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En El innombrable, un narrador cuya identidad es casi imposible de desentrañar (¿es una persona, es varias o no es ninguna?), filosofa sobre su oscura vida y se va sumiendo, a medida que avanza la historia, en la más terrible desesperación, en un estilo de monólogo interior muy similar al Ulises de James Joyce. El innombrable es una de las tres novelas de la "trilogía Beckett". Las otras dos, Malone muere y Molloy, serán publicadas por Ediciones Godot en 2017. "Quienes llegaron a conocerle bien cuentan que, si en algún momento sentía que se ausentaban las palabras, Samuel Beckett quedaba literalmente despojado, y desaparecía. Hay una multitud de momentos en su obra en que habla de las palabras y las examina. En El innombrable, por ejemplo, las llama 'gotas de silencio a través del silencio', y es una manera de decir que para él lo son todo".
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Seitenzahl: 283
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Samuel Barclay Beckett nació el 13 de abril de 1906 en Dublín, Irlanda. Estudió en la escuela protestante Earlsford House y posteriormente en el Trinity College de Dublín, donde logró la licenciatura en lenguas romances en 1927 y el doctorado en 1931. En 1937 se mudó a París y, tras la ocupación alemana de 1940, se alistó en la Resistencia Francesa. En 1942, tras ser perseguido por la Gestapo, huyó hacia el sur junto a su esposa. En 1969 obtuvo el Premio Nobel de Literatura. Murió en París, Francia, el 22 de diciembre de 1989.
Beckett, Samuel El innombrable / Samuel Beckett. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : EGodot Argentina, 2016. Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online Traducción de: Matías Battistón.ISBN 978-987-4086-11-2
1. Narrativa Irlandesa. 2. Novela. I. Battistón, Matías, trad. II. Título.
CDD Ir823
ISBN edición impresa: 978-987-4086-10-5
El innombrableSamuel Beckett
© 1953/2004, Les Éditions de Minuit© Traducción Matías Battistón
Corrección Hernán López WinneIlustración Juan Pablo MartínezDiseño de tapa e interiores Víctor Malumián
Cet ouvrage a bénéficié du soutien des Programmes d’aide à la publication de l’Institut français.Esta obra cuenta con el apoyo de los Programas de ayudas a la publicación del Institut français.
Este libro fue publicado con el apoyo de Literature Ireland.
© Ediciones Godotwww.edicionesgodot.com.ar [email protected]/EdicionesGodotTwitter.com/EdicionesGodotInstagram.com/EdicionesGodotYouTube.com/EdicionesGodot
Ciudad Autónoma de Buenos Aires,República Argentina, 2016
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¿DÓNDE AHORA? ¿CUÁNDO AHORA? ¿Quién ahora? Sin preguntármelo. Decir yo. Sin creerlo. Llamar a eso preguntas, hipótesis. Seguir avanzando, llamar a eso seguir, llamar a eso avanzar. Puede ser que un día, ahí va el primer paso, sencillamente me haya quedado ahí, dónde, en lugar de salir, según una vieja costumbre, a pasar día y noche lo más lejos posible de mi morada, no era lejos. Esto pudo haber comenzado así. No voy a hacerme más preguntas. Uno piensa que solamente está descansando, para poder actuar mejor después, o sin razón ulterior, y resulta que al poco tiempo uno se encuentra en la imposibilidad de volver a hacer nada nunca. No importa cómo pasó eso. Eso, decir eso, sin saber qué. Quizá solo haya confirmado una vieja situación. Pero no he hecho nada. Parece que hablo, no soy yo, de mí, no viene de mí. Estas pocas generalizaciones, para empezar. ¿Cómo hacer, cómo voy a hacer, qué debo hacer, en la situación en la que me encuentro, cómo proceder? Por pura aporía o por afirmaciones y negaciones anuladas a medida que se las va postulando, o tarde o temprano. Esto, de un modo general. Debe haber otras maneras. Si no, sería como para desesperar del todo. Pero es para desesperar del todo. Habría que señalar, antes de seguir adelante, de seguir avanzando, que digo aporía sin saber qué quiere decir. ¿Acaso se puede ser eféctico a sabiendas? No lo sé. Los síes y los noes son otra cosa, ya me irán volviendo a medida que progrese, al igual que la manera de cagarme en ellos, tarde o temprano, como un pájaro, sin olvidar ni uno. Eso dice uno. El hecho parece ser, si es que en la situación en la que me encuentro puede hablarse de hechos, no solo que voy a tener que hablar de cosas de las que no puedo hablar, sino además, lo que es todavía más interesante, que yo, lo que es todavía más interesante, que yo, ya no sé, da igual. Sin embargo, estoy obligado a hablar. No me callaré nunca. Nunca.
