El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, 17 - Miguel de Cervantes Saavedra - E-Book

El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, 17 E-Book

Miguel de Cervantes Saavedra

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Beschreibung

El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha por Miguel de Cervantes Saavedra, decimoséptimo tomo. Este libro contiene los capítulos XLVIII al LIII de la segunda parte y un prólogo de Antonio Rodríguez.

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MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

El ingenioso hidalgoDon Quijote de la Mancha17

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Primera edición FONDO 2000, 1999Primera edición electrónica, 2017

Contiene los capítulos XLVIII al LIII de la segunda parte de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Prólogo de Antonio Rodríguez, tomado de El Quijote, mensaje oportuno, México, 1984.

D. R. © 1999, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-5305-5 (ePub)ISBN 978-607-16-5288-1 (ePub, Obra completa)

Hecho en México - Made in Mexico

Por más que el aspa le voltee

y España le derrote

y cornee,

poderoso caballero

es Don Quijote.

Por más que el aire se lo cuente

al viento, y no lo crea

y la aviente,

muy airosa criatura

es Dulcinea.

BLASDE OTERO

ÍNDICE

PRÓLOGO. Antonio Rodríguez.

CAP. XLVIII.—De lo que le sucedió a Don Quijote con doña Rodríguez, la duela de la Duquesa, con otros acontecimientos dignos de escritura y memoria eterna.

CAP. XLIX.—De lo que le sucedió a Sancho Panza rondando su Ínsula.

CAP. L.—Donde se declara quiénes fueron los encantadores y verdugos que azotaron a la dueña y pellizcaron y arañaron a Don Quijote, con el suceso que tuvo el paje que llevó la carta a Teresa Panza, la mujer de Sancho Panza.

CAP. LI.—Del proceso del gobierno de Sancho Panza, con otros sucesos tales como buenos.

CAP. LII.—Donde se cuenta la aventura de la segunda Dueña Dolorida o Angustiada, llamada por otro nombre doña Rodríguez.

CAP. LIII.—Del fatigado fin y remate que tuvo el gobierno de Sancho Panza.

Plan de la obra.

PRÓLOGO

ANTONIO RODRÍGUEZ

Para comprender el fenómeno de la transfiguración de Don Quijote en Sancho o, si se quiere, el tránsito del espíritu quijotesco al cuerpo material del humilde escudero, es necesario acompañarlo en el complejo y demorado proceso de su metamorfosis.

En el momento en que trabamos conocimiento con Sancho, éste es un campesino pobre a quien las tierras que posee no bastan para el sustento de los suyos. Por ello ha tenido Sancho, en muchas ocasiones, que trabajar como jornalero en tierras ajenas.

Pobre y hombre de bien (si es que, como dice Cervantes, se puede dar este título al que es pobre), Sancho tiene “muy poca sal en la mollera”, y algunas ambiciones, todo lo cual le pareció suficiente a Don Quijote para atraerlo a su lado. Justamente por pobre y medio loco se deja seducir por la promesa de una ínsula que le sería dada en gobierno. Por la ínsula a que el pueblo se siente con derecho abandona el “escudero” a su mujer y a sus hijos. Por ella se va con Don Quijote hacia los campos de Montiel, en pos de un miraje que algún día dejará de serlo.

LA CODICIA

Siguiendo sus pasos, lo vemos desvalijar a los sacerdotes que acompañaban al muerto; presenciamos la escena en que se apodera de los dineros del Caballero del Bosque, en la Sierra Morena; no nos pasa inadvertida la codicia con que pretende recibir de Don Quijote, por el burro robado, los tres pollinos que aquél le ofrece de indemnización; contemplamos el desconsuelo con que ve el feliz término de las desventuras de Dorotea, “de quien tantas mercedes esperaba”; asistimos al egoísmo con que procura “acomodarse mejor que todos” en la venta, mientras Don Quijote, siempre generoso, hace la guardia del supuesto castillo; lo oímos, en la contienda de Camacho y Basilio, pronunciarse por aquel que es más rico: (“Me atengo a Camacho, cuyas ollas son abundantes, espumosas, con gansos y gallinas […] y las de Basilio […] agua chirle”); escuchamos, en fin, las sórdidas exigencias de quedarse con todo el dinero del buen Don Quijote, por lo cual éste le dice: “¡Oh, hombre que tiene más de bestia que de persona!” Lo vemos hacer picardías y burlarse de su generoso amigo; presenciamos con dolor aquella escena en que arremete contra el caballero, lo echa a tierra y le pone la rodilla sobre el pecho. Éstos son, sin duda, aspectos prosaicos, que poco a poco se van atenuando, hasta que Sancho adquiere la sublimación. Pero en este mismo aspecto de su personalidad —la más conocida—, ¿no será acaso Sancho mucho menos vulgar y repugnante de lo que se supone?

