenzó a decir Holt, levantándose y mostrándose inquieto, como si lo último que quisiera fuera tener una conversación sobre Sarah y su marido–. Todd está fuera del mapa, es lo único que digo. Pensé que querrías saberlo, pero si quieres detalles, entonces pienso que deberías preguntarle a Sarah. Es su historia y le corresponde a ella contarla.
Nate no pudo evitar fruncir los labios.
–¿Así que te quedas tan tranquilo diciéndome que su matrimonio ha terminado, pero que no vas a contarme lo que ha pasado ni por qué?
Holt suspiró. No recordaba que su hermano hiciera eso a menudo.
–Nate, no hay razón para que te lances a mi cuello. Simplemente, no creo que sea yo el que deba contártelo, ¿de acuerdo?
Tragó saliva con dificultad e intentó centrarse en el dolor que sentía en la pierna para evitar tomarla con su hermano otra vez.
–Lo siento –se disculpó sabiendo que había sido un cretino.
Holt alzó las manos.
–Yo también lo siento. Solo he pensado que, si quedó alguna historia sin terminar entre vosotros dos…
–No hay nada –le interrumpió Nate con aspereza.
Vio la expresión cambiar en el rostro de su hermano y odió que estuvieran comportándose como dos extraños. Bueno, tal vez Holt no estaba haciendo nada que se saliera de lo habitual, pero sin duda él sí. Antes habían estado todo lo unidos que podían estar dos hermanos, siempre juntos, habían sido inseparables. Como sus colegas en el ejército, Holt siempre había estado a su lado, pasara lo que pasara, y viceversa.
Pero ahora Nate había cambiado tanto que no sabía si algún día volvería a ser un hermano para todos ellos.
Holt retrocedió. Se había dado la vuelta antes de que Nate pudiera disculparse de nuevo, aunque ni siquiera habría sabido por dónde empezar.
Así que Sarah y Todd habían terminado…
Bajó la mirada y vio que ahora era ella la que estaba subida a lomos del caballo. Elegante, erguida y cómoda sobre la montura, relajada con lo que estaba haciendo.
Ahora que había vuelto a casa no tenía por qué mirarla, ni hablar con ella, ni hacer nada con ella. Tenía que ocuparse de su familia, conocer a unos hermanos mellizos y enfrentarse a un puñado de recuerdos que lo perseguían noche tras noche.
Las piernas le palpitaban, pero no de dolor, sino de una desesperada necesidad de ir a buscar a Sarah.
Al igual que le había sucedido doce años atrás, siendo un adolescente enfermo de amor, cuando la había visto dando lecciones de equitación en ese mismo cercado donde se encontraba ahora.
Sarah acarició a la joven yegua. Era la primera vez que montaba sola a Maddie, pero lo estaba haciendo de maravilla e incluso estaba guiando al otro caballo que tenían al lado.
Tragó saliva con dificultad, intentando no pensar en lo que estaba haciendo. Lo último que necesitaba era que Maddie sintiera su nerviosismo y pensara que tenía algo que ver con ella.
Él seguía allí. El joven que jamás había permanecido quieto ni un instante, que no había sido capaz de quedarse en el mismo lugar porque siempre había habido algo que hacer, estaba sentado justo donde lo había dejado, apoyado contra el árbol como si no tuviera nada que hacer.
Se acercó hacia él con los caballos sin apartar la mirada ni un momento de su solitaria figura.
Se había estado regocijando en su autocompasión, pensando que le habían hecho mucho daño, pero ver a Nate y lo cambiado que estaba le decía que eso por lo que ella había pasado no era nada en comparación con lo que habría pasado él.
–Vamos, vaquero –le dijo al estar junto a él y con una voz que denotaba mucha más seguridad de la que en realidad sentía.
La mirada de Nate hizo que le temblara la sonrisa. Era como si una tormenta se estuviera fraguando en su interior y estuviera buscando una válvula de escape por sus ojos; unos ojos que antes habían trasmitido dulzura y suavidad y que ahora transmitían algo tumultuoso y peligroso.
–¿Quieres que monte?
Ella le acercó las riendas. Era una yegua de John-ny y le había prometido que sería un animal tranquilo y agradable. Mejor así, ya que Sarah no tenía ni idea de cuánto tiempo llevaba Nate sin montar.
–Nos vendrá bien a los dos –le aseguró.
Nate sacudió la cabeza antes de ponerse el sombrero y levantarse.
–Por si no te has fijado –le dijo con una voz helada–, últimamente no es que sea exactamente capaz de montar.
Sarah se obligó a mirarlo a los ojos y a no dejarse intimidar por su actitud. Si estaba intentando espantarla, hacer que se fuera por donde había venido, estaba haciendo un gran trabajo… si no fuera por el hecho de que parecía haber olvidado lo recta y resuelta que tenía que ser con los niños en clase. Que fuera un soldado herido no significaba que fuera a tener un trato de favor con él.
–¿Así que cojeas? Puedo verlo sin que me lo digas, pero no creía que hubieras dejado que eso te frenara –le temblaban las manos, pero no retrocedería. ¡Se trataba de Nate, por el amor de Dios!
