De vuelta en sus brazos - Flechazo de amor - Soraya Lane - E-Book

De vuelta en sus brazos - Flechazo de amor E-Book

Soraya Lane

0,0
4,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

De vuelta en sus brazos Soraya Lane Aparentemente, Daniel y Penny Cartwright lo tenían todo: una casa bonita, una hija maravillosa, exitosas carreras militares y un matrimonio sólido como una roca. Pero Daniel cometió un grave error que sacudió con fuerza los cimientos de su matrimonio. Tenía que actuar con rapidez para superar sus problemas y no perder para siempre a su esposa. Decidió aprovechar la semana que Penny tenía de permiso para llevar a cabo una misión casi imposible, la de recuperar a su mujer y conseguir que volviera a enamorarse de él. Flechazo de amor Soraya Lane Tom Cartwright, Navy SEAL retirado, trataba de adaptarse de nuevo a la vida civil. Su pequeña sobrina era el único rayo de luz que brillaba en su vida, y por eso accedió a visitar su clase. La profesora Caitlin Rose ya se había llevado unas cuantas decepciones. En otro tiempo era ella quien bailaba sobre el escenario, pero ahora enseñaba a otros a hacerlo. Había aprendido de la manera más dura que solo podía confiar en sí misma. Sin embargo, en cuanto Tom la miró con esos enormes ojos marrones, supo que estaba perdida. ¿Cómo atravesar ese grueso muro que protegía al soldado?

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 372

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 500 - abril 2020

 

© 2012 Soraya Lane

De vuelta en sus brazos

Título original: Back in the Soldier’s Arms

 

© 2012 Soraya Lane

Flechazo de amor

Título original: The Navy SEAL’s Bride

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2013

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-364-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

De vuelta en sus brazos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Flechazo de amor

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

–¡MAMI!

El grito resonó en la sala de llegadas del aeropuerto.

Penny Cartwright tiró su bolsa sin importarle dónde caía y fue corriendo hacia esa voz, tan deprisa como si sus pies tuvieran alas.

–¡Gabby! –exclamó ella–. ¡Gabby!

Su hija se coló por debajo de la barrera que las separaba. Sus rizos castaños se agitaban en el aire mientras corría hacia ella con una sonrisa tan grande que le llegó al corazón.

–¡Mamá! –gritó con más fuerza aún.

Penny se olvidó en ese instante de todo lo demás. El aeropuerto estaba abarrotado, todo el mundo hablaba a su alrededor y una voz anunciaba otros vuelos por megafonía. Se agachó y se puso de rodillas en el suelo. Abrió los brazos para recibir a su hija y la abrazó con fuerza.

–¡Mami! ¡Mami!

Inhaló el aroma de la niña, cerró los ojos y dejó que las lágrimas cayeran sobre su suave cabello.

–Estoy aquí, cariño. Ya estoy en casa.

–Me haces daño –se quejó la pequeña.

Aflojó un poco el abrazo y sonrió. No podía dejar de llorar, pero eran lágrimas de felicidad.

–¿Sabes qué? –le dijo a la niña–. Estás más bonita aún que la última vez que te vi.

–¿No tienes una foto de mí en el trabajo?

Penny suspiró. Siempre le había dicho a su hija que lo suyo era solo un trabajo, no quería que se preocupara ni supiera lo peligrosas que eran esas misiones en el extranjero.

–Me dormía cada noche con tu foto a mi lado –le dijo–. Me acuerdo de ti todos los días, cariño.

–Yo también –repuso Gabby mientras volvía a abrazarla.

Le encantó verla tan feliz. El corazón le latía con fuerza en el pecho. Esa niña hacía que merecieran la pena las largas horas de vuelo, aunque solo fuera a pasar allí una semana.

–Hola, Penny.

Se quedó sin aliento al oír su voz y siguió abrazando a la niña. Poco después, soltó a Gabby.

–Hola, Daniel –repuso mientras se ponía en pie.

Ese aspecto de la vuelta a casa era el que menos le apetecía. Habría preferido seguir abrazando a la niña y no pensar en nada más, pero no podía ignorar a Daniel.

Lo miró entonces, miró a su marido.

No había cambiado nada. Seguía teniendo el mismo pelo fuerte y brillante, una incipiente barba y el hoyuelo en su mejilla derecha.

–Me alegra tenerte de vuelta en casa, Penny –le dijo Daniel.

Penny sonrió. Recordó que estaba allí por Gabby y que tenía que ser fuerte.

–Y a mí estar de vuelta –respondió ella mirando a su hija–. Te he echado tanto de menos…

No podía olvidar que la niña no sabía nada ni quería que fuera consciente de ello.

Nerviosa, se pasó las manos por los pantalones vaqueros. Era extraño llevar esa ropa después de tanto tiempo con el uniforme del ejército.

–¿No vas a abrazarla, papá? –le preguntó Gabby a su padre.

Se quedó sin aliento al oír su pregunta y se dio cuenta de que era normal que lo sugiriera.

–Por supuesto –repuso Daniel con decisión–. Te hemos echado mucho de menos.

Daniel dio un paso hacia ella, parecía algo incómodo. Sabía que Gabby los observaba.

La verdad era que ella también los había echado de menos.

Él la abrazó con suavidad y le dio un beso en la mejilla. Penny tuvo que hacer un gran esfuerzo para abrazarlo también. Era muy difícil. Le habría encantado poder dejarse caer entre sus brazos y olvidar lo que había pasado, pero era imposible y se apartó enseguida.

Penny miró a Gabby y vio que sonreía contenta.

–¿Nos vamos a casa? –les sugirió Daniel.

–Claro, vamos –repuso ella.

