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"¿Se puede pensar en un periódico? Esta es la pregunta que me hice cuando Nacho Escolar me invitó a colaborar en el nuevo diario Público en 2007. El periódico me parecía un buen lugar desde el que dialogar con la ola de fondo que se expresaba en movilizaciones como el "No a la guerra", la reacción social tras el atentado terrorista del 11 de marzo de 2004 o las sentadas por una vivienda digna más conocidas como V de Vivienda. Una ola de fondo que hablaba de una nueva forma de entender la política, ciudadana y no partidista, que el 15-M ha hecho ahora visible para todo el mundo. Pero me incomodaba el papel que se me ofrecía, esa posición de dominio sobre la realidad con respuesta para todo que es la del opinador. Yo no quería "opinar", sino abrir preguntas y compartirlas con otros. Pensé que podía intentar hacerlo a través de una sección de entrevistas a la que llamé "Fuera de Lugar". En vez de juzgar sobre todo y cualquier cosa, se trataba de buscar y dar la palabra a algunas voces (más o menos visibles, más o menos escondidas) que hacen un trabajo específico de pensamiento. Ofrecer, no tanto una opinión más, como un ramillete o una constelación de voces. Una investigación coral sobre nuestra realidad entre crisis y transformación. Las entrevistas se publican ahora en este libro revisadas, ampliadas y entrelazadas." Franco Berardi (Bifo), Peter Pál Pelbart, Etienne Balibar, Thomas Frank, Franco Ingrassia, Ramón Fernández Durán, Jesús Palacios, Guillem Martínez, Emmánuel Lizcano, Frederic Neyrat, Guillermo Rendueles, María Naredo, Santiago López Petit, Concha Fernández Martorell, Cristina Sánchez Carretero, Antonio Lafuente, Amparo Lasén, Michel Bauwens, Margarita Padilla, Luis Navarro, Georges Didi-Huberman, Jacques Rancière, Leónidas Martín Saura, Reinaldo Laddaga, Wu Ming 4, Jo Berry y Pat Magee, Juan Gutiérrez, Ali Abu Awwad, Aaron Barnea, Terry Rockefeller.
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AMADOR FERNÁNDEZ-SAVATER
CONVERSACIONES ENTRE CRISIS Y TRANSFORMACIÓN
ACUARELA LIBROS
A. MACHADO LIBROS
Licencia Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 España (CC BY-NC-SA 3.0)
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© de la presente edición:
Ediciones Acuarela y Machado Grupo de Distribución, S.L.
Autor:
Amador Fernández-Savater
Propuesta gráfica:
Acacio Puig ([email protected])
Diseño de portada:
Toni Valdés (www.idilicstudio.com)
Maquetación:
Antonio Borrallo
Edición:
Acuarela Libros
acuarelalibros.blogspot.com
Machado Grupo de Distribución, S.L.
C/ Labradores, 5 - Parque Empresarial Prado del Espino
28660 Boadilla del Monte (Madrid)
www.machadolibros.com
ISBN: 978-84-9114-107-5
PRÓLOGO, Amador Fernández-Savater
CATÁSTROFES
Franco Berardi (Bifo), «Transformemos la catástrofe en subversión»
Peter Pál Pelbart, «Una crisis de sentido es la condición necesaria para que algo nuevo aparezca»
Etienne Balibar, «Frente a los nacionalismos reactivos, nos hace falta un populismo europeo»
Thomas Frank, «Los políticos de izquierda ya no entienden la furia de la gente común»
Franco Ingrassia, «Por todas partes crece la sensación de ser como náufragos a la deriva»
Ramón Fernández Durán, «Vivimos una situación potencialmente revolucionaria, pero sin un sujeto revolucionario que la acompañe
Jesús Palacios, «El cine de catástrofes expresa la desconfianza generalizada en el poder»
HECHIZOS
Guillem Martínez, «La cultura de la transición es una cultura tutelada y que tutela»
Emmánuel Lizcano, «Sin los cuentos sobre la crisis, a los de arriba no les salen las cuentas»
Frederic Neyrat, «La inmunopolítica fantasea sobre la posibilidad de una seguridad pura y absoluta»
Guillermo Rendueles, «Los ansiolíticos son ya los fármacos más vendidos en el mercado»
María Naredo, «Si la ciudadanía se reapropia de las aceras y las calles, la seguridad vendrá por añadidura»
Santiago López Petit, «El pensamiento no sirve para luchar, sino que él mismo es lucha»
Concha Fernández Martorell, «Se ha roto la complicidad necesaria entre el profesor y el alumno a través del miedo»
DESBORDES
Cristina Sánchez Carretero, «Tras el 11-M se construyó un abrazo social que hablaba activamente de un mundo diferente»
Antonio Lafuente, «El saber, para quien lo necesita»
Amparo Lasén, «Las nuevas formas de acción colectiva desafían la lógica de la representación»
Michel Bauwens, «El mercado se beneficia de la creatividad social, pero solo devuelve precariedad»
Margarita Padilla, «La Web 2.0. es una paradoja hecha de grandes negocios y pasión por compartir»
Luis Navarro, «El nuevo paradigma estético agujerea el monopolio del sentido»
FICCIONES
Georges Didi-Huberman, «Las imágenes son un espacio de lucha»
Jacques Rancière, «La emancipación pasa por una mirada del espectador que no sea la programada»
Leónidas Martín Saura, «Estamos cansados de mirar, hoy queremos vivir la imagen»
Reinaldo Laddaga, «El artista ya no puede aspirar a ser la conciencia general de la especie»
Wu Ming 4, «Los gestos pasan, las historias quedan»
ENGARCES
Jo Berry y Pat Magee, «He transformado mi dolor en pasión por la paz y así he ampliado mi humanidad»
Juan Gutiérrez, «La paz no es solo ausencia de violencia, sino vida compartida»
Aaron Barnea, «Estamos dando pasos de reconciliación entre israelíes y palestinos»
Ali Abu Awwad, «Luchar contra el enemigo es una respuesta fácil, pero mucho más difícil es luchar contra uno mismo»
Terry Rockefeller, «Buscamos caminos para cortar la espiral de violencia que desató el 11-S»
A mi madre, por compartir su amor por las palabras, las bromas y las contradicciones.
Y por lo mismo a Ana, que además me protegió de todos los trolls.
Amador FERNÁNDEZ-SAVATER
Hoy, el rechazo de la palabra, la negativa a escuchar, me parece signo de un deseo de muerte. Tender hacia la condición en que nada puede alcanzarnos desde fuera, en que el otro no interviene para desbaratar el estado de plenitud que creemos haber conseguido, significa envidiar la condición de muerto. La intolerancia es aspiración a que el «afuera de nosotros» sea igual a lo que creemos que es «el dentro» de nosotros, es decir, una cadaverización del mundo. En algún caso, el intolerante es mortífero; en todos los casos él mismo es un muerto.
Italo Calvino
Si en un pensamiento hay desconfianza con respecto al pensamiento mismo, un principio de confianza (es demasiado decir, pero al menos la tentación de bajar la guardia) no es posible más que mediante compartir el pensamiento. Incluso es preciso que este compartir el pensamiento se establezca sobre el fondo de la misma desconfianza, o de un «desamparo» de este tipo, para constituir la amistad (...) ¿Y si la amistad fuera precisamente la posibilidad de compartir el pensamiento a partir de e incluso en una común desconfianza con respecto al pensamiento? ¿Y si el pensamiento que desconfía de sí mismo fuera la búsqueda de ese pensamiento compartido entre amigos?