RAZONES DE SANCHO

Parece sórdido que Sancho haya exigido de Don Quijote un sueldo que hace remontar hasta el momento en que el caballero le prometió el gobierno de la ínsula. Sí, parece sórdido; pero pensemos que él tiene mujer e hijos a quienes debe sustentar. Él mismo lo confiesa: “El amor de mis hijos y de mi mujer me hace que me muestre interesado”. El amor de sus hijos y de su mujer, si no sublima, por lo menos justifica en alto grado las materiales aspiraciones de Sancho. También el alzamiento de Sancho contra el caballero parece repugnante e indigno. Ni las burlas de los ociosos duques, a quienes no debemos llamar “tontos” —tal clasificación les dio Cide Hamete—, sino sádicos y cobardes; ni el “encantamiento” de Dulcinea, ni la victoria del caballero de la Blanca Luna, ni los muchos reveses que sufrió Don Quijote provocan tanta pesadumbre como ese episodio de discordia íntima, que al romper la unidad pone en peligro la esencia de ambos.

¡Don Quijote atacado y vencido por la otra parte de sí mismo! ¿Habrá mayor derrota? Es doloroso; sin embargo, debemos reconocerlo: Sancho procedió en legítima defensa: “No pongo rey ni quito rey —dijo él— sino ayúdome a mí mismo”.

¿Quién procedería de otra manera sabiendo que querían azotarlo sin beneficio de nada ni para nadie?

También los marineros de Colón y de Gama se sublevaron contra sus capitanes. Un análisis desapasionado nos demuestra que tales sublevaciones se justifican en relación con la época y a las circunstancias en que se produjeron. Para esos marineros navegar a ciegas por el océano desconocido, con objeto de “extender la fe a los pueblos remotos”, era tanto como para Sancho recibir tres mil azotes con la finalidad, nada comprensible, de que así la señora Dulcinea volviera a ser “la sin par princesa del Toboso”.

LA “COBARDÍA” DE SANCHO

También para su llamada “cobardía” tiene Sancho razones que alegar. Tomemos el episodio de los batanes en Sierra Morena, en el cual Sancho tiembla de pánico. (¡Si fuera sólo temblar!… Llora como un niño.) Es cierto que Sancho, como él lo confiesa, está transido de miedo. ¿Y quién no lo estaría en igual circunstancia? El verdadero héroe no es el que desconoce el miedo, sino el que, dominado por el temor, realiza las acciones necesarias. No es menos cierto que Sancho se niega a acompañar a su amo en el acometimiento de algunas de sus temerarias aventuras: verbigracia, la que corrió por culpa de la incontinencia de Rocinante. Sancho rehúsa participar en el acto de desagravio al pobre caballo de Don Quijote, al que los yangüeses habían molido a palos. ¿Por cobardía? No, por muy justificada prudencia: “¿Qué diablos de venganza hemos de tomar —respondió él— si éstos son más de veinte y nosotros no más de dos, y aún quizá nosotros sino uno y medio?”

Después de la famosa aventura de los galeotes, Sancho aconseja la huida a Don Quijote, con el fin de escapar a la Santa Hermandad. Don Quijote, en vez de escuchar el buen consejo, dice: “Naturalmente eres cobarde, Sancho”. Pero Sancho, con muy buenas razones, le dice que “el retirar no es huir, ni el esperar es cordura, cuando el peligro sobrepuja a la esperanza, y de sabios es guardarse hoy para mañana”.

Sancho evita los peligros inútiles; pero cuando se trata de acciones necesarias y relativas a sus posibilidades, sabe demostrar que no es cobarde. Viendo a Don Quijote ofendido por Cardenio, Sancho arremete al “loco con el puño cerrado”, y se levanta contra el cabrero, por no haberles advertido de la locura de aquél, “dándoles tales puñadas, que si Don Quijote no los pusiera en paz, se hicieran pedazos”. En la misma aventura de los batanes, y a pesar de su gran miedo, “determinó no dejarle a Don Quijote hasta el último tránsito”, y se va con su amo dispuesto a enfrentarse a tan extraordinario peligro. También en el pleito que tiene con el doctor Pedro Recio de Tirteafuera, Sancho demuestra cabalmente su valentía, como podremos comprobarlo a través de su no muy amable invectiva: “[…] quíteseme luego de delante; si no ¡voto al sol! que tomo un garrote y que a garrotazos comenzando por él, no me ha de quedar médico en toda la ínsula […] Y vuelvo a decir que se me vaya Pedro Recio de aquí; si no, tomaré esta silla, donde estoy sentado, y se la estrellaré en la cabeza […]”

Peores palabras dijo Sancho a aquel labrador de Miguelturra que vino a fastidiarlo con la historia de los amores de su hijo y a pedirle seiscientos ducados:

¡Voto a tal, don patán rústico y malmirado, que, si no os apartáis y escondéis luego de mi presencia, que con esta silla os rompa y abra la cabeza! ¡Hi de puta, bellaco, pintor del mesmo demonio! y a estas horas ¿te vienes a pedirme seiscientos ducados? y ¿dónde los tengo yo, hediondo? y ¿por qué te los había de dar, aunque los tuviera, socarrón y mentecato?