Daniel se agachó para tomar su bolsa de viaje, pero ella lo detuvo fulminándolo con la mirada. Lo había abrazado para que Gabby no sospechara nada, pero no podía fingir que todo estaba bien entre ellos. Recogió su propia bolsa con cuidado de no rozar la mano de Daniel. Vio que había dolor en sus ojos, pero prefería no pensar en ello. Ella también sufría.

–Vamos –dijo ella mientras se colgaba la bolsa al hombro.

Gabby le dio la mano. Le encantó sentir su calor.

–¿Papá? –llamó a su padre mientras le ofrecía la otra mano.

Daniel se apresuró a alcanzarlas para tomar la mano de Gabby. La niña se rio y aprovechó que la tenían sujeta para columpiarse en el aire. Miró entonces a Daniel y estuvo a punto de sonreírle emocionada al ver lo contenta que estaba Gabby, pero se detuvo a tiempo.

Ese era el tipo de cosas que siempre habían hecho, el tipo de familia que solían ser. Y no sabía si iba a ser capaz de seguir fingiendo durante mucho tiempo.

Daniel le había roto el corazón y no creía que pudiera llegar a perdonarlo.

–¿Cuánto tiempo vas a estar en casa, mamá?

Le dedicó una sonrisa valiente a la niña.

–No lo suficiente, cariño. No lo suficiente.

 

 

A Daniel Cartwright le gustaba caminar detrás de Penny porque no podía dejar de mirarla.

Le encantaba la curva de su espalda, el vaivén de su cuerpo mientras se movía y la dulzura de su expresión cuando miraba a Gabby. Era una mujer fuerte y mantenía la espalda recta en todo momento. Su melena, larga y oscura, le caía sobre los hombros como una cortina de seda. La había echado mucho de menos.

Siempre se había imaginado que ese día sería diferente. Había soñado con abrazarla mientras lo miraba con una gran sonrisa de felicidad. Así había sido la última vez, después de que los dos terminaran sus misiones. Y sabía que, si no hubiera cometido un grave error, habría podido tener esa vez el mismo tipo de rencuentro con Penny.

–¿Dónde está el coche?

La voz de su esposa lo devolvió a la realidad. Ya estaban en el aparcamiento.

–Un poco más allá –repuso mientras señalaba con el dedo.

Intentó que ella lo mirara para sonreírle, pero Penny parecía estar evitándolo.

–Mamá, ¿has venido para quedarte para siempre?

Daniel sintió que el corazón le daba un vuelco.

–Cariño, ya hemos hablado de esto otras veces –le dijo él a su hija.

Penny lo miró entonces, como si no quisiera tener que responder a su hija ella sola. O quizás no quisiera tener que decirle nada en absoluto.

–¿Recuerdas lo que te conté? –le preguntó a Gabby mientras se agachaba frente a ella–. Está aquí para celebrar tu cumpleaños. Pasará una semana en casa, pero después tiene que irse.

–¿Por qué? –preguntó Gabby con voz temblorosa.

–Es mi trabajo. Tengo que ir. Pero te prometo que solo será una vez más –le aseguró Penny a la niña acariciándole el pelo–. Después volveré y me quedaré en casa contigo para siempre. Daniel la miró y sus ojos se cruzaron un segundo, antes de que Penny apartara la mirada.

No era la primera vez que le decían algo así a la niña. Pero el Ejército había alargado el contrato de Penny y tenía que servir unos meses más en el extranjero.

–Mamá tiene un trabajo importante –le explicó él a Gabby–. Trabaja para este país, ¿recuerdas lo que te conté? Ella, como muchos otros valientes, hace que estemos a salvo.

Gabby asintió con la cabeza, pero sus ojos estaban llenos de lágrimas.

Penny lo miró de reojo, como si no quisiera seguir hablando de ello, pero él no se detuvo.

La niña no sabía exactamente qué era lo que hacía su madre, pero él no había podido ignorar sus preguntas, había tenido que decirle algo sin llegar a contarle que su madre era militar.

–Así que cuando mamá no está, hay que ser valiente. Aunque yo también la echo de menos, es una mujer muy importante. Hay muchas otras personas que también la necesitan.

Gabby lo abrazó entonces y se echó a llorar.

Penny los miraba con gesto de dolor, como si tuviera el corazón roto en mil pedazos.

Le entraron ganas de disculparse. Se sentía culpable de estar abrazando a Gabby cuando sabía que Penny estaba deseando tocar y sostener a su hija.

Pero no quería volver a decirle que lo sentía, cuando lo dijera de nuevo, quería que fuera de verdad y no pensaba detenerse hasta que Penny viera que hablaba en serio.

El trayecto en coche se le hizo más corto de lo que esperaba. Afortunadamente, Penny había decidido sentarse en el asiento trasero junto a Gabby para charlar con la pequeña. Él se limitó a concentrarse en la carretera. Aun así, miró de vez en cuando la imagen que reflejaba el espejo retrovisor. Una imagen normal y cotidiana que nada tenía que ver con la realidad que estaban viviendo.

 

 

Penny ayudó a Gabby a bajar del coche y dejó que Daniel se encargara de su bolsa de viaje. No soltó la mano de la niña, le encantaba oír lo que le contaba. Parecía muy feliz y le gustó ver que no era consciente de la tensión que había en el ambiente. En cuanto entraron, Gabby soltó su mano y echó a correr por el pasillo.

Era una sensación muy extraña estar de nuevo en casa, como si no fuera totalmente su hogar.

–Me alegra tenerte de nuevo en casa, Penny.

Se volvió al oír las palabras de Daniel.

–A mí también me gusta estar aquí.

