Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
"El Estado equitativo", subtitulado "Ensayo sobre la realidad argentina", es un ensayo de Leopoldo Lugones sobre filosofía política, poderes del Estado y sociedad, que publicó dos años después del golpe de Estado de 1930 en Argentina.-
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 118
Veröffentlichungsjahr: 2021
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Leopoldo Lugones
(Ensayo sobre la realidad argentina)
Saga
El Estado equitativo
Copyright © 1932, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726641752
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com
CRISIS DEFINITIVA
El mundo entero sufre una crisis de la cual participamos, constituída, en resumen, por el conflicto de un sistema que acaba: el liberalismo, conformado a la potestad personal de proceder cada uno según su conciencia, y la disciplina impuesta por la necesidad de mantener el orden público, fundamento del bienestar común. Bajo ambos conceptos, el gobierno es, respectivamente, “un mal necesario” y un bien indispensable. El liberalismo, en su expresión más generalizada, fué y es una escuela económica que sostiene la libertad de comercio, o abstención total del Estado ante la recíproca actividad de la oferta y la demanda, sometida únicamente a su propia función que es el contrato implícito o explícito entre vendedor y comprador. De ahí que la manifestación más importante de la crisis, sea el desorden económico cuyo principal motivo procuraré muy luego establecer, así como que ella coincida con distintos regímenes de gobierno. Quiere decir, por lo pronto, que no depende de ellos y que los supera, lo cual revoca desde luego aquel prejuicio capital del siglo XIX, que veía en el liberalismo político la panacea milagrosa. Así lo entendimos también, cuando a mediados de esa centuria sancionamos la constitución que literalmente nos rige, participando del movimiento general como nación civilizada; y del propio modo habremos de hacerlo ahora, para acomodarnos a las nuevas condiciones. Es lo que indican, como entonces, la conveniencia y la sensatez; desde que no pudiendo figurar entre las naciones monitoras o potencias, conforme a nuestros recursos, y dado que aun esas mismas tampoco escapan a la crisis mundial, la presente evolución nos arrastrará a pesar nuestro, si nos retrasamos en el concierto de todas ellas. España nos ofrece el ejemplo confirmatorio a la mano. Retardada con exceso, acaba de iniciar el período que otras naciones han recorrido ya. Por esto entró acto contínuo a padecer contradicciones tan graves como la adopción del liberalismo extremo y la conservación del proteccionismo cerrado que no puede abandonar sin arruinarse bajo la presión de la economía antiliberal predominante en el mundo entero: útil advertencia para el trasnochado “izquierdismo” que andan propalando aquí los políticos superficiales. Pues ahora debemos considerar otro resultado de la experiencia común.
La guerra de 1914 y sus consecuencias, más elocuentes si cabe, enséñannos la falacia de aquella ley del progreso indefinido en cuya virtud las naciones “avanzan” constantemente hacia la abolición del gobierno, que siendo “el mal necesario” de la doctrina liberal, “debe” ir acabándose con el tiempo.
Ahora bien, toda ideología, y aquella doctrina lo es, consiste en un sistema lógico que ideado teóricamente para contener la realidad política, exije el acomodo efectivo de ésta sobre ese patrón. Pero todo sistema de gobierno es un ensayo experimental, como que se aplica a las condiciones diversas y mudables de la asociación humana; y al propio tiempo, los resultados de la experiencia en todos los órdenes de la humana actividad, se hallan muchas veces en desacuerdo con la lógica. Tantas ha ocurrido esto, que hemos debido reducir la inteligencia al papel de una facultad estadística, en cuya ordenación sistemática de los fenómenos, las leyes de la Naturaleza que pretende haber descubierto son sus propias satisfacciones basadas en una comprobación de frecuencias.
Por esto hay que remontar siempre al análisis de las premisas y postulados, mediante el cual descubriremos que los del liberalismo son arbitrarios o erróneos. Así, en el campo científico, que es el de su doctrina, el hombre libre y capaz de nacimiento, que condiciona su principio de igualdad, no existe. Argúyese que es una entidad jurídica; pero cuando dichas personas no corresponden a la realidad aplicable, se trata de meros arbitrios lógicos. Son, pues, inconsecuentes o contradictorios con dicha realidad, y esto explica la eterna paradoja del principismo.
