El eclipse de la atención - Amador Fernández-Savater - E-Book

El eclipse de la atención E-Book

Amador Fernández-Savater

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Disminución de la capacidad de concentración, trastornos de hiperactividad en la infancia, percepción generalizada de un tiempo que se acelera, infoxicación, relaciones ansiosas con las nuevas tecnologías, abuso de psicofármacos y recurso a todo tipo de terapias para aprender a vivir aquí y ahora. «Nunca estamos en lo que estamos». ¿Qué está pasando? ¿De qué nos hablan estos desórdenes de la atención? En todas las situaciones de la vida cotidiana existe una batalla por entrar en nuestras cabezas y controlar nuestros cuerpos. Sin embargo, existe también la capacidad de vivir de otra manera: recuperando nuestra presencia en el mundo, rehabilitando los cuidados como forma de vida y desafiando el dominio de lo automático en todos los ámbitos. Los autores y autoras reunidos en este libro intervienen en esta batalla analizando críticamente las formas de explotación de la atención y tomando partido por las fuerzas capaces de revitalizarla, renovarla y reactivarla.

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El eclipse de la atención

© Amador Fernández-Savater y Oier Etxeberria (coords.)

«Prestar atención» en Otra ciencia es posible de Isabelle Stengers (Ned Ediciones, 2019). Traducción de Víctor Goldstein.

Título original en francés: Une autre science est possible

© Éditions La Découverte, París, 2017

© Simone Weil, «Reflexiones sobre el buen uso de los estudios escolares como medio de cultivar el amor a Dios», trad. de María Tabuyo y Agustín López, en A la espera de Dios, Trotta, Madrid, 5.ª ed., 2009.

Montaje de cubierta: Juan Pablo Venditti

Sensorama. Bioestación pública para el refinamiento sensorial íntimo y la recapacitación comunicativa. © Coco Moya y Rafael SM Paniagua, 2020.

Lalana Dibujo. © Oier Etxeberria, 2011.

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

© Ned ediciones, 2023

Primera edición: enero, 2023

Preimpresión: Moelmo SCP

www.moelmo.com

eISBN: 978-84-18273-63-6

Ned Ediciones

www.nedediciones.com

¡ADENTRO!

Busca tu ámbito interior

el de tu alma.

En vez de decir, pues,

¡adelante! o ¡arriba!,

di ¡adentro!

Reconcéntrate para irradiar;

Déjate llenar para que reboses

Luego,

Conservando el manantial.

Recógete en ti mismo

Para mejor

Darte a los demás.

Avanza en las honduras

De tu espíritu

Y descubrirás cada día

Nuevos horizontes,

Tierras vírgenes,

Ríos de inmaculada pureza,

Cielos antes nunca vistos,

Nuevas constelaciones.

Tienes que hacerte universo,

Buscándolo dentro de ti.

¡Adentro!

Miguel de Unamuno

Índice

A vuestra atención

Ausentarse: la crisis de la atención en las sociedades contemporáneasAmador Fernández-Savater

Crítica de la economía de la atención

Contra la economía de la atención, por una ecología de la atención: conversación con Yves Citton

Capitalismo y atención: prohibido esperarSantiago Alba Rico

El colapso de la atención en el infocapitalismo: conversación con Franco «Bifo» Berardi

Prestar atenciónIsabelle Stengers

Las artes de prestar atención

Atención primaria; ejercicios en la zona de sombraOier Etxeberria

Los juegos de la atención creadora (o el arte que somos)Rafael Sánchez-Mateos Paniagua

La filosofía como forma de vida: conversación con Diego Sztulwark

Una atención dispersa: imágenes y experienciaAndrea Soto Calderón

Infancia, escuela y cuidados

Niños hiper, déficit de atención y la importancia de aburrirse: conversación con José Ramón Ubieto y Marino Pérez Álvarez

Estamos para nosotras. Siete tesis por una práctica radical de los cuidadosMarta Malo

Escuchar la escuela, más allá de la queja y los estereotipos: conversación con Silvia Duschatzky

Reflexiones sobre el buen uso de los estudios escolares como medio de cultivar el amor a DiosSimone Weil

Biografías

Agradecimientos

A vuestra atención

Disminución de la capacidad de concentración, trastornos de hiperactividad en la infancia, percepción generalizada de un tiempo que se acelera, relaciones ansiosas con las nuevas tecnologías, recurso a pastillas y a todo tipo de terapias para «parar la cabeza» y aprender a vivir como sea aquí y ahora... ¿Qué está pasando? ¿De qué nos hablan estos «desórdenes de la atención»?