–A Gabby le emocionó tanto saber que ibas a estar en su fiesta de cumpleaños…

Penny se acercó a la mesa de la cocina. Vio la tarta y sonrió.

–Dora Exploradora, ¿eh? –murmuró.

Daniel se le acercó y ella tuvo que contenerse para no apartarse.

–Sí, es su personaje favorito ahora mismo –repuso Daniel.

Le dolía no saber ese tipo de cosas, no solían hablar de ello cuando la llamaba y sabía que se estaba perdiendo el día a día de su hija.

–Es una tarta preciosa –dijo ella–. Creo que yo habría elegido la misma, Daniel.

Se quedaron en silencio. Ella seguía con la mirada perdida en la tarta.

–Penny, ¿quieres que me vaya de casa mientras estés aquí? –le preguntó Daniel.

Le sorprendió su ofrecimiento. Lo cierto era que no había pensado en lo que iban a hacer.

–Tal vez… –murmuró ella con algo de inseguridad.

–Ya le he dicho a Tom que a lo mejor me quedaba a dormir en su casa, si quieres.

–Puede que sea lo mejor –le dijo tratando de mantener la calma.

–Claro –repuso él con algo de frialdad.

Todo era muy complicado y difícil. Daniel asintió con la cabeza, pero vio que parecía desinflado y decepcionado.

Quería mirarlo a los ojos y abofetearlo. Tenía tanta rabia acumulada que tenía que soltarla, pero no sabía por dónde empezar y no era el momento más adecuado con Gabby en la casa.

–Me quedaré un rato más antes de irme –le dijo él.

Le dirigió media sonrisa. Mientras estuvieran en casa con su hija, tenían que ser civilizados.

–¿Quieres un café?

–Sí, gracias –repuso ella–. ¿Ya lo has preparado todo para el sábado?

–Tan preparada como puede estar una fiesta para niños de cinco años –repuso Daniel riendo.

–¿Puedo hacer algo para ayudar?

Lo miró a los ojos entonces y se quedó unos segundos ensimismada. No apartó la mirada. Algo dentro de ella se movió, aunque solo duró un segundo.

Tragó saliva y bajó la mirada. No quería tener que pensar en lo que había sentido. Aunque sabía muy bien lo que era.

Era amor.

Por mucho daño que le hubiera hecho, por mucho que le doliera, aún amaba a Daniel. Y creía que nunca iba a dejar de hacerlo.

–Penny, yo…

Ella negó con la cabeza.

–No, Daniel. No lo hagas, ¿de acuerdo? –lo interrumpió ella.

–Penny, por favor…

–¡Mamá!

La voz de Gabby rompió el momento. No estaba preparada para tener esa conversación. Era demasiado pronto.

–Ya voy, cariño –le contestó a su hija mientras salía de la cocina sin mirar atrás.

Había hecho ese viaje para estar con su hija. No tenía tiempo para reflexionar sobre lo que había pasado. Era el cumpleaños de Gabby y solo quería pensar en la niña. En nada más.

Por mucho que estuviera sufriendo por dentro.

 

 

Daniel se quedó observando a Penny mientras salía de la cocina. Apretó con fuerza la taza de café humeante que sostenía entre las manos.

«Lo siento, lo siento mucho y no sé cómo voy a demostrártelo», se dijo entonces.

Eso era lo que había querido decirle antes de que la llamara Gabby.

Ya se lo había dicho por teléfono, pero quería mirarla a los ojos y decírselo a la cara. Aunque no consiguiera nada, tenía que hacerlo para que ella viera que hablaba en serio.

Pero se quedó donde estaba, viendo cómo se alejaba por el pasillo hacia la habitación de su hija. Era su esposa, pero sentía que se le escapaba de las manos. Se veía impotente para arreglar la situación.

–¡Papá! –lo llamó Gabby entonces–. ¡Ven!

Fue al dormitorio de la niña. Se las encontró sentadas en la cama y rodeadas de juguetes. Penny y él se miraron unos segundos a los ojos. Habría hecho cualquier cosa por poder pasar así todo el día, mirándola y prometiéndole que todo iba a cambiar. La quería con todo su corazón, pero no podía decir nada. Además, sabía que Penny no quería oírlo.

–¿Le estás enseñando tus juguetes a mamá? –le preguntó a la pequeña.

–Sí, no había visto los nuevos –repuso Gabby.

Daniel entró despacio y se sentó en la cama.

–Por eso tienes que contarle más cosas a mamá cuando no está y te llama.

–¡Pero ahora ya está en casa!

Vio que Gabby se aferraba a la idea de que su madre estaba de vuelta para quedarse.

–Recuerda que ya hemos hablado de esto, cariño –le dijo–. Solo estará una semana.

Gabby bajó la cabeza y acarició la muñeca que tenía en su regazo.

–¿Quieres jugar conmigo? –le preguntó a su madre mientras la miraba con timidez.

–Me encantaría –repuso Penny.

Salió de la habitación y las dejó solas. Había visto lágrimas en los ojos de su mujer. Le habría encantado quedarse allí con ellas, pero sabía que era mejor darle un poco más de espacio a Penny. Además, tenía que llamar a Tom y decirle que iba a dormir en su casa.

Una vez más, lamentó su error. Si pudiera volver atrás en el tiempo, cambiaría de un plumazo la decisión que lo había trastocado todo. Pero, aunque sabía que iba a ser difícil, seguía creyendo en ellos dos, en el poder de su amor y en la fuerza de su matrimonio.

Tenía un nudo en la garganta y lágrimas en los ojos.

Él nunca lloraba, no recordaba cuándo lo había hecho por última vez. Pero solo tenía seis días para conseguir que Penny volviera a enamorarse de él y pensaba aprovecharlos.