Dionys Mascolo, en correspondencia con Gilles Deleuze
La vida espiritual entre amigos, el pensamiento que se forma en el intercambio de palabras, por escrito o de viva voz, son necesarios para los que investigan. Fuera de esto, nosotros mismos estamos fuera del pensamiento.
Friedrich Hölderlin, citado por Mascolo en la correspondencia con Deleuze
El octavo pasajero
En septiembre de 2007 apareció el primer ejemplar de Público, donde colaboré durante cinco años y se publicaron las conversaciones que recoge este libro. Público fue hijo de los primeros indicios de resquebrajamiento de la Cultura de la Transición (CT), ese orden simbólico que ha organizado el campo de lo posible en España desde hace más de treinta años: lo que se puede y lo que no se puede ver, pensar, hacer o recordar. El casillero previsible donde todo tiene su lugar (los políticos y la gente, lo normal y lo marginal, la izquierda y la derecha, los fachas y los catalanes, etc.) y en el fondo no pasa nada. La cultura consensual, desproblematizadora y despolitizadora que presenta la democracia-mercado como la única posibilidad de convivencia y organización de lo común.
Desde el «Nunca Máis» hasta las sentadas por una vivienda digna en 2006, desde el «No a la guerra» hasta el «Queremos la verdad» tras el atentado terrorista de marzo de 2004, nuevas politizaciones conmocionaron las formas establecidas de la política y abrieron una grieta liberadora en la CT que ahora el 15-M ha profundizado y hecho visible para todo el mundo. Fueron movilizaciones insólitas que cuestionaron inesperadamente la distribución de lugares y funciones de la CT: la política es cosa de los políticos, la palabra pública es asunto de expertos e intelectuales, el papel de la ciudadanía es votar y punto, etc. Y que desordenaron el orden de las clasificaciones, al no identificarse en ninguno de los lugares preestablecidos en el casillero para hacer política y abrir espacios de participación donde cualquiera podía implicarse.
Ese agrietamiento de la CT ensanchó lo posible y en ese ensanchamiento nació Público. El periódico se proponía cubrir un hueco a la izquierda del muy desgastado El País y dirigirse a las jóvenes generaciones que ya no leen periódicos.
El pensador y activista Franco Berardi (Bifo) habla de «generaciones posalfabéticas»: generaciones conectadas que han aprendido más palabras e historias de las pantallas que de la boca de sus madres, sin gran afinidad por la cultura crítica escrita, educadas más bien en y por las tecnologías de comunicación electrónicas, el cine de masas, las series y las redes sociales, la tele e Internet. Un público generalmente despreciado e ignorado por los medios de comunicación tradicionales. O, en todo caso, arrinconado en suplementos de tendencias que se dirigen a él como a un consumidor infantil y atontado. Esas mismas generaciones, afectadas en lo más hondo por el petróleo que se derramaba por las costas, por las políticas del miedo, la mentira y la guerra, o por la falta de vivienda digna, activaron en el cambio de siglo sus saberes y herramientas cotidianas en las nuevas politizaciones que empezaron a abrir brecha en la CT.
Público nació así con algunos desafíos y preguntas apasionantes: ¿cómo puede relacionarse un periódico con una subjetividad crítica no educada principalmente por la cultura escrita tradicional? ¿Cómo dialogar con los movimientos de la sociedad que están cambiando desde abajo el estado de las cosas? Preguntas y desafíos que surgen en el agrietamiento de la CT. Y que al mismo tiempo son su síntoma.
Un poco antes de la aparición de Público, yo había emprendido junto a un grupo de amigos un viaje fuera de los movimientos sociales que habitaba hasta entonces. Perseguía precisamente entender esas nuevas politizaciones enigmáticas. Veía en ellas una posibilidad de renovación de la vida política que quería pensar y compartir. La persecución no era una tarea fácil, porque me arrastraba a tierras extrañas y desconocidas. Imprevisibles, autoconvocadas y sin estructura de organización clásica detrás, esas nuevas politizaciones iban y venían, aparecían y desaparecían. No hablaban a través de lenguajes codificados ideológicamente, sino que acertaban a decir un malestar a la vez íntimo y compartido mediante algunos lugares comunes: «Vuestras guerras, nuestros muertos», «Todos íbamos en ese tren», «No vas a tener casa en la puta vida». Sus actores principales no eran profesionales de la política en ninguna de sus variantes (ni militantes de partidos políticos, ni activistas de movimientos sociales), sino gente cualquiera. Para sostener la persecución sin someter la novedad al conjunto de representaciones previas, debía dibujar nuevos mapas conceptuales con los que captar y leer otras señales de la realidad. Moverme de los lugares que conocía e iniciar una especie de travesía del desierto, sin interlocutores muy claros y en una cierta soledad. Despolitizarme para repolitizarme.
Y así, mi camino se cruzó con el de Público. Al dirigirse a la sensibilidad que se hacía visible en las nuevas politizaciones, el periódico se convertía en un lugar interesante desde el que interrogarla y por eso acepté la invitación de Nacho Escolar a colaborar. Ciertamente, Público identificaba esa sensibilidad con la izquierda y proponía contenidos en esa línea. Es la ilusión Zapatero, tras la victoria de 2004: la posibilidad de un cambio interno al sistema de partidos y a la Cultura de la Transición. Mi percepción era muy diferente. Me parecía que lo que se había puesto en movimiento en la calle y en las redes expresaba más bien una «crisis de representación» general (política, cultural, mediática, etc.). Es decir, no solo una crítica de estos o aquellos «contenidos» en nombre de otros, sino el cuestionamiento de una arquitectura de la realidad vertical, centralizada, autoritaria, unidireccional, opaca y de acceso muy restringido. Y la proliferación, a veces callada e invisible, a veces callejera y multitudinaria, de experiencias sin modelo que trataban de pensar con cabeza propia a partir de sus propios problemas. En definitiva, una rebelión de los públicos contra su condición espectadora y consumidora de la realidad. Y la reapertura de la pregunta política por excelencia: ¿cómo queremos vivir juntos?
Aunque la lectura de la situación fuese muy diferente, desde Público podía probar a enviar señales y emitir en mi frecuencia, en la confianza de que otros iban a sintonizar con ella. Una frecuencia de perfil ideológico muy bajo que desplazase la polarización izquierda/derecha y acompañase con el pensamiento las preguntas abiertas por las nuevas politizaciones. Por eso, trabajando en Público siempre me imaginé como un contrabandista o un radioaficionado, una especie de alien en todo caso que pone sus huevos en cuerpo ajeno.
Pensar y opinar
Empecé escribiendo irregularmente artículos para las páginas de Opinión, pero a finales de 2008 Nacho Escolar me invitó a colaborar más asiduamente en el periódico, con una columna o sección fija. ¡El huésped le pedía al alien que pusiera más huevos! La invitación reactivó las preguntas que me hacía desde el comienzo: ¿Es posible pensar en un periódico? ¿Cómo resistir a la figura del opinador? ¿Qué otras figuras y formatos de pensamiento se pueden ensayar?
