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He aquí uno de los libros más importantes jamás escritos sobre la psique humana y la búsqueda espiritual. Se trata de un recorrido por los mundos de la psicología, la psicoterapia, la respiración holotrópica, los mapas de la psique, el nacimiento, el sexo, la muerte, las experiencias transpersonales, el renacimiento psicoespiritual, el karma, los estados místicos, los arquetipos, la emergencia espiritual y la creatividad. La profundidad y amplitud del conocimiento que Grof exhibe en este libro es sorprendente, su escritura es fácil y accesible y está salpicado de interesantes relatos personales, divertidas anécdotas y brillantes estudios de casos. En El camino del psiconauta Grof revisa la historia de la psicoterapia profunda y las actualizaciones necesarias para hacerla más efectiva y aclara por qué la búsqueda interior es una actividad tan esencial.
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Stanislav Grof
El camino del psiconauta
La enciclopedia del viaje interior
Volumen 2
Prólogo de Rick Doblin
Traducción del inglés de David González Raga
Este libro ha sido posible gracias al generoso apoyo de Jonas Di Gregorio y Kristina Soriano, asesores de la Psychedelic Literacy Fund
Título original: The Way of the Psychonaut: Encyclopedia for Inner Journeys, Volume Two
© 2019 Stanislav Grof, M.D., Ph.D.
© de la edición en castellano:
2022 Editorial Kairós, S.A.
www.editorialkairos.com
© de la traducción del inglés al castellano: David González Raga
Revisión: Amelia Padilla
Composición: Pablo Barrio
Diseño cubierta: Sarah Jordan y Editorial Kairós
Imagen cubierta: Brigitte Grof
Imagen cubierta: «Shiva Nataraja apareció en mis sesiones psiquedélicas más importantes y lo considero mi arquetipo personal. También tuve muchas experiencias extraordinarias en torno a Shiva cuando estuve con Swami Muktananda, que he descrito en el libro When the Impossible Happens. Esta imagen concreta de Shiva fue tomada en mi casa de Big Sur por Brigitte en algún momento de los catorce años que pasé en Esalen, una época muy importante de mi vida».
Stanislav Grof
Primera edición en papel: Noviembre 2022
Primera edición en digital: Noviembre 2022
ISBN papel: 978-84-1121-060-7
ISBN epub: 978-84-1121-106-2
ISBN kindle: 978-84-1121-107-9
Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.
A Brigitte, amor de mi vida y mi otra mitad, que has aportado luz, shakti, inspiración, entusiasmo y amor incondicional a mi mundo, esposa extraordinaria y compañera ideal en los viajes interiores y exteriores, con profunda gratitud y admiración por lo que eres y lo que representas
«La expresión… psiconauta está bien elegida, porque el espacio interior es tan inmenso y misterioso como el exterior, y, como sucede con los astronautas –que no pueden permanecer mucho tiempo en el espacio exterior–, también deben regresar a la realidad cotidiana quienes se adentran en el mundo interior. Para que sean realmente beneficiosos y puedan hacerse con el mínimo peligro, ambos viajes requieren además una adecuada preparación».
ALBERT HOFMANN, Memories of a Psychonaut (2003)
En la celebración del 75.º aniversario del descubrimiento de Albert Hoffman del LSD-25.
La revolución científica que comenzó hace 500 años ha desembocado en la moderna tecnología y la civilización actual ha experimentado un avance extraordinario durante el último siglo. Hoy damos por sentadas la exploración del espacio exterior, las tecnologías digitales, la realidad virtual, la inteligencia artificial y la comunicación a la velocidad de la luz, pero, pese a todo este progreso, aún sigue escapándosenos la naturaleza de la realidad fundamental. Una búsqueda en internet de las preguntas sin respuesta en el campo de la ciencia pone claramente de relieve que seguimos sin saber gran cosa de las dos cuestiones más importantes sobre la naturaleza de la realidad: ¿de qué está hecho el universo y cuál es el fundamento biológico de la conciencia? Y es evidente que se trata de dos preguntas relacionadas porque, si queremos conocer la existencia, debemos ser conscientes de ella.
Stan Grof ha sido un auténtico pionero en la comprensión de la realidad interior y su relación con la experiencia de la llamada realidad exterior durante los últimos sesenta años. Estos dos volúmenes exploran sistemáticamente su viaje de los dominios personales de la existencia a los transpersonales y trascendentes. Cometerá, por tanto, una imprudencia quien, estando interesado en profundizar en los misterios de la existencia y la experiencia, ignore esta obra monumental.
¿Cuál es el significado de la vida y de la muerte? ¿Cómo influye el trauma del nacimiento en nuestra experiencia vital? ¿Existen otros ámbitos de experiencia más allá del «sueño» despierto? ¿Por qué debemos conocerlos para aliviar nuestro sufrimiento personal y colectivo? ¿De qué manera puede la humanidad curar los traumas que se autoinflige? ¿Cómo superar el miedo a la muerte? ¿Cuál es, más allá de la experiencia del cuerpo, la mente y el universo, nuestra verdadera naturaleza?
Stan Grof es un gigante sobre cuyos hombros tenemos la suerte de ir encaramados. Llamarle el Einstein de la conciencia sería quedarnos cortos. Estoy profundamente en deuda con él por ser un faro en este camino. No me cabe la menor duda de que las generaciones futuras reconocerán su contribución para ayudarnos a despertar de esta hipnosis colectiva a la que llamamos realidad cotidiana.
He permanecido despierto toda la noche leyendo esta obra maestra de Stan Grof.
DEEPAK CHOPRA
El primer libro escrito por el doctor Stanislav Grof vio la luz en 1975 con el título Realms of the Human Unconscious: Observations from LSD Research. Tres años antes, un orientador del New College de Sarasota (Florida) (actualmente el New College of Florida, una institución encargada de garantizar la excelencia en el entorno docente) me había entregado una copia manuscrita de ese mismo libro. Acudí a él a los dieciocho años mediado mi primer curso de universidad en busca de ayuda para integrar experiencias con LSD y mescalina que me resultaban difíciles de digerir. Aún había entonces personas que, pese a la criminalización de los psiquedélicos en los Estados Unidos de la década de los 1970 y de la retirada del permiso para la investigación psiquedélica, consideraban legítimo su empleo como herramientas para compensar el conocimiento intelectual con el desarrollo emocional y espiritual y alentar así el desarrollo personal. Fue en el New College donde tuve la oportunidad de hablar sinceramente con mi orientador, quien me entregó la copia de un libro que acabaría transformando mi vida.
Realms of the Human Unconscious fue mi introducción a la investigación psiquedélica. Antes de descubrirlo, no era consciente del gran número de investigaciones psiquedélicas que, durante varias décadas, se habían llevado a cabo en todo el mundo antes de que por razones estrictamente políticas acabasen proscribiendo esa rama de la ciencia. Lo que más inspirador me resultó del libro de Stan fue su afirmación de que «los psiquedélicos acabarían convirtiéndose, para el estudio de la mente, en lo que el telescopio había significado para la astronomía y el microscopio para la biología». La cartografía del inconsciente esbozada por Stan constituye una obra de erudición magistral que le coloca al mismo nivel que Freud, Jung y otros pioneros revolucionarios en diferentes ramas del saber.
Stan utilizó la lente de la ciencia para investigar racionalmente dimensiones de la experiencia humana profunda que suelen adscribirse al ámbito de la religión. Sus conocimientos sobre ciencia, medicina, cultura, religión, mitología, arte y simbolismo le permitieron utilizar su experiencia como acompañante de muchos miles de abordajes terapéuticos con LSD para esbozar un nuevo mapa del inconsciente humano. Despojado de todo tipo de dogmas y con estricta fidelidad al método científico, Stan ha iluminado aspectos fundamentales de la experiencia humana como la experiencia de unidad mística, es decir, la sensación de estar en conexión profunda con algo superior que nos trasciende.