El colapso atencional se encuentra en la encrucijada entre algunas tendencias clave del mundo actual: la economía que convierte la visibilidad en la mercancía más valorada, las formas de trabajo precarias y multitarea, el zapping y el scroll como modos de relación con las cosas, el horror vacui contemporáneo. La crisis de la atención es, seguramente, la que puede revelar con mayor precisión de qué está hecha la sociedad en que vivimos.

Durante el curso 2018-2019, en el Centro Internacional de Cultura Contemporánea Tabakalera, nos dedicamos a poner atención en la atención, desde distintas miradas y lugares: infancia, maternidad y género, psicología, arte y ciencia, pedagogía, filosofía y política, por mencionar algunos de ellos. No solamente para «entender» un problema, sino para intervenir en una batalla. De hecho, «la batalla por entrar en nuestras cabezas» fue el título de aquellas jornadas. Aunque a lo largo de ellas nos dimos cuenta de que no se trataba sólo de nuestras cabezas, sino de nuestro cuerpo entero.

Educar a un niño, dar una clase, leer, ver o hacer una película, acompañarnos en una relación afectiva, disfrutar el silencio, pensar... En todas las situaciones de la vida cotidiana se libra hoy una extraña guerra entre las fuerzas que explotan nuestra atención —electrocutándola y agotándola— y las fuerzas capaces de revitalizarla, de renovarla, de reactivarla. En las páginas que siguen se analizan críticamente las primeras en favor de las segundas.

El libro reúne materiales que tuvieron su origen en aquellas jornadas: rescatamos introducciones y planteamientos generales (Amador Fernández-Savater y Oier Etxeberria), editamos algunas de las conversaciones mantenidas (José Ramón Ubieto y Marino Pérez, Diego Sztulwark, Franco Berardi, Yves Citton, Silvia Duschatzky), publicamos textos que recogen hipótesis o conjeturas primero expuestas oralmente para la discusión colectiva (Santiago Alba Rico, Rafael Sánchez-­Mateos Paniagua, Marta Malo) y añadimos tres textos de autoras que a lo largo de todo el proceso nos dieron muchísimo que pensar (Simone Weil, Andrea Soto Calderón e Isabelle Stengers).

«Vivir intensamente significa vivir atentos» han dejado dicho, de muchas formas distintas, voces sabias a lo largo de los tiempos. Vivir atentos significa estar dentro de las situaciones que vivimos, vivir implicados. La atención es un arte de la presencia,del estar presentes en lo que nos toca vivir. Es la única plenitud a la que pueden optar existencias siempre abiertas e inacabadas como las humanas.

La batalla de la atención es indisociable de la pelea por el deseo y el tiempo, por reapropiarnos de la capacidad de hacer y deshacer mundo; es, por tanto, otra dimensión más de la política emancipatoria, de la política como práctica de transformación del mundo, como pregunta colectiva por lo común.

La atención es, así también, una potencia que desordena lo establecido, el dominio de los automatismos, en busca de algo distinto, más abierto y más libre.

Ausentarse: la crisis de la atención en las sociedades contemporáneas

Amador Fernández-Savater

Zapping, multitarea y scrolleo constante, intolerancia al silencio, incapacidad de recogimiento y concentración, distracción crónica e indiferencia permanente al entorno más inmediato...

Hoy en día nunca estamos en lo que estamos.

¿Es esta crisis generalizada de la atención otra manifestación más de la «crisis de presencia» de nuestra época? La crisis de la presencia nos habla de una dificultad para estar-ser cuando el suelo ya no es firme y los sentidos disponibles no nos sostienen. Una dificultad de acceso a la experiencia del presente. No vivimos en una sociedad «presentista», sino todo lo contrario: no hay presente, falta el presente.

El modelo dominante de ser es el «sujeto de rendimiento»: constantemente movilizado, disponible y conectado, siempre gestionando y actualizando un «capital humano» que somos nosotros mismos (capacidades, relaciones, marca personal), siempre bregando para no naufragar en la precariedad, obligadamente autónomo, independiente y autosuficiente, flexible y sin «cargas». Es el modo de vida neoliberal, animado por la pulsión de «siempre más».

Este sujeto de rendimiento nunca está en lo que está, sino más allá. Más allá de sí mismo, más allá de los lazos que le atan, más allá de las situaciones que habita: en constante autosuperación y competencia con los demás, forzando al mundo para que rinda más y más. El presente que vive sólo es un medio de otra cosa: algo mejor que nos aguarda después, luego, más tarde.