A lo largo de los años, primero en los movimientos sociales y después persiguiendo las nuevas politizaciones, he ido haciendo una experiencia de pensamiento como algo fundamentalmente práctico (que sirve al hacer sin ser utilitario), situado (que habla desde un lugar o experiencia concreta), colectivo (que se teje junto a otros en torno a problemas comunes), desafiante (que pretende no dejar al mundo ni a uno mismo igual que estaba) e implicado (que parte de preguntas que uno se hace sobre su propia vida). Es el pensamiento al que he aprendido a aspirar y que he rozado en ocasiones.
Pero la opinión que se sirve a diario en los medios de comunicación me parece todo lo contrario: dice lo que hay que pensar, sin preocuparse demasiado por inspirar o interrogar otros haceres posibles; nunca se distingue muy bien desde dónde habla quien habla, desde qué práctica o construcción de mundo; es autosuficiente y no se entreteje con ningún nosotros; es cómoda y da seguridad a quien la emite; y no arranca desde preguntas, sino de posiciones que las más de las veces busca simplemente confirmar.
La opinión es una especie de producto degradado de las nociones de «denuncia» y «compromiso» que han marcado el pensamiento crítico durante el siglo XX. Según explica Marina Garcés, ambas nociones (o, al menos, sus versiones estándar) conciernen más a una conciencia frente al mundo que a un cuerpo que está en y con el mundo. La «conciencia crítica» es así como una especie de voz en off. No sabes de dónde sale, pero lo sabe todo y lo ve todo. No está involucrada en los contextos y las situaciones, sino que los sobrevuela. No expone a quien la enuncia, sino que habla siempre desde la distancia. Juzga más que acompaña.
La opinión es la versión más pobre de esta voz en off. Es una «palabra fácil» que tiene todas las respuestas de antemano, elude todo trabajo de pensamiento y se limita a aplicar un juicio express a cualquier cosa. No desafía nada, sino que cumple su papel en el juego dirigido de preguntas y respuestas. Previsible, repetitiva y automática, siempre acusa de todos los males a otro y de ese modo se absuelve a sí misma.
Pensar es otra cosa. No opinar sobre lo que la agenda político-mediática nos pone ante los ojos a cada momento, no enjuiciar, cargarse de razón o «dar caña», sino «aprender de nuevo a ver y a dirigir la atención», como decía Albert Camus. Interrumpir el tráfico de estereotipos que nos deja como estábamos, confirmados en lo que ya creíamos. Aprender a plantearnos nuestras propias preguntas: no temas que desfilan ante nosotros, sino preguntas que nos atraviesan forzándonos a pensar. Elaborar y dar sentido propio a lo que nos pasa. Un desafío en primer lugar para nosotros mismos, en tanto que máquinas de repetición y autojustificación infinitas, educadas solo para ver lo que queremos ver.
¿Se puede pensar en un periódico?
La aparición de Público en la esfera pública ensanchó la realidad de lo visible y decible, cuestionando algunos tabúes «atados y bien atados» de la CT como el papel de la monarquía, ofreciendo miradas críticas sobre la situación de la vivienda o la precariedad laboral, el modelo hegemónico de propiedad intelectual, el «todo vale» de la lucha antiterrorista o la desinformación sistemática sobre los gobiernos progresistas en América Latina (Bolivia, Venezuela, etc.). No es poco. Siempre encontraba uno entre sus páginas algo imprevisto y que daba qué pensar, empezando por la columna diaria de un electrón libre como Rafael Reig.
Al mismo tiempo, el periódico recogía y daba valor a otros modos de entender la acción política, la creación cultural o la relación con las nuevas tecnologías. La experiencia vital de las personas que hacían el periódico a diario –mucha gente joven educada en una relación confiada y no temerosa con la Red, que conoce de primera mano la precariedad a todos los niveles y comparte la típica sensación de asfixia en el marco cerrado de la CT– se filtraba muchas veces para bien entre sus páginas. Pequeños detalles aquí y allá daban forma a un periódico menos «viejuno» que el resto del mainstream (aunque se rozase también muchas veces la banalidad típica de la cultura de mercado).
Sin embargo, a pesar de esas aperturas, muy pronto fue evidente que Público quería jugar en el marco de la CT:
– En primer lugar, asumió la polarización izquierda/derecha como seña de identidad principal. Estar con unos o con otros, blancas o negras, seleccionar de la realidad lo que nos confirma o daña al contrario, desechar lo que nos contradice para «no hacer el caldo gordo a tal», «ni dar razones a cual», nada de eso nos deja pensar con autonomía, porque hay posiciones previas a las que nos tenemos que adscribir bajo pena de excomunión, porque nuestro marco de interpretación presupone ya lo que son las cosas en lugar de acercarse a escucharlas.
– En segundo lugar, apenas experimentó con nuevos lenguajes capaces de transcribir la complejidad de lo social. De hecho, tras el cierre de la edición en papel de Público y el despido de la mayoría de la plantilla, los ex-trabajadores han puesto en marcha otras publicaciones: La Marea o eldiario.es (información y opinión), Mongolia (humor), Materia (Ciencia) o Líbero (deporte), más interesantes, arriesgadas y creativas que el propio Público. Lo que habla claramente de que en el periódico existía un potencial de invención contenido y neutralizado por los formatos y lenguajes estandarizados del «buen periodismo».
– En tercer lugar, no inventó ni supo abrir espacios para la «autogestión de la palabra» donde la inteligencia conectada de los lectores pudiera expresarse y organizarse sin filtros. Es el miedo típico de la cultura consensual al desborde de la palabra que se da en la Red. La participación quedaba reducida a su nivel más simple: el comentario a la noticia, la carta al director, etc. La web de Público siempre fue un espacio sorprendentemente convencional para un periódico impulsado por personas que venían del mundo de Internet (empezando por su primer director). Poco a poco, fue haciéndose más autónoma y menos subordinada al papel, llegando a convertirse en un espacio de referencia para miles de lectores, pero sin alterar en ningún momento su arquitectura convencional. A día de hoy, es lo único que sobrevive al expolio final que acometieron los propietarios del periódico.
Ninguna de estas observaciones críticas es nueva. Las fui exponiendo en diversas ocasiones. Más sutilmente en mi segunda colaboración en el periódico («Mayo del 68, futuro anterior», 14-10-2007) y más directamente en el especial del primer aniversario («Poder al público», 26-9-2008). O ya en el blog, con ocasión de la marcha de Rafael Reig («A propósito de la salida de Rafael Reig», 9-11-2009). Huevos de alien que no prendieron ni contaminaron al huésped. Si las cito ahora es para dar algunos elementos que contextualizan el nacimiento de «Fuera de Lugar» y también porque, más allá de Público, son tres líneas abiertas de discusión con la izquierda en general.
Escuchar y editar
La propuesta que le devolví a Nacho Escolar consistía en un espacio de entrevistas, con regularidad quincenal, que sostuve durante dos años y medio más o menos. Es decir, en lugar de opinar sobre todo y cualquier cosa, se trataba de buscar y dar la palabra a algunas voces (más o menos visibles, más o menos escondidas) que hacen un trabajo de pensamiento sobre problemas específicos. Ofrecer, no tanto una opinión más, como un ramillete de voces. Una investigación coral sobre nuestra realidad entre crisis y transformación.