Siendo un joven de dieciocho años interesado en la política que se oponía a la guerra de Vietnam e indirectamente traumatizado tanto por el Holocausto como por la amenaza de una guerra nuclear devastadora del alcance global, la lectura de ese libro no solo me proporcionó una nueva visión sobre la realidad y validez de la experiencia mística unitiva, sino que también me insufló nuevas esperanzas. Entonces empecé a contemplar la posibilidad de que, si esa experiencia de unidad –cuya esencia consiste en el reconocimiento de nuestra unidad con la vida, la naturaleza y la materia y, en consecuencia, de nuestra humanidad compartida– estuviera al alcance de millones o miles de millones de personas, nuestra empatía y compasión por los demás diluiría las diferencias (de religión, de raza, de nacionalidad, de cultura, de género, de clase, etcétera), que podrían dejar entonces de ser causa de guerra y convertirse en motivo de celebración.
Lo que más me motivó del primer libro de Stan –y lo que más, dicho sea de paso, sigue motivándome de toda su obra– fue la importancia dada a la psicoterapia y la atención prestada a la curación. Pero la verdadera prueba de fuego de sus teorías y de los mapas que esbozó es que pueden ayudarnos a vivir, en este mundo, una vida más plena y amorosa. Pues, con demasiada frecuencia, las ideas espirituales y religiosas se centran más en otro mundo que en este, pero la formación psiquiátrica de Stan le ha llevado a emplear su conocimiento y su experiencia para aliviar el sufrimiento y aumentar la alegría y el amor.
La lectura de la obra de Grof me convenció de las desastrosas consecuencias de la prohibición política de la investigación psiquedélica. También me ayudó a pasar de la incertidumbre a la certeza y de la desesperación a la esperanza hasta el punto de decidirme a profundizar en mi propia psicoterapia psiquedélica y dedicarme a la investigación y la terapia psiquedélica.
Mi vida es una de las muchas que se han visto profundamente afectadas por la obra de Stanislav Grof. La Asociación Multidisciplinaria de Estudios Psiquedélicos [conocida con las siglas MAPS, acrónimo de Multidisciplinary Association for Psychedelic Studies] –la organización sin ánimo de lucro que fundé en 1986– se enorgullece hoy de publicar The Way of the Psychonaut: An Encyclopedia for Inner Journeys que quizás sea su último libro (aunque esperemos que no). En esta nueva entrega, Grof resume, cuarenta y cuatro años después de la publicación de su primer libro, el trabajo de toda su vida y sigue inspirando a las nuevas generaciones a continuar el viaje de exploración y curación que hace cuatro décadas contribuyó a poner en marcha.
Este libro es un regalo de sabiduría y guía para un momento de crisis global, es decir, un momento como el actual que concita simultáneamente peligro y oportunidad. La humanidad se halla inmersa en una carrera entre la catástrofe y la conciencia. The Way of the Psychonaut es una herramienta que puede contribuir muy positivamente a que esa carrera la gane la conciencia.
RICK DOBLIN
Mayo de 2019
El camino del psiconauta
La enciclopedia del viaje interior
Volumen 2
La historia de los intentos de emplear el LSD y otros psiquedélicos como agentes terapéuticos está llena de ensayos y errores. Aunque los psiquedélicos se han utilizado de formas muy diferentes, esos intentos empezaron siendo muy poco exitosos. Un punto de inflexión decisivo en esta historia fue el descubrimiento de que el éxito o el fracaso del experimento terapéutico depende fundamentalmente de un par de factores extrafarmacológicos denominados set y setting entre los que destacan la persona que administra la substancia, la personalidad del sujeto con el que se trabaja, la intención y el propósito del experimento, el entorno físico e interpersonal, y hasta los tránsitos astrológicos individuales y colectivos que están atravesando las personas implicadas.
Gran parte de esta confusión estaba causada por las ideas sustentadas por el viejo paradigma sobre una substancia que entendida y empleada de manera adecuada proporciona alternativas novedosas y revolucionarias a los métodos y estrategias habitualmente empleados por la terapia convencional.
La primera referencia al potencial terapéutico del LSD apareció en un comentario fugaz sin mayor especificación adicional incluido en el histórico artículo de Werner Stoll titulado «LSD-25: A Fantasticum from the Ergot Group» (Stoll, 1947). Un par de años más tarde tuvo lugar el primer experimento terapéutico llevado a cabo por el psiquiatra y psicoterapeuta suizo Gion Condrau que, en su estudio sobre la hipótesis de su uso como antidepresivo, investigó sus efectos ateniéndose al protocolo habitualmente empleado para el tratamiento de la depresión con tintura de opio, es decir, administrando dosis crecientes y luego decrecientes de esa substancia (Condrau, 1949). Por desgracia, los resultados de este experimento resultaron muy decepcionantes, porque Condrau no advirtió alivio alguno en los síntomas sino, muy al contrario, una intensificación temporal, un resultado ciertamente comprensible si tenemos en cuenta que los efectos curativos del empleo homeopático del LSD solo aparecen después de una intensificación provisional de los síntomas.
Igualmente decepcionantes fueron los intentos de determinar los efectos antidepresivos del LSD realizados por otros investigadores siguiendo este mismo enfoque o utilizando dosis medias aisladas. Dos de estos experimentos terapéuticos se originaron en la observación clínica de que los episodios psicóticos agudos responden mejor a la terapia que los de desarrollo lento y que cursan con pocos síntomas. La idea consistía en utilizar el LSD como activador de los síntomas y continuar luego el tratamiento apelando a una «terapia real». En este sentido, Jost y Vicari trataron de utilizar el LSD como activador de los síntomas de los pacientes y recurrir luego al electrochoque (Jost, 1957 y Jost y Vicari, 1958), un intento fallido de uso terapéutico del LSD que, considerado retrospectivamente, nos parece –a quienes hemos tenido experiencias personales con esta substancia– tan espantoso como criminal. Y una estrategia semejante emplearon también Sandison, Spencer y Whitelaw, pero apelando, en este caso, en lugar de al electrochoque, a la administración de torazina (Sandison, Spencer y Whitelaw, 1954).
Otro ejemplo extremo que seguía ateniéndose al espíritu del viejo paradigma fue su empleo como terapia de choque –en el mismo sentido que la terapia electroconvulsiva o el coma insulínico– administrado en «dosis masiva» sin preparación ni acompañamiento psicoterapéutico alguno. El peor de todos estos experimentos fue, no obstante, el llevado a cabo en 1968 por el psiquiatra canadiense Elliot Barker, director clínico y supervisor adjunto de un hospital de máxima seguridad para «enfermos mentales peligrosos» de Ontario. Este experimento consistió en encerrar a delincuentes reincidentes desnudos en una habitación durante once días y administrarles una dosis muy elevada de LSD (hasta 2.000 µg) combinada con antiepilépticos. Y no solo estaban obligados a alimentarse sorbiendo la comida a través de pajitas dispuestas en la pared, sino que también se les animaba a expresar a gritos sus más violentas fantasías (Barker, 1968). No es de extrañar que, después de esa «terapia», la tasa de reincidencia experimentase un considerable aumento. Barker se vio finalmente destituido de su cargo, pero no a causa de ese experimento, sino en respuesta a una rebelión en su contra de los internos. Y también hay que decir que nada tuvo que ver, en su cese, el aumento de la reincidencia de quienes participaron en el experimento, porque ese fue un dato obtenido en un seguimiento realizado en fecha posterior.
Uno de los programas que había comenzado como terapia de choque acabó convirtiéndose en una modalidad de terapia llamada «psiquedélica» utilizada por muchos terapeutas estadounidenses y canadienses. Esta terapia consistía en unas pocas sesiones con dosis elevadas de psiquedélicos que tenían la intención de provocar una experiencia trascendental. Los terapeutas europeos, por su parte, se inclinaron por un enfoque distinto, llamado «psicolítico» (un término compuesto por el sufijo griego lysis, que significa «disolución» y que se refería a las tensiones y conflictos de la psique), que y consistía en una larga serie de sesiones psiquedélicas con dosis bajas o medias y se hallaba muy influido por el psicoanálisis freudiano.