No estaré solo, al principio. Lo estoy, claro. Solo. Se dice pronto. Hay que decir pronto. ¿Y cómo saberlo, en una oscuridad así? Voy a tener compañía. Para empezar. Algunos títeres. Después los suprimiré. Si puedo. ¿Y los objetos, qué actitud adoptar con los objetos? Para empezar, ¿hace falta? Qué pregunta. Pero no me engaño, son de prever. Lo mejor es no zanjar ninguna cuestión al respecto, de antemano. Si un objeto se presenta, por una razón u otra, tenerlo en cuenta. Donde hay personas, dicen, hay cosas. ¿O sea que al admitir unas hace falta admitir las otras? Veremos. Lo que hay que evitar, no sé por qué, es el espíritu sistemático. Personas con cosas, personas sin cosas, cosas sin personas, no importa, estoy seguro de que podré barrer todo eso enseguida. No veo cómo. Lo más simple sería no empezar. Pero estoy obligado a empezar. Es decir que estoy obligado a seguir. Tal vez termine agobiado, en pleno caos. Idas y venidas incesantes, atmósfera de bazar. Estoy tranquilo, vamos.
Malone está ahí. De su vivacidad mortal apenas quedan rastros. Me pasa por delante a intervalos seguramente regulares, a menos que sea yo el que pasa por delante de él. No, de una vez por todas: no me muevo más. Él pasa, inmóvil. Pero figurará poco Malone, de quien ya no cabe esperar nada. Personalmente, no tengo intenciones de aburrirme. Es al verlo que me pregunté si proyectamos una sombra. Imposible saberlo. Me pasa cerca, a algunos pies, lentamente, siempre en el mismo sentido. Creo que es él. Me parece que ese sombrero sin ala no deja lugar a dudas. Se sostiene la mandíbula con las dos manos. Pasa sin dirigirme la palabra. Quizá no me ve. Uno de estos días voy a interpelarlo, le voy a decir, no sé, algo se me ocurrirá, cuando llegue el momento. No hay días aquí, pero estoy usando una frase hecha. Le veo desde la cabeza hasta la cintura. No pasa de la cintura, para mí. El busto está erguido. Pero no sé si él está de pie o arrodillado. Quizá esté sentado. Lo veo de perfil. A veces me digo, ¿no será más bien Molloy? Quizá sea Molloy con el sombrero de Malone puesto. Pero es más razonable suponer que es Malone, con su propio sombrero. Ajá, ahí está el primer objeto, el sombrero de Malone. No le veo más ropa. En cuanto a Molloy, tal vez no esté aquí. ¿Podría estarlo sin que yo lo sepa? El lugar es grande, seguramente. Unas luces tenues parecen indicar por momentos una especie de lejanía. A decir verdad, los creo a todos aquí, a partir de Murphy al menos, nos creo a todos aquí, pero por ahora solo he visto a Malone. Otra hipótesis: estuvieron aquí, pero ya no están. Voy a examinarla, a mi manera. ¿Hay otros fondos, más abajo? ¿A los que se llega por este? Estúpida obsesión con la profundidad. ¿Habrá para nosotros otros lugares previstos, de los cuales este en el que me encuentro, con Malone, no sería más que el nártex? Y yo que creía haber terminado con los preámbulos. No, no, nos sé a todos aquí para siempre, desde siempre.
No me haré más preguntas. ¿Este no es más bien el lugar donde uno se termina de disipar? ¿Llegará el día en que Malone deje de pasar delante de mí? ¿Llegará el día en que Malone pase delante del lugar donde yo estuve? ¿Llegará el día en que otro pase delante del lugar donde yo estuve? Carezco de opinión.