«Fuera de Lugar» quería ser un espacio donde acompañar, catalizar y dar a conocer a otros el pensamiento de otros, como lo fue para mí la revista Archipiélago o lo es la editorial Acuarela. Un trabajo que me permite satisfacer mis inclinaciones naturales: curiosear, conversar, articular, investigar, compartir... Pero «dar la palabra» no es un ejercicio pasivo ni significa negársela uno mismo. Más bien todo lo contrario. François Zourabichvili ha escrito estas líneas sobre el papel del «comentador» en filosofía: «No hay posición subyacente y autónoma del comentador, sino causa común del autor comentado y del autor que comenta (...) Se trata de una manera de prestar la propia voz a las palabras del otro, lo que termina por confundirse con su reverso, es decir, hablar por cuenta propia tomando la voz del otro». Zourabichvili habla de una «zona de indiscernibilidad» entre comentador y comentado. Pienso que algo muy parecido puede darse también entre entrevistador y entrevistado. Tampoco hay una posición autónoma del entrevistador con respecto al entrevistado, sino que, a través del trabajo de escucha y edición, se arma una causa común y las voces entran en cierta confusión.
Me explico. Por un lado, la entrevista es una indagación en el pensamiento del otro. El arte de dar espacio, dejar espacio, dejar hablar, hacer decir. No se trata tanto de discutir, polemizar o «ir a pillar», como de meterse en el carril del otro y preguntar desde ahí. Los amigos del colectivo argentino Situaciones proponen la siguiente distinción entre crítica y objeción: la crítica es exterior, un distanciamiento afectivo que ya no permite pensar al interior de un proceso común. Polarizar entre dos posiciones puede ser estimulante en algunos casos, pero también volver muy rígida la conversación, inhibiendo las dudas y los claroscuros. La objeción por el contrario es interna, un momento necesario del pensamiento para seguir avanzando. La objeción empuja, pero no fuera de tu camino, sino hasta el final de tu propio camino. «Son entrevistas de amigo», me dijo alguien. Y es verdad. Me considero amigo del pensamiento de todos los entrevistados: me interesa y lo valoro, quiero llevarlo más lejos o a otros sitios, agotar sus posibilidades, impregnarme de él y darlo a conocer. Esa complicidad permite recorrer con el otro un camino de pensamiento.
Por otro lado, la entrevista es también un trabajo de edición. Las conversaciones son muchas veces un caos, por su propia naturaleza a la deriva y aleatoria. El trabajo de edición (re)construye un recorrido en ese caos. Clarifica, pone el acento en lo importante y devuelve un mensaje. Es un trabajo de orfebrería muy gozoso y delicado: uno tiene auténticas joyas a su disposición, pero hay que entresacarlas, pulirlas bien y darles una estructura. Parafraseando a Juan Gutiérrez, si la escucha es inspiración («cuéntame más, qué relación tiene esto con aquello»), la edición es expiración («de qué hemos hablado, en torno a qué preguntas o ideas ha girado la cosa»). Lo mejor que puede pasar con la edición es lo que ocurre a veces con un árbitro de fútbol: nadie nota su presencia, como si el juego fluyese solo. Y la mayor alegría es cuando –aunque exagere– un entrevistado te dice tras releerse: «Me has ayudado a entenderme a mí mismo» o algo por el estilo. Pero la teoría siempre es más fácil que la práctica. Muchas veces uno actúa como un mal árbitro: dirige o interviene en exceso, se hace notar demasiado, reduce el caos pero también la frescura del juego, etc.
Desafíos y límites
«Fuera de Lugar» era una apuesta por el pensamiento en un medio de comunicación. Es decir, no descuidaba la actualidad, sino que trataba de ayudar a pensarla por fuera de los posibles prescritos y la superficialidad mediática («donde nada lleva a nada y todo se evapora»). Dirigirse a cualquiera, no solo a los lectores especializados de las revistas críticas, aprender a mezclar periodismo y pensamiento, tratando de aportar algunas imágenes que vienen por ejemplo del mundo de la filosofía para mirar de otra forma la actualidad, trabajar al ritmo de un periódico sin ceder por ello a la facilidad o la banalidad... Se aprende y se crece mucho saliendo de las propias zonas de confort y colocándose en espacios incómodos. Marco Schwartz y Lucía Álvarez me ayudaron también a ello desde la redacción de Público.
El desarrollo de la sección tuvo también sus limitaciones. En primer lugar, el espacio. Tan exiguo en papel y siempre en función de la llegada o no de la publicidad en el último momento. La publicación en papel se fue convirtiendo cada vez más en un pretexto para la publicación en el blog. No solo porque allí podía ofrecer las versiones íntegras de las entrevistas, sino también porque no hay color entre el rebote que se recibe en uno u otro medio. En el papel, en el mejor de los casos, algún comentario personal. En la Red, respuestas inmediatas de desconocidos, reenvíos en las redes sociales y réplicas en otros blogs. Son esferas públicas de discusión completamente diferentes: una distante y silenciosa, la otra mucho más horizontal y participada. Personalmente, me resultaba bien interesante poder seguir los efectos que generaban las entrevistas: cómo se leían, desde dónde, qué reacciones suscitaban. Rara vez contesté inmediatamente a los comentarios, pero muchos me dieron qué pensar y les respondí más tarde y en otro sitio. Y aunque las versiones íntegras de las entrevistas son largas para los estándares de la Red, apenas recuerdo quejas al respecto. Creo que el trabajo de edición es decisivo en este punto: permite la lectura sostenida de un texto más largo, denso o complejo.
En segundo lugar, la exigencia que me llegaba desde el periódico de «palabra experta». Todo lo crítica o radical que yo quisiese, pero autorizada. Los títulos académicos siguen siendo la acreditación de que se tiene algo que decir en este mundo, aunque hoy los saberes desborden tan ostensiblemente las instituciones tradicionales y haya tantísimo conocimiento complejo y de calidad funcionando en sus márgenes. Entrevisté a varios «expertos en experiencia», como les llama Antonio Lafuente en este libro: expertos en lo que les pasa. Maquillé levemente la presentación de algunas voces que desarrollan un trabajo de pensamiento repleto de claves para interpretar el presente pero sin muchos títulos detrás. Y por lo general busqué, entre los discursos con algún tipo de acreditación intelectual, los que están atentos a las corrientes de fondo que cambian las cosas, los que son capaces de aportar imágenes útiles para el hacer.
Por último, aunque la mayoría de las personas entrevistadas piensan muy entremezcladas en experiencias colectivas, no supe dar espacio y mostrar formas colectivas de elaboración de pensamiento: grupos, bandas, plataformas o colectivos de enunciación.
Crisis y transformación
Las entrevistas se realizaron casi todas entre finales de 2008 y mediados de 2011. En 2008 explota la crisis económica. Lo que creíamos sólido y garantizado empieza a desintegrarse. El suelo se abre bajo nuestros pies. Lo llamamos crisis, pero la palabra no alcanza. No se trata simplemente de «recortes», sino de un cambio radical de escenario.