Los acontecimientos que acabaron desembocando en la auténtica terapia psiquedélica reflejan una historia fascinante. En 1959, Ditman y Whittlesey publicaron un artículo en la revista Archives of General Psychiatry en el que subrayaban varias similitudes superficiales que existían entre la experiencia del LSD y el delirium tremens (Ditman y Whittlesey, 1959). En un viaje nocturno en avión que hicieron juntos, los psiquiatras Abram Hoffer y Humphrey Osmond hablaron de ese artículo y, en un estado hipnagógico, se les ocurrió la idea –basada en la observación clínica de que la experiencia del delirium tremens es tan terrible que suele suponer un punto de inflexión en la vida del alcohólico, que suele disuadirle de seguir bebiendo– de tratar el alcoholismo empleando el LSD.
Inspirados por esa conversación, Hoffer y Osmond pusieron en marcha en su hospital de Saskatoon (Saskatchewan) un programa que utilizaba el LSD con la intención de provocar en pacientes alcohólicos un «mal viaje» que imitara el delirium tremens. Pero la cosa se puso más interesante con la aparición en escena del legendario Al Hubbard, el personaje más misterioso de la historia de la psiquedelia cuya biografía bien podría servir de guion para una película de acción de Hollywood.
En 1919, cuando aún no había cumplido los veinte años, Hubbard inventó –supuestamente guiado por fuerzas de otro mundo– el «transformador de energía Hubbard», una batería cuyo funcionamiento quedaba lejos de las explicaciones de la ciencia de la época y que, según decía, extraía directamente la energía necesaria para su funcionamiento de un mineral radiactivo. Según el Seattle Post-Intelligencer, el invento de Hubbard, encerrado en una pequeña caja de unos 30 × 36 cm, habría servido para mover durante tres días seguidos una embarcación del tamaño de un transbordador por el Portico Bay de Seattle, un invento que patentó y del que acabó desprendiéndose vendiendo por 75.000 dólares a la Radium Corporation de Pittsburg la mitad de sus derechos. La lista de intereses y actividades de Hubbard es extraordinaria y va desde los Servicios Especiales de Canadá hasta el Departamento de Justicia de los Estados Unidos; la Oficina de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos de los Estados Unidos; la Oficina de Servicios Estratégicos y, presumiblemente, también la CIA.
Durante la época de la prohibición, Hubbard trabajó en Seattle como conductor de un taxi desde el que, equipado con un sofisticado sistema de comunicación entre el barco y la costa que llevaba escondido en el maletero, ayudaba a los traficantes de ron a esquivar los guardacostas y atravesar sin problemas la frontera entre Canadá y Estados Unidos. Por ello fue proclamado «rey del contrabando del noroeste», aunque el FBI acabó atrapándole y encarcelándole durante dieciocho meses. También trabajó un breve período como conserje en el Instituto de Investigación de Stanford (California) y, a comienzos de los cuarenta, hizo realidad su mayor ambición, ser millonario, de modo que, en 1950, era director científico de la Uranium Corporation de Vancouver, poseía su propia flota de aviones, un yate de 30 metros y la isla Dayman en la bahía de Vancouver.
Debido a su título de capitán de navío y al tiempo que pasó trabajando en el Instituto de la Marina Mercante de los Estados Unidos se le conocía con el apodo de «capitán Hubbard». También se le llamó «el Johnny Appleseed del LSD» porque se calcula que administró LSD a unas 6.000 personas, entre los cuales había científicos, políticos, diplomáticos, figuras destacadas de la Iglesia y funcionarios del servicio de inteligencia. Según se dice, era capaz de sujetar cables desnudos conectados a 120 voltios; y cuando sus amigos, animados por él a imitarle, recibían una descarga, les recomendaba: «No tienes que luchar contra la electricidad, debes fluir con ella». También aparecía y desaparecía en diferentes lugares llevando siempre consigo un pequeño maletín negro, lo que alimentaba la fama de que era capaz de bilocarse.
En 1953 invitó a Humphrey Osmond a comer en el Royal Vancouver Yacht Club, una comida durante la cual criticó duramente la estrategia seguida por Osmond y Hoffer de usar el LSD para el tratamiento de alcohólicos e insistió en la necesidad de hacer exactamente lo contrario. Lo que, en su opinión, se necesitaba para experimentar una verdadera transformación no era tanto provocar un «mal viaje», sino proporcionar una auténtica experiencia trascendental. Y, para ello, recomendaba celebrar las sesiones en un entorno hermoso, adornado con flores, símbolos universales y música espiritual. Los resultados obtenidos por Hoffer y Osmond siguiendo sus consejos mejoraron considerablemente (Hoffer, 1970). Esta fue la estrategia que acabó convirtiéndose en norma para el tratamiento de alcohólicos y adictos con LSD en Canadá y Estados Unidos con el nombre algo tautológico de «terapia psiquedélica».
Abram Hoffer, psiquiatra canadiense pionero en el tratamiento psiquedélico, conocido por su hipótesis de la influencia del adrenocromo en la esquizofrenia.
Humphry Osmond (1917-2004), psiquiatra británico-estadounidense que acuñó el término «psiquedélico».
Al Hubbard (1901-1982), figura misteriosa y legendaria en la historia de los psiquedélicos, conocido como el «Johnny Appleseed del LSD», que introdujo a cerca de 6.000 personas en el uso del LSD.
A mediados de los años 60, la empresa farmacéutica checoslovaca Spofa, única productora, además de la suiza Sandoz, de LSD químicamente puro, me envió a entrevistar a Al Hubbard, que había ido a Praga a comprar 2 g de LSD para el Hollywood Hospital de Vancouver, con la intención de determinar si era conocido en los círculos científicos. El hecho de que hubiese colaborado en un artículo titulado «The Psychedelic Experience» junto a Myron Stolaroff y Willis Harman resultó, para las autoridades checas, evidencia suficiente de su seriedad (Stolaroff, Harman y Hubbard, 1964). También hay que señalar que su compra de 2 g de LSD checo fue una auténtica ganga porque, en aquella época, la ampolla de 100 µg costaba 10 céntimos de dólar.
Durante nuestra conversación, Al abrió su maletín negro y me mostró documentos firmados por los gobiernos de los Estados Unidos y Canadá autorizándole a transportar cualquier substancia a través de la fronteras entre ambos países. También tuve entonces la oportunidad de formularle una pregunta a la que, desde el momento en que me enteré de los consejos que había dado a Osmond y Hoffer sobre el modo de empleo más adecuado del LSD, no dejaba de dar vueltas. ¿Cómo había obtenido esa información? La respuesta de Hubbard resultó fascinante porque me dijo que, diez años antes de que Albert Hofmann descubriese los efectos psiquedélicos del LSD, había recibido la visita de un ser angélico arquetípico que le informó de que en Suiza se descubriría una substancia única y le explicó también la forma de empleo más adecuada.
Durante una visita a Palo Alto (California) que hice en el verano de 1967, el pionero psiquedélico Myron Stolaroff me invitó a acompañarle en un viaje en su avión Cessna de cuatro plazas para visitar a su amigo íntimo Al Hubbard. Sobrevolamos la cordillera de Sierra Nevada y le visitamos en su refugio rocoso de Onion Valley. Una tarde, los tres hicimos una excursión por las montañas durante la cual Myron no dejó de contarme historias fantásticas sobre la vida y hazañas de Al, llegando a decir, en un determinado momento, para mi sorpresa, que le consideraba un ser espiritual que estaba a la altura de Jesucristo.
Myron Stolaroff (1920-2013), pionero de los psiquedélicos que investigó los efectos del LSD y la mescalina sobre la creatividad.