Porque amaba a su esposa y no iba a rendirse sin luchar.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

PENNY salió del dormitorio de la niña con una mezcla de emociones. No sabía si reír o llorar.

Le encantaba estar de vuelta en casa, pero era doloroso. Nunca se había arrepentido de sus cuatro años de servicio, el Ejército le había dado mucho. Pero, después de pasar la tarde con Gabby, se dio cuenta de lo mucho que se estaba perdiendo.

Entró en el salón. Daniel estaba en el sofá viendo un partido de fútbol.

–¿Dónde está Gabby? –le preguntó mientras apagaba el televisor.

Entró y se sentó en un sillón frente al sofá.

–Se quedó dormida mientras le leía un cuento y la he dejado descansar. ¿He hecho bien?

–Sí, necesita dormir. Anoche estaba tan emocionada que no se quería ir a la cama y esta mañana se levantó en cuanto amaneció.

–Yo también estoy agotada –le dijo ella bostezando–. Han sido veinticuatro horas muy largas.

Daniel sonrió y se apoyó en el respaldo del sofá. Parecía un poco más relajado.

–Aún recuerdo mi último viaje de vuelta. Se hace eterno, pero merece la pena, ¿verdad?

Se miraron a los ojos sin decirse nada, aunque tenían mucho de lo que hablar.

–¿Lo echas de menos? –le preguntó ella.

–Sí –repuso Daniel con sinceridad–. Pero creo que ha valido la pena renunciar a ello.

–Me encanta lo que hago, Daniel, pero me parece injusto –murmuró ella–. Sé que el Ejército pagó mis últimos tres años en la universidad, pero creo que ya he cumplido con ellos.

–Lo sé.

Suspiró y trató de relajarse. Sabía que no tenía sentido darle más vueltas. El Ejército tenía derecho a extender su contrato, pero ya solo tenía que terminar esa misión y podría por fin volver a casa. Debía concentrarse en el tiempo que le quedaba y no pensar más en ello.

–Bueno, no hablemos de eso –le dijo ella para cambiar de tema–. ¿Cómo va tu trabajo?

–Bien, pero no es lo mismo. Sigo haciendo algunos trabajos para el Ejército, pero es duro a veces ver a los compañeros. Cuando los veo preparados para sus misiones…

–Te duele verlos volar mientras tú te quedas en tierra arreglando los helicópteros, ¿no?

–Así es. Mientras yo hago de mecánico, ellos vuelan en los Seahawks –repuso con amargura.

Se quedaron en silencio, sin mirarse a los ojos.

–No es que me queje –se apresuró a añadir Daniel–. Pero, no sé… Es muy distinto.

–Pero es lo que siempre habíamos planeado, ¿no? –comentó ella.

Habían decidido que él iba a pasar ocho años en la Marina mientras ella acababa sus estudios a través del programa de becas que tenía el Ejército. A cambio, iba a tener que servir durante cuatro años. Lo que no había esperado era tener que irse al extranjero ni que extendieran su contrato más aún.

–Sí. Yo iba a ser mecánico de helicópteros y tú fisioterapeuta con tu propia clínica. Queríamos una casa con un gran jardín y quizás otro hijo en camino.

Se quedó sin aliento al escuchar sus palabras. Le estaba recordando lo que habían sido sus sueños, algo de lo que siempre habían hablado.

–Penny…

–No, Daniel, no lo hagas –le pidió ella.

–Te lo debo –insistió Daniel–. Por favor.

–Lo que me debes es fidelidad –replicó ella sin poder contener la ira ni el dolor.

No podía quitarse de la cabeza lo que le había hecho. Deseaba más que nada que todo volviera a la normalidad y olvidarlo, pero no lo creía posible.

–No quiero hablar de ello ahora mismo –le dijo ella.

Daniel cerró los ojos unos segundos. Cuando los abrió de nuevo, la miró con una tristeza enorme. Había mucho dolor en su mirada.

–Penny, te quiero tanto… –susurró él sin dejar de mirarla–. Sé que no me crees, pero siento muchísimo lo que hice. Si hubiera alguna manera de hacerte entender que no significó nada para mí, que fue la peor decisión de mi vida…

Penny se puso de pie entonces y pasó junto a él. Se apartó para que Daniel no pudiera tocarla con la mano que extendía hacia ella. Eso no habría podido soportarlo.

–La confianza era todo lo que teníamos y lo echaste todo a perder, Daniel.

No podía mirarlo a la cara, no quería que viera sus lágrimas. No dejaba de pensar que ella pudiera tener parte de la culpa, que su trabajo fuera parte del problema.

–No era todo lo que teníamos, Penny –repuso Daniel en voz baja–. Tenemos a Gabby.

–Sí, ella es lo más importante, Daniel. Y sé que eres un gran padre, eso no ha cambiado.

Decidió no decirle lo que pensaba de él como marido. Le había hecho mucho daño.

–Lo siento, Penny. No sé cómo decírtelo ni qué hacer. Pero lo siento y te quiero.

–Yo también lo siento, Daniel –contestó ella mirándolo fijamente a los ojos–. Puedo perdonar, pero no puedo olvidar y no sé si alguna vez seré capaz de hacerlo.

No podía olvidar que había estado con otra mujer, que sus manos habían tocado la piel de otra, que sus labios habían besado otra boca.

–No sé qué más decir para que sepas lo importante que eres para mí y cuánto te quiero.

–¿Podemos dejarlo, por favor? Solo quiero que finjamos ser una familia feliz durante el cumpleaños, que nos tratemos con respeto y sigamos siendo los padres que ella merece tener.