Solemos pensar las crisis como procesos fundamentalmente negativos, que padecemos como víctimas y de los que hay que salir cuanto antes para regresar a la normalidad. Pero como dice Peter Pál, «las crisis, las catástrofes, las rupturas, los colapsos de sentido o como queramos llamar a los momentos de derrumbe, son también las condiciones de posibilidad para una renovación subjetiva, existencial, vital, sea en contextos macro o micro». ¿Cómo no quedar inmovilizados por el miedo? ¿Cómo no obedecer el reflejo del sálvese quien pueda? ¿Cómo resistir a los cantos de sirena que vienen a decirnos «está todo bajo control, despreocúpate, nosotros nos encargamos»?
Hoy casi podríamos afirmar que la realidad en crisis nos fuerza a pensar-crear. Por todas partes se abren preguntas inéditas, preguntas que nos ponen en movimiento. Una constelación de experiencias ensaya otros modos de producir, decidir y convivir, reinventando la política como participación común en los asuntos comunes. Pero las palabras que tenemos para decirnos y nombrarnos nos fallan. Los mapas que hemos heredado no orientan ya nuestra lectura del mundo. Las imágenes disponibles no significan lo que (nos) pasa. Sin partido, organización ni dogma, hoy pensamos la vida entre amigos. Y amigo es todo aquel con el que se puede pensar la vida. Quizá no exista un gran relato, pero hay mil voces. Y no son voces privadas, sino que tejen una conversación incesante en las calles y las redes, poniendo en circulación reflexiones, imágenes, nociones, historias.
Un libro donde quepan muchos libros
Las que fui reuniendo en «Fuera de Lugar» son voces entrelazadas en torno a preguntas, problemas y perspectivas comunes. El blog funcionaba como una especie de archivo donde las conversaciones entraban a su vez en conversación. Y de eso se trata también aquí. Construir un campo de resonancias. No simplemente apilar las entrevistas, sino darles una nueva vida proponiendo relaciones entre ellas.
La misma estructura quiere sugerir algunas conexiones posibles. Señalar nudos, convergencias y aproximaciones, respetando que cada entrevista es una punta abierta: un camino entre otros para el desarrollo de nuevas investigaciones. Las entrevistas están repartidas en cinco capítulos: «catástrofes», «hechizos», «desbordes», «ficciones» y «engarces».
– Las «catástrofes» piensan sobre el carácter ambivalente de las crisis, a la vez agotamiento de algo y posibilidad de un desplazamiento. Entrevistas con Franco Berardi (Bifo), Peter Pál Pelbart, Etienne Balibar, Thomas Frank, Franco Ingrassia, Ramón Fernández Durán y Jesús Palacios.
– Los «hechizos» analizan dispositivos de poder que se hacen cargo del mundo por nosotros y en nuestro nombre. Entrevistas con Guillem Martínez, Emmánuel Lizcano, Frederic Neyrat, Guillermo Rendueles, María Naredo, Santiago López Petit y Concha Fernández Martorell.
– Los «desbordes» se aproximan a algunas experiencias donde nos volvemos participantes activos en la construcción de nuestros propios mundos. Entrevistas con Cristina Sánchez Carretero, Antonio Lafuente, Amparo Lasén, Michel Bauwens, Margarita Padilla y Luis Navarro.
– Las «ficciones» reflexionan sobre imágenes y narrativas a través de las cuales cuestionamos los estereotipos que nos clavan en lo que hay y aprendemos de nuevo a ver. Entrevistas con Georges Didi-Huberman, Jacques Rancière, Leónidas Martín Saura, Reinaldo Laddaga y Wu Ming 4.
– Los «engarces» cuentan historias aparentemente imposibles de alianzas que transforman el dolor por el mayor de los daños (la muerte violenta de seres queridos) en fuerza creadora de nuevos vínculos y posibilidades de vida. Entrevistas con Jo Berry y Pat Magee, Juan Gutiérrez, Aaron Barnea, Ali Abu Awwad y Terry Rockefeller.
(Por razones de extensión, he dejado fuera, con todo el dolor de mi corazón, varias entrevistas que se pueden consultar en el blog de «Fuera de Lugar»: Alain Brossat, Christian Marazzi, Daouda y Serigne, Jan Martí, Mazen Faraj, Raúl Zibechi y Roland Denis.)
Estos cinco títulos no remiten a «temas», sino más bien a distintas «dimensiones» de la experiencia contemporánea. Cada entrevista se desarrolla siempre en más de una. El hecho de que estén situadas en un capítulo u otro es una cuestión de énfasis: dónde está puesto el acento del análisis y el discurso. El riesgo que puede correrse organizando así los materiales es que los capítulos se lean como compartimentos estancos, cuando cada uno es más bien una constelación de voces entrecruzada con las otras. Por eso, a la manera de Internet, he marcado cada entrevista con una serie de «tags» o «palabras clave» que sugieren otras vecindades entre ellas: afectos, ambivalencia, confianza, enemigo, entrelazamientos, estereotipos, expertos, malestar social, miedo, nueva derecha, nueva politización, sanación, seguridad y victimización.
Este es el paseo que yo propongo. Un primer recorrido «guiado» y luego cada uno, si quiere, que vuelva y curiosee por donde se le ocurra. Y quien desee transitar directamente por el libro con su propia brújula también es bienvenido. Nada más fácil que ignorar las señales.
Por último, he invitado a los entrevistados a añadir una coda o posdata a la conversación. Lo que se llama en inglés un revisited: que se relean uno, dos o tres años más tarde y propongan una breve actualización o prolongación de lo dicho, al hilo de sus inquietudes, preguntas o líneas de investigación presentes. Casi todos han encontrado el tiempo y algo que decir, en muchos casos sobre la evolución de la crisis o lo que ha abierto el 15-M.
Corto y cambio
En septiembre de 1987, el Real Madrid se enfrentaba al Nápoles de Maradona con el Bernabéu cerrado al público por sanción disciplinaria. El partido se retransmitió por televisión. El filósofo francés Jean Baudrillard encontró ahí una metáfora de nuestra organización social: «Hoy, los asuntos de la propia política deben desarrollarse en cierto modo ante un estadio vacío (la forma vacía de la representación) del que ha sido expulsado cualquier público real en tanto que susceptible de pasiones demasiado vivas y de donde solo emana una retranscripción televisiva (las pantallas, las curvas, los sondeos). Sigue funcionando, casi cautivándonos, pero sutilmente es como si una Federación política internacional hubiera suspendido al público por un periodo indeterminado y lo hubiera expulsado del partido. Así es nuestra escena transpolítica: la forma transparente de un espacio público del que se han retirado los actores, la forma pura de un acontecimiento del que se han retirado las pasiones.»
Seguramente, la CT tuvo en su día razones de ser, pero con el paso del tiempo se ha endurecido y acartonado completamente, convirtiéndose en el «estadio vacío» de Baudrillard. Un sistema de información centralizado, jerárquico y unidireccional, donde el público real ha sido completamente borrado en tanto que susceptible de preguntas demasiado inconvenientes, lenguajes demasiado incorrectos, chistes demasiado gruesos, culturas demasiado vivas, malestares demasiado profundos. Y sustituido por una retranscripción simplificada de la realidad. Aunque esa escena siga funcionando, ya no nos cautiva y cada vez menos gente se reconoce en ella. Nos impide directamente pensar a fondo y asumir colectivamente los problemas que tenemos hoy como sociedad. No nos representa.