La conclusión general de los primeros experimentos terapéuticos realizados con LSD fue que esa substancia no es, en sí misma, un agente quimioterapéutico porque, para ser eficaz, debe administrarse en un entorno especialmente estructurado y combinado con la psicoterapia. Pero, aun en este caso, la historia de ensayos y errores continuó, porque su administración en pequeñas dosis como complemento de la psicoterapia durante una serie de sesiones no pareció mejorar significativamente la eficacia del proceso terapéutico. Muy al contrario, prolongaba las sesiones y llegaba incluso, en ocasiones, a intensificar los síntomas. Lo más adecuado, en suma, pareció ser invertir el énfasis aumentando la dosis y empleando la psicoterapia para facilitar el procesamiento e integración de la experiencia.
Otro intento fallido fue la terapia hipnodélica, un procedimiento desarrollado por Levine y Ludwig destinado al tratamiento de alcohólicos y drogadictos mediante la administración combinada de LSD e hipnosis (Levine y Ludwig, 1967). Los pacientes eran entrenados para servir como sujetos hipnóticos y se aprovechaba el período de latencia del efecto psiquedélico para la inducción de la hipnosis. La idea era que, en el momento en que comenzara el efecto de la substancia, los pacientes se hallasen sumidos en un trance hipnótico. A continuación, podía utilizarse la sugestión para animarlos a entregarse a la experiencia, dejarse llevar, superar el miedo y dirigir su atención hacia determinados aspectos de su biografía. Pero se trataba de un procedimiento complejo que requería mucho tiempo y exigía un entrenamiento en hipnosis tanto de los sujetos como de los experimentadores y que tampoco obtuvo los efectos favorables deseados.
Un intento ambicioso, aunque pobremente concebido, de poner a prueba los resultados de la terapia hipnodélica arrojó resultados muy poco alentadores. Los autores asignaron a 176 pacientes a uno de los cuatro grupos siguientes:
Terapia psiquedélica con LSDTerapia hipnodélica Administración de dosis medias de LSD Ninguna terapia concreta (comunidad terapéutica)Además, a la mitad de los integrantes de cada grupo se les administró también, finalizada la terapia, Antabuse [un fármaco de nombre genérico disulfiram empleado para el tratamiento del alcoholismo crónico]. Los resultados de este experimento no evidenciaron diferencia significativa alguna entre los grupos y la tasa de remisión global fue extraordinariamente baja. Durante un seguimiento que tuvo lugar a los 6 meses, entre el 70 % y el 80 % de los pacientes habían vuelto a beber, una tasa que, en otro seguimiento realizado al cabo de un año, había ascendido y se hallaba entre el 80 % y el 90 % (Ludwig, Levine y Stark, 1970). También hay que decir que la mayoría de los terapeutas que participaron en este estudio eran residentes desmotivados e inadecuadamente adiestrados en las distintas modalidades de tratamiento empleadas. Los lectores interesados en una crítica incisiva de este estudio realizada por Charles Savage pueden encontrarla en mi libro LSD Psychotherapy (Grof, 2001).
Asimismo hubo algún que otro intento inspirado en los primeros trabajos de Sigmund Freud y Joseph Breuer de explorar el papel del LSD como agente abreactivo (Freud y Breuer, 1936) que finalmente no encontró aceptación como forma especializada de terapia con LSD (Robinson, 1963). Aunque la abreacción había sido muy popular durante la Segunda Guerra Mundial para el tratamiento de las neurosis de guerra traumáticas, mostró ser ineficaz en el tratamiento de las psiconeurosis (Fenichel, 1945). El LSD puso de nuevo a la abreacción en el campo de la terapia como importante mecanismo terapéutico, pero no como objetivo principal ni como modalidad concreta de tratamiento.
Las psicoanalistas londinenses Joyce Martin y Pauline McCririck diseñaron un procedimiento muy interesante, denominado «terapia de fusión», destinado al tratamiento de pacientes que, durante su infancia, habían sufrido abandono y privación emocional. El procedimiento consistía en administrar dosis medias de LSD a sus clientes y acostarlos luego en un sofá cubiertos con una manta en una habitación semioscura. A continuación, se acostaban junto a sus clientes y los abrazaban como una buena madre haría con su hijo.
La conferencia y el vídeo con los que Pauline y Joyce presentaron su trabajo en el congreso sobre psicoterapia y LSD celebrado en 1965 en Amityville polarizó a la audiencia. Hubo quienes consideraron la terapia de fusión como un abordaje muy razonable para el tratamiento de un problema clínico grave que quedaba fuera del alcance de la terapia verbal, mientras que otros subrayaban la peligrosa incidencia que un contacto tan estrecho podría provocar en la relación transferencial/contratransferencial entre terapeuta y cliente. Sea como fuere, la terapia de fusión no acabó de convertirse en tendencia y siguió siendo un experimento cuya eficacia dependía mucho de las extraordinarias personalidades de sus creadoras, y el grueso de los terapeutas, sobre todo los varones, no se sentían cómodos aventurándose a emplear esta nueva y arriesgada estrategia detrás de la puerta cerrada de sus consultas.
Yo tuve la oportunidad de pasar una semana en Londres con Pauline y Joyce en su clínica de Welbeck Street y de participar en dos sesiones de terapia de fusión con Pauline, una en Londres y la otra en Ámsterdam. Mi propia experiencia y las entrevistas con sus pacientes me convencieron de que se trataba de una forma muy eficaz de sanar el trauma provocado por la privación anaclítica, a la que yo llamo «trauma por omisión». También introduje la terapia de fusión en nuestro trabajo con psiquedélicos y en los talleres y en la formación en trabajo respiratorio y la encontré muy interesante y útil. En el capítulo titulado «The Dying Queen» de mi libro When the Impossible Happens (Grof, 2006) describo mis experiencias y aventuras con Pauline al respecto.
Tampoco tuvieron éxito los primeros intentos de emplear el LSD en la terapia de grupo. Las pequeñas dosis administradas a los pacientes tratados con el análisis transaccional de Eric Berne no parecieron mejorar mucho la dinámica grupal y, al aumentar las dosis, los pacientes tendían a perder el interés en el trabajo centrado en el grupo y a centrarse en su propia experiencia. Finalmente, la terapia de grupo con psiquedélicos se bifurcó en dos direcciones diferentes:
1. La terapia psiquedélica agregada, en la que se administra una substancia psiquedélica a un gran número de personas, pero sin hacer el menor esfuerzo para trabajar, durante la sesión, con el grupo en su conjunto. Si tenemos en cuenta la gran diferencia de ratio entre el número de terapeutas o facilitadores y el número de participantes que requieren los enfoques individual y grupal, resulta evidente que la principal ventaja de este abordaje es la económica. Este enfoque resulta especialmente útil en grupos compuestos por personas experimentadas que no necesitan mucha ayuda, son capaces de tolerar el ruido que hacen los demás y no tienen problemas para integrar su experiencia. En estas circunstancias, los equipos de dos facilitadores cualificados llegan a trabajar sin problema con grupos de hasta catorce o dieciséis personas, sobre todo si esos grupos se han reunido varias veces y los participantes han establecido la adecuada confianza. La eficacia de este abordaje aumenta si se complementa, después de la sesión, con un trabajo grupal que permita compartir y procesar en grupo la experiencia.
Un ejemplo extremo de terapia psiquedélica agregada fue la psicosíntesis (que no debe confundirse con el sistema psicoespiritual del mismo nombre creado por el psicoterapeuta italiano Roberto Assagioli), un maratoniano proceso de psicoterapia de grupo desarrollado por el psiquiatra mexicano Salvador Roquet. Bajo la dirección de Salvador, grandes grupos de personas (hasta treinta) se reunían en sesiones nocturnas (llamadas convivencias). Los participantes eran cuidadosamente elegidos con la intención explícita de formar grupos lo más heterogéneos posible (en cuanto a género, edad, cuadro clínico, duración del tratamiento previo y substancia psiquedélica administrada) (Roquet, 1971).