Nos creemos muy ateos, pero vivimos religiosamente en diferido, sacrificando a chorros el presente en nombre de una salvación para mañana. Transportados constantemente hacia un más allá.

Este sujeto de rendimiento entra hoy en crisis por todas partes, tanto fuera como dentro de nosotros mismos: se multiplican los problemas sociales y ecológicos, las fisuras, las averías y los malestares íntimos (ataques de pánico y ansiedad, cansancio y depresión). Es decir, no somos capaces de ser según las formas de ser dominantes. ¿Qué se puede hacer con estas crisis?

Podemos simplemente buscar «prótesis» que nos permitan tapar los agujeros y seguir con el ritmo de la productividad incesante: terapias, pastillas, mindfulness, dopajes varios, intervalos de descanso y desconexión para quien pueda permitírselos, adicciones, afectividades compensatorias, consumo de identidades, de intensidades, de relaciones, chutes de autoestima (reconocimiento, likes), etc.

Podemos volver nuestro sufrimiento contra nosotros mismos: auto­agresión, lesiones, rabia reactiva, resentimiento y búsqueda de un chivo expiatorio, de un «culpable» de lo que nos pasa.

Podemos buscar también formas de borrarnos del mapa. Frente al mandato de «siempre más» del sujeto de rendimiento, ensayar una retirada radical. «La vida no me interesa ya, hace demasiado daño, sin embargo no me quiero morir». David Le Breton llama «blancura» a ese estado y repasa las diferentes maneras que hay de mantenerse lejos del mundo para no ser afectados por él: no ser nadie, librarse de toda responsabilidad, no exponerse, hibernar, dormir tal vez soñar, pero en todo caso nunca estar...

Frente al yo como unidad productiva siempre movilizada, desaparecer. Desaparecer en tu cuarto propio conectado (el hikikomori1), desaparecer en el exceso de alcohol y velocidad, desaparecer en una secta, desaparecer en la anorexia, desconectarse, desafiliarse, abdicar: no ser. Un fenómeno intensificado tras la pandemia del coronavirus: éxodo de las grandes ciudades, abandono del trabajo (el fenómeno de la «gran dimisión»), la gente que se niega a salir de su casa después de los confinamientos...

La «blancura», como fuga a un no lugar y huelga de identidades, es ambivalente: puede cronificarse, puede ser tan sólo una prótesis (tras un período de desaparición, volvemos con las pilas recargadas) o puede ser tal vez un principio de resistencia y bifurcación existencial.

La crisis de la presencia es por tanto circular. Hay ausencia en el modo de ser hegemónico: el sujeto de rendimiento que corre y corre distraído hacia algo que siempre está más allá. Hay ausencia en los síntomas de nuestra inadecuación al modelo: el malestar expresado en los desórdenes de la atención. Hay ausencia en las respuestas que elaboramos al daño: las formas de anestesia e insensibilización radical.

No estamos en lo que estamos porque tampoco el mundo está donde está. Se organiza desde principios abstractos que lo fuerzan exteriormente: rendimiento, capitalización, acumulación. La recuperación de la atención es inseparable de un proceso más amplio de transformación social. De creación —entre el ser y el no ser, entre el sujeto productivo y la blancura— de otras formas de estar en el mundo. De estar-ahí, de estar presentes y en el presente, de estar atentos.

La atención como trabajo negativo

Estar atentos es estar presentes. Para pensar la atención, hay que salir antes que nada del modelo exclusivo de la lectura: actividad única, lineal, concentrada en una sola tarea, solitaria. La lectura es una forma de la atención, no el ejemplo de toda atención.

La atención es, en primer lugar, un trabajo negativo: vaciar, quitar cosas, de-saturar, suspender, abrir un intervalo, interrumpir, parar y detener. Es Simone Weil, pensadora por excelencia de la atención, quien ha sabido ver y explicar mejor esto.

En un texto maravilloso, pensado como inspiración para los profesores y las alumnas de un colegio católico, Weil afirma que la formación de la atención es el verdadero objetivo del estudio y no las notas, los exámenes, la acumulación de saber o de resultados.

Weil distingue atención de concentración o «fuerza de voluntad»: apretar los dientes y soportar el sufrimiento no garantiza nada a quien estudia, porque el aprendizaje no puede ser movido más que por el deseo, el placer y la alegría. La atención es más bien una especie de «espera» y de «vaciamiento» que permite acoger lo desconocido.