El público regresa al estadio del que había sido expulsado: pita, silba y se cachondea. Pone en crisis el «modelo televisión» donde solo unos pocos pueden ocupar la escena y toda manifestación del público se considera una molesta interferencia. Cuestiona radicalmente, ya no solo lo que se hace y se dice en esa escena, sino quién tiene derecho a hacer y decir: la división entre «capaces» e «incapaces» típica de la cultura consensual. Desde la ciencia o el periodismo ciudadano hasta el 15-M, la creatividad social se desborda hoy por fuera de los centros jerárquicos de sentido desde donde emanan las retranscripciones de la realidad: academia, museo, media, partido, sindicato, etc. La arquitectura del desbordamiento tiene mucho más que ver con una red que con una televisión: distribuida y no centralizada, cooperativa y no jerárquica, conversacional y no vertical, amateur y no experta, autoritativa y no autoritaria.
¿En qué podría consistir entonces el trabajo intelectual en tiempos de rebelión de los públicos y arquitectura de red? Una respuesta entre otras posibles la da Reinaldo Laddaga en su entrevista. Laddaga afirma que hoy podemos concebir a un autor, no solo como el especialista que trabaja en el retiro del mundo una obra con bordes estrictos y se relaciona a distancia con un público silencioso y desconocido, sino también como «un punto de paso en una conversación incesante que captura al vuelo y relanza una y otra vez».
El autor como «punto de paso» se piensa a sí mismo en medio de una riqueza de lenguajes, pensamientos, prácticas e imágenes. Su tarea no es suplir carencias ni dirigir la opinión, sino activar procesos y hacer circular las ideas. Tejer, no representar. Él mismo está siempre en circulación. Llevando y trayendo. Ni dentro ni fuera, sino trabajando en las costuras. Como un extranjero, un contrabandista, un alien. No funciona en circuito cerrado ante un «estadio vacío», como el monólogo del experto, sino que necesita a otros y trabaja con otros. Escucha, registra, enhebra, traduce, propone y devuelve todo el rato, atento siempre al rebote de la realidad. Dibuja figuras uniendo puntos que estaban desligados, como en aquel juego infantil. Pero no conexiones numeradas ni figuras preexistentes, sino conexiones y figuras inéditas. Y de ese modo contribuye a la autogestión del sentido y la autorrepresentación social, frente a la captura y recodificación constante de lo que (nos) pasa en los casilleros establecidos de la política de los políticos y los media.
Así, el nombre que figura en este libro como autor debe entenderse como el nombre de un «punto de paso». El nombre de una línea entre puntos, un nombre propio pero no privado.
Pensar desde el nombre es pensar las consecuencias del nombre, pensar lo que el nombre puede ligar, conectar, cohesionar, y no qué argumentos satisface. No importa quién es; importa más qué puede o qué hace. Lo que puede y lo que hace, eso es lo que es (Ignacio Lewkowicz).
El octavo pasajero:
CT o la Cultura de la Transición (crítica a 35 años de cultura española), varios autores, Mondadori (2012).
Generación post-alfa, Franco Berardi (Bifo), Ediciones Tinta Limón (2007).
«Las luchas del vacío», Amador Fernández-Savater y Margarita Padilla (se puede encontrar en la red, en la página www.espaienblanc.net).
«FAQ (Frequently Asked Questions) sobre la fuerza del anonimato», Amador Fernández-Savater y Leónidas Martín Saura (se puede encontrar en la red, en la página www.espaienblanc.net).
Pensar y opinar:
«Renovar el compromiso», Marina Garcés, revista Espai en Blanc, número dedicado a «El impasse de lo político» (2011).
«Crisis de la presencia. Una lectura de Tiqqun», Amador Fernández-Savater (se puede encontrar en la red, en la página www.espaienblanc.net).
El mito de Sísifo, Albert Camus, editorial Alianza (varias ediciones).
¿Se puede pensar en un periódico?
En “Despedida (censurada) de Público.es” se puede leer el triste final de mi experiencia en Público (se puede encontrar en la red, en la pá-gina acuarelalibros.blogspot.com.es).
Escuchar y editar:
Deleuze, una filosofía del acontecimiento, François Zourabichvili, Amorrortu (2004).
Un elefante en la escuela, Colectivo Situaciones, Tinta Limón (2008)
«Caja de herramientas», Juan Gutiérrez, Gernika Gogoratuz (1999).
Para seguir conversando:
La transparencia del mal, Jean Baudrillard, Anagrama (1989).
Estética de la emergencia, Reinaldo Laddaga, Adriana Hidalgo (2006).
Sucesos argentinos, Ignacio Lewkowicz, Paidós (2002).
En cada catástrofe personal o social, el suelo desaparece bajo nuestros pies. Por supuesto hay daño y destrucción de mundo, pero el hundimiento desvela también horizontes que antes no estaban a la vista. Por tanto, la catástrofe es a la vez derrota y derrotero. Agotamiento de una lógica y posibilidad de un desplazamiento. Crisis de sentido y antesala de la creación. Encrucijada donde nada es posible y todo es posible.
Franco Berardi (Bifo)
Peter Pál Pelbart
Etienne Balibar
Thomas Frank
Franco Ingrassia
Ramón Fernández Durán
Jesús Palacios
Franco Berardi (Bifo)
En la primera fase de la crisis (2008-2010), los poderes estatales gesticulan dando a entender que van a poner límites inmediatamente al poder desbocado del capital financiero. Sarkozy habla incluso de «refundar el capitalismo sobre bases éticas». El discurso político y mediático presenta la crisis como una problemática abstracta e inalcanzable a la que solo pueden responder quienes tienen un discurso y una práctica igualmente abstracta e inalcanzable, en primer lugar los Estados. La izquierda ve llegado su momento y propone nuevos guiones que rejuvenecen por un segundo el espectáculo de la política por arriba.
Por el contrario, en la primera entrevista de «Fuera de Lugar», Franco Berardi (Bifo) complejiza la lectura de la crisis como crisis de civilización y apuesta por el protagonismo social ante la alternativa dominante entre Estado o mercado. Frente a los análisis que piensan la economía como una lógica autorreferencial y desencarnada, el enfoque de Bifo la conecta con nuestra subjetividad, valores, expectativas e imaginario. Si la economía depende de nosotros, nosotros podemos ser entonces los actores fundamentales del cambio y la transformación (y no solo un Estado con capacidad de regular las finanzas).
Franco Berardi (Bifo) es filósofo, escritor y teórico de los medios de comunicación. Implicado en los movimientos autónomos en los años setenta, preconizó en los ochenta la explosión de la Red como vasto fenómeno social y cultural, y fundó en 2005 la primera «televisión de calle» en Italia contra el monopolio comunicativo de Berlusconi. En castellano ha publicado La fábrica de la infelicidad (Traficantes de Sueños, 2004), Telestreet: máquina imaginativa no homologada (El Viejo Topo, 2004) y El sabio, el mercader y el guerrero (Acuarela, 2006).
21 de enero 2009
¿Cuál es tu lectura sobre las causas de la crisis?
El origen de la crisis financiera es mucho más profundo del que los economistas pueden reconocer. Naturalmente, la causa inmediata de esta crisis catastrófica se encuentra en la colosal estafa del crédito inmobiliario americano, pero lo que se manifiesta es una crisis conceptualmente mucho más amplia y profunda: la crisis del crédito como herramienta fundamental de la dinámica económica capitalista y de la organización mundial de la división del trabajo y del consumo.