–Sarah…
–No, Nate, no –insistió–. Puedes montar sin estribos o como quieras, pero creo que te vendrá bien.
Él la miró con furia.
–¿Has estado hablando con mi familia?
Ella le puso las riendas en las manos.
–¿Es que has sido tan grosero con ellos como lo estás siendo conmigo ahora?
–Maldita sea, Sarah, lo siento. Yo…
Alzó una mano para hacerlo callar.
–Ya habrá tiempo para disculpas más tarde, Nate, por parte de los dos, pero ahora mismo solo quiero que subas al caballo.
Nate la miró, se quedó quieto un instante antes de echar las riendas sobre el cuello del caballo y situarse en el lazo izquierdo. Sarah no pudo evitar pensar lo afortunado que había sido de herirse la pierna derecha, porque de lo contrario le habría sido muy difícil montar. Se giró antes de que él pudiera verla mirándolo y le dio un momento para colocarse sobre la montura antes de girarse hacia él otra vez.
–¿Sin estribos, dices? –le preguntó y un tenue brillo de la antigua voz de Nate salió a relucir.
Sarah se encogió de hombros.
–Lo que te resulte más cómodo. He pensado que podríamos ir a dar un paseo largo para hacerle el rodaje a este animalito.
Nate centró su atención en la yegua que montaba Sarah.
–¿Es joven?
–Sí, hace solo unas semanas que la ensillamos, así que lo está haciendo muy bien. La tengo desde que era bebé, y ahora ya es hora de ver si me resulta útil o no.
Nate puso el pie en el estribo y Sarah supuso que, a juzgar por su gesto de dolor, hizo lo mismo con el estribo del otro lado. Nate no dijo nada y ella tampoco lo presionó a hacerlo; ya le contaría lo que le había pasado a su pierna cuando se sintiera preparado.
–Bueno, ¿qué has estado haciendo? –no había duda de que Nate hizo un gran esfuerzo por hablar.
Sarah no quería hablar de ella, le habría gustado seguir tratando el tema neutral de los caballos.
–Bueno, ya sabes, nada fuera de lo corriente.
Nate desvió la mirada.
–¿Habías vuelto a montar desde que te marchaste?
–No –respondió él acariciando el cuello del animal–. Supongo que es una de esas cosas que nunca olvidas, ¿no?
–He oído que…
–¿Qué…?
Se rieron.
–Lo siento –dijo Sarah después de que hablaran al mismo tiempo–. Tú primero.
–He oído que ya no estás con Todd –dijo algo vacilante y con una expresión suavizada, casi afligida.
–¿Y te has enterado ahora, después de que nos hayamos visto antes? –no se había esperado que lo supiera–. Y yo que creía que te habías pasado toda la mañana pensando en tus propios asuntos y sentado debajo de ese árbol.
El cuerpo de Nate se tensó visiblemente y miró a lo lejos.
–No es asunto mío, Sarah, tienes razón. Solo quería decirte que lo siento.
¿Que sentía que su matrimonio hubiera terminado o que sentía haberse marchado, haberla abandonado y haber dejado que se casara con Todd?
–No pasa nada –mintió plantándose una sonrisa en la cara y sin querer sumirse en el pasado–. Todd y yo nunca estuvimos hechos el uno para el otro, eso es todo –omitió el dato de que se había ido con otra mujer a la que había dejado embarazada, omitió cómo le había destrozado el corazón con mentiras y cómo la había abandonado sin mirar atrás, como si su matrimonio no hubiera significado absolutamente nada para él.
–¿Y ha pasado algo más por aquí que debería saber? –le preguntó, intentando, claramente, cambiar de tema.
–¿Aparte del Festival de Otoño? Bueno, hay gente nueva en el pueblo, pero aparte de eso, supongo que en Larkville seguimos estando como siempre.
Cabalgaban el uno junto al otro, lo suficientemente alejados como para que sus rodillas no se rozaran, pero lo suficientemente cerca como para poder oírse al hablar. Se fijó en que ahora el pie de Nate colgaba del estribo y se preguntó si llevaría igual el del otro lado.
–¿Quién sabe lo de mis hermanos mellizos?
Sarah se mordió el labio; necesitaba un instante para pensar en la respuesta. Jess, la hermana de Nate, le había hablado de los hijos Calhoun secretos y de lo sucedido, pero no se había esperado que Nate sacara el tema de ese modo.
–Hace poco que te has enterado, ¿verdad?
Nate la miró antes de volver a mirar hacia delante.
–He estado algo incomunicado durante un tiempo, así que no te mentiré, la noticia fue un gran impacto cuando por fin lograron contactar conmigo y contármelo.
Sarah se sentía algo incómoda.
–No todo el mundo lo sabe, pero últimamente he visto mucho a tu familia y a Ellie y nos hemos hecho muy buenas amigas. Es maravillosa, Nate. Creo que si le dieras una oportunidad, disfrutarías mucho de su compañía. Tal vez no como una hermana directamente, pero al menos sí como una buena amiga.
Él se rio; fue una carcajada cruel que ella no reconoció.
–Ahora mismo ni siquiera puedo estar con los hermanos con los que he crecido, así que ¿qué te hace pensar que me iría mejor con una extraña?