La “ley del progreso” ha quedado también fuera de la ciencia. El movimiento indefinido en cualquier dirección no es cuestionable, mensurable ni experimentable. Todo avance es un desplazamiento relativo a tal o cual punto de referencia en constante movimiento a su vez. La continuidad es una ilusión hasta en el rayo de luz, cadena de “fotones” o gránulos de energía semejantes a las gotas de un chorro. La evolución de las especíes no es la ley de la vida, sino una entre varias. La escala de los seres, con el hombre como peldaño superior, es una idea teológica. Matemáticas, física y biología, desvanecen, así, los postulados del liberalismo. La misma unidad no es ya más que la afirmación de una existencia; pero, en el campo del número, como en los de la materia y la psicología, dicha existencia no es simple. Trátase siempre de un conjunto. Así el átomo y el yo.
En cambio, la historia y la observación han restablecido la vigencia de la llamada ley de periodicidad descrita por el vaivén del péndulo, y según la cual todos los fenómenos consisten esencialmente en una acción y una reacción proporcionales entre sí. Cuando falta la proporción, el fenómeno acaba o se transforma en otro que la restablece. Como el péndulo, al oscilar, hállase perturbado por resistencias y fuerzas ajenas a su exclusivo vaivén, éste último no describe un arco simple sino una curva lemniscata o cerrada en forma de ocho; pero ello no es más que la adaptación del objeto en movimiento a la ley permanente y universal. De tal suerte, la oscilación extrema hacia el liberalismo señala el comienzo de la reacción autoritaria; pero, como tampoco se trata de un fenómeno simple ni simultáneo en todas las naciones, su desarrollo efectúase de modo distinto en ellas, o sea conforme a las peculiaridades de cada cual, y durante un lapso que es el período histórico.
Con todo, hay manifestaciones generales; y entre ellas, la que determina, precisamente, el actual conflicto económico. De acuerdo con la libertad de oferta que según el liberalismo es personal y ajena al Estado, los agricultores, ganaderos y fabricantes produjeron sin calcular la demanda. Cuando ésta no se efectuó en la proporción necesaria a la prosperidad de aquéllos, el perjuicio causado fué tan general, que afectó al pueblo entero de cada nación, con trastorno y penuria graves; y como el objeto de todo gobierno en cada nación es garantir el orden y el bienestar comunes, los gobiernos tuvieron que intervenir. Tratábase, sin embargo, de un sencillo caso de libertad de demanda; y conforme a la doctrina liberal, todo consistía en que los productores, calculando mejor, redujeran sus actividades. Pero, unos habían ido demasiado lejos para retroceder acto contínuo sin arruinarse por completo; otros representaban demasiado vastos intereses vinculados con el suyo, y desde luego el de los trabajadores y empleados, que viviendo al día y al mes, no pueden esperar hambrientos el acomodo. Claro está que la crisis proviene también de otras causas; pero aquélla es la principal, y su sola mención comporta dos evidencias concluyentes: 1.a que la libertad de producción y de comercio plantea un conflicto fundamental con el deber gubernativo de garantir la prosperidad común; y 2.a que el orden económico está dentro del orden público.
Para mayor claridad, resultó que los dos países más liberales del mundo, o sean los Estados Unidos, donde fué dogma la abstención del gobierno en materia comercial, y la Gran Bretaña donde lo fué el libre cambio, efectuaron las conversiones más decisivas. En ambos se comprendió que se había ido demasiado lejos; que era necesario gobernar la producción y el comercio, porque los dos son actividades sociales, aunque los particulares las ejerzan; y que ningún interés privado, sea individual o colectivo, puede comprometer el bienestar común, para beneficiarse y hacerse justicia, sin que ello equivalga a establecer la anarquía y el privilegio tiránico: despotismo capitalista o dictadura proletaria, sendos instrumentos de una misma opresión.
Mas, si al extinguirse el liberalismo, la reacción autoritaria es fatal, ello plantea a su vez el dilema del sentido en que ha de efectuarse. Tanto da que sea hacia la derecha o la izquierda, con tal que resulte benéfico a la Nación. Esto último es lo que importa, y lo que interesa, de consiguiente, prever. La reorganización nacional es inevitable como el propio conflicto mundial que la determina; pero, de la cordura con que la efectuemos, depende nuestro porvenir. Pues la historia enseña también que las naciones decaen y sucumben por desacierto. Querrámoslo o no, tendremos que realizarlo. Inútil agregar que debemos quererlo y bien.