Algunos de los clientes recibían plantas medicinales, como una variedad de hongos que contienen psilocibina, peyote y Datura ceratocaulum, mientras que a otros se les administraron substancias psiquedélicas como el LSD y la ketamina. El propósito del proceso de selección era el de contar con un amplio abanico, tanto de experiencias como de personas, para favorecer la proyección y el desempeño de roles imaginarios (figuras paternas, sustitutos de hermanos y objetos sexuales). Durante las sesiones, Salvador sometía a los participantes a una sobrecarga sensorial combinando imágenes inquietantes y emocionalmente evocadoras con otras de la Alemania nazi y aun otras de naturaleza sexual, agresiva y sadomasoquista.
El objetivo de Salvador –una personalidad excéntrica y muy controvertida entre sus colegas– era el de facilitar las experiencias de muerte y renacimiento del ego. En este sentido invitó a un grupo de psiquiatras y psicólogos mexicanos a una fiesta en la que, sin advertirlo, sirvió bocadillos condimentados con hongos psiquedélicos. Su estrategia terapéutica estaba estrechamente ligada a su personalidad y ha quedado como una curiosidad en la historia de la psiquedelia.
Pero el hecho de alentar la proyección y de emplear estímulos externos con la intención de provocar un determinado tipo de experiencia no solo aleja la atención de los sujetos de la introspección, sino que también obstaculiza el desempeño de la inteligencia autocurativa espontánea de la psique. Porque hay que señalar que el inconsciente posee la capacidad de seguir la trayectoria natural del proceso curativo y dirigir al sujeto hasta los rincones más oscuros de su inconsciente, incluyendo la experiencia de aniquilación, muerte y renacimiento. Sin embargo, el intento de inducir un «mal viaje» y de provocar una desintegración tiene un efecto netamente negativo que puede disuadir a los pacientes de seguir con la terapia. Esta estrategia también puede interferir con el desarrollo de una sesión que, de otro modo, conduciría a la persona hasta una experiencia mística profundamente extática y sanadora (es decir, una experiencia transpersonal más «neptuniana» que «plutoniana»).
En 1974, Roquet fue acusado de tráfico de drogas y de delitos contra la salud de sus pacientes, cargos que se retiraron el 10 de abril de 1975, después de que un juicio ante el Tribunal Supremo le declarase inocente. También pasó nueve meses en el tristemente célebre Palacio de Lecumberri, la penitenciaría de Ciudad de México de la que casi nadie ha logrado escapar.
2. Rituales psiquedélicos. El segundo tipo de tratamiento grupal con substancias psiquedélicas es mediante un ritual, el modo habitualmente utilizado por muchas culturas nativas, como sucede, por ejemplo, con el peyote en el caso de la Iglesia Nativa Americana y los indios huicholes; de los hongos psilocibe en el caso de los mazatecos; de la ayahuasca en el de los ayahuasqueros, los miembros de la religión del Santo Daime y la União do Vegetal de Brasil y de la iboga en el de los nativos de África Central. Estos casos rituales suelen estar estructurados, requerir una vestimenta especial, mantener una determinada postura, atenerse a formas prescritas de conducta, bailes, cánticos grupales, etcétera.
El pionero psiquedélico mexicano Salvador Roquet (1920-1995) y Stanislav Grof en el tercer congreso transpersonal internacional celebrado en Inari (Finlandia).
El antropólogo británico Victor Turner, que dedicó su vida al estudio de los rituales nativos, llegó a la conclusión de que las personas que participan en rituales que implican estados holotrópicos de conciencia suelen desarrollar un fuerte vínculo o una sensación de communitas (Turner, 1969). Si tenemos en cuenta que uno de los rasgos más destacados de la civilización industrial es la alienación, esta modalidad de tratamiento podría resultar muy interesante para nuestra sociedad. Como estamos alienados de nuestro cuerpo, de los demás, de la naturaleza, del universo y de lo divino, los rituales que utilizan psiquedélicos u otras formas de estados holotrópicos podrían contribuir muy positivamente a superar esta alienación. El estado holotrópico de conciencia experimentado por quienes participan en un ritual también libera del entorno cotidiano, diluye la estructura jerárquica de la sociedad –al menos durante el tiempo que dura el ritual– y genera una sensación de igualdad. Asimismo es importante señalar que los rituales de los grupos nativos son antropológicamente muy interesantes y movilizan dinámicas sociales muy profundas. Por desgracia, su orientación fundamentalmente extravertida no suele facilitar la autoexploración profunda.
Durante el curso de la compleja historia que acabamos de describir, el uso del LSD para la autoexploración y la psicoterapia individual siguió dos caminos diferentes, la terapia psicolítica y la terapia psiquedélica:
1. La terapia psicolítica (nombre acuñado por el psiquiatra y psicoterapeuta británico Ronald Sandison), centrada en la liberación de las tensiones y la resolución de los conflictos psicológicos, ha sido utilizada fundamentalmente por terapeutas europeos (Hanscarl Leuner, Wilhelm Arendsen Hein, John Buckman y Thomas M. Ling, Milan Hausner, Juraj y Sonia Styk, Peter Bauman y Peter Gasser, entre otros). Se basa en la teoría psicoanalítica, pero sin atenerse a los principios y restricciones de la praxis freudiana estándar (como la ubicación del terapeuta, la prohibición del acting out, el hecho de no responder a preguntas, el uso estratégico del silencio, evitar el contacto físico, etcétera).
El tratamiento psicolítico consiste en una serie de entre 15 a 100 sesiones con dosis medias de LSD-25 separadas por intervalos de una a dos semanas. El tipo y grado de apoyo proporcionado a los pacientes durante las sesiones variaba. Yo permanecía con mis pacientes durante cinco o seis horas y luego los dejaba al cuidado de supervisores que habían participado en sesiones de entrenamiento con LSD o de otros pacientes que participaban en la investigación y habían tenido experiencias personales con el LSD.
En el otro extremo del espectro se hallaba el método utilizado por Hanscarl Leuner, que solía dejar a sus pacientes solos con un timbre con el que, en el caso de que necesitaran ayuda, podían llamarle. Los demás terapeutas a los que conocí personalmente se hallaban en un punto intermedio entre ambos extremos, ya que pasaban parte de la sesión con los clientes y dejaban luego a los participantes al cuidado de enfermeras o acompañantes.
Muchos de los terapeutas psicolíticos mantenían contacto verbal con los pacientes, esperaban de ellos un resumen de su experiencia, hacían comentarios ocasionales y hasta trataban de ofrecer alguna interpretación. A los pacientes se les permitía permanecer con los ojos abiertos, establecer contacto ocular con el terapeuta y mirar a su alrededor. También se les alentaba a describir lo que veían y las transformaciones que experimentaba su percepción del mundo. También eran muchos los terapeutas que pedían a los pacientes que llevasen a las sesiones fotografías de sus cónyuges, parejas y miembros de su familia de origen para contemplarlas en los últimos estadios de su experiencia.
La estrategia psicolítica tenía sus ventajas y sus inconvenientes. Por una parte, era ideal para la exploración de la dinámica del psiquismo. Esto me permitió explorar secuencialmente, durante la fase inicial de mi investigación, diferentes niveles del inconsciente, algo denominado «quimioarqueología» por uno de mis pacientes, y que otro describió como «pelar la cebolla del inconsciente». También pude estudiar y reconocer la lógica de las ilusiones ópticas que experimentaban mis pacientes y entender por qué me veían a mí y al entorno transformados de un determinado modo en diferentes momentos de la sesión y fases de la terapia.
Yo recopilé literalmente centenares de ejemplos de este proceso que evidenciaban la sobredeterminación de las visiones e ilusiones ópticas que acompañan a la ingesta de LSD e ilustran a la perfección los mecanismos descritos por Freud en su análisis del modo en que operan los sueños, muchos de las cuales recogí y expliqué en mi libro Realms of the Human Unconscious (Grof, 1975). El resultado más interesante y valioso de esta estrategia de investigación probablemente fuese el descubrimiento de que la psique tiene una inteligencia autocurativa que dirige el proceso terapéutico hacia los recuerdos inconscientes más importantes que subyacen a los síntomas. El despliegue gradual de la psique en sesiones sucesivas también me ayudó a esbozar un nuevo mapa de la psique y poner de relieve los principios dinámicos que lo gobiernan (los sistemas COEX, las matrices perinatales básicas [MPB] y las pautas arquetípicas del inconsciente colectivo).