–¡Papá!

Daniel hizo ademán de levantarse, pero ella se adelantó.

–Deja que vaya yo –le pidió–. No quiero volver a hablar del tema con Gabby cerca.

Daniel no parecía estar muy convencido. Le dio la impresión de que tenía mucho que decir.

–Es tu decisión, Penny.

Fue al dormitorio de la niña con lágrimas en los ojos y tratando de tranquilizarse.

Después de lo que había vivido en el Ejército, de todo lo que había visto y experimentado, le parecía increíble que le resultara aún más difícil enfrentarse a esa situación en su casa. Pero nada se podía comparar con lo que estaba sintiendo.

Su corazón se estaba rompiendo en mil pedazos y creía que no había nada que pudiera hacer al respecto. No sabía cómo arreglarlo.

 

 

–¡Quie-quiero a papá!

Daniel entró en la habitación y vio que Penny parecía muy afectada.

–Cariño, ¿por qué no dejas que te ayude mamá? –le sugirió a Gabby.

–¡No! ¡Te quiero a ti! –insistió la pequeña.

Lo último que necesitaba en ese momento era una rabieta de Gabby. Llevaba portándose muy bien varios meses, hacía mucho que no la veía así de enfadada.

–Bueno, voy a preparar la cena –murmuró Penny con voz triste.

–No, quédate –le pidió él–. ¿Puede mamá quedarse y ayudarnos? –le sugirió a la niña.

Gabby se mordió el labio inferior y asintió con la cabeza.

–Estupendo –repuso él.

Se acercó al armario y echó un vistazo a la ropa de Gabby.

–¿Una camiseta rosa? –le preguntó a la niña mientras la miraba de reojo.

–La que tiene cositas brillantes –repuso Gabby sin dejar de hacer pucheros.

Daniel se echó a reír y vio que Penny lo miraba con el ceño fruncido.

–Ven aquí –le dijo.

Penny se acercó a él con algo de inseguridad.

–Mira la cantidad de camisetas rosas y brillantes que tiene –le dijo a su mujer en voz baja–. Y me ordena que le dé la «rosa con cositas brillantes» como si pudiera adivinar cuál es.

Penny se echó a reír y eligió una camiseta rosa con un perro en la parte delantera.

–¿Era esta la que querías? –le preguntó Penny a su hija.

Gabby asintió con la cabeza.

–¿Pantalones? –le preguntó él a la niña.

–Falda –respondió Gabby.

–¿Siempre es así? –le susurró Penny riéndose.

Daniel estaba encantado de tener una excusa para acercarse más a ella.

–Cuando te fuiste, le decía en broma a mi madre que se había convertido en una tirana. Tenía rabietas al menos una vez a la semana, pero ya hacía mucho que no se portaba así.

–¿Crees que se está portando así porque estoy en casa? A lo mejor no debería haber venido.

Daniel no pudo evitar la tentación de tocarla para tranquilizarla. Penny se equivocaba.

–No, tu vuelta es lo mejor que nos podía haber pasado. No dejes que esto te afecte.

–Pero parece que solo quiere estar contigo, es como si no me necesitara…

Apretó con ternura su hombro. Le costaba mucho no poder abrazarla y consolarla.

–Llevo todo el año con ella –le dijo él–. Cuando vuelvas para quedarte, se olvidará de mí.

–Lo dudo –repuso Penny mientras se separaba para que él dejara de tocarla.

Él se quedó con una terrible sensación de vacío. La echaba tanto de menos…

–¿Qué te parece si mamá te ayuda a peinarte mientras yo hago la cena?

Gabby se preparó para negar con la cabeza, pero él frunció el ceño y la niña asintió.

–De acuerdo –repuso Gabby dramáticamente y con un gran suspiro.

Sabía que Penny debía de estar sufriendo mucho al ver que la niña prefería estar con él. La situación no era fácil para nadie, pero iban a tener que adaptarse.

De momento, él tenía que prepararse para ver a su madre y a su hermano. Aunque eran su familia, lo habían estado tratando como si fuera la oveja negra por lo que había hecho.

Como si no fuera castigo suficiente tener que vivir recordándolo cada día.

Le dio un beso a su hija en la cabeza y salió del dormitorio. Cuando llegó a la cocina, se sirvió una copa de vino. Sabía que iba a ser una noche muy larga.

 

 

Estar en casa estaba siendo más duro de lo que Penny había esperado. Durante su ausencia, había imaginado que todo volvería a la normalidad en cuanto regresara. Pero la infidelidad de Daniel había dado al traste con sus planes. Y era muy doloroso ver que Gabby prefería estar con su padre.

Estaba poniéndose algo de brillo en los labios cuando oyó que llamaban a la puerta. No sabía por qué, pero estaba nerviosa. La familia de Daniel era también su familia, pero, si su matrimonio terminaba, todo podía cambiar también con ellos. Y no quería perderlos. Su suegra era como una madre para ella, sobre todo porque la suya ya no vivía. Y siempre se había llevado muy bien con su cuñado.

–¡Mami!

Se alisó la blusa y se miró las manos. Estaban bronceadas y no había una línea blanca en el dedo anular. Solía llevar la alianza en una cadena alrededor de su cuello, pero se la había quitado el día que Daniel le había confesado lo que había hecho. Si él no se lo había contado aún a su familia, su suegra lo adivinaría en cuanto la viera sin su alianza.

–¡Mami! –volvió a llamarla Gabby.

–Voy –respondió ella.

Vio a Tom en el vestíbulo y se quedó sin respiración. No sabía si reír o llorar.

Daniel se había acercado para saludarlo, pero Tom parecía muy enfadado. Fulminó a su hermano con la mirada y lo golpeó en la cabeza con la mano cuando pasó a su lado.