Nos parece que no son palabras de cobarde éstas con que Sancho agasajó a tan impertinente burlador.

SUBLIMACIÓN DE SANCHO

A pesar de tales razones, que sólo en algunos casos le justifican, Sancho se nos muestra en muchas ocasiones bajo un aspecto soez, egoísta y mezquino. Poco a poco, sin embargo, del hombre vulgar a quien mueve el interés vemos surgir destellos de luz, gestos de desprendimiento, atisbos de filosofía, claridades de inteligencia, ricos manantiales de sentido práctico, hasta culminar, al fin, en el episodio que es la apoteosis de su ascensión a la cumbre donde manan las fuentes de la fe y del ideal. Acompañándolo en su evolución, le oímos decir que ha de ser otro como su amo, y en la charla con su mujer, cuando vuelve al poblado después de su primera peregrinación, lo vemos ya imbuido del pensamiento quijotesco:

No hay cosa más gustosa en el mundo, que ser honrado escudero de un caballero andante, buscador de aventuras […] De algunas he salido manteado y de otras molido; pero con todo eso, es linda cosa esperar los sucesos atravesando montes, escudriñando selvas, pisando peñas, visitando castillos.

Más tarde comunica su afán de gloria; después proclama que no es por codicia que ambiciona la ínsula, sino por el deseo que tiene de “probar que sabe ser gobernador”, ya que, habiendo visto más de dos asnos en los gobiernos, “no cree ser cosa nueva” que pueda ir también con su rucio a gobernar la Ínsula Barataria.

Cuando Don Quijote expresa el temor de que él dé “con toda la ínsula patas arriba”, Sancho, en su sublime arrobo, exclama: “Señor, si a vuesa merced le parece que no soy de pro para este gobierno, desde aquí lo suelto; que más quiero un solo negro de la uña de mi alma que a todo mi cuerpo […] y si vuesa merced mira a ello, verá que sólo vuesa merced me ha puesto en esto de gobernar”.

¡Cuántos de los que ven en Sancho a un ser brutal y soez, mezquino y dicharachero podrían exclamar como él: “más quiero un solo negro de la uña de mi alma que a todo mi cuerpo”! Y lo probó puesto que su gobierno fue al mismo tiempo el más prudente, justiciero, desinteresado y honesto de cuantos la historia de la “edad de hierro” conoce. Sólo el buen Sancho, cuya fama corre el mundo bajo el aspecto de codicioso, sólo él podría decir, como lo dijo, al dejar por su libre albedrío la ínsula en donde fue gobernador: “Saliendo yo desnudo, como salgo, no es menester otra señal para dar a entender que he gobernado como un ángel”.

Y no se piense que es por circunstancias fortuitas o por no haber tenido tiempo para llenarse los bolsillos que sale de la ínsula con ellos vacíos. Al despedirse de Sancho, los funcionarios de la ínsula le ofrecen “compañía y todo aquello que quisiera para el regalo y para la comodidad de su persona”. Y de todo esto ¿qué aceptó el “codicioso Sancho”? ¡Un poco de cebada para el rucio, y para él, medio queso y medio pan!

La transformación que al contacto con Don Quijote se opera en el espíritu de Sancho es tan sensible, que él mismo la observa. En respuesta a aquella frase de Don Quijote. “Cada día, Sancho, te vas haciendo menos simple y más discreto”, contesta él:

Sí, que algo se me ha de pegar de la discreción de vuesa merced; que las tierras que de suyo son estériles y secas, estercolándolas y cultivándolas vienen a dar buenos frutos: quiero decir que la conversación de vuesa merced ha sido el estiércol que sobre la estéril tierra de mi seco ingenio ha caído […]

Ya en otra ocasión Sancho había dicho: “Yo soy aquel a quien […]” “[…] júntate a los buenos y serás como ellos”. Y caminando, caminando siempre por el sendero de la superación quijotesca, llega Sancho a ser más quijote que su amo, y a tal punto que pretende quijotizarlo como ocurrió en aquella escena del encantamiento de Dulcinea, en que dice al de la Triste Figura: “Calle, señor; no diga la tal palabra, sino despabile los ojos y venga a hacer reverencia a la señora de sus pensamientos, que ya llega cerca”.