Atender es en primer lugar dejar de atender a lo que supuestamente debemos atender: detener radicalmente la atención codificada —programada, automatizada y guionizada— por la búsqueda de logros, objetivos o rendimiento. Si la situación está llena, está saturada, nada puede atravesarla, no corre el aire, no hay atención ni deseo.

La atención consiste en suspender el pensamiento, en dejarlo disponible, vacío y penetrable al objeto, manteniendo próximos al pensamiento, pero en un nivel inferior y sin contacto con él, los diversos conocimientos adquiridos que deban ser usados.

Hay que vaciarse de a prioris para volvernos capaces así de atender (escuchar, recibir) lo que una situación particular nos propone y tiene para entregarnos, algo desconocido. Vaciarse no significa olvidar o borrar lo aprendido, sino más bien ponerlo entre paréntesis para poder captar así la novedad y la singularidad de lo que viene.

¿Cómo vaciarse? Simone Weil anima por ejemplo a reconocer la propia estupidez, a volver una y otra vez sobre nuestros errores para bajarle los humos al orgullo: el orgullo es un obstáculo para el aprendizaje, sólo aprende quien se deja «humillar» por lo que desconoce.

La mente debe estar vacía, a la espera, sin buscar nada, pero dispuesta a recibir en su verdad desnuda el objeto que va a penetrar en ella... El pensamiento que se precipita queda lleno de forma prematura y no se encuentra ya disponible para acoger la verdad. La causa es siempre la pretensión de ser activo, de querer buscar.

Atender es aprender a esperar; es una cierta pasividad pero en forma «activa»; es estar al acecho. Todo lo contrario de los impulsos que nos dominan hoy en día: impaciencia, necesidad compulsiva de opinar, de mostrar y defender una identidad, falta de generosidad y apertura hacia la palabra del otro, intolerancia a la duda, googleo y respuesta automática, cliché...

El embotamiento actual de la atención está relacionado con estas formas de saturación. El buen maestro, la buena maestra, deben empezar por vaciar: bajar las defensas, abrir los corazones y los espíritus, ayudar a cada cual a desamarrarse de las propias opiniones, a cogerle el gusto a explorar lo desconocido, sin miedo ni ansiedad, en confianza. Esta atención no se «enseña» sino que se ejercita. Es decir, se enseña mediante el ejemplo y la práctica.

Atender: entender lo que pasa

En segundo lugar, la atención es la capacidad de entender lo que pasa. Pero ¿qué es «entender» y qué es «lo que pasa»? Pensamos en dos cosas al menos.

Por un lado, lo que pasa no es lo que decimos que pasa: lo que declaramos, lo que significamos, las ideas que tenemos. Decimos una cosa y está pasando otra.

Lo que pasa es del orden de las energías, de las vibraciones, del deseo. El deseo se malentiende mucho hoy como capricho o búsqueda de un objeto que falta, pero lo comprenderemos mejor si lo pensamos como la fuerza que pone en movimiento, que hace hacer, que da lugar. No la práctica de consumo, sino una corriente de desplazamiento de las energías.

Atención es la capacidad de entender lo que pasa, cuando lo que pasa no se entiende racionalmente, no es explícito, no es obvio, no se dice. De escuchar y seguir el deseo: de atenderlo e inventarle formas para que pase.

Puede ser el deseo de pensar en una situación de aprendizaje. El deseo de dar y recibir amor en una situación amorosa. O el deseo de transformación en una situación política.

Atender lo que pasa es entender y encender las ganas, eso a lo que cada cual se anima: en un aula, en una relación, en una revolución. Denise Najmanovich, investigadora argentina, me avisa de que la etimología de la palabra atención tiene que ver con la yesca, eso que necesitamos para encender una llama; y no se trata sólo de encenderla, sino de avivarla una y otra vez.

Atención, por lo tanto, puesta en el ritmo y no sólo en el signo: lo que pasa no es lo que decimos, lo explícito, lo codificado. Atención en los detalles: lo que pasa es singular y no simplemente el caso de una serie previa. Y atención al proceso: lo que pasa varía, las corrientes de deseo, las ganas, tiene mareas altas y bajas, no es siempre igual.

Por otro lado, lo que pasa «entre» nosotros. La atención no es (sólo) concentración o recogimiento en uno mismo: estar concentrado en uno mismo puede ser de hecho a veces la mejor manera de no poner atención y salirse de una situación.