–Idiota –murmuró Tom entre dientes.

Estaba claro que su cuñado lo sabía y era un alivio que fuera así.

–¡Penny! –exclamó entusiasmada su suegra–. ¡Qué alegría tenerte en casa sana y salva!

La emoción en su voz hizo que olvidara todas sus preocupaciones. Dejó que la abrazara con fuerza la que había sido su madre durante los últimos ocho años.

–Gracias por venir, Vicki –murmuró Penny sin soltarla.

La mujer se apartó para mirarla mejor.

–No me des las gracias, cariño –repuso Vicki–. ¡No sabes cuánto te he echado de menos! Daniel no podría haber evitado que viniera a verte.

–Ni a mí tampoco –dijo alguien tras ella.

Penny se giró y vio que Tom la esperaba con los brazos abiertos. Se acercó a él y lo abrazó.

–Tienes muy buen aspecto, sargento –le dijo–. ¿Estás lista para dejar de ser soldado?

–¿Estás listo tú para casarte? –repuso ella bromeando.

Vio que Tom miraba de reojo a Daniel con algo de tristeza en los ojos.

–Has puesto el listón demasiado alto. ¿Cómo iba a encontrar a una esposa tan buena como tú?

Notó que la tensión iba en aumento. Necesitaba un poco de distancia y una distracción.

–¡Champán! –intervino Vicki–. Vamos a abrir una botella y celebrar que estás aquí.

Gabby apareció entonces detrás de las piernas de su abuela.

–¿Qué estamos celebrando? –preguntó la niña.

–¡Que tu madre está en casa! –repuso Vicki mientras se inclinaba para besar a Gabby.

Daniel se les acercó como si Tom no hubiera conseguido intimidarlo con sus miradas.

–Estamos celebrando el mejor regalo de cumpleaños que podías tener, Gabby –dijo Daniel en voz baja mientras la miraba a ella.

Se sintió de repente como si estuvieran ellos dos solos en el salón, como si los otros hubieran desaparecido. Cada vez estaba más nerviosa.

Gabby se echo a reír y Penny se concentró en su hija.

–Bueno, y también una bicicleta nueva, ¿no? –preguntó la pequeña.

Todos los adultos se echaron a reír y también lo hizo Penny. Era una risa de verdad.

–Tendrás que esperar para ver si es así, señorita –le dijo Daniel a su hija.

–He sido muy buena, ¿sabes? –le dijo Gabby mirándola a los ojos.

Penny miró a Daniel y no pudo evitar sonreír. Ya parecía haber superado el berrinche.

Habían hecho juntos a esa niña. Era como el pegamento que los mantenía unidos y el mejor regalo que podía haber recibido. Uno que siempre iban a compartir, pasara lo que pasara.

Por eso deseaba poder olvidar lo que Daniel le había hecho y volver a la normalidad. Pero no sabía si podrían salvar su matrimonio.

–¿Quieres champán, Penny? –le preguntó Vicki mientras le ofrecía una copa–. Y esto para la damita –añadió entregándole un refresco a Gabby.

Penny agarró el brazo de su suegra y trató de contener las lágrimas. Le dolía perder a esa familia y su cariño. Ya había sido demasiado doloroso perder a su propia madre y no se imaginaba teniendo que vivir sin ellos también.

Habían hecho que se sintiera parte de su familia.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

PENNY se sentó frente a su suegra y apoyó los codos en la mesa. Podía relajarse un poco. Gabby ya se había dormido y los chicos estaban en la cocina lavando los platos.

Miró a Vicki y vio que la sonreía con dulzura.

–A lo mejor es extraño, pero siento la necesidad de pedirte perdón –le dijo a Vicki.

La mujer asintió con la cabeza y se cambió de silla para estar más cerca de Penny.

–Es extraño porque no tiene sentido –repuso Vicki con firmeza–. No tienes nada por lo que disculparte. No sabes cuánto siento lo que ha pasado.

Se quedó unos segundos en silencio. No sabía qué decir. Sentía que su matrimonio había fracasado. Había algo que quería preguntarle, pero le costaba decirlo en voz alta. Miró por encima del hombro para asegurarse de que los chicos seguían en la cocina.

–¿Te contó Daniel lo que hizo?

Vicki asintió con un gesto triste.

–Lo siento, Penny. Después de lo que su padre me hizo pasar, me cuesta creer que él haya sido capaz de hacerte lo mismo.

Penny no supo qué decir. Le costaba creer que Daniel se hubiera convertido en alguien como su padre. Creía que había cometido un grave error, pero no podía compararlo con su padre.

–Bueno, al menos me lo dijo –susurró ella–. Eso tengo que tenerlo en cuenta, ¿no?

–Sí, pero no es excusa. Quiero que sepas que lo siento y que estoy aquí para lo que necesites.

–Vicki, no puedo perdonarlo –le dijo con dolor–. No puedo…

–Sé mejor que nadie lo difícil que es tomar esa decisión, pero te pido que escuches a Daniel y no tomes ninguna decisión de forma precipitada. Lo que decidas, será para el resto de tu vida.

–Cada vez que cierro los ojos, me lo imagino con otra mujer. Quiero saber todos los detalles, pero no me atrevo a preguntarle –le confesó Penny–. Lo quiero y lo odio al mismo tiempo.

–Eso es exactamente lo que tienes que decirle –repuso Vicki con lágrimas en los ojos.

–No puedo.

–Claro que puedes –insistió Vicki–. Te lo debes a ti misma, por los años que has puesto en tu matrimonio, el saber si podrías llegar a perdonarlo.