¿Una crisis de civilización?
Sí, el capitalismo estadounidense ha podido fortalecerse desde los años setenta gracias a un endeudamiento sin límites. Su hegemonía político-militar le permitía imponer las condiciones de las relaciones económicas internacionales. Pero esa hegemonía ha entrado en crisis: por supuesto, debido a su desastrosa derrota en las guerras de Irak y Afganistán, pero también a la situación de Pakistán, al borde de la guerra civil. El mundo ya no acepta pagar los costes del hiperconsumo norteamericano: la deuda ya no puede aumentar. Más aún: la deuda económica y también simbólica que el mundo occidental en su conjunto ha acumulado en quinientos años de modernidad, la deuda de la colonización y la esclavitud, hoy reclama ser pagada.
Los políticos aún creen que tienen margen de maniobra.
La intervención del gobierno estadounidense pretende sostener a la clase financiera a costa de los ciudadanos que pagan los impuestos, de las empresas y de los consumidores. Pero no creo que la intervención estatal pueda frenar la crisis económica, porque salvar a la clase financiera supondrá dilapidar los recursos necesarios para inversiones y para un relanzamiento de la demanda. ¿Puede Occidente aceptar una reducción drástica de su nivel de vida? No lo creo. Eso significa que la guerra por la apropiación de los recursos se volverá una condición permanente y ubicua en los próximos años.
¿Qué puede pasar?
La dirección del cataclismo económico es imprevisible. Podrían crecer los movimientos populistas que catalicen el egoísmo desesperado y lo movilicen contra los chivos expiatorios externos e internos (inmigrantes, disidentes...). Pero también se pueden crear las condiciones para una nueva cultura de la solidaridad, del compartir. Para ello, intelectuales, activistas y movimientos ciudadanos tienen que desarrollar dos vías de transformación social: un proceso de redistribución de la riqueza y del tiempo de trabajo; y la creación de una cultura de autonomía con respecto al consumo, de ascetismo y gozo del tiempo.
¿Cómo se concreta eso?
Hay que lanzar tres líneas de acción, a la vez directa y reivindicativa. Por un lado, el aumento de los salarios, la apropriación social de los bienes, la ocupación de los espacios urbanos. Los bienes que las clases depredadoras han robado tienen que volver a la sociedad, si es posible de manera pacífica. Por otro, la reducción del tiempo de trabajo y la abolición del trabajo superfluo. Quien impone el trabajo extra es el peor enemigo de la comunidad. Finalmente, necesitamos limitar el peso de la economía sobre la vida social, aprender qué significa el gozo del tiempo fuera del dominio de la mercancía, un nuevo ascetismo. De ahora en adelante, las comunidades extra-económicas se multiplicarán para experimentar formas de autosubsistencia, de vida compartida.
La izquierda dice que solo el Estado puede detener la devastación neoliberal.
Las formas de resistencia siguen siendo puramente defensivas porque no logramos salir del marco cultural y político del siglo XX. Tenemos que considerar la disolución de la izquierda en Francia, en Italia o en Inglaterra como un acontecimiento positivo, porque nos permite experimentar fuera del contexto conceptual y político del pasado. Ni Estado ni privatización. Esa vieja alternativa –herencia del siglo XX– no tiene ya sentido, como puede verse en la situación estadounidense donde la intervención estatal se hace al servicio de los intereses de las finanzas y del capital.
Wallerstein afirma que estamos ante el fin del capitalismo.
No se trata de esperar un desplome del capitalismo como efecto de la catástrofe. La idea misma de un desplome del capitalismo olvida que este no es una construcción material como un edificio, sino un sistema de relaciones simbólicas. Lo que ocurre en este momento es una catástrofe. Catástrofe, en su sentido etimológico (en griego, kata: bajo; strofein: desplazar), significa una acumulación de inestabilidad que produce un viraje del punto de observación y el desvelamiento (apocalipsis en griego significa revelación) de un horizonte que antes no podía verse. El fin del capitalismo solo puede ser efecto de un cambio en los imaginarios, las expectativas, las formas de interpretar el mundo de la mente colectiva. Sin imaginación no hay subjetivación colectiva y sin subjetivación colectiva no hay salida de la pesadilla presente. Transformemos la catástrofe en subversión.
tags: ambivalencia, enemigo, nueva derecha, nueva politización
Posdata: ¿Guerra civil europea? (septiembre 2012)
Si no sabemos hacer algo mejor, al menos intentemos imaginar el abismo en el cual nos estamos precipitando. Hace algunos meses, el economista Christian Marazzi declaró en una emisión televisiva en Italia que las medidas de austeridad impuestas por la gobernanza europea no solo son dolorosas y regresivas, sino también trágicamente inútiles desde el punto de vista de la reducción europea de la deuda. Lo que pasa ahora en Grecia confirma la previsión de Marazzi. Después de haber arruinado las estructuras sociales y la vida cotidiana, después de haber provocado una caída del producto nacional del siete por ciento, los griegos se enfrentan ahora a la amenaza de una dramática expulsión de la eurozona. Lo mismo está pasando en España y en Italia. La humillación política se suma a la destrucción civil y económica, pero al final la deuda aumenta y no se reduce.
Todos saben muy bien que las medidas de austeridad no pueden reducir la deuda, porque el efecto de esas medidas es inevitablemente la recesión y la consecuencia de la recesión es una reducción de los ingresos fiscales. No podemos creer por tanto que la verdadera intención del directorio europeo es la reducción de la deuda. La verdadera intención de los funcionarios de Goldman Sachs que se han instalado en los lugares de dirección de la política europea es producir un desplazamiento de la riqueza desde la sociedad hacia la clase financiera, destruir la democracia del trabajo, privatizar la escuela, el sistema sanitario y los transportes, desmontar la civilización social para reemplazarla por un sistema de esclavitud precaria general.
Pero tal proyecto no puede realizarse sin una verdadera guerra. Lo que podemos prever en los próximos años en Europa no solo es la recesión económica y el desmoronamiento de la vida social, sino también una difusión de la experiencia yugoeslava de los años noventa a escala continental, una guerra civil que va a desarrollarse de maneras diferentes. Los indicios de este proceso ya están visibles en muchos lugares, empezando por Grecia. La mitad de los policías griegos ha votado por Amanecer Dorado, un partido declaradamente nazi y racista. El efecto ya se está viendo: desde las campañas de agresión de inmigrantes hasta el homicidio. Un joven paquistaní y un iraquí han sido asesinados en el mes de agosto de 2012. Un ejército fascista está en formación, como efecto de la humillación nacional. Lo que pasó después del Congreso de Versalles de 1919 se está repitiendo: la humillación nacional alemana e italiana produjo el fascismo europeo, el empobrecimiento masivo producido por la deuda produjo la nazificación de las masas.
En Italia y en España, la dinámica secesionista puede determinar una ola de disgregación de la unidad nacional y una reacción centralista. En Italia, el partido berlusconiano, aparentemente derrotado, se dispone a reaccionar con las armas clásicas de la mafia: violencia y complot, ataque al Estado nacional, en alianza con el ataque secesionista de la Liga Norte. El monetarismo neoliberal, con el euro como herramienta principal, ha desencadenado un auténtico proceso de balcanización. ¿Podemos defender el euro ahora que vemos con claridad que está produciendo la destrucción del proyecto europeo? Pero al mismo tiempo, ¿podrá el proyecto europeo sobrevivir al colapso final del euro?