En un aula, en una relación, en una revolución, hay que atender a una energía que está pasando «entre» nosotros. Sólo así podremos entender la situación que estamos viviendo. La atención es un tipo de sensibilidad transindividual.

Yves Citton, en un libro de obligada lectura sobre el tema, Por una ecología de la atención, habla de atención «convergente» o «ecológica», es decir, la atención de uno interfiere con la de los otros, miramos y atendemos lo que los demás miran y atienden, cada situación es una trama compleja de vínculos y la atención es capacidad de percibir esa trama relacional, ese sistema de resonancias.

La menor de las conversaciones requiere activar esta atención convergente si no nos conformamos con que sea una mera sucesión de monólogos.

Enchufados

Estamos en lo que estamos cuando estamos atentos. Sin distancia e implicados, vibrando con la energía de la situación, «enchufados», como dicen los comentaristas deportivos, sobre tal jugador o jugadora que está «muy metida» en el partido.

Estamos implicados cuando estamos afectados por lo que pasa: algo nos toca, algo nos llama, algo nos conmueve. Lo que «nos mete» en una situación es del orden del afecto. No por nada decía Platón que el buen maestro no enseña el objeto de conocimiento, sino antes que nada el amor por el objeto de conocimiento. Es decir que es capaz de afectar.

Atención es la facultad necesaria para sostener situaciones de no saber, no organizadas previamente por un modelo, un código o un algoritmo: situación de aprendizaje, situación amorosa o situación de lucha como ejemplos. Sin atención, es decir sin trabajo negativo y escucha sensible de lo que pasa, la situación se estandariza rápidamente y repite una imagen previa: aula vertical, pareja convencional, política clásica. No somos capaces de sostener la creación.

No hay personas más inteligentes que otras, nos dice el filósofo Jacques Rancière, sino que hay atención y distracción. Aún podríamos decir más: lo que hay son situaciones de atención y situaciones de distracción, es decir, situaciones que activan nuestra atención y situaciones que la apagan. La inteligencia es atención y la estupidez es distracción. Nos volvemos inteligentes cuando estamos dentro de lo que vivimos y nos volvemos estúpidos cuando nos salimos.

Nuestro mundo está compuesto mayoritariamente de situaciones «estupidizadoras» que nos sacan del partido: situaciones de representación donde delegamos en otros (medios de comunicación, políticos) nuestra capacidad de pensar y decidir; situaciones de mercado regidas por principios abstractos y homogéneos (rendimiento, lógica de beneficio); situaciones estandarizadas donde algoritmos desconocidos para nosotros organizan las posibilidades, los comportamientos, las elecciones.

Interrupción y deseo. En nuestra mano está la posibilidad de abrir situaciones de aprendizaje, de afecto y de lucha en las que volvernos juntos más inteligentes activando la atención a eso que pasa entre nosotros.

Este texto recoge mil conversaciones mantenidas al calor del proyecto «Poner atención: la batalla por entrar en nuestras cabezas», con Oier, Rafa, Lilian, Helena, José Ramón y Marino, Diego, Marta y Mari Luz, Miriam, Agustín, Francis y Lucía, Juan, Frauke y las amigas y amigos del Grupo de Atención de Tabakalera (Donosti).

1. «Fenómeno social en que las personas escogen apartarse y abandonar la vida social, buscando grados extremos de aislamiento y de confinamiento». Wikipedia.

Crítica de la economía de la atención

Los problemas atencionales hoy no derivan simplemente de que haya muchas cosas que hacer y poco tiempo, de situaciones puramente personales o coyunturales, sino de un cierto «régimen de atención» en condiciones neoliberales que se trata de pensar y describir en sus funcionamientos concretos.

Yves Citton analiza el extractivismo de la atención que tiene lugar a través de los algoritmos en el mundo de la web 3.0 donde mandan Google, Amazon y Facebook. Santiago Alba Rico describe cómo, en este capitalismo altamente tecnologizado, los objetos se convierten en mercancías, las mercancías en imágenes y las imágenes en experiencia subjetiva. Franco Berardi, Bifo, habla del colapso que ocurre en nuestras cabezas en la contradicción entre ciberespacio (la esfera infinita de los estímulos) y el cibertiempo (la capacidad de elaboración, arraigada en un tiempo y un cuerpo finitos). E Isabelle Stengers nos alerta sobre cómo el matrimonio entre Estado y Ciencia destruye la capacidad de atención como arte de sacar consecuencias y de realizar conexiones.