–Aunque pudiera perdonarlo, ¿cómo iba a olvidarlo? No puedo olvidar una infidelidad.

–Sé que es muy difícil. Ha ocurrido, eso no puedes cambiarlo, pero no quiero que dentro de unos años te des cuenta de que deberías haber permitido que se explicara.

Entendía que hablara así. Después de todo, era la madre de Daniel, pero pensó que quizás tuviera razón y debiera darle la oportunidad de explicarse y pedirle perdón.

–Yo no me arrepiento de haber decidido terminar con mi matrimonio. Me alejé de él y fue lo mejor que pude hacer –le confesó su suegra–. Si eso es lo que sientes, adelante. Pero quiero que estés muy segura de esa decisión.

–No puedo olvidarlo y fingir que no ha pasado nada, Vicki. Se lo debo también a Gabby. Seguirá siendo muy querida aunque nosotros no estemos juntos.

–Pero le vas a dar la oportunidad de explicarse, ¿no? –le preguntó Vicki.

–No lo sé –repuso Penny encogiéndose de hombros.

Una parte de ella creía que nunca podría perdonarlo. Pero, por otro lado, creía que tenía que escucharlo para poder al menos entender por qué lo había hecho.

Vicki se levantó y comenzó a recoger los vasos que aún quedaban en la mesa.

–Prométeme que al menos te lo pensarás –le pidió.

–Me lo pensaré, pero no te prometo nada –repuso Penny poniéndose también en pie.

–Eso es todo lo que te pido. No quiero perderte, Penny, eres parte de esta familia.

Suspiró al oírlo. A ella le pasaba lo mismo, pero no sabía si tenía fuerzas para luchar por su matrimonio ni para hacer lo necesario para resolver sus problemas.

Creía que, si perdonaba a Daniel, era como si le estuviera diciendo que lo que había hecho estaba bien, era algo aceptable. No sabía cómo iba a poder seguir confiando en él o si sería un buen ejemplo para su hija. No se trataba solo de sus sentimientos, le importaba también lo que pudiera pensar Gabby cuando creciera. Quería transmitirle la idea de que merecía un esposo que la respetara y amara más que a nada en el mundo.

Pero al mismo tiempo, seguía amando a Daniel. Al menos al Daniel del que se había enamorado, uno que nunca podría haberle hecho algo así.

Suspiró una vez más. Había vuelto a casa para celebrar el cumpleaños de su hija, pero iba a tener que tomar la decisión más importante y difícil de su vida.

No le parecía justo. Nada lo era.

Le parecía imposible perdonar y olvidar. No se veía capaz de hacer ambas cosas.

 

 

Tom abrazó a Penny antes de salir por la puerta.

–Creo que ha sido un idiota –le susurró su cuñado.

Le emocionó que Tom también la apoyara.

–Me ha encantado veros –les dijo a su suegra y a Tom.

–Y a nosotros –repuso Vicki con cariño.

Daniel estaba detrás de ella, podía sentirlo. Se había acercado para despedir a sus invitados. Iba a dormir en casa de Tom, pero supuso que aún no pensaba irse.

Por una parte, estaba deseando que se fuera. Pero, por otro lado, no quería estar sola en casa.

–Me iré pronto –le dijo Daniel como si le hubiera leído los pensamientos.

–No tienes por qué irte –repuso ella sin saber si estaba siendo sincera o no.

Daniel se acercó un poco más a ella. Después, se lo pensó mejor y se detuvo, apoyándose en la pared con sus musculosos brazos cruzados sobre el pecho.

–Sé que necesitas estar sola, no quiero agobiarte –le dijo él–. Volveré a primera hora para que podamos abrir juntos los regalos y felicitar a Gabby.

Penny bajó la vista y se miró los pies. Le encantaba sentir la suavidad de la moqueta. Hacía mucho que no andaba descalza.

Había cumplido con el ejército de la mejor manera posible. Creía en su trabajo y le gustaba poder servir a su país, pero también echaba de menos otro tipo de vida. Eran cosas que no echaba en falta hasta que regresaba a casa, pequeños lujos como andar descalza.

–Intenta venir temprano para que Gabby no se dé cuenta de que no has dormido aquí.

–De acuerdo, buena idea –murmuró Daniel mientras se pasaba una mano por el pelo.

Conocía bien ese gesto. Sabía que estaba estresado o preocupado.

Penny quería proteger a su hija, evitar que sufriera. No quería tener que lidiar aún con sus preguntas. No estaba preparada y le preocupaba que la pequeña pudiera pensar que tenía algo de culpa en la ruptura de sus padres.

–Penny, sé que no quieres hablar de ello, pero solo vas a estar aquí unos pocos días y…

–Tenemos que hablar, lo sé, pero necesito tiempo para pensar –lo interrumpió ella.

Daniel asintió de mala gana.

–De acuerdo, esperaré un día más. Mañana pasaremos el día juntos, disfrutaremos de la fiesta y hablaremos por la noche. ¿Te parece bien?

–Sí –repuso ella.

Daniel la miró desde el otro lado de la habitación, su mirada decía lo que las palabras no podían expresar. Estaba segura porque ella sentía lo mismo.

Él pasó a su lado para ir a la puerta. Agarró un instante su mano y le dio un suave beso en la mejilla. Ella podría haberse apartado para evitar que la tocara, pero no lo hizo. No podía.

–Te quiero –le susurró Daniel.

Se quedó atónita, mirándolo mientras él iba hacia la puerta sin dejar de mirarla.

Se giró entonces y salió de la casa.

Ella se quedó donde estaba hasta que oyó el motor de su coche.

Estaba sola.