Si no fuera insensible, su barba me daría pena. Cae en dos delgadas trenzas de distinta longitud, una en cada lado del mentón. ¿Hubo una época en la que yo también daba vueltas así? No, siempre he estado sentado en el mismo lugar, con las manos sobre las rodillas, mirando hacia adelante, como un búho real en una pajarera. Las lágrimas me corren por las mejillas sin que sienta necesidad de parpadear. ¿Qué me hace llorar así? Cada tanto. Aquí no hay nada que pueda causar tristeza. Quizá se me haya licuado el cerebro. La felicidad pasada, en todo caso, se me ha borrado por completo de la memoria, si es que alguna vez existió. Si llevo a cabo otras funciones naturales, no me doy cuenta. Nada me perturba nunca. Sin embargo, estoy inquieto. Nada ha cambiado aquí desde que estoy aquí, pero no me atrevo a deducir por eso que nunca cambiará nada. Veamos un poco adónde llevan estas consideraciones. Estoy, desde que estoy, aquí, y mis apariciones en otros lados han sido ratificadas por terceros. Durante este tiempo todo ha pasado en medio de la calma más absoluta, el orden más perfecto, salvo algunas manifestaciones cuyo sentido se me escapa. No, no es que su sentido se me escape, pues el mío no se me escapa menos. Todo aquí, no, no voy a decirlo, siendo incapaz. No le debo mi existencia a nadie, estas luces no son de las que aclaran o queman. Sin ir a ninguna parte, sin venir de ninguna parte, Malone pasa. ¿De dónde me vienen estas nociones de ancestros, de casas con luces que uno enciende, al caer la noche, y tantas otras? He buscado por doquier. Y todas estas preguntas que me hago. No es con espíritu de curiosidad. No puedo callarme. No necesito saber nada de mí. Aquí está todo claro. No, no está todo claro. Pero es necesario que el discurso se realice. Así que uno inventa oscuridades. Es retórica. ¿Entonces qué tienen de raro esas luces a las que no les pido que signifiquen nada, de casi descolocado? ¿Su irregularidad, su inestabilidad, su brillo a veces fuerte, a veces débil, pero sin exceder nunca el resplandor de una o dos velas? Malone, por su parte, aparece y desaparece con una exactitud mecánica, siempre a la misma distancia de mí, a la misma velocidad, en el mismo sentido, con la misma actitud. Pero el juego de luces es realmente imprevisible. Hay que decir que a un ojo menos avispado que el mío probablemente se le escaparían por completo. ¿Pero no se le escapan incluso al mío por momentos? Quizás sean permanentes y estén fijas, y yo las perciba de forma vacilante e intermitente. Espero tener la ocasión de retomar este tema. Pero desde ya digo, para una mayor seguridad, que espero mucho de estas luces, como, por otro lado, también de todo elemento análogo de incertidumbre verosímil, para ayudarme a seguir y eventualmente a terminar. Dicho esto, continúo, es necesario. Sí, qué estaba diciendo, del orden hasta ahora perfecto de este lugar, ¿puedo deducir que será siempre así? Evidentemente, puedo. Pero el hecho mismo de plantearme esta pregunta me deja pensativo. De nada me sirve decirme que su única función es alimentar el discurso en un momento dado, en el que corre el riesgo de desvanecerse, esta excelente explicación no me satisface. ¿Es posible que yo sea presa de una verdadera inquietud, como quién diría una necesidad de saber? No sé. Voy a probar otra cosa. Si un día interviniera un cambio, producto de un principio de desorden ya establecido aquí, o en camino, ¿entonces, qué? Esto parece depender de la naturaleza del cambio en cuestión. Pero no, aquí todo cambio sería funesto, me devolvería ipso facto a la rue de la Gaîté. Otra cosa. ¿Realmente no ha cambiado nada desde que estoy aquí? Francamente, con la mano en el corazón, esperen, que yo sepa, nada. Pero el lugar, ya lo dije, quizá sea enorme, como también podría tener apenas doce pies de diámetro. Si lo que interesa es poder reconocer sus confines, lo mismo da una cosa o la otra. Me gusta creer que ocupo el centro, pero nada es más incierto. En un sentido, mejor sería que estuviera sentado en el borde, porque siempre miro en la misma dirección. Pero ese no es el caso, ciertamente. Porque entonces Malone, que da vueltas a mi alrededor, se saldría de los límites en cada revolución, lo que, claro está, es imposible. Pero, de hecho, ¿da vueltas realmente, o nada más me pasa por delante, en línea recta? No, da vueltas, puedo sentirlo, y a mi alrededor, como el planeta alrededor de su sol. Si hiciera ruido lo oiría sin cesar, a la derecha, a mis espaldas, a la izquierda, antes de verlo de nuevo. Pero no hace ninguno, porque no estoy sordo, de eso estoy seguro, es decir casi seguro. En fin, entre el centro y el borde está el margen, y perfectamente yo podría estar sentado en algún lugar entre los dos. También es posible, no me engaño al respecto, que yo también me vea arrastrado en un movimiento perpetuo, acompañado de Malone, como la Tierra de su luna. En ese caso me habría quejado sin razón del desorden de las luces, simple consecuencia de haberme obstinado en suponer que siempre son las mismas y que se las ve desde el mismo punto. Todo es posible, o casi. Pero lo más sencillo, la verdad, es considerar que estoy fijo y en el centro de este lugar, tenga la forma y la extensión que tenga. Esto también es lo más agradable para mí, sin duda. En suma: ningún cambio desde que estoy aquí, aparentemente; desorden de luces quizás ilusorio; todo cambio es de temer; incomprensible inquietud.