Pero ese régimen de la atención no se desarrolla sin resistencias, sin fugas, sin alternativas que nos posibiliten pensarla de muchas otras maneras. Citton propone pasar de la economía a la ecología de la atención; la atención como ecosistema y bien común. Alba Rico, por su parte, apuesta por la recuperación de la capacidad de espera frente el consumo destructor que caracteriza nuestra relación con el mundo. Bifo habla sobre modos posibles de volver a tejer razón y sensibilidad, placer y deseo, lo que el imperio de la abstracción ha desgarrado desde hace siglos. Finalmente, Stengers plantea aprender a resistir a la tentación del juicio para reapropiarnos colectivamente de las artes de prestar atención al mundo tal y como se presenta aquí y ahora.

Contra la economía de la atención, por una ecología de la atención: conversación con Yves Citton

Innumerables publicaciones críticas denuncian la oleada de imágenes e información que, desde la televisión a Internet pasando por los videojuegos, nos condenaría —sobre todo a la gente joven— a una dispersión patológica. En realidad, lo que hay, según el pensador francés Yves Citton, es una «economía de la atención» que captura nuestras facultades atencionales de manera vertical y centralizadora. Se trata de aprender a darnos atención unos a otros y con respecto a la trama común de la vida. Es la apuesta que desarrolla Yves Citton en su libro Por una ecología de la atención. Esta conversación entre Yves Citton y Amador Fernández-Savater tuvo lugar el 23 de mayo de 2019.

Yves Citton, gracias por el libro y por acceder a esta conversación. Queríamos preguntarte en primer lugar por el camino que te llevó a este tema de la atención, por las cuestiones intelectuales y existenciales que te condujeron a dedicar un tiempo importante de trabajo e investigación a elaborar y poner por escrito sus reflexiones.

Mi interés por el fenómeno de la atención nace fundamentalmente de que soy profesor de literatura y, como ya sabréis (supongo que será el caso en España así como lo es en Francia o en Estados Unidos, donde también he enseñado durante 12 años), la literatura o los estudios literarios están en una situación algo difícil, precaria, y una buena forma de ponerlos en valor es tomar la literatura, justamente, como una especie de ejercicio de atención. En los estudios literarios lo que hacemos es leer algo, luego detenernos y volver a leer, o bien discutir sobre lo que quiere decir el texto, su significado y su sentido. Me parecía que una manera de pensar esta actividad es, justamente, partir de la idea de que estamos haciendo un ejercicio de atención, una experiencia de atención. Muy diferente a la lectura dispersa de correos electrónicos o de artículos de periódico. De este modo fue como llegué a interesarme por el problema de la atención.

He escrito dos libros al respecto. El primero habla de la economía de la atención. Es un libro colectivo donde pedía a economistas, sociólogos o neurólogos que hicieran un balance sobre el modo en que funciona la atención y sobre cómo podríamos construir una economía de la atención. La economía de la atención es una noción ya muy antigua, lo que yo he hecho es un pequeño resumen o síntesis de la cuestión. Pero después me pareció importante desplazar la problemática y hablar, más que de una «economía» de la atención, de una «ecología». No tanto contraponer una a la otra, sino pensar en dos capas. Hay toda una serie de problemas que se plantean desde el punto de vista de una economía de la atención (la atención se compra y se vende, hay competencia, un mercado, intercambios, etc.), pero la cuestión es más amplia: hay que reintegrar la economía de la atención en una ecología de la atención.

Cuatro desplazamientos

Uno de los puntos que nos parece más interesante es que en este tema hay una perspectiva habitualmente catastrofista —que, por lo demás, tiene sus razones—. Se habla de un hundimiento de la atención, de la invasión de nuestra cabeza por parte de todo tipo de dispositivos de distracción, de la dificultad cada vez mayor que tenemos hoy para «estar presentes». Sin embargo, uno de los rasgos más llamativos de tu libro es que el acercamiento, aunque crítico, no es apocalíptico; más bien, rastreas las vías positivas de recapacitación de la atención, de replanteamiento político de la atención, en torno a esta idea de la atención colectiva, ecológica, relacional, convergente.