A nivel continental, el resurgimiento del resentimiento nacionalista y populista se manifestará como odio antieuropeo y antialemán. El odio antialemán ya se puede ver crecer, alimentado por la prensa populista. Este odio profundamente arraigado en la cultura católica y ortodoxa puede conectarse con un sentimiento de resistencia antifascista mal entendido, como pasa en Grecia. Alemania será identificada como culpable de la devastación y se convertirá en el chivo expiatorio de la clase financiera, como si Alemania fuese el sujeto de la violencia financiera. Pero el Bundesbank no solo es un banco alemán, sino el cuartel general del capital financiero italiano, español y también griego. La verdadera contradicción entre la clase financiera desterritorializada y la sociedad europea será traducida en términos nacionalistas por el populismo derechista. Empobrecimiento de los trabajadores, desmoronamiento de las estructuras de la civilización social, violencia racista y guerras secesionistas y nacionalistas. Ese es el panorama que se está perfilando.
La izquierda parlamentaria está completamente sometida. En Italia se pone al servicio de la dictadura financiera, en Alemania se pone al servicio del sentimento nacionalista antieuropeo y del conformismo de los trabajadores fijos. En el Estado español, el gobierno Zapatero se vino completamente abajo cuando la crisis europea se manifestó.
Pero la sociedad no parece capaz de producir un movimiento eficaz. Una ola de oposición social se expresó en 2010-2011: masivas manifestaciones de los estudiantes de Londres y Roma, acampada española del 15-M, revuelta rabiosa de los jóvenes desempleados y precarios en Inglaterra en el verano 2011, y de los jóvenes de Atenas. Pero fue un movimiento sin coordinación, que no pudo parar ni rechazar ninguna medida de la clase financiera. La acción social parece impotente debido a la novedad radical de la forma desterritorializada del poder económico y político contemporáneo. No hay lugares físicos de decisión política. Hay automatismos financieros incrustados en las interfaces tecnolinguísticas del sistema financiero. Estas interfaces escapan a la acción y a la decisión de toda instancia política.
Después de la primera ola de protestas, ahora las explosiones se dan de modo aislado y puramente reactivo. Cuando una categoría social (o una fábrica, o una ciudad) es golpeada directamente, se rebela de manera desesperada como pasa en las minas españolas y en algunas fábricas italianas. La total incapacidad (y la falta de voluntad) de los sindicatos para coordinar una acción a nivel europeo es dramática. Y también lo es la incapacidad de los movimientos sociales –después de la crisis de los foros sociales antiglobalización en 2003– para coordinar una acción colectiva a nivel continental.
La cultura europea está muerta. Eso está claro. Ninguna manifestación de comprensión analítica ni de revuelta ética, ningún signo de dignidad intelectual. Un texto lamentable de Cohn Bendit y Ulrich Beck invitando a los funcionarios europeos a donar un año de trabajo voluntario para movilizar la conciencia europea me pareció una señal evidente de demencia senil.
La cultura y el movimiento político en Alemania tiene una especial responsabilidad a este nivel. Cuando en mayo de 2012 se lanzó la propuesta de Occupy Frankfurt, la única fuerza que se movilizó en Alemania fueron los grupos antifascistas que expresaron una (admirable pero inadecuada) conciencia de solidaridad internacional, cuando no se trataba de solidarizarse con los otros, sino de movilizar el trabajo precario explotado en Alemania y prevenir a los trabajadores alemanes de los efectos de empobrecimiento que el colapso europeo tendrá para ellos también. El movimiento ha sido totalmente incapaz de producir una conciencia de esta tendencia.
Es una manifestación de impotencia, no solo intelectual, sino social: la impotencia del trabajo precario para producir solidaridad social. Lo vemos por ejemplo en la educación italiana, ayer golpeada por la política de privatización del gobierno Berlusconi, hoy destrozada por la política de austeridad del gobierno Monti. Los trabajadores precarios de la educación no han sido capaces de ninguna movilización solidaria y siguen siendo incapaces de movilizarse unitariamente. El aislamiento del movimiento griego ha sido una vergüenza para todos los demócratas y los anticapitalistas europeos.
Una esperanza parece residir en la situación española. ¿Podrá el movimiento español producir un efecto mas significativo que el movimiento griego? ¿Podemos esperar que un levantamiento en España pueda subvertir la tendencia en la política europea? ¿Podrán los trabajadores españoles lanzar un proceso de ocupación y de autogestión de las oficinas abandonadas por los capitalistas?
Un proceso de construcción de solidaridad y de autonomía tendrá que desarrollarse en el tiempo largo de esta década marcada por la pobreza, la guerra, la violencia. En esta década hay que reconstruir las condiciones de un programa de reducción radical del tiempo de trabajo, de reconversión ecológica del sistema productivo. La creación de espacios de vida colectiva con formas de intercambio posmonetario es la acción principal que tenemos que lanzar durante el desarrollo de la catástrofe, con la conciencia de que tal cosa no puede parar la destrucción pero sí crear condiciones de supervivencia y de preparación de un posible cambio radical en el futuro.
Peter Pál Pelbart
Por obra y gracia de la crisis económica, la palabra «crisis» está hoy por todos lados. Con ella solemos referirnos a un proceso fundamentalmente negativo, que padecemos pasivamente como víctimas y del que hay que salir cuanto antes para regresar a la normalidad. Pero en las crisis subyace también un gran potencial de transformación.
Peter Pál Pelbart es filósofo. Nacido en Budapest, formado filosóficamente en París, actualmente es profesor en la Universidad Católica de São Paulo (Brasil). Es coordinador de una compañía teatral con pacientes psiquiátricos. Entre sus temas de investigación se encuentran la locura, el tiempo, lo común o la biopolítica. En castellano ha publicado Filosofía de la deserción (Tinta Limón ediciones, 2009).
La entrevista se realizó durante la visita de Peter Pál en enero de 2010 a Madrid, invitado por el Museo Reina Sofía.
13 de febrero 2010
¿Cómo piensas las crisis?
En España seguramente se conozca bien a François Tosquelles, psiquiatra, psicoanalista y militante anarquista catalán. Refugiado en Francia tras la guerra civil española, fue responsable de una verdadera revolución en la psiquiatría a partir de su trabajo en el hospital de Saint Alban. Comprendió inmediatamente la similitud entre la situación de los hospitales y de los campos de concentración, lo que le impulsó a una subversión de la lógica institucional. Lo que se conoce menos de Tosquelles es su producción teórica. Escribió un libro llamado La vivencia del fin del mundo en la locura, donde describe los cuadros clínicos en los que se pierde radicalmente la confianza en el mundo, la expectativa elemental de que el mundo pueda continuar, tras una quiebra en la vida, un desastre, una crisis. Todo eso apenas sería una contribución en la descripción fenomenológica de un cuadro clínico, como las que hicieron Binswager o Minkowski. Pero su idea más interesante, desarrollada a partir del trabajo de Goldstein, es que esa catástrofe anímica coincide con la apertura a la creación de mundo. Junto a la disolución padecida de la existencia, se da un esfuerzo vital de invención de una nueva forma de vida. Es decir, catástrofe y creación van unidas.