Que no estoy completamente sordo es evidente por los ruidos que me llegan. Porque si bien el silencio aquí es casi total, no lo es del todo. Recuerdo el primer ruido que oí en este lugar, lo he oído muchas veces más desde entonces. Porque debo suponer que mi estadía aquí tuvo un comienzo, no más sea para la comodidad del relato. El infierno mismo, aunque sea eterno, empezó con la rebelión de Lucifer. Me es lícito, entonces, a la luz de esta lejana analogía, creerme aquí para siempre, pero no desde siempre. Esto es algo que va a facilitar singularmente mi exposición. La memoria, en particular, cuyo uso creía deber vedarme, dirá lo que tenga para decir, llegado el caso. He aquí, como mínimo, mil palabras que no me esperaba. Tal vez las necesite. Ahora bien, después de un período de silencio inmaculado, se oyó un grito muy débil. No sé si Malone lo habrá oído también. Me sorprendió, y esta palabra no es excesiva. Después de un silencio tan largo, un gritito, que se apagó inmediatamente. En cuanto a saber qué tipo de criatura lo soltó y lo suelta siempre, si es la misma, de tanto en tanto, imposible. No es un ser humano, en cualquier caso, no hay seres humanos aquí, o, si los hay, ya han dejado de gritar. ¿El culpable será Malone? ¿Seré yo? ¿No será un pedo, nomás? Los hay desgarradores. Manía deplorable esta de querer saber, no bien pasa algo, qué es. Si solamente no me viera obligado a manifestarme. ¿Y por qué hablar de un grito? Quizá sea alguna cosa que se parte, dos cosas que se chocan. Se oyen ruidos aquí, cada tanto, con señalar eso debería ser suficiente. El grito este, para empezar, porque fue el primero. Y otros, bastante distintos. Ya empiezo a reconocerlos. No los reconozco todos. Uno puede morirse a los setenta sin haber tenido nunca la posibilidad de admirar el cometa Halley.
Me serviría, dado que también debo atribuirme un comienzo, poder situarlo en relación con el de mi estadía. ¿Acaso esperé en algún otro lado a que este lugar estuviera listo para recibirme? ¿O es el lugar el que esperó a que yo viniera a poblarlo? Desde el punto de vista de la utilidad, la primera de estas hipótesis es, de lejos, la mejor, y tendré muchas ocasiones de invocarla. Pero ambas son desagradables. Diré, entonces, que nuestros comienzos coinciden, y que este lugar fue hecho para mí, y yo para él, en el mismo instante. Y los ruidos que todavía no reconozco son aquellos que todavía no se han hecho oír. Pero no cambiarán nada. El grito no cambió nada, ni siquiera la primera vez. ¿Y mi sorpresa? Debía estar esperándolo.