A mí también me parece que tenemos un problema de atención, muchas cosas por hacer, ver, leer, gente a la que ver y falta de tiempo para todo. Pasamos nuestro tiempo corriendo detrás de las cosas y sintiéndonos desbordados (y culpables) en el intento. Podemos decir que esto es un problema de «economía de la atención» precisamente: no tenemos suficientes recursos atencionales para cumplir las tareas que se nos piden o que tenemos ganas de hacer. Pero, a mi modo de ver, no se trata verdaderamente de un problema; o no es, en todo caso, un problema que merezca ser tratado en términos de apocalipsis o catástrofe. Como decía antes, me dedico a los estudios literarios, he estudiado en profundidad el siglo xviii y puedo afirmar que Voltaire, Diderot, Rousseau, todos los filósofos de entonces, ya se quejaban de lo mismo, de que recibían demasiadas cartas y se publicaban demasiados libros. Decían, por ejemplo, que había más escritores que lectores. Por lo tanto, hay que empezar por tratar de precisar cuál es realmente el problema de la atención a día de hoy. En este punto me gustaría proponeros cuatro desplazamientos, cuatro inversiones de perspectiva.

Adelante con ellos.

Lo primero que digo es que la crisis de la atención —ese apocalipsis del que hablabais— no es de nuevo cuño. No es un fenómeno novedoso. No sólo he leído a Diderot y a Voltaire, sino a un historiador del arte, Jonathan Crary, que ha escrito un libro maravilloso, Suspensiones de la atención, donde explica que nunca se habló tanto de ella como en torno a 1880. Esa fecha coincide con el momento álgido del pánico atencional. Es el momento en el cual la industria comienza a dirigir verdaderamente la vida y la forma de trabajar de la gente. En el trabajo en serie hay que concentrarse en una única tarea. Por lo tanto, hay que concentrar la atención de los trabajadores en la fábrica y después la atención de los consumidores —a través de la publicidad— para vender todo lo que sale de la fábrica. Son también los años en que se desarrollan nuevos medios —la fotografía y el cine—, un nuevo foco de atracción de la atención. Y es la época en la que la psicología experimental analiza de forma muy precisa el comportamiento del sistema nervioso humano. Por lo tanto, un primer desplazamiento, el de la atención no es un problema nuevo.

El segundo tendría que ver con algo que oímos decir a menudo: el problema de la atención está ligado a la aparición de nuevos medios de comunicación —televisión, internet, la tecnología en general—. Y sí, ciertamente, los media condicionan la manera en que vivimos y pensamos el mundo. Sin embargo, lo que crea una crisis atencional no son los media, sino el capitalismo, por decirlo expeditivamente, en la medida en que el capitalismo es el contexto socioeconómico que ejerce una presión sobre el uso que hacemos de los media. Más que la tecnología en sí, es el contexto de su utilización lo que plantea problemas.

Tercer desplazamiento: cuando pensamos la atención en general y el problema atencional (por ejemplo, los alumnos y el profesor en clase, o los alumnos y las pantallas), pensamos en cada cual como individuo. A mí me interesa cambiar esta perspectiva y considerar que el problema atencional es antes que nada un problema colectivo. Mi atención es un bien colectivo, y hay que pensar la atención como un bien común antes de pensarla como una instancia individual. Eso no es algo que no se haga a menudo.

Y por último, el cuarto desplazamiento que me gustaría proponer, tiene que ver con el hecho de que, en general, sin que haga siquiera falta decirlo, se asume que estar atento está bien y estar distraído está mal. Se entiende la razón: si estoy al volante y me distraigo, está mal. De acuerdo. Pero es demasiado fácil oponer el bien de la concentración al mal de la distracción. En determinadas circunstancias es bueno estar concentrado: para poder hacer un trabajo literario, como decíamos antes, hay que leer el texto al detalle; ciertas experiencias artísticas exigen mucha concentración; así como la educación, etc. Por lo tanto, sí, uno debe ser capaz de concentrarse en algunos casos, de acuerdo. Pero en otras ocasiones estar concentrado puede resultar tremendamente peligroso.

A mí, por ejemplo, me gusta mucho leer libros, hasta el punto de que en ocasiones voy leyendo mientras camino por la calle. Recuerdo que cuando vivía en Estados Unidos caminaba con mucha frecuencia con un libro delante de los ojos y más de una vez me di de bruces contra un poste o una farola porque iba demasiado concentrado. Por lo tanto, también la concentración puede ser mala. Se piensa mal de la gente distraída, pero... ¿alguien sabría darme una definición de distracción? ¿Es cierto que estar distraído es no estar atento en absoluto? No prestar atención a nada es tal vez un ideal de la meditación, de los ejercicios espirituales de los sabios orientales para limpiar el espíritu. Pero no es precisamente en esto en lo que se piensa cuando se le dice a alguien: ¡estás distraído! No se le está llamando «sabio oriental» al distraído ni nada por el estilo, sino que se le está reprochando el estar prestando atención a otra cosa, y no a lo que se le pedía que estuviera atento. Por lo tanto, la distracción no existe más que en relación a una autoridad: estoy distraído porque la autoridad dice que hay que prestar atención a esto y yo en cambio estoy concentrado en esto otro.