Se llevó entonces la mano a la boca y comenzó a llorar sin consuelo.

Después, cayó de rodillas al suelo y siguió llorando hasta que las lágrimas empaparon su blusa. No podía controlarlas.

Sabía que Gabby dormía en su habitación, la casa no estaba vacía. Había tenido muchas noches de soledad durante su misión en el extranjero, pero nunca se había sentido tan sola en toda su vida como se sentía en esos momentos.

Capítulo 4

 

 

 

 

 

–IDIOTA, imbécil… ¿Tengo que seguir?

Daniel miró a su hermano con el ceño fruncido. Sabía perfectamente que había echado todo a perder, no necesitaba que se lo siguieran recordando constantemente. Ya lo hacía él mismo.

–Ya basta, Tom.

–¿Quieres que me calle? Es que me parece increíble que estés durmiendo en mi sofá mientras tu maravillosa esposa está sola en vuestra cama.

Cerró los ojos un instante. Estaba claro que Tom no quería tenerlo allí ni él tampoco estaba demasiado contento, pero no podía ir a casa de su madre a esas horas de la noche.

–En serio, no lo entiendo –insistió Tom.

Daniel se sentó en el sofá y apartó la manta. Le costaba controlar su enfado.

–Basta ya, Tom –le pidió–. Además, ahora no puedo hacer nada, ¿de acuerdo?

Vio que su hermano apretaba los puños como si él también se estuviera conteniendo para no darle un puñetazo.

–Siempre se puede hacer algo –repuso Tom.

–¿Como qué?

Estaba abierto a todo tipo de sugerencias. Lo único que le preocupaba era aprovechar esos días para tratar de arreglar las cosas.

–Lo que sé es que tenías una mujer increíble y te las arreglaste para meter la pata.

–¿Acaso crees que no lo sé? –gritó fuera de sí Daniel–. Si pudiera cambiar el pasado, lo haría.

Se quedaron unos minutos en silencio.

–Has cambiado, Daniel –le dijo entonces su hermano con voz más suave y sin acusaciones.

Apretó los dientes furioso, pero sabía que no podía seguir callado. Tenía que hablar de ello con alguien.

–Lo echo de menos, Tom. Lo echo mucho de menos –susurró.

Su hermano se levantó, sacó dos cervezas de la nevera y le dio una.

–¿Te refieres a Penny?

–Sí, claro que la echo de menos, pero me refería a la Marina. Es una suerte estar en casa y a salvo, pero echo de menos a los compañeros y la adrenalina que sentía cuando pilotaba un Seahawk. Echo mucho de menos las misiones.

Tom se quedó en silencio, mirándolo y bebiendo su cerveza.

–Esa maldita soledad hizo que sintiera lástima de mí mismo y lo eché a perder todo –le confesó Daniel con un nudo en la garganta–. Me sentía solo y fui tan egoísta que he arruinado mi vida y la de Penny. Pero me gustaría que me dejara explicarle cómo me sentía…

Tom se inclinó hacia él y lo miró de otra forma, casi como si sintiera lástima de él.

–Cometiste un grave error, hermano, pero tienes que hacer lo posible para arreglarlo. Por ti, por Penny y por Gabby. Aunque consiguieras que te escuchara, tú tomaste una decisión y esta es la consecuencia. No puedes culpar a Penny –le recordó Tom con firmeza–. Yo no me imagino la vida fuera del Ejército, pero ella es tu esposa, Daniel. Por muy mal que lo estuvieras pasando, ella es más importante. Se trata de Penny, no lo olvides.

Sabía que Tom tenía razón, pero no sabía qué hacer para arreglar las cosas.

Sonó un teléfono y se dio cuenta de que era el suyo. Se quedó sin aliento al ver la pantalla.

–¿Quién es? –le preguntó Tom.

Daniel tragó saliva antes de responder.

–Es el teléfono de casa –contestó con un nudo en la garganta.

Sabía que no podía ser Gabby, era demasiado tarde. Solo había una opción. Tenía que ser Penny. Dejó la cerveza en la mesa y contestó a la llamada.

–¿Daniel?

Le pareció que su voz era débil y frágil, como si hubiera estado llorando.

–Penny, ¿qué pasa? ¿Está bien Gabby?

–Creo que deberías venir a casa –le dijo Penny.

–De acuerdo, voy para allá.

–Gracias –susurró Penny antes de colgar.

Daniel miró la cama que había preparado en el sofá. Miró después a Tom.

–Ve –le dijo a su hermano.

No necesitaba que nadie se lo dijera. Nervioso, recogió las llaves de su coche.

–Te llamaré mañana –le dijo por encima del hombro mientras iba hacia la puerta.

–No te preocupes, te veré en la fiesta –repuso Tom.

Recordó entonces que al día siguiente iban a celebrar una fiesta de cumpleaños para Gabby. Era la única razón por la que Penny estaba en casa, pero casi se le había olvidado.

En esos momentos, no le importaba para qué lo había llamado. Fuera lo que fuera, pensaba estar siempre disponible para ayudarla y que nunca tuviera que pedirle algo dos veces.

Había sido un idiota, pero solo una vez.

Durante todos sus años de relación y todo el tiempo que habían pasado separados, con ella en el Ejército y él en la Marina, siempre le había sido fiel.

Había sido un idiota una vez e iba a arrepentirse toda la vida.

Pero se dio cuenta de que Tom tenía razón. Tenía la oportunidad de arreglar las cosas y hacer las paces con Penny. Estaba dispuesto a cualquier cosa para salvar su matrimonio porque no podía vivir sin ella.

La amaba e iba a hacer lo que fuera necesario para demostrárselo. Empezando esa misma noche.

Capítulo 5