Seguramente sería hora de que le diera un compañero a Malone. Pero primero voy a hablar de un incidente que solo se produjo una vez, hasta ahora. Estoy esperando que se repita, sin impaciencia. Dos formas, oblongas como el hombre, entraron en colisión delante de mí. Cayeron y no las volví a ver. Naturalmente, pensé en la seudopareja Mercier-Camier. La próxima vez que entren en escena, yendo lentamente una hacia la otra, sabré que van a chocarse, caer y desaparecer, y eso quizá me permita observarlas mejor. Esto no es cierto. Veo tan mal a Malone como la primera vez. Lo que pasa es que, al mirar siempre en la misma dirección, no puedo ver, no diré nítidamente, pero tan nítidamente como la visibilidad lo permite, lo que sucede directamente frente a mí, es decir, para el caso, la colisión, seguida de la caída y la desaparición. Nunca veré que se acercan, salvo confusamente, por el rabillo del ojo, y de qué ojo. Pues ellas también deben haber llegado en línea curva y, por supuesto, muy cerca de mí. Pues la visibilidad, a menos que esto se deba al estado de mi vista, solo me permite ver lo que tengo muy cerca. Añadiré que mi asiento parece algo elevado, en relación con el nivel del piso circundante, si es que se trata del piso. Tal vez sea agua, o algún otro líquido. De modo que, para ver en las mejores condiciones a este mismo tipo que pasa directamente delante de mí, debería bajar un poco la vista. Pero ya no bajo la vista. En suma: solo veo aquello que se presenta directamente delante de mí; no veo lo que se presenta muy cerca de mí; lo que veo mejor, lo veo mal.
¿Por qué me he hecho representar entre los hombres, bajo la luz? Me da la impresión de que yo no tuve nada que ver con todo esto. Pasemos a otra cosa. Todavía los veo, a mis delegados. Me han contado cosas de los hombres, de la luz. No quise creerles. Lo que no impide que algo se me haya quedado grabado. ¿Pero dónde, cuándo, por qué medio tuve contacto con estos señores? ¿Vinieron a molestarme aquí? No, aquí nadie me molestó nunca. En otro lado, entonces. Pero nunca estuve en otro lado. Sin embargo, solo de ellos pude haber aprendido lo que sé sobre los hombres y sus modos de arreglárselas. Es poca cosa. Podría haber prescindido de eso. No digo que nunca me vaya a servir de nada. Sabré darle un uso, de ser necesario. Ya me ha pasado. Lo que me deja perplejo es deberles esos conocimientos a personas con las que no podría haberme comunicado nunca. En fin, el hecho es ese. A menos que se traten de conocimientos innatos, como los que tienen que ver con el bien y el mal. Me parece poco verosímil. ¿Puede concebirse, por ejemplo, un conocimiento innato de mi madre? Para mí, no. Son estos señores los que me hablaron de ella. Era uno de sus temas preferidos. También me pusieron al tanto de Dios. Me dijeron que era de él que yo dependía, a fin de cuentas. Lo habían oído de sus representantes en Bally no sé cuánto, lugar que, según ellos, me habría infligido la existencia. Y sosteniendo obstinadamente que era un don hermoso. Pero lo que querían hacerme tragar, sobre todo, era a mis semejantes. En eso ponían un ardor y una tenacidad increíbles. No recuerdo nada de aquellas conversaciones. No debía entender gran cosa, yo. Pero he retenido algunas descripciones a pesar mío. Me daban cursos sobre el amor, sobre la inteligencia, precioso, precioso. Todo eso debe haber pasado hace mucho. Fueron ellos también los que me enseñaron a contar, a razonar. Son cosas que me han resultado útiles en ciertas circunstancias, no voy a negarlo, circunstancias que no se habrían presentado de haberme dejado tranquilo. Las sigo usando, para rascarme. Tipos inmundos, los bolsillos llenos de venenos y cauterios. Quizá fueran cursos por correspondencia. Sin embargo, tengo la impresión de haberlos visto. En fotos, quizá. ¿Desde hace cuánto que terminó ese lavado de cerebro? ¿Y terminó? Unas preguntas más, las últimas. ¿Es solo un respiro momentáneo? Eran cuatro o cinco los que me acosaban, con el pretexto de darme su informe. Uno en particular, llamado Basile creo, me provocaba una intensa repugnancia. Sin abrir la boca, apenas mirándome fijo con sus ojos apagados de tanto haber visto, me iba moldeando cada vez un poco más como él quería. ¿Me seguirá mirando, agazapado entre las sombras? ¿Seguirá usurpando mi nombre, el que me endosaron, en su siglo, paciente, de estación en estación? No, no, aquí estoy a salvo, entreteniéndome en adivinar quién pudo infligirme estas heridas insignificantes.