De esta forma, nos damos cuenta de que el problema de la distracción es siempre un problema de autoridad, un problema político, y que en determinadas circunstancias, si vives en un régimen opresivo que trata de controlar tu pensamiento y tu cerebro, es preciso distraerse, es más: tu libertad consiste en estar distraído. En tal caso lo peligroso sería que estuviéramos todos muy atentos, según la voluntad de la autoridad.

He aquí, por lo tanto, cuatro maneras de repensar el problema de la atención y de decir: seamos más precisos con respecto a aquello en lo que consiste realmente un problema atencional. Y a partir de ahí creo que podemos quizá continuar la discusión sobre el capitalismo, los nuevos media y todo aquello que constituye realmente el problema de la atención.

Origen y dinámica de la economía de la atención

Podemos ahora centrarnos en lo que identificas como el verdadero problema. Sería esta cuestión de la economía de la atención, de qué modo nuestra atención es hoy en día una mercancía de primer orden y cómo se desarrollan todo tipo de tentativas para capturarla y explotarla. ¿Cuál es tu análisis sobre la economía de la atención? ¿Cómo es posible que la atención sea hoy una mercancía? ¿Y qué pasa con ella cuando eso sucede?

Os voy a proponer que resituemos históricamente esta cuestión de la crisis y la economía de la atención. Para mí hay una fecha muy importante: 1830-1833. ¿Qué sucede a principios de la década de 1830? No sé si fue el caso en España, pero en Nueva York y en Francia, en la competencia que se dio entre los periódicos (era la moda de los diarios, que había comenzado a finales del siglo xvii y se había desarrollado durante el siglo xviii), hubo casi al mismo tiempo una serie de directores de periódicos que decidieron reducir el precio del diario a la mitad, de modo que si fabricar un periódico costaba un dólar, ellos lo venderían al público a 50 centavos.

Así, si la mayor parte de los diarios debían venderse por lo menos a un dólar para poder pagar a la imprenta, su idea consistía en venderlos a la mitad, por debajo del precio de producción, y pedirles a los pequeños anunciantes que les reembolsasen una cantidad para poder cubrir los 50 centavos restantes a cambio de publicar un pequeño mensaje en sus páginas. Así es como nace la publicidad, a principios de esa década de 1830. Por fuerza, estos periódicos, que cuestan la mitad, van a venderse mucho mejor. ¿Qué ocurre a partir de este momento? El director del periódico vende un diario a 50 centavos y vende la atención del lector a un tercero por otros 50 centavos. Por lo tanto, ahí nace la economía de la atención, ya que podemos calcular lo que vale y podemos comprarla.

Hay un libro, The Attention Merchants de Tim Wu, que cuenta muy bien esta historia, hasta llegar a Google y a nuestros días. Esta economía de la atención continúa luego a lo largo del siglo xx. Google, Facebook y su sector reúnen la mayor capitalización bursátil de nuestra época. ¿Y qué es lo que venden? Antes que nada, nuestra atención. La atención humana, por lo tanto, es la fuente de la mayor concentración de capital en nuestros días. Pero diría que esto no es sino la continuación de ese proceso que comenzó, bajo otras formas, en 1830.

En este punto me gustaría añadir algo que no se escucha muy a menudo, si bien acaba de salir un libro en inglés, The Age of Surveillance Capitalism, de una profesora de Harvard que se llama Shoshana Zuboff, que a lo largo de sus 600 páginas desarrolla un poco el argumento que voy a exponer a continuación. Se trata de una cuestión que planteo en la última parte de mi libro: ¿qué hay de verdaderamente nuevo en los medios digitales como los teléfonos móviles? Normalmente se responde que se trata de las imágenes, de la información a la que podemos acceder, que es como llevar simultáneamente la televisión, la radio, la prensa y la biblioteca en el bolsillo, o que es interactivo, como si la novedad estuviera en algún lugar entre la pantalla, mis ojos y mi cerebro.

No creo que sea así. Si veo una película en la televisión o en el cine, ciertamente hay diferencias con el teléfono, que tiene una pantalla mucho más pequeña, pero la experiencia no es esencialmente