El “izquierdismo”, como a sí propia se llama la tendencia socialista en que degenera el liberalismo, es acá un fenómeno extranjero y satisface principalmente a la masa obrera de las ciudades, en gran parte extranjera también. Apresura el planteamiento de problemas exóticos y desdeña las enseñanzas de la experiencia nacional, sintetizando en el vocablo “criollo” la calificación de su menosprecio. Por otra parte, su indiferencia cosmopolita ante la patria y aun el antipatriotismo que alardea para declararse más internacional, son meros recursos tácticos. El socialismo es un instrumento de Rusia, potencia de nacionalismo feroz, que como el Austria de Carlos V y la Roma de Bonifacio VIII, persigue el dominio universal. Por supuesto que tales miras secretas, no son para la “plebe roja”, sino para los iniciados que la dirijen acá como en todo el mundo; ni tampoco para los ilusos de la burguesía liberal que se suicida en sus avanzadas manos.
La reacción de autoridad y disciplina que empezó con el movimiento del 6 de setiembre de 1930, propónese reorganizar la Nación sobre la realidad presente y la experiencia propia, con abstracción de ideologías ecuménicas. Constituye uno entre los casos de concentración nacional que ha sucedido al movimiento de expansión ideológica llamado humanitarismo. Asume, así, la tarea de bastarse, impuesta a todas las naciones por la guerra y sus consecuencias, que podemos lamentar, pero no desconocer: estado militante que transforma el gobierno en mando, porque se trata, en efecto, de una ofensiva general. Reaccionaria, pero no conservadora, ya que esta es la actitud del liberalismo con su sistema intangible, sus propósitos resúmense en una fórmula de sentido común y de modesta sencillez: la Argentina para los argentinos.
Pasemos a ver cuales son las condiciones imprescriptibles de aquella realidad y aquella experiencia.
EL PRINCIPISMO
Si el objeto de la Patria es hacer la felicidad de sus hijos, pues con este único fin ellos mismos la forman y la defienden, todo cuanto lo contraríe suscitará un conflicto inaceptable. Poco importa que ello sea un interés o lo que se llama un principio; una ideología o un caso personal de conciencia. Todo lo que está en la Patria es menos y vale menos que ella, por sencilla relación de la parte al todo. Tal concepción de la Patria es romana y fué restablecida por Maquiavelo tras mil años de confusión medioeval. Esta había consistido en atribuir preponderancia a la conciencia personal del cristiano cuyo disentimiento con la Patria planteaba un conflicto entre ella y Dios. El realismo maquiavélico estableció que no hay conflicto esencial, sino contradicciones circunstanciales por error o por abuso, entre la entidad metafísica que es Dios y la entidad moral que es la religión de su culto, con el hecho político que es la Patria, síntesis de tres más: uno físico, el territorio; otro biológico, el pueblo; y otro fisiológico, la necesidad. El Estado no resulta, pues, moral ni inmoral, sino amoral, agnóstico, y oportunista o empírico. La conciliación de una y otras entidades en él, es, pues, posible sin detrimento ni subordinación de ninguna, y así efectuáronla con vigor las monarquías católicas del Renacimiento, a empezar por la española que fué la más avanzada, y por la pontificia que fué la más inteligente. El Estado liberal, creación del protestantismo y de la Revolución Francesa, desbarató esa síntesis, tratando de reconstruirla en el individuo, o sea fundando la nación en los derechos del hombre; pero, hasta en la Unión Americana, su mayor éxito, la experiencia ha acabado por enseñar que resulta una paradoja conducente a la anarquía, tal cual viene a serlo en efecto el individualismo liberal; pues si bien se mira, nada puede haber superior al Estado en el Estado, sin que resulte por fin destructor del Estado mismo. Los derechos del hombre tienen que estar, así, dentro de los deberes del ciudadano, o sea la libertad dentro del orden; y tal es la fórmula de la presente reacción. El Estado constituye, entonces, una entidad estrictamente política y económica, que puede reconocer una religión, y hasta declararla única, o no hacerlo con ninguna, por tradición, conveniencia o cualquier otro motivo; pero no ser clerical ni anticlerical, deísta ni ateo, dogmático ni racionalista, porque su objeto puramente jurídico y administrativo, excluye esas opiniones que no lo son. Así, cuando vela por la moral y castiga sus transgresiones, lo hace en resguardo del orden público.