El otro viene directamente hacia mí. Hace su entrada como si atravesara tupidos velos, avanza unos pasos más, me mira, luego se retira reculando. Encorvado, parece estar cargando con dificultad objetos de un peso enorme, no sé cuáles. Lo que mejor veo de él es su sombrero. La copa está muy gastada, como una suela, y deja escapar algunas canas. Su mirada, alzada largamente en mi dirección, la siento implorante, como si pudiera hacer algo por él. Otra impresión, no menos falsa probablemente: me trae regalos y no se anima a dármelos. Se los lleva de nuevo, o los deja y desaparecen. No viene seguido, no puedo dar más precisiones, pero seguro lo hace con regularidad. Su visita nunca ha coincidido, hasta ahora, con el paso de Malone. Pero eso quizá suceda. No trastocaría necesariamente el orden que reina aquí. Porque si bien estoy en condiciones de calcular con algunas pulgadas de margen la órbita de Malone, admitiendo que pase a tres pies de mí, lo que no es seguro, apenas tengo, en cambio, una noción de lo más confusa del recorrido del otro, dada la imposibilidad en la que me encuentro, no solamente de medir el tiempo, lo que ya bastaría para impedir cualquier cálculo al respecto, sino también de comparar sus respectivas velocidades de desplazamiento. Ignoro si alguna vez tendré la suerte de verlos juntos. Pero tiendo a pensar que sí. Porque para no verlos nunca juntos, haría falta que delante de mí Malone sucediera al otro, o lo precediera, siempre en los mismos períodos exactos. No, me equivoco. Porque el desfasaje bien puede variar (y me parece que así es) sin llegar nunca a suprimirse del todo. Ese intervalo vacilante me hace pensar, sin embargo, que mis dos fieles algún día se encontrarán, se chocarán y quizá se caigan. Dije que aquí todo se repite tarde o temprano, no, iba a decirlo, luego cambié de opinión. Pero los encuentros, ¿no son una excepción a esta regla? El único encuentro del que he sido testigo, hace mucho, todavía no volvió a suceder. Quizá fue el fin de algo. Y quizá me libre de Malone y del otro, aunque no es que me molesten, el día que los vea juntos, es decir en colisión. Lamentablemente, son los únicos que circulan por aquí. Otros vienen hacia mí, pasan delante de mí, dan vueltas a mi alrededor. Sin duda aún no los conozco a todos. No me molestan, nunca me cansaré de repetirlo. Pero a la larga esto podría volverse fastidioso. No veo cómo. Pero es una posibilidad a tener en cuenta. Uno pone en marcha las cosas sin pensar de qué manera se las va a detener después. Para hablar. Uno se pone a hablar como si pudiera detenerse con solo desearlo. Mejor así. La búsqueda de una manera de detener las cosas, de acallar su voz, es lo que permite que siga el discurso. No, no debo tratar de pensar. Es preferible decirlo, simplemente. Las cosas, las figuras, los ruidos, las luces, con que mi prisa por hablar puebla cobardemente este sitio, son algo que, de todas formas, más allá de cualquier cuestión de procedimiento, debo conseguir expulsar. Preocupación por la verdad en el frenesí por decir. De ahí el interés de una posible liberación por medio de un encuentro. Pero con calma. Primero ensuciar, después limpiar.
Y si me ocupara un poco de mí, para variar. No me quedará otra, tarde o temprano. Parece imposible, a primera vista. ¿Dejarme arrastrar, yo, en el mismo carromato que mis criaturas? ¿Decir de mí que veo esto, que siento aquello, que temo, espero, ignoro, sé? Sí, lo diré, y de mí solo. Impasible, inmóvil, mudo, sosteniéndose la mandíbula, Malone da vueltas, por siempre ajeno a mis flaquezas. Aquí tenemos a uno que no es como yo nunca sabré no ser. Por más que no me mueva, el dios es él. Y el otro. Le he atribuido ojos implorantes, ofrendas para mí, la necesidad de ayuda. No me mira, no me conoce, no le falta nada. Solo yo soy humano y todo lo demás divino.