Hanscarl Leuner (1919-1996), psiquiatra alemán pionero de los psiquedélicos, creador de un método psicoterapéutico llamado imaginación afectiva guiada (GAI).
Lamentablemente, el empleo de dosis bajas, el hecho de que los pacientes pasaran gran parte de la sesión con los ojos abiertos y el mantenimiento de un frecuente contacto verbal no era el medio más adecuado para lograr resultados terapéuticos rápidos y positivos. Entonces advertí que el precio que debía pagar por mi curiosidad y las fascinantes observaciones era la ralentización del progreso terapéutico, porque esa estrategia desviaba la atención del proceso de exploración vertical (el método más eficaz para poner de relieve las causas que subyacen a los problemas emocionales) y la orientaba hacia la exploración horizontal. Y, por más intelectualmente interesante que esto resultara para mí y mis pacientes, también fortalecía sus resistencias e impedía que se enfrentaran a cuestiones más profundas y dolorosas.
Cuando me di cuenta de esto, cambié la estrategia aumentando las dosis, empleando antifaz, reduciendo al mínimo el intercambio verbal (lo que facilitaba la interiorización de las sesiones) y empleando música para profundizar la experiencia, una modificación que acercó el enfoque a la «terapia psiquedélica» desarrollada en Canadá de la que anteriormente hemos hablado.
2. La terapia psiquedélica es la otra forma más habitual de llevar a cabo un tratamiento con substancias psiquedélicas. Consiste en un pequeño número de sesiones con grandes dosis de LSD, entre 400 y 600 µg (un enfoque conocido como «una sola dosis abrumadora»). Como acabamos de decir, el uso de antifaces y auriculares facilita la interiorización de la experiencia. Las salas de tratamiento están decoradas con hermosas pinturas y adornadas con flores y, durante las sesiones, se reproduce música espiritual de alta fidelidad (lo que intensifica la experiencia). La supervisión suele estar a cargo de dos facilitadores, preferiblemente un equipo formado por un hombre y una mujer.
La preparación de las sesiones consiste en varias horas de entrevistas sin drogas que tienen como objetivo el establecimiento de un buen vínculo terapéutico, conocer la historia del paciente y sus síntomas y explicar los efectos de la substancia psiquedélica que van a recibir. Después de las sesiones, el terapeuta programa entrevistas sin drogas para hablar de la experiencia y ayudar al paciente a integrarla. Este método ha sido practicado sobre todo por terapeutas canadienses y estadounidenses, entre los cuales cabe destacar a Abram Hoffer, Humphry Osmond, Ross MacLean, Duncan Blewett, Ralph Metzner, Richard Alpert, Timothy Leary, Myron Stolaroff, James Fadiman, Robert Mogar y Willis Harman. También utilizamos esta estrategia en nuestros proyectos en el Centro de Investigación Psiquiátrica de Maryland (MPRC) para el tratamiento de neuróticos, alcohólicos, drogadictos y pacientes con cáncer, así como en las sesiones de formación de terapia con LSD a profesionales de la salud mental (Pahnke et al., 1970 y Grof, 2001).
Los resultados terapéuticos de este enfoque son extraordinarios y, aunque los mecanismos responsables del cambio sigan siendo oscuros, la vida de muchos pacientes puede experimentar cambios espectaculares con muy pocas sesiones (habitualmente entre una y tres). Esta situación se asemeja a los cambios advertidos por David Rosen en los supervivientes de intentos de suicidio desde el Golden Gate y desde el puente de la bahía de San Francisco-Oakland (Rosen, 1975). Y, si tenemos cuenta los resultados de las secuencias del enfoque psicolítico, cabe suponer que el empleo de dosis masivas de terapia psiquedélica puede acelerar e intensificar los mecanismos subyacentes que generan esos cambios y aumentar, en consecuencia, la eficacia de este abordaje.
Los representantes de ambos enfoques expresaron sus críticas al campo contrario. Así pues, mientras que los terapeutas psicolíticos afirmaban que los psiquedélicos eludían cuestiones biográficas importantes e incurrían en una especie de bypass espiritual, estos acusaban a aquellos de ser «excesivamente minuciosos», demorarse innecesariamente en cuestiones biográficas de importancia secundaria y desaprovechar así la extraordinaria posibilidad de acceder a una experiencia psiquedélica cumbre que pudiera ser realmente transformadora.
Veamos ahora, después de este breve repaso histórico a los experimentos terapéuticos realizados con LSD, varios principios básicos que aumentan los beneficios al tiempo que reducen los riesgos potenciales del uso del LSD, muchos de los cuales resultan aplicables también a otros psiquedélicos.
Empezaremos con la microdosificación, una estrategia investigada y recomendada por James Fadiman, que está llevando a cabo un estudio sobre la administración de microdosis de LSD destinado a mejorar el funcionamiento normal (Fadiman, 2017). La microdosificación (conocida también como dosis subperceptual) consiste en tomar una dosis subumbral que, en el caso del LSD, es de entre 10 y 20 µg y cuyo objetivo no pretende provocar un estado de conciencia alterado, sino que se limita a mejorar el funcionamiento cognitivo y ejecutivo normal del sujeto (efecto nootrópico).
Los voluntarios que participan en este estudio (entre los cuales hay una gran variedad de científicos, artistas y estudiantes) se autoadministran el fármaco aproximadamente cada tres días y elaboran luego un resumen de los efectos percibidos en su actividad y en su vida cotidiana. Los informes recogidos al respecto hasta este momento parecen sugerir que, hablando en términos generales, el sujeto experimenta un funcionamiento normal pero con mayor concentración, creatividad y claridad emocional, así como una leve mejora del rendimiento físico. Albert Hofmann estaba al tanto de la microdosificación, a la que calificó como «el área menos investigada de los psiquedélicos».
James Fadiman, pionero psiquedélico especializado en los efectos sobre la creatividad y la administración de una microdosis de LSD.
Siempre que se conozca la calidad y dosis de la substancia que se toma y su reacción a ella, es posible tomar una dosis pequeña (de entre 25 y 75 µg) destinada a mejorar la percepción en entornos naturales que, en la mayoría de los casos, no interfiere con el funcionamiento ordinario (exceptuando, claro está, el caso de la conducción de vehículos). Este es un enfoque que puede intensificar considerablemente la experiencia de ir de excursión, nadar en un río, en un lago o en el océano, y aporta una nueva dimensión a las relaciones sexuales. Compartir esta experiencia con personas afines –escuchando música, disfrutando de una buena comida y hablando de cuestiones filosóficas y espirituales– puede contribuir a la creación de acontecimientos sociales muy especiales.
El modelo de este tipo de fiestas se atiene al establecido por el Club des hashischins (Club de los comedores de hachís), un grupo parisino dedicado a la exploración de experiencias inducidas por drogas, entre cuyos miembros se hallaban personajes de la élite intelectual francesa como Victor Hugo, Alejandro Dumas, Charles Baudelaire, Gérard de Nerval, Eugène Delacroix, Teófilo Gautier y Honorato de Balzac. Pero conviene insistir en que, antes de embarcarnos en el uso recreativo de los psiquedélicos, hay que determinar en privado la respuesta a la substancia psiquedélica elegida. No olvidemos que la respuesta a los psiquedélicos es muy variable y que, en el caso de algunas personas, hasta las dosis moderadas antes mencionadas pueden provocar reacciones inesperadamente intensas.
En el caso de emplear dosis más elevadas –que pueden movilizar niveles más profundos del inconsciente–, las sesiones más productivas y seguras parecen ser las que se interiorizan, lo que implica el menor contacto posible con el mundo exterior, a excepción de la música. Es importante llevar a cabo la experiencia en un lugar aislado en el que la persona no pueda verse molestada por ruidos externos y tenga la posibilidad de expresar todo lo que necesite. También es muy importante, para que la sesión sea segura y curativa, contar con un acompañante, es decir, con una persona que haya tenido experiencia personal con los psiquedélicos y se sienta cómoda con el proceso.
Aunque soy consciente de que muchos lectores toman psiquedélicos en condiciones ajenas a la autoexploración y la búsqueda espiritual, veremos ahora el modo en que llevamos a cabo sesiones con personas que tienen importantes problemas emocionales y solicitan nuestro apoyo terapéutico. Algunas de estas recomendaciones también son útiles para sesiones llevadas a cabo fuera del entorno terapéutico.
Un requisito indispensable para cualquier trabajo con psiquedélicos u otros métodos que impliquen estados holotrópicos de conciencia es un buen chequeo médico. Lo más importante es saber si la persona tiene algún problema cardiovascular, porque es difícil predecir la intensidad de las emociones que provocará la substancia psiquedélica. Una presión arterial muy elevada, arritmias cardíacas, antecedentes de accidentes cerebrovasculares, infartos de miocardio o la presencia de un aneurisma podrían suponer un grave riesgo. Aunque el LSD sea una substancia biológicamente muy segura, el uso de enteógenos de base anfetamínica (como la MDA, la MMDA, la MDMA, etcétera) aumenta de manera considerable el riesgo de provocar un episodio cardiovascular. La dosis debe mantenerse dentro un rango razonable y las personas con antecedentes de problemas cardiovasculares jamás deberían tomar este tipo de substancias. Hay informes de casos mortales por no haber respetado estas precauciones.
Otra consideración que hay que tener en cuenta es el estado físico general de la persona que toma la substancia. Las sesiones pueden resultar emocional y físicamente muy exigentes, sobre todo en el caso de emplear dosis elevadas. Hay que evaluar individualmente las enfermedades debilitadoras, el agotamiento que sigue a una enfermedad, las convalecencias postoperatorias o las lesiones, que pueden estar contraindicadas. En nuestro programa de Maryland de terapia con LSD para pacientes de cáncer terminal solo descartamos a quienes tengan problemas cardiovasculares graves y ninguno de los más de 200 pacientes a los que tratamos murió en la sesión ni experimentó emergencia física alguna. Es cierto, sin embargo, que uno de esos pacientes murió cuatro días después de la sesión, pero se trataba de una persona aquejada de cáncer de piel con metástasis generalizada y un espantoso miedo a la muerte que le llevaba a aferrarse desesperadamente a la vida. Durante esa sesión, tuvo una poderosa experiencia de muerte y renacimiento psicoespiritual que le liberó de este miedo y le ayudó a morir en paz cuatro días más tarde. Después de algunos intentos iniciales, decidimos descartar también a los pacientes con tumores cerebrales, porque sus experiencias parecían inconexas y confusas y tenían dificultades para la integración conceptual de su contenido.
El embarazo, sobre todo avanzado, es otra contraindicación relativa, porque las mujeres que reviven su propio nacimiento suelen experimentar también que dan a luz, lo que implica fuertes contracciones del útero que podrían desencadenar un parto prematuro. También se ha dado el caso de mujeres que, durante una sesión que combinaba parto y nacimiento, empezaron a menstruar en mitad del ciclo. He trabajado con respiración holotrópica con muchas mujeres embarazadas con la condición previa de que, apenas el proceso asumiera la forma de nacimiento/parto, interrumpirían la experiencia, pero, como esta condición es imposible de cumplir con la terapia psiquedélica, parece más prudente no trabajar con mujeres embarazadas. Sin embargo, el período posparto es un momento excelente para las sesiones psiquedélicas, porque el embarazo y el parto estimulan y facilitan el acceso a los recuerdos perinatales.
Hay casos en los que la adecuada conclusión de la sesión requiere de un trabajo corporal, pero, en otras ocasiones, es prudente limitar o modificar la intervención física (como sucede, por ejemplo, después de una fractura, una operación, o en los casos de prolapso de disco vertebral, latigazo cervical, osteoporosis, hernia diafragmática o umbilical, colostomía, etcétera). Tampoco es posible liberar, por razones obvias, mediante un trabajo corporal directo los bloqueos o dolores próximos a la región genital, aunque es posible llegar a ellos trabajando indirectamente con las piernas del modo descrito en el capítulo dedicado a la respiración holotrópica (pág. 363 y ss., volumen 1).
Otra consideración que hay que tener en cuenta es el estado emocional de la persona que acude a una sesión psiquedélica o de respiración holotrópica. Si la persona tiene un historial –en especial, un historial largo– de hospitalización psiquiátrica, es necesario averiguar la naturaleza de este trastorno, qué forma adoptó y qué circunstancias lo provocaron; una evaluación que debe ser realizada por una persona tan familiarizada con la psiquiatría tradicional como con la psicología transpersonal. No olvidemos que ha habido casos en los que los problemas diagnosticados como un episodio psicótico resultaron ser emergencias espirituales mal diagnosticadas. En este último caso, no hay razón alguna para impedir a esa persona el acceso a un taller de respiración holotrópica o de terapia psiquedélica y, hablando en términos generales, no hemos tropezado, en este sentido, con ningún problema especial.
Lo ideal es que terapeutas y acompañantes estén al tanto de la historia de la persona a la que van a acompañar, es decir, que conozcan la naturaleza de su vida prenatal y de su nacimiento (en el caso de que se disponga de tal información), la calidad de los cuidados que recibió durante su infancia y su niñez, los principales acontecimientos de su vida, los traumas que recuerda y los conflictos de los que es consciente. También resulta muy útil averiguar si existen pautas repetitivas en su vida en lo que respecta a las relaciones con determinadas categorías de personas, como autoridades, compañeros, hombres o mujeres (sistemas COEX interpersonales), porque esas pautas tienden a activarse y reproducirse durante las sesiones y pueden generar problemas.
Un aspecto muy importante de la entrevista previa a la sesión es el establecimiento de una buena relación que aliente la confianza. Si el candidato desconoce los efectos de la substancia que va a tomar y la naturaleza de la experiencia, debemos informarle brevemente al respecto. Y con ello queremos decir que la persona debe conocer la duración de la sesión, la necesidad de mantener la sesión interiorizada, acordar el modo de comunicarnos y los principales tipos de experiencia con los que podría encontrarse. Aunque la información intelectual de las experiencias perinatales y transpersonales no llega a transmitir adecuadamente su poder y su impacto es muy importante y útil conocer su existencia y la forma que adoptan.
También debemos corregir la visión errónea sostenida por la civilización occidental y la psiquiatría dominante sobre lo que es normal y lo que es una «locura». La gente debe saber que, durante un estado holotrópico, es posible revivir el nacimiento o episodios de la vida prenatal, tener recuerdos ancestrales, filogenéticos o de vidas pasadas, visitar reinos arquetípicos o encontrarse con seres arquetípicos. Este tipo de experiencias puede ampliar nuestra visión del mundo y convertirse en un elemento importante en el proceso de transformación interior y de apertura espiritual.
Un elemento de capital importancia en los viajes psiconáuticos con psiquedélicos es la naturaleza, calidad y dosificación de la substancia que estemos utilizando. En las circunstancias actuales, a menos que dispongamos de una fuente fiable de substancias químicas puras, la mejor opción sería el empleo de plantas naturales. Hay lugares en los que el cultivo de marihuana, setas psilocibe, peyote o ayahuasca está permitido para consumo propio. Las secreciones de la parótida y de la piel del sapo Bufo alvarius pueden obtenerse de curanderos experimentados y honestos, pero las substancias compradas en la calle o en el mercado negro pueden resultar peligrosas, porque nunca podremos estar seguros de la naturaleza, calidad y dosis de la substancia.