El aire, el aire, tratemos de ver qué se puede sacar de ese viejo tema. De un gris del todo transparente en mi proximidad inmediata, se extiende por fuera de este círculo encantado en finas capas impenetrables, de un tono apenas más oscuro. ¿Soy yo el que emite esta débil claridad que me permite distinguir lo que pasa bajo mis narices? No veo de qué serviría suponerlo, por el momento. La noche más profunda a la larga se puede penetrar, hasta cierto punto, he oído decir, sin ayuda de otra luz que la del cielo ennegrecido y la misma tierra. Nada nocturno aquí. Este gris, a pesar de ser primero tenebroso y luego francamente opaco, no por eso irradia una luminosidad menos intensa. Pero, en realidad, esta pantalla contra la cual choca mi vista, sin dejar de percibir ahí el aire, ¿no será más bien el cercado, denso como la plombagina? Para aclarar esta cuestión necesitaría un palo, además de los medios para usarlo, siendo poca cosa una sin la otra, y viceversa. Necesitaría también, dicho sea de paso, participios futuros y condicionales. Entonces lo lanzaría, como una jabalina, directamente hacia adelante, y sabría si lo que me rodea tan de cerca y me impide ver es siempre el vacío, o algo sólido, según el ruido que oyera. O, sin soltarlo, para no exponerme a perderlo para siempre, lo usaría como una espada y daría una estocada o contra el aire o contra la muralla. Pero la época de los palos ya pasó, aquí solo puedo contar estrictamente con mi cuerpo, mi cuerpo incapaz del menor movimiento y cuyos mismos ojos no pueden cerrarse como lo hacían antes, según Basile y compañía, para descansar de ver y de no poder ver o simplemente para ayudarme a dormir, ni desviarse, ni bajarse, ni elevarse al cielo, siempre abiertos, pero obligados, centrados y como platos, a mirar fijo y sin pausa el breve pasillo que tienen delante, donde no pasa nada, el 99 % del tiempo. Deben estar rojos como carbones encendidos. Me pregunto a veces si las dos retinas no estarán enfrentadas. Por lo demás, pensándolo bien, este gris es ligeramente rosado, como el plumaje de algunas aves, entre ellas, creo, la cacatúa.
Todo oscurezca, todo se aclare o todo siga gris, el gris es el que se impone, siendo lo que es, pudiendo hacer lo que puede hacer, hecho de claro y oscuro, pudiendo vaciarse de este, o de aquel, para ser solo el otro. Pero quizá del gris, en el gris, me esté haciendo ilusiones.
¿Cómo hago para escribir en estas condiciones, tomando en cuenta solo el aspecto manual de esta amarga locura? No lo sé. Podría saberlo. Pero no lo sabré. No esta vez. Soy yo el que escribe, yo el que no puede levantar la mano de mi rodilla. Soy yo el que piensa, lo justo para escribir, yo el que tiene la cabeza lejos. Soy Mateo y soy el ángel, venido antes de la cruz, antes del pecado, venido al mundo, venido aquí.
Agrego, para mayor seguridad, esto. Estas cosas que digo, que voy a decir, si puedo, no están más, o todavía, o no estuvieron nunca, o no estarán jamás, o si estuvieron, o si están, o si estarán, no estuvieron aquí, no están aquí, no estarán aquí, sino en otra parte. Pero yo estoy aquí. Estoy por ende obligado a agregar esto también. Yo que estoy aquí, que no puedo hablar, que no puedo pensar, y que debo hablar, y por ende pensar quizá un poco, no puedo hacerlo solo en relación conmigo que estoy en este lugar, con este lugar donde estoy, pero puedo hacerlo un poco, lo suficiente, no sé cómo, no viene al caso, en relación conmigo que estuve en otra parte, que estaré en otra parte, y con esos lugares donde estuve, o estaré. Pero nunca estuve en otra parte, por incierto que sea el futuro. Y lo más sencillo es decir que lo que digo, lo que diré, si puedo, se relaciona con el lugar donde estoy, conmigo que estoy aquí, a pesar de la imposibilidad en la que me encuentro de pensar al respecto, de hablar al respecto, a causa de la necesidad en la que me encuentro de hablar al respecto, y por ende de pensar al respecto quizá un poco. Otra cosa: lo que digo, lo que diré quizá, sobre este tema, mi