Los resultados de un análisis de muestras callejeras de LSD llevado a cabo por Stanley Krippner durante la década de 1970 puso de relieve la presencia de dieciocho substancias contaminantes diferentes (entre las cuales había anfetaminas, polvo de ángel, pequeñas cantidades de estricnina y hasta orina). Por desgracia, mientras no se despenalicen los psiquedélicos y sea posible acceder a ellos en forma químicamente pura, los psiconautas seguirán, en este sentido, sumidos en la incertidumbre. Pues, pese al actual renacimiento del interés por los psiquedélicos, solo podrán acceder a una sesión psiquedélica legal quienes encajen en alguna de las categorías de investigación permitidas (como pacientes con cáncer, TEPT, migrañas, estados de ansiedad, etcétera).
A menos que nuestra intención sea la de probar o comparar el efecto de diferentes dosis, o así lo exija nuestro diseño de investigación, es preferible utilizar dosis más elevadas de LSD (entre 250 y 500 µg), aunque ello pueda implicar una gestión algo más exigente de las sesiones porque los resultados son más rápidos y mejores y la administración es también más segura. Las dosis más bajas tienden a activar los síntomas, pero, al no impedir la aparición de los mecanismos de defensa, no siempre llegan a una buena conclusión, mientras que las dosis más elevadas, por su parte, suelen tener una resolución más limpia.
Cuando la experiencia se mueve dentro del rango de dosis elevada es importante mantener la sesión interiorizada porque, de ese modo, es más fácil ver y entender lo que emerge del inconsciente y saber a qué estamos enfrentándonos. Mantener los ojos abiertos e interactuar con el entorno durante las sesiones de dosis elevadas de LSD no solo es peligroso, sino también improductivo porque, al mezclar lo interno y lo externo, confunde y obstaculiza la autoexploración.
He conocido a personas que han tomado LSD centenares de veces sin darse cuenta de que la experiencia tenía que ver con su propio inconsciente. Para ellos, era como asistir a una película llena de imágenes y colores extraños, en donde todo se movía, el entorno y las caras de la gente se hallaban extrañamente distorsionados y se veían desbordados por unas intensas e incomprensibles oleadas de emoción. Esta forma de usar el LSD no solo es peligrosa porque obstaculiza la resolución de la experiencia, sino que también puede provocar reacciones y flashbacks prolongados y cosas aún peores. Una psiconáutica segura nos obliga a prestar mucha atención al material inconsciente en la medida en que emerge, experimentar por completo las emociones que afloran y procesar adecuadamente su contenido.
La situación ideal para llevar a cabo las sesiones terapéuticas es un entorno protegido que permita al cliente hacer ruidos en el caso de que sea necesario y que cuente con la presencia de una pareja de facilitadores o acompañantes (preferiblemente hombre y mujer). Mantenemos la experiencia interiorizada mediante el uso de antifaces y, a menos que el cliente la inicie o necesite, procuramos reducir al mínimo la interacción verbal y las intervenciones. Y, si la persona interrumpe la experiencia y abre los ojos, procuramos persuadirla amablemente para que regrese a la introspección.
El empleo de música durante la sesión puede ayudar al cliente a permanecer en el flujo de la experiencia y superar los bloqueos que puedan presentarse y activar y facilitar también la emergencia de emociones profundas. La selección de la música y su empleo deben atenerse a los principios mencionados en el capítulo que hemos destinado a la respiración holotrópica. El principio general no consiste tanto en programar la experiencia de tal o cual modo, sino en dejarnos guiar por lo que vaya aflorando durante el desarrollo de la sesión. Para ello conviene prestar mucha atención a los indicios proporcionados por la expresión facial, los ocasionales comentarios verbales, el lenguaje corporal (como el movimiento sensual de la pelvis, los puños y las mandíbulas cerradas, una posición relajada y una sonrisa beatífica), pronunciar el nombre del país en el que se desarrolla la experiencia, etcétera.
La música también se atiene al curso o trayectoria general de la sesión de LSD aumentando gradualmente su intensidad, alcanzando el clímax en torno a las tres horas, tornándose luego más emocional, reconfortante y femenina y asumiendo, al acercarse el final, un tono más atemporal, fluido, meditativo y tranquilo. Conviene evitar las piezas musicales muy conocidas que inclinen la experiencia en un determinado sentido, así como las interpretaciones vocales en idiomas conocidos por el cliente y, si empleamos grabaciones de voces humanas, deben percibirse como meros sonidos que no lleguen a transmitir ningún mensaje verbal concreto.
A eso de las cinco horas de haber comenzado la sesión es útil hacer una pausa y solicitar al cliente un breve informe verbal acerca de su experiencia. También puede ser un buen momento para salir al exterior. Lo ideal sería celebrar las sesiones psiquedélicas en un entorno hermoso en las montañas, cerca de un parque, una pradera, un bosque, un río, un lago o el océano. Durante la fase de conclusión de una sesión psiquedélica, tomar una ducha o un baño de agua caliente o nadar puede ser una experiencia extática y sanadora.
Esta fase puede facilitar la regresión a un estado prenatal o llegar a experimentar el inicio de la vida en el océano primigenio. También es posible, dependiendo del lugar y la hora, llevar al cliente a un lugar desde el que pueda contemplar la puesta de sol, la luna o el firmamento nocturno; si no tenemos la ocasión de contar con ninguno de esos entornos, tratamos de buscar un lugar lo más natural posible. Las experiencias psiquedélicas tienden a conectarnos con la naturaleza y a revelarnos la profunda conexión que nos une y en la que todos estamos inmersos, así como lo mucho que la civilización industrial nos ha alienado de este tipo de experiencias.
Si la sesión no concluye adecuadamente es necesario apelar al trabajo corporal para liberar cualquier resto de tensión, bloqueo físico o emoción residual, algo que pocos terapeutas psiquedélicos aprovechan bien. Los principios que hay que aplicar en este caso son los mismos que hemos descrito en el capítulo sobre la respiración holotrópica (pág. 363 y ss., volumen 1) sin atenernos, para ello, a ninguna técnica preconcebida, sino dejándonos llevar por la inteligencia curativa de la psique del cliente, buscando el mejor modo de acentuar los síntomas existentes y alentando a la persona a expresar plenamente lo que vaya presentándose.
En nuestros programas terapéuticos y de formación en el Centro de Investigación Psiquiátrica de Maryland organizábamos reuniones familiares durante las últimas horas de las sesiones psiquedélicas a las que los pacientes invitaban a parejas, cónyuges, familiares o amigos de su elección. También pedíamos comida a un restaurante chino o japonés cercano, lo que nos permitía degustar sabores, texturas y colores interesantes y compartir una cena escuchando música tranquila. En ese momento, los clientes todavía se hallan en un estado holotrópico de conciencia que puede mejorar considerablemente la calidad de la percepción sensorial. Al dirigir esta «apertura de las puertas de la percepción» –por utilizar la expresión de Aldous Huxley– hacia los objetos y actividades de la vida cotidiana, aprendían nuevas formas de experimentar la naturaleza, contemplar una puesta de sol, degustar la comida, escuchar música y relacionarse con los demás.
Pese a su complicada historia, la psicoterapia asistida por psiquedélicos ha demostrado ser muy útil para el tratamiento de fobias, depresiones, trastornos psicosomáticos y dolor físico. El uso del LSD como catalizador ha permitido ampliar el rango de aplicabilidad de la psicoterapia a grupos de pacientes anteriormente inaccesibles (como alcohólicos, drogadictos, desviados sexuales y delincuentes reincidentes). Es de esperar que el extraordinario renacimiento actual del interés por los psiquedélicos nos permita acceder a experiencias clínicas que han permanecido dormidas durante cuarenta años, evite los errores del pasado y posibilite un nuevo comienzo. No me cabe duda de que las nuevas investigaciones realizadas al respecto confirmarán que los psiquedélicos son agentes terapéuticos únicos de un tipo totalmente nuevo cuyo alcance carece de parangón en la historia de la psiquiatría.