tema, el tema de mi morada, ya se dijo, dado que, al estar aquí desde siempre, lo sigo estando. Por fin un razonamiento que me gusta, digno de mi situación. No tengo, entonces, por qué inquietarme. Sin embargo, estoy inquieto. No estoy, entonces, encaminado al desastre, no estoy encaminado a ningún lado, mis aventuras han terminado, mis dichos han sido dichos, llamo a eso aventuras. Sin embargo, siento que no. Y mucho me temo, ya que solo pueden versar de mí y de este lugar, que esté llevándolas una vez más a su fin, hablando al respecto. Lo que no tendría ninguna consecuencia, al contrario, de no ser por la obligación en la que me encontraría, una vez libre, de empezar de nuevo, a partir de ningún lado, de nadie y de nada, para volver a caer en lo mismo, por vías nuevas, por supuesto, o por las viejas, irreconocible cada vez. De ahí cierta confusión en los exordios, el tiempo suficiente para ubicar al condenado y prepararlo para la ejecución. Pero aún espero por poder absolverme algún día, sin callarme. Y ese día, no sé por qué, podré callarme, podré llegar al fin, lo sé. Sí, he ahí la esperanza, una vez más, de no hacerme, de no perderme, de quedarme aquí, donde me dije estar desde siempre, porque había que decir algo rápido, de terminar aquí, sería maravilloso. ¿Pero es deseable? Sí, es deseable, terminar es deseable, terminar sería maravilloso, sea quien yo sea, esté donde esté.
Espero que este preámbulo termine pronto, y dé lugar a la exposición que decidirá mi suerte. Lamentablemente, tengo miedo, como siempre, de seguir. Porque ir más lejos es irme de aquí, encontrarme, perderme, desaparecer y volver a empezar, primero siendo un desconocido, luego poco a poco el de siempre, en otro lugar, donde me diré haber estado siempre, del que no sabré nada, no podré saber nada, encontrándome en la imposibilidad de ver, de moverme, de pensar, de hablar, pero del que poco a poco, a pesar de esos impedimentos, algo sabré, lo justo para que resulte ser el mismo de siempre, el que parece hecho para mí y que no me quiere, el que parezco querer y que no quiero, es a elección, aquel del que seguramente nunca sabré si me traga o me vomita y que quizá sea solo el interior de mi cráneo distante, donde antes erraba y ahora estoy fijo, perdido en mi pequeñez, o apretujado contra las paredes, con mi cabeza, mis manos, mis pies, mi espalda, mi pecho, y murmurando siempre mis viejas historias, mi vieja historia, como si fuera la primera vez. No hay razón entonces para tener miedo. Sin embargo, tengo miedo, miedo de lo que mis palabras van a hacer conmigo, con mi escondite, una vez más. ¿Realmente no hay nada nuevo que pueda intentar? He mencionado mi esperanza, pero no es seria. ¿Y si hablara para no decir nada, pero nada de verdad? Así evitaría quizá ser roído como por una rata vieja y harta, con mi camita de dosel, una cuna, o tardaría más en ser roído, en mi vieja cuna, y los pedazos de carne arrancados tendrían tiempo para volver a unirse, como en el Cáucaso, antes de ser arrancados de nuevo. Pero parece imposible hablar para no decir nada, uno cree que lo consigue, pero siempre se olvida de algo, un pequeño sí, un pequeño no, suficiente para exterminar un regimiento de dragones. Sin embargo no desespero, esta vez, mientras digo quién soy, dónde estoy, de no perderme, de no partir, de terminar aquí. Lo que impide el milagro es el espíritu de método, al que quizá me sometí de una manera un poco exagerada. Que Prometeo haya sido liberado veintinueve mil novecientos setenta años antes de haber purgado su pena no me afecta, claro está, ni de un modo ni del otro. Porque con ese miserable que se burló de los dioses, inventó el fuego, desnaturalizó la arcilla, domesticó al caballo y, en una palabra, obligó a la humanidad no tengo, espero, nada en común. Pero es algo que debe señalarse. En suma: ¿voy a poder hablar de mí, de este lugar, sin suprimirnos? ¿Alguna vez podré callarme? ¿Hay alguna relación entre ambas preguntas? Las incógnitas gustan. He aquí varias